lunes, 16 de septiembre de 2019

¿Te gusta el cine, Emma?

Víctor Purizaca


Mi nombre, José Milano, era feliz a mi manera, seguía el torneo descentralizado. Alianza Lima en mi corazón. Waldir, Muchotrigo, qué grandes jugadores. Enano, verborreico, ojos marrones claros. A mis catorce años ya había probado grifa. Deseado por muchas hembritas de por mi casa y alrededores.

Mi salón era el más inquieto, no había profesor que nos aguantara. La algarabía y hazañas del tercero C del colegio Champagnat de Miraflores habían llegado a oídos del San Luis de Barranco y al San José del Callao. Dos narices rotas, la de Mañuco Ibarra, profesor de química y la de Charly Cornelio, dilecto y risueño alumno de pedagogía de la Universidad Marcelino Champagnat, que nos enseñaba religión. Accidentes al abrir la puerta en el cambio de hora. Rodrigo Peñafiel era el más prolijo en estos asuntos. Eramos los más vagos de aquel dignísimo colegio.

Juanjo Vidalón, en clase pidió la palabra. Era vísperas de las celebraciones por el Día de la Madre.

—¿Si José era esposo de María, por qué no tuvo relaciones con ella?

—Porque no era voluntad de Dios —argumenta Charly.

—Al nacer Jesús, ellos podían tener relaciones sexuales y traer más hermanitos al Niño Jesús —replicó Juanjo.

—No estaba contemplado en los planes de Dios —acotó Charly—, además, Nuestro Señor fue concebido sin pecado.

Yo solo me imaginaba a Alejandra Guzmán calata y la cara de Charly se tornaba más roja. La pregunta era una blasfemia, pero ya había pasado el Concilio Vaticano Segundo. Vidalón, a su corta edad era diestro en el arte de la intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar al interlocutor gradualmente, buscando un exabrupto tal vez, combinando dudas y burlas. Cornelio no pierde la calma, es un chiquillo y ya le habían roto el tabique antes de Semana Santa.

—La verdad que eso pertenece a los dogmas de fe —fija la mirada Charly a Juanjo Vidalón.

Pedro Cieza cambia de tema preguntando cuándo iban a ir a las catacumbas de nuevo, al centro de Lima, Charly menciona que los hermanos planeaban un paseo para la primera semana de junio.

Un zambito de ojos marrones, con dientes protuberantes y gracioso, en el andar al menos, pidió permiso para el baño, era yo, ya me había agotado tanta fe acaramelada. En los pasillos ya se ve la figura de Vidalón en la puerta de Pastoral. 

—Hoy día vamos a ver a mi hembrita, su amiga Emma está preguntando por ti —me indicó Juanjo— está muy atenta, vamos al cine, muelón.

Dibujo una sonrisa con mis muelas prominentes, ya el labio se me tiembla de la emoción.

—A las dos por la Tranquera —sentencia Juanjo Vidalón.

Caisarius Carrasco era gran amigo mío desde sexto de primaria, desaprobó cinco cursos en primero de secundaria y ya era de mi promoción. Desde chico le gustaba correr tabla, Waikiki era su playa favorita. Se escapaba de clases a menudo, usaba el pelo dorado, agua oxigenada pensábamos y gritábamos en la hora de educación física. En la fiesta del Regina Pacis me había presentado a Emma, era hermosa, pelo castaño dorado, ojos negros expresivos, labios gruesos. Era un ensueño, Juanjo me dijo que ella preguntaba por mí siempre. No sabía cómo, con qué, pero sería mi hembrita, Emma y la enamorada de Juanjo estudiaban en la Reparación, colegio de mujeres frente a nuestro colegio. Pero la mayoría de sus amigas eran del Regina.

En la Tranquera, el restaurante de la Avenida Pardo, con sus deliciosas carnes y chorizos a la parrilla, con el olor impregnado en mi chompa esperé a Emma. Si alguna vez la invitaba a almorzar le encantaría la morcilla, seguro que sí.

—Tranquilo huevón —me decía Juanjo mientras la veía llegar.

Respiro de nuevo. La miro, qué cintura, qué dulzura. Griselda la enamorada de Juanjo ataja con el saludo primero.

—Hola —dice.

—Hola, mi corazón —termina con un beso Vidalón.

—Hola. —Me besa en la mejilla, casi en la comisura Emma.

Me imagino a Emma, sin calzón, sintiendo sus senos en mi pecho, sus latidos en mi pecho y mis dedos deslizándose en su vagina húmeda. Sin parpadear mucho, disimulaba tanto y conversaba de otros temas. Comenzamos a caminar al óvalo. «¿Dónde vives? ¿Al cine? ¿Cuándo?». Las preguntas corrían y yo henchido de felicidad. Me acomodaba los rulos y mostraba mis muelas con más ahínco. Suave, suave, sudaba un poco, húmedo en mi calzoncillo.

La camisa roja con rayas blancas ya me esperaba para el sábado, maravillosa chiquilla, mis colonias para fiestas eran recuerdo, tomaría la de mi viejo, en su dormitorio. El viernes acudiría al ensayo del grupo de Moya y de Fito en la casa de Caisarius. Siempre nos reuníamos a las ocho de la noche en punto.

—Préstame tu colonia, viejo.

—¿A dónde te vas? —inquiere mi padre.

—A la casa de Caisarius, al ensayo de Moya, el que solo se sabe canciones de Los Hombres G.

—No llegues tarde. —Con palmadita en el hombro.

Voy por Camino Real, contento, prendo un fallo, boto humo, y me imagino a Emma solita por el cine, riendo, oliendo la colonia de mi viejo. Soy todo un picarón. La casa de Caisarius, fachada blanca, marcos marrones, una enorme puerta de madera con adornos churriguerescos en Juan de Arona, calle no muy transitada en San Isidro. Su vieja, una diminuta rubia caderona, me hace un ademán con el índice, mirando desde la ventana de la sala, me deja entrar, en la cochera me acomodo el cuello de la camisa. Ajusto el cinturón de mi pantalón blanco OP y saco más el pecho.

—Ya vengo, voy a Wong a comprar unas cosas.

Un beso en el cachete se despide de mí doña Catalina, la madre de Carrasco. La tía sí que olía rico.

Los huevones no vienen, subo de dos en dos los escalones, escucho tras la madera de la puerta del dormitorio de Caisarius. Un gemido, dos gemidos. Era una arrecha.

—Más, más, más— con gritos estremecedores se deleitaba la hembrita.

—¡Caisarius! —con sorna y tratando de fastidiar me río.

Alguien atropella las cosas, salta Caisarius sobre el felpudo de su habitación. Trato de ver, la hembrita se acomoda la ropa, huele a lavanda.

—La cagaste huevón— Carrasco en calzoncillo.

De la cama brinca una muchacha de delgada silueta, corre con el sostén recién puesto. Mis ojos se abren enormemente. Ya no pienso en Alejandra Guzmán desnuda.

Emma dejó caer los zapatos. Malestar en el vientre y en las rodillas; ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor. Levantó los zapatos y de puntillas abandona la habitación, ya en las escaleras parte raudamente. Caisarius. Furtivamente guarda su calzoncillo en el cajón, el condón a medio usar colgaba de la lámpara celeste de la mesita de noche. Con un tremor en el párpado izquierdo no podía recordar la película que Emma y yo habíamos planeado ver el día siguiente. Encendí un cigarrillo sin pronunciar palabra alguna me senté en el borde de la cama junto con mi amigo semidesnudo y sudoroso. Mientras la mamá de Carrasco anunciaba con sus tacones en el piso de abajo que ya había terminado de comprar.

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