sábado, 16 de diciembre de 2017

El camino

Luz Hernández


Desde los más empinados cerros, se puede apreciar la hermosura del paisaje. Al fondo atravesando el cielo azul, un océano de nubes blancas y suaves como el algodón cubre los dorados rayos solares. En los verdes campos se ven aparecer las primeras flores de las amapolas, margaritas, geranios y aromáticas; entre ellas: la yerbabuena, manzanilla, romero, albahaca que endulzan el ambiente.

Variados árboles resguardan toda la hondonada. En los labrantíos se escuchan las ardillas jugando por entre las ramas de los gruesos robles mientras que una bandada de aves alza su vuelo de forma majestuosa. Allí hay una escuela cerca de un riachuelo de aguas cristalinas con brillantes peces que juguetean alegremente con algunos niños que les arrojan hojas para verlos reflejar en el agua y formarse varias ondas, mientras que un aire fresco roza sus cabellos perfumando el aire.

A lo lejos se levanta una polvareda causada por una camioneta que se va acercando y de la cual bajan algunas personas. El hombre más alto dice:

─Buenas tardes. ¿Nos pueden decir dónde se ubica la escuela?

─Y también queremos saber ─interviene una mujer.

─¿Cómo  construyeron este maravilloso camino? 

Un muchacho levanta la mano y les dice: 

─Presentémonos primero. Nosotros somos estudiantes de la escuela Cañaveral, de décimo grado. Ellos son Andrés, Felipe, Camilo, Andrea, Catalina, Natalia y yo soy Juan. Representamos el gobierno escolar y siempre estamos pendientes de nuestra escuela. Llevando el puño al pecho, inclina levemente la cabeza hacia adelante, sonriendo.

Los dos hombres con vestidos formales y una mujer sudorosa, que se abanica dice:

─Somos del sector educativo y venimos a ver cuáles son las necesidades más apremiantes para apoyarlos. El señor de cabello negro es Efraím, el de corbata gris es Pedro. Y yo me llamo Beatriz, mucho gusto en conocerlos. ─Extendiéndoles la mano. Luego todo se quedó en un profundo silencio. De pronto por unos breves instantes Beatriz recordó cuando tenía nueve años y también a su maestro Juan que les decía: ‹‹Estos alumnos son unos tontos que no leen, ni entienden nada››. Al terminar las clases los niños salían despavoridos. Hasta que un día Néstor, uno de los compañeros más curiosos, se le quedó mirando con el rabillo del ojo. Aproximó una butaca y subiéndose en ella se acerca al maestro. Él quiso alejarlo pero Néstor le dio un gran abrazo, luego bajándose se fue corriendo. Pasaron varios días y él seguía repitiendo este saludo. Hasta que el profesor logró agarrarlo y le indagó por qué lo abrazaba:

‹‹Usted es tan rencoroso porque nadie lo ha querido. Y yo voy a abrazarle para que calme su rabia. Mi papá nos dice que un abrazo sana el alma››. Los demás estudiantes vieron a partir de este momento el cambio del maestro Juan. Beatriz en un suspiro, volvió a la realidad.

Andrés frunció el ceño. A veces se torna un poco receloso porque no confía en nadie.

─En la construcción del camino ─interviene Andrés─ se indagó acerca de cuáles eran los materiales de desecho que mejor se adaptaran al terreno. 

─Se utilizaron elementos naturales como el bahareque. 

Levanta la mano Andrea. Y explica:

 ─La finalidad era comunicar las veredas entre sí. Evitando los accidentes por las trochas tan empedradas, resbalosas y a su vez para facilitar la interconexión con una gran caída de agua que abasteciera a todas las poblaciones. 

Al terminar esconde la cara entre sus manos, porque descubre a Camilo observándola.

Interviene entonces Catalina con mirada penetrante, que susurra: ‹‹¡Qué pereza!››. Luego les dice: 

─La protección de las pendientes se realizó mediante la plantación de vegetales apropiados a crecer en el agua, como el cactus. 

Camilo mirándolos de reojo los invita a entrar al plantel, el cual está pintado de vistosos colores y en cuyas paredes externas crecen las enredaderas por entre las cuales los pájaros entonan sus trinos.

Los techos son de madera y el tejado cubierto de paja entretejida. Las puertas tienen vitrales pintados por los estudiantes.

Ingresan todos. Juliana, caracterizada por su sencillez a pesar de su maestría en educación, de cabello ondulado, acanelado y sus ojos miel, se encuentra en la puerta de la escuela; levanta la mano y los saluda. Los otros compañeros están terminando trabajos en el salón. Luego se acerca y les da la bienvenida diciéndoles:

─Mucho gusto, soy Juliana, directora y maestra titular de grado noveno. Su llegada ha sido sorpresiva para ellos. Tomen asiento, por favor. Voy a recoger los trabajos.

Todos ingresan, se sientan y son presentados al resto de los estudiantes por Natalia. A continuación el señor Efraím, de pelo canoso, se pone de pie y dirigiéndose al grupo les pregunta.

─¿Cómo fue construida la escuela?

Juan, levantando la mano, traga saliva, bosteza y les expresa:

La escuela fue construida con la participación de toda la comunidad hace diez años. Con diversos elementos como el barro, madera, los techos en bahareque fueron elaborados de igual manera con materiales naturales: hojas de palma, de yarumo, cañas.

Camilo un poco molesto por haberse privado de la salida a ecoaldea con el resto de los compañeros. Les indica:

─El bahareque ha sido utilizado para la construcción de las paredes con palos entretejidos con cañas y barro con la finalidad de dar mayor durabilidad a la estructura y además para la protección sísmica. Respira y un poco tenso, murmura entre dientes: ─¿Algo más? ¡Qué mamera! ¿Cuánto tiempo se van a quedar?

Juliana les da una copia del Plan de estudios actualizado.

Beatriz lee rápidamente las observaciones: ‹‹La comunidad reconoce a la escuela como el centro de educación social más importante. Por lo cual se expresan las felicitaciones del gobernador y de la Inspección escolar››.

A continuación los estudiantes los invitan a conocer las dependencias y las necesidades más apremiantes como son: la dotación del laboratorio de ciencias, de la sala de informática, del taller de artes y oficios.

Luego los convidan a almorzar al comedor comunitario escolar para disfrutar de su aroma embriagador con un exquisito sancocho de gallina acompañado de una torta de plátano y salpicón.

La señora Mariana, excelente cocinera les ofrece sus apetitosos manjares cuyos olores deleitan y penetran en los paladares de los presentes.

Beatriz comenta que se les hizo tarde para emprender viaje a la ciudad y que además están cansados por la caminata. Pregunta si es posible que puedan quedarse. Andrés, les dice que sus padres tienen una casa de huéspedes y que allí se pueden albergar.

Por la noche se escuchan los grillos, las luciérnagas iluminando el camino. Y entre susurros Andrés, que paseaba a sus perros, escucha por la ventana que Pedro uno de los funcionarios dirige un cuestionario y les va comentando:

─Evaluación de la Institución «Cañaveral».

¿Tienen plan de estudios actualizado? Riendo ja, ja, ja… Responden Efraím y Beatriz en coro: No ¿Los estudiantes argumentan? ¿La Institución «Cañaveral» es reconocida por la comunidad?: No.

Beatriz continúa. Así que pueden demoler la escuela para construir unas cabañas de vivienda vacacional, que eso sí da plata.

─¡Misión cumplida! 

Andrés, al escuchar la conversación de ellos enrojece, siente ira de haber sido confiados, lanzando una patada al poste, se dirige rápidamente a buscar a sus compañeros para comentarles. Entre algunos de ellos deciden hacerles unas bromas.

Se disfrazan, pintan la cara con hollín, se tiznan el cabello, otros se colocan máscaras y pelucas. Levantan hojas de palma con sombreros. Camilo coloca el puño en sus labios y emite chillidos: los perros ladran y aúllan en coro.

En la pared de la habitación se reflejan solo sombras estiradas por el reflejo de la luna y el movimiento de las linternas. Los tres se abrazan y tiemblan de pánico.

A la mañana siguiente, cuando los funcionarios cautelosamente se disponían a partir, se dan cuenta de que la camioneta no les funciona. Así que buscan pedir ayuda por teléfono. Pero sorpresivamente los teléfonos están desactivados por un problema eléctrico zonal. Con voz temblorosa cuentan lo sucedido en la noche anterior. Doña Carmen una de las personas más veteranas les señala: 

─Seguro fueron los espantos que de vez en cuando los defienden de los fisgones ─¡Vengan pa’entro sus mercedes, dejen la asustadera mejor a desayunar!

El gobernador Julio se hizo presente, les da la bienvenida, agradeciendo su apoyo y les ofrece conducirlos a la ciudad en una buseta. Inmediatamente les comunica:

─He decretado un día cívico para acompañarlos junto con Juliana la maestra, el inspector escolar, algunos padres de familia y estudiantes para que ellos sustenten su proyecto. Y así emprenden camino a la ciudad.

El resto de estudiantes que llegaron esa noche, cerca de seiscientos oprimen el arcoíris con sus diferentes coloridos de ropas, sus risotadas, alboroto, saltos y sus manos que se agitan en señal de despedida.

Beatriz un poco acalorada. Indica:

─Es satisfactoria esta evaluación. Pronto les llegarán los equipos requeridos.

Pedro un poco nervioso, pasa las manos por la cara y también expresa:

─Ha sido muy grata esta experiencia y el acompañamiento que nos han ofrecido. Les vamos a presentar al secretario y a su gabinete para que de una vez firmen el acuerdo.

Unas dos horas más tarde llegan a la Secretaría de Educación de la capital.  Ingresa una representación de la comunidad. Juana les muestra un álbum de fotos de las dependencias y le entrega un video de la escuela Cañaveral al señor secretario: Humberto. Él observa admirado y pide el consejo de los delegados.

Pedro dice que este colegio merece el apoyo necesario. Que se aprecia una gran valoración de la escuela “Cañaveral “por parte de la comunidad. Mirando a sus colegas. Dice:

‹‹¿Verdad?›› Beatriz mueve la cabeza afirmativamente, un poco sonrojada y Efraím comenta que sería importante que su directora Juana diera a conocer este valioso proyecto a otras colectividades.

Ella les agradece y promete colaborar con ellos en lo que requieran. 

Transcurridos seis meses y terminando las ampliaciones locativas nuevamente celebran en comunidad la llegada del secretario de educación con los respectivos equipos.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Un viaje especial

Eliana Argote Saavedra


            Iba por la carretera cuando un pedazo de papel fue a estamparse en el parabrisas. El viento sacudía sus márgenes furiosamente, pero no lograba desprenderlo. Joaquín se detuvo para recargar gasolina y mientras esperaba, decidió sacar el papel que le daba un aspecto terrible a su recién estrenado, y polvoriento, auto del año.

            Adelante la pista se extendía por un sendero de tierra, estaba cansado y quiso estirar las piernas. Cuando regresó dispuesto a continuar su camino, el auto no arrancaba.

—Es la batería —dijo el dueño de un remedo de grifo que se encontraba en la carretera, hasta donde pudo llegar—, hoy es imposible arreglarlo.

—¿Y qué voy a hacer aquí en medio de la nada? —preguntó visiblemente molesto.

—Por aquí hay un pueblo, es pequeño y de gente muy agradable, puede buscar un lugar para quedarse y regresar mañana.

            No pareció agradarle la idea, mas, tomó el camino que le indicaron. Era mediodía, el sol arrojaba sus rayos verticales sobre él. Más adelante, una cuesta empinada y ni un alma, como en el peor escenario de una película futurista. Anduvo unos minutos intentando convencerse de no estar cometiendo una locura, sin embargo, ¿qué más podía hacer?  Una vez en la cumbre, apareció ante sus ojos un paisaje verde con un sendero de tierra apisonada que serpenteaba por entre árboles frondosos que parecían tocarse a gran altura. Se quedó sentado un instante en la cumbre observando maravillado el paisaje y preguntándose cómo un lugar tan apacible como este podía no estar mencionado en su mapa de viajero.

            Disponía de quince días de vacaciones, era el premio que se daba a sí mismo luego de obtener el ascenso en la firma de publicidad donde trabajaba desde hacía tres años y por el que se esforzó tanto; no tenía familia cercana, era hijo único y sus padres vivían en el extranjero, se comunicaba muy poco con ellos. No acostumbraba mantener relaciones amorosas serias, aunque no dejaba de tener encuentros casuales con mujeres hermosas; no era físicamente atractivo, pero su metro setenta y cinco, la seguridad y aplomo que exhibía; sus miradas largas que parecían auscultar más allá de los ojos, y su forma de hablar sentenciosa, hacían que no le faltara compañía femenina. Ya en el hotel del aeropuerto agregó a su lista de conquistas a una mujer hermosa con la que tuvo un encuentro sexual la primera noche, ya había seducido a las encargadas de las toallas que murmuraban cuando les sonreía, y hasta fue el culpable de una fuerte discusión entre una pareja de vacacionistas que celebraba su segunda luna de miel.


            Al llegar al pueblo se instaló en un albergue que brindaba hospedaje, cerca de la playa. Cero comodidades, pero ciertamente no le faltaba nada esencial, además sería solo por una noche. Al oscurecer decidió dar un paseo por los alrededores para conocer aquel pueblito escondido de gente sencilla. Lo acompañaban el suave sonido de la espuma desgranándose al morir las olas, y el viento desprendiéndose del movimiento acompasado de las palmeras que se filtraba por debajo de su camisa. Quiso encender un cigarrillo, había dejado su cajetilla en la maleta así que siguió caminando. «Alguien debe de fumar por aquí», pensó y tuvo razón, a pocos metros un cartel garabateado a mano anunciaba la existencia de una tienda. En el camino encontró una roca grande escondida por unos arbustos, ya con sus cigarrillos, se sentó a disfrutar del silencio, no podía precisar la hora, aunque estaba seguro de que era tarde, allí estuvo largo tiempo observando el reflejo de la luna moviéndose sobre el agua. De pronto, un murmullo lo alertó, le recomendaron que no se alejara, pues esos lugares no estaban en la ruta turística y nadie podía garantizar su seguridad, quiso marcharse, un grupo de muchachos se acercaba, tendrían entre veinte y veinticinco años, de raza negra y estructura atlética. El lenguaje que utilizaban era extraño. Los vio sentarse formando un gran círculo, traían tambores y otros objetos que, desde donde estaba parecían lanzas. Miró su reloj, era casi media noche, buscó por los alrededores, pero el lugar lucía desierto así que decidió quedarse a observarlos, no sin un poco de temor. Una ligera ráfaga de viento estremeció sus brazos desnudos, sin embargo, la piel blanca de su rostro se tornó brillosa y unas gotas de sudor bajaron desde la frente. Casi no se movió los siguientes quince minutos.

            Luego de lo que parecía ser una ceremonia, donde los muchachos cantaban con los brazos entrelazados y apoyaban la frente en la arena para levantarla y emitir un grito, uno de ellos se incorporó dirigiéndose al centro, donde las lanzas fueron enterradas con la punta hacia arriba. La débil luz de una fogata cercana iluminaba apenas al grupo, proyectando sus sombras en la arena. Repentinamente deshicieron el círculo, algunos cogieron los tambores y comenzaron a tocar, uno a uno fueron dirigiéndose al centro para exhibir lo que parecía ser una danza africana. Joaquín quedó maravillado, comprendió que el temor experimentado era absurdo, solo eran muchachos expresándose como seguro lo hacían sus ancestros, el movimiento de sus cuerpos era la más bella expresión de sentimientos que había visto, los gritos que acompañaban la danza enfatizaban lo que sus cuerpos decían. Una muchacha llamó su atención, era menuda y grácil, se dirigió al centro del círculo y clavó los ojos en dirección a él; se sintió perturbado, al comienzo dudaba, después estaba seguro, la mirada de ella permanecía fija mientras la danza se tornaba cada vez más frenética, el movimiento de sus formas onduladas daba sentido a la intensidad del golpe en los tambores, las caderas se sacudían, los brazos parecían extenderse hacia él.
  
            Hubiese querido acercarse y conocerla, pero sintió temor, al término de la danza, los muchachos recogieron sus cosas y se marcharon. Él emprendió el regreso.

            Al día siguiente despertó con un intenso y dulce aroma que provenía de la cocina. Al pie de su cama un niño lo observaba, sosteniendo un pan con las dos manos, cerca de la boca; tendría seis años, la camisa blanca y larga que traía resaltaba su piel negra y sus grandes ojos.

—Hola —dijo Joaquín mirándolo con curiosidad—, ¿cómo te llamas?

El niño no respondió, se sentó sobre la cama, subió los pies y partió un pedazo del pan que traía, se lo alcanzó.

—¿Es para mí? —preguntó Joaquín.

—Lo hizo mamá —dijo el niño—, es rico.

Joaquín lo recibió y se lo comió.

—¿Y tú qué haces aquí? —preguntó.

El niño se bajó de la cama, cogió una pelota, la pateó y salió corriendo tras ella.


            El viajero estaba listo para marcharse. Cuando salió volvió a encontrar a Nilo, quien corría feliz tras la pelota, al verlo, la pateó hacia él y fue a esconderse tras un árbol. Era bastante temprano así que se puso a jugar un rato con el niño, pero al marcharse, este lo siguió.

—Regresa, regresa a tu casa, yo ya me voy —dijo, el niño solo reía y continuaba tras él.

            Ingresó a la casa, la dueña del albergue le contó que aquel muchachito era hijo de Mayra, una joven que trabajaba en la ciudad y que solo regresaba los fines de semana para ver al pequeño Nilo. Se despidió dispuesto a marcharse, el niño ya no estaba. Había caminado casi media hora cuando sintió un ruido, grande fue su sorpresa cuando vio a Nilo tras él con su gran sonrisa y su pelota. Contrariado, intentó regresar, ya estaba a mitad de camino así que decidió llevarlo y regresar luego en el auto con él para devolverlo. Al llegar, sin embargo, el hombre que conseguiría la batería le dijo que aún no la tenía, que tardaría por lo menos un par de días en conseguirla.

            El camino fue entretenido para Joaquín, tenía un nuevo amigo. Aquel día, en compañía de Nilo, pescó, jugó y estuvo muy a gusto con la alegría del niño. Se sentía tan bien que olvidó el trabajo, el auto descompuesto y sus ganas de compañía femenina. Compartieron el almuerzo y ayudaron a la casera del albergue a preparar pan dulce. En la noche hicieron una fogata, el niño danzó alrededor de la misma, recordándole levemente lo que había visto cerca de la playa y él le contó algunas historias. Así transcurrieron los dos días que debía esperar, la mañana en que iba a marcharse, Nilo amaneció con fiebre, su carita triste lo conmovió, el niño le tomó la mano y la puso bajo su almohada, abrazándose a ella.

            Nunca se sintió tan conmovido, la casera preparaba emplastos con plantas silvestres y los colocaba en la frente de Nilo, Joaquín no se atrevió a marcharse. Al final de aquel viernes, cuando ya oscurecía, una voz femenina alertó a Joaquín, quien estaba contándole un cuento al niño, mejorado ya de la fiebre. El rostro del pequeño se iluminó.

—¡Es mamá!, ¡es mamá! —gritaba saltando sobre la cama.

En la entrada, la figura grácil de Mayra apareció con los brazos abiertos.

—Mi niño —decía— mi niño, dice doña Jesús que estuviste con fiebre, pobrecito.

            Pasó delante de Joaquín, quien no podía creer lo que veía, era la chica de la playa, sí, era ella, jamás olvidaría ese rostro. Ella no se percató de la presencia de Joaquín, entretenida como estaba en abrazar a su hijo, luego, cuando notó que Nilo sonreía a alguien tras ella, volteó, enseguida se puso en alerta.

—¿Quién eres tú?

—Es mi amigo —dijo el pequeño—, él me ha cuidado y me ha contado cuentos, cuéntale, cuéntale, cuéntale —pedía.

            La mañana siguiente, Joaquín se ofreció a llevar a Mayra y su pequeño al pueblo para conseguir medicinas. Era el día en que debía marcharse, pero ya había esperado tanto, ahora tendría la oportunidad de conocer un poco mejor a la muchacha. De regreso, dejaron al niño dormido con la casera y ellos volvieron a la playa, allí pasaron algunas horas, Mayra se mostraba a gusto con él, conversaron, se conocieron y Joaquín comenzó a descubrir un sentimiento extraño que lo atrapaba cuando estaba cerca de ella, cuando miraba sus ojos que por momentos se perdían cuando alguna balsa se acercaba. Fue la casera quien le recordó a Joaquín que debía marcharse, que se encontró con el hombre del grifo, dijo, que le avisara que su auto estaba listo.

El niño no quería que se marchara, y él tampoco deseaba irse.

—¿Tú qué dices, Mayra?, ¿quieres que me vaya?

—Y ¿para qué? —respondió la muchacha—, si dices que nadie te espera, mejor quédate.


            Joaquín estaba feliz, ella le pidió que se quedara, ya la había sorprendido un par de veces mirándolo cuando él parecía entretenido con Nilo. Ella ríe conmigo, pensaba, se ve relajada y feliz. Esa noche volvieron a preparar una fogata junto a la playa, él le contó de su vida, su trabajo, las comodidades de la ciudad, lo hermosa y fácil que sería su vida a partir de ahora con su ascenso; ella le contó de su pueblo, de los padres fallecidos, de lo mucho que amaba a su hijo, que trabajaba por él y que algún día el niño iría a la escuela, que eso la haría feliz. Se acostaron sobre la arena con Nilo entre ellos y se quedaron largo rato mirando la luna. Cuando el niño se quedó dormido, ella se dispuso a cargarlo y sin proponérselo, sus manos se tocaron, ella se apartó al instante.

—¿Tu corazón tiene dueño Mayra? —preguntó mirándola fijamente a los ojos.

—Creo que sí —respondió ella y desvió su mirada hacia la playa—. ¿Y el tuyo?

—Creo que el mío también —respondió él.

            Esa noche Joaquín soñó con la luna iluminando la noche negra, con la fogata, con la muchacha de la playa que danzaba. A pocos metros, Mayra, abrazada a su hijo también soñaba con la luna y con la noche negra, con una balsa acercándose a la orilla. ¿Tu corazón tiene dueño Mayra? Sonaba la pregunta que le hiciera Joaquín, pero la voz que hablaba era otra, y la mirada fija en sus ojos que la estremecía, y el cuerpo que se acercaba tras descender de la balsa.


            Al día siguiente, Joaquín estaba decidido, esa noche se lo confesaría a Mayra, su vida había cambiado, su rumbo, ahora solo tenía un propósito; él quería a Nilo, se encariñó con aquel pequeñuelo descalzo de mirada juguetona; la deseaba a ella, mas, lo que sentía era nuevo, pensaba en su cuerpo de piel azabache, en sus piernas largas, en su cabello negro, en esa mirada extraviada; quería tenerla entre sus brazos, sí, para abrazarla, para protegerla, quería hacerla suya pero no lo guiaba el simple deseo carnal, soñaba con su sonrisa complacida cuando pudiera poseerla, en la tibieza del silencio con ella entre sus brazos, en su aroma a mar. Jamás sintió aquello, ninguna mujer logró despertar eso en él. Ella merecía todo lo que él pudiera darle, se la llevaría y al niño con ellos, ella no tendría que volver a servir a otros, la imaginaba en su departamento, vestida con ropa fina, y al niño contento regresando de la escuela, los tres yendo a pasear.

            Llegó la noche, Joaquín se sentía algo nervioso, la casera había preparado un pastel con frutas silvestres que los tres recogieron, Mayra durmió una siesta abrazada a su hijo, al despertar se entretuvo bordando un vestido luego de elegir los collares de semillas que se pondría esa noche, todo era perfecto, ella seguramente lo sospechaba, se estaba preparando para él. Cuando salió de la casa, Nilo jugaba en la entrada con unos muñecos de trapo que su madre le trajo, pero Mayra no estaba. Pasaban los minutos y la muchacha no aparecía, la casera, al verlo inquieto, se acercó a él.

—Ella estaba inquieta también —le dijo—, me pidió que te diera las gracias por tratar tan bien a su hijo.

—¿Dónde está?

—Se ha marchado, va a volver a media noche.

—¿Por qué? ¿A dónde ha ido?

—Ella está enamorada —le dijo mientras cruzaba una manta sobre sus hombros.

—Lo sé, pero ¿por qué no está aquí?

—Tú eres bueno —dijo la mujer—, pero ella quiere a otro.

—¡No!, ¡no puede ser!, ¿a quién?

—Ella no es para ti —insistió la anciana—, ella quiere a un hombre que es como ella, uno de aquí.

—Pero es que yo puedo hacerla feliz, voy a llevármela a la ciudad, quiero…

—Ella es feliz aquí.

—Aquí no tiene nada, qué puede darle un hombre de aquí, qué futuro puede esperarle.

—Ella no necesita tus cosas, tu mundo es extraño para ella.

— Ya sé dónde está —dijo Joaquín estrellando el puño contra la banca de madera.

—No vayas a buscarla.

            Joaquín no respondió, se alejó con pasos largos rumbo a la playa. Estaría con aquel grupo de muchachos con los que lo vio la primera vez, seguramente el hombre que quiere es uno de ellos, un aldeano, un hombre sin futuro, pensaba. Llegó hasta la roca desde donde la vio la primera vez, esperó solo unos minutos cuando apareció la silueta de Mayra acercándose a la playa. Llevaba el vestido blanco que ella misma había bordado en la tarde, los collares de coral, los pies descalzos. Se sentó en la orilla. Iba a acercarse cuando la vio incorporarse; una balsa se aproximaba, un muchacho atlético de brazos fornidos y cabello ensortijado descendió, solo llevaba un pantalón a la altura de la pantorrilla, se acercó a ella y la levantó en sus brazos.


            Joaquín sintió ganas de acercarse y estrellar su mano en el rostro de aquel hombre, sujetar a Mayra y convencerla de que él era lo mejor que podía pasarle, que solo a su lado estaba el futuro que era incapaz de imaginar; tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlar el dolor que se le clavó en el pecho cuando los vio despojarse de sus ropas lentamente, acercándose y convirtiéndose en uno, cuando vio el placer en el rostro de ella, tumbada sobre la arena mientras él acariciaba su piel.

            Ocultó el rostro entre las manos. Se quedó quieto y en silencio hasta que escuchó la voz de ella diciendo adiós. Se armó de valor, era apenas una chiquilla, no podía saber lo que quería, cuando el muchacho se marchó y la balsa desapareció, se acercó y se sentó a su lado. Mayra se asustó al verlo.

—Yo creí que me querías —dijo él acercándose.

Ella se apartó un poco y lo miró directo a los ojos.

—Jamás te dije que te quería a ti —respondió.

            Un puñal se clava en la herida abierta, ella no lo ama, jamás se lo había dicho; para ella, el mundo comienza con el sonido de la voz de Ramón, el pescador de la playa, tuvo que escuchar su voz emocionada, ver su mirada soñadora perderse en el horizonte cuando le contaba que el futuro tenía el color de sus ojos y que cuando él la abrazaba, no existía nada más. Debió dominar su dolor cuando ella le tomó la mano y se la besó.

—Tú eres un buen hombre —dijo y le regaló su sonrisa de dientes torcidos, la sonrisa más hermosa que él hubiera visto.


            Entendió que lo que más amaba de ella era su fragilidad, sus pisadas suaves sobre la arena, su sencillez. No dijo nada, se alejó y fue a refugiarse nuevamente en su escondite. Allí, sentado sobre la roca comprendió que ese era el mundo de ella, que no debía arrancarla de allí donde era feliz. Se quedó observándola por última vez, recostada sobre la arena, con la mirada llena de luna y el cuerpo relajado, armonioso, un bello brochazo negro sobre la blancura de la playa, y se marchó, él jamás pertenecería a ese panorama. El intruso era él.

La frontera

Yadira Sandoval Rodríguez


A lo lejos se escucha el bullicio de las personas y los autos; es la ciudad de México, el gran monstruo de América Latina. Son las 7:00 a.m. y me encuentro en mi oficina. Por la ventana veo pasar a las personas con rapidez, unos a otros se golpean por la urgencia que llevan. A la vez, percibo el olor de la ciudad a mezcla de neumáticos con el aire fresco que suscita de las hojas de los árboles al llover. Estoy esperando a una nueva asistente, su nombre es Laura. La semana pasada revisé su currículum, el cual lo vi bien, es egresada de la escuela de periodismo de la UNAM, una excelente universidad. Solamente debo esperar el visto bueno de mi jefa, a quien no le interesa el género femenino en el periodismo de la frontera. Quiero pensar por lo arriesgado que suele ser trabajar en esa zona.  

—Buenos días, Esteban, ¿cómo estás?, ¿conoces a la nueva asistente?, ¿revisaste su currículum?

—Buenos días, Irma. Así es. Bien, gracias. Un poco cansado, nada que no pueda solucionar con unas horas más de sueño. Esta noche haré lo posible por dormir temprano.

—¿Qué te pareció la chica?

—Bien.  

—Entonces, márcale para entrevistarla.

—Ella está aquí, me tomé la libertad de citarla antes de que tú me lo dijeras.

—Perfecto, hazla pasar.

Esteban sale de la oficina de su jefa, se dirige al recibidor de visitas que está a un lado de la recepción y le hace señas a Laura, para que entre con ellos dos. Laura un poco nerviosa se levanta de su asiento y se dirige con Esteban, lo saluda de mano, y entran los dos con Irma. Al entrar echa una mirada a la oficina, la ve con buen estilo, sobria. Le pregunta a la directora si le gusta el arte minimalista, por algunos cuadros de fotografía que tiene colgados en las paredes. Inmediatamente identificó como podría ser ella en su forma de ser. Paredes rústicas de color blanco, fotografía abstracta en blanco y negro, su escritorio de madera del mismo color con patas metálicas, el asiento de color rojo, y una lámpara beige que cuelga del techo. Todo da una imagen de limpieza, espacioso y elegante.

—Buenos días. Mucho gusto, mi nombre es Laura. Estoy a sus órdenes.

Irma la mira de los pies a la cabeza.

—¿Cuántos años tienes, niña?

—Veintisiete, señora. Y por favor no me diga niña.

La directora le sonríe.

—Eres muy joven. —Laura siente la mirada pesada de la directora. Continúa Irma—: Estás muy joven para arriesgarte a este trabajo, ¿qué piensan tus papás de ello?

—Ellos me apoyan, dicen que es lo que elegí y me hace feliz.

—¿Eres consciente de que puedes estar en peligro de violación, o algo peor?

—Claro, directora. Soy consciente del peligro, la vida es un riesgo constante.

La directora se queda seria por la respuesta, actitud que incomoda a Laura, quien le dice:

«¿Tiene algún problema con mi edad?». La directora le responde que: «No, solo deseo conocer al equipo que emprenderá las nuevas investigaciones en la frontera». Se dice así misma: «Es inútil seguir contratando a niñas».

—Mire, señorita, la cité para comunicarle que usted va a una zona muy difícil, no quiero ningún contratiempo como relaciones sentimentales con compañeros —dice la directora.

—A mi hermano lo desaparecieron en Tamaulipas hace diez años, desde entonces me sumé a la lucha contra la injusticia en mi país. No me diga nada sobre el riesgo. Estoy aquí porque deseo trabajar en esto —responde Laura.  

—Perfecto, comprende las condiciones. Por lo tanto, le deseo mucho éxito. —Le extiende la mano para despedirla—. Ya sabe, hay que actuar con cautela, no quiero errores.

—Así será, directora.

Al salir Laura de la oficina, inmediatamente le extendí la mano y me presenté con ella. Le dije de forma sarcástica, cómo le había ido con la directora, respondiéndome que Irma estaba en su derecho de exigir, por algo está en tal puesto. Me dio a entender Laura que tiene agallas para lidiar con Irma y su carácter, me gustó. Yo me quedé serio por la respuesta. Al terminar de dialogar un rato nos deseamos suerte y nos quedamos de ver pasado mañana a las 7:00 a.m. en el aeropuerto; ya que el vuelo sale a las 8:30 a.m.

Por casualidad llegamos a la vez al aeropuerto. Al saludarnos nos dirigimos a la aerolínea para documentar equipaje. Teníamos tiempo, por lo tanto, buscamos un café en uno de los locales de allí; ella lo pidió sin azúcar, y yo con dos cucharadas, al mismo tiempo me dice ella que tuviera cuidado: la salud está de por medio. Entre broma y risa, la miré y le dije que no era mi mamá. Se rio de forma coqueta.

En la sala de espera anunciaron el vuelo, nos acercamos a la fila donde mostramos nuestros boletos de viaje con identificación. Ya sentados en el avión hablamos sobre nuestras universidades, maestros, escuelas y del periodismo en el país. Ella habló de cine y de la música que le gusta. También, conversamos sobre la situación de Tamaulipas y su historia del por qué decidió estudiar periodismo; de la violencia que se vive en esa región de México; de las desapariciones, secuestros y de la famosa fuga de veintinueve reos de la cárcel de Tamaulipas. Lamentable, ya que destruyó un colectivo de mujeres que buscaban justicia por las desapariciones de sus familiares. Conclusión a la que yo llegué del por qué ella decidió estudiar periodismo, a través de las injusticias ella ha encontrado la forma de entregarse apasionadamente por la justicia. Su pasión contagia, es una chica simpática y valiente. De hecho, me atrajo al momento de escucharla. Creo, por la forma como me mira, que yo también le atraigo.

Hemos llegado a nuestro destino, Chihuahua. Bajamos del avión, nos dirigimos por las maletas y salimos a buscar un taxi para trasladarnos al hotel. El conductor del taxi, nos preguntó si somos turistas, le respondimos que no, le dijimos nuestra profesión y que vamos rumbo a la frontera. Él nos platicó un poco de cómo está el ambiente en esa zona; nos mencionó que tenía amigos polleros y que la situación se iba empeorando cada año a partir del grupo de narcotraficantes los zetas. De las extorsiones que viven los migrantes, al grado de que les roban todo el dinero que utilizan para pasar a Estados Unidos. El taxista nos alerta, nos despedimos y le damos las gracias.

Al llegar al hotel la recepcionista nos da la bienvenida con una sonrisa, pregunta nuestros nombres, y si tenemos reservaciones, los dos contestamos que sí, ella checa por la computadora para confirmar la información, y nos entrega las llaves de nuestras habitaciones. Laura y yo subimos por el elevador, ella coquetamente me dice que deberíamos cenar juntos antes de dormir, yo busco la manera de decirle que mañana tenemos que despertarnos muy temprano, ella insiste en que debemos cenar algo antes de ir a la cama. Le hago caso, nos quedamos de ver en una hora en el restaurante del hotel.

Yo me adelanto, le digo al mesero que me traiga dos cervezas. Ella se acerca a la mesa con paso firme, percibo su aroma a recién bañada, sensación de fresco aunado a un olor a cítricos posiblemente es su perfume o esas lociones para después del baño. Ella con una sonrisa me da las gracias por la cerveza. Yo le digo que tenemos que dormirnos temprano, antes teníamos que brindar por el trabajo y por habernos conocidos. Emocionado le dije que íbamos a hacer un buen equipo.

Al terminar de desayunar juntos en el restaurante del hotel, revisamos la agenda del día; en el mismo lugar citamos a los contactos quienes nos recogerán, para llevarnos a la frontera. Cada quien lleva sus cámaras.

Yo con mi grabadora empiezo a narrar: «Todo el día hemos escuchado de violaciones a mujeres en la frontera de México con Estados Unidos, por el rumbo de Chihuahua, por allí están pasando los polleros a las personas. Somos reporteros de la CCN México. Laura y yo decidimos tomar esta misión para nuestro currículum, el fotoperiodismo es nuestro trabajo».

«Nos han dicho nuestros informantes que los zetas están interrumpiendo el paso de los migrantes debido a las extorsiones. Por lo que me han narrado es mucho lo que pide este grupo delincuente para dejar pasar a los centroamericanos. Sabemos de casos de mujeres que se han preparado con pastillas anticonceptivas, ya que están conscientes de que serán violadas. Aun así, muchas mujeres y niñas desean correr el peligro. La frialdad ante las situaciones nos permite observar la realidad en su contexto para salir adelante. Una mujer narra cómo fue violada enfrente de su novio, los dos tenían planes de casarse y hacer vida en Estados Unidos; salieron de sus hogares buscando una mejor vida, debido a los problemas que han causado las pandillas en el Salvador».

Al terminar las entrevistas y el conocer de cerca las agresiones a las que se exponen los migrantes con los zetas, quedamos con una sensación de escalofríos, Laura me mira a los ojos. Se queda pensativa y me dice: «hace rato entrevisté a una mujer de unos cuarenta años, me dijo que intentará cruzar por segunda vez, me comentó también de como la patrulla fronteriza los tratan al levantarlos los encierran por una semana en un cuarto frío sin cobertor como forma de escarmiento. En dichos lugares pueden encontrarse mujeres enfermas y violadas y aun así no les proporcionan ayuda médica ni higiénica». Al instante sentí una fuerte punzada en el estómago y unas náuseas que no pude disimular haciendo un gesto de desagrado, ella se queda asustada, me pregunta si estoy enfermo, le digo que no, le pedí disculpas: «es una reacción ante lo desesperante, por la situación aquí. Lo siento, soy sensible a lo deshumano». Laura tiene miedo, respira hondo y profundo y me dice: «Debemos ser fuertes, lo peligroso puede venir en cualquier momento, es mejor estar alerta».  

Al instante intentaron quitarme la cámara, era un pollero que se enteró que éramos reporteros. Le comenté que si nos pasaba algo ellos podían tener problemas. El pollero se soltó riendo de mí, diciendo: «ustedes son nada, reporteros inútiles. Todos ustedes están muertos». Unos segundos después, apuntó con su AK- 47 hacia mi compañera. Inmediatamente le dije a él que traíamos dinero que se lo llevara todo, el pollero me dijo que sacara los billetes. Al voltear a ver a Laura, ella se sonrojó de vergüenza, debido a que se orinó por el miedo. El pollero volteó a verla y dijo: «mamacita, ¿por qué tan mojada?» Ella con cara de asustada me dice que les entregue el dinero. El pollero la levanta y se la llevan. Les grito que la dejen, Laura empieza a llorar. Envío la señal de peligro a la patrulla fronteriza a través de un móvil que traía en el saco. Uno de ellos vio lo que hacía, y con el arma me pega en la cabeza. Quedé inconsciente por unos cuarenta minutos. Cuando despierto no veo a mi compañera. A lo lejos observo unas luces de vehículos, son la patrulla fronteriza que llega a auxiliarme.

Se bajaron los oficiales, me interrogaron. Les narré lo sucedido, a la vez preguntan ellos por mi compañera, les digo que no sé de ella. Que desperté en el momento que ellos llegaban, estoy desesperado por encontrarla. Preguntan si me encuentro bien para que los acompañe a buscarla o si deseo trasladarme a un hospital mientras la localizan. Les digo que no, que quiero participar en la búsqueda. Subimos los tres al carro. Empezamos el recorrido, buscamos las huellas de posibles carros. Los oficiales se dirigen hacia los escondites de polleros y el de los zetas, nos acercamos a estos sitios, no la encontramos. Duramos así hasta las diez de la noche, sin razón de ella. Los oficiales me comentan que debemos regresar, que mañana temprano iniciaríamos la búsqueda de nuevo. Yo no quería quedarme allí, me sentía culpable por lo que había pasado. Solo de imaginarme cómo podría estar ella, empiezo a tener miedo.

Los oficiales me dijeron que tenía que llevarme a un hospital para que me revisaran el golpe. No opuse resistencia y subí al auto. Entré al hospital me examinaron los médicos, me hicieron varias preguntas, y volví a quedar inconsciente. Al día siguiente despierto como a las nueve de la mañana, pregunto a una de las enfermeras por el médico. Otra enfermera me dice que tengo una llamada, era mi jefa, quien pregunta cómo estoy. Le narré lo sucedido, me dijo que me tranquilizara que ya habían enviado el caso a la CNN de Estados Unidos y que los dueños estaban hablando con los oficiales para iniciar la búsqueda. Le dije a Irma, que yo tenía la culpa de la desaparición de Laura, debido a que entré a territorio señalado como foco rojo, me ganó la ambición periodística. Necesitaba más información. No era suficiente el material que había obtenido. Laura me alertó de que nos estábamos arriesgando y no quise hacer caso. Narrándole lo sucedido a mi jefa me salen unas lágrimas. Ella me dice que tenga paciencia, que todo va a salir bien. Que estas cosas suelen pasar en este tipo de trabajo. Al igual, me pregunta por las fotos, le dije que había salvado la memoria, la cámara la perdí; me ordenó que inmediatamente pusiera la memoria en una parte segura, y que le enviara las fotos lo más rápido posible. Sentí una especie de asco ante la frialdad por la situación, una compañera estaba perdida, y lo que le interesaba a mi jefa eran las fotos.

Al terminar la llamada, los oficiales que me trajeron al hospital, regresan a mi habitación y me dicen que necesitan darme una noticia, pido mi ropa a la enfermera, me visto en el baño, al salir los oficiales me entregan unos documentos. Abro despacio el portafolio, y encuentro las fotos de mi compañera, empiezo a leer el oficio. Me quedé mirándolos, me preguntan cómo estoy. Empiezo a llorar, al mismo tiempo que leo el oficio, en él dice: muerta, violada, y descuartizada con un mes de embarazo. A mi mente se me viene la imagen de sus padres, ¿cómo se lo digo?

Vuelve a llamar mi jefa, me dice:

—Te acabamos de enviar una cámara. Alístate necesito las fotos del cuerpo descuartizado de Laura.

—¿A dónde me enviaron la cámara?

A las oficinas del periódico de la localidad.

Y con voz firme agrega:

—Por favor, no te relaciones sentimentalmente con tus compañeras. —Y me cuelga con rapidez el teléfono.