Yadira Sandoval Rodríguez
Una pareja de espeleólogos ha decidido que su única hija los
acompañe a la primera expedición de ella. Cristina tiene catorce años y está
emocionada; sus padres, Marcos y Laura, le han pedido que los acompañe a
explorar unas cavernas.
Desde que tiene uso de razón Cristina
lleva en su mente las historias de sus papás sobre las cavernas, esperando que
un día ellos pudieran llevarla a conocer esos magníficos lugares. Con motivo de los quince años de su hija,
Marcos y Laura prepararon un campamento de fin de semana al parque
nacional de las Cavernas de Carlsbad, en el sureste de Nuevo México, de fama
mundial debido a que contiene algunas de las cámaras subterráneas más profundas
del mundo. Marcos están encargados de un proyecto de investigación en el lugar
y decidieron llevar a su hija a otros sitios de las cavernas no abiertos al
público. Anteriormente, no lo habían hecho porque su hija había desarrollado
una enfermedad en la sangre; los médicos le diagnosticaron leucemia, pero con
dudas, debido a que los leucocitos están incompletos, es decir, los linfocitos
encargados de eliminar las células cancerosas se encuentran en la médula ósea,
pero sí un 1.5 % en los ganglios linfáticos de Cristina, arrojando los estudios
un conteo bajo de glóbulos blancos, prescribiendo cáncer en la sangre. Lo
anterior, es como empezaron a estudiar el caso de la adolescente. Los papás
fueron apoyados por los abuelos maternos mientras ellos se iban a sus
investigaciones para después contárselas a su hija en cuentos. En un mes dejará
el medicamento. Los médicos aprobaron el permiso para que acompañara a sus
papás de campamento con motivo de sus quince años. Los especialistas la van a tener en observación un año sin medicamentos después de haber estado medicada dos años y medio.
La familia planea salir muy temprano el
sábado de Arizona a Nuevo México, la duración del trayecto es de cuatro horas y
treinta minutos; aprovecharán el fin de semana para mostrarle a la hija algunos
lugares de la caverna. Cristina organiza sus cosas, desea llevar sus libros de
espeleología que sus padres le han regalado en el trascurso de los años. Antes
de ir a la cama agarra uno, se le queda mirando por buen rato, es un libro de
cavernas en Europa, observó las imágenes en él hasta quedarse dormida. Constantemente expresa su curiosidad sobre las estalactitas y
estalagmitas, de qué color son y su textura; siempre tiene presente las
explicaciones de sus papás sobre los espeleotemas. Por la información adquirida
desde pequeña, aunado a su enfermedad desarrolló una personalidad ensimismada,
por no tener con quien compartir sus pensamientos, tal actitud era criticada
por sus compañeros quienes le decían, freak.
A ella nunca le afectó eso, ya que su seguridad era reafirmada por sus familiares.
Lo médicos no saben por qué razón al
momento de hacerle el trasplante de células madre a Cristina, el cabello cambió
de color verde. Los papás al no tener una explicación de los médicos, le
dijeron que era un hada de las cavernas que ellos estudiaban, con el fin de que
no se sintiera mal, y que tarde o temprano tendría que regresar a su reino, por
lo pronto, debía vivir en el mundo de ellos. La historia era algo fantástica
para la hija. Los médicos no podían explicar lo que pasó, pero un joven internista
del área de oncología investigó la causa de la pigmentación en el cabello de la
adolescente y encontró una transmutación genética en su sangre, en vez de
comunicarlo a los médicos hizo todo lo posible por esconder la evidencia. En el
laboratorio siempre cambiaba los resultados de Cristina por otros, como era un
médico considerado una gran promesa médica, le confiaron el caso. La ambición
del joven por vender la información a científicos fue más grande que su ética
profesional, ya que tiene cinco años relacionado con esta red de especialistas encargados
de buscar seres quiméricos en la Tierra, su obsesión desde que es un niño. Los
contactos deseaban a Cristina para futuros experimentos, tenían tiempo
siguiendo a la adolescente. Fernando solo estaba esperando el momento para
entregar a la joven a cambio de participar en las investigaciones de estos
seres. Se enteró de que la familia iría de paseo a las cavernas de Nuevo México
y planeó el secuestro, el lugar lo vio ideal para sus planes. La información la
obtuvo de la adolescente en unas de las citas médicas al hospital.
—Hola, Cristina. ¿Cómo has estado?
—Excelente, doctor Fernando.
—¿Cómo te has sentido?
—Bien. Estoy muy feliz.
—¿Por qué?, Cristina. Haber platícame,
mientras preparo el medicamento para aplicártelo.
—Este será mi último medicamento y el
próximo mes cumpliré quince años, como regalo, mis papás me llevarán a una
expedición a las Cavernas de Carlsbad. Ese es mi sueño desde que era pequeñita.
—Qué bien, Cristina. Me alegro mucho por
ti. Lo triste es que ya no te veremos tan seguido por estos rumbos, te
extrañaremos, eres una joven especial, todos te queremos en este hospital.
—Gracias, doctor. Los vendré a visitar.
—Siempre serás bienvenida.
Con actitud de malicia, Fernando le
entrega un caramelo y le dice: «Tu último caramelo, Cristina». Ella sonriendo
le da las gracias y se retira.
Inmediatamente, Fernando se comunica con
los contactos, les dice que él se encargará del secuestro.
Llegó el día esperado por Cristina, en el
camino sintió una clase de emoción nunca antes experimentada. Cuando llegaron a
la caverna su corazón empezó a palpitar de forma acelerada, al verla agitada la
mamá le comenta al padre: «Está emocionada por estar aquí, no hay por qué preocuparnos».
Laura abraza a su hija y le dice: «Cristina, has llegado a tu reino». Al
escuchar esas palabras, ella se desmaya, los papás se asustan y la suben al
carro. A los minutos le dice que está bien, que solo se mareó un poco. La mamá saca
de la mochila la comida para prepararle algo a su hija, ya que la adolescente
no quiso desayunar temprano. El padre sacó del maletín los primeros auxilios,
le tomó la presión y checó que todo andaba bien, presión arterial 97/58 mmHg. Ellos
nunca imaginaron que esa experiencia podría provocar esas emociones en ella.
Cuando despierta Cristina los padres estaban
terminando de montar la casa de acampar, dejaron todo bien organizado, y le
preguntan a ella cómo se encuentra. Cristina dijo que estaba bien, y que
deseaba entrar a la cueva, los padres le dijeron que por su condición de salud
habían decidido ingresar al día siguiente. Cristina les dices a sus papás que desea
entrar, los dos se miraron, Laura le dice a su esposo: «Tiene mi aprobación».
La adolescente sonríe de emoción. Agarran las mochilas y entran a la caverna.
Al
entrar a la cueva se alcanza a percibir el olor a amoniaco proveniente de los
orines y guano de los murciélagos, aunado con el hedor a húmedo. Cristina
empieza a visualizar de lejos las estalactitas y las estalagmitas, los ve de color
crema, blanco y amarillo. Los padres se miran uno al otro con extrañez, porque
aún no han prendido las lámparas, el cambio de batería lleva su tiempo, a la
mamá se le olvidó a hacer el cambio por el desmayo de su hija y los ojos tardan
tiempo en imponerse a la visibilidad en la oscuridad de la cueva. Cuando las
linternas prenden, la adolescente iba unos veinte metros adelante de ellos, por
un camino con pendiente hacia abajo. Extrañados los padres le dijeron a
Cristina que no se alejara mucho. Ella impaciente no los escucha, corren los
papás y Cristina desaparece. Laura y Marcos empiezan a gritar fuerte, están
preocupados, y ella no responde. El padre trata de tranquilizar a su esposa: «En
estas cavernas solo hay un camino que nos lleva a diferentes cámaras, y en
ellas hay luz, así que será fácil encontrar a Cristina».
Fernando quien estaba a unos metros
delante de ellos escondido junto con otros hombres atrás de unas rocas, observó
cuando Cristina se apartó de sus padres y aprovechó para seguirla.
Más adelante, los papás encuentran a su
hija en la sala de los fantasmas, la cual se había cerrado al público porque habían
encontrado nuevos hallazgos en el lugar. Ella estaba sentada en unas de las
rocas con su cabello de color verde hasta la cintura. Cristina se había
convertido en otra persona, sus pies se alargaron, las orejas también, de forma
puntiaguda y salían de su cuerpo unas alas muy grandes de color azul. Los
padres no lo podían creer, estaban asombrados y a la vez con miedo, porque no
sabían qué había
pasado con su hija.
Cristina les habló con voz serena y les dice
que no se preocuparan, les deja en claro que no pertenece a su mundo: «He
regresado a mi reino». Los padres, consternados con la nueva identidad de su
hija, se miran y se dicen: «¿Qué va a pasar con nuestra hija?». Cristina reafirma
que estará bien. Les da las gracias por todo lo que hicieron por ella. «Son los
mejores padres que pude haber tenido y me hicieron muy feliz». En eso, Fernando
sorprende a la familia, dos hombres agarran por atrás a los padres, les
inyectan un químico en el cuello y caen muertos. Cristina suelta el grito.
Fernando le dispara un sedante, los otros dos la encierran en una jaula. A los
minutos, Fernando se comunica con sus contactos y les dice: «La tenemos».