jueves, 25 de abril de 2013

Salvajismo capital


Violeta Paputsakis 


Gael se levantó esa mañana para ir a trabajar más temprano que de costumbre y antes de que sonara el despertador. Le pareció el augurio de un buen día ya que normalmente el incorporarse de la cama era una verdadera lucha que incluía varios minutos de dar vueltas entre las sábanas lamentándose por su suerte. Mientras se vestía con los ojos aún entrecerrados, los primeros rayos de sol comenzaban a ingresar por la ventana de su pequeño dormitorio. Mecánicamente tomaba la ropa de la silla dispuesta al costado de su lecho e iniciaba la rutina a la que estaba acostumbrado, se dirigía al baño contiguo, se aseaba y luego, sentado en la cocina comedor, tomaba un desayuno rápido. Trataba de hacer todo en el tiempo justo, para él la puntualidad y la asistencia al trabajo eran algo importante.

Nunca se había imaginado como empleado en una dependencia municipal, sellando y pasando archivos a otras oficinas, sin embargo eso era lo que pagaba las cuentas y no podía dejarlo. Día tras día se sentaba detrás de su escritorio y recibía papeles, corría la ruedilla de numerar, la empapaba en tinta, presionaba con fuerza unas cinco veces en distintas copias, llenaba algunos datos, daba de alta la información en la computadora que hace un año le habían instalado en la oficina compartida y finalmente se la pasaba al compañero que se encargaba de llevarla al área que le daría tratamiento al tema en cuestión. Así transcurrían seis horas de su jornada en el lúgubre cubículo del antiguo edificio ubicado en el centro de la ciudad. Algunas veces el tiempo allí era mayor por la necesidad de juntar las horas extras que le aseguraban agregar unos pesos a su sueldo al final del mes. Lo único que le daba ánimos era saber que el resto del día podría ocuparlo en hacer lo que realmente le gustaba e importaba.

Gael se había divorciado tres años atrás, luego de otros tantos de vivir una relación de pareja enfermiza. Soportó mucho tiempo los insultos y hasta la agresión física de Mirian, él la amaba y creía que ella cambiaría su actitud y podrían ser felices. Finalmente, una calurosa tarde de septiembre, luego de acusarlo una vez más de ser un hombre sin ambiciones, un pobre infeliz que quería que vivieran en la pobreza, guardó la ropa de Gael en un bolso y lo echó de casa. Aunque él insistió durante meses su perdón, prometió todos los cambios posibles y se rebajó inimaginablemente, no hubo forma de que Mirian aceptara continuar junto a él. Durante los diez años juntos tuvieron dos hijos, Juan hoy tenía trece años y Mara diez. Se casaron cuando Juan estaba en camino, Gael amaba con locura a Mirian y quizás ella pensó que ese amor alcanzaría para ambos, el tiempo demostró lo contrario. Mientras ella, todavía joven y atractiva, volvió a casarse con un ejecutivo de excelente pasar económico; Gael, sufría por casi no poder ver a sus hijos. Según las propias palabras de su expareja quería evitar que se contagiaran de su mediocridad y falta de objetivos en la vida.

Así, algunas de sus tardes más felices las compartía con Juan y Mara, en otras ocasiones se dedicaba a cuidar y arreglar la pequeña huerta que había sembrado en el cuadrado de tierra que tenía en el departamento en alquiler, también le gustaba leer y se había suscripto a la biblioteca de su barrio. Veía a su familia muy poco, durante los años junto a su mujer se había alejado y destruido lenta pero definitivamente la relación con ellos, al quedarse solo fue imposible recomponer las grietas creadas. Luego de Mirian no había vuelto a encontrar el amor, continuaba herido y tenía miedo de volver a sufrir. Si tenía una necesidad la satisfacía con dinero de por medio, pero no era algo que requiriera demasiado a menudo. En suma, más allá de todo, del no tener el trabajo que hubiese deseado y de pasar gran parte de su día en una actividad que aborrecía con todas sus fuerzas, podría decirse que buscaba acercarse a eso que algunos se empeñan en llamar felicidad.

Era una mañana de verano y a pesar de que la estación ya no tenía la misma magia que antes de lo vivido con Mirian, Gael auguraba una buena jornada. Como todo lunes esperaba un tránsito complicado con gente bocineando enojada porque alguien no reaccionaba lo suficientemente rápido al semáforo o manejaba lentamente. Al reflexionar sobre el tema, nuestro cuarentón siempre llegaba a la conclusión que el mal humor de la gente se debía a tener que volver a la triste realidad de la rutina y a un trabajo desdichado luego de haber vivido un fin de semana en el que creían que esa era la vida que se merecían.

Todas estas reflexiones antes de salir de casa fueron las que hicieron que le llamara tanto la atención la tranquilidad reinante. Atravesó casi la mitad de la ciudad manejando y no se encontró con ningún embotellamiento, eran muy pocos los autos que circulaban, luego de un trecho más estacionó el vehículo a un costado, sacó su celular y corroboró la hora y el día. Se convenció que era lunes, no era feriado y que eran las seis cuarenta de la mañana, decidió continuar la marcha. Durante el trayecto siguió pensando que quizás había sucedido algo extraordinario, algún atentado, algún accidente, alguna muerte importante y por eso había tan poca gente circulando, tenía que haber una explicación.

Gael no tenía la costumbre de escuchar las noticias, cuando prendía la radio o el televisor optaba por la música o por alguna película, consideraba que la realidad y la información no le ayudaban a sentirse bien, así que podía prescindir con gusto de ellas. Encendió el apaleado estéreo que combinaba perfectamente con su Fiat Uno modelo 2000 y comenzó a buscar en el dial un programa informativo. Luego de dar varias vueltas escuchó voces y dejó de apretar el botón sintonizador.

-Un excelente lunes en el que podemos disfrutar de compartir momentos con nuestra familia, del verde del campo o de salir a hacer ejercicios. Así es Lilian –contestaba el coconductor- todo es posible en este comienzo de semana cuando nos acompaña una temperatura tan agradable, yo recomendaría especialmente un paseo por alguno de los ríos que rodean nuestra ciudad. Igualmente durante la mañana vamos a hacer un recorrido por todas las actividades programadas en estos días.

Gael continuó escuchando unos minutos más y decidió buscar otro programa. Estas personas parecían pertenecer a algún programa religioso o similar, ¿quién más puede hablar de esa manera un lunes a la mañana?, pensó mientras continuaba la búsqueda en el dial. Mirando a su alrededor le llamó la atención la vestimenta de la gente, era totalmente informal, similar a la de un domingo y no a la de un día de inicio de semana laboral. Los ánimos que se percibían en los rostros y gestos mostraban tranquilidad, despreocupación, indudablemente algo estaba sucediendo y Gael se sentía como el único que no formaba parte de ese ambiente.

Llegó al edificio donde funcionaba la dependencia municipal de la ciudad, al estacionar su auto descubrió que el espacio estaba cubierto mayormente por bicicletas. Hasta el viernes último esto no era así, recordó confundido, se bajó del auto y se dirigió a la oficina que compartía con tres compañeros más. Jorge, quizás el más amargo de todos los trabajadores del lugar, lo recibió con una amplia sonrisa. –Veo que seguís aferrándote a esa chatarra Gael, es muy gracioso que elijas prestar tus servicios voluntarios justo en la oficina encargada de sacarlos de circulación y que te aferres a él. El joven lo miró desconcertado, no sólo no entendía nada de lo que le decía sino que el espacio a su alrededor estaba totalmente cambiado. Las sucesivas oficinas pequeñas y oscuras, habitadas por empleados cargados de expedientes y amargura se habían transformado en un iluminado salón con escritorios por aquí y por allá, rodeado todo por gente que iba y venía ruidosa y alegremente, llevando y trayendo papeles, conversando y riéndose. La vestimenta era similar a la que había visto en las calles y se sentía totalmente fuera de lugar con su pantalón de vestir gris, su camisa blanca y su chaleco a rombos.

-¿Qué es lo que está pasando aquí?, ¿por qué están vestidos así y están tan alegres?, ¿sucedió algo? ¿hay algún festejo? Las preguntas se atropellaban en su boca y sus compañeros lo miraban sin comprenderlas.

-No pasa nada Gael –le dijo Oscar, uno de los trabajadores más antiguos del lugar, mientras dejaba unos papeles en un escritorio-, ¿vos te sentís bien? Si preferís podés ir a casa, ya sabés que podés dar tus horas cualquier otro día sin problemas.

-Dar horas, voluntariado, ¿de qué me están hablando?, yo trabajo aquí al igual que ustedes por el sueldo a fin de mes y no, no puedo irme así como así aunque piense que están todos locos hoy.

-¿Sueldo?, ¿qué querés decir con esa palabra? –repuso Jorge pacientemente-¿Estás con algún problema en el que necesités que te ayudemos Gael?

-¿El sueldo no era una forma de pago del antiguo sistema capitalista? –preguntó Oscar sin obtener respuesta.

Alterado y confundido Gael caminó hasta su escritorio, lo encontró diferente, estaba lustrado, unos clips de colores separaban unas hojas prolijamente acomodadas y dos cuadros con paisajes de bosques le otorgaban vida al espacio. No existía nada de la tristeza, fealdad y decrepitud con la que recordaba el lugar que ocupaba allí. Se sentó y trató de ordenar sus ideas, cruzaron por su mente mil posibilidades. Le estaban quizás jugando una broma, no, eso no tenía sentido, nadie podía tomarse tantas molestias y esto era algo grande que involucraba a todo el mundo; ¿perdió la memoria en algún momento y no recordaba los últimos años?, trató de rememorar un golpe, un accidente o algo pero fue en vano. Decidió tomarse la situación con calma, todos lo miraban extrañados y no quería continuar llamando la atención.

-Disculpen me siento un poco mal -dijo a quienes iban y venían con miradas furtivas- voy a quedarme sentado unos minutos y después inicio mis labores, ¿les parece? Inmediatamente varios de sus compañeros se acercaron a darle ánimos, lo invitaron a regresar a su casa y hasta le sirvieron una taza de té caliente y unas medialunas. Seguramente se te bajó la presión porque no desayunaste bien, dijo alguien que no alcanzó a divisar.

Sentado allí decidió que lo mejor era observar lo que sucedía a su alrededor y a partir de eso intentar comprender lo que ocurría. Pasados unos minutos ingresó una persona para hacer un trámite, uno de sus compañeros se levantó y se ofreció a atenderla.

-Quiero entregar mi chatarra –dijo la joven-, no necesito una bicicleta pero me vendría bien el espacio para cultivo.

-No hay ningún problema, digame dónde está asentándose en estos momentos y le buscaremos una huerta cercana –explicó su compañero como si se tratase de un trámite totalmente común y cotidiano.

Luego de que la mujer se fue, Gael lo llamó tímidamente y le consultó –Mario discúlpame, estoy un poco confundido hoy, me querés aclarar el intercambio que hizo esa joven recién.

-Bueno –dijo titubeante- es lo de siempre, todavía quedan personas que tienen chatarras, los viejos autos que ya casi no funcionan porque no hay combustible y elegimos una forma mejor de vivir. Entonces vienen aquí y se los cambiamos por bicicletas y terrenos para cultivo. Gael asintió sin decir nada y le agradeció la aclaración.

Pasado un tiempo más, algunos de sus compañeros comenzaron a despedirse y llegaron nuevas personas que Gael no conocía para reemplazarlos en sus funciones. Incluso llegó una joven a su escritorio y le preguntó si prefería hacer unas horas más ese día, que ella no tenía problema en hacer las suyas en otra ocasión. Gael decidió retirarse y le agradeció por relevarlo.

Al salir del lugar, Martín lo invitó a acompañarlo al galpón. –Mi esposa está allí y quizás vos también quieras intercambiar algo. Decidió aceptar, quería seguir conociendo y sumando las piezas para resolver el enorme rompecabezas que era su mente. Según entendía, sin saber cómo, el mundo que recordaba ya no existía y las reglas de la vida diaria habían cambiado totalmente. Dedujo también que esta nueva realidad era más simple y que la gente la disfrutaba mucho más; no estaba seguro aún, pero parecía que el trabajo no existía de manera formal y que se realizaba de forma comunitaria y voluntaria. Reinaba la armonía, la alegría, la prestancia, el interés por ayudar y conocer al otro, sin duda todo esto era muy diferente a lo que estaba acostumbrado.

Gael se ofreció a llevarlo en el auto, pero Martín replicó risueño. –Estás loco, yo no me subo a una chatarra, vení vayamos caminando que queda cerca. Gael aceptó pero llegó al lugar cansado, caminaron más de veinte cuadras, parecía que todos allí caminaban o andaban en bicicleta, en las calles se veían sólo uno que otro vehículo. El lugar era un gran tinglado repleto de gente riendo, niños jugando y productos por doquier, según parecía era una especie de mercado o supermercado. Instintivamente Gael revisó el bolsillo de su pantalón pero no encontró su billetera, buscó en los otros orificios pero tampoco tuvo suerte. –No voy a poder comprar nada –le dijo a Martín- parece que me olvidé la billetera y no tengo dinero. -¿Dinero?, hace mucho que ya no usamos eso, ¿qué te pasa hoy Gael?, te quedaste en el tiempo, le contestó su compañero sin esperar respuesta ya que al instante estaba saludando a la gente del lugar y sentándose en uno de los espacios allí dispuestos.

Gael reflexionó unos minutos mientras recorría el galpón. ¿Aquí no existe el dinero?, ¿estaré en un tiempo futuro o en un espacio diferente?, se preguntó confuso mientras volvía a pensar en la posibilidad de haber perdido la memoria. A su alrededor veía quesos, carnes, frutas, niños, verduras, risas, cestos de mimbre, ropas tejidas y cosidas, gente cortándose el pelo, muebles artesanales, personas cocinando o comiendo, flores, música y colores, todo entremezclado, recubierto de alegría y sazonado con los aromas más deliciosos. Las personas recorrían los distintos puestos intercambiando sus productos por los de los otros de forma simple, sin equivalencias monetarias. Según parecía no sólo no existía en esa nueva realidad el dinero sino que tampoco existía el concepto de él, por lo que la gente, liberada de esa atadura, de la necesidad de consumir salvajemente para mostrarse mejor ante el resto, disfrutaba su tiempo y sus días libremente, ocupándose de lo que realmente les gustaba y disfrutaban.

Al encontrarse nuevamente con Martín y escuchar una de sus conversaciones, Gael descubrió que la ciudad contaba con espacios públicos de debate literario, histórico, geológico y filosóficos, entre tantas otras cosas más. En ese instante se sintió en el paraíso, no sabía cómo había llegado allí pero definitivamente ése era su lugar, quería conocer y disfrutar todo lo que siempre había ansiado vivir.

Pasadas varias horas y luego de recorrer cada recodo del galpón, Gael caminaba a su auto cargado de frutas, queso y mermelada, habían insistido en que los llevara, a cambio él debía llevarles al día siguiente unos señaladores de libros en alpaca que realizaba cuando era joven, en la vorágine del momento lo había recordado y sus conocidos lo invitaron a fabricarlos nuevamente. Una sonrisa de oreja a oreja iluminaba su rostro y su paso, se sentía el más dichoso de los hombres y feliz de haber abandonado su triste pasado. En este nuevo lugar todo era posible, estaba decidido a hacer realidad los proyectos que había dejado abandonados y que ahora tomaban sentido.

Ya era de noche, la luna brillaba a lo lejos e invadía con su cálida luz el recorrido por la ciudad. Mientras se acercaba a su casa se prometía que al día siguiente entregaría su chatarra y la cambiaría por un espacio en alguna de las huertas de la ciudad para así poder sembrar más verduras, el espacio de su casa era muy pequeño.

Cuando estaba a sólo unos metros del portón de ingreso, escuchó fuertes bocinazos tras él, como si un vehículo insistentemente quisiera llamar su atención. Frenó y giró bruscamente su cuerpo hacia el costado buscando el lugar de donde venía el sonido, al instante se encontró en la oscuridad de su habitación, sus ojos acostumbrados a la penumbra sólo podían ver los titilantes números rojos del despertador electrónico que marcaban las 6.00 de la mañana, el viejo mundo cayó sobre él burlescamente. Detuvo de un manotazo el lacerante sonido e instintivamente se levantó de la cama, se quedó allí, volviendo al mundo, reflexionando, anhelando. Luego de unos minutos se acostó nuevamente y se amoldó al hueco habituado ya a su figura. Qué este mundo se vaya al carajo, gritó mientras cubría su cuerpo con las colchas. En el instante en el que volvía al idilio de los sueños recordó la última estrofa de unos de sus poemas favoritos:

Yo no sé si ese mundo de visiones
vive fuera o va dentro de nosotros.
Pero sé que conozco a muchas gentes
a quienes no conozco.

miércoles, 24 de abril de 2013

Las “kiwis” todavía quieren divertirse - La chica sirena


José Yupari Calderón



-¡José! ¡¿Dónde estás?! ¡¡Responde!! –dijo Cindy, con palabras entrecortadas que le eran imposible articular bien. Entró y cerró la puerta de un sólo golpe. Todavía llevaba la puerta sobre su espalda unos segundos más, y la presionaba fuertemente como si alguien la hubiese seguido y no quisiese que entrase al apartamento 2G. Luego, ella se dirigiría a la sala.

Ella se encontraba agitada. Tenía sus ojos grandes sobresaltados a punto de salírseles, que asustaban. En el trayecto al apartamento, pareciese que ella hubiera visto al mismísimo Lucifer vestido de civil con cola en mano meneándola de un lado a otro preguntándole si creía en Dios y ella toda indecisa se quedaba atónita con la boca semi abierta, abrazada de hombros y tiritando. No era para menos, su piel había cambiado de color: de lo amarilla que era se volvió blanca.

-¡Sí, ya te escuché! –respondí enérgico. Di un brinco, soltándome los audífonos de las orejas y dejando mi ipod atrás, sobre mi cama. Su zumbido fue más que mi música. Me puse mis sandalias en seguida, tambaleé en segundos. Debí apoyar mi mano en la patiadera de la cama contigua y jalé la puerta corrediza de madera, que daba al mini comedor, con fuerza, golpeando en su totalidad, causando un ruido que fue audible en todo el salón.- ¿Qué sucede mujer? ¿Te pasó algo grave?

-Tendré audición como bailarina en el exótico club nocturno “Sirena” –dijo emocionada, cayéndose sentada sobre el reposa brazos del único mueble que teníamos. Una sonrisa de satisfacción cruzó sus preciosas facciones cuando de repente expresó, llevándose las manos hacia su rostro- ¡¡No lo puedes creer!!

El mundo de los espectáculos temáticos, los efectos especiales, el baile del tubo de manera general como personal, los trajes centelleantes, los sensacionales efectos de luz láser, los baños de ducha y todo lo demás se encontraban en “Sirena”, como para no levantarse de sus asientos y deleitarse con estos hermosos híbridos de mujer y pez cumpliendo nuestros deseos con juegos y productos eróticos. Pese que no era el único lugar de entretenimiento para adultos en el país, situado en el corazón de los negocios de la ciudad de Auckland a tan sólo veinte minutos a pie donde nos encontrábamos, Cindy, Felipe, mi compañero de cuarto y yo, era el más solicitadísimo por cualquier chica que buscaba tener un trabajo de ensueño y de ingresos al tope. Quería creer su noticia; pero me cuestionaba si ella se había confundido de posición. Pero cuando nombró eso de: “exótico” club nocturno. Lo tuve que admitir. Esta “kiwi” era algo singular. Su rostro retrataba esa combinación de raíces asiática de medio oriente por parte de su madre y europea, por su padre. Era mediana y delgada de hombros menudos. Proporcionada de buenas caderas y nalgas curvas con el tacto.

Por otra parte, nunca se sentía avergonzada cuando paseaba en bikini delante de los demás chicos, pidiendo permiso para dirigirse al baño. A más de uno había distraído la ojeada, prestándole más atención a su existencia que al partido de rugby entre los “All blacks” y el equipo visitante de Australia. Ni mucho menos ante un público mayor cuando se acercaba al balcón de ese modo para recoger su ropa seca y saludar a algún vecino fisgón del costado o del edificio de enfrente. Esa juventud rebelde era una ventaja; pero la experiencia real y las habilidades de baile eran las más importantes. Y que recuerde en ninguna de nuestras tantas conversaciones me mencionó que practicaba el baile del tubo o intentó hacerlo en alguna discoteca, aunque sea con la columna de concreto cuando estaba en estado etílico. Era hasta ese momento que desconocía ya que después ella sugirió lo siguiente:

-Creo que necesitamos instalar un tubo de baile en el apartamento de manera permanente.

-¿Un tubo de baile?... ¡¿Para qué?! –le reproché, si se había olvidado que vivíamos como sardinas y el poco espacio disponible para estirar las piernas era justamente la sala. Sin embargo, me picaba una duda.- Por cierto, ¿no estabas buscando trabajo como mesera de bar  desde un comienzo? –le interrogué.

-Sí… tienes toda la razón, pero ellos estaban en la búsqueda de nuevos talentos para la siguiente  temporada –respondió, poniéndose de pie y yendo a la cocina a prepararse algo para comer y añadió-. Pasé toda la mañana solicitando trabajo a cada establecimiento de comida y bebida que encontrase como mesera hasta que recordé que estaban solicitando chicas en un club nocturno. Lo vi por el internet y envié mis datos, adhiriendo una actual foto mía y como no contestaban me aproximé personalmente. No perdía nada si estaba en mi camino y fíjate que se gana bien.

Me aproximé hacia ella quien degustaba unos tallarines con salsa de tomate, en vez de comer algo liviano para mantener su cuerpo en el peso exacto si es que pensaba aprobar la audición. Un ligerito exceso de grasa sobresalía cuando tomó asiento. Me senté a su costado no sin antes calentar mi comida también. Era más del mediodía. Ya éramos dos en el mini comedor. No cabía para una silla más si llegase alguno de los chicos para acompañarnos.

-Mejor le digo a Brooke que me preste el suyo para retomar las lecciones que llevamos juntas hace un año –dijo, soltando su cubierto a un lado del plato, mientras metía un mechón de su cabello ensortijado detrás de su oreja. Parecía no tener muchas ganas de comer. Se encontraba más tranquila que hace veinte minutos.

-No sabía que tenía uno de esos en su casa. ¿Fue contigo a averiguar también?

-No, pero le comenté de mi posible incursión y le envié un mensaje de texto comunicándole la sorpresa ni bien me dieron la propuesta… ¡Qué creías!, que no tuviese un tubo de baile, pues ella tiene uno en su habitación, mejor dicho. Su madre le obsequió en su cumpleaños –prosiguió-. Ella salió con sus hermanos hacia una excursión al sur. La llevaron con ese pretexto y cuando regresaron se dio con la sorpresa. ¿No es lindo que una madre te reciba con esa clase de regalos?

-Si es una forma de hacer ejercicios, ganar flexibilidad, perder calorías y aumentar autoestima, entonces bienvenido sea.

-Pregúntale eso a la primita de Brooke que vive en la ciudad inglesa de Northampton. Su mamá quiso ayudarla con ese fin y la inscribió a una escuela pagando £5.00 la hora.

-¿Cuánto sería eso en dólares neozelandeses? –le consulté, levantándome de la mesa con mi plato vacío y recogiendo el suyo a medio terminar.

Sentir el agua fría del lavadero me hizo saber que todavía estábamos en invierno y eso lo sabían asimismo, las chicas que practicaban esa disciplina en diminutas prendas no sólo en los clubes nocturnos; sino las meretrices callejeras que adoptaban esta nueva moda en un área del sur de Auckland para atraer más clientes. Sin embargo, para practicar la danza vertical la condición física era valiosa. Quizás ahí radicaba el enigma de este singular reto, a pesar de los inminentes suelazos que todo aprendiz debía pasar. Por tal fundamento, los músculos se reflejaban más en Brooke que en Cindy cuando publicó las fotos de sus vacaciones de verano en la playa por el facebook, y lo muy bien que se veía en ropa de baño: bronceados abdominales planos, brazos y piernas estilizados con el pasar de las clases eran fiel testimonio de que el cuerpo sí estaba trabajando.

-No sé cuanto sea en moneda nacional, pero mira las fotos de su barra –dijo ella, revelándome algunas fotos de Brooke guardadas en su celular y destapando la primicia ante mis ojos de un videíto suyo en acción. Yo me acerqué a ella.

-¿Esa eres tú? Se te ve flaca… déjame ver con apreciación… tú tendrías en ese entonces diecisiete o dieciocho años.

-Observa, acá se le ve a Brooke en plena exhibición de baile hace meses nomás. La muy ésta se matriculó para las clases de striptease y “table dance” tan pronto como cumplió los dieciocho años.

-¿Así?... mm pues se le ve emulando a Demi Moore y sí que le sale de forma natural… nada fingido. Esta señorita se las trae –dije, frunciendo los labios.- ¿Por qué no me mostraste estas fotos antes? Lo tenías bien guardadito… pienso que ella debió presentarse también…. date cuenta que está invitando a alguien creo.

-¡Ese es su enamorado!... ¿Sabes por qué quiso llevar las clases de striptease?

-No, dime.

-Porque el muy patán solía ir a esos clubes nocturnos los fines de semana a partir de la medianoche con sus amigos… ¡Y se gastaba más de cuatrocientos dólares!… con lo caro que están los tragos y la diversión allí adentro. Cosa que a ella no le gustaba para nada y decidió de inmediato tomar el toro por las astas… yo la seguí por simple curiosidad a las clases.

-Hubiese terminado con él y punto.

-Brooke quiso demostrar de qué estaba hecha y lo demostró mediante eso. Se puso un reto… ella le debe mucho a esas clases. ¡No puedo esperar por mucho tiempo esa audición, José!

-¡Espera!... eso quiere decir que te mudarás a un sitio mucho mejor más adelante con lo que vas a ganar. Lejos de toda incomodidad. Dejarás el instituto, ¿no?

-¿Abandonarlos?...  ¿A ustedes?... al instituto no… no lo sé… no, ya no me acuerdo que te iba a decir –detuvo el videíto súbitamente que me estaba enseñando.- ¿Pero estarás allí cuando yo vaya? Como apoyo moral digo…

-A falta de diversión para el viernes y como no tengo nada que hacer por la falta de trabajo para este servidor –dije al cabo- Eso sí ¿Me dejarán entrar?
Justo cuando le hice la pregunta, el que sí entró, pero al apartamento fue Felipe y lo hizo apurado. Se le había olvidado que tenía una cita con su enamorado, un chico “kiwi” mayor que él quien conoció en el bar donde trabaja, dentro de una hora y contaba con minutos para acicalarse y segundos para felicitar a Cindy.

-¡No te levantes! –exclamó, mirándole fijamente a los ojos- Ya me contaron todo ¡Felicitaciones, amiga!

Acto seguido abrazó a Cindy y le deseó suerte apoyando su mejilla sobre la de ella en ambos lados y haciendo el sonido de beso.

-¿Cómo es que lo sabes? –preguntó ella.

-Me lo contó Brooke y ella estaba tan alegre como yo. Me la encontré en la calle cuando salía del bar, dejando todo en orden donde se va a realizar la fiesta sertaneja…

-¡Lo olvidaba, la fiesta es hoy!

-Y ya estabas por perderte una más, tonta… acuérdate que es el primer jueves de cada mes y toda la comunidad brasilera estará allí. Al menos creo eso. ¿No has visto los folletitos que dejé en la mesa anteayer? –interrogó, y no tuvo reparos de pedir permiso tratando de buscarlos entre tantos papeles y bolsas vacías de compras del supermercado. Yo me levanté para no estorbarle, mas no encontró nada.

-No me digas que nuevamente estarán tocando tus paisanos, el dúo de hermanos Leandro y Mariana –dije, entretanto cruzaba mirada con Cindy.

-Toda la información se encontraba en esos folletitos. ¡Virgen María!... –distrajo nuestra atención nuevamente hacia él.- Ni modo. No dispongo de tiempo por lo que los buscaré después. Recuerden chicos hoy a las nueve de la noche es la reúna y desde aquí partiremos a la fiesta –dijo, mientras se ponía en marcha a su habitación.

-No creo que vaya. Me comunicaré con mi familia en Lima y es a esa hora que puedo encontrarlos despiertos y disponibles.

-¡Allá tú!, pero ya sabes dónde encontrarnos… -replicó desde su dormitorio, emprendiendo ahora camino hacia el baño con toalla en mano y portando sandalias.

-Creo que sí –le respondí con dejadez en el instante que aseguró la puerta corrediza del baño.

Me quedé solo con Cindy otra vez.

-¿Qué harás ahora?... ¿Irás a la casa de Brooke?

-¡Ahora mismo! –pidió permiso y anexó un sutil: “de todas maneras necesitaremos un tubo de baile, José”.

Lo que quedaba de la noche me aventuré de improviso a navegar por la web de algunos clubes nocturnos, sobre todo el de “Sirena”, luego de que los chicos se fueron a la fiesta y de haber conversado con mis padres. Me había quedado tiempo y en vez de poner en práctica mi portugués bebiendo unas caipiriñas acompañado de una hermosa brasilera, quise despertar esa curiosidad mediante testimonios y bailes que estas experimentadas bailarinas sabían hacer como en la película “Showgirls”. Tanto fue mi descarrío que no medí el tiempo y me quedé dormido sobre el mueble con el laptop prendido, volviendo a la vida un par de horas y soñoliento gracias a los bullicios identificables de Cindy, y compañía, desde afuera que se hacían más irrebatibles cuando cruzó la puerta y cayó sentada al suelo con bolso en mano en el momento que cerré el sistema operativo. No es que ella estuviera sin conocimiento. Se hallaba en un estado de intoxicación con el alcohol en un grado suficiente que deterioró sus funciones mentales y motrices.

-¿Qué le ha pasado a esta chica? –balbuceé pensativamente, tratando de socorrerla.- ¿Me escuchas? –dije, moviéndoles los hombros.

Felipe se la quedó mirando en silencio. A él le resultaba muy desagradable el estado de Cindy; hasta le daba pena.

-Todo esto se debe a que ella bebió sin control –dijo por fin, él.

-¡Pues, claro!… no la ves como está –respondí recriminándole, ya más despierto- puedo sentir el tufo… la han bañado de alcohol.

-Cuando estábamos a punto de retirarnos por lo tarde que era, ella apuró su última caipiriña y salimos tambaleantes, ya en la calle repitió el mismo show… hablando cosas sin sentido en spanglish, se puso amigable con los transeúntes que se le topaban. De ningún modo esperaba yo, José, que fuera tan… difícil… manejar esta situación –dijo, llevándose las manos hacia sus mejillas.- Se dejó llevar por el ambiente… al igual que yo. Era su primera fiesta sertaneja y creo que la definitiva.

Me hice el desentendido mientras él justificaba la acción. Lo que importaba, en ese momento, era no dejar de hablar y estimular a Cindy.

-Estábamos pasándolo de lo mejor con Brooke –prosiguió, como si replicara a una respuesta- y luego se nos unió Lucas. Nunca pensé que se iba a poner de malas.

-¿Estuvo ella también con ustedes?... –pregunté. Esa declaración había tomado mi atención.

-¿Brooke?... Sí. Las dos ni se despegaban, hasta para ir al baño.

-De Lucas era de esperarse… sólo espero que no me fastidie lo poco que queda de la mañana con sus ronquidos… ya son diez para las cuatro.

-El se quedó en la fiesta. Me imagino hasta que cierren el local, de ahí regresará.

Y luego, algo le había impulsado a Cindy levantar sus ojos grandes. Veía el panorama borroso. Los cerró y descansó, agitada. Sus ideas trataban de abrirse paso en un cerebro lleno de entrenudos.

-¡Mira!… -dijo ella repentinamente, con voz palpitante.

-¿Dónde?... ¿Hacia dónde quieres que mire? –dije con voz alta y clara.

-Allá… Mira allá… -repitió señalando al vacío.

-¿Dónde allá? –giré mi cabeza desconcertado, buscando la dirección que me indicaba.

Se apoyó en la pared. Yo me hice atrás y volvió a abrir sus ojos; pero ahora más nítidamente. Vio por encima de mí a Felipe, quien le pidió llevarla a su habitación en medio de balbuceos. No había objeto que estuviese libre de ser rozado por su cuerpo, clamándole cordura. Esos diez segundos de desplazamiento fueron para ella toda una eternidad, si no fuese por la ayuda de él, jamás hubiese llegado a su destino sucumbiendo en el mueble que era siempre usado como cama alternativa para los que tenían sus dormitorios a la altura de la sala. Lo menos que pude fui irme a dormir.

Después fueron produciéndose, poco a poco, los acontecimientos que habrían de perturbar las siguientes veinticuatro horas de vida a esta aspirante a bailarina nocturna de Sirena. Al menos, no cayó en una histeria frenética, ni hubo que sujetarla entre dos, para bien de Lucas aprovechándose del asunto, a fin de que no destruyera lo que estaba a su alcance.

-¿Por qué traes esa cara? –dije; mientras cocinaba mi almuerzo y se me vino a la mente el tema del día.- ¡Nooooo!… ¡No me digas que te presentaste así como estabas en la audición, mujer!

-¡Me quedé dormida y no tuve el tiempo suficiente para arreglarme, José! Volé tal como me desperté.

Durante un rato no atiné a decir nada, jamás podía haber imaginado, el encontrarme con aquella figura descuidada e irreconocible después de una resaca caminando sin preocupaciones por las calles principales de la ciudad.

-¡Ni me dejaron entrar al club! –retomó ella la palabra, abriéndose camino hacia la sala.

-¿Eh?... ¿Y qué esperabas?... Que te dejen entrar así nomás con esas fachas.

-No lo sé…

-Entonces, será para la próxima.

-¡Hum! –gruñó ésta, dejando su liviano peso caer sobre el sofá de un golpe- ¡¿Para qué?!... ¿Para qué me encuentre con Brooke en el club como colega de trabajo y que arrase con nosotras? ¿Y así, ella me haga a un lado del show y se lleve las palmas de los asistentes por sus bailes? Además, sería imposible que yo compita con su magnífico aspecto y hermosa figura.

-¡¿Qué?! –pronuncié lentamente, como si procurara recordar algo- ¿Qué quisiste decir con eso? 

-De que Brooke fue la que entró por mí. Ella me estaba esperando afuera para desearme suerte y al no verme por ningún lado para el casting, el asistente le propuso a ella para que participe y al ver que ella contaba con los requisitos establecidos, se presentó ni más ni menos…

-Seguro que convenció al jurado.

-…Y obtuvo el trabajo. Hubieras visto su rostro de felicidad, en contraste con el mío, cuando me lo dijo una vez que salió de la audición. Me quedé sentada en la acera de la calle sin saber que hacer –musitó, con la cabeza gacha.

En el fondo, tenía la sensación de estar viendo algo ya conocido y respiré más tranquilo al saber que ya no necesitaríamos instalar un tubo fijado al techo y al piso. Ni como complemento, varios espejos rodeando la sala si se le ocurriese con el pasar de los días.

miércoles, 17 de abril de 2013

La Hueste


Dennis Armas


Después de haber sido atropellado por una apurada ambulancia y lanzado de cabeza contra el pavimento sentí que la vida se me iba.

Por supuesto que eso no era lo único que sentía. Sentí al policía de tránsito retirando discretamente mi billetera mientras yo yacía tirado en el suelo. Escuchaba los celulares de la gente tomándome fotos incesantemente. Oía a los niños lanzar expresiones de asombro: ¡Asu! ¡Qué paja! ¡Mira! ¡Lo han matado! ¡Qué bacán! Por mi ojo derecho entreabierto y con mis pestañas cubiertas de sangre, pude ver a dos hombres corriendo hacia mí; uno de ellos tenía una cámara grande sobre el hombro y el otro un micrófono en la mano; eran periodistas, que con sonrisas de alivio dibujadas en sus rostros se aproximaban a toda velocidad. Para ellos yo era una suculenta noticia caída del cielo.

El periodista se percató que tenía el ojo entreabierto y sin pensarlo dos veces me comenzó a entrevistar:

    - Amigo ¿Qué te pasó? ¿Te atropellaron? ¿Estás bien golpeado? ¿Te duele?

Yo trataba de girar mi antebrazo derecho para hacerle la señal del dedo y mandarlo a la mierda, pero no lograba hacerlo sin sentir un dolor insoportable. Supe entonces que tenía el brazo roto.

El periodista insistía.

- ¡Amigo! ¡Hey amigo! ¿Te sientes mal? ¿Cómo te sientes por haber sido atropellado por una ambulancia?

Yo solo agonizaba.

- ¿Te hubiera gustado que te atropellara otra cosa? –insistía el reportero.

¡Cómo me hubiese gustado tener en ese momento los poderes que tendría después!  Le hubiera dado a ese sujeto la entrevista de su vida.

Finalmente ocurrió lo que nunca pensé que ocurriría: empecé a elevarme.
Ya no sentía mi cuerpo. Era liviano como el aire. Como si se tratara de un sueño, podía ver la calle a metros debajo de mí. Podía ver mi cuerpo tendido boca abajo sobre el suelo, en medio de un charco de sangre, con un motón de curiosos rodeándome y tomando fotos. Al poco tiempo alcancé alturas mayores y pude ver las azoteas de los edificios. No sabía lo que estaba pasando. No sabía si era real o estaba soñando.

Seguí subiendo como un globo de helio soltado al viento, y al poco rato sentí un estruendo terrible que me hizo levantar la vista. Era un avión 737 dirigiéndose a mí como una flecha de cien toneladas. Recuerdo que grité cuando fui absorbido por una de sus turbinas. En esos milisegundos pude ver horrorizado las piezas del motor en violenta rotación. Un milisegundo después ya me encontraba afuera y continuaba mi ascenso. Me volví hacia atrás y pude ver, desde arriba, al avión de pasajeros que me acababa de atropellar volando intacto, como si se hubiese estrellado contra un fantasma. Y eso fue exactamente lo que había sucedido. Continué elevándome hasta que los aviones ya parecían diminutos puntitos blancos volando  muy por debajo de mí. A medida que subía noté que aceleraba. La ciudad se convirtió en una manchita gris. Se empezaron a notar los cerros, los ríos y el gran océano. Así atravesé la estratósfera. Alcé la mirada para ver hacía dónde me dirigía y pude divisar, a lo lejos, un pequeño cuadrado flotando en el cielo. Conforme pasaban los segundos el cuadrado se hacía cada vez más grande, hasta que me di cuenta que se trataba de una plataforma suspendida al nivel de la termósfera, a unos cuatrocientos kilómetros del suelo. Cuando estuve lo suficientemente cerca empecé a desacelerar y mientras me acercaba a ella pude notar toda su magnitud: era colosal.

Ascendiendo ahora muy despacio llegué a  la gran estructura cuadrada y empecé a volar a unos metros sobre su piso, el cual estaba cubierto de brillantes baldosas de mármol. Muy a lo lejos en el horizonte pude ver lo que parecía ser una muralla, en medio de la cual habían dos puertas doradas de exagerada altitud.

Lentamente comencé a bajar hasta que mis pies tocaron el suelo. Una repentina sensación de peso invadió todo mi cuerpo y me caí. Pude sentir el frío de las baldosas en contacto con mis manos; su superficie era tan suave y resbalosa que me imaginé que caminar por ella debía ser como andar en patines. Y no me equivoque.

Al tratar de ponerme de pie me resbalaba. Cada vez que trataba de enderezarme, uno de mis pies se deslizaba por la brillante superficie y me caía otra vez. Finalmente logré erguirme sobre mis piernas con mucha dificultad, haciendo denodados esfuerzos para mantener el equilibrio.

    - Ahora ya sé por qué los ángeles tienen alas… -dije en voz alta.

Estaba parado, pero tenía miedo de dar siquiera un paso. Para empeorar las cosas sentía frío, mucho frío, aunque no el que debiera sentir a esa altura.
Finalmente, y con mucho cuidado, me atreví a dar un paso; desgraciadamente mis dos pies se resbalaron al mismo tiempo y en sentidos opuestos, abriéndome como una bailarina de ballet.

Me estrellé contra el suelo sintiendo un terrible dolor en la entrepierna que me hizo soltar todas las lisuras y maldiciones que se me ocurrieron. Después de un rato, cuando el dolor menguó, se me ocurrió una idea:

- ¡Ni hablar! –me dije a mí mismo.

Me senté sobre la pulida superficie, y usando mis manos como remos, me empecé a deslizar sobre mis glúteos, rumbo a la gran muralla situada a quién sabe cuántos kilómetros adelante. ¡Carajo! ¿Así se mueven todos en el cielo?
Y avanzando sobre mis acolchonadas nalgas pude llegar a las inmediaciones de la muralla, después de dos días.

Me había dirigido hacía las grandes puertas doradas que presumí eran la entrada. La muralla era inmensa, de más de cien metros de altura, pero las macizas puertas de oro eran aun imponentes.

Frente a las puertas doradas noté una figura humana muy musculosa y de unos tres metros de alto. Supuse que debía tratarse de algún tipo de vigilante. En vida siempre me vendieron la idea de que a las puertas del cielo se hallaría San Pedro, y que este sería un viejito flaco y de barba larga, no este Goliat.

A unos cincuenta metros de mi destino, las baldosas de mármol se volvieron ásperas y mi pobre trasero lo notó enseguida. Me puse de pie. Fue una sensación agradable sentir que ya podía usar las piernas. Empecé a caminar hacía el guardián alto y musculoso que yacía parado frente a las puertas, con los brazos cruzados y cara de pocos amigos. Tenía cabello castaño, barba y bigote muy bien arreglados, una cinta dorada alrededor de la frente, y vestía una túnica blanca ajustada a la cintura que dejaba uno de sus formidables pectorales al descubierto y calzaba sandalias de un material parecido al cuero.
Me acerqué cautelosamente al gigante de tres metros. La severidad se dibujaba en su rostro y tenía una mirada intimidante que había clavado en mí. Me miraba como si yo me hubiese acostado con su mujer.

Cuando estuve a cuatro metros de él lo miré directamente a los ojos y pregunté:

- ¿Zeus?

El gigante puso la cara que pondría un padre homofóbico al enterarse que su hijo es gay. Completamente escandalizado, me apuntó con su poderoso dedo y grito:

    -¡Incrédulo insolente! ¡Cómo te atreves a confundirme con un dios pagano!

    -¡Oh disculpe! –me apresuré a decir- ¿Quién es usted entonces?

    -Soy Gabriel

    -¿Gabriel? –pregunté asombrado- ¿El ángel Gabriel?

    -¡Arcángel Gabriel! –aclaró el ser celestial.

   -Oh, discúlpeme otra vez, es que soy nuevo aquí y no conozco a nadie –me excusé.

    -Ni lo harás –sentenció el arcángel.

-Me quedé mudo por un momento. No entendía lo que quería decir, pero de seguro no era nada bueno para mí.

-El arcángel Gabriel me apuntó con el dedo y lo movió de un lado a otro en señal de negación.

    -Tú no pasas –me dijo.

Me quedé callado una vez más sin saber qué decir. ¿Es que acaso había algún error?

    -Disculpe -dije yo-, pero a qué se refiere con que yo no paso.

    -A eso mismo ¡Tú no pasas! ¡No eres digno!

Abrí la boca asombrado y miré hacia atrás. Miré hacía ese océano de baldosas sobre las que había tenido que arrastrar el trasero durante dos días. ¿Todo ese viaje había sido en vano?

    -Un momento –le dije-, creo que no entiendo. ¿Usted me habla en serio?

    -¡¿Acaso tengo cara de estar bromeando?!

    -No pues, cara de eso no tiene. Pero no entiendo, si no soy digno, entonces por qué me trajeron aquí.

    -Nadie te trajo aquí.
   
   -Cómo que nadie me trajo aquí. Cuando me morí, automáticamente me empecé a elevar a través del cielo ¡Incluso me atropelló un avión!

    -La travesía que realizaste es una propiedad intrínseca del alma –explicó el arcángel-. Todas las almas hacen el mismo recorrido cuando salen de sus cuerpos. Al llegar aquí es donde son juzgadas.

    -¡Ah! Entiendo. Es como el piloto automático del alma.

    -¡Murrff! –refunfuñó Gabriel- Si quieres verlo de ese modo, sí, así  es. Ahora hazte a un lado que está llegando un alma que sí es digna.

    -¿Un alma digna?

Inmediatamente me di vuelta y vi a una persona en bata blanca volando hacia nosotros. Volaba sentada, como si manos invisibles la trajeran delicadamente. Al principio no pude identificar quién era, pero cuando aterrizó suavemente frente a mí me quedé boquiabierto.

    -¡Presidente Fujimori! –exclamé con asombro.

Fujimori me miró, sonrió y extendió los brazos como queriendo abrazarme, pero no me abrazó.

   -Querido compatriota peruano…-empezó- no desesperes… Te prometo, que cuando entre al cielo, voy a hablar con Dios para que te deje entrar. No te preocupes, te lo promete tu chino. Ahora hazte a un ladito para que yo pueda pasar.

Desconcertado me hice a un lado y lo observé mientras caminaba hacia las enormes puertas doradas, las cuales se desvanecieron como por arte de magia, dejando el camino libre para el recién llegado. Gabriel hizo una parsimoniosa reverencia mientras Fujimori entraba al cielo como Pedro en su casa. Inmediatamente después, las macizas puertas de oro reaparecieron instantáneamente produciendo un sonido ensordecedor, similar al de un trueno.

El estruendo fue terrible. Fue el portazo más colosal que me habían dado en la cara hasta ese momento. Y dudé que otro lo pueda igualar.

Una fugaz sonrisa maquiavélica se asomó en el rostro de Gabriel al verme tambaleándome con las manos en los oídos.

Ya le iba a decir algo cuando de pronto el gigante hizo otra teatral reverencia. Evidentemente el respetuoso gesto no era para mí. Me di vuelta y me encontré con que otra alma ya había llegado con lentes y todo. La nariz aguileña, la sonrisa cachacienta y la cabeza cubierta de ralos cabellos peinados hacia un costado eran inconfundibles.

   -Doctor Montesinos, bienvenido, pase usted –dijo Gabriel inclinado y con la mano izquierda apoyada sobre el vientre.

Las puertas doradas desaparecieron nuevamente y Vladimiro Montesinos caminó soberbio hacia el interior del cielo.

  -Espero que su estadía sea placentera por toda la eternidad –le dijo el  arcángel.

Vladimiro ni volteó a verlo. Simplemente levantó el dedo índice por encima de la cabeza mientras se alejaba indiferente, como diciendo  sí, sí, sí lo haré, ya cállate…

Conociendo yo el estruendo que hacían las puertas al reaparecer, me tapé los oídos lo más fuerte que pude, pero no sucedió nada, las puertas continuaron abiertas, y era porque una tercera alma había aterrizado detrás de mí.
Una vez más me volví, solo para encontrarme cara a cara con Medusa. Lancé un grito de espanto, pero luego me di cuenta que solo se trataba de Laura Bozzo.

Laura me miró con despreció.
  
    -¡Hombre tenías que ser! –me vociferó.

   -Señora Laura –dijo el Arcángel Gabriel-, tan hermosa y vivaz como siempre, sea usted bienvenida al paraíso.

  -Gracias –dijo Laura Bozzo-, era lo menos que podía esperar después de trabajar con tanta chusma ¡Uf!

    -Tiene usted toda la razón – respondió el zalamero celestial.

Y Laura Bozzo entró al cielo caminando con la frente exageradamente en alto, como si estuviera entrando a un lugar que es muy poco para ella.

¡¡CABUM!! Las puertas doradas reaparecieron inesperadamente. No tuve que tiempo de taparme los oídos.

El arcángel me miro con una sonrisa malvada, como si disfrutara con mi sufrimiento.

    -¿Te duelen los oídos? –me preguntó el muy cínico.

    -Escúchame bien Gabriel. Yo…

    -¡Shhh! Callate, que ahí viene el grupo Colina.

    -¡¿Qué cosa?!

Efectivamente. Traídos gentilmente por una fuerza invisible venían volando los asesinos mercenarios del grupo paramilitar “Colina”.

Se posaron suavemente sobre las baldosas a unos treinta metros de mí y empezaron a caminar hacia las puertas doradas. Caminaban como una banda de compadres ebrios. Venían sonriendo, empujándose amistosamente unos a otros y lanzando carcajadas.

Una vez más, las puertas se desvanecieron dejando libre la entrada al Paraíso.

    -Bienvenidos caballeros –los saludo Gabriel-, aquí todos sus sueños se harán realidad.

    -Oye grandote –le habló uno de los mercenarios-, ¿aquí hay ricas hembritas?

    -Todas las que ustedes deseen.

    -¡Bestial! Gracias compadre.

Y entraron todos al cielo riéndose a carcajadas.

Esta vez me cubrí los oídos a tiempo. Las descomunales puertas se materializaron a la velocidad de la luz, produciendo su característico sonido de trueno.

Gabriel se mostraba muy satisfecho, pero yo estaba desconcertado.

  -¡Óyeme bien Gabriel! –le dije irritado-, ¡no puedo creerlo! Todas estas personas –y me volví de inmediato a mirar hacia atrás por si aparecía otro desgraciado. Ya no apareció ninguno felizmente- todas estas personas han cometido pecados muchísimo peores que los míos. Ellos han delinquido, han matado, han mandado matar, han robado, han corrompido, se han aprovechado de la miseria ajena, han mentido hasta más no poder… En cambio yo, el peor pecado que he cometido fue pisarle accidentalmente la cola a un perro -admito que la indignación me hizo exagerar un poco-. No comprendo cómo puedo ser yo el indigno. No entiendo cómo ellos sí pueden entrar y yo no. ¡Explícame! Y para colmo, todos ellos no han tenido que venir hasta aquí arrastrando el trasero por el suelo. ¡En cambio yo sí! ¡Explícame!

El arcángel guardián levantó el mentón y soltó una carcajada.

    -Es muy fácil –dijo aun riendo-. Es cierto que todas esas personas han hecho lo que tú dices. Todos ellos han cometido crímenes que van desde lo vulgar hasta lo atroz, sin embargo todos ellos han creído en Dios. En vida pueden haber sido asesinos, ladrones, mentirosos, corruptos, viles oportunistas, etcétera, etcétera,  pero nunca dejaron de creer en Dios. Y eso es lo único que cuenta.

    -¿¡Qué!? Pero un momento…

   -¡En cambio tú! –me interrumpió el arcángel- dejaste de creer en Él en tu temprana adolescencia. Renunciaste a Él, y por lo tanto eres indigno de estar en el cielo. En vida puedes haber sido una buena persona, amable y empática, pero no creías en Dios. Te volviste un ateo, y ese es el peor de todos los pecados. En realidad, es el único pecado que puede cerrarte las puertas del cielo, por lo tanto jamás entrarás.

No podía creer lo que estaba escuchando.

    -¡Un momento! ¿Me estás diciendo que creer en Dios de la boca para afuera es suficiente para entrar al cielo? ¿No cuenta el que hayas sido bueno?

    -¡Creer en Dios es una obligación!

    -¿Una obligación? ¿Cómo creer en algo puede ser una obligación? Yo analicé las cosas, medité, filosofé y llegué a la conclusión de que Dios no existía. Es cierto que mi conclusión estuvo errada, pero tenía derecho a usar la lógica, la ciencia, a tener un criterio propio. Tenía todo el derecho de usar mi inteligencia y dudar, de sacar mis propias conclusiones. Creer en lo que todo el mundo cree es lo más fácil del mundo, pero usar la cabeza y formarte ideas propias… ¡eso es lo difícil!

    -Confía en el Señor de todo corazón y no en tu propia inteligencia –tarareo el arcángel- Está escrito en Proverbios 3:5

    -¿Qué no confíe en mi inteligencia? ¡¿Entonces para que mierda tengo este mojón dentro del cráneo?!

    -¡Suficiente! ¡Ya no hablaré más contigo, blasfemo! Tu sola presencia ofende esta entrada. ¡Te condeno a lo más profundo del Infierno! –sentenció señalándome con un dedo acusador.

Enseguida vino un viento huracanado y me levantó del suelo. Me elevó con violencia y me arrojó fuera de la plataforma. En ese momento comencé a caer.
Y caí hacía hacia la Tierra como un meteoro. Mientras caía gritaba, pero el feroz rozamiento del viento opacaba mi voz. Podía ver el suelo cada vez más cerca y no era capaz de detenerme. Me sentía como un paracaidista al que le falló el paracaídas y siente una mezcla de horror y frustración al saber que ya no hay nada que hacer. Debajo de mí había un suelo volcánico oscuro y gris.
Colisioné contra el suelo con la velocidad de una bala de cañón, pero mi descenso no se detuvo. Me clavé en la tierra como una flecha disparada al agua y seguí bajando a gran velocidad. No podía ver nada, pero sí era capaz de sentir la fricción de piedras y arena mientras descendía cada vez más y más.

No estoy seguro cuanto duró esa tortura. Posiblemente un par de días o una semana, tiempo en el que estuve completamente ciego, sufriendo el interminable y violento restregón de rocas y tierra sobre todo mi cuerpo.

Finalmente pude percibir que desaceleraba. Dentro de todo fue un alivio. No sabía lo que iba a pasar ahora, pero sea lo que fuese tenía que ser diferente a mi situación actual.

Me hallaba pensando en ello cuando súbitamente sentí que rompí una superficie. Fui como una piedra atravesando una ventana, pero lo que realmente atravesé fue el techo de una caverna. Seguía cayendo, pero ahora estaba en una estancia cerrada, pero de magnitudes indefinidas, bañada por una luz rojiza naranja tenue proveniente de todas las direcciones, también pude sentir viento sobre mi cuerpo. Fue una sensación maravillosa después haber estado taladrando medio planeta (si es que aun estaba en la Tierra)
La caverna era de una extensión titánica. Fue como haber entrado a un mundo subterráneo; con cadenas de montañas negras que se extendían hasta el horizonte, y en cuyas laderas se podían vislumbrar entradas de cuevas, desde las cuales se asomaban y retraían fugazmente rostros grotescos y curiosos. Aquel mortecino resplandor rojizo naranja que emanaba de todos lados sumergía a la caverna en un ocaso perpetuo, sin él no hubiese podido ver nada. En las entradas de algunas cuevas pude distinguir lo que parecían ser fogatas, con esqueléticas figuras danzando alrededor, pero estaban muy distantes como para verlas en detalle.  

Golpeé el suelo arenoso con la violencia de un proyectil. No entendía si yo era carne o espíritu, pero el impacto me dolió.

Después de espabilarme del golpe, empecé a subir por las paredes del cráter que mi colisión había formado. Una vez que logré salir me puse de pie sin saber qué esperar.

Mirando a mi alrededor me di cuenta que estaba en medio de un bosque de estalagmitas, esas formaciones rocosas en punta que nacen de los suelos de las cuevas y pueden llegar a medir varios metros de altura.

Hacía un calor húmedo y el olor a azufre era embriagante. Había un sonido que repercutía por todas partes, un sonido como el de tallarines siendo estrujados por un tenedor. Se escuchaba en todas direcciones. Me llamó la atención un área que despedía esa extraña luminiscencia, y lo que pude ver fue a miles de gusanos fosforescentes retorciéndose sobre el suelo; se estaban comiendo lo que parecían ser los huesos de un animal extraño. Ese era el origen del pálido fulgor rojo naranja que invadía todo el lugar: miles de millones de gusanos fosforescentes  y carnívoros. Muchos caían del techo como una lluvia asquerosa y se quedaban pegados sobre las altas puntas de piedra que salían del suelo, pero la mayoría de ellos tapizaban las lejanas paredes de la caverna, así como también su techo.

Caminé cautelosamente por el bosque de estalagmitas y, a la larga, encontré una laguna. No era de extrañar que en las cavernas existan pequeñas lagunas de agua empozada, por lo que no me llamó mucho la atención.

Me quedé parado frente al agua esperando que algo pase. Pero no sucedía nada.

Cuando la ansiedad empezó a menguar me acordé del fiasco sufrido en las puertas del cielo. La ira empezó a crecer en mí. Comencé a sentir una mezcla de rencor, decepción y frustración.

De milagro no caí sentado sobre la punta de una estalagmita –me dije-, Gabriel se habría orinado la túnica de la risa, estoy seguro que me debe estar viendo. ¡Maldita sea!

    -¡Maldita sea! –grité mirando hacia arriba y agitando el puño con ira- ¿Así es la cosa?  ¡¿Así es la cosa?! ¡No te importan los pecados de la gente, no te importa si uno ha sido bueno o malo, lo único que te importa es que te besen el culo! ¡Te gusta que la gente entre a tus iglesias, se ponga de rodillitas y te bese el culo! ¡Nos haces egoístas y nos pides que seamos altruistas; nos haces lujuriosos y nos pides que seamos castos; nos das la inteligencia y nos pides que no la usemos! Y al fin y al cabo ¿para qué?  Si solo te importa que te adoremos. ¡Te revienta que alabemos a falsos ídolos porque eres un picón! ¡Sí tú! –y señalé al techo con vehemencia- ¡Eres un egocéntrico! ¿Qué clase de Dios eres? Allá en la Tierra hay millones de huevones que se sacrifican por ti, dejan de fumar por ti, dejan de tener sexo por ti, dejan de beber por ti… Eso te gusta ¿no? ¡Eso te gusta! ¡Seguro que todos los santos están en el cielo, pero no porque hayan sido buenos, sino porque la santidad es la mejor forma de adulación! ¡Sí! ¡Chúpense esa santitos! ¡Son todos unos adulones! ¿Pero saben qué? ¡Se cagaron! Porque sus sacrificios fueron en vano, igualito los iban a dejar entrar al cielo, con sacrificios o sin ellos, bastaba solo con creer en Dios. ¡JA JA JA! Solo había que creer en Dios…

De pronto sentí un ruido detrás de mí.

Me volví enseguida y me quedé congelado al ver a un horrible bebé agazapado sobre el suelo a unos diez metros, mirándome con un par de ojos enormes, sin párpados. Su piel era blanca como un fantasma y sus miembros tan largos que había adoptado la forma de un arácnido, de su boca sobresalían pequeños colmillitos tan finos como agujas.

No supe qué hacer. El bebé-arácnido simplemente me miraba desde el suelo ¡y me sonreía! Eso era lo más perturbador, su pequeña sonrisa debajo de esos grandes ojos sin párpados.

Di dos pasos hacia atrás, cuando escuché más ruidos. Arrastrándose por entre el laberinto de estalagmitas salieron cientos de bebés-arácnidos que parecían muy interesados en mí. Como un ejército de pequeños cuerpos deformes y rostros macabramente sonrientes, empezaron a caminar hacia mí. Avanzaban velozmente, pero por cortos trechos, igual que cucarachas.

Me preparaba a correr cuando escuché una voz varonil y gruesa a mis espaldas:

    -No tengas miedo, no te harán daño –dijo la voz.

Me di la vuelta de inmediato y vi a un niño. Era delgadísimo hasta los huesos y con orejas ligeramente puntiagudas. Estaba desnudo y sumergido en la laguna hasta la cintura, su piel era blanca como la de aquellos bebés, pero sus ojos, completamente amarillos y brillantes, contrastaban con su pelo negro, corto y trinchudo.

Con la expresión más adusta que puede caber en un rostro infantil,  y con la voz de un hombre  maduro, me dijo:

  -Esas criaturas que ves son bebés nacidos muertos. Al nacer muertos no tuvieron tiempo de creer en Dios, y es por eso que terminaron aquí.

    -¿Quién eres? – le pregunté.

El niño estiró la comisura de los labios en una torva sonrisa y respondió:

    -Mi nombre es Lucifer.

Ahora mi atención estaba puesta en dos sitios: los bebés-arácnido acercándose por mi espalda, y ese niño huesudo al frente.

    -¿Lucifer? –le dije- ¿Eres Lucifer? Es decir, ¿Satanás?

    -No dejes que mi apariencia te engañé –dijo el niño elevándose de la laguna hasta quedar parado sobre sus aguas-, puedo adoptar la apariencia que yo quiera.

    -De acuerdo.

Para mi alivio los monstruitos se había detenido a una distancia prudencial, pero sus respiraciones asmáticas eran algo que me resultaba terriblemente incómodo, sentía que en cualquier momento se abalanzarían sobre mí.

    -Yo estoy aquí por la misma razón que tú –dijo Lucifer caminando sobre la superficie del agua hasta llegar a tierra seca.

    -No, un momento –me atreví a discrepar-. Según tengo entendido usted fue expulsado del cielo por rebelarse contra Dios.

    -Cierto –respondió el niño con voz de hombre-, pero ¿qué significa rebelarse?

    -Pues…

   -Significa libertad. Abandonar el conformismo y superar al que está en el poder. Ir más allá de él.

De tanto en tanto miraba a mis espaldas para cerciorarme que los bebés-arácnido sigan a una buena distancia.

    -Pues sí. Usted quiso superar a Dios –le dije.

    -¿Y qué hay de malo en eso?

    -¿De malo?

    -Ustedes, los hombres, tienen un nombre para aquellos que tratan de superar a sus rivales más poderosos, los llaman “Campeones”.

Lucifer levantó lentamente el dedo índice y los bebés-arácnidos se fueron por donde vinieron.

    - Ya conociste a Gabriel, ¿no es así?

    -Sí, es un idiota.

    -Él solo es el reflejo de la autoridad a la que sirve. Como todos los ángeles, hace lo que le dicen, cuándo se lo dicen. Siempre está de acuerdo con Dios, siempre le da la razón, igual que todos los demás. En realidad, Gabriel, Rafael, Miguel, Uriel y todos los otros, no son más que espejos que reflejan el rostro de Dios. Yo fui diferente. Yo no me incliné. Yo fui la voz discordante.  Es por eso que Dios me temía. Y antes de que me hiciera más poderoso que Él, se deshizo de mí, arrojándome aquí. Pero ¿sabes? me gusta aquí. ¿No te parece cálido este lugar?

    -Bueno… en realidad, no está mal, nada mal –dije observando los alrededores con más calma.

    -Te he observado desde que aterrizaste…

    -Si a eso se le puede llamar aterrizaje… -dije nervioso.
Lucifer miró al suelo pensativo.

    -Te he observado desde que colisionaste. Y tu blasfemia me ha conmovido. Es el reflejo de mis pensamientos.

    -Eh… de acuerdo. Pero ¿qué pasará conmigo?

Una vez más sonrió.

    -¿Quieres unirte a mi hueste? –me preguntó el demonio.
-          
    -Me estás ofreciendo trabajo?

   -Es una forma de decirlo, pero a diferencia de todos los trabajos que has tenido en vida, este te va a gustar… y mucho.

Yo reflexioné unos segundos y luego dije:

- Solo tengo una pregunta.

-Dime.

-Bueno… Esta pregunta tal vez te parezca un poco infantil, pero, si acepto, ¿tendré poderes?

Lucifer no se inmutó. Después de una breve y escalofriante pausa dijo:

- Podrás ir y venir del infierno al mundo de los hombres. Podrás adoptar la apariencia que se te plazca. En el mundo de los hombres no estarás sujeto a las leyes de la materia y la energía. Podrás comunicarte con los mortales, matar a algunos si lo deseas, pero nunca les prometas nada ni  reveles tu verdadera naturaleza ante muchos.

Una sonrisa perversa se dibujó en mi rostro. Después de todo, podré complacer a ese periodista. Lo visitaré una noche y le daré la entrevista que tan empeñado estaba en conseguir de mí. Solo espero que la apariencia que estoy pensando en adoptar no le resulte… muy perturbadora.