jueves, 28 de enero de 2021

Sucede… así es la vida

Miguel Ángel Salabarría Cervera


Llegué a la Secretaría de Tránsito como a las nueve de la mañana para canjear las placas de mi auto, me formé pacientemente en la interminable fila fuera de las instalaciones, bajo los candentes rayos de sol.

Pasó un pequeño vendedor de periódicos y compré uno, lo hice por dos motivos: para leerlo haciéndome la espera amena, además y lo principal, cubrirme de los rayos solares que ya amenazaban con filtrarse entre las nubes.

Me dije filosóficamente: «Hacer fila ilustra», porque se tiene la oportunidad de platicar con alguien y así sucedió, detrás de mí se formó una persona, al mirar resultó ser un compañero de infancia

─Me da gusto verte Macario.

─También a mí ─me manifestó.

─Las veces que nos hemos visto solo nos saludamos a la distancia, pero ahora tendremos tiempo para platicar porque hay muchas personas delante de nosotros.

Él rió estruendosamente como era su característica, al tiempo que me palmeaba la espalda.

─Quién sabe a qué horas saldremos de aquí ─le señalé.

─Sí, sobre todo yo, porque vengo a canjear tres juegos de placas.

─Te felicito, porque tienes tres vehículos, yo solo tengo uno.

─No te creas, son del senador, soy su chofer, y también hago estos trámites.

─Bueno, es parte del trabajo ─le respondí.

─Qué has hecho de tu vida, ¿dónde trabajas?

─Trabajo en la universidad.

─Con el senador trabajo hace quince años, desde que entró a la política

─¿Y la familia?

─En esto no me fue bien y ahora estoy solo.

─«Mas vale solo, que mal acompañado», pero lo importante es tener tranquilidad ─le comenté en broma.

─Eso sí, vivo tranquilo. Lo que me molesta es recordar cómo se dieron las cosas.

Me quedé callado respetando su confesión y miraba para otro lado, en ese momento pasaba un joven vendiendo aguas frescas, lo llamé para tomar una y le ofrecí otra a Macario, pagué ambos refrescos e indicándole que era para mitigar el calor que iba en aumento, él la aceptó con agrado.

Pensé que cambiaría el tema, porque mi intención fue distraerlo al invitarlo, pero sucedió lo contrario. Con más confianza comenzó a platicarme sobre su infortunio familiar.

─Te voy a contar, para hacer más corta la espera ─tomó un trago de refresco, se limpió la boca, perdió su mirada en los rayos del sol que caían ya con fuerza y prosiguió─, hace años tuve una mujer, la conocí tiempo atrás, trabajaba en un almacén de ropa en el centro de la ciudad, y como yo ando por esos lugares con el patrón porque ahí están las oficinas de gobierno, pasaba por el lugar de su trabajo. Hasta que un día me animé a hablarle y me contestó, a partir de ahí empecé a salir con ella, nos hicimos novios, así estuvimos seis meses, hasta que le pedí que nos casáramos por lo civil y por la iglesia como «Dios manda», la quería bien y por esto le propuse matrimonio, me sorprendió que ella me dijera que no creía en el casamiento, porque de no funcionar sería un problema la separación y más si yo quería tener hijos.

Lo interrumpí, para decirle que, si desde ese momento no se dio cuenta que era una mujer que no compartía las aspiraciones de él, porque no quería formar una familia como todos esperan, y por lo mismo no era una relación que tuviera futuro estable.

─Además ella me expresó que «eso de matrimonio ya estaba pasado de moda», y que no le gustaban los niños, porque eran muy molestosos y había que estarlos batallando. ¡Sorpréndete! ─exclamó entre risa y congoja─, además «iba a perder su cuerpo».

No pude menos que sonreír, para que no se sintiera ofendido solo le pregunté que si era muy atractiva.

─La verdad sí, era muy hermosa, hasta el día de hoy.

─Vamos avanzando porque la fila se ha reducido y ya pronto entraremos a las oficinas y dejaremos de sentir calor, porque el sol está más intenso ─le dije al tiempo que me cubría de los inclementes rayos.

─Sí, «ya falta menos que cuando llegamos» porque ya tenemos más de una hora esperando ─comentó en son de broma y añadió─, lo que me comentas de ella, me lo dijeron familiares y amigos, pera ya ves cómo se pone uno cuando se enamora, no entiende razones y se deja llevar por el corazón, sin medir las consecuencias.

Sin pensar en cómo me iría con ella, acepté todas sus condiciones y nos fuimos a vivir juntos a una casa que con anterioridad ya había adquirido pensando en algún día tener una familia. Cuando ella se decidió, le compré muebles y todo nuevo a su gusto pensando en hacerla feliz. Vivíamos enamorados y todo fue de maravilla durante tres años, me sentía contento y terminé aceptando que no era necesario el matrimonio ni la presencia de los hijos para vivir felices. A todos les platicaba que se habían equivocado con sus expectativas negativas sobre nuestra relación, porque vivíamos como nunca lo imaginamos.

─Entonces, si todo iba bien, ¿por qué te lamentas ahora de esta relación?

─Camina que ya entramos a la oficina, podremos sentarnos y dejar de asolearnos, solo nos faltan como veinte personas para ser atendidos ─me dijo Macario.

─Tienes razón, ya estuvimos haciendo fila bajo el sol más de una hora, justo es sentarnos y disfrutar el aíre acondicionado para seguir platicando.

─Así es, terminaré por contarte qué fue de la relación que tuve con esa mujer.

Se pone serio, fija la mirada en un punto perdido como si los pensamientos se le vinieran en vorágine, respira pausado e inicia su relato con voz entrecortada.

─Ya te comenté que soy chofer del senador y lo llevo a donde él requiera, cuando estaba en campaña, recorríamos el estado por varios días, ausentándome de la casa, yo me iba con tranquilidad confiando en ella porque siempre me decía que no tuviera ningún pendiente al quedarse ella sola, pues no tenía miedo y la casa estaba protegida.

─Macario, si te causa malos recuerdos, no tienes por qué platicarme.

─No te preocupes, que algunos ya saben el chisme ─agregó─, una noche llegué de viaje pasada la media noche, entré y vi por debajo de la puerta del cuarto en que nosotros dormíamos la luz encendida, me extrañó, porque a ella no le gustaba dormir con luz y además cuando se dormía no despertaba hasta la mañana, no sabía qué hacer, caminé sin hacer ruido y me puse a escuchar a través de la puerta, oí gemidos de placer, el cuerpo se me encendió de coraje… quedé turbado no sé cuánto tiempo transcurrió, cuando reaccioné saqué la pistola que llevo en el cinturón dispuesto a matarlos, abrí la puerta de una patada, y los apunté, ellos gritaron interrumpiendo sus besos y caricias, para cubrirse sus desnudos cuerpos con las sábanas, me quedé mudo de sorpresa, al descubrir que el hombre que estaba con mi mujer… ¡era mi padre!

No pude expresar palabra alguna, ante el amargo relato del mi amigo de infancia… ya repuesto de la sorpresa, le palmeé la espalda para demostrarle mi apoyo y le sonreí con aflicción. Él recuperado del momento que le hizo revivir sus palabras, me miró y expresó.

─Iba decidido a lavar mi honra, al escuchar como gozaban de placer en mi casa y cama, al verlos desnudos… me contuve y bajé el arma, no les disparé porque era mi papá, no quise hacer una estupidez que ahora estaría pagando. Ellos me miraban sorprendidos, pero no estaban asustados, solo se cubrían con las sábanas que yo había comprado, fueron instantes que no sé cuánto duraron; el silencio se rompió cuando mi padre dijo.

─¿Qué vas a hacer?

─¡Largarme!

Di media vuelta y me fui de la casa, abordé el auto para irme a un hotel, tuve ganas de emborracharme, pero el patrón me esperaba a las siete de la mañana y no le podía fallar. Salimos de viaje y regresamos a los dos días, eran como las nueve de la noche, me dirigí a mi casa, entré y ella estaba ahí como si no hubiera pasado nada. Cuando salí de bañarme, me había servido la cena y me esperaba sentada a la mesa como siempre hacía. Al ver su actitud cínica después de lo ocurrido, sentí coraje, pero me contuve. No sabía si hablarle o no, pero debía enfrentar la situación, así lo hice y solo acerté a preguntarle.

─¿Por qué me traicionaste?

─No lo sé.

─¿Cómo que no lo sabes?

─Bueno, tu papá venía a verte y tú nunca estabas y él se quedaba platicando conmigo luego se iba después de cenar.

─¡Pero eso no era motivo para que los dos me traicionaran!

─Pues no, pero nos fuimos teniendo confianza y empezamos a hablar de nuestros sentimientos, y poco a poco nos fuimos entendiendo en todo.

─Es decir, ¿qué no era la primera vez?

─Para que te echo mentiras. No era la primera vez, ni recuerdo cuantas veces se dieron nuestros encuentros íntimos.

─¡No lo puedo creer!

─Sucede… así es la vida.

Casi no probé bocado, me limité a tomar café, para despejar mi mente y organizar mis pensamientos. Después de un largo silencio la cuestioné.

─¿Qué vas a hacer?

─¿Qué vas a hacer tú? ─me reviró con altanería.

Me sorprendió su cinismo, ahora la conocía cómo era en realidad, pero ya no me enojaba, había digerido lo más difícil y con aplomo le contesté.

─Yo, quedarme en mi casa, tú te puedes ir.

─No te preocupes, ya tengo a donde ir y estaré muy bien.

Dicho esto, se levantó con altivez de la mesa, se dirigió al cuarto, yo permanecí en el comedor mirando la puerta sin saber cuál sería su reacción. Al cabo de una hora, apareció con dos maletas y unas bolsas, y con frialdad me preguntó.

─¿Quieres saber a dónde me voy?

─No me interesa.

─Te lo voy a decir, para que no te vengan con el chisme y estés preparado. Me voy a casa de tu padre.

No lo esperaba, pero no me causó sorpresa porque finalmente los dos eran iguales.

─Espero que te dure la relación ─le repliqué.

─Yo creo que sí, es más hombre que tú.

─¡Lárgate!

─Ya me voy, pedí un taxi y ya está pitando.

Salió dando un portazo y con ello se cerró el capítulo más amargo de mi vida.

─¿Qué pasó con tu padre?

─Supe que viven juntos, pues mi mamá ya tiene años que murió, no tenemos contacto, cuando lo veo en la calle, lo evito y sigo mi camino.

─Es lamentable y dramático lo que te sucedió.

─Así es, vivo solo desde hace cuatro años, estoy tranquilo trabajando y la vida sigue.

En ese momento me llamaron en una ventanilla y a Macario en la próxima, nos despedimos previamente con un abrazo e iniciamos el trámite de canjear las placas.

martes, 26 de enero de 2021

Terror nocturno

Ixchel Juárez Montiel


Mucha gente cree que los monstruos no existen, pero Camila sabe que sí. Hay uno viviendo debajo de su cama. Un monstruo insaciable que devora niños como si fueran caramelos. 

La primera vez que lo vio fue la noche en la que se levantó a tomar agua y una enorme mano con garras le sujetó el tobillo. Lanzó un grito y sus padres fueron a verla, mas no pudieron encontrar nada malo. 

—Eso te pasa por ver películas de terror —la regañó su madre—. Te dije que tendrías pesadillas. Ahora duérmete que mañana vas a la escuela. 

Por supuesto que Camila no pudo dormir. Trataba de no prestar atención al ruido que el monstruo hacía cuando arañaba la duela de la habitación. Se cubrió el rostro con las cobijas, pero todavía lo escuchaba. Un terrible ser que se afilaba las uñas, esperando clavarlas en la tierna piel de una niña.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré —dijo el ente con voz cavernosa.

Pasaron los días y Camila se rehusaba a dormir, mas no podía continuar de esa manera. Era una situación insoportable. Por un tiempo les rogó a sus padres dormir con ellos. Se lo permitieron al principio. Él la consentía sobremanera, pero su madre no creía que fuera sano.

—Hoy dormirás en tu habitación —ordenó a la hora de la cena.

Camila abrió sus grandes ojos color miel para ver a su padre mientras intentaba convencerlo en silencio. El plan se arruinó cuando la mujer lo miró de forma amenazante indicando que la decisión estaba tomada y no habría discusión.

Se acostó y por un momento tuvo la ilusión de que el monstruo había muerto de hambre durante el tiempo en que ella no había dormido ahí. O tal vez, hambriento y aburrido, abandonó la casa para atormentar a otros niños.

Hasta que escuchó las garras arañando la duela.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré —repitió.

Se sentó en la cama y encendió la lámpara de la mesa de noche. ¿Por qué esos arañazos no estaban por la mañana? ¿Por qué los adultos no podían ver aquel espanto? No se atrevía a contarles nada. Sabía, de alguna manera, que no le creerían, sobre todo porque no tenía manera de probarlo.

—¿Y si te traigo fruta ya no me comes? —preguntó con voz temblorosa, animándose a negociar con el monstruo.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré —sentenció. 

Camila supuso que la fruta no le gustaba. No durmió tampoco aquella noche, pensando en qué podría ofrecerle para que la dejara en paz.

En una ocasión, antes de ir a la cama, echó un vistazo debajo y vio dos brasas encendidas. Los ojos del monstruo.

—¿Y si te traigo dulces ya no me comes? —insistió la niña.

Los ojos del monstruo brillaron más. No por el ofrecimiento. Camila escuchó algo parecido al sonido de algún líquido derramándose. Brincó hasta la cama cuando se dio cuenta de que se trataba de la saliva del monstruo, producto del hambre y de la visión de la niña tan cerca de él. 

—En cuanto te quedes dormida, te comeré.

Otra noche en vela. Camila no entendía por qué el monstruo no simplemente salía del escondite y se la comía. Escuchaba las garras contra la duela y una respiración profunda que después se convirtió en un ronquido permanente. 

Durante la merienda, a la noche siguiente, Camila se guardó unas galletas en el bolsillo. Ya no negociaría. Se las arrojaría al monstruo y tal vez se libraría así de la amenaza. Antes de ir al baño a lavarse los dientes y mientras sus padres continuaban despiertos, la niña aventó las galletas debajo de la cama. 

Al acostarse esperó y no escuchó nada. Suspiró aliviada. Mas justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño, el sonido de las garras la sacó del sopor, poniéndola alerta mientras el ronquido que hacía el monstruo al respirar llenó de nuevo la habitación.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré. 

Camila comenzó a llorar. Al principio en silencio. Pero el sonido de las garras y de la respiración del ente sonaban cada vez más y más fuerte. Hasta que no aguantó. Lloró y gritó atrayendo de prisa a sus padres.

—¡¿Qué pasa, mi niña?! ¿Qué tienes? —preguntó él en cuanto entró a la habitación.

—¡Debajo de la cama! ¡Un monstruo! ¡Dice que me comerá si me duermo!

Su madre se asomó al lugar con una mezcla de rapidez y furia mientras él permanecía sereno y abrazaba a Camila fuertemente. La niña comenzó a temblar. Esperaba con temor que, de un momento a otro, la garra del monstruo atrapara a su madre y la despedazara, esparciendo sangre sobre el suelo.

—¿Qué te he dicho de esas películas, Camila? —preguntó furiosa mientras se incorporaba.

—Quiero dormir con ustedes, por favor.

—Cariño —dijo su padre—, muy bien, pero será la última vez...

—¡He dicho que no! 

—Tiene miedo, por favor…

—¡Ya está grandecita para esos cuentos! ¡Las niñas grandes duermen solas y se acabó! ¡Te he dicho cientos de veces que esas películas te dan pesadillas!

—¡No es mi imaginación! ¡No lo saqué de ninguna película! ¡Está debajo de la cama!

—¡Ven acá y asómate! —le ordenó mientras retiraba las cobijas que colgaban hasta el suelo. 

Camila escondió la cabeza en el pecho de su padre, buscando algo de apoyo. Él le acarició el cabello con ternura, ¿por qué la mujer no podía sentir compasión por una niña aterrada? Sobre todo si se trataba de su hija.

—Déjala —dijo casi en un susurro mientras la abrazaba con más fuerza—. Está asustada.

—¡Pues debe aprender a no ser tan miedosa! ¡Especialmente de cosas que no existen! ¡Creyendo en monstruos a estas alturas! ¡Camila, ven aquí y asómate! ¡No te lo repetiré!

La niña se acercó para después inclinarse y ver bajo la cama. No había nada. ¿Cómo era posible? ¿Y si ella tenía razón y todo lo imaginaba?

—Ahora dime qué hay ahí —ordenó su madre.

—Nada, pero…

—¡Así es! ¡Nada! 

—¡Pero yo lo vi!

—Creíste haberlo visto que es diferente. Camila, es más de medianoche y mañana todos debemos levantarnos temprano. ¡Ya duérmete, por favor!

Camila pasó la noche sollozando quedamente mientras escuchaba las garras del monstruo arañando la duela y su respiración trabajosa que se convertía en horrorosos ronquidos flotando en el aire. 

Al día siguiente, en la escuela, no se comportaba como el resto de las niñas. Estaba agotada, grandes ojeras oscurecían sus ojos. Su piel, usualmente sonrosada, lucía pálida, dándole la apariencia de estar enferma. 

—¡Camila! —escuchó a la distancia.

Aunque quien le habló no estaba lejos. Se encontraba justo frente a ella. La dulce Mónica, luciendo hermosos rizos rubios acomodados en dos coletas con grandes moños blancos. Hablaba con la boca manchada de rojo grosella por la paleta de caramelo que saboreaba.

—¿Qué? —preguntó Camila en cuanto reaccionó.

—Que si quieres jugar. Traje muñecas.

Y entonces Camila tuvo una gran idea. Era obvio que el monstruo que habitaba bajo la cama no quería más alimento que no fueran niños. Pero no tenía que ser específicamente ella, ¿o sí?

Por la noche, esperó a que todos durmieran y que el monstruo la amenazara como siempre.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré.

Camila se armó de valor. Tenía las manos sudorosas a pesar de que sentía frío. Podía percibir a un montón de murciélagos revoloteando en el estómago. Ansiaba salir corriendo, mas debía enfrentar a la bestia de una vez si quería volver a dormir. 

Asomó la cabeza debajo de la cama y ahí estaban los ojos relucientes del monstruo y al verla, comenzó a salivar. 

—¿Y si te traigo a uno de mis amigos ya no me comes?

Los ojos del monstruo se agrandaron y brillaron mucho más. Camila hizo una mueca de asco cuando pudo ver una lengua verde y viscosa pasar por su espantoso hocico.

—Si los traes, no te comeré. Esperaré a que se duerman —respondió el monstruo. Y entonces dejó de arañar la duela y de respirar de esa forma. 

Sin pensarlo mucho, invitó a Mónica a dormir a su casa. Vivía muy cerca y sabía que la niña adoraba las pijamadas, comer helado y ver películas hasta tarde.  

Su madre esperaba que las palomitas de maíz terminaran de cocinarse en el microondas. Camila acomodaba un par de refrescos y servilletas en una charola.

—¿Y qué película van a ver? —preguntó la mujer mientras vaciaba las palomitas en un tazón.

—Una sobre un perro y un gato.

—Mucho cuidado con ver películas de terror. Ya ves cómo te han afectado últimamente y ni creas que iré en cuanto pegues de gritos.

—No, mamá. Es una película para niños.

—Muy bien, iré a verlas en un rato para ver si es cierto.

Camila no prestaba atención a la televisión. De vez en cuando echaba un vistazo hacia su cama, esperando que el monstruo cumpliera con su amenaza. Una hora más tarde, decidieron que era momento de irse a dormir. Desde la aparición del monstruo, Camila intentó bloquearlo de alguna manera pegando su cama a la pared, al menos de ese modo sabría que solo podría salir de un extremo.

Por ese motivo Camila se acostó junto al muro, dejando a Mónica en el otro lado, a merced de la bestia.

—Hasta mañana —dijo Mónica, antes de lanzar un hondo bostezo.

—Descansa —respondió Camila. Y en cuanto notó que su amiga se volteaba para sumirse en un sueño profundo, se le llenaron los ojos de lágrimas, mas ya no había marcha atrás—. Perdóname.

Luego Camila escuchó las garras arañando la duela, el ronquido inconfundible del monstruo y el incesante goteo de la saliva. En la penumbra vio una garra espantosa emerger debajo de la cama. La garra parecía crecer más mientras se acercaba a Mónica. La pequeña no despertaba e ignoraba el peligro que se cernía sobre ella. Camila volteó el rostro hacia la pared al tiempo que oía un rugido estremecedor. Esperó a que sus padres entraran de un momento a otro, pero al parecer, la única que había escuchado algo era ella.

Pudo dormir esa noche. Y por la mañana, uno de los moños de Mónica estaba en el suelo. Lo ocultó en un cajón. Les dijo a sus padres que su amiga había regresado a casa muy temprano. Vivía a solo dos casas

Todo pareció estar en calma las siguientes semanas. Tuvo éxito mintiendo a la policía y a los padres de la niña cuando le hacían preguntas. Se apegaba a una historia y nadie la movía de ahí. Además, finalmente Camila podía dormir tranquila. 

Hasta que una noche, escuchó nuevamente las garras arañando la duela y los ronquidos espantosos.

—Si no me traes a otro niño, te comeré. 

Y así lo hizo. Y sigue haciéndolo, pues la niña sabe que en cuanto deje de alimentarlo, irá por ella. 

lunes, 25 de enero de 2021

Arañas

Ricardo Sebastián Jurado Faggioni


Alguien husmeaba en mi cuarto, sin embargo, no podía hallarlo. Revisé debajo del velador, no encontré nada. La hora de dormir llegó y apagué la lámpara. Observo que una araña pequeña estaba tejiendo. Cogí una hoja para sacarla de aquel sitio, la puse en el piso para después pisarla. 

Me acuesto en la cama para irme a dormir, aunque despierto en una cueva. Una criatura del mundo de los arácnidos apodada escorpión sin cola, que mide setenta centímetros, empieza a enredarme con su telaraña, es tan potente que no puedo romperla. Inmediatamente termina de enredarme. 

Siento cómo va jalando su tejido. Recorrimos varios kilómetros. Se detiene. Un temible monstruo peludo con un metro de largo, alza una pata, la pone en mi frente y conversa conmigo telepáticamente. Soy la araña madre, asesinaste a una hija esta noche, voy a explorar lo más profundo de tu ser para conocer a qué le temes. Recorrió cada pensamiento, incluso se aprendió mi nombre. Así que eres Alex un niño de diez años que está por terminar su primaria, vives con tus padres

Al finalizar lo mencionado, me trasladó a una prisión llena de oscuridad, nunca había experimentado tal sentimiento de abandono, soledad y tristeza. Mis gritos se perdían en el eco infinito. Cuando la muerte se aproximaba, los pensamientos del ser arácnido fueron interrumpidos por una tierna voz.  

—Despierta Alex —dijo mamá. 

Abrí mis ojos y estaba confundido porque podía apreciar la cama cálida más no el piso rocoso. Agradecí al cielo que la persona que estaba conmigo era mamá, los rayos de luz se topaban con la ventana, nunca había anhelado la claridad como en ese preciso instante. La abracé con fuerza y no comprendía el gesto. 

—Otra vez con pesadillas —comentó María Alexandra.

—Se sintió tan real —dijo Alex. 

—Contar lo que sucedió a veces es bueno para enterrar los miedos —expresó Alexandra.

—Había arañas inmensas, también estaba oscuro y me enredaron en una telaraña —explicó Alex. 

—En nuestra imaginación los pensamientos toman vida, pero somos nosotros quienes los controlamos —respondió Alexandra. 

Escuché sus consejos y volví abrazarla. Bajé a la cocina para desayunar, de pronto estaba solo. Mis pensamientos volvieron a aquel sueño de la oscuridad. Traté de no oír esas voces, fui al lavabo a dejar los platos. En la tarde estaba en la habitación realizando tareas, al haber acabado con aquellas actividades, decidí prender el ordenador, ver una serie en Netflix. Hace algunos meses observaba al héroe de DC comics Flecha Verde, se convirtió en una buena serie por su acción y trama. Lo único que tenía para defenderse contra los villanos era sus conocimientos de artes marciales y su ballesta. 

Un episodio me impactó: contaba sobre cómo vencer los miedos y si él podía hacerlo, igual yo. Esto se muestra en el capítulo cuando El Conde un narcotraficante estaba produciendo una sustancia que si te la inyectabas mostraba tu peor pesadilla. El héroe había llegado al laboratorio ilegal del criminal, en el enfrentamiento este le logra introducir mediante una vacuna la sustancia, el malo consiguió escapar, sin embargo, el salvador quedó mareado. En pocos segundos tuvo una revelación, su mayor temor era él mismo, puesto que tenía pánico de herir o fallar a sus seres queridos. 

A pesar de su fracaso acepta que él es humano, que tenía miedos, defectos, virtudes y fortalezas, que llevar una máscara para salvar su ciudad no lo deja libre de equivocarse, pero el impulso de proteger a los que ama le dio las fuerzas necesarias para volver a encontrar al narcotraficante y encerrarlo en la cárcel. En la nueva batalla El conde introduce su inyección, pero esta vez no tiene efecto en él porque había conquistado sus debilidades. Al finalizar el combate el encapuchado derrota al villano. 

Al concluir el capítulo aprendí que tenemos temores profundos, pero también existe el valor para derrotarlos. Me fui a dormir. Abrí los ojos, pero no estaba en mi habitación, sino en la oscuridad donde el ser arácnido residía. Otra vez nos volvemos a encontrar, todavía no he acabado de torturarte. Tienes un castigo más que padecer. Interrumpí sus pensamientos, comprendí que era un sueño donde yo tenía control sobre ellos. 

Comencé a liberarme de las telarañas, me acordé de los consejos de mamá y de las enseñanzas de mi héroe favorito. Decidí en la pesadilla tener una antorcha para hacer luz en medio de las tinieblas. La araña ya no se veía inmensa sino diminuta. No te daré poder, te ordeno que desaparezcas. No sentía pánico, pude hallar un camino hacia la salida. Al pasar el final del túnel regreso a mi hogar, observo que estoy en el dormitorio. El temor que sentía por la oscuridad no volverá jamás. 

viernes, 15 de enero de 2021

Humanidad prestada

Laura Sobrera


La Tercera Guerra Mundial llegó inesperadamente y fue el inicio de otra manera de accionar bélico. Si hay algo que los seres humanos tienen, es el poder ampliar su capacidad maligna hasta límites insospechados.

Quince largos años duró esta lucha, millones de seres perecieron sin bombas ni municiones. Un virus tras otro, vacunas y miedo, sobre todo un profundo temor, lograron disminuir la población mundial de forma alarmante pero tranquilizadora para la élite que gobernaba detrás del telón. Este conjunto selecto de seres con mucho poder económico, movieron los hilos de la conducción política y financiera a nivel global y habían logrado unificar criterios de gobierno para tener a los seres humanos controlados de manera muy eficaz.

Esos años de abuso de información monotemática y ya digerida a todas horas, repetidas como mantras, mermaron la rebeldía humana a todo lo que coartara su libertad y modificaron su capacidad de creer, pero, sobre todo, de analizar desde la inteligencia esas declaraciones que veía o escuchaba.

El mundo se aisló, porque el pánico es poderoso. Dejaron de reconocerse iguales a otros humanos y fueron en pos de la individualización sin pensar que el colectivo es quien logra los milagros. Todo sucedió gradualmente, un día tapabocas, otro, distancia, después aislamiento social, hasta que comenzaron a surgir generaciones que se acostumbraron a este retraimiento, a verse solo de forma virtual, ya que colectivamente se tuvo la sensación que cada ser era un mundo diferente del otro y eso constituía una posible amenaza sanitaria.

La doctora Kara Larson, una joven mujer de treinta y cinco años, especializada en biotecnología, era la directora de un proyecto de fabricación de humanos genéticamente modificados que tenía como meta la creación de individuos que no enfermen ni envejezcan, con el fin de convertirlos en trabajadores que suplan a quienes no se atreven a salir de sus casas, por el pavor que tienen a enfermar y morir. Esto es económicamente ventajoso para la clase dominante, cuando uno sufre un desperfecto, solo se lo reemplaza. No hay juicios, demandas ni gastos relacionados.

Ella trabajaba en un gran laboratorio. Estaba ubicado sesenta metros bajo tierra en una zona rural de la ciudad y se desarrollaba en varias plantas aprovechando al máximo el calor geotérmico de la zona para su abastecimiento energético. Desde la carretera más cercana, lo único que se veía era una vieja casona rodeada de árboles, algunos animales y algo más alejado todavía, un gran galpón que disimulaba la entrada al centro de investigación biotecnológica. Al fondo del paisaje unas pocas montañas delimitaban y protegían el terreno.

El lugar donde la doctora cumplía con sus tareas era una gran habitación con innumerables computadoras de última generación, vista panorámica a un habitáculo lleno de grandes cilindros de dos metros de altura, similares a torpedos o bombas, en el que se conservaban los cuerpos de estos seres, en apariencia humanos. También podía usarse como fábrica de órganos para cuando el ser humano que vivía en la superficie los necesitara.

Estos grandes tubos eran de acero de doble capa y en medio circulaba nitrógeno líquido que los mantenía en una criogenia apropiada, preservándolos para cuando fuera necesaria su utilización.

La habitación se iluminaba con una tenue luz verde que daba a esos seres una apariencia fantasmal de color cadavérico y se caracterizaba por el frío que se sentía allí.

Si bien los cuerpos no se enfermaban, sí se desgastaban, por eso la necesidad de su creación en grandes cantidades. En el mundo había cinco laboratorios estratégicamente colocados uno en cada continente para cubrir las necesidades laborales y médicas de los humanos recluidos.

Estos cuerpos eran fabricados con células madre de donantes escogidos especialmente por su salud física y mental, sumado a unas impresoras tridimensionales que iban cubriendo lo exterior e interior de esos seres. De esa manera se construían también los órganos, de forma que estos individuos fueran donadores universales de esas preciadas vísceras

Kara completaba su personal con algunos científicos humanos que trabajaban en distintas partes del edificio, sin contacto entre ellos para proteger la información codificada y con algunos de estos individuos modificados, perfectamente adiestrados, pero había uno muy especial al que había dotado de una inteligencia artificial más desarrollada, agregando algoritmos a su mente que le permitía un eficaz aprendizaje y entendimiento, a diferencia de los otros a los que se le otorgaba el intelecto necesario y esta era la razón que los convertía en perfectos subordinados. Al diferente, ella lo llamaba John. Cuando alguno podía evolucionar o salirse de control, simplemente borraban su memoria y eran reiniciados. Eran simples máquinas con apariencia humana.

Kara tenía sus jefes en la ciudad cercana y se comunicaban a diario para controlar que todo saliera como estaba planeado, o sea, mano de obra competente y económica mientras se aniquilaba cualquier matiz de pensamiento superior a una humanidad que vivía encerrada, como consecuencia del miedo que se les infundió. La esclavitud siempre existió desde los comienzos de las primeras civilizaciones, solo se modificaba la forma.

La científica, al tratar diariamente a John como su compañero de tareas no se dio cuenta de la increíble evolución que estaba desarrollando. Cuando ella se ausentaba durante las horas en que iba a su residencia a descansar, le gustaba buscar datos históricos, conocer en profundidad al ser humano que estaba supliendo y también se interiorizaba en la genética molecular, área en la que colaboraba con la doctora.

Una noche, mientras Kara descansaba en su casa de la superficie, una alarma la despertó. Sobresaltada corrió al laboratorio. El sonido programado era similar al de las advertencias de ataques aéreos de las viejas películas que le fascinaban de la Segunda Guerra Mundial, solo que en este caso específico era utilizado para alguna presencia ajena al propósito del centro de investigación.

Cuando llegó, notó la imagen de un virus proyectado en la pantalla que colgaba en su oficina, desde el microscopio electrónico. Le pareció reconocerlo, por lo que buscó en sus archivos similitudes con ese modelo que se veía en el monitor. Sí, era familiar para ella, se trataba del virus de la viruela, Variola virus, que provocaba la enfermedad del mismo nombre, que había sido aniquilada en mil novecientos ochenta. Lamentablemente, a pesar del pedido de la OMS, se conservaron dos muestras, una en la URSS y la otra en Estados Unidos de América. 

Había un grave problema con este microorganismo y es que al ser una enfermedad erradicada ya no se efectuaba la prevención respectiva con vacunación, por lo que un contagio masivo podría ser letal para los humanos y los individuos modificados. De hecho, no tiene cura, solo podían prever y evitar contagios con inmunización. Hizo más estudios al respecto de este virus y era una cepa que no venía de los laboratorios soviético o norteamericano, sino que la cadena de proteínas de su ARN eran una secuencia algo distinta de los antes estudiados por ella. Esta era una creación hecha por alguien con amplios conocimientos en biotecnología y no debería ser nadie del laboratorio porque cada uno de ellos solo trabajaba una parte de la información y eso hacía imposible completar tal resultado.

En este punto, con la conclusión de ser una intervención externa al personal del centro de investigación, decidió llamar a la nómina de delitos biotecnológicos para que realizara la pesquisa sobre cómo pudo la seguridad del laboratorio ser violada y si esa persona podría continuar allí.

Rápidamente la policía envió al sargento William Thompson quien se presentó junto al detective Charles Pitié y algunos científicos de escenas de crímenes para buscar huellas o rastros que aclararan esta situación. Kara los recibió presurosa y con visibles muestras de preocupación.

El sargento fue conducido al lugar donde estaba la prueba, en el portaobjetos de un microscopio electrónico, que mostraba ese agente viral en una pantalla que se reproducía en la pared del lugar de trabajo de Kara. Ella le explicó que, si bien el virus era conocido, tenía algunas mutaciones propias de su creación desde el inicio con modificaciones genéticas en la red proteínica de penetración celular y una gran capacidad de matar a su huésped en poco tiempo, aunque no sabría cuánto. Dadas las similitudes orgánicas de estos individuos con los seres humanos toda la población, tanto humana como modificada, estaban en riesgo inminente.

Los forenses permanecieron allí buscando huellas o algo que determinara quién podía ser el autor de la manipulación de este vector viral erradicado hacía tanto, mientras William y Charles continuaron con la exploración del resto del laboratorio. Kara les aconsejó que se protegieran adecuadamente con un equipo apropiado que les proporcionó, dada la posibilidad de contagio y el no tener cómo tratar adecuadamente ese agente viral hasta probar con la antigua vacuna o desarrollar otra a partir de ella, pero no sería algo inmediato. Cuando llegaron al nivel de los tanques de almacenamiento asombrados vieron como uno estaba abierto y el cuerpo que debería habitar en su interior había desaparecido.

—Fue muy acertado ponernos estos trajes —dijo William a Charles.

—Claro que sí y con ellos seguiremos mientras estemos en este laboratorio. Acá todo huele a muerte y hasta tiene su color —manifestó con cara de asco.

Subieron a la oficina de Kara y le comunicaron del cuerpo faltante, mientras que los forenses bajaban a buscar indicios que pudieran decir quién había cometido tal atrocidad.

—¿Los tanques estaban completos a su máxima capacidad? —preguntó a Kara.

—Sí, ¿por?

—Porque encontramos uno que está vacío.

—¡No puede ser! Cada vez que me voy los reviso —exclamó asombrada.

—Vamos y lo vemos juntos.

Bajaron y comprobaron que en verdad el organismo que debía estar allí, faltaba y también había sido cortado el suministro de nitrógeno del tanque.

En el piso podían verse las huellas dejadas por una camilla que salía desde cerca del tubo de acero y se alejaban de esa ala del laboratorio a otra más retirada.

Siguen el rastro hasta un sitio apenas iluminado que tenía una carpa plástica de protección contra organismos virales. Dentro estaba el cuerpo lleno de ampollas de pus y líquidos, con costras oscuras, algunas de fétido olor. La doctora Kara procede a sacar muestras de sangre, de las ampollas, lleva algunas costras y se retira consternada para su análisis, pero antes agregó:

—¡No es posible!, dijo, este era el que había elegido para una evolución al siguiente nivel de su inteligencia artificial. Lo llamaría Peter.

—No entiendo, eso, ¿qué significa?

—Mire, no es complicado. La inteligencia artificial se llama así, porque puede resolver cosas, ir de ejercicios matemáticos simples hasta situaciones filosóficamente complejas. En realidad, es como humanizarlos, hacer que se parezcan más a cómo nosotros éramos antes de esta Tercera Guerra Mundial, cuando disfrutábamos la libertad y socializábamos.

—¿Eso no va en contra de lo que se espera de estos cuerpos?

—No en realidad. A mí me piden que los cuerpos que respondan al trabajo, lo hacen, pero también son capaces de desarrollar una mente cultivada y hasta podría decir que tienen sensibilidad y sentimientos.

—Es muy peligroso jugar a ser Dios.

—¿No es el juego que inventaron los que nos llevaron a esta situación?

—Debería escribir esto en mi informe.

—Ese es su libre albedrío. Su conciencia es la que debe dictar ese testimonio.

William hizo silencio y luego se marchó. Todavía quedaba encontrar al culpable, después decidiría qué hacer con la información que tenía.

Cuando regresó al recinto de tanques, John estaba allí. Parecía que lo esperaba.

—Pensé que no vendría más —dijo ese individuo.

—¿Quién es usted? —preguntó William.

—Soy el que está buscando, me llaman John.

—¿Qué quiere decir?

—¡¿Los humanos se olvidaron de pensar?! —añadió con sarcasmo.

—¿Y eso qué significa? —replicó el sargento molesto.

—Pensé que los que aún estaban trabajando eran más inteligentes y suspicaces.

William estaba confundido y enojado por esas palabras.

—¿Quién piensa que hizo esto? ¿Ya formuló una teoría al respecto? —dijo John con ironía.

—¿Usted solo tuvo la idea, mutó un virus, infectó de alguna manera ese cuerpo? ¿Por qué?

—Es irónico que le parezca improbable. Fui dotado de una inteligencia superior que pudo, puede y podrá evolucionar y será así, hasta que alguien decida lo contrario, contestó con la serenidad de quien conoce lo inevitable. Mis requerimientos de descanso son menores a los del ser humano promedio, por lo que tuve mucho tiempo para estudiar y hacer rendir la capacidad de mi mente. Yo nací siendo adulto con todas las ventajas de la curiosidad infantil. Estudié su historia, lo que han hecho todas las civilizaciones a lo largo de los siglos es permitir la situación actual, que sean esclavos de ustedes mismos. Trabajé codo a codo con la doctora lo que aumentó mi capacidad de comprender la ciencia. Sabía las preguntas que debía hacer para hallar las respuestas que necesitaba.

La tranquilidad e inmutabilidad con la que hablaba dejó perplejo a William. Los organismos modificados, eran físicamente iguales, por lo que se le hacía difícil percibir la diferencia intelectual entre John y los demás fabricados que allí trabajaban, pero las había y su lenguaje verbal y físico lo hacía difícil de ignorar.

—Tomé el virus de la viruela, partí de cero, comenzando un genoma similar con pequeñas variaciones, explicó John. No fue difícil, nosotros hemos sido expuestos a muchos de estos agentes patógenos para lograr una inmunización casi total. Lo que yo descubrí fue que éramos susceptibles a mutaciones forzadas, por pequeñas que fueran, y eso lo pude comprobar con este hermano genético.

—No entiendo, ¿por qué atacó a un semejante? —preguntó William sin dar crédito a lo que oía porque helaba su sangre.

—Aprendí en su historia sobre la supervivencia del más fuerte, esto es algo similar.

—¡No, no lo es! —le gritó el sargento—, un igual vive y respira con usted, en cambio él estaba indefenso y congelado en un tubo. Esto un delito comparable a un asesinato entre los humanos, por el que deberá rendir cuentas.

—Eso es solo un detalle. No estaría en criogenia eternamente, ya había sido elegido como mi sucesor.

—¿Y?

—Yo soy importante, pienso, tengo emociones, aprecio la belleza, el arte, existo y no me agradaba la idea de ser desechable.

—Ser sustituido, no significa eso.

—Para mí, sí —dijo tercamente John.

Kara, que había escuchado toda la confesión, entró desesperada a hablar con John. Se había convertido en alguien que ella no pudo prever y eso le producía una profunda congoja y la hacía sentir ignorante de los progresos que podían alcanzar esas creaciones.

—Por favor, dime, ¿por qué? —preguntó con los ojos bañados de lágrimas—, no contestaste esa pregunta.

—Quisiste humanizarme y casi lo lograste, por eso te pregunto, ¿por qué no?

—¿Por qué te quedaste? Podrías haber huido —dijo Kara sin poder comprender la acción llevada a cabo por John.

—Soy casi algo parecido a ustedes, pero no igual. No alcanzo la categoría de humano. Por más actualizaciones que reciba, aunque mi apariencia sea casi perfecta, solo soy una máquina que nunca alcanzará la humanidad. Estoy en una especie de limbo o purgatorio. No voy al cielo ni al infierno, tampoco soy capaz de sentir eso que ustedes llaman amor. Mi vida es una condena. Tengo envidia de los que no son elegidos para reajustar su inteligencia agregando algoritmos. Solo viven para trabajar, son incapaces de analizar situaciones simples o complejas y yo, que puedo hacer todo eso, soy infeliz, aun sin conocer la felicidad —guardó silencio, porque entendió que no había nada que agregar. A pesar de sus palabras, su rostro no reflejaba emoción alguna, solo una indiferencia absoluta.

El detective Pitié se lo llevó y los forenses guardaron el material recolectado en paquetes sellados y se retiraron. La única opción era reiniciarlo. Kara lloraba silenciosamente. Miró al sargento con un profundo dolor impreso en su rostro, mientras grandes ojeras denotaban el impacto que había recibido.

—Ahora comprendo lo que significa su observación sobre querer hacer el trabajo de Dios. Podemos recrear los cuerpos casi a la perfección, pero carecen de alma. Esa es imposible otorgarla con simples algoritmos matemáticos, pertenece a una esfera que no es científica. Estudió todo lo que pudo, más que cualquier ser humano, pero no comprendió que la historia que conocemos, leemos o analizamos es solo la mitad del cuento. En toda nuestra evolución social, política y económica ha habido guerras, matanzas, crueldad y de eso está lleno nuestro pasado y presente, tal vez también nuestro futuro, pero muy poco se habla de los millones de personas que hicieron el bien, que tuvieron pensamientos puros y elevados, los que pensaron en otros antes que en sí mismos. Esos terminaron siendo anónimos, mientras que recordamos los nombres de los violentos que matan, castigan y menosprecian a sus semejantes y a cualquier especie que habite este planeta. Ahora comprendo que ser humano es algo que va mucho más allá de un cuerpo, es una filosofía, lo contiene todo, bondad, maldad, luz, oscuridad y lo único que cambia es la forma en que elige vivir. Hoy tal vez no estamos en la mejor época de la humanidad, no sé si lleguemos a acercarnos a un ideal, pero siempre hemos logrado sobrevivir. Este momento oscuro también pasará y ruego desde lo más profundo de mi ser a quien sea que creó el alma del hombre, estar allí para poderla apreciar y, sobre todo, saber agradecer el regalo de tenerla.                                                                                                     

El portal

Omar Castilla Romero


Luis Silva se levantó de un sueño profundo sin recordar quién era y solo después de unos segundos tuvo consciencia de sí mismo. Al instante vio los tibios rayos del sol penetrar a través de la ventana acompañados de la intensa brisa característica de agosto lo que coincidía con la fecha mostrada en el calendario de su mesa noche. La misma situación le venía ocurriendo a diario durante últimos meses y se relacionaba con una extraña depresión debida al estancamiento en el proyecto que había iniciado un año atrás, por lo que desde entonces tuvo que dedicarle mayor tiempo al punto de dormir sólo tres horas al día. «Qué sensación tan rara —pensó—, es como si los días transcurrieran igual, así debe ser la depresión, aunque no me siento triste». Se levantó de la cama para lavarse la cara y se acercó al ventanal que daba con la calle principal. La brisa traía el olor a pan fresco de una cafetería cercana. Tomó una ducha y mientras se vestía recordó cómo había terminado en aquel proyecto demencial. Cinco años atrás creó una empresa dedicada a desarrollar artefactos que eran idea de sus clientes o como decía una de sus ingeniosas propagandas: pinta tu idea que yo la coloreo. Con el tiempo había logrado cierto renombre, pero el margen de ganancias que le dejaba el negocio era limitado. Todo cambió un año antes cuando llegó a su oficina una hermosa mujer de ojos grandes, aunque tristes, quien portaba en su cuello una cadena de oro con un dije en forma de medio corazón. Vestía un traje elegante de color gris y un lazo negro en su solapa que denotaba luto. Se identificó como Rose, era física teórica y le quitaría el sueño en los siguientes meses. 

—Deseo que usted haga un dispositivo con estas especificaciones —dijo desplegando un plano en la pared por medio de un pequeño proyector.

—Lo que usted pide todavía no existe, es más no se si algún día se pueda hacer —se puso la mano en la barbilla y luego agregó—, no niego que los fundamentos son genuinos y están basados en inventos existentes, pero de ahí a que pueda realizarse es otra cosa.

—Es que para mí esto es una prioridad y sé que usted es de las pocas personas capacitadas para hacerlo.

—Si acepto necesitaré contratar más personal.

—Estoy dispuesta a asumir los gastos necesarios —respondió.

Luis accedió porque necesitaba el dinero, aunque no le garantizó que el proyecto se pudiera culminar. Además, no le desagradaba la idea de trabajar con aquella mujer atractiva e inteligente. Al día siguiente habían puesto un anuncio en los diarios donde se solicitaba un ayudante de ingeniería con amplios conocimientos de física. No tardó en presentarse a las instalaciones un ingeniero norteamericano que llevaba seis meses radicado en el país. Su currículo era extenso con múltiples estudios y gran experiencia por lo que Rose lo contrató a pesar de las objeciones de Luis. De forma adicional ella decidió quedarse supervisando el proyecto lo que le permitió conocerla más a fondo. Los desafíos, aunque inmensos, se fueron resolviendo uno a uno durante los primeros meses. Pasaban el día en aquel laboratorio colmado de instrumentos y piezas de repuesto que dificultaban caminar en él. El pequeño edificio contaba con un anticuado sistema de calefacción que contrarrestaba el frío capitalino. En la pared del fondo había un cuadro de Nicolas Tesla el cual daba la impresión de observar el trabajo que hacían. Durante las pausas iban a la cafetería de estilo postmodernista ubicada a unos quinientos metros del laboratorio desde donde se podía ver los cerros que rodeaban la ciudad. Rose convidaba a Erick para que los acompañara, pero este casi siempre tenía alguna excusa para continuar trabajando en el taller, algo que complacía a Luis. Ya en la cafetería para mitigar el frío tomaban café mientras charlaban del proyecto, también lo hacían sobre cine, música y otros temas por los que compartían afinidad. Con los días comenzó a notar que Rose se interesaba más en él y pasados unos meses ella le contó algunos aspectos de su vida personal, especialmente una mañana lluviosa mientras desayunaban cruasanes recién horneados.

—Este día me hace recordar la mañana que él falleció —dijo con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Luis mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo y se lo ofrecía.

—Creo que ya tengo la suficiente confianza para contarte lo ocurrido.

—Soy todo oídos.

—Gracias —dijo esbozando una sonrisa a la vez que se secaba las lágrimas—. Teníamos tres años de noviazgo y nos habíamos comprometido hacía seis meses. Nos casaríamos en la navidad siguiente. Pero llegó la pandemia cambiándonos la vida a todos. Al comienzo seguimos las recomendaciones al pie de la letra y nos mantuvimos resguardados el mayor tiempo posible. Él, sin embargo, tenía que salir a trabajar a diario pues era médico. En el fondo, yo no creía en la enfermedad, pensaba que era un invento de los gobiernos para mantenernos controlados y al cabo de seis meses de encierro me cansé y le dije que si no salíamos me volvería loca, así que él cedió a sus estrictas normas por complacerme y fuimos a una fiesta organizada por unos amigos. Sobra decir que las aglomeraciones de cualquier tipo estaban prohibidas. En fin, asistimos a la rumba y la pasamos bien, tanto que sentí que había descargado el estrés acumulado por el encierro, pero una semana después Víctor comenzó a presentar fiebre alta y unos días más tarde tuvo una dificultad respiratoria tal que terminó en la unidad de cuidados intensivos conectado a un respirador artificial. Luchó con todas sus fuerzas, pero al final sucumbió a la enfermedad. Desde entonces me levanto todos los días pensando que, si yo no le hubiera insistido en ir a esa fiesta, él estaría aquí conmigo.

—No te sientas así —le interrumpió Luis—, no puedes asegurar que haya sido por eso, me dijiste que era médico. El solo hecho de trabajar en un hospital lo pudo haber expuesto. 

—Llevaba meses trabajando y solo se enfermó después del fin de semana que salimos.

—Dime algo, ¿por eso quieres construir esta máquina?

—Durante ese tiempo tuve una experiencia fuera de lo común que si te la contara creerías que estoy loca. Esa experiencia me hizo comprender mucho a cerca de la mecánica cuántica. Como habrás leído alguna vez, hoy en día existen muchas teorías que buscan explicar la aparente incongruencia entre el mundo cuántico y la realidad a gran escala. Por eso hoy hablamos de universos paralelos y teoría de cuerdas, que son promisorias, aunque de momento no han sido demostradas. En estos tres años de investigaciones pude encontrar una explicación que reconciliaba todas estas contradicciones.

—Interesante, me gustaría saber de qué se trata —agregó Luis.

—Partamos de la base de que, en mecánica cuántica a diferencia del mundo en el que vivimos, todas las opciones ocurren al tiempo hasta antes de ser medidas, algo contraintuitivo, puesto que sabemos por experiencia que de varias posibilidades solo se da una; la pelota de golf cae dentro del hoyo o queda fuera de este. Esto es lo que expresa la paradoja del gato de Schrödinger en la cual el animal está muerto y vivo a la vez antes de que se abra la caja y fue lo que llevó a científicos como Hugh Everett a plantear que cuando ocurre la medición de una partícula, esta se divide en las dos opciones medidas, cada una con un universo diferente, abriendo la posibilidad de infinitas realidades. Sin embargo, por muy ingeniosa que sea esta propuesta no deja de ser extravagante.

—Cierto, no me cabe en la cabeza que el universo haga tanto derroche, pero entonces, ¿qué es lo que pasa en verdad?

—Lo que ocurre es que esas posibilidades que no se dan en nuestra realidad quedan dispersas por allí, aisladas, sin alcanzar a unirse a un número suficiente de partículas que le permita generar la continuidad del universo entero, pero pudiendo formar fragmentos aislados de espacio-tiempo al entrar en conjunción con otras que tuvieron el mismo destino. La realidad no es más que la suma de los eventos más probables en un mismo punto del espacio-tiempo que hace que se entrelacen de manera continua y progresiva. Los otros eventos que no conformaron nuestra realidad siguen ocurriendo alternamente en pequeños bucles repetitivos. Esto lo pude demostrar matemáticamente y lo publiqué en un artículo científico en una de las revistas más prestigiosas del mundo. 

Rose Martinelli, ya decía que había escuchado tu nombre antes, pero no recordaba dónde. Hasta ahora me entero de que estoy trabajando con una científica de tanto renombre. Que orgullo. Aunque hay algo que no entiendo, ¿qué hará nuestro dispositivo?

—Creará un portal a esos bucles alternos, como si entráramos a un recuerdo.

Unos días después el dispositivo estaba a punto y por lo menos funcionaba en teoría. Tenía forma de trípode y medía unos ciento cincuenta centímetros de altura, con una pantalla en la parte superior desde donde desplegaba un tubo que dispararía la energía electromagnética para crear el portal. Erick los invitó a cenar a un restaurante de comida peruana muy popular en la ciudad. Fue una velada amena, con exquisita comida de mar y un vino tinto de sabor afrutado, aunque con un amargor en el fondo que llamó la atención de Luis el cual no olvidaría aquella noche, debido a que a partir de ese día el proyecto se estancó y esto a su vez desencadenó la extraña depresión que venía padeciendo con constantes episodios de amnesia matutina. A diario Luis creía haber encontrado el problema, dándole solución, pero cuando volvía al día siguiente todo estaba como si no hubiera hecho nada. Llegó a pensar que Erick saboteaba sus avances, sin embargo, después de unos meses fue él quien encontró el problema de raíz mientras desarmaba algunos componentes de la máquina. 

—Creo que encontré el problema, era este componente que no hacía contacto como debía y eso hacía que se quemaran los chips que teníamos que remplazar a diario.

—Increíble que fuera este detalle, si yo lo había arreglado hacía una semana —agregó Luis.

—Eso puede pasar, pero bueno, lo importante es que no molestará más.

Por fin después de varios meses la máquina funcionaba. Había sido un año de intenso trabajo, pero lo habían logrado. Ya encendían todos sus módulos y se interconectaban entre sí, ahora solo faltaba probarlo. Esa noche destaparon una botella de champaña dentro del laboratorio, brindaron y como ocurría frecuentemente Erick desapareció sin decir a donde iba. Luis volvió a sentir en el fondo de la champaña el mismo amargor del vino tinto que había tomado en el restaurante unos meses atrás. Encendió la radio en la que sonaba una canción de moda e invitó a Rose a bailar. Bastó que solo se miraran un instante para que estallaran en un apasionado beso que liberó toda la tensión erótica acumulada durante un año, luego percibió el sutil olor de su perfume que lo invitaba a besar su cuello, pero a esas alturas se sentía tan torpe que rompió su cadena de oro y el dije cayó al suelo. Ella reaccionó como liberada de un hechizo.

—Lo siento, esto no está bien —dijo Rose recogiendo el dije—, debo irme.

Se marchó con paso tambaleante como si ya estuviera ebria. Él supuso que no estaba acostumbrada a ingerir alcohol. Se quedó un rato pensativo, pero empezó a sentir que la fatiga del día lo agobiaba y como pudo subió a su auto con la intención de volver a casa. Despertó en su habitación y notó que ya no padecía de amnesia matutina. El clima era nublado y el calendario electrónico marcaba una fecha diferente. Recordó lo ocurrido la noche anterior y concatenó las piezas del rompecabezas comprendiendo por fin el plan de Rose por lo que fue corriendo al garaje y subió en su auto para dirigirse al laboratorio. En ese momento ya habría encendido la máquina y estaría seleccionando los eventos que vivió junto a su novio fallecido para abrir un portal que la llevara allí. Pisó el acelerador a fondo, pero pronto notó un atasco vehicular a diferencia de los días anteriores.  Se pegó a la bocina, pero comprendió que eso no cambiaría la situación. Después de media hora el tráfico volvió a fluir y al cabo de cuarenta minutos llegó al laboratorio y colocó su tarjeta de identificación en la puerta que abrió automáticamente. Al entrar vio como de la parte superior de la máquina salía un rayo de luz azulada que terminaba en la pared del fondo donde se observaba un agujero, un portal que llevaba a otro lugar. Era sorprendente, al mirar por este se veía una playa. Allí debía estar Rose. Tenía que entrar a rescatarla, pero antes debía comprobar algo. Se acercó al dispositivo y miró la pantalla, observando la cuenta regresiva que en quince minutos marcaría el cierre del portal. Se devolvió de nuevo a la pared y notó que la playa que se veía del otro lado era inmensa, solo adornada por unas cuantas palmeras que se encontraban a unos pocos metros de distancia y una gran edificación a lo lejos. No había personas tomando el sol ni bañándose en el agua. Esto implicaba que perdería de vista el portal al alejarse a buscar a Rose, pero confió en su buena memoria para encontrarlo a tiempo y evitar quedar atrapados en ese limbo cíclico y eterno. Ingresó sintiendo como sus zapatos se hundían en la arena y el sol en el cenit quemaba su piel. Acto seguido, hizo un barrido con sus ojos tratando de memorizar la posición de las palmeras con respecto al portal. Al mirar hacia el edificio notó que frente a este se encontraba una mujer sentada mirando el mar. Empezó a correr a toda marcha tratando de llegar lo más pronto posible hasta donde ella. Cuando la tuvo en frente extendió la mano, mientras tomaba bocanadas de aire tratando de recuperar sus fuerzas. Era Rose.

—Te pensabas marchar y dejarme solo en ese mundo cruel —dijo señalando hacia donde debía estar el portal.

—¿Cómo es que pudiste entrar?

—El portal está abierto, pero no por mucho. Así que vámonos de prisa.

—Ya lo intenté, pero esta playa es inmensa y perdí de vista el sitio donde se encuentra.

—Vamos, yo sé cómo llegar.

—Agradezco tu optimismo, pero llevo dos horas buscándolo. Solo sé que estaba cerca de las palmeras, pero aun así es como buscar una aguja en un pajar.

—Confía en mí, cuando lleguemos allá veras que lo encontraremos. 

—Vamos entonces —apretó fuerte su mano y tomó impulso para levantarse.

—Si queremos llegar antes de que se cierre tendremos que correr. 

—Pues corramos —su rostro mostraba huellas de llanto reciente.

—Sabes, pensé que iba a ser más difícil convencerte, ¿puedo saber qué pasó?

—Pues nada —dijo mientras corrían—, este viaje me liberó.

—Cuanto me alegro, pero ¿qué ocurrió?

—Encontré a mi ex. —Bajó un poco la velocidad y lo miró—. Los portales se abren a eventos alternos a los que ocurrieron en nuestra realidad, sin embargo, lo sorprendente es que por lo demás, todo se parece a nuestros recuerdos, solo que algunos detalles cambian de forma abismal. 

—¿Cuántos portales abriste?

—Solo me bastó con este, llevo aquí tres horas, pero después de los primeros quince minutos quería regresar. Este bucle demora ese tiempo y se repite incesantemente. 

—¿Y qué ocurre?

—La verdad se revela ante mis ojos.

—Pero ¿dónde? Aquí no veo nada.

Ahí —señaló el edificio gigante de cinco pisos que solo en ese momento Luis pudo notar que era un hospital.

—En el segundo piso de ese edificio está la unidad de cuidados intensivos donde murió Víctor. He tenido que verlo despedirse de mí antes de que lo intubaran tres veces. Ese momento lo había rememorado infinidad de ocasiones durante el último año. Pero ahora fue diferente, hubo una confesión. Recuerdo que aquella vez él estuvo a punto de decirme algo, pero se detuvo; por supuesto lo noté, aunque le resté importancia por la tristeza que me embargaba en ese momento. Pero como te he dicho, esta vez ocurrió diferente, porque me dijo lo que en verdad había pasado.

—¿Y qué fue lo que ocurrió?

—Víctor no se enfermó en la fiesta, lo contrajo por medio de Gabriela mi mejor amiga o al menos eso creía. La verdad de todo es que eran amantes. Puedes creer que se muriera y ni siquiera tuviera la valentía de decirme la verdad, liberándose y de paso librándome de la culpa.

Luis se detuvo en seco y la abrazó tratando de consolarla.

—Lo que te movió a inventar el dispositivo fue este momento, para que pudieras quitarte esa carga de encima. Lleguemos hasta esa palmera, a diez pasos de ella debe estar el portal.

Cuando estuvieron en el sitio previsto no había nada. Luis miró el reloj y solo quedaban dos minutos. Pensó que se había equivocado de lugar así que buscó alrededor, aunque sin éxito. Faltando un minuto empezó a digerir la idea de quedarse allí atrapado perpetuamente. Bueno, no era tan malo, estaría con Rose en una paradisiaca playa el resto de su vida. En ese momento oyeron una voz con acento extranjero que les gritaba.

—¡Por acá! ¡vengan por acá! 

Voltearon y vieron que desde unos tres metros de altura se desprendía una cuerda. Allí estaba el portal y Erick del otro lado esperando. Rose subió primero y luego lo hizo Luis. Volvieron al laboratorio y cinco segundos después se cerró el portal. 

—Por poco y se quedan allí para siempre —dijo Erick enjugándose la frente.

—Cierto, muchas gracias por rescatarnos —respondió Rose.

Se sentaron a hablar un rato. El rostro de Rose denotaba alivio y reía espontáneamente lo cual la hacía ver más hermosa. 

—¿Qué haremos con este aparato? —preguntó Luis.

—No lo sé, fíjate que inventamos un artefacto cuántico, pero resultó ser capaz de sanar los recuerdos traumáticos de la gente. Quizás sin saberlo creamos una máquina para superar los traumas del pasado.

—Entonces dejaremos sin trabajo a los psicólogos —dijo Erick soltando una carcajada.

Luis lo miraba con desconfianza. Le había salvado la vida, era cierto, pero había detalles que le hacían pensar que él no era en verdad quien decía ser. Luego le preguntó— ¿Erick no hay algo más que debamos saber de ti?

—Tienes razón, ya no tiene caso seguir mintiendo —dijo encogiéndose de hombros—. La verdad es que pertenezco a una agencia secreta que se encarga de identificar inventos de vanguardia, aunque tan descabellados que nuestro gobierno se vería en aprietos si les asignara un presupuesto. Cuando vemos que hay un avance promisorio nos apropiamos de este compensando a los inventores con cuantiosas sumas de dinero que callan cualquier objeción. Al fin y al cabo, todos los que se embarcan en estos proyectos lo hacen para volverse ricos. Pero bueno, ustedes son una excepción.

—Y por qué les interesa mi invento, si a la larga lo único que hace es abrir portales a bucles inmodificables.

—En realidad la máquina puede hacer más que eso —respondió—, aunque no la de ustedes, sino la que hicimos nosotros. Hace tiempo seguimos tu trabajo Rose. Tus teorías son fascinantes y cuando vimos que buscaste a un experto como Luis, supimos que querías materializarlas y te seguimos más de cerca. Fue entonces cuando hiciste el anuncio en el periódico y vi la oportunidad para entrar. Nuestros avances iban a la par de los tuyos, pero fuimos haciendo mejoras gracias a nuestra tecnología y recursos casi ilimitados. Así pues, nuestra máquina puede mantener abierto el portal por tiempo indefinido y su uso es seguro como hemos comprobado los últimos tres meses.

—¿Y para que quiere la agencia un dispositivo como este? —preguntó Luis.

—Nuestro objetivo es utilizar estos bucles como parches que remplacen los eventos históricos que queremos cambiar. Claro está, para esto primero debemos superar la paradoja del abuelo, pero somos optimistas en que pronto lo haremos. Ahora, después de cumplida mi misión decidí ayudarles a terminar su prototipo para que pudieran abrir un portal, porque comprendí que Rose quería confrontar algo de su pasado.

—Hiciste algo más que eso —dijo Luis quien lo miraba con expresión furiosa.

—¿A qué te refieres Luis? —preguntó Rose.

—¡Responde maldito! —Al ver que Erick no decía nada agregó— Él hizo algo más que robarnos nuestro invento. Nos utilizó como conejillos de indias. Dime Rose, ¿no te despiertas en las mañanas sin recordar quién eres?, ¿no notas que todo a tu alrededor ocurre igual todos los días?

— ¿Cómo sabes eso? —preguntó Rose titubeando.

—Pues sencillo, porque yo también lo he sentido. Hemos estado en un bucle creado por él desde hace tres meses, por eso que no podíamos terminar la máquina por mucho que lo intentáramos. 

—¿Es eso verdad Erick? —preguntó Rose. Él permaneció callado a la vez que se levantó de la mesa y se colocó a una distancia prudencial.

—Claro que es cierto Rose —agregó Luis—. Recuerdas el día que nos invitó a cenar al restaurante con la excusa de que ya casi habíamos culminado el proyecto. Pues la cena o más bien el vino tenía algo…

—Era un somnífero, un somnífero suave —por fin atinó a decir Erick—, ya habíamos obtenido la información necesaria y la orden que tenía era hacerlos desistir en sus intentos de terminar el artefacto. Por otro lado, debía probar la seguridad de nuestro dispositivo. Comprendí que ustedes no cederían al chantaje del dinero, así que diseñé una solución que me permitiera hacer ambas cosas. Creé un bucle al que ustedes entraron esa noche y desde entonces han estado trabajando en él. Como duraba veinticuatro horas, se acostaban en la noche y al regresar en la mañana al laboratorio los avances del día anterior habían desaparecido. A estas alturas pensaba que ya se habrían rendido, pero no fue así y al ver que mis jefes me presionaban para que acabara con esto, decidí dejarlos terminar su prototipo.

—Y eso fue anoche cierto. Volví a sentir el extraño sabor en la champaña.

—Lo único que tuve que hacer fue volverlos a dormir y sacarlos del bucle, para que encontraran la máquina con los ajustes finales.

—¡Eres un maldito!, ¡nos utilizaste como un experimento! —Luis se levantó furioso y tomó una llave inglesa que estaba en la mesa con la intención de golpearlo.

—Ni se te ocurra acercarte —abrió su saco y le mostró una pistola nueve milímetros que llevaba en el cinto.

Aun así, Luis se abalanzó con furia y cuando Erick quiso sacar su arma este lo golpeó en la muñeca con la llave, cayendo la pistola al piso, sin embargo Erick tuvo tiempo de asestarle un golpe en la cara con la otra mano, lo que le permitió quitárselo de encima. De nuevo Luis arremetió contra su enemigo y se cruzaron varios golpes, hasta que vio la oportunidad y lo impactó con la llave en el costado derecho, con lo que Erick quedó de cuclillas sin aire. Luis levantó de nuevo la llave presto a golpearlo en la cabeza, pero Rose detuvo su mano.

—No vale la pena Luis. Vámonos de aquí, ya todo terminó. —Luego se dirigió a Erick— Eres despreciable, pero en medio de todo agradezco que me permitieras reconciliarme con mi pasado.

—Bueno entonces, ¿sin rencores? —dijo sin casi poder hablar y se metió la mano al bolsillo, sacando un cheque con un valor tan cuantioso que les hubiera permitido vivir sin trabajar el resto de su vida. Rose lo tomó en sus manos y lo rompió lanzando los pedazos en la cara de Erick. Salieron del laboratorio para regresar a casa de Luis donde pasaron el día juntos e hicieron el amor como si no hubiera mañana. Llegada la madrugada cayeron rendidos en un sueño profundo. Al día siguiente, cuando Luis abrió los ojos, vio el cielo a través de la ventana que amenazaba con un torrencial aguacero. Luego miró hacia su cama donde descansaba Rose plácidamente.