lunes, 24 de junio de 2019

Isabel


María Elena Delgado Portalanza


Era un frío otoño en Madrid, cuando recibo la carta de mi congregación y nerviosamente la abro, solo ratificaba lo que ya sabía, mi traslado a Sudamérica era un hecho. En los próximos días… rumbo a Ecuador.  
Pues bien, me quedan menos de cinco días para arreglar mis cosas personales y partir. Me miro en el espejo y observo mis primeras canas que ya se notan en las sienes, voy a cumplir cuarenta y dos años, y eso no me preocupa en lo más mínimo, me gusta. Hace casi dos décadas me recibí de novicia y dejé de pensar como mujer para dedicarme por entero a la labor social y al servicio de Dios.
Emocionada arribo al aeropuerto Simón Bolívar de Guayaquil, en una cálida tarde de enero de mil novecientos setenta y seis, donde me esperaban dos hermanas de la congregación. El olor a manglar y a tierra húmeda me dio la bienvenida y tuve una extraña mezcla de sensaciones: de libertad e inquietud al mismo tiempo. Luego nos condujeron a una furgoneta donde el chofer nos esperaba y seguiría mi viaje por tierra durante tres horas más. Llego por fin a Manta, pequeña ciudad puerto, observo el mar de un verde turquesa, allí revoloteaban algunos pelícanos, y se me antoja que seré muy feliz en ese lugar. La Casa de Retiro San Claver, queda enclavada en un peñasco alto del que se divisa la inmensidad del mar, rodeada de buganvillas y palmeras que dan sombra y se mecen al compás del viento. Este lugar de ensueño sería mi nuevo hogar, el padre Patricio, hombre alto de cuarenta y cinco años, de mirada bondadosa es el cura de la parroquia y encargado de la casa; me recibe amablemente y me presenta a todas las hermanas que convivirían conmigo. «¡Ave María purísima, ¡qué guapo es ese cura!», pensé para mí, y enseguida pido perdón a Dios por tener esos pensamientos mundanos. Me llevaron a un recorrido por toda la casona, amplia y con muchos espacios verdes, los jardines muy hermosos, el huerto bien cuidado, la capilla señorial, el olor a jazmines y a chocolate caliente que salía de la cocina, me inundaban y me llenaban de gozo. Pero, lo que más me estremecía, era la presencia del padre Patricio, estaba conmocionada. Cuando finalizo el recorrido por las instalaciones él se acerca y me dice:
—Qué tal, ¿te gustó?
 Me sobrepongo a mi turbación y le contesto.
—Me encanta, está muy lindo todo.
—Debes estar cansada con tu viaje, el cambio de clima, la diferencia de horas...  Vete a descansar y en la cena, que es a la siete, nos veremos, hermana.
Me recuesto en mi pequeña cama dura y suspiro hondamente, me siento como una quinceañera en su primera cita amorosa. ¡Dios!, pero ¿qué me está pasando? Enseguida me incorporo y me arrodillo al pie de mi cama, rezo con devoción para sacar esos sentimientos que despiertan en mí ese padre. Pensaba que esa sensación de ahogo y el rubor en mi rostro, que desde hace décadas no había sentido, ya había sido superado. Temo mucho que alguien se dé cuenta. Llego puntual a la cena con la firme convicción de permanecer imperturbable ante la presencia de él.
—Disculpe, hermana, ¿le molesta algo?, necesito saber si está conforme o hay alguna cosa que requiera, solo comuníqueme con toda confianza, quiero que se sienta en familia.
 —No, gracias, padre, todo está bien —le contesto mientras intento suavizar mi rostro, pues creo que exageré.
Después de la cena pasamos a la salita contigua a tomarnos un bajativo y mientras nos envolvía ese delicioso aroma de café recién molido, afuera las cigarras cantaban anunciando el verano.
Mi azoramiento aflojó un poco y el padre me aborda diciendo:
 —He sabido que en España encabezaste una marcha de protesta contra el papa Pablo VI e incluso enviaste cartas de protesta al Vaticano junto con otras monjas. Cuéntame…, ¡¿cómo fue eso?!
—Sí —le respondí—, y lo volvería a hacer, así me cueste la expulsión de la congregación, que es lo que más amo. Nos prohibieron a las monjas sin hábito asistir a la reunión con el papa Pablo VI en El Escorial. ¡¿Puede usted creer eso?! Pues, como usted sabe, padre, la reforma conciliar nos permitió quitarnos el hábito con todas las bendiciones eclesiásticas hace más de cuarenta años, y nuestra labor no es menos meritoria por no cargar esa indumentaria…
 Continúo, hablando con énfasis, de las muchas actividades tan encomiables de nuestra congregación y de otras como las carmelitas, las salesianas, las jesuitas, solo por nombrar las más conocidas, en el campo de la enseñanza, la salud y la caridad hacia los pobres.
 Y añado con vehemencia: —«por algo decía Don Bosco: “no solo deben diferenciarse por un hábito, sino por la forma de vida”».
 Él me observa y me sonríe con su calidez innata, que parece acariciarme y me dice con algo de admiración.
 —Tiene usted razón hermana Isabel, a pesar de algunas reformas interesantes, la iglesia católica aún mantiene cánones machistas, además como usted dice, «El hábito, no hace al monje”. Ya sé dónde le voy a designar su trabajo, hermana Isabel, ¡he de aprovechar esa euforia juvenil suya!, —dijo, como pensando en voz alta.
—¿De qué se trata, padre? —Quise saber.
—Después hablamos, hermana.
Me despido prudentemente con una venia respetuosa. Él se acerca, me toma las manos y me dice con su apacible voz:
 —Descanse hermana Isabel, que Dios bendiga sus sueños, que en estas tierras la esperan buenas semillas para ser sembradas. Bendición.
El contacto con sus fuertes manos cálidas fue como un cataclismo que electrocutó mis sentidos. Traté de disimular y como pude llegué a mi recámara sintiendo que me ruborizaba toda.  No pude pegar un ojo en toda la noche. Me había enamorado de un imposible.
SEGUNDA PARTE
En los días posteriores traté de evitar los encuentros con el padre con el pretexto de ayudar en las tareas del huerto y la cocina. Asistía a la capilla y oraba con mucha fe para superar este sentimiento que comenzó a aletear en mi pecho, como un ave que desea con urgencia salir volando hacia su libertad.
Una noche sofocante de calor y humedad por las lluvias invernales, se escuchaba un coro de ranas croar, se percibía el olor a tierra mojada que invadía los resquicios de mi alma, y el despertar de una femineidad que creía ya dormida. Después de la cena, el padre Patricio me dijo:
—Hermana Isabel, no se vaya tan pronto, deseo hablar con usted.
Me hizo señas con su brazo para que continúe caminando hacia la salita de reuniones, una vez allí instalados, me senté en una de las butacas y él se ubicó al frente mío.
 —Usted dirá padre, soy toda oídos —le contesté, disimulando mi sofocación.
—Le tengo ya el grupo de muchachos que necesitan una guía espiritual. Sus edades son de quince a diecisiete años. Casi todos son estudiantes y hay unos dos o tres chicos que combinan sus estudios con trabajo. Me parece un buen grupo, ya he hablado con algunos de ellos, Martha, es la jovencita, con formación católica y muy espiritual, que se ha acercado a comentarme su inquietud y es el enlace con ellos. Se reúnen en casa de los padres de tres integrantes de grupo que son: los hermanos Delgado, tienen una postura abierta y de apoyo a los chicos. —Sonriendo un poco agrega—: Ellos se autodenominan «Happy Children».
—La influencia norteamericana, —dije sonriendo por el nombre extranjero.
—Pues bien, hermana, mañana mismo vendrán al patio de la parroquia donde juegan baloncesto y se los presentaré para que se ponga enseguida en acción. Necesitamos jóvenes entusiastas que empiecen a hacer labor cristiana en los barrios pobres de la ciudad y tantas cosas buenas a favor de ellos mismos.
—Claro padre, estaré pendiente y muchas gracias por pensar en mí para esa labor, en Brasil estuve algunos años con grupos juveniles, y, por cierto, me encanta trabajar con ellos, pues su alegría, entusiasmo por la vida y la lucha por causas nobles son desbordantes.
—Claro hermana, justamente por ello y sus experiencias con jóvenes es que pensé en usted, estoy seguro de que armaremos un buen equipo. —Se acercó más y tomando mis manos las apretó en un gesto de complicidad sincera.
Sentí mi corazón agitarse tanto que retrocedí conmocionada ante la cercanía del padre, que, dándose cuenta, a manera de disculpa me dijo:
—Perdóneme, hermana, no quise asustarla.
—No padre, discúlpeme usted a mí, soy una tonta.
—Bueno, hermana Isabel, mañana empezaremos con los jóvenes. Hay un salón que disponemos para charlas y para pasar diapositivas educativas.
—Claro, padre Patricio, si no hay nada más, que tenga buenas noches.
—Dulces sueños, hermana, descanse usted. Mañana será otro día.
Y me retiré de la estancia con una venia respetuosa intentando disimular mi estado, aún convulsionado
Al pie de mi cama me arrodillo con mis rezos, suplicando al Todopoderoso que me ayude a calmar estos sentimientos confusos de atracción, de pasión, de vergüenza, de temor, de amor… y no sé cuántas cosas más al mismo tiempo.
Ave María Purísima, «¡¿cómo voy a ayudar a esos jóvenes?! ¡Tengo que estar bien primero yo, para poder ser la guía espiritual de ellos!». Con lágrimas en los ojos y con toda la fe del mundo, me fui calmando poco a poco y pude dormir unas horas sintiendo la lluvia caer sobre el techo e imaginando que ese aguacero tropical y mis lágrimas lavarían mis temores y mi angustia.
Al día siguiente, agradezco a Dios por la oportunidad de llegar al corazón de cada uno de los chicos, me dirigí a ellos y les trasmití mis objetivos, hubo una buena receptividad. Me acogieron muy entusiasmados. A las chicas les pareció la idea genial, ya que eran niñas de casa y sus padres no siempre les permitían salir libremente, pero con el aval de una religiosa, las cosas se facilitarían. Empezamos con las charlas educativas y, en los recesos, dos jóvenes tocaban la guitarra y los demás cantaban. Todo era alegría y amistad.
Así pasaron los días y el grupo se fortaleció, entre ellos había un joven que se destacaba por su liderazgo, seriedad y disposición hacia las cosas correctas: Beto, y fue elegido por unanimidad el presidente. Las cosas empezaron a tomar forma. Había notado cierto recelo entre el grupo de hombres y mujeres y logré acercarlos más. Las chicas a pesar de su alboroto eran tímidas y con las charlas educativas fui logrando mayor cohesión como equipo. Ya estaban listos para empezar a hacer conciencia del medio socioeconómico. A pesar de que ninguno era de clase pudiente, tampoco eran pobres. Así que un buen día solicité permiso para ocupar la furgoneta de la parroquia y le dije al chofer que nos conduzca a los barrios periféricos de mayor miseria en la ciudad, e iniciamos el recorrido.
Tal como pensé, los chicos estaban profundamente conmovidos, sobre todo las chicas con mayor sensibilidad soltaban lágrimas al observar de cerca las condiciones infrahumanas de hacinamiento en donde moraba gente, viviendas que no tenían ni piso. ¡Estaban sobre la tierra! Ello nos llevó a planificar nuestras próximas acciones. Todos acordaron que deseaban hacer alguna actividad para ayudar. «¡Tenemos que recoger fondos!» Dijo Loli pensativa. A Marcelo, uno de los chicos serios, se le ocurrió la idea de participar en un concurso de disfraces que el municipio de la ciudad estaba organizando para atraer turistas en la temporada de Carnaval, y se comentaba que los premios eran buenos y en efectivo. De esta manera obtendrían algo de fondos para la labor humanitaria.
Soraya, una chica muy jocosa, dijo sonreída: — Pero ¿qué vamos a hacer nosotros?
—Participar, claro está. —contestó Beto, el presidente.
A todos les agradó la idea y no pararon de hablar y reírse imaginando de que nomás se irían a disfrazar.
Se pusieron a planificar desde ese mismo día. No pararon de trabajar y divertirse al mismo tiempo. Yo los contemplaba satisfecha, pues ellos respondieron a mis expectativas, todos coincidieron en que querían llevarse el premio mayor, pues ya tenían el objetivo fijo de destinar dicho dinero a la labor social para los barrios marginados. Ellos nunca hablaron del segundo o tercer lugar, siempre decían que ellos apuntaban al primero.
—Pues bien, chicos, es bueno ambicionar siempre lo mejor, pero debemos ser conscientes de que nos espera mucho trabajo y disciplina. —Enfaticé.
 —Estamos claros en eso, —observó Beto— Fíjese hermana, me he permitido elaborar estas comisiones ¡para empezar ya! Además, hemos pensado hacer un carro alegórico representando los deficientes servicios de salud pública que tenemos en la ciudad, a manera de denuncia.
—Estoy de acuerdo con ello. Pero recuerden que esto es una comparsa de carnaval y, por ende, debe haber colorido, música y alegría.
—Claro, hermana, es que no todos vamos a estar en esa representación del tétrico hospital, las chicas danzarán con sus coloridos disfraces de sambas y sus vistosos turbantes en la cabeza, ellas bailarán en las calles al compás de música alegre, imitando a las famosas bailarinas populares del Brasil.
Algunas de ellas tenían pudor y les daba pena salir, pero el propósito del grupo era más fuerte y superaron todo obstáculo. Me encantó verlos cómo se organizaban. Alquilaron un trasporte de carga con una gran plataforma que serviría para la representación del obsoleto hospital. Las chicas diseñaron sus faldas con ruedo y los turbantes de vistosos colores.
Mientras trabajaban iban acumulando los enseres en la casa de los tres hermanos Delgado, lugar en que se reunían al inicio del grupo. Los padres de familia:  don Augusto y la señora Yolita, contagiados con la alegría de los muchachos, estaban siempre prestos para apoyarlos con ideas, herramientas, bancos, sábanas, y otros objetos que usarían para la comparsa.
Llegó el gran día del carnaval, todos estaban algo nerviosos, pero alegres y optimistas, Hubo muchas personas, sobre todo turistas, bastantes fotos y diversión. Fueron algunos meses de preparación y dieron sus frutos. ¡Quedamos en primer lugar!
Los chicos estaban felices y yo también, además orgullosa de ellos. Nos fuimos a festejar a un bonito lugar de moda en el malecón de la ciudad, La Tortuga, nos servimos palomitas de maíz y helados. El presupuesto no daba para más. Y el premio era intocable.
De regreso a casa me esperaban el padre Patricio y las hermanas para felicitarme, ellos ya sabían del triunfo, porque había seguido el evento por una radio local. Les agradecí mucho y me excusé pretextando estar algo cansada.
 En los últimos tiempos no veía muy seguido al padre ya que le habían designado un servicio extra en otra parroquia cercana, por muerte del titular y aún no llegaba el reemplazo, sin embargo, mi amor por él seguía creciendo día a día. A medida que intentaba sacármelo de mis pensamientos y de mi corazón, más se calaba en lo profundo de mi alma, así que decidí ya no luchar más. Lo seguiría amando en silencio, como se ama el amanecer de un bello día. Con el respeto y la devoción de lo sagrado.
 Las chicas a veces me hacían pequeñas confidencias de sus escaramuzas de amor y las entendía más de lo que ellas se imaginaban, pues yo también, a la par con ellas, experimentaba inquietudes, manos sudorosas, éramos como las flores, que empiezan a abrir sus pétalos esperando los tibios rayos del sol. Me reía con ellas y les indicaba que todo eso, era normal, parte de la vida.
TERCERA PARTE
El club de muchachos pudo realizar su labor humanitaria cobrando el primer premio del concurso. No alcanzó para mucho. La recompensa no era tan grande, y sí los barrios marginales. A pesar de todo, el propósito se cumplió. Hicieron conciencia de su realidad y la que los rodeaba.  Al cabo de dos años los chicos se sentían más comprometidos para participar en la comunidad, se divertían igual que los demás jóvenes de su edad, pero habían madurado mas emocionalmente y sobre todo habían adquirido responsabilidad social y espiritual. Estaba contenta, me di cuenta de la madurez de ellos, cuando decidieron amonestar a uno de los chicos del club por comportamiento inadecuado, y cuando este nuevamente reincidió, no dudaron en sacarlo del grupo. Estaban pendientes de las chicas y no permitían que cualquier abusivo se introduzca, empezaron a tener orgullo de pertenencia y eran muy celosos con el ingreso de nuevos miembros.
Tuvimos hermosas vivencias como las fiestas de disfraces, retiros al campo con otros grupos de jóvenes cristianos, charlas y mesas redondas para discutir y actualizarnos en temas filosóficos, integración con actividades de la comunidad. En fin, fueron dos años de intenso trajinar. Luego los chicos se graduaron del colegio y se empezaron a disgregar, unos se fueron a estudiar la universidad a la capital y a otras ciudades, otros empezarían a trabajar y estudiar, una se casó y se fue a vivir a otra provincia. Pero, todos, siempre llevarían en su alma un grato recuerdo de esos dos años en que fueron los «happy children.».
La mayor parte de los muchachos se ausentaron por las nuevas obligaciones de estudio y trabajo y, con los pocos que quedaron emprendimos un nuevo grupo e ingresaron otros miembros. Les trasmití la historia del nombre del grupo de jóvenes de Brasil, Stelium, cuyo significado era, ‘sal de la tierra y luz del mundo’, con fundamentos cristianos, por lo que, les encantó el nombre y acordaron que ahora se llamarían: Stelium Dos, como la segunda versión del primero.
Me sentía feliz con los jóvenes, experimentaba sus mismas ilusiones, sus alegrías, y a veces sus penas. Yo era su confidente y también su nana, los aconsejaba, los respaldaba y también los amonestaba, cuando había que hacerlo.
Al cabo de dos años me ofrecieron ocupar el cargo de rectora del Colegio Julio Pierregrosse, ya que los jesuitas habían pedido la colaboración a nuestra Congregación Esclavas del Divino Corazón, y ellos, se habían fijado en mis antecedentes, por lo que me hicieron dicha propuesta.
Me sentía honrada por la denominación de tan alto cargo, aunque un poco temerosa por la gran responsabilidad que se avecinaba. El padre Patricio me daba ánimos, diciéndome «Usted conoce mejor que nadie la psicología de los jóvenes…». Lo tomé como un desafío que la vida se encarga de hacerme cumplir. Volqué en mi trabajo toda la experiencia acumulada y me sentí orgullosa conmigo misma. Pasaron muchas generaciones de jóvenes a quien ahora los recuerdo con cariño, pero nunca olvidaré a los primeros, los Happy children, con quienes viví experiencias únicas, sintiendo mi corazón al unísono con ellos.
Estoy retirada, ya han pasado más de veinte años, los jóvenes de ayer se han convertido en destacados empresarios, profesionales, madres y padres de familia amorosos y yo me siento como la sembradora que puso su semillita en tierra fértil.
Respecto a mis sentimientos de mujer con el padre Patricio, no decrecieron nunca. Lo seguí amando en silencio. Aprendí a controlar mi turbación, pienso que también él, al darse cuenta evitó todo contacto físico, pues su costumbre a manera de aprobación y empatía era tomar de las manos a las personas en forma sincera. Cuando supe que me quedaban pocos meses de vida por un cáncer terminal y, como es lógico, debía regresar al suelo patrio a descansar el sueño eterno, sentí mucha nostalgia por esta ciudad, que había sido mi hogar y el lugar donde había amado en secreto. Me despedí de las hermanas y del padre cuando estábamos en el postre y noté cómo él había envejecido, su cabello era todo blanco. Le hice una broma y sonrió asintiendo. Cuando ya me despedía, me dijo gentilmente, «Venga, por favor».
Tomamos un último café y me confesó que él también sintió una fuerte atracción hacia a mí desde que me conoció, por lo que prefirió apartarse un poco, ya que el apostolado que habíamos iniciado era más importante que cualquier sentimiento. Me pidió permiso para tomarme de las manos y —se acercó dándome un beso de despedida en la frente—. «Nunca la olvidaré, hermana. También yo la he amado en silencio, además, ha hecho una gran labor en estas tierras». Me sentí hechizada bajo su mirada. Yo le agradecí por todo y le hice notar que, sin su ayuda, no hubiera podido realizar lo que me fue encomendado.
Solté suavemente sus manos y salí sin mirar atrás, sintiendo cómo se me nublaba la vista por las lágrimas que brotaban de mis ojos, pero ya no de tristeza, ni de angustia; sino de alegría por saber que también había sido correspondida sin saberlo, por conocer que no solo yo había sufrido por amores imposibles, ahora podía morir en paz. Mientras me trasladaba al aeropuerto observo el mar color turquesa y me digo: «¡Qué feliz he sido, en estas tierras! ¡Gracias, mi Dios»!

Cuando amanezca


Adrián González


Se ha hecho de noche, y el agradable olor a tierra mojada que dejó el chubasco de la tarde hace que Renato respire profundamente al caminar de prisa por el interminable y pedregoso callejón, como tratando de que el aire en sus pulmones refresque su mente y expulse de ella los gritos y manotazos al viento de su padre ebrio al golpear a su madre. «¡No te asustes, solo estamos jugando!», grita ella, en el mejor tono posible, fingiendo risas e intentando esquivar los puños mientras él llora; quisiera detenerlo, defenderla, mas solo es un niño; busca con la mirada dónde refugiarse, pero en el pequeño cuarto de esa vieja vecindad solo hay una cama, una mesa y una estufa destartalada. Finalmente, escondido bajo la cama, los gritos cesan dando paso a gemidos y movimientos bruscos, que hacen que la cama parezca caer sobre él una y otra vez. «¡Ya!», reclama sollozando su madre, en tanto su padre gruñe. Ninguno de los dos escucha el pasador de la puerta abrirse para que él escape.

Al final del callejón, casi en la esquina con la avenida pavimentada, un grupo de vagos beben cerveza; una significativa cantidad de latas están tiradas a su alrededor. «¡¿A dónde vas, chamaco?!», grita uno de ellos. Renato se detiene y voltea a verlo, pero no contesta, lo conoce bien, «solo es un amigo», le ha dicho su madre, cada vez que él se les acerca a hacerles la plática camino al mercado. Aprendió a callarse, después de que un día su padre se pusiera violento y derramara toda la comida que había sobre la mesa, cuando a él se le ocurrió comentar que el amigo de su mamá les había ayudado a reparar la pata rota de la silla sobre la que estaba sentado. «¿Las cosas no están bien en casa? —pregunta, mirándolo a los ojos sin recibir respuesta—. Bueno… ¿Ves aquellas luces junto a los campos de futbol? Vete a dar una vuelta en lo que tu viejo se calma». Renato voltea hacia la avenida, lo encandilan los faros de los carros que pasan salpicando los charcos que dejó la lluvia. Dos cuadras más allá están los terregales a los que el barrio llama canchas, y junto a ellos, algo enmarcado con luces se levanta en la oscuridad. «¡Ponte listo al cruzar!», le advierte por último el vago.

Luego de esquivar el tráfico, escuchando a sus espaldas las mordaces vulgaridades entre carcajadas de los demás al amigo de su madre, Renato arriba caminando lentamente, pateando piedras y con las manos en los bolsillos de su pantalón, a los campos donde se ha instalado un circo. Las brillantes y coloridas luces de su marquesina lo deslumbran y se da cuenta de que lo que veía a lo lejos era una serie de focos que bajan desde los postes más altos en todas direcciones sobre la gran carpa. Una larga fila de familias se forma en la taquilla para entrar y un gran reflector apuntando al cielo se enciende en ese momento lanzando un haz de luz que pareciera buscar algo entre las nubes; a su izquierda, un grupo de niños observa un elefante beber agua de una gran pileta con una pata atada a una estaca clavada en la tierra, y a su lado, tras una cerca, un grupo de ponis devoran paja esparcida bajo ellos. Pero lo que más llama la atención de Renato es un hombre vestido con un reluciente traje de payaso que, con un altavoz, llama a la gente a entrar a la función que está a punto de comenzar; a su lado, otro individuo avienta por los aires unos aros, atrapándolos con habilidad para volverlos a lanzar cada vez más alto, y una muchacha hace giros, avanzando hacia delante y hacia atrás sobre un artefacto que parece una bicicleta de una sola rueda. Impresionado, decide que tiene que ver lo que pasa adentro de esa carpa, por lo que empieza a caminar alrededor de ella buscando por dónde colarse. Observa que en la parte trasera están estacionados varios vehículos y que el movimiento de personas va decreciendo, se aleja y se acerca con discreción entre las sombras, escucha que el espectáculo ha comenzado, pero aguarda paciente tras las llantas de un camión al observar que un par de hombres vigilan que a su alrededor todo esté bien, hasta que encuentra el momento oportuno para correr y deslizarse a rastras bajo la carpa. Una vez adentro, todo está oscuro salvo la pista al centro del circo y sobre él hay una serie de tablones en los que gente sentada aplaude con entusiasmo; cautelosamente, busca por dónde observar mejor entre los pies de la gente.

«¡Señoras y señores, niñas y…! —se escucha gritar al animador—. Ahora, presentamos a ustedes… ¡A nuestros maestros del trapecio!». Se escucha el redoble de un tambor seguido por música estridente, la gente aplaude y las luces se apagan dando paso a un reflector que alumbra directamente a dos hombres y una mujer parados en una pequeña plataforma, saludando desde lo más alto de uno de los postes de la carpa. Renato se esfuerza por torcer el cuello y meter la cabeza entre las gradas para alcanzar a ver lo que está sucediendo. Lo que ve, lo deja pasmado: ambos hombres se han colgado de cabeza, sostenidos de las piernas, cada uno en un trapecio a los lados de la pista, en tanto la mujer se descuelga girando por los aires para ser atrapada de las muñecas por uno de ellos. Un gran «¡Ah!», se escucha, en tanto ambos siguen columpiándose vigorosamente, tomando impulso de izquierda a derecha hasta que deliberadamente el hombre suelta a la mujer… «¡Oh!», exclama la gente, para que después de un giro, sea ahora atrapada de los tobillos por el otro hombre. Renato no puede creer lo que ve, quisiera aplaudir, pero su posición entre los tablones y las piernas de la gente no se lo permite, trata de acomodarse para continuar disfrutando la función, cuando un brusco jalón por su espalda lo hace golpearse la cara y caer en la tierra; de inmediato reacciona tirando algunas patadas para tratar de zafarse. «¡Mira a este. salió bravo!», exclama el vigilante que lo ha sujetado con firmeza de un brazo.

Él no era el único niño que se había tratado de colar sin pagar para ver la función de circo, los dos hombres que hacían rondines los han reunido tras la carpa, amenazándolos para que no vuelvan a intentarlo. La mayoría se va gritando maldiciones y haciendo señas obscenas, Renato simplemente se sienta sobre una piedra frente al circo, observando cómo llevan y traen primero al elefante y luego a los ponis, escuchando los aplausos y exclamaciones del público hasta que la función acaba. Cuando el circo apaga sus luces, luego de que la gente se ha ido, él sabe que es hora de regresar, voltea la mirada rumbo a casa y trata de armarse de valor antes de partir pues, salvo por las luces de la avenida, todo se ve lóbrego y desamparado; imagina a su madre preocupada, pero espera que su padre esté profundamente dormido, de otro modo con todo y la borrachera, sacará fuerzas de algún lado para darle una tunda.

Casi no hay autos en la avenida al momento de cruzar, pero la lluvia ha vuelto y se ha convertido en un chubasco, los vagos de la esquina se han ido y Renato arrecia el paso adentrándose en el oscuro callejón, enlodando sus zapatos y abrazándose él mismo para protegerse del frío. Conforme avanza, oye más y más a su madre gritar; al fondo, un foco está encendido y una puerta parece abierta, el aguacero le impide ver con claridad; su corazón empieza a latir con fuerza y un escalofrío recorre su espalda. En ese momento se escucha la sirena de una patrulla y el callejón se ilumina tras de él, que voltea, solo para deslumbrarse con la intensa luz de los faros; dos policías y uno de los vagos descienden y lo rebasan corriendo hacia el fondo del callejón.

Cuando Renato arriba a la vecindad, ambos policías están tratando de someter a su padre, quien, montado sobre el amigo de su madre, lo golpea con furia una y otra vez, en tanto este ya ni siquiera respira. La lluvia hace aún más confusa la escena: agua, lodo y sangre, han manchado las ropas de su madre mientras trataba de evitar la pelea; de hecho, primero se interpuso en la puerta cuando su amigo tocó llamando, ebrio y a gritos, a su esposo a salir y enfrentarlo, después, cuando amanezca, pensó, todo será diferente.

jueves, 6 de junio de 2019

Crimen en Islandia

Armando Janssen



«Esta madrugada, el cadáver de una joven fue encontrado en la playa».

Esta noticia salió en todos los titulares de diarios, noticieros y radios de la capital, revolucionando por completo a los tranquilos habitantes de Islandia.

Para esta apacible isla del Atlántico Norte, con una tasa de criminalidad muy baja, escenario de famosas sagas medievales plagadas de asesinatos y castigos bárbaros, con una policía que patrulla sin armas y una población de 330 000 habitantes, un asesinato de estas características, conmociona al país entero.

Ampliaremos en el noticiero del mediodía.

Por esa época yo trabajaba en el juzgado, y era un abogadito recién recibido, imbuido de mi propia importancia. 


Lamentaba profundamente que mis ingresos todavía no me permitieran acceder a la compra de un auto, lo que me ahorraría caminar todas esas cuadras hasta la parada de bus, vivía en los suburbios de la ciudad.


Ella subió en la parada de la Facultad de Medicina. Flaca, alta, con el cabello pelirrojo tapándole media cara y un montón de libros en las manos de huesudos y largos dedos. Manos de artista, diría mi abuela; «Manos de cirujana», pensé yo.

Se sentó a mi lado, arremangándose el guardapolvo blanco que llevaba abierto y flotante, como alas, sobre los vaqueros, y una camisa a cuadritos, muy poco femenina.

Casi sin querer eché un vistazo a los libros que se puso sobre la falda. El título y el nombre del autor me saltaron a la cara, y no pude evitar el respingo: La muerte del Comendador, libro dos, de Haruki Murakami. Yo estaba leyendo el libro uno. Alcé la vista y me encontré con sus ojos, grandes y pardos, como los de un cachorro, que habían sorprendido mi mirada y me la devolvían, divertidos.
                                 
Cerrando su libro, observé cómo sonreía con cara de satisfacción. Miró el mío y me dijo cuchicheando: «No te preocupes, no te voy a contar el final». Su voz era cálida y gruesa.

Tal vez debería haberme callado, quizás hubiera sido mejor mirar para otro lado, o cambiarme de asiento, pero esos ojos lo enganchaban a uno, y me di cuenta de que quería seguir mirándolos.

¿No es casualidad?,pregunté y ella me sonrió con una boca ancha y generosa, en un relámpago de dientes blancos inmaculados que reflejaban toda su luz.


¿Murakami o que tú estés leyendo la primera parte y yo la segunda? Lara —Me indicó sin dejar, ni de mirarme, ni de sonreírme un instante.


—¿Lara? —repetí, sin entender.

—Lara, es mi nombre dijo sonriendo.  


Bjorn me las arreglé para responder, sin tartamudear.


En la próxima me bajo me dijo de pronto. Se bajó igual que como había subido, un remolino de pelo suelto y piernas largas, apoderándose del pasillo del bus como una conquistadora.

El cadáver encontrado esta mañana ya fue identificado, corresponde a una joven de diecinueve años, Lara Brjanslatter, cuyo cuerpo se evaporó siete días atrás de las calles de la capital Reykjaviv, el hallazgo de su cuerpo convulsiona a toda Islandia.

Thomas Kjartansson, propietario del bar Beer & Fish, que tras dos días de ausencia de la víctima hizo la denuncia, afirma haberla visto salir de su trabajo poco después de las cuatro de la madrugada, lo cual es confirmado por las cámaras del local.  

«Es un país seguro y este suceso me descoloca totalmente, estoy realmente preocupado,  Lara nunca faltaba, era una chica responsable, tranquila y cumplidora», agregó Thomas.

Su calzado apareció dos días después de su desaparición, en el puerto de Hafnarfjordur, al sur de Reykjavik, cerca del muelle en el que está atracado el pesquero groenlandés, el Polar Fish, y desde entonces había comenzado la búsqueda de Lara. Su teléfono también fue encontrado en los alrededores, donde alguien lo apagó.

Las cámaras públicas confirman la presencia en torno a las 06:30 a.m., cerca del barco, de un auto rojo, un Suzuki Swift, idéntico al vehículo denunciado como robado, visto en las inmediaciones del lugar de Reykjavik, donde Lara fue vista por última vez entre las brumas aurorales.

Dos días después de conocernos, volvió a subir en la misma parada. Me identificó de inmediato, y abriéndose paso entre la gente, fue a pararse a mi lado.

¿Cómo te va, Bjorn? —me saludó,  y yo sonreí, feliz, de que recordara mi nombre.

La tapa colorida similar a la mía, asomaba, insolente, entre sus apuntes. 


¿Cómo va esa segunda parte?la interrogué, esta vez más animado mirándola directamente a sus ojos.


Muy bueno, ya lo terminé. ¿Y el tuyo?

También. ¿Y a dónde vas ahora?,le pregunté.

Voy en camino a devolverlo a la biblioteca de la facultadsi quieres nos bajamos juntos, extiendo la solicitud unos días más y lo lees...

Sería magnífico ¿de verdad harías eso por mí?

Claro que sí.

Pero ahora estoy muy ajustado de tiempo debo llegar al juzgado, soy abogado, ¿qué estudias en la facultad?

Estoy en mi segundo año de enfermería. Pago parte de mis estudios trabajando para la comunidad dos veces a la semana en las mañanas, dando una mano en un comedor comunitario, ya sabes, higiene, alfabetización, esas cosas.

Asentí, imaginándomela leyendo, con esa sonrisa blanca y abierta, y su voz cálida y gruesa.

¿Y qué más haces?, le pregunté.

Por las noches trabajo en un bar del centro, como mesera.

Desde entonces nos veíamos dos veces a la semana en ese bus en las mañanas, los martes y jueves que ella iba al comedor, dentro de ese útero que terminó transformándose en mi universo paralelo, un lugar mágico que me desesperaba por alcanzar, caminando deprisa para no perderlo hasta zambullirme en él, ese bus era el único medio que me llevaba hasta ella.

El Polar Fish zarpó el día de la aparición del cadáver. Lo obligaron a dar vuelta, escoltado por guardacostas. Atracó en el puerto de Reykjavik y miembros de la unidad de élite de la Policía islandesa, la Viking Squad, interrogaron a la tripulación.

«Tres marinos están detenidos como sospechosos de poseer información sobre la desaparición de Lara y comparecerán ante el juez», informó la policía en Twitter.

La unidad de élite peinó el barco, pero fuentes policiales citadas por la prensa islandesa dudan que la joven haya estado a bordo.

El caso Lara Brjanslatter es ya un hito de la Policía islandesa.

Hablábamos y reíamos; a veces había incluso pequeños conatos de pelea por lo que ella llamaba mi «burguesa mirada», y yo su «exaltada sensibilidad».

Empezaba el mes de enero cuando le dije que deberíamos tomar algo, animarnos a salir del útero de ese bus y volcarnos a la vida real.


Sonrió, apartándose el pelo de la cara, en un gesto que yo ya había aprendido a identificar como previo a una de sus lapidarias declaraciones.


Esto debería ser la vida real, Bjorn. Ojalá lo fuera me dijo—. No me gusta mucho lo que hay ahí afuera, agregó.


Insistí, debatí, arguyendo, en esa esgrima verbal que tanto disfrutábamos, hasta arrancarle un casi sí.

Me voy a Dinamarca en diez días, pero en cuatro semanas vuelvo. Entonces quizás exploremos ese “afuera” que tu quieres me sonrió, antes de plantarme un beso en la boca y bajar, casi de un salto.


La vi alejarse, hacerse más chiquita, muerta de risa ante mi cara de desesperado asombro por no haber bajado a tiempo para seguirla.

Pelo suelto y piernas largas, sonrisa plena, a medida que el bus se alejaba, aprisionándome lejos de ella.

Pasaron unos pocos días, me iba hasta el Juzgado y tomaba el bus de vuelta, la cara pegada a la puerta, buscándola, esperando el reencuentro que no llegaba, y dándome cuenta de que solo sabía su nombre, sin dirección, ni apellido, ni teléfono.

En este país de tan escasa población, la criminalidad es tan poco frecuente que la primera vez que la policía le disparó a un hombre fue en diciembre de 2013.

Desde 2001, se registraron 1,8 homicidios por año del promedio, según las estadísticas policiales. Y normalmente son obra de desequilibrados o de personas bajo los efectos del alcohol.

«Siempre hemos sido una sociedad homogénea, preocupada por que haya igualdad», analiza el sociólogo Henri Gustafsoon. «Somos una familia, nos necesitamos los unos a los otros para sobrevivir en esta isla», explica el reconocido analista en rueda de prensa.

Paradójicamente, uno de los novelistas policiales más vendidos en el mundo, Amaldur Intridason, es islandés. ¿Pura imaginación? Quizá no tanto, afirma su traductor al francés, Éric Boury, también entrevistado.

«Se tiene la sensación de que aquí no se puede morir «violentamente» y eso que saben que la naturaleza es peligrosa, que un volcán puede devastarlo todo», recuerda.

Y además, añade Éric Boury, «esta sociedad que parece tranquila no lo es tanto. Hay problemas de droga y de alcohol, graves problemas de consumo de alcohol».

Esta otra semana no la encontré en el bus, recordé que me dijo que realizaba trabajos a la comunidad en el comedor, que estudiaba segundo año de enfermería y que por las noches trabaja  en un bar de la ciudad, como mesera… esos datos servirían.

Me bajé en la facultad, traté de indagar sobre una pelirroja llamada Lara, pero la facultad estaría en receso hasta fines de enero. Después me dirigí al comedor y Lara había solicitado licencia por viaje, no podían darme sus datos. Solo me quedaba concurrir por la noche a los bares de la ciudad.

La primera noche constaté la cantidad inesperada de bares que hay en el centro de Reykjavik, no pude encontrar nada, pero rastrillé toda la avenida principal de un lado, regresé a mi casa exhausto, abatido.

Al día siguiente, otra noche perdida, caminé el otro lado de la  avenida.

La tercera noche, algo inesperado, aproximadamente a las 01.00 a. m., la vi atendiendo una mesa frente a mí, pero yo del lado de afuera. Quedé mirándola impávido por unos cuantos segundos. Ella me sonreía. Le hice señas con mi reloj, gesticulando a qué hora saldría. Me indicó a las 04.00 a. m., le sonreí y me fui.

Fui a otro bar, pedí una cerveza y elaboré un plan. Tenía que conseguir un auto, debía impresionarla, era mi oportunidad.

Islandia es el país con más libros leídos por persona en el mundo, con más obras publicadas, y más escritores. El promedio de lectores de Islandia es del 88 % de la población.

La cultura de la lectura en Islandia es interesante, como también los logros debido a lo mismo. Por ejemplo: los bancos de los espacios públicos tienen código de barras para escuchar alguna narración literaria a través de los teléfonos móviles mientras se está sentado. Además, es común que en Navidad se regalen libros.

Pero ¿en qué ayuda tener el hábito de la lectura? Indican los sociólogos: más que a aprender a comunicarnos con el lenguaje escrito, a adquirir conocimientos, a motivar nuestro cerebro a construir imágenes y micro-historias a partir de lo leído, incrementar las palabras en nuestro diccionario interno personal, despertar nuestra capacidad de análisis, interpretar códigos del mundo abstracto y socializar con otras personas fluida y claramente. Personas (lectores) que tengan el hábito de la lectura, serán comunicadores cualitativos, capaces de aportar a una sociedad en permanente desarrollo.

En el caso de Islandia, recién han cumplido cien años de independencia (1918) y es el tercer país más desarrollado en el mundo, en el periodo 2007/2008, llegó hasta el primer lugar de desarrollo humano.

Tal vez sea casualidad (no lo creemos), pero el hecho de ser grandes lectores, motivaría al desarrollo personal y social. Islandia, entrega asistencia sanitaria (salud) universal y educación superior gratuita a sus ciudadanos, agua caliente y calefacción  gratis permanentemente.

«Un pueblo sin entendimiento, es un pueblo destinado a desaparecer».

Caminé unas cuadras y hallé mi oportunidad, un borracho intentaba ingresar a su auto y no daba con meter la llave, le ofrecí ayudarlo, y me llevé su Suzuki rojo.

Ya eran casi las 04.00 a. m. y estacioné a unos metros del bar de Lara.

Esperé impaciente que saliera, mi cuerpo no dejaba de traspirar, estaba empapado.

04.05 y Lara al fin salió. Le hice un juego de luces y con mi brazo le indicaba que se acercara.

Ella vino a mí confiada.

¿Tienes auto?, me dijo con cierto asombro.

Sí, utilizo el bus regularmente porque es más práctico. Sube por favor.

¿Adónde vamos?, me preguntó. Mañana debo madrugar, agregó.

Sólo un paseo, tenía muchas ganas de verte. ¿tú?

También, me respondió.

Paremos unos minutos en la playa, hoy escuché que podríamos observar una fantástica aurora boreal. Después te llevo de regreso a tu casa.¿te parece?

De acuerdo.

¿Cuándo y a qué te vas a Dinamarca?, le pregunté.

En dos días, y a qué, si no te importa me lo reservo.

De acuerdo, es tu decisión.

Lara Brjanslatter, tenía fecha para ingresar a la Clínica Sexológica Rigshospitalet de Copenhague, Dinamarca, donde se realizaría un tratamiento de gendermodificación, que venía soñando desde los doce años, al fin sería la mujer con la que se identificaba.

Después de exhaustivas evaluaciones e interminables tratamientos de un equipo multidisciplinario, que incluyeron especialistas en psiquiatría, obstetricia, ginecología y cirugía plástica con un conocimiento especial de los transexuales que duró casi tres años.

Lara consiguió así, los permisos para someterse a un cambio de sexo, a cambio de experimentar con su cuerpo y así incrementar el conocimiento para la Clínica y sus estudiantes.

Una vez estacionados en la playa, Lara y yo, como de costumbre alimentamos nuestros elocuentes diálogos, con una sintonía innata.

Yo, sentía una muy fuerte atracción sexual por ella y como de costumbre cada vez que había estado a su lado, la tenía dura como un hierro.

Ella dialogaba naturalmente y se sentía muy a gusto conmigo.

En un momento entrelazamos nuestras miradas y comenzamos a besarnos acaloradamente. Yo la abrazaba y ella respondía. Intenté tocarle los pechos, pero ella retiraba mis incontroladas manos, yo insistía e insistía, ella no me lo permitía con firmeza. Para salir de la situación, Lara comenzó a tocarme el pene y  dejé de violentarla, sacó mi miembro y comenzó a agitarlo de forma experimentada, me sentía complacido. En pocos segundos experimenté el mejor orgasmo de mi vida, eyaculé sobre su mano y sobre mí mismo. Nos miramos intensamente, yo… perplejo, ella no era ella…

Pasaron un par de minutos y yo, que observaba la falda de Lara constantemente, la agarré desprevenida, le tomé los genitales, mi sorpresa fue inmediata al constatar su pene y sus testículos.

¿Y esto?,le pregunté sin soltar mi presa. ¿qué significa?

Me siento mujer, respondió Lara, esa es mi vergüenza. voy a Dinamarca para someterme al cambio de sexo y al fin seré la mujer que siento ser… ¡por favor suéltame!

Saqué su miembro y comencé a agitarlo, ella no quería, pero yo insistí con fuerza, su pene comenzó a ponerse duro ante la sorpresa de Lara, ella asombrada porque nunca había experimentado esa sensación.

Yo, continuaba con los pantalones bajos y no dejaba de agitar el pene de Lara, estaba muy confundido.

Lara logró desprender mi mano de sus genitales y naturalmente giró hacia mí, haciéndome girar también, ganando mi espalda. Acariciándome el pecho, intentó introducir suavemente su erguido pene en mi ano. Entre complacido y confundido, sin pensar en lo que ella o él se proponía, se lo permití sin oponer resistencia. El área estaba seca, con saliva, embadurnó mi ano, lo que ayudó a penetrarme. Me sometió unos minutos y al fin Lara, eyaculó dentro marcándome la espalda con sus uñas. Nos quedamos apretados sin movernos.

Con el pene flácido de Lara, ambos nos acomodamos en nuestros respectivos asientos. El silencio se instaló entre nosotros por primera vez.

Lara miraba hacia afuera, abochornada, confundida, incrédula, como cuestionando su conducta y yo la observaba, aún con los pantalones bajos, mi ano ardiendo, mi moral por el piso y sin creer lo que había sucedido.

Lara, cabizbaja, trató de decirme algo, quizás para justificarse... Yo la paré en seco con un grito y de pronto, sin pensarlo, con mucha furia incontrolada, la tomé con fuerza del cuello y la ahorqué.

¡Quería morirme y la maté! me dije.

La dejé tirada en la orilla.

La playa se encargó de llevarla al mar y devolverla siete días después.