jueves, 25 de enero de 2018

La muerte

Adrián González


«Mi abuela decía que la Iglesia nos había infundido el miedo a la huesuda por aquello del pecado, pero en realidad para nuestros ancestros la muerte significaba el renacer a una nueva existencia», comenta tata Fidel, en voz baja. «Como dormir y volver a despertar, pues», aclara, mientras rema en medio de la oscuridad del lago, cuya quietud lo hace parecer un gran espejo negro, al que ni siquiera el paso de las canoas ni el empuje de los remos alteran. La escasa y tambaleante luz que produce la llama del mechero al frente de su ichárhuta —como él llama a su embarcación—, acentúa los profundos surcos de las arrugas en el rostro —que apenas se asoma entre el sombrero de petate y el jorongo de lana— del anciano pescador. Al frente, a lo lejos, la isla de Janitzio en el centro del Lago de Pátzcuaro, parece una gran montaña de fuego flotando en la noche, pues no se distingue frontera alguna entre la negrura del cielo y la del agua. A ambos lados y atrás, otras canoas, con las redes en forma de alas de mariposa a sus costados y un mechero al frente, parecen libélulas volando en silencio al ras del agua sin tocarla, formando una procesión colmada de sagrado misticismo.

«Ahora prendemos veladoras a nuestros difuntos», continúa su plática el viejo, volteando a su espalda para ver las caras atemorizadas de Renato y Silvia, sentados tras él en la canoa, quienes se miran uno al otro y se sacuden por un escalofrío en la nuca, «pero nuestros padres purépechas encendían antorchas de ocote. Para ellos, este lago era una puerta de entrada al inframundo», explica. «A donde se van las almas de los muertos, pues», vuelve a aclarar. —Silvia deja escapar una ligera exclamación y saca inmediatamente su mano del agua—. «Para nosotros estos son días sagrados. Las abuelas cuentan historias y enseñan a sus nietos a realizar los ritos adecuadamente. Hay muchos relatos de personas que fueron castigadas con hondos remordimientos cuando, por no poner la ofrenda a sus difuntos, veían sus almas furiosas o entristecidas deambular sin rumbo por las calles del pueblo», señala el anciano, con voz serena, en tanto sigue remando suavemente, como si solo acariciase el agua. —El matrimonio se abraza sin atinar qué decir, pasmados al observar la isla completamente iluminada, con destellos ondulantes de color ámbar reflejándose en el agua—. «A los muertos les es permitido venir en estas fechas a convivir con nosotros sus parientes. Les ofrendamos sus guisos preferidos y pan recién horneado para que se sacien. Las flores de cempasúchil, coloridas y olorosas, son para llamar su atención. El humo del copal que se quema en los braseros, se esparce marcando veredas en el aire para que sus almas reconozcan el camino a donde regresar. Un jarrón de barro lleno de atole de maíz con chocolate, una botella de charanda y agua fresca, calman su sed después del largo viaje que los trajo hasta su tumba; también les ponemos un petate para que descansen si ellos quieren». —Silvia se enreda en su rebozo mientras exhala vapor a causa del frío, en tanto Renato con discreción acomoda bajo su chamarra de mezclilla una pequeña caja de madera que trae cargando—. «Las veladoras son para hacerles ver a los difuntos que se les venera con respeto por ser mensajeros de lo sagrado y se colocan al frente de su fotografía, de alguna ropa o sombrero que les haya pertenecido», sigue explicando. «Para que no se confundan de cuál es su altar, pues», concluye. —Ambos cruzan miradas y sonríen.

Conforme se acercan a la isla, el olor penetrante a copal quemado y flores de cempasúchil los empieza a invadir. Tata Fidel pasa de largo el embarcadero, en el que hay un tumulto de gente proveniente de los pueblos alrededor del lago, que asombrosamente guarda un silencio absoluto mientras descarga de las embarcaciones sus ofrendas. Más adelante, junto a una pequeña choza, el viejo amarra su ichárhuta a la rama de un árbol que cae a la orilla del lago hasta rozar el agua.

—¿Vienen a enterrar a su muertito? —pregunta, señalando con la mirada la pequeña caja que Renato carga, dándose cuenta de que la pareja duda hacia dónde dirigirse, después de haberle pagado por el viaje.

—Sí —responde ella—. Buscamos la tumba de mi abuela para enterrar ahí las cenizas de nuestro hijo.

—¿Cómo se llamaba tu abuela, muchacha?

Siguiendo el consejo de tata Fidel, ambos —alejándose del sendero que sigue la multitud— rodean la isla, ocultando los restos de su hijo bajo un atado de flores que él mismo les provee. Más adelante, empiezan a subir hasta el camposanto, donde Silvia espera encontrar la cruz grabada con el nombre de su abuela, en la tumba que visitara por única vez siendo una niña antes de abandonar el pueblo para partir a la frontera con su madre y su hermano menor.

Conforme avanzan, van escuchando —apenas como un rumor— las oraciones de la gente con la que inevitablemente van encontrándose. Todos cargan con sus ofrendas; van cubiertos de la cabeza, las mujeres con rebozos y los hombres con sombreros; llevan a sus niños con cirios encendidos entre sus manos y la mirada fija en ellos; nadie cruza palabra alguna. Silvia y Renato se han olvidado del frío, el sendero se ha convertido en una pesada escalinata que parece no tener fin. Poco a poco va aumentando el olor a flores, copal quemado y cera de los cirios. La multitud los ha rodeado y el rumor de las plegarias va creciendo; apretujados, caminan llevados por el lento pero firme paso de todos, el ambiente se hace pesado, abrumador. Silvia abraza con fuerza a Renato, cruzan miradas de desconcierto —todo es tan extraño, tan intimidante—, las manos les sudan.

Para cuando arriban al panteón, la noche parecería haber quedado atrás; la luz que emana de la gran cantidad de cirios y veladoras, ilumina una deformada e inmensa alfombra de flores de cempasúchil color amarillo naranja que cubre las tumbas, haciendo parecer como si todo el lugar estuviese en llamas y su resplandor alcanzara el cielo. Conforme se internan entre los sepulcros, van observando los altares y ofrendas colocadas sobre ellos: cruces, cazuelas de barro con comida, calaveras de azúcar con adornos de colores, grandes panes redondos con realces en forma de huesos incrustados y ornamentos de papel picado colgando de los árboles. Algunos beben café, otros, aguardiente; rezan en actitud contemplativa y serena. Nadie toca los alimentos, esos están consagrados para sus fieles difuntos —como ellos les llaman— hasta pasadas las festividades, aunque hay quienes afirman que la comida ya no sabe y el alcohol ya no embriaga. Es gente humilde, de rasgos indígenas, que calza huaraches y viste ropa de campo.

Pronto Silvia se da cuenta de que es imposible localizar la tumba de su abuela entre tanta gente; voltea para un lado y para otro sin saber qué buscar exactamente, mira a Renato con angustia, él la abraza y la lleva a sentar bajo un árbol. Ambos guardan silencio y se proponen dormir mientras la noche transcurre, sin embargo, en tanto avanzan las horas el canturreo de los rezos se va acrecentando, las plegarias son ahora una angustiosa y única gran oración en la que ya nadie contiene el volumen de su voz, por el contrario, unos gritan, otros lloran con lamento, algunos más pareciera que conversan y hasta discuten con «sus muertos», porque a su entender, les pertenecen. Pronto todo se transforma en algarabía, en una entusiasta, pero a la vez confusa celebración en la que es difícil distinguir dónde termina el dolor por la muerte de sus seres queridos y empieza la alegría de encontrarse nuevamente con ellos, en un trance hilarante, hipnótico y extático.

Silvia, profundamente impresionada, siente una opresión en el pecho que le dificulta la respiración y se desmaya en los brazos de Renato, quien en ese momento es sorprendido por la espalda sintiendo en su hombro la mano callosa y escuálida de tata Fidel, el anciano pescador.

Tiempo antes.

—Comúnmente se atribuye la encefalopatía neonatal a una insuficiencia de oxígeno en el momento del parto —argumenta la doctora, mientras examina a Diego—; sin embargo, no es la única causa posible. Factores genéticos, problemas de salud de la madre, parto prematuro, una hemorragia grave o anemia durante el embarazo, pudieron haber causado una lesión cerebral. Dígame, ¿su bebé fue planeado?, ¿tuvo una buena alimentación mientras estuvo encinta?

—No entendemos bien lo que nos dice —responde Renato tímidamente, unos segundos después de cruzar miradas de angustia con su mujer, a quien en silencio le escurren lágrimas por las mejillas.

—Es importante definir la causa real que provocó la situación de su hijo para prescribir un tratamiento adecuado, además de determinar si la señora es apta para concebir nuevamente —explica fríamente—, de otro modo recomendaría inmediatamente una salpingoclasia. Ustedes deben actuar responsablemente a fin de no traer otro niño al mundo en las mismas condiciones.

—¿A qué… condiciones se refiere?, doctora.

—La falta de oxígeno durante el parto o inmediatamente después de nacer, puede provocar graves consecuencias en el nivel de inteligencia del niño y en su capacidad de desarrollo del lenguaje —advierte—. Lo anterior, en el mejor de los casos, porque podría padecer incluso parálisis cerebral o convulsiones epilépticas. —Silvia ahora llora desconsoladamente, cubriendo con ambas manos su rostro y aunque no comprende del todo, sí intuye la gravedad de la situación de Diego—. ¿Por qué tardaron tanto en venir? Los remitiré con la trabajadora social para que les haga una evaluación socioeconómica y procedamos con los estudios que la criatura requiere. Buenos días, la consulta ha terminado.

Cargando con un brazo a su hijo, Renato abraza con el otro a Silvia; ambos, afligidos, caminan lentamente hacia la parada de autobuses en la esquina del Instituto Nacional de Pediatría, donde después de mucho esfuerzo lograron concertar una cita. Diego tiene dos años de edad, aún no camina por sí solo y balbucea como un bebé. Durante el trayecto, sentados en el último asiento del urbano ninguno de los dos habla, solo se toman de la mano apretándose con fuerza uno al otro, con la esperanza de recibir ayuda a la situación de su hijo en la siguiente cita.

—Los servicios de este hospital están auspiciados por la Secretaría de Salud y algunas instituciones de beneficencia; contamos con los mejores especialistas, algunos de los cuales donan su trabajo —explica la trabajadora social—. Sin embargo, como ustedes ya se han dado cuenta, son contadas las fichas que se otorgan para recibir nuevos pacientes a una primera consulta; además, en la mayoría de los casos los tratamientos son largos y el hospital por supuesto no tiene una capacidad ilimitada. —Renato y Silvia devuelven una sonrisa a la mujer que amablemente los entrevista—. No obstante, los servicios no son gratuitos. Es mi responsabilidad determinar, en base a su nivel socioeconómico, la cuota que pagarán por consultas, estudios e intervenciones quirúrgicas que, en su caso, pudiera requerir el menor. —Renato adopta una actitud seria y asiente con la cabeza—. Bien, señor, empecemos: ¿Cuál es su nivel de estudios y a qué se dedica usted?

—Mi mujer casi terminó la escuela secundaria; yo solo sé leer y escribir… muy mal, pero sé hacer cuentas. ¡Ah!, y también sé hacer reír a la gente —contesta Renato, al tiempo que Silvia sonríe con cara de inocencia, mirando con los ojos bien abiertos a la trabajadora social, quien confundida voltea a ver a uno y a otro, mientras Diego empieza a llorar de hambre.

—Mmmm… Me temo que deberá ser más específico…, se lo voy a preguntar de otro modo. ¿En dónde trabaja y cuál es su salario?

Renato entonces comienza a explicar atropelladamente que, cargando con ellos a su hijo, los dos trabajan en las plazas y calles adoquinadas del centro de la ciudad haciendo diversos actos para hacer reír a la gente a cambio de las monedas que les quieran dar. En ocasiones, tocando las puertas de alguna casa o negocio él hace algún trabajo manual y Silvia se ofrece para limpiar, pero ambos carecen incluso de identificación por lo que no consiguen algo mejor; que él hace de payaso desde niño en los semáforos y ambos se conocieron trabajando en un circo donde Silvia era la contorsionista y él aprendió a hacer mímica además de numerosos malabares. Viven en un pequeño cuarto en la azotea de un viejo edificio. Sin embargo, ambos prometen trabajar arduamente para pagar por las consultas y las medicinas que se requieran. Todo lo que desean es la salud de su hijo.

La trabajadora social no halla qué decir. Voltea a mirar a Diego que continúa llorando de hambre en los brazos de Silvia; observa las ojeras, las caras demacradas, los labios partidos y la ropa vieja de ambos padres.

—¿Por qué no cuentan con documentos oficiales? —pregunta turbada.

—Yo quedé huérfano y viviendo en las calles desde muy niño porque a mi madre la asesinaron —responde Renato—; a mi mujer la abandonó su madre en una casa hogar para niñas en la frontera, de donde escapó.  Solo nos tenemos uno al otro. Nuestro hijo nació en una ambulancia rumbo a la Cruz Roja, en donde nos dieron este papel, que nos dijeron lo guardáramos muy bien —explica, sacando de su pantalón un certificado de nacimiento doblado, descolorido y sucio.

La trabajadora social se disculpa un momento y sale apresuradamente de su oficina sin alcanzar a cerrar la puerta, para dirigirse a las oficinas de la dirección.

—Te he recomendado una y mil veces que no te dejes conmover con cada caso que llega a tu escritorio —argumenta el director del hospital—. En este lugar siempre atestiguaremos situaciones trágicas, es una pena, pero debemos enfocarnos a hacer nada más que nuestro trabajo por el bien de todos.

—Lo entiendo perfectamente, pero si no los ayudamos estamos faltando al principio fundamental por el que fue creada esta institución —protesta ella—. Estas personas, incluyendo al niño, requieren de documentos oficiales, trabajo, orientación y apoyo en todos los aspectos.

—Y, ¿qué sugieres?

—Déjemelo a mí —responde—, solo le pido un poco de flexibilidad.

Dos semanas después, Silvia y Renato, con Diego en brazos, asisten a una cita en la oficina del registro civil cercana al hospital. Al llegar, en la puerta les espera la trabajadora social.

—Pasen conmigo —les indica extendiéndoles la mano para saludarlos—, de ahora en adelante quiero que por favor me llamen por mi nombre, soy Clara. El día de hoy van a ser registrados los tres para que cuenten con acta de nacimiento. Ya todo está arreglado, yo y otros empleados de esta oficina seremos sus testigos. Estos documentos y otros que les ayudaré a gestionar, permitirán que ambos puedan trabajar en el departamento de intendencia del hospital, mientras su hijo es cuidado en la guardería ubicada en el mismo edificio. Renato, tú entrarás en un programa de alfabetización para adultos y me tendrás que prometer que pondrás todo tu empeño en aprender. ¡Ah, y algo más! Si ustedes así lo desean, una vez que cuenten con papeles oficiales, también podrán casarse.

—¿Có… mo? —tartamudea Renato, volteando a mirar a Silvia, a quien inmediatamente le brillan los ojos—. Sí, sí queremos casarnos —responde con firmeza.

Un mes después, en el almacén del sótano del hospital, frente a una mesa de trabajo cubierta con un mantel de papel y tomados de la mano, la pareja escucha distraída las palabras del juez de paz. A su alrededor, sus compañeros trabajadores de limpieza, choferes, camilleros y alguna enfermera los contemplan con entusiasmo. «De acuerdo con el código civil, los cónyuges son iguales en derechos y obligaciones», se oye. —Silvia y Renato se miran uno al otro y voltean a su alrededor con incredulidad, las manos les sudan, tratan de adoptar una actitud formal, ella acomodándose el cabello y él sumiendo la barriga, mientras Diego llora en los brazos de Clara—. «Los cónyuges están obligados a vivir juntos, guardarse fidelidad…», continúa. —Lágrimas empiezan a correr por las mejillas de Silvia y Renato siente que sus rodillas se doblan—. «Silvia, repite conmigo…». —Ella hace sus votos con serenidad—. «Ahora tú, Renato…». —Él se equivoca tres veces—. «Por los poderes que me confiere la legislación, los declaro marido y mujer», concluye el juez.

Minutos después, luego de los aplausos y abrazos, todos brindan con refresco y cada quien abre el almuerzo que lleva diariamente al trabajo. Silvia se acerca a Clara y la abraza.

—Nunca nadie nos había tendido la mano como usted —le dice, profundamente agradecida.

—Ya te dije que me llames por mi nombre —reclama Clara— y no tienes nada que agradecer.

A partir de entonces, durante los siguientes meses, ambos se afanan por cumplir —de la mejor manera que entienden— con su trabajo y cuidar de Diego, quien pasa de un especialista o estudio a otro lentamente, dada la gran cantidad de infantes que atiende el instituto. Tiempo después, un día, limpiando una de las salas de espera en la planta baja del hospital, Renato se detiene a observar conmovido a los niños que esperan por una consulta: unos en silla de ruedas, otros con extraños aparatos unidos a sus extremidades; un bebé tiene una cabeza enorme, otro babea con la mirada perdida, muchos más carecen de cabello; madres y padres en su mayoría pobres como él, con expresión de dolor y tristeza, pero con un sutil brillo de esperanza en la mirada, acarician a sus hijos tratando de distraerlos de su sufrimiento, llevándoles algo a la boca para que dejen de llorar. Esa misma tarde, al terminar su turno, Renato alcanza a Clara antes de que esta aborde su auto en el estacionamiento del instituto.

—Sé que quizás en aquella entrevista no supe expresarme correctamente —dice Renato—, pero créame que puedo ayudar a que estas familias se sientan mejor.

—Sí te creo y me asombra la manera en que ahora te «expresas» —responde ella—. Se notan tus lecciones, aunque no me gusta que me sigas hablando de usted.

—Discúlpeme, es que le tengo mucho respeto.

—¿Qué propones?

A partir de ese momento, Renato y Silvia hacen la limpieza de las zonas públicas vestidos de payasos un día y de mimos otro. Sus labores las combinan con situaciones chuscas, malabares y graciosas pantomimas, con las cuales consiguen risas tanto de niños como de adultos; de igual manera, un día a la semana visitan el piso de oncología, donde incluso las enfermeras participan en las dinámicas de entretenimiento que Renato propone, todo bajo la mirada escéptica del director, quien supervisa personalmente que no se pierda el orden en el hospital, pero que de vez en vez suelta una sonrisa de satisfacción al ver la reacción de niños y padres. Es entonces cuando Diego presenta su primer ataque epiléptico.

—Los pacientes de epilepsia tienen más posibilidades de muerte prematura y, si además existe alguna deficiencia mental, pasan a formar parte de la población de alto riesgo, los accidentes son más comunes en los infantes —explica el médico especialista a Clara—. De acuerdo con las estadísticas, un gran número de niños menores de cinco años siguen muriendo entre las familias de bajos recursos. Las principales causas son: la neumonía, complicaciones en el parto, asfixia perinatal, afecciones virales y problemas de malnutrición desde el vientre materno, ya que los hace más vulnerables a las enfermedades graves.

—Diego cumple con más de una de esas causas. ¿Qué recomienda, doctor?

—Desgraciadamente no hay mucho más que hacer que lo que ya se está haciendo: cuidados, alimentación sana, higiene, orientación a los padres… en fin, todo lo que usted ha logrado, Clara. Solo me queda prescribir el medicamento apropiado a la edad del niño y pedirles a los padres que sean muy meticulosos en su dosificación.

En la oficina de Clara, Silvia y Renato reciben la noticia.

—A usted, Clara, ¿se le ha muerto alguien? —pegunta Renato, mientras Silvia guarda silencio.

—¿Por qué preguntas eso? —responde ella— aquí nadie se está muriendo, con los cuidados adecuados Diego puede vivir muchos años.

—¿Sabe? A mi madre la mataron frente a mis ojos y, el hermano menor de Silvia murió en sus brazos siendo ella una niña.

—No lo sabía y me da mucha pena escucharlo, Renato. Pero ¿eso qué tiene que ver con Diego?

—Hemos visto a muchas familias perder en este hospital a sus hijos. Sabemos que eso puede sucedernos. Nos duele ver a tantos padres salir de aquí solos, pero… también entendemos que los niños dejan de sufrir.

—Preferimos sufrir nosotros, a que sufra nuestro hijo —interviene ahora Silvia.

Clara respira profundo y no responde nada.


Meses después Diego no despierta una mañana. Durante la noche sufre un ataque mientras duerme boca abajo sin que sus padres se percaten y —siendo incapaz de reaccionar— muere por asfixia.

viernes, 19 de enero de 2018

El hacedor de noticias

Armando Janssen


Capítulo uno

Me encontraba desesperado esa noche en mi oficina del Diario. Recuerdo ese preciso instante cuando experimenté esa fuerte regresión.

Rememorando cuando la causalidad me llevó a pasar por la puerta de la revista, donde advertí un aviso que me llamó profundamente la atención, requerían un joven escritor para cubrir una columna mensual sobre “secretos de la jardinería”. A mis dieciocho años no sabía nada del tema pero igual me postulé, previamente me informé en la Biblioteca Nacional y mecanografié no una, sino tres columnas sobre el tema solicitado, llevé personalmente el sobre a la redacción.

Exactamente treinta y ocho años atrás, cómo había pasado el tiempo.

A la semana me llamaron y comencé al otro día.  Rápidamente vieron mi potencial como periodista y me fueron asignando más trabajo, en pocos años estaba a cargo de dos columnas propias, con un futuro prometedor.

Me gustaba estar en la calle, ahí encontraba las noticias. Fue así como la revista Búsqueda se convirtió en semanario, donde empecé a hacerme popular con el apodo de El hacedor de noticias, por las primicias que lograba y la originalidad de las mismas. Todos se preguntaban acerca de mis fuentes.

Yo, entretanto, trabajaba sin compañeros y utilizaba mi propio sistema.

Había montado una red de delincuencia para obtener esas primicias, la cual fue creciendo rápidamente y de ese modo generaba los titulares a mi antojo.

En 1977, en plena dictadura militar en el Uruguay, el que en las noches me reuniera con un grupo marxista, así como la estrategia que había implementado para adelantarme a los hechos y conseguir noticias que otros no lograban, empezaron a levantar sospechas y esto comenzó a ser un problema, tanto para mí como para el Diario. 

Los militares estaban atentos a toda manifestación en su contra. Algunas cosas publicadas llamaron su atención y empezaron a hostigarme. Mi mentor me aconsejó alejarme del país y me ayudó a conseguir una pasantía en México, en el diario El Sol de Tijuana.

Recordé mi primer artículo en este diario…
La garita de San Isidro (San Diego/Tijuana) es la frontera más congestionada y transitada del mundo, más de 50.000.000 de personas entran a EE.UU. por este puesto fronterizo al año, lo que significa 150.000 cruces diarios.
La gran mayoría son trabajadores estadounidenses de origen  mexicano que viven en Tijuana y trabajan en San Diego y el sur de California.
La logística de la ciudad es poco amigable para los turistas, los servicios son malos, la caminería es pésima, el tránsito es un verdadero infierno y los vendedores te persiguen regateando, sin embargo quienes buscan una vida agitada, con los atractivos shows eróticos, las comidas típicas mexicanas y  los jóvenes en busca de sexo, drogas y alcohol, la hacen muy visitada.
El narcotráfico y el poder van de la mano y lo dirigen todo en Tijuana. La seguridad con la que conviven es mínima, que es la del propio sistema que protege a una fuerza Policial corrupta y asesinos sicarios, que por cien dólares matan a su propia familia.

Sin embargo, Tijuana que tiene una población estimada en 1,500.000, funciona como una ciudad de 6.000.000, dada su cercanía con San Diego, su especial y conflictiva frontera y sus propios atractivos como ciudad fuera de control, donde con dinero y contactos se puede conseguir lo que sea.

Juan Hidalgo / JH / Diario El Sol, Tijuana, México.

Todo se me dio como anillo al dedo en Tijuana para ampliar mis habilidades en el campo de la delincuencia, donde en poco tiempo revalidé mi título como El hacedor de noticias, mis compañeros me envidiaban y mis jefes estaban muy complacidos.

La red de corrupción y delincuencia en la cual me había sumergido y de la que ahora era integrante en Tijuana, iba en paralelo con el reconocimiento de mis logros en el diario, en pocos años contribuí para que el diario El Sol, fuera uno de los de más tiraje de México.

Nombrado Subjefe de Redacción del periódico y corresponsal principal de los países de Latinoamérica desde México, a comienzos del año 2014, me vi tentado por el ofrecimiento del semanario Búsqueda de Montevideo, Uruguay, el diario que me vio nacer, me ofrecían el puesto de Jefe de Redacción.

La tentación tenía doble atractivo para mí, por un lado significaba regresar a mi país con todas las pompas como Jefe y por otro lado sería el Mesías salvador de Búsqueda, que se encontraba en una situación muy delicada y que yo conocía muy bien, nunca había perdido el contacto con Uruguay.

La paga era similar, la diferencia era lo que recibía en negro por la red de delincuencia que había formado, pero el dinero no me preocupaba, lo tenía de sobra.

Cerraría así, con un broche de oro el final de mi carrera.

Hablé con Guadalupe, mi mujer, y con mis dos hijos, y nos vinimos a Montevideo sin pensarlo demasiado.

Lo que no evalué a causa de mi ego, fue dejar un trabajo ya establecido, para pasarme a otro plagado de problemas y sin fuentes para mis noticias.

Capítulo dos

Ahora era jefe de redacción y responsable directo ante la Directiva del semanario que años atrás fuera número uno de la ciudad.  Las ventas habían decaído muchísimo por distintas razones, la crisis económica del momento, el público que progresivamente iba abandonando el diario papel para pasarse a Internet, los permanentes conflictos gremiales y sindicales, la poca motivación del personal, la escasez de recursos económicos, la competencia y la circunstancia de ser un mercado muy pequeño, y lo fundamental… la falta de noticias.

La directiva me había exigido logros inmediatos desde mi incorporación, yo me dormí pensando que me sería muy fácil, me distraje con el reencuentro de viejos amigos, los partidos de frontón con los antiguos muchachos del barrio y el letargo del propio ritmo de esta ciudad sin noticias por falta de gente, tan diferente al mundillo de Tijuana.

Hasta que pasados los meses llegó el ultimátum. Me pregunté cómo salir del paso y solicité un plazo de tres meses para desarrollar un plan que tenía en mente les dije, pero en verdad solo fue una excusa. 

Ahora restaban solo treinta días del plazo solicitado y estaba igual que al comienzo, nada de nada. Este era el motivo de mi preocupación hoy y el por qué no estaba cenando cómodamente en casa con mi mujer y mis hijos como de costumbre. 

Debía confeccionar una salida, algo que me permitiera salir del paso y frenar el despido anticipado que se me avecinaba.

Capítulo tres

Desperté sobresaltado y me encontré mirando el reloj, eran las 03.31 AM, empapado en sudor y con la cabeza plagada de desesperadas ideas.

Me levanté a oscuras sin despertar a mi mujer, fui al baño en suite, me afeité, duché y vestí, con la luz tenue del baño fui hasta mi mesa de luz en busca de una vieja libreta sin poder evitar observar a mi mujer profundamente dormida, uno de sus senos casi al descubierto asomaba del camisón de una lencería negra muy erótica, su figura se le delineaba entre las sábanas, Guadalupe era una mujer trigueña muy sensual, intensa, de una sonrisa fantástica y piernas infartantes.

La había conocido en México en los primeros años que trabajé en Tijuana y no dudé en hacerla mi mujer. Nuestros dos hijos nacidos en México, María Fernanda y Juan Miguel también dormían.

Arquée las cejas muy preocupado, la libreta no estaba.

Bajé hacia la cocina, comencé a calentar un café y barajé un par de estrategias a seguir para esas ideas desesperadas que interrumpieron mi descanso. Sentía la sentencia a mis espaldas, ya que los directores me habían advertido que contaba con ese último plazo para levantar las ventas y atraer a nuevos clientes y auspiciantes, me quedaba muy poco tiempo.

También me preocupaba no encontrar esa libreta, ¿estaría en la oficina?

Con este único pensamiento y consigna me dirigí al Diario muy temprano, busqué la vieja libreta donde muchos años atrás había llenado con datos de cierta gentuza en Uruguay, la cual me había proporcionado primicias a través de trabajitos, a cambio de compartir por años mi mensualidad, pero no mis logros laborales. La libreta estaba.

Así era como me había ganado el nombre de El hacedor de noticias, logrando mis mejores primicias, condición que había perfeccionado a través de los años en México.

Llamé a tres de los cabecillas que en aquella época me habían proporcionado mejores resultados, constatando que uno de ellos se encontraba preso, otro fallecido y el tercero no estaba en actividad.  Así que por ahí no tenia ninguna posibilidad, debía pensar en otra cosa, darle otro giro a mis necesidades.

Más tarde volví a llamar al que ya no estaba en actividad, el Tano, era quien más me había rendido con aquellos trabajitos y proporcionado tanta información en otros años más generosos. Quedé en verme más tarde en el viejo café de mi antiguo barrio del Paso Molino.

Capítulo cuatro

Al llegar al bar y encontrarme con aquel sujeto tan venido a menos, enseguida comprendí que no me podría proporcionar ninguna ayuda, pero ya que estaba ahí hablaría con él.  El mozo se acercó y el sujeto pidió una grapa doble a las tres de la tarde, sin dejar de mirarlo pedí un capuchino, el mozo se retiró y hasta que no regresó solo hablamos de trivialidades y gente en común del barrio que ya no estaba.

Con las  bebidas en mano y nadie alrededor, ataqué al Tano directamente, diciendo:

—Necesito restaurar ese canal de información que existió entre nosotros.
—¿Qué? No estoy más en esa actividad, Juan, solo estoy para alguna changa o trabajito fácil —me dijo sonriendo y mostrando sus pocos dientes verdes malformados.
—Bueno entonces fabrícame las noticias —dije sin pensar lo que decía apurando mi capuchino.
—¿Puedo tomarme otra, maestro?
Juan asintió y este alzó su mano mostrando al mozo su vaso.
—¿Qué me estás pidiendo que haga? —me dijo el Tano volviendo a sonreír.
Sin medir lo que decía, agregué:
—Es fácil, si las noticias no existen me las tenés que fabricar —saqué un celular del bolsillo, se lo pasé al Tano— Tú prepárate mejorando tu aspecto y condición física que yo en unos días me pongo en contacto contigo.

Me incorporé aclarando:

—Formá un pequeño equipo de confianza, como en las viejas épocas, dos o tres personas serán suficientes. Y no trates de ubicarme, como siempre soy yo quien te contacta, ¿te quedó claro?—Antes de irme saqué unos cientos de mi billetera, los dejé sobre la mesa, el sujeto los tomó rápidamente. Quedé mirándolo, volví a dejar otro par de cientos sobre la mesa y antes que el Tano metiera mano, dije imperativamente:—Para el mozo, Tano, para el mozo.
  
Capítulo cinco

Regresé al Diario sumergido en mis propias palabras, experimentando el temor adelantado de las consecuencias que provocarían estos actos, producto de mi propio miedo.

Permanecí todo el día en el trabajo ordenando ideas, papeles y temas triviales pendientes y cotidianos, la intención era volver temprano a casa para cenar con mi familia.

Estuve muy distante durante el desarrollo de la misma, contestando vagamente alguna que otra cosa que mi mujer e hijos me preguntaban.

Más tarde ya en la cama intenté retomar un libro que hacía días no leía, pasando las páginas sin retener su contenido.  Guadalupe apagó la luz de su lado e intentó buscarme entre las sábanas deslizándose hacia mí, yo no estaba afín de pensar en sexo y me hice el distraído.

Lamenté más tarde no haber hecho el amor, ya que el ejercicio me habría sacado gran parte del peso de un ajetreado día.

Capítulo seis

Al otro día temprano ya en la oficina, encendí la notebook, me serví un café y comencé a leer como todos los días las noticias de los corresponsales en el mundo, entre ellas se destacaba una que aparecía en forma reiterada y que escandalizaba al mundo del deporte, al mundo del fútbol en particular.
Al mismo tiempo recordaba como años atrás junto al Tano, formamos un grupo para proporcionar noticias frescas para vendérselas al periódico, no escatimábamos esfuerzos en realizar robos, estafas, tráfico de drogas, raptos, prostitución, juego clandestino, alcohol y venta de mujeres. Así fui escalando en el periódico hasta hacerme notar.  Todo esto lo perfeccioné en un campo fértil para la delincuencia como Tijuana. Ahora necesitaba rescatar ese submundo para no hundirme más.

Volví a la noticia que más circulaba en todos los medios, tuve la ocurrencia de citar a Rodrigo Restuccia, un joven emprendedor con un buen futuro como periodista y que además conocía muy bien, ya que su padre y yo trabajamos juntos muchos años en el diario, fabricando noticias.

Rodrigo no sabía bien el porqué, pero si algo tenía claro, era que su padre estaba en deuda con Juan.

Todos en la redacción olfateaban que el diario se iba a la ruina, pensaba Rodrigo a instantes de presentarse en su oficina.

La ansiedad que Juan Hidalgo dejó entrever al citarlo, no podría deberse a otra cosa. Rodrigo no quería pensar en el tema porque temía encontrar la respuesta. Sin embargo debía asumirlo como una realidad. No había otra posibilidad.

Ya estaba resignado, lo iban a despedir.

Capítulo siete

Sin embargo, no lo despidió. Juan le ofreció una corresponsalía temporal en el exterior.
Solo comentó que este era un trabajo especial y que contaba con él, tendría todos los gastos cubiertos. El diario atravesaba una situación muy delicada, me dijo y que en parte con este trabajo, podría estar la salvación del semanario.
Tres días más tarde, Rodrigo estaba a bordo de Japan Airlines con una escala previa en París con Air France, se dirigía a iniciar la misión, sobrevolando tierras  japonesas y  divisando el increíble Monte Fuji con su perfecta copa nevada que parecía un enorme helado de chocolate con un gran copo de crema. Acercándose a destino antes de aterrizar en el aeropuerto de Narita en Tokio, Rodrigo procedió a seguir las instrucciones de Juan abriendo el sobre con su nombre, contenía una carta que decía: 
Querido Rodrigo
Sabés que siempre te he querido y tratado como a un hijo, la amistad con tu padre me hizo prometerle en su lecho de muerte, de que me ocuparía de tu madre, de tu hermana y de vos, tanto en lo afectivo como en lo económico durante estos once años, ahora sos un hombre y necesito confiar en ti.
Mi pellejo y el de todos en el periódico está en juego, necesito que te la juegues por mí en esta oportunidad que te doy, consiguiendo las primicias que necesitamos para levantar esto.
Muchas cosas suceden en el mundo y particularmente en el mundo del fútbol, sobornos de la FIFA, directores en la cárcel, denuncias y denunciantes, el FBI junto a los principales bancos de USA intervinieron las cuentas de estos directores por lavado de dinero, ha saltado todo.
Yo te tiro unas puntas y vos tenés que indagar y hacer rodar las noticias, averigua todo lo que más puedas, vas de parte mía, todos ellos me conocen muy bien y esas puntas son las siguientes:
-   Se dice que Diego Forlán renunció a la selección porque se había cansado del grupo de whatsapp de la selección, y que por la diferencia de hora con Japón no lo dejaban en paz.  Después, se podría haber arrepentido porque se dio cuenta de que eso era más divertido que la play station y que Paz, su mujer, se está cansando de todas estas estupideces, ya que no se siente parte de la farándula del fútbol y carece de afinidad con las esposas de los jugadores.

El boniato Forlán, su padre, me dijo confidencialmente hace unos días, que Diego esta harto de jugar en el Osaka de Japón, porque parece que un japo muy pesado y de gran influencia esta detrás de Paz, su mujer, la cuál estaría embarazada, Diego está hecho un trapo porque no sabe si es de él y no quiere ni alejarse de la casa ni para ir a practicar.

Tenés reservado alojamiento para hoy y mañana en el Hostal Inn de Tokio en Asakusa, pero ya hablé con las mellizas de Ikoma, vos contáctalas, te vas a instalar a su casa y ellas te cuentan el resto, la tienen bien clara, pero te adelanto que ellas saben bien quién es este poderoso japo que está tras Paz…
Ikoma te parecerá que está distante, pero el tren en Japón es muy rápido, Ikoma está a minutos de todo y geográficamente se encuentra en el medio de importantes ciudades del centro de Japón que son: Osaka, Nara y Kyoto, lo que además será un buen punto para moverte y enterarte de todo. De paso podés conocer ese país fascinante.
Las mellizas lo saben todo y tienen toda la info, exprimiles todos esos datos pero no seas confiado, hasta te parecerán muy angelicales, recordá esto: son peso pesado.
Vos abrí bien los ganchos, estate bien despierto y siempre, pero siempre me informas de todo a mi primero, OK?
Te mando un abrazo y métele con todo, que te necesito para levantar el diario.
Juan/JH

Capítulo ocho

Amanecí temprano, preocupado por mi prestigio, quería concluir mi carrera en forma reconocida. Me iba a disponer a levantarme, pero Guadalupe rápida, cruzó su poderoso y sensual muslo sobre mi pierna, inmovilizándome.

¿A dónde vas sin decirme buenos días?
  Buenos días, voy a levantarme, hoy tengo muchas cosas que hacer.
¿Y entre ellas no está hacerme el amor?, me dijo tomándome el pene con una mano y     con la otra me rodeaba el cuello besándolo.
¿Cuánto hace que me estás evitando?
No, no es eso, es que...
Nada de excusas, te conozco y sé lo que necesitas, me dijo mientras llevaba la boca hacia mi miembro.
De veras, déjame chequear el mail y vuelvo,

Guadalupe empezó a suministrarme el sexo oral que a mí me encantaba, acompañado de un buen masaje de genitales y al fin callé, entregado.

Ella me conocía como nadie y sabía cómo ponérmela bien dura.

Cerrando los ojos me olvidé de todo y mi mujer continuó así unos minutos hasta hacerme acabar. Igual que siempre, ella dominaba el arte del sexo oral y del sexo en general, no había forma de negársele nunca. Teníamos una sintonía especial, mucha piel y ella se entregaba por completo, tres componentes que juntos enloquecían a cualquier hombre.

Ahora vete a hacer esas cosas tan importantes que te quiero temprano en casa. Quiero ir al cine a ver la peli nueva de Salma Hayek, que sabes me encanta y después me harás el amor tú, no lo olvides.

Permanecí unos minutos sin moverme en la cama, recuperando fuerzas y volviendo al mundo real, me levanté torpemente y fui al baño. Guadalupe se duchaba con la mampara abierta, su silueta era espectacular para una mujer de su edad, se conservaba muy bien, iba al gimnasio seguido y como buena latina del norte su piel trigueña era firme sin celulitis, pechos no demasiado grandes, pero erguidos y moldeados perfectos con pezones enormes y oscuros, vagina totalmente rasurada con labios bien rojizos, una estupenda y abundante cabellera negra sin canas, dientes perfectamente blancos se destacaban dentro de su boca sensual y provocadora, era una mujer sencilla pero no simple, muy discreta y que siempre sabía cuando desaparecer o aparecer, haciéndomelo todo fácil.

¿Quieres entrar?  preguntó Guadalupe.

Capítulo nueve

Tenia varios mails, pero identifiqué rápidamente uno de Rodrigo dónde me pasaba mucha información interesante para unos buenos titulares, la verdad que mi intuición continuaba dándome buenos réditos, pero en esta ocasión las noticias superaban mis expectativas.
Tomé el celular y envié un whatsapp a Rodrigo, que decía:

Consigue cuánto antes las fuentes de tu relato e imprimimos. Averigua todo lo posible y dile a las mellizas que hoy les envío el dinero y que averigüen quién es el padre. Abrazo

Guadalupe me había dejado con la claridad a la que estaba habituado, renaciendo mi acostumbrada sagacidad y rapidez que utilizaba para el crimen, las ideas venían en abundancia y sin pensarlas yo las distribuía hábilmente.

Envié un mail a mis amigos de Tijuana, que decía:

Julio
Necesito me consigas dos personas de confianza, para realizar las tareas de investigación de costumbre.
Serán por unos pocos días, acá en Montevideo, Uruguay.
Si puedes ser tú uno de ellos, tanto mejor, sabes que confió en ti.
Por favor, que sea cuanto antes.
Dime los nombres y cuando vienen, así les envió los pasajes y hago la reserva de hotel.
Lo demás se los proporciono yo acá.
La paga será la acostumbrada, más todos los gastos.
Un abrazo
JH.

Capítulo diez

Experimenté otra vez esa antigua sensación que me colmaba, me sentía pleno al llevar a cabo esos planes maquiavélicos, todos mis sentidos estaban despiertos.

Mi intuición no me falló, por un lado Rodrigo desde Japón, tratando de descifrar los cabos sueltos que habían surgido de la información que las mellizas de Ikoma le estaban proporcionando.

Y por otro lado acá en Montevideo, tendría al Tano, que junto a Julio y su secuaz me darían las garantías necesarias para rápidamente provocar las noticias que el diario necesitaba, favoreciendo la situación que me acosaba. 

Soy de esa clase de personas que cuando me siento acorralado y comprometido, desarrollo más y más mis ideas perversas, mi agilidad se potencia y mi capacidad de ejecución se multiplica.

En este punto es donde me diferencio de los demás, porque al sentir fluir esa adrenalina que recorre todo mi cuerpo, soy capaz de cualquier cosa.

En realidad, no sabía en que me estaba metiendo…