miércoles, 29 de abril de 2020

Desencuentro

Miguel Ángel Salabarría Cervera

Damián levantó su copa en punto de las doce de la noche, en medio de un viento que refrescaba el ambiente, para brindar por los quince años de la hija del primer matrimonio de su nueva esposa. Pronunció palabras de agradecimiento al Hacedor de la vida, por ser generoso al permitir que llegará Karen a tan bella edad, su elocuencia causó agrado entre los invitados por ser una persona que acogía a plenitud la paternidad no consanguínea de la festejada.
Luego se alisó con la mano lentamente la barba, encaminándose a bailar con ella el vals «Sobre las olas» con magistral habilidad; continuó el convivio en que se derrochaba la generosidad y el buen gusto de los padres de Karen.
Hacía casi siete años que Irene había cerrado su corazón al amor, venía de una relación matrimonial que inició a temprana edad, existiendo alcoholismo en su esposo, que se manifestó en violencia hacia ella, que la llevó a tramitar el divorcio terminar en divorcio; se prometió no creer en el amor a pesar de ser una persona joven de treinta y cinco años, decidiendo que su vida sería: sus tres hijos y el trabajo.
Sin embargo, por avatares del destino conoció a Damián entonces estudiante tardío de Derecho, quién le pareció una persona caballerosa y responsable; agradándole sobremanera, que aceptara su situación de tener tres hijos de su anterior matrimonio, por consiguiente, ella admitió que él tuviera una hija de su primer casamiento, una joven que vivía con la madre de Damián.
En poco menos de un año formalizaron su relación contrayendo nupcias, no siendo del agrado de la familia de ella, porque él no trabajaba para dedicarse a estudiar, estudios que le fueron pagados por Irene además de vivir en casa de los progenitores de ella, con el tiempo procrearon una niña que estrechó la relación entre ambos.
Al concluir sus estudios le consiguió trabajo su suegro en la misma empresa donde él laboraba, por su habilidad pronto ascendió hasta gerente administrativo, además ingresó a un grupo de fraternidad, ampliando sus relaciones políticas y sociales, con el discreto apoyo de su esposa y el rechazo de su suegro.
Por las continuas fricciones entre Damián con su suegro, se cambiaron a vivir a un predio, que era propiedad del padre de Irene, pero no se fueron los dos hijos jóvenes de ella, estos se quedaron a vivir con el abuelo, trasladándose la pareja con la hija de catorce y la pequeña de dos años.
Damián llegaba algunas noches con un aromático café para Irene, quien lo recibía como una muestra de amor y agradecía el detalle de su esposo; en otras ocasiones le llevaba un apetitoso sándwich para su cena, que de inmediato comía; luego se iban a dormir a su habitación en la que también estaba la niña, ella estaba feliz con el trato que recibía.
Al despertar invariablemente le preguntaba él a su esposa:
──¿Cómo dormiste, te sientes bien?
──Sí, dormí muy bien, me siento relajada. Gracias por preguntarme.
Esta atención se volvió para Irene un gesto de caballerosidad y de amor de su esposo, que la hacía amarlo cada vez más y sentirse dichosa de la segunda oportunidad que la vida le daba.
Karen despertaba media desnuda todos los días, se extrañaba porque no se acostaba así para dormir, pues se ponía ropa apropiada para conciliar el sueño; al principio no le dio importancia, sin embargo, se hizo frecuente hasta que inquieta fue a decirle a su madre:
──Mamá, todas las noches me acuesto a dormir vestida y amanezco sin ropa o media vestida.
──Eres muy loca para dormir y por el calor inconscientemente te vas quitando la ropa.
──A de ser por el calor ──respondió Karen.
La confianza dada por el dueño de la empresa a Damián y la astucia de este, propició que, al llevarle un legajo de documentos para su firma, incluyera un nombramiento en que se le asignaba un salario de veinticinco mil pesos mensuales, además el endoso con factura de una camioneta. No se percató el propietario de tal hazaña, al contrario, le agradeció su preocupación y desempeño en la administración de la compañía.
Las relaciones entre Damián y su hija no eran muy cordiales, al habitar la chica con su abuela paterna tenía libertad en sus actividades, algo que él no veía con agrado, constantemente le recordaba que había sido abandonada por su mamá cuando ella era niña y por lo tanto debería ser agradecida con su abuela y ser más hogareña. Ella se llenaba de rencor hacia su madre y también sentía coraje contra su padre, porque la recriminaba sin ser ella culpable de lo acontecido.
Al realizarse auditoría en la empresa donde trabajaba Damián, se detectaron las dos irregularidades cometidas por él, inmediatamente fue llamado por el dueño para que explicara su proceder, él argumentó que se las concedió el mismo por ser responsable y tener a la compañía en un alto nivel de ganancia; el cinismo de su respuesta exasperó al propietario que lo despidió en ese momento asegurándole que lo llevaría a juicio y encarcelaría. Damián no se inmutó, respondiéndole que lo demandaría por despido injustificado, dio media vuelta, se dirigió a su escritorio, tomó sus pertenecías y salió quitado de la pena sin despedirse de nadie.
Esperó que fuera ya de noche para llegar con su vaso de café para su esposa, ella lo recibió con agradecimiento. Él le contó que había sido despedido por el dueño de la empresa porque fue malinformado por envidias de los demás empleados, Irene creyó en las palabras de él y le preguntó qué haría.
──Abriré mi despacho de abogados con dos compañeros ──decía con aplomo al tiempo que sonreía maquiavélicamente── tengo dinero ahorrado y relaciones que es lo más importante, ¡ya verás qué bien me irá como profesionista y no dependeré de nadie!
Ella lo miraba con veneración impresionada por su personalidad, apuró el contenido del vaso hasta terminárselo y sintió sueño muy profundo, logró llegar a su cama quedando dormida, él la acomodó, le quitó la ropa para que no sintiera calor y durmiera plácidamente.
Se cambió de ropa, se puso un short y una playera, encendió el televisor para ver un noticiero, miró su reloj y eran las 11:35 de la noche, encendió un cigarrillo para controlar su ansiedad, salió de la habitación para dirigirse a la cocina y prepararse un café, lo tomó con calma, regresó a su habitación, pero antes con cuidado abrió la puerta del cuarto iluminado por una discreta luz donde dormía Karen, observó con morbo a la joven que ya tenía dieciséis años, comprobó que estaba totalmente dormida, cerró la puerta sin hacer ruido y se dirigió a la cama de la chica para abusar de ella.
Una tarde llegó una señora a la preparatoria donde estudiaba la hija de Damián, se identificó como su progenitora, solicitó hablar con ella, accedieron siendo pasada por la prefecta a un cubículo para esperar la venida de la chica, al llegar esta le preguntó quién era.
──Soy tu mamá y te he estado buscando.
──¡No te conozco y tú me abandonaste! ──fuera de sí le gritó.
──No sabes la verdad, tu padre te arrebató de mi lado y me corrió con amenazas y calumnias ──le decía entre sollozos.
──¡Mientes… vete no quiero verte nunca! ──le dijo con entonación de rencor.
──Me voy, no volveré a buscarte ──le expresó la señora── pero cuídate de Damián… no sabes de lo que es capaz.
La chica se quedó sola unos minutos, tratando de digerir el momento vivido, mientras en su mente se cruzaban un sinnúmero de ideas que la hundían en el mar de la confusión sobre la historia de su vida; deseosa de llegar a su casa para aclarar sus dudas que le laceraban el alma.
Después de tres días de ser despedido, Damián abrió su cómodo y equipado despacho de abogacía con dos amigos de estudio, siendo él, el jefe de la oficina, para asombro de su esposa Irene y el padre de esta, quien sospechaba que era producto del fraude realizado a la empresa.
Una de tantas noches cuando Irene dormía sedada con el café, Damián estaba en la alcoba a oscuras abusando de Karen, intempestivamente despertó y se percató de lo que le ocurría, quiso gritar, pero él le tapó la boca al tiempo que le decía con tono amenazante:
──¡Cállate… no grites ni digas nada, porque tu madre y tu hermanita pagarán las consecuencias!
La chica se quedó paralizada por las palabras que escuchó de quien pensaba que la trataba con cariño y respeto como el padre que no tenía desde niña, no lloraba estaba como ausente, mientras que Damián cometía su fechoría, después de concluir le dijo con tono entre amenaza y morbo:
──No olvides lo que te dije, vendré las noches que quiera y me tendrás que aceptar, porque siempre te he deseado.
Ella no pronunció palabra alguna, solo lo miraba con repugnancia.
Al salir él del cuarto, Karen dio rienda suelta a las lágrimas contenidas por haber sido mancillada truncándole la vida que empezaba a florecer; también lloraba de impotencia por no poder decir nada ante el temor de que cumpliera su amenaza, pues no dudaba que sería capaz de hacerlo, como se atrevió con ella a cometer tan reprobable acto.
Eran las siete de la mañana cuando la joven llegó a desayunar para irse a la escuela, se encontró a Damián que era atendido con afán por Irene, quien al verla le preguntó:
──¿Quieres lo mismo que desayuna Damián?
Terció él para decirle a Karen.
──El jugo de naranja y estos huevos con tocino están exquisitos, para recuperarse de una desvelada.
──¿Estudiaste hasta muy tarde? ──le preguntó Irene a su hija.
──Un poco ──respondió── pero casi no pude dormir, tuve pesadillas.
──Las pesadillas son por malos pensamientos ──acotó Damián con una sonrisa burlona.
──Solo tomaré el jugo porque se me hace tarde ──expresó Karen saliendo de prisa.
──Allá ella ──dijo Irene para concluir la plática y seguir atendiendo a su esposo.
El sábado a medio día llegó Damián a casa de su madre y fue recibido por su hija con una pregunta:
──¿Es cierto que tú me arrebataste de mi madre?
Sin turbarse por la inesperada pregunta, con aplomo le respondió:
──Es una mentira de tu madre, ──añadió── ¿por qué me dices esto?
──Porque me fue a ver a la escuela y eso me dijo ──agregó── dime la verdad.
Se acercó a su hija, la abrazó y le expuso:
──Ella era una mujer ligera, que no era un buen ejemplo para ti, por esta razón te hice un bien apartándote de ella. Olvídala y piensa que quien te ama soy yo y siempre te tendré con tu abuelita para que te acompañe.
La chica se dejó consentir por su padre, que le prodigó palabras de confianza y muestras de cariño.
Al despedirse le habló confidencialmente a su madre y le recomendó que la tuviera vigilada y de ser posible evitara que saliera, porque su progenitora se la quería robar. La abuela aceptó lo indicado moviendo afirmativamente la cabeza y pensando en las palabras de su hijo.
Esa noche como de costumbre, llegó Damián con el grato café para su esposa Irene, se lo entregó y le dijo
──Disfrútalo, porque te hace bien ──dándole un beso. Agregó ──sin embargo, me he dado cuenta que no tratas a nuestra hija con el debido cuidado que se merece porque se enferma con frecuencia.
──Me sorprendes ──respondió Irene y añadió── hago todo lo posible por atenderte a ti primero, luego a la niña y de último arreglar la casa, además trabajo.
──Pues no es suficiente, de seguir enfermándose, se la llevaré a mi madre.
──Eso no lo permitiré ──alterada Irene le contestó.
Luego él con voz melosa la invitó a tomarse el café mientras la abrazaba con pasión. Ella aceptó ambas cosas hasta dejarse conducir a la cama, para quedar profundamente dormida. La desnudó y cubrió con una sábana, mientras sonreía para sus adentros.
Pasada la media noche, solo cubierto con una trusa, se encaminó al cuarto de Karen, al querer abrir la puerta, notó que tenía seguro; se sintió más excitado, fue a la cocina tomó un delgado cuchillo y forzó la cerradura en silencio. Al entrar su respiración era acelerada y jadeaba como fiera al acecho de su víctima para poseerla. Así sucedió. Luego regresó a su cuarto y se metió bajo la sábana hasta quedar profundamente dormido.
Irene despertó se vio desnuda y miró a Damián que dormía plácidamente, pensó que él la había tomado hasta quedar satisfecho, se sintió alagada como mujer con su hombre. Lo buscó para agradecerle cómo la había tratado, haciéndolo despertar para verlo sonreír lleno de felicidad.
Días después, la pequeña enfermó causándole enojo a su padre, quien le reclamó a Irene por qué no cuidaba adecuadamente a la niña y la volvió a amenazar con quitársela por no tener la capacidad de ser una madre responsable.
──Nunca lo voy a permitir ──le contestó Irene visiblemente alterada.
──Pues ya estás enterada de lo que haré ──sentenció Damián──, además tengo relaciones para hacerlo y nadie me podrá hacer algo.
Irene por prudencia, prefirió quedarse callada.
Un día Irene fue a buscar a la niña a la salida del Jardín de Niños, grande fue su sorpresa al informársele que su papá había acudido por la menor una hora antes, con el argumento que tenía que llevarla con el médico; inmediatamente le habló por móvil a Damián para que le diera razón de la infanta.
──Está la niña conmigo ──con voz autoritaria le respondió── la llevé al médico y me informó que está desnutrida por falta de atención tuya; me extendió un certificado médico y presenté una demanda en tu contra para que se me otorgue la custodia y patria potestad de la niña.
──¡Es una mentira! ──gritó ella fuera de sí para luego romper en sollozos al escuchar que él cortaba la llamada.
En la noche se presentó como si no hubiera pasado nada, llevando en la mano el clásico café para Irene; esta lo recibió enojada con huellas en el rostro de haber llorado.
──¿Por qué lo hiciste? ──le reclamó── me has destrozado el alma.
──Te lo advertí, ──le dijo con calma entregándole el vaso de café── será pasajero, cuando se recupere la niña y vea en ti un cambio de actitud te la entregaré.
──¿No me mientes? ──tímidamente le preguntó.
──No, para que veas que no tengo rencor, te traigo tu café que tanto te gusta en la noche. Tómalo te hará bien.
Así lo hizo, sonrió con amargura, se sentó en la orilla de la cama, para quedar vencida por el sueño. La acomodó en la cama y la desnudó, cubriéndola con una sábana, luego se desvistió quedando en trusa y encendió un cigarrillo, miró su reloj eran las 11:30 de la noche, se entretuvo mirando una película en el televisor, cuando concluyó era la una de la madrugada, se levantó estiró sus brazos y sonrió, para encaminar sus pasos al cuarto de Karen; estaba oscuro y ella dormía sin saber lo que en minutos viviría. Damián con cuidado fue quitándole su ropa, hasta quedar sin ninguna prenda de vestir, se fue sobre ella como fiera que devora a su presa, esto hizo que ella despertara para darse cuenta de lo que le pasaba, él le dijo:
──Tengo a tu hermanita ──con voz amenazante── debes ocultar lo que vivimos ──con pasión le dijo.
──Sí, no diré nada ──respondió con temor y reprimiendo su impotencia.
Al concluir, le dio un beso que ella con repulsión soportó sintiendo la barba de él en su cara; quien se fue lleno de satisfacción, para meterse en la cama con Irene y dormir con tranquilidad.
Los días fueron pasando sin que Irene pudiera ver a su niña que estaba en casa de su abuela, Damián se negaba a llevársela, hasta que armándose de valor fue le contó a su padre lo que acontecía.
──Demándalo de secuestro y córrelo de la casa ──colérico le expresó── tienes mi apoyo, yo mismo te acompaño al Ministerio Público.
Ambos fueron y presentaron la querella, que de inmediato se inició el proceso judicial, al ser notificado Damián se sorprendió de la inesperada actitud de Irene y no tuvo más remedio que abandonar la casa, para irse a vivir con su nueva pareja.
Sin embargo, valido de sus relaciones y de la fraternidad de la que era miembro, tenía siempre recursos para evadir el encuentro entre Irene y la niña, porque él poseía ya otorgada la custodia y la patria potestad, ella solo disfrutaba el derecho a verla cada semana en la oficina familiar del Ministerio Público.
Esta situación fue desquiciando a Irene, que cada vez más se consumía físicamente; Karen se daba cuenta del deterioro de su madre y se sintió culpable de no hacer nada, porque ella tenía causas para proceder contra Damián, lo pensó mucho y al fin se decidió a actuar.
──Mamá quiero hablar contigo ──le dijo a Irene.
──Dime de qué se trata ──le respondió.
Llena de vergüenza empezó a contarle lo que Damián le hacía en las noches, ocultaba los detalles por pena, pero sí los dejaba entrever, su madre no salía de su estupor y petrificada escuchaba el relato de Karen, al fin reaccionó y se soltó a llorar abrazando a su hija, ambas se fundieron en un abrazo para reconfortarse, pasados unos minutos se separaron e Irene expresó:
──Ahora comprendo por qué todas las noches me traía café ──reflexionando añadió──, seguro le ponía algún sedante para que no me despertara. ──Exclamó con pavor── ¡Dios mío, me pudo matar!
Sin demora le dijo a Karen:
──Vamos por tu abuelo para que nos acompañe al Ministerio Público.
Al enterarse el abuelo de lo ocurrido montó en cólera y les dijo que fueran inmediatamente a poner la demanda; así lo hicieron.
Karen ya era mayor de edad y ella presentaría la denuncia, fue advertida que sería necesario que pasara con el médico legista, no se amilanó aceptó todas las pruebas e interrogatorios a los que fue sometida, sacando así todos los sentimientos de dolor e impotencia, por haber sido mancillada desde hacía tres años, además sabía que esta era la única forma de recuperar a su hermanita y que su madre dejara de sufrir.
Unos amigos le avisaron a Damián de la demanda que tenía, este se previno y evitaba estar en lugares públicos o en los sitios que frecuentaba, optó por refugiarse en la casa de su nueva pareja.
Irene aprovechó esta circunstancia y tramitó su divorcio con rapidez dada la demanda que tenía Damián, otorgándosele a ella la custodia y la patria potestad de la pequeña. Al cambiar el escenario, la madre de la menor logró órdenes de cateo en los domicilios donde se presumía podría encontrarse; sin embargo, los resultados eran negativos.
Ante las circunstancias, la familia de Irene recurrió a las redes sociales para difundir la desaparición de su hija y la demanda de violación que tenía Damián, esto provocó un revuelo en la ciudad de San Lázaro, porque nunca se había vivido algo semejante.
La presión ejercida rindió su primer fruto, la madre de Damián llevó a la pequeña al Ministerio Público para deslindarse de cualquier acción penal, quien inmediatamente fue llevada con su madre quién feliz la recibió al igual que toda la familia.
El cerco se iba estrechando en torno a Damián, que era buscado por un delito altamente sancionado, pero cometió él un error, confiándose de sus amistades, acudió al juzgado que seguía su juicio, para su mala fortuna en ese momento se encontraba el abogado que representaba a Karen, quién lo identificó y en compañía de agentes ministeriales lo persiguieron en sus patrullas para detenerlo, mientras él huía en su camioneta a toda velocidad, otros vehículos oficiales le obstruyeron el paso, quien al verse acorralado, no tuvo más opción que entregarse.
Su mayor preocupación no era ser arrestado, sino saber que cuando un violador es llevado a prisión, existen reclusos que vengan a las víctimas haciéndoles lo mismo que el abusador cometió; y su temor se cumplió despiadadamente.
No todo ha tenido un final feliz, porque la menor presenta secuelas emocionales del tiempo que fue apartada de Irene, Damián, no ha sido sentenciado por argucias legales a las que recurren sus abogados y compañeros de fraternidad.

lunes, 20 de abril de 2020

Diario de Ana Paredes y Arosemena


Marielena Delgado 


Departamento de Colombia* 02 de marzo de 1.871                       
Querido diario: Primero te voy a bautizar pues vas a ser mi único confidente desde hoy, ¿cómo te nombro? ¡Ah ya sé! ¡«Peludito»!, veo que tienes una llavecita para que solamente yo te pueda abrir y depositar mis confidencias en tus páginas.
Bueno eres un regalo de cumpleaños de mi padre. Te diré que hoy cumplí diecisiete años y tengo una familia ejemplar, me siento bendecida por ser parte de los Paredes y Arosemena. Mis padres me han dado una esmerada educación en el mejor colegio de la ciudad. Somos una familia numerosa, vivimos en una hermosa casona solariega en el Barrio San Felipe, mi madre dice: «Que pertenecemos a la más alta aristocracia de la ciudad». A pesar de que para mí lo más importante es que mis padres nos han sabido educar con valores muy sólidos como el amor a Dios, la lealtad, la justicia y, aunque haya suficiente dinero, dice mi madre «Hay que ser precavidos». Ahora que me presenté «Con formalidad», diría mi padre, te pienso escribir mis impresiones, dudas e inquietudes más profundas, ¡tus hojas serán las calladas cómplices de mi vida!
6 de marzo de 1.871
Querido diario, esta mañana hacía más calor que otros días y la humedad era sofocante. Me asaltó de pronto una inquietud inexplicable, como si estuviese destinada a conocer a un ser especial o que algo trascendental tenía que vivir, no lograba comprender esa sensación y compartí mi confidencia a Olga, mi paciente institutriz, ella me dijo, «Son intuiciones femeninas señorita, no se preocupe mucho». Previo permiso de mi madre me vestí con un fresco vestido campana color rosa, Olga me comentó: «Hoy está usted muy linda señorita», y yo «Gracias, Olga» e iniciamos el recorrido por algunas calles atestadas de comerciantes, luego fuimos al puerto a observar qué habían traído de nuevo, respire el agradable olor a mar y sentí la suave brisa que tanto me gusta y que atenuaba un poco el calor en esos momentos; cuando de pronto me llamaron la atención unos sombreros hermosos que están muy de moda. Me acerqué donde un joven agradable que conversaba con otros comerciantes enseñándoles su mercadería. Cuando ellos se retiraron, él se dirigió a mí estirándome su mano con aplomo y con una venia respetuosa y una amplia sonrisa en su rostro me dijo:
—José Eloy Alfaro Delgado, mucho gusto señorita.
—Ana Paredes y Arosemena, el gusto es mío —titubeé
Intercambiamos unas cuantas frases, me enseñó sus finos sombreros confeccionados en su país, Ecuador, en una pequeña ciudad, llamada Montecristi, de donde es oriundo. Su mirada es chispeante, su manera de hablar y ademanes demuestran una recia personalidad que me impactaron. Me confesó que era dueño de Alfaro y Asociados, compañía importadora de finos sombreros que hace algunos años logró formar en nuestro país y que, aunque no necesita ofrecer su mercadería, ya que en la actualidad tiene pedidos al por mayor, le gusta hacerlo para mantener el contacto con la gente y escuchar la opinión de las personas. «Con todo respeto, personas lindas como su merced». Me dijo y yo «Muchas gracias”. Todo cuanto me contaba me pareció muy interesante. Ya en casa le dije a Olga «Ahora aprendí que son las intuiciones femeninas de las que me hablabas».
07 de marzo de 1.871
Diario querido, no he dejado de pensar en aquel joven, no sé si eso será amor, pero siento que un calor me quema el rostro cada vez que lo recuerdo, temo que en casa se den cuenta. Deseo verlo nuevamente, conversar con él, ver su cálida sonrisa y sentir su mirada, estoy segura de que yo tampoco le soy indiferente. Mi corazón palpita más acelerado solo recordando su presencia.
15 de marzo de 1.871
No te he escrito algunos días, mi Peludito, ando algo inquieta desde el encuentro con ese joven, a los nueve días de haber conocido a Eloy tuve la oportunidad de verlo otra vez, ¡Ave María Purísima! Fue muy emocionante, sus ojos brillaron de emoción y me dijo lo mucho que había pensado en mí, que era capaz de ir a buscarme, pero no sabía exactamente donde… mientras hablaba me tomó de la mano y se fue acercando más hacia mí, yo sentía desfallecer, su proximidad era tanta que Olga, mi chaperona, tuvo que toser, él turbado se excusó diciendo que fue la emoción del momento y mientras hablaba no soltaba su mano de la mía, mientras yo temblando la fui sacando suavemente disimulando mi azoramiento. Desde ese instante no quiso separarse, nos dijo con un tono firme: «Por favor bellas damas permitidme acompañaros», y nos siguió a casa, pues quería conocer donde vivía para presentarse ante mi familia. Nos encaminamos pese al nerviosismo de Olga que insistía que mi madre reprobaría la visita de un caballero desconocido, que no se había anunciado y además que era extranjero.
—No se preocupe buena señora ya cumpliré con el protocolo y las normas familiares. Lo más importante ahora es conocer el domicilio de la señorita Paredes, mis intenciones son de absoluta seriedad.
—Sí Olga, no seas quisquillosa por favor —le contesté sonriendo a pesar de mi nerviosismo.
Llegamos a casa un tanto agitadas por la compañía, mientras caminamos me enteré de que tiene veintinueve años y es todo un experto en política, ha viajado mucho y conoce gente muy interesante. Ya en casa mi madre se sorprendió en primera instancia y luego sometió a mí nuevo amigo a un corto interrogatorio del que salió victorioso, además para mí sorpresa, consiguió la autorización para visitarnos nuevamente y presentarlo ante mi padre ya que juntos decidirían el permiso definitivo.
20 de marzo de 1.871
Querido Diario Peludito, ¡no lo podía creer! No sé qué hace Eloy pues consigue imposibles. ¡Estoy feliz!... Cuando expuso su procedencia con mis padres dijo que empezó como un comerciante de finos sombreros, trayendo y vendiéndolos, en un principio era solo un negocio familiar, luego por la gran demanda en estas tierras se pudo independizar y ampliarlo; así creó la compañía importadora, ahora a sus apreciados sombreros les llaman: Panama hat. Mi padre, muy serio lo escuchaba y de vez en cuando lo interrumpía para preguntarle alguna inquietud de acuerdo con su narración. Continuó Eloy diciendo que su padre Manuel Alfaro González, emigrante español, se casó con su madre, oriunda de Montecristi, su padre le enseñó el mundo de los negocios, el arte de la guerra y el amor a las libertades. Mencionó también que se encontraba en nuestro país en calidad de exiliado político, ya que en el suyo corrían vientos dictatoriales, y fue el cabecilla de una fallida revuelta contra el presidente Gabriel García Moreno, que está considerado como un tirano y que junto al clero tienen sumido al pueblo en la ignorancia, ¡en medio de una marcada desigualdad social y, ¡puedes creer, Peludito!, que cuando toca estos temas ¡su rostro se enciende y habla con vehemencia! Yo lo admiro y creo que estoy enamorada de él, pero te confieso que me atemoriza esa pasión algo loca de Eloy por la política, pues creo que es capaz de perder hasta la vida por sus ideales. Estaba algo nerviosa por la opinión de mi papá José María hacia mi pretendiente, ya que él es muy estricto en lo que respecta a las amistades, pero la conversación tan elocuente y sincera, los modales tan gentiles que observó en Eloy hizo que, ¡mi padre concediera el permiso para visitarme!, «Eso sí, siempre acompañada». Luego a solas papá me dijo: «Hija parece un buen muchacho, emprendedor e inteligente, solvente económicamente, pero me inquieta su ardor revolucionario y su trajinar político, dicha situación siempre tiene sus riesgos, estaré atento». Yo atiné en agradecer a mi padre, sorprendiéndome del poder de simpatía que irradia Eloy no solo conmigo, sino con el resto de las personas.
15 de mayo de 1.871
Querido Peludito, mi mundo cambió drásticamente a partir del seis de marzo que conocí a Eloy, me sigue gustando leer poesías, tocar el piano, pasear en las tardes frescas bañada por la brisa del mar con la fiel Olga, ¡pero nada se compara a los momentos que paso en compañía de mi Eloy!, que con la venia de mis padres ya fue aceptado. Mi admiración por él se está convirtiendo en amor. ¡Es tan tierno! Me dice: «Anita querida, ¡tiene usted los ojos más bellos que jamás he visto!», es muy delicado y cariñoso. ¡Además, muy inteligente! No sé qué más podría agregar. Sus ideas liberales y deseos de mejorar la calidad de vida de su gente me enternecen, al igual que los anhelos de igualdad y justicia, aunque también me invade cierto temor, como ya te he confesado. Su vida es muy interesante como sus viajes, un día me decía entusiasmado haber conocido en Washington a José Martí, otro día, a Antonio Macedo, jóvenes ilustres cubanos que luchan por los mismos ideales que Eloy.

08 de enero de 1.872
Peludito querido, os pido disculpas, pues te he descuidado un poco por tantos acontecimientos, pero ahora es muy importante contarte que ¡Eloy pidió mi mano y pasado mañana nos casaremos con el consentimiento de mis padres! Mi papá estaba un poco reticente, pero mi madre se encargó de convencerlo ya que ella desde el principio congenió con mi novio. ¡Estoy feliz!¡Emocionada y a la vez asustada!, pues sé la gran responsabilidad que me espera, convertirme en esposa de un líder político. Mis padres nos dieron su bendición, aunque antes mi padre le advirtió a Eloy: «Mi hija está preparada para llevar un matrimonio como Dios manda, pero siempre recuerde que ella es una joya preciosa y debe cuidarla como tal».

10 de enero de 1.875
Han pasado tres años desde que Eloy y yo contrajimos nupcias, fue un día muy significativo el diez de enero cuando unimos nuestras vidas ante Dios y con la venia del sumo Pontífice Edmundo López de la Catedral Metropolitana de Santa María La Antigua. Mi padre organizó una gran recepción con muchos invitados de nuestra parte y unos pocos amigos de Eloy, en su mayoría intelectuales, empresarios y unos pocos familiares. Todo salió perfecto, ¡No cabía de tanta felicidad! Querido Peludito, te he tenido abandonado por lo que te pido mil disculpas y en honor a mi aniversario de bodas te escribiré los días diez, cada vez que sienta predisposición para sentarme hacer un recuento de mi existencia. Vivimos tres años de relativa paz en nuestra ciudad, tuve mis dos primeros hermosos hijitos, Bolívar y Colombia, Eloy se dedica por entero a sus negocios, agrandó su empresa Alfaro y compañía aprovechando que nuestro país vive actualmente en bonaza económica por la construcción del canal, mi marido puede ayudar y expandir su comercio, tiene tres hermanos estudiando fuera del país, empieza a comerciar con Inglaterra, es agente de una línea de navegación alemana y tiene acciones en las minas de plata Corozal. No me puedo quejar, querido Peludito, Dios me ha dado un excelente esposo que suple todas mis necesidades materiales y emocionales más allá de mis expectativas. Sin embargo, esta relativa calma fue interrumpida cuando llegó la noticia: que el presidente García Moreno muere y mi querido esposo siente la obligación moral de regresar a su amada patria, sus coidearios lo esperan. Desde ese día se termina la paz para mí y Eloy empieza un intrincado periplo por la lucha política de su país. Sus reveses son tantos, que sus enemigos le han apodado «General de las derrotas». Llega a casa cansado y algo frustrado por las deslealtades, pero enseguida me dice: «Aún no me han vencido» y empieza a planificar otro golpe. A decir verdad, mi vida no es fácil, cada que se ausenta mi alma queda en vilo, empero lo amo y él me ama. Sabía de su gran misión desde que lo conocí. Mis padres nos visitan de vez en cuando y mi papá al despedirse acaricia tiernamente mi cabeza y me dice: «Hijita justamente esta vida apremiante era el gran temor que siempre tuve, Dios te bendiga».
10 de enero de 1.879
No sé cómo empezar me han pasado tantas cosas, pero comenzaré por abreviarte cuatro azarosos años de mi vida. Veo a Eloy como se desgasta hasta el cansancio y siento que debo seguir apoyándolo, gran parte de nuestra fortuna familiar se está usando para apoyar la sublevación armada. En noviembre del año pasado lo apresaron y debí acudir al cónsul de Colombia para que gracias a su intervención y a la defensa valiente de Juan Montalvo¹ soltaran a Eloy después de noventa y siete días de encierro. Se encontraba muy enfermo, reumático e hinchado, ¡Por Dios me impresioné al verlo! Hasta necesitó ayuda para caminar. Estuvo algunos días en reposo y se fue recuperando poco a poco.  Cada ataque suyo y de sus Montoneros (cuerpo armado de la guerrilla) era repelido y derrotado. Pero pronto se levantaba otra vez con más ímpetu.
Ya tenía más de un año que se emocionaba con un proyecto muy ambicioso, el de construir el ferrocarril transandino. Me comenta que la realización de esa obra constituiría un avance significativo para el desarrollo comercial y turístico de la nación. Habiendo vivido gran parte de su vida en el destierro, mi Eloy tiene una clara concepción integracionista de los pueblos continentales. De igual forma su pensamiento va más allá de sus fronteras cuando le escucho decir: «Hay que unir a las Américas. Ese era el mandato supremo de Bolívar».
10 de enero de 1.895
Mi Eloy, en medio de su trajinar político, cuando hoy llegó a casa me obsequió un gran ramo de rosas, siempre está pendiente de nuestro aniversario, a pesar de sus múltiples responsabilidades, no deja de sorprenderme. Peludito querido, sigue siendo mi caballero galante, aunque hay ocasiones en que me refugio en el amor de mis hijos y a ti no te puedo engañar, sufro por los continuos peligros que enfrenta Eloy, temo por su vida en constante riesgo. Releo tus páginas de hace unos años y recuerdo que fue justamente por esos ideales de libertad y justicia por los que me enamoré de él, pero ahora me pesan mucho, mi Peludito, pido a Dios que me de fortaleza para seguir siendo su compañera de vida. Junto a mis amados hijitos, he llorado sus derrotas y vitoreado sus triunfos. Ocurrieron ciertos cambios en la política ecuatoriana que desató el descontento popular, el tres de enero estalló el escándalo de «la venta de la bandera»² obligando al presidente actual, Luis Cordero Crespo a renunciar a su cargo.
10 de enero de 1.896
En junio del año pasado, después de tantas batallas, al fin y triunfa la Revolución Liberal en Guayaquil, Eloy estaba conmigo en Panamá y fue proclamado jefe supremo por lo que regresa a su patria siendo recibido como un héroe y reverenciado por muchos compatriotas.  El veinte de agosto del mismo año piso por primera vez tierras ecuatorianas con mis hijos cuando su padre estaba ya declarado presidente del Ecuador. Aunque había que esperar que se dé una instancia legal para que asuma el poder. Por fin se hizo justicia y logra que la Asamblea Constituyente lo apruebe y debe gobernar en el período de cuatro años (desde 1.897 a 1.901). Guayaquil con su clima parecido a Panamá y la amabilidad de su gente hizo agradable mi estancia y acoger estas tierras como mi segundo hogar. Eloy, congruente con sus ideales libertarios americanistas, a fines de ese mismo año se atrevió a escribirle a la Reina Regenta de España para que concediera la independencia de Cuba. Pienso que estas líneas que se iniciaron como un pasatiempo juvenil, el día de mañana constituirán un legado familiar.
10 de enero de 1.906
Mi Eloy ahora tiene la gran oportunidad de hacer muchas reformas trascendentales por el bien de las mayorías, pero son muy duros tiempos, los ricos terratenientes, los conservadores y hasta el clero declaran abiertamente su oposición por los drásticos cambios que ha promovido en el país y que afectan a sus intereses económicos y políticos. La Iglesia es dueña de extensas propiedades urbanas y rurales, además los curas controlan los matrimonios civiles, nacimientos y defunciones; Eloy crea el Registro Civil dejando insubsistente a las autoridades eclesiásticas que imponían su criterio religioso al extremo de no considerar ciudadanos a quienes carecían de fe de bautismo y por ende no podían estudiar, ni ejercer cargos públicos; mediante decreto presidencial promulgó la libertad de culto. Eloy separa la Iglesia del Estado, mediante leyes que empiezan a ejecutarse, abolió el famoso «diezmo» que constituyó una de las tantas fuentes de enriquecimiento del clero. Confisca sus bienes y establece el laicismo. La educación empezó a ser obligatoria y gratuita para hombres y mujeres. Fue una verdadera revolución. Sus contrincantes políticos y el clero ahora le apodaban: “Encarnación del demonio», «Anticristo», entre otras barbaridades. A pesar de esas acusaciones, mi querido esposo siempre lleva un escapulario, fue bautizado y contrajo matrimonio eclesiástico, además pertenece a grupos masónicos internacionales que reconocen la existencia de Dios. Él no está en contra de la Iglesia, sí en contra de los abusos de poder. Llega a casa cansado de tanta incomprensión y traición y por momentos se olvida de esa dura batalla y se convierte en un esposo dedicado y un padre muy cariñoso. A pesar de la fuerte oposición política, el sector bancario tuvo una rápida expansión, el laicismo se fue consolidando, los exportadores también veían con buenos ojos el desarrollo comercial dejando atrás al viejo sistema feudal. Pienso que, gracias a estas circunstancias y a la necesidad de culminar ciertas obras inconclusas, como el ferrocarril, se fueron creando las condiciones para un segundo periodo presidencial (1.906 a 1.911).
10 de enero de 1.920
Ya son ocho años de la muerte de mi adorado esposo y me cuesta mucho continuar viviendo. La depresión fue tan grande que no tenía fuerzas para narrar mi vida en ausencia de quien fue mi gran amor. Siento que son las últimas líneas que te escribo Peludito querido, testigo de mis vivencias, haciendo un resumen de nuestras vidas, puedo deciros hijos míos que vuestro padre, en tan solo siete años en el poder, trasformó la República y pudo cumplir su sueño por el que tanto batalló junto a sus montoneros durante treinta y un años. El veintiocho de enero de mil novecientos doce fue un día trágico y una página negra para la historia del país, una turba enceguecida y azuzada por la prensa y los enemigos sacan a Eloy del panóptico, lo asesinan, lo arrastran y lo incineran junto a sus hermanos y otros líderes. A este execrable hecho le han denominado «La Hoguera Bárbara» y ha sido repudiado a nivel internacional como un acto de barbarie y violencia insólita. Para mí y vosotros mis hijos queridos, a quienes dedico estas últimas páginas, constituyó el día más amargo de nuestras vidas, no podía creer tanta crueldad e ingratitud.
Como tú ya sabes, Esmeralda, hijita querida, estoy ciega y agradezco vuestra ayuda en plasmar las últimas páginas de mi querido Diario Peludito, costumbre que empezó a mis\ diecisiete años. Mi hijo Olmedo está dedicado a reivindicar en sus escritos la memoria de vuestro padre y su posición política. Yo sencillamente te puedo asegurar, hija mía, que, con este macabro acto, pudieron desaparecer su cuerpo, pero jamás sus ideales. Luego me enteré de que cuando condujeron a tu padre a Quito, paradójicamente en el mismo ferrocarril de sus sueños, para la inmolación, en la parada de Huigra³, Eloy, ya intuyendo su fin, le dijo al italiano Catani, dueño del hotel: «Despídame de mis hijos, que acompañen a su madre, que no beban nunca, pues no hay nada peor que la embriaguez». «Dígales usted, que voy a morir, pensando en ellos, hijos queridos de mi alma». Siendo guerrero y pensador, estadista y gobernante sostuvo que «El padre de familia, sacrificándose siempre por la causa pública. Trabaja no solo por la felicidad general, sino por la felicidad de sus descendientes en particular». También decía «Nada para mí, todo para la patria». Tengo tantos recuerdos de sus frases, sus avatares, continuamente pensando en los demás, su franqueza y nobleza de espíritu siempre vivirán en nuestros corazones hijos míos y, a lo mejor, también en el de mucha gente.
Fue el amor de mi vida y doy fe de su loca pasión por las causas populares, me consta su honestidad, pasamos etapas de pobreza porque su prioridad era la patria. Tu padre fue mi mundo hijita, puedes leer mi diario, mi niña, ahí detallé gran parte de mi vida con fechas. Sé que mi Eloy luchó hasta el final. Esposo idolatrado, padre cariñoso y hogareño; no merecía aquel fin tan espantoso. Ahora ciega, siento que son mis últimos días, mis ojos ya no quisieron ver las terribles injusticias acontecidas. Cumplí ya sesenta y seis años y recordando mis vivencias de muchos años atrás concluyo que, a pesar de todo, valió la pena ser la esposa, compañera, confidente y amante del mejor presidente que ha tenido el Ecuador, el ser humano más noble y valiente que he conocido. Hijita de mi vida, te doy la bendición a ti y por favor hazla extensiva a tus demás hermanos porque ya las fuerzas se me están agotando y siento que mi hora final se está acercando.
25 de mayo de 1.920
PD. Mi madre querida, dueña y autora de este diario falleció hoy con la satisfacción del deber cumplido. Fue una abnegada esposa y madre que con su ejemplo dio lecciones de vida a sus hijos y demás generaciones. Fallece ocho años después de la muerte de mi padre y cinco meses después de haberme dictado su capítulo final. Madre querida, descansa en paz y ahora junto a mi padre se seguirán amando como el primer día en que se conocieron. Te amo hasta el infinito, Esmeralda Alfaro Paredes.


*Departamento de Colombia, ahora Panamá.
¹. Juan Montalvo destacado, ensayista y novelista ecuatoriano, su pensamiento liberal y anticlerical marcó un hito en la historia del periodismo ecuatoriano.
².  La venta de la bandera.-Los sucesos se iniciaron a fines de 1894 cuando China y Japón se encontraban envueltos en guerra, y este último país necesitaba con urgencia adquirir armas para su defensa. Al ser notificado del conflicto el Ecuador no se declaró ni neutral ni beligerante, no así Chile que adoptó la neutralidad y, en consecuencia, de acuerdo con las normas de derecho internacional estaba impedido de vender armas a los países en conflicto; más, como deseaba vender al Japón el crucero de guerra “Esmeralda”, se valió para el caso de un medio al parecer inocente y sencillo: la falsa y doble transferencia del buque “Esmeralda”, figurando como que el Ecuador lo compraba a Chile y lo vendía luego al Japón.
³.Huigra, parroquia rural del cantón Alausí, donde confluye gran parte del turismo vía tren en el Ecuador.
Bibliografía: Los últimos días de Alfaro. Diario El Comercio. Documentos para el debate PDF
28 de enero, La Hoguera Bárbara. Centro cívico, Ciudad Alfaro.

viernes, 17 de abril de 2020

Que me lo diga ella


Antonio Sardina Cecine 



Se encontraba solo en el jardín, como la mayor parte del tiempo que estaba en su casa, aunque esta era una afirmación que le costaba mucho aceptar, pues nunca sintió esa casa suya en realidad.

La mayor parte del tiempo de su corta vida (once años) vivió en internados en Estados Unidos de donde acababa de llegar para pasar sus vacaciones de verano y a donde tendría que regresar para terminar la primaria. De su casa recordaba estar solo en su cuarto jugando y cuando el tiempo era bueno, salir al jardín, solo, cuidado siempre por la nana en turno.

Su recuerdo en ese momento estaba lleno de su madre, la pensaba siempre guapa y cariñosa con él, pero con una mirada extraña y esquiva que a él le parecía triste sin entender por qué. La amaba sobre todas las cosas y sufrió cuando lo separaron de ella para enviarlo al internado. Lo único que lo consolaba era llegar a verla y volver a aspirar ese perfume único de flores frescas que lo llenaba al abrazarla.

Y ahora le decían que ella no lo amaba, que se había ido sin querer verlo más. Había explotado su mundo llenándolo de un vacío en el estómago y unas ganas inmensas de llorar.

Sabía que eso no era posible, cómo podría ella haberse ido dejando a su hermanita de tres años y a él, cómo podía no quererlos. Sabía que ella sí lo amaba, de seguro era otra mentira de su padre, frío y cruel como siempre, pero si fuera cierto, quería que se lo dijera ella.

Recordaba cómo el miedo lo llenaba cuando escuchaba la puerta abrirse y reconocía los pasos firmes y cortos de su padre llegando a la casa y esperando que no se acercara a su cuarto, ese miedo que también reconocía en su mamá cuando se levantaba presurosa a alisarse la falda y correr a su encuentro. Recordaba a veces el encierro de los dos en la biblioteca o en la recámara principal, los gritos de su padre y los sollozos de ella; y a veces también escuchaba los golpes, veía las huellas rojas en la cara y el evidente llanto reprimido al preguntarle:

–Mami, ¿qué paso, te pegó?

Ella siempre sonreía.

–¿Cómo crees? Me pegué con algo, solo estábamos discutiendo, pero nada importante.

Luis hacía como que le creía porque también había sentido esa misma pena de decir la verdad cuando le pegaba, conocía esa sensación de que tal vez él había tenido la culpa.

Tenía muy claro el recuerdo del verano anterior, cuando la vio muy diferente, con la mirada brillante y aquel aroma a flores frescas distinto, más intenso y con elementos adicionales que no había reconocido, tal vez más cítricos y ella misma más dulce y platicadora, inclusive con su padre en la comida familiar y después sola con don Mariano, el abogado de la familia que iba muy seguido. Con él tomaba café, platicaba y reía en la biblioteca. Él, en ese tiempo, había sido muy feliz, el mejor verano que había tenido desde que fue al internado, sintiendo el amor de su madre más intenso y total que nunca. Por eso no pudo creer que se fuera así.

La casa de su padre era muy grande, seis sirvientes se hacían cargo de ella, y de él se encargaba su nana, que en este verano no estaba, tampoco sabía por qué. Estaba en el barrio de San Ángel. Luis conocía bien el rumbo por acompañar a los sirvientes y a veces a su madre al jardín de San Jacinto o a la iglesia y al mercado, lugar al que adoraba ir porque le fascinaban los colores, olores y sabores de las frutas, flores y comida que se mezclaban en un revoltijo organizado en cada puesto.

Tenía muy presente esa ocasión este último verano, cuando salió con su madre y don Mariano escuchando música, platicando y riendo de todo y nada, jugando a repetir los nombres de las calles tanto en la que transitaban como las que cruzaban, un paseo maravilloso, aunque lo hayan dejado esperando en el auto cuando se bajaron en un edificio y regresaron pasado mucho tiempo, su madre con un semblante extraño y feliz, aunque en el camino de regreso no platicaron mucho.

Al llegar ese pensamiento no lo dudó y aprovechando que ningún sirviente estaba cerca, se enfiló a la puerta del jardín y salió a la calle de Reina, desde donde caminó hasta la avenida de los Insurgentes y subió a un camión por segunda vez en su vida, inspirado por una ansiedad que lo llenaba y un coraje contra su madre, su padre y su vida. ¡Que me lo diga ella!

Supo a la perfección dónde bajarse, estaba seguro que era ahí, caminó una cuadra hacia la derecha adentrándose en la colonia del Valle y dio vuelta a la izquierda hasta que reconoció el edificio.

Tocó el timbre de la portería y por el interfono les dijo que por favor le abrieran:

–Soy el nuevo inquilino y vengo de la escuela, no me sé mi departamento todavía.

La portera contestó:

–Sí claro, el del cuatro, pasa, hijo, si no ha llegado tu madre vienes a la portería y la esperas –sonó el tono de abrir y empujó la puerta, subió al primer piso y llamó al departamento cuatro.

María Aurelia abrió y lo vio, y sintió como nunca antes el dolor y la vergüenza.

Lo abrazó y lloró… y lloraron.

miércoles, 15 de abril de 2020

Confesión de un asesinato

Constanza Aimola



Por mi bienestar emocional y mental tomé la decisión de confesar, antes de ir a la policía voy a escribirlo detalladamente por si algo sucede en el camino para que todos se enteren de la verdad, pero también me ayudará a recordar para incluir en la declaración todos los detalles.
Para comenzar quiero expresar que no me convertí en una asesina de un momento a otro, a través de mi vida había intentado cometer crímenes en repetidas ocasiones, sin embargo, no sé por qué ni cómo lograba contenerme.
Estoy segura de que para un potencial asesino hay formas de calmarse, pero también creo que un detonante en particular es el que lo lanza a ese hoyo sin retorno como en mi caso. 
Permanezco encerrada en el baño público de una vieja gasolinera, intentando encontrar un momento para pensar en todo lo que ha sucedido.
Es importante empezar explicando que mi vida era tranquila hasta que decidí aplicar a una vacante en el hospital que trabaja mi esposo. Yo estaba empleada como vendedora en una tienda de ropa en las mañanas, en las tardes cuidaba a mi hijo, ahora entiendo que tanta presión en el hospital fue en parte lo que me hizo explotar.
Me encargaba de atender a las personas que venían molestas porque tenían alguna queja del servicio del hospital, los médicos o las enfermeras, cada día desde las seis de la mañana en punto, llegaban decenas de personas a insultarme como si yo tuviera la culpa. Pocas veces decían buenos días, nunca llegaban con una sonrisa que yo si estaba obligada a tener bien pronunciada al punto del espasmo en las mejillas. Estaba sentada en una silla vieja de cuero negra con agujeros que parecían cráteres lunares con rodachines, bueno, eso es mucho que decir, cuando era nueva era así, en ese momento tuve que ponerle bolas de papel para que funcionara medianamente.
Mi puesto de trabajo era un cubículo de madera color miel todo rayado desgastado que me daba debajo de la cintura, lo recuerdo perfectamente porque no faltaba el pervertido que me miraba o hacía que intentaba tomar el bolígrafo que colgaba por una pita a mi lado de la mesa para que me rosara las piernas, además porque había un chiflón de aire impresionante que me pegaba justo en frente cada vez que abrían la puerta de entrada.
Mi esposo era camillero en el hospital, llevaba trabajando ahí más o menos cinco años. En ese tiempo según él sus jefes nunca le habían llamado la atención, era un empleado modelo, un compañero inmejorable y el consentido de los pacientes, pero cuando yo llegué todo cambió, intercedía por mí cuando llegaba tarde, era el que intervenía cuando discutía con un compañero, me cubría cuando tenía que ir el baño fuera del horario que me habían establecido para eso. Lo que nadie sabe es que tengo un problema de vejiga y mis riñones no funcionan bien, mis órganos no están acostumbrados a cumplir horario y en ese hospital parece que contrataran máquinas, no personas.
Voy a salir del baño para seguirles contando, me instalaré en la cafetería de una gasolinera que hay aquí muy cerca para poder avanzar con más detenimiento mi relato.
Todo empezaba a empeorar, cada mañana llegaba con la intención de renunciar pero mi marido no me dejaba, decía que tenía que ser más luchadora, que no podía apabullarme por cualquier cosa, que teníamos que sacar a nuestro hijo adelante y pagar las deudas, me lo decía de una manera que no le podía decir que no, había sido tan bueno conmigo toda la vida que era incapaz de negarme. Entonces me daba la bendición no teniendo más que seguir con mi vida.
Después de eso estuve algunos días calmada, había encontrado la forma de manejar a los clientes, parecía que tanto trabajar en mi paciencia estaba surtiendo efecto. Un día mi jefe, con cara de nada bueno, se me acercó justo cuando a las diez de la mañana después de estar cuatro horas trabajando sin parar. Me estaba levantando de la silla cuando me abordó y empezó a hablarme, era algo de una queja que había puesto un cliente, pero yo lo único que podía escuchar era mi estómago ladrando del hambre, mi vejiga dando alaridos porque ya no aguantaba más, mi cabeza que me recordaba que tenía quince minutos, que no iba a poder hacer nada cuando ya me tocaba regresar.
Finalizó su sermón metiéndome en la mano unos papeles arrugados con una demanda a la Súper Intendencia de Salud que puso un cliente porque yo lo había atendido mal, le había hecho perder tiempo, lo mandé a hacer una vuelta que era innecesaria, en lo que se demoró tanto, que a la mamá no la operaron a tiempo y murió. Me miró a los ojos advirtiéndome que esto me iba a costar el puesto, que le ayudara a pensar en qué contestar y cómo lo iba a ayudar o me iba a trasladar a mí la demanda.
Yo no tengo ni idea de esos procesos tan complicados por lo que me asusté, eso sí me dejó claro antes de irse que habían formas para poder evitar lo peor y como no quería defraudar a mi esposo ni perder el empleo estuve dándole sexo oral en la despensa del restaurante después de mi jornada laboral al menos la mitad del mes hasta que un día quiso más, parecía que tuviera la próstata de un hombre de treinta, no del cincuentón que era, pero,  no me daba la gana, así que le empecé a pegar puños mientras me decía que era muy bonita, que le gustaban bravitas, me tocó romperle en la cabeza un frasco grande de aceitunas que pesaba muchísimo, luego me lo quité de encima, abrí la puerta del cuarto frío, lo primero que hice fue esconder sus pies corriéndolos con los míos. Lo arrastré de los brazos hasta el fondo, le puse verduras encima, arrimé unas cajas, ya no se veía. Había matado a mi jefe, la mancha de sangre que se juntaba con la de la carne lo comprobaba, pero fue para defenderme porque quería abusar de mí.
Salí algo sobresaltada con ganas de irme para no regresar más, pero miré hacia abajo mientras me arreglaba el cabello, uno de mis zapatos tenía la punta untada de sangre. Entré al baño del área de urgencias, me lo limpié, ya sin tiempo para hacer algo más salí apresurada, me tropecé con un señor moreno, alto, a quien se le cayeron todos los papeles que tenía en una carpeta, se me hacía familiar, pero veo tanta gente en ese puesto que le ayudé a recoger los papeles, me puse de pie, me estaba sacudiendo las rodillas cuando escuché que me agradecía llamándome por mi nombre. Le pregunté si me conocía, contestando que era hijo de la paciente que se había muerto por mi incompetencia, en conclusión, era el cliente que nos había demandado, el único responsable de la muerte de mi jefe.
Puse cara de brava y lo empujé con fuerza apartándolo para quitarlo del camino. No paraba de gritar como si lo hubiera robado, las personas que estaban en la sala de urgencias se acercaban para escuchar. Me tomó fuerte por el brazo llevándome a uno de los consultorios que estaba desocupado. Todos estaban viendo como vulneraba mis derechos maltratándome y ultrajándome, él no tenía el derecho. Le puso llave a la puerta y me tapó fuerte la boca con ambas manos, me dijo que iba a pagar la muerte de su mamá. Mientras tanto escuchaba como afuera las personas gritaban, varios forcejeaban la puerta intentando abrirla. En realidad no pasó mucho tiempo, pero para mí parecía eterno, empecé a sentir las piernas débiles, que iba a perder el conocimiento cuando sentí que cada vez la presión era menor y el que se desvanecía era mi atacante, se cayó al piso, cuando lograron abrir la puerta me preguntaron qué había pasado, entre lágrimas les conté que se había vuelto como loco y que luego había caído al piso. Ya era tarde, estaba muerto, el dictamen fue paro cardiaco. Salí de allí un poco impactada, pero todos entendieron lo que había sucedido, hasta me dieron agua aromática. No tenía tiempo, por eso recogí mis cosas y salí corriendo por mi hijo al colegio.
Al otro día tuve que ir a trabajar o sospecharían de mí. Me puse el uniforme, me subí a los tacones como era costumbre, empaqué mi almuerzo y el de mi esposo, todo parecía transcurrir en calma, mucho más sin el intenso de mi jefe hasta que se rompió un tubo en el restaurante de los empleados, tuvimos que almorzar en un espacio mucho más pequeño que adaptamos como comedor.
El papá de una compañera estaba en una cita médica en el hospital por lo que se nos unió, ya en varias ocasiones hacía lo mismo, algunos le compartían algo del almuerzo haciéndole uno improvisado, en otras oportunidades traía un emparedado y compartía con nosotros.  
Era extraño porque me contradecía en todo lo que decía, me criticaba abiertamente, sin embargo, me hacía comentarios de doble sentido, me halagaba por los ojos. El señor estaba comiéndose una mojarra, que aunque era pequeña, tenía muchas espinas. Ya lo había mencionado, ahora estaba realmente muy atascado, empezó a toser yo lo escuché cuando ya había salido de la sala. Había fila para lavar los recipientes del almuerzo así que me puse los cubiertos en el bolsillo del saco y salí corriendo a mirar que estaba pasando. Los encontré a todos encima del señor, les pedí que abrieran paso porque yo sabía de primeros auxilios, salieron de inmediato a buscar a un médico, yo me quedé reanimándolo. Ya había perdido el sentido, se estaba poniendo morado, entonces le di respiración boca a boca, luego cuando abrió los ojos lo senté contra mi pecho, le apreté fuerte el tórax en repetidas ocasiones. El señor no respondía, cada vez se ponía peor, entonces vi que ya entraban los paramédicos. Cuando lo retiraron de mi pecho para subirlo a la camilla sentí frío, me miré y estaba llena de sangre, no sabía que estaba pasando, la hija del señor empezó a gritar como loca. Con el cuchillo que había puesto en mi bolsillo, sin querer lo apuñalé en varias ocasiones, tantas como lo apreté contra mi pecho cuando intentaba desatorarlo. Fue tan involuntario que quedé pasmada, todos se dieron cuenta de mi actitud, pero no de lo que había pasado, lo subieron a la camilla, se lo llevaron y a mí me atendieron con agua y aromática con mucha azúcar para sobreponerme.
Nuevamente tenía que ir por mi hijo al colegio, así que salí corriendo con mi esposo que ese día tenía turno hasta más temprano. Entre las primeras cosas que haré cuando tenga más ingresos económicos es pagarle un colegio mejor a mi hijo, este es húmedo, se respira un aire denso entre emparedado de huevo y mina de lápiz, las paredes están a medio pintar, en muchas se pueden ver los ladrillos, hay grafitis en las paredes del pasillo y algunos de los armarios en los que los niños más grandes guardan sus cosas están que se caen. Me da lástima tenerlo que dejar aquí con estas profesoras viejas, feas, con cara de brujas, sin embargo, es lo que ahora podemos pagar, es mejor que la escuela pública.
Yo sé que desde que estoy trabajando estoy descuidando un poco mis obligaciones en el hogar así como con mi hijo, sin embargo, no hay nada que me saque más de casillas, que alguien que no tiene ni idea de cómo es mi vida me lo recuerde o quiera opinar o hasta llamarme la atención. Justamente esto pasó el día siguiente cuando una compañera se incapacitó por lo que debí quedarme algo más de una hora para poder cubrirla, se me hizo tarde, mi esposo no alcanzó a llegar por el niño entonces lo sacaron a la calle, lo sentaron en una banca a esperarnos, tiene seis años, no me cabe en la cabeza que las profesoras hagan eso por más que nos hubiéramos demorado en recogerlo. Cuando mi esposo llegó lo encontró solo y llorando, menos mal nadie se lo robó, de inmediato pensé que quería sacarle los ojos a la señora profesora por haber hecho eso, pero me supe controlar.
Al otro día cuando fui a recogerlo llegué unos minutos temprano, esperaba hacerle el reclamo, entré, miré por la ventana, no estaba en el salón, así que esperé unos minutos mientras dejé al niño en el parque con sus amiguitos, como ya tenía que irme pensé en dejarle una nota. Empujé la puerta del salón, sentí que algo la trancaba, así que la empujé fuerte, entré, tomé un lápiz y un papel y le dejé la nota amenazante diciéndole de todo, incluía que me parecía el colmo que hubiera dejado a mi hijo solo, que tendría que enterarse quién era yo la próxima vez que lo hiciera. Cuando me dirigía a la puerta para salir la vi tirada en el piso con el gancho de colgar las maletas metido en el abdomen. Yo estaba segura de que no le había hecho nada, pero me tenía tan ofendida que cumplí mi promesa, le saqué los ojos, recogí la nota que había escrito, la arrugué y puse en mi bolsillo, finalmente salí sin que nadie pudiera verme.
En la tarde la mamá de un compañero de mi hijo me contó lo que había sucedido, la profesora estaba escribiendo los horarios detrás de la puerta, alguien había entrado, con una fuerza sobrehumana según hablaban, ocasionado tal accidente. Parecía que estaba horrorizada porque tenía los ojos por fuera, no pude confesarle que era quien lo había hecho.
Este es el crimen que confieso y acepto, porque los demás no los hice con intención. Bueno aquí entre nosotros porque nadie se imagina que la recepcionista de un hospital, mamá de un niño de seis años, esposa de un humilde trabajador camillero haya cometido estos horribles crímenes que les juro fueron por pura casualidad.
Bueno, ya me tomé cuatro cafés, estoy más tranquila, regresaré a mi casa para pasar una tarde de domingo atendiendo a mi familia como se debe y para prepararme para mañana enfrentar la rutina del trabajo.