viernes, 22 de marzo de 2019

Mi sangre sobre la acera


Constanza Aimola


Mi sangre todavía está sobre la acera. Siempre había fantaseado con mi muerte, la forma en que sería, si me dolería o qué personas estarían conmigo, sin embargo, esto lo supera todo.

Ahora recuerdo las veces que estuve realmente en riesgo, las ocasiones en las que sentí que iba a ser el día de mi muerte, que se hicieron reales solo hasta hace tres días, cuando vi mi cuerpo tirado en la calle.

Tengo que confesar que lo intenté varias veces: sobredosis de pastillas para dormir, venas cortadas, golpes en la cabeza contra la pared y hasta comida descompuesta. En no pocas ocasiones tuve miedo cuando creí que lo había logrado y trataba de dar aviso y revertir el efecto, ahora pienso que estaba muerta en vida, me suicidé y me mataron emocionalmente muchas veces.

Recuerdo pasar días enteros frente a la ventana de mi habitación. Era pequeña, más bien angosta, aunque de más o menos dos metros de alto. Todo era muy azul, algo oscura, lo que le daba un aire de misterio, el tapizado de las paredes, las cortinas, la alfombra, aunque, si miraba con detenimiento habían rastros de sangre, pertenecían a mí y a mi primer esposo, ese hombre que siempre encontraba una buena disculpa para pelear terminando las discusiones con golpes.

Miraba hacia abajo con mucho miedo y desesperanza. Pensaba que ya no tenía futuro y que era yo o era él. Tenía una vida llena de incoherencias y contradicciones, me odiaba, este hombre había trabajado cada uno de los días de su vida a mi lado en sepultar mi autoestima y hacerme creer que nadie querría estar conmigo, de hecho él lo hacía como un acto de misericordia.

He tenido que hacer un sobreesfuerzo para recordar, cuando uno se muere, es difícil. Sin embargo, algunos pensamientos acerca de lo que sucedió el día que morí y unos días antes, están empezando a aparecer.

Jugo de naranja, piña en trozos, tocino, huevos fritos, tostadas de pan caliente, café negro y fuerte, mi desayuno perfecto, en el lugar perfecto, el antejardín de una casa frente al mar. Estoy tan feliz, recuerdo esta escena muy cerca del día de mi muerte. Me había escapado, ahora no recuerdo bien de qué, ocultándome en este lugar que alquilé por internet.

Deseaba mucho estar en esa época en la que no existía el celular y éramos solo mi máquina de escribir y yo. Pero me agobiaban con todas esas llamadas que me distraían de la tranquilidad del lugar soñado en el que me encontraba.

No puedo quitar de mi cabeza el pavimento lleno de sangre, una copa grande con vino tinto, yo vestida de rojo, un sofá de terciopelo púrpura y lámparas negras con lágrimas de cristal. Como en una pesadilla veo llorando sangre a las paredes, pero no pareciera importarle a nadie en este sitio que resulta ser un concurrido bar, al que no iba hace más de diez años.

Hasta ahora estoy haciendo la asociación de por qué recuerdo ese bar, ahí conocí al hombre que me desposó por cuarta vez, pasamos momentos agradables, mucho sexo y un falso sentimiento de solos tú y yo, que al parecer nadie más conocía, porque le llovían las mujeres y él nunca las rechazaba. No tuvimos hijos debido a su infertilidad, gracias al cielo, porque no sé qué habría hecho con un heredero de tal ejemplar.

Las escenas de celos que me hacía eran épicas. Me gritó un par de veces, sin embargo, no creo que haya sido él quien me mató o me impulsó a suicidarme; todavía no logro recordar con claridad.

Lo que sí recuerdo es el día que nos conocimos, salí de fiesta muy arreglada, linda pero sencilla, tacones muy altos, enterizo negro, cabello suelto con rizos que caían naturales sobre mis hombros. Lo vi en una esquina con un aire de gigoló, muy joven, aunque menos de lo que realmente era. Ahí estaba yo, de nuevo encontrando hombres problemáticos y conflictivas relaciones.

Para abreviar y porque además me da vergüenza contar los detalles, nos empezamos a ver con más y más frecuencia. Todo terminó ocho meses después, cuando enfureció después de hacerle un reclamo, sobre un comportamiento que me parecía inaceptable. Me persiguió con una silla del comedor y me amenazó con tirarme del balcón si llamaba a la policía. Teléfono en mano me arrinconó a las barandas, en ese momento de verdad pensé que moriría. Veía su cara huesuda, ojos saltones y mandíbula marcada, mientras me sujetaba por el cuello con todas sus fuerzas. Sonó el timbre del teléfono y logré que se distrajera, en ese momento lo empujé, pero me alcanzó y rompió mi blusa al intentarme retener.

Debido a que sabía que no se iría tan fácil, me puse la chaqueta y salí corriendo de mi propia casa, lo dejé ahí con mis cosas y el dinero, en ese momento no me importó que me robara, de hecho lo hizo en grande. Me fui y no saqué ni las llaves.

Fue un maldito, sin embargo, le perdí el rastro hace más de veinte años, por lo que creo que no tuvo nada que ver con mi muerte.

Después del fallecimiento de mi último esposo, viajé a Ciudad de México, para huir del dolor, gastarme parte de la herencia y sobre todo evitar a la prensa que había descubierto los engaños de un abogado que defendía cantantes y actores de cine y televisión.

Tomando mi acostumbrado café de la mañana, mientras revisaba unos folletos para elegir el destino turístico de ese día, me fijé en un hombre que me miraba a unas mesas de distancia: más de sesenta años, no muy atractivo, bastante delgado, en fin, todo lo contrario a mis gustos, pero logró llamar mi atención porque leía uno de mis libros favoritos —extraño que un hombre lo hiciera—, un clásico de la literatura escrita por mujeres: Como agua para chocolate.

Cruzábamos miradas y sonrisas, finalmente se decidió y se acercó a mi mesa. Nos presentamos y bueno, pasamos varias horas, muchas tazas de café y nos contamos la historia de vida de cada uno. Resultó un hombre adorable, con cada palabra me encantaba, sus miradas me embrujaban y su cultura me apasionaba.

Al parecer hoy quiero terminar las historias rápidamente, será porque se me acabó el tiempo. Pues bien, al salir de México me había enamorado completa y profundamente de ese hombre. Me siguió hasta mi país y allí vivimos un idilio, tantas historias y aventuras repletas de vida.

Meses más tarde volví a México para conocer a su familia. Había estado casado pero también era viudo y no tenía hijos. Me llevó a los mejores hoteles, conocí destinos encantadores y viví los mejores quince días de toda mi existencia. En este viaje me confesó que tenía cáncer y no quería tener tratamiento. Lloré y juré que estaría a su lado el tiempo que le quedara de vida. Debí regresar, pero pronto nos reuniríamos para celebrar las fiestas de fin de año. El veintitrés me llamó una de sus hermanas y me dio la noticia de su muerte. El mundo se derrumbó para mí como un castillo de naipes. Sentí pasar la arena caliente de las playas que visitamos, la brisa en nuestra cara, el sol sobre nuestras cabezas. Por última vez la sal del mar se posó sobre mis ojos y lo vi quitándome el pelo de la cara, consolándome y haciéndome sentir tan mujer como nadie lo había hecho.

¡Qué va!, este hombre no tuvo que ver nada con mi muerte. Para ese momento estaba ya muy lejos.

Mi hermana, la última persona de mi familia que seguía viva. Apenas cuatro años menor, mi versión mejorada, mi fanática número uno. Siempre tan hermosa a lo natural, no debía usar maquillaje porque tenía cara de ángel de porcelana, una mujer maravillosa que llenó mis días de paz y seguridad, porque siempre estuvo a mi lado. Solíamos tomar el café con un chocolate y recordábamos la niñez y la adolescencia. Jugábamos a adivinar el personaje y nos moríamos de risa. Muchas veces también lloramos, nos abrazamos y consolamos. Otras veces la regañaba por su adicción al cigarrillo y ella a mí por ser una impuntual sin remedio.

No tuvo éxito en el amor, lo intentó con parejas de diferente posición social y económica, todos los colores de piel, otras nacionalidades y hasta los dos sexos, sin embargo, parecía no poder encontrar su media naranja. Quería volverse estable, encontrar a alguien con quien echar raíces, tal vez tener hijos. Así que una noche invité a un amigo artista que creía que cumplía con sus requisitos y los presenté. Se gustaron, enamoraron y siguiendo en la onda de contar las historias de forma breve, se casaron por un rito que ellos mismos se inventaron, en una ceremonia poco clásica en la playa.

Pasaron solo tres años y se divorciaron. Sin embargo, él quería seguir teniendo los beneficios de seguir casado con ella, sin estar a su lado. La celaba muchísimo, la perseguía, le mandaba personas a que la espiaran y le llegaba al trabajo, cuando estaba en el cine, en la biblioteca, el museo y decía que era pura coincidencia. Un día, mi hermana viajó con un grupo de amigos y al regresar estaba instalado en su casa, muy ebrio, con la mesa de centro llena de fotos de escenas del paseo del fin de semana.

Cuando mi hermana entró y prendió la luz, lo vio ahí sentado con un trago en la mano y de inmediato me escribió un mensaje. Me contó que tenía mucho miedo y que me necesitaba a su lado. Estuve tantas veces en su lugar, sabía que estaba paralizada del miedo.

Tomé mi carro y viajé por cuarenta minutos, porque estaba fuera de la ciudad. Cuando entré a su casa, lo vi encima de mi hermana. Le pegaba en la cara y ella ya estaba irreconocible, tenía el rostro morado y los ojos inflamados. Me le abalancé por la espalda, pero enfurecido me postró en el suelo. Con un pie me pisaba una mano y con la rodilla de la otra pierna me presionaba el pecho. Mi hermana, siempre tan fuerte, estaba reducida a carne molida a golpes.

Sacó una pistola de debajo del cojín de un sofá y balaceándose por su ebriedad, falló tres disparos que sentía como me rozaban las orejas. Me estrellé contra la pared mientras caminaba hacia atrás. Finalmente una bala rozó mi cuello y me dejó una herida en la nuca. Caí al piso y me dio patadas hasta que perdí el sentido. Cuando volví a abrir los ojos, mi hermana estaba limpiando la sangre y haciendo presión sobre la herida. Había despertado y lo noqueó con uno de los hierros de la chimenea. Aprovechando su última fuerza que ya no era mucha, lo arrastró y encerró en una habitación, trancando la chapa con una silla. Ya había llamado a la policía pero estaban tardando mucho.

Dejamos de escucharlo, nos acercamos con cautela, pensamos que mi hermana lo había matado y cometimos el error de abrir la puerta. Cuando entramos, la cortina se movía al ritmo del viento. El hombre ya no estaba en el suelo, me aproximé más, cuando sentí que me tomó por el cabello y sin chistar me tiró por la ventana, siete pisos abajo.

Toda mi vida pasó frente a mis ojos, las personas, los momentos y mi mexicano, que fue lo último en que pensé antes de sentir un golpe muy fuerte en todo el cuerpo. Morí instantáneamente y vi mi alma salir del cuerpo. Subí a la terraza y pude observar mi sangre sobre la acera.

jueves, 21 de marzo de 2019

Condimento especial

Armando Janssen



La detective O' Neill, la escena del crimen y las musulmanas

Sonó su celular en medio de la noche, 03:07 a.m., somnolienta atendió, escuchó y dijo simplemente: voy. Se levantó rápidamente.
—¿Tienes que ir? —preguntó George—. Hoy es tu trigésimo noveno cumpleaños.
—Gracias por recordarlo. Sabes que estoy de guardia, es mi caso, soy la detective. 
Se vistió y salió. Llegó al lugar del crimen. Se acercó al oficial de guardia.
Sargento Fadar, póngame al tanto de la situación.
El muerto, es un repartidor de pizzas de origen musulmán, presenta dos disparos en el pecho, y hay una sola testigo vietnamita drogada que no aportó mucho, ella se encontraba sentada en frente al edificio donde fue realizada la entrega.
¿Revisaron la cuadra?, ¿el barrio?
Tenemos agentes en eso, detective, estamos conectados directamente con la central, y por la foto digital nos identifican a la víctima como: Mohamed Assif.
—¿Qué hay allá? —dice refiriéndose a una garaje y al cual comenzó a dirigirse—, abran este portón.
Dos musulmanas se encontraban dentro, alteradas por la intromisión, se abrazaban. La detective, notó que había tres colchones en el piso. 
—¿Quién falta acá? preguntó, ¿hablan inglés? Hubo un asesinato muy cerca de aquí, ¿vieron algo?, ¿alguna de ustedes conoce a Mohamed Assif? Trabajaba entregando pizzas. Asumiré que entienden lo que les pregunto mientras viene inmigraciones. ¿Conocen a Mohamed?,  ¿tienen alguna documentación? Lo que tengan sirve. Vinimos a ayudarlas. Sargento, quiero hablar con la testigo.
No tenía mucho para aportar y la llevaron a su casa.
¿Cómo?, ¿saben dónde vive? La detective se dirigió a sus subordinados, diciendo: actuemos de acuerdo al protocolo, un testigo no se puede retirar de la escena del crimen, ¿está claro?  Creo que el repartidor, de acuerdo a los datos aportados por la central y la documentación de estas mujeres, es su hermano. Huyen de la guerra y caen acá para empezar otra en un garaje.
Sara O'Neill, de regreso al departamento de Policía, pensaba que las musulmanas no se sorprendieron por la muerte de su hermano, quizás lo esperaban. Volvería a interrogarlas. Pero antes, pasaría por la pizzería.
Interrogando a Laurie, la gerente, se enteró de que Mohamed no era el repartidor habitual de esa zona. «Entonces, ¿por qué lo envió a él?», le preguntó.
Puedo hacerlo, Indicó Laurie.
Yo le pregunto, ¿por qué?
Mohamed no había realizado ningún viaje esa noche. Necesitaba el dinero. Y yo lo envié a la muerte, tengo bastante con eso.
Las dos musulmanas, fueron trasladadas en una van por el servicio de inmigración para ser nuevamente interrogadas. Hablaban muy poco inglés. La van se detuvo, les indicaron con un gesto que bajaran. Las esperaban una guardia y la intérprete, que ya estaban sentadas en una oficina. Al entrar las musulmanas, las invitaron a sentarse.  
¿Dónde estamos? dijo una de ellas en árabe, ¿esto es una prisión?
No, somos oficiales de custodia de inmigración, contestó la intérprete. ¿De dónde provienen?, ¿cómo las dejaron entrar sin pasaporte? No tuvieron respuesta. Se les asignará una habitación, les comunicaron. Más tarde serán procesadas. El abogado viene dos veces por semana. Mañana hablarán con él.

La capitán Shaw, la sargento Mirrow y el coronel Shadows

La capitán Shaw ingresó a su oficina, era la primera secretaria del coronel Shadows y tenía muchas cosas que hacer ese día. El coronel la vio llegar y fue a su encuentro, ella compartía la oficina con la sargento Mirrow, la segunda secretaria.
Buenos días, capitana dijo el coronel—, ¿dónde estaba?
De licencia unos días, señor, estaba programado.
La extrañamos, ¿verdad, sargento?
Me imagino, señor.
—Bienvenida —dijo el coronel con cara de libidinoso y se fue.   
—Empezó de nuevo —expresó la sargento mirando fijamente a la capitán—deberíamos hacer algo, presentemos una queja.
¿Para qué? dijo la capitán no servirá de nada.
Mientras, el coronel no dejaba de observarlas desde su oficina.
Tiene esa sonrisita asquerosa, esto es acoso dice la sargento.
—¿Y bajo qué argumento haríamos esa queja?, ¿el segundo al mando nos mira el culo?
No entiendo por qué debemos soportar esto. Cuando se nos acerca y puede, desliza su mano y cada uno de sus dedos húmedos por nuestros cuerpos.
Sabes el porqué. Estamos en el ejército y es un mundo de machos. No le demos el gusto.

Kim y Rachel

Kim, la única testigo del asesinato, regresó a casa de su pareja Rachel, esa noche.
¿Dónde has estado? le pregunta Rachel.
Me demoré porque tuve un problema —contesta Kim.
¿Qué problema?, ¿qué pasó?
Tenía necesidad de drogarme y fui donde un distribuidor. Fui testigo de un asesinato.
¿Cómo?, ¿la policía estuvo acá?
No, no. Les di una dirección y nombre falsos. Me hice llevar a otro lugar. Nadie me ha seguido. Si saben quien soy y quien eres tú, tendremos problemas.
No puedes continuar así Kim. Te recogí de la calle recién llegada de Vietnam, te estimulé para zafar de las drogas y tienes un hogar conmigo. Conoces muy bien mi situación, estoy a cargo de esta iglesia y eres todo para mí.
Estaba aterrada, no quiero regresar a mi país, quiero vivir acá. Hay algo más, les dije que el asesino tenía capucha, pero no les dije que era una mujer.
¿Porqué ocultaste ese detalle?
No lo sé, estaba asustada, bajo el efecto de las drogas, quería irme y no verme implicada.
Rachel la abrazó, besó profundamente e hicieron el amor.

La exseñora Rowling y el diputado Rowling

El inquilino del apartamento 203 de la avenida Thompson era quien había solicitado aquella noche el envío de una pizza a domicilio. «Con el condimento especial, había aclarado». Allí vivía la ex mujer del diputado Rowling con los dos hijos de ambos. Ante el asedio de la policía, ella solicitó ayuda a su ex para que dejaran de implicarla con el asesinato. Solo quería la droga y punto, ni siquiera probó la pizza.
El diputado Rowling además, es íntimo amigo del vicario de la iglesia y, por ende, de su asistente Rachel, de quien conoce perfectamente sus preferencias sexuales. Engañado por Rachel, Rowling había firmado la solicitud de visa de estudiante de Kim, sin saber que ella, está aquí ilegalmente.

El asesino

Como profesional que era, tomó el metro y se bajó en la penúltima estación, al otro lado del centro de Londres. Entró a un baño público, sacó una bolsa plástica de gran tamaño de su mochila, se paró encima y comenzó a desvestirse meticulosamente, introduciendo todas, absolutamente todas sus prendas dentro. Luego se vistió con otra ropa, tomó la bolsa y saliendo del baño se dirigió a una zona de vagabundos a pocas cuadras de allí. Sacó una botella de licor que les entregó y a cambio, depositó su bolsa dentro de aquel tonel que ardía intentando calentar a la gente esa noche gélida de invierno. Nadie preguntó nada, esperó unos segundos asegurándose de que su ropa se quemara. Envió un SMS que decía: «trabajo realizado» y se fue a su casa.

La detective O'Neill y el sargento Fadar

Tenemos un cadáver de un inmigrante que tenía licencia para conducir y desaparecida la única testigo. Un asesino encapuchado. Dos musulmanas sin pasaporte, hermanas del muerto, que trabajan en un hotel. ¿Cómo llegaron a Londres?, ¿quién le proporcionó la licencia a Mohamed? resumió la detective, dirigiéndose al capitán.
¿Será un caso para el M15? preguntó el capitán.
La brigada antiterrorismo seguro va a querer intervenir. Mantengamos está información por el momento entre nosotros. Este es nuestro caso. Me voy a inmigración, quiero hablar con las hermanas.
Aún no me han respondido: ¿cómo llegaron acá?, por Turquía, desde Siria, un bote a Grecia, un camión por Europa o por el túnel. ¿Cuánto tardaron?
Menos de un mes, contestó una.
Es increíblemente rápido. ¿Son de clase media alta?
La intérprete dijo: dice que es todo lo que sabe.
—Por último les diré, que en estos casos, cuando hay un asesinato, las víctimas son las que se embroman. Ustedes son las víctimas, por si no lo saben. Les conviene cooperar con quien les tenga consideración. ¿Lo entienden?

Jhonny, el repartidor que no entregó el envío a domicilio

Jhonny salió de la comisaría de madrugada, donde fue interrogado exhaustivamente. Para la policía, todo aparentemente fue cosa del destino.
Caminó un buen rato, pensando qué hacer, sabiendo que se encontraba en dificultades. Se dirigió hacia un galpón al norte de la ciudad. Tocó tres veces la puerta, salieron dos matones enormes.
Vengo a advertirles que me sigue la policía. Pero no les dije nada sobre ustedes.
—Sabes que te conviene no decir nada, a nosotros no nos conoces.

Laurie, la gerente de la pizzería y su madre

Laurie, en sus mañanas libres, como todos los días, cuida a su madre enferma. Esta le demanda tiempo, fuerzas y mucho dinero. Después la deja sola y se va al trabajo.
Te dejo todo lo necesario mamá, debes tomar estas pastillas, hasta la medianoche.  
Gracias querida, cuídate mucho.
Laurie, muy preocupada con lo sucedido, sabía que estaba comprometida. Ella había decidido suplantar a Jhonny en aquella entrega. De camino a su trabajo, hizo un alto y se puso a llorar. Sin darse cuenta, que un auto la seguía.

Varios, al otro día

El sargento Fadar fue a la pizzería en busca de Laurie, quien no se presentó a trabajar.
La detective O'Neill no quería ir a descansar hasta no progresar con el caso.
La capitán Shaw tuvo práctica de tiro primero y después psicólogo, sesiones que tiene regularmente desde su regreso de la guerra de Irak.
Jhonny estaba muy asustado. Igual fue a su trabajo.
O'Neill y Fadar no querían perder más tiempo y se dirigieron a casa de Laurie, los recibió la madre, elija usted le dijeron los oficiales: nos permite revisar su casa en este momento o regresamos con una orden. Se pusieron a buscar. Encontraron cinco mil libras.
¿Qué piensas? preguntó la detective.
Nadie guarda ese dinero en casa. Con intención o no, ella envió a ese chico a la muerte. Acá hay algo, respondió Fadar. Vayamos por ella.
—Jhonny es la otra punta, seguro tiene algo que ver.
Siguieron a Jhonny, llevaba un pedido a domicilio. La moto se detuvo en el mismo edificio donde la noche anterior ocurriera el asesinato. Jhonny bajó con la pizza y los oficiales atrás, llegando en el momento de la entrega lo detuvieron. Dentro de la caja, había pizza y droga.
En la oficina, la sargento hablaba  con la capitana Shaw, sobre el coronel.
¿Qué te preocupa?, ¿el acosador? A la anterior le revisaba su correo y el escritorio.
No me preocupa, yo no tengo nada que ocultar respondió Shaw.
Mientras tanto, el coronel nunca dejaba de observarlas. En ese momento, aparecía en televisión el vocero de la policía, anunciando que el repartidor de la pizzería asesinado era de origen sirio, de Alepo. La capitana salió apresuradamente de la oficina, dirigiéndose al patio del edificio, marca un número y deja un mensaje: «¿era el correcto?»
El coronel que la miraba en ese preciso momento, salió al pasillo y observó que se dirigía al patio, regresó a su oficina y desde su ventana que daba al mismo, observó que  hablaba por celular. También la vio regresar y dejar su celular en el cajón.
Jack Holmes llega a su «Agencia de viajes Paradise» esa mañana.
Buenos días le dice a su secretaria,  ¿alguna novedad?
Ninguna Jack. Buenos días.
Sentado en su oficina, Jack comenzó el día escuchando sus llamadas del contestador con clave de seguridad. La tercera decía: ¿era el correcto? Borra el mensaje.
La detective O’Neill y el sargento Fadar están reunidos con el capitán Markless, este último necesita desesperadamente un asesino, el gobierno está detrás del departamento de Policía, sino este tema pasa al M15. Un oficial golpea la puerta.
Ahora no oficial, vocifera el capitán.
—Pero, es extremadamente importante capitán —Entrando sin más a la reunión—. Tenemos el informe de balística, uno de los casquillos encontrados tiene las iniciales RG y está identificado como militar. Radwan Green es el proveedor de las fuerzas armadas.
Entonces es un soldado o tiene acceso a las municiones militares, expresa el capitán.
No parece tener relación con Jhonny, dice la detective.
¿Y si lo averiguamos?, dice Fadar.
Traigan a Laurie y a Jhonny para un nuevo interrogatorio, indica la detective.
—Jhonny, lo sabemos, solo dinos cómo lo haces y te sacamos de esta situación, le decía la detective O'Neill, al mismo tiempo que le mostraba el sobre con las cinco mil libras.
Ni idea de eso, yo solo entregaba sobres de veinte libras con la pizza.
¿Solo con ciertos clientes?
Piden un condimento especial.
¿Y a quién se lo piden?, ¿a alguien que necesita dinero para cuidar a su mamá?
Fue idea mía, yo lo hacía.
Pero tú no atiendes el teléfono, ¿Laurie es tu cómplice? Ella recibe su parte.
Yo distribuyo, yo me arriesgo. No diré más nada.
La detective llama por teléfono y dice: preparen una orden de captura para Laurie Athins.
El coronel Shadows aprovecha que sus secretarias están practicando deporte y va al escritorio de la capitán Shaw, fuerza la cerradura y encuentra el celular. Busca el último registro de la llamada realizada y repite la llamada, responde una voz de mujer: «Agencia de viajes Paradise», buenos días, hola, hola… Pasan unos segundos de silencio y la mujer dice: ¿eres tú? El coronel corta la llamada y se lleva el celular.
La secretaria, le dice a Jack: ha llamado otra vez y no contesta. Le dije que se deshiciera de ese celular y no lo hizo.
¿Y porqué no?, pregunta Jack y la secretaria se encoge de hombros. Jack realiza una llamada y dice: No me gusta lo que está pasando. Me huele a pánico. Y corta.

Varios, más tarde

Laurie está en casa de Rachel, al no encontrarla le deja una carta despidiéndose. Ésta decía: Rachel, debo irme, gracias por escuchar todo este tiempo, me hizo bien hablar con una sacerdotisa. Laurie.
La policía buscaba a Laurie, hasta el momento no tenían noticias.
El diputado Rowling se presentó ante la detective O'Neill.
¿A qué se debe este honor, diputado?
Voy a ser bien directo. Soy muy amigo del Vicario, ustedes buscan a la vietnamita, su nombre es Kim Tse Kiam, es la testigo del asesinato del repartidor de pizza. Les dio un nombre falso. Debo decirle que sé dónde se encuentra y que está muy asustada. Puedo traérsela si me promete toda su discreción y nos quita del caso. Fue una casualidad que se encontrara ahí, nada más, se lo aseguro.
Cuente con ella, si no interfiere con el caso. ¿Qué tiene que ver el Vicario?
Le cuento entonces. Kim, convive con Rachel que es la asistenta del Vicario...
A mí no me interesan sus preferencias sexuales…
Es que usted no entiende. Rachel es una sacerdotisa, su imagen y también la del Vicario quedarían expuestas a un escándalo. Además hay otra cosa y me compromete a mí. Engañado, firmé su solicitud de visa de estudiante sin saber que esta aquí ilegalmente… Nos interesa que la investigación se centre en el asesinato.
Ese es un problema enorme. Tráigala y veré que puedo hacer. No le prometo nada.
—Hay algo importante que Kim no dijo. Ella cree que el asesino era una mujer.
Las cejas de la detective se arquearon. De acuerdo. Gracias.
La capitana era la última en el vestuario femenino, con la puerta entreabierta, el coronel la observaba cambiarse…
Espero que no se le ocurra entrar, señor.
Puedo estar acá afuera, soy su superior. Hago lo que quiero. Y le muestra el celular.
Ella se dirige a la puerta, y le dice: Váyase a la mierda y déjeme en paz, señor.
En la policía se presenta, Sam Spencer, del M15 diciendo que creen que el caso se ajusta a la seguridad nacional y necesitan toda la información. 
Ustedes ya saben como es esto, la policía no resuelve los temas y debemos intervenir para salvar la situación. Empecemos por entrevistar a las musulmanas.
Se presentan en inmigración y la detective dice: falta el intérprete.
No lo necesitamos, dice Sam Spencer. ¿Verdad? Dirigiéndose a las musulmanas. Hablemos en inglés, pero esta vez digan la verdad, son inteligentes y tienen dinero. Empiecen desde que llegaron a Londres.
Nos escondíamos. A nuestro hermano lo asesinaron, asegura una de ellas.
¿Dices que la bala era para él?, pregunta la detective.
Sí. El sabía cosas y por eso huíamos.  
Mohamed tenía información. Sabía que los contrabandistas eran ingleses y que mataron al capitán del bote que nos trasladó a nosotros y a todos los demás.
¿Los contrabandistas eran ingleses?
Sí, ingleses. Tienen todo, manejan todo, proveen los pasaportes, botes, trenes, boletos.
De pronto, Sam Spencer, dice: todo su cuento es una gran mentira. Saben que los sirios tienen asilo automáticamente. No tienen papeles. Ustedes son iraquíes. No tienen derecho al asilo y por eso mienten.
No confiamos en usted, dice la otra musulmana. No diremos más nada hasta no tener los papeles, un permiso de residencia para las dos o nada.
—No hay trato hasta que no digan todo. Avísenme —indicó Spencer y se fue.  
Laurie tomó el tren en la plataforma tres, nunca llegó a destino. La asesinaron en el baño.
El coronel se presentó en el dormitorio de Shaw, diciendo que podría recuperar el celular. Shaw lo hizo pasar y le preguntó: ¿qué le gusta?
Todo, le contestó. Tu padre me molestó bastante en mi carrera militar.
Después de soportar al asqueroso coronel dentro de su cuerpo y recuperar su celular, fue al encuentro del psicólogo. Este se sorprendió al verla y le dice: ¿Teníamos sesión?
No, no. Es que me quedó algo en la cabeza y no quería esperar tantos días…
Tengo media hora, pase a mi consultorio.
Creo que los que volvemos, nos cuesta olvidar… ¿No lo cree? Y los que no van, pretenden que no recordemos. Nos prefieren allí. Piensan que si vamos a la guerra, nada cambiará cuando volvemos. A mi padre le sucedió lo mismo.
Y fue un gran héroe. Dime: ¿a qué se debe esto?, ¿porqué viniste a verme? Deberías considerar ir a casa un tiempo…
Mi vida es el ejército. Al volver a casa, sientes que eres un germen que entra en la sangre. Me falta un propósito, quizás. Quiero volver al frente. Necesito que me lo permita.
El capitán se reúne nuevamente con la detective y el sargento. Quiero que me digan, si realmente creen que se trata de un soldado británico. Cómplice del tráfico de personas, ¿qué mata a un refugiado en las calles de Londres? Y después, una segunda víctima, ¿en un baño de tren? Esto no es casualidad. Lo que me molesta es que estamos acá, sin resolver nada y las musulmanas lo saben todo. Entra un oficial. Detective: ha llegado la vietnamita. Viene acompañada de la sacerdotisa.
La capitana Shaw salió a correr, en el parque se le presentó Jack. La respuesta a tu pregunta es: sí. Mohamed Assif pretendió buscar asilo. Dijo que era sirio, pero no lo era. Querías matar a un terrorista y lo hiciste.
¿Estás seguro? ¡Que suerte! Quería estar segura. Es tan obvio que quieren matarnos… Necesito volver a pelear. Hay un tipo que está obsesionado conmigo y mi compañera.
¿Te ha hecho daño? Mataré a cualquiera que intente hacerles daño a ti o a tu madre. Tu padre era mi mejor amigo.
No, tranquilo. Puedo controlarlo. Me pidieron que hiciera algo y para probarme, dije que sí. Esta vez, haré lo que debo hacer, mataré al coronel. Así nada tiene sentido, mi vida está en el campo de batalla.

viernes, 8 de marzo de 2019

Cosas del mar


Antonio Sardina Cecine


Abrió la puerta y Rolando estaba ahí.

Su cerebro emitió un chispazo de luz y su mirada se llenó de blanco, un blanco lechoso y que se difuminaba en otros tonos de blanco, tenía la imagen de su cara en el cerebro pero no veía nada más que ese telón blanco y espeso. Estaba parada con la manija de la puerta en la mano, las corvas empezaron a temblar sin control y sintió que se caía. No supo cuánto tiempo pasó así, seguramente instantes y poco a poco sus sentidos empezaron a funcionar nuevamente, su cerebro siempre alerta e inteligente le envió la orden de precaución, advirtiéndole que la reacción que tuviera en este momento marcaría su vida.

En cuanto pasó el momento de estupor, se tiró sobre él y lo abrazó llorando desconsoladamente sin hablar, sollozando lo apretaba y le mojaba la camisa, él le acarició la cabeza y entonces ella se irguió y le dijo «¡estás vivo, estás vivo!».

Estaban en la casa de Saint Barth, una casita blanca y azul que compraron hace más de dos años y que fue puesta a nombre de Azul, era la primera propiedad que ponía a su nombre después de casarse; la habían descubierto en su viaje de bodas durante una escala que hacían en el opulento yate que alquilaron para dar un paseo por el Caribe. 

El lugar les fascinó por su ambiente cosmopolita y lujoso y al mismo tiempo natural e informal, preguntaron por casas en venta y cuando fueron a conocer esta en la ladera de la montaña, con la vista al mar y oculta por jardines y flores, sabían que habían encontrado su lugar. La casa era de un tamaño bastante práctico, Azul dijo que era perfecta, que era su sueño para estar juntos.

Se quedaron una semana para arreglar los documentos y cuando salieron de la Isla, Azul ya era dueña de una propiedad por primera vez en su vida.

Nació en Brownsville, Texas, mientras su madre se encontraba trabajando en esa ciudad con unos parientes, recién nacida la llevó a la ciudad de México; hija de madre soltera, nunca tuvo conocimiento de quién era su padre; lo más parecido a la imagen paterna que conoció fue el novio con el que se relacionó su mamá cuando Azul tenía tres años, un señor casado que las veía solo entre semana y viajaban de vez en cuando y que era bueno con Azul, pero no influía verdaderamente en su vida más que para mantener el departamento y los gastos, y que pagó su escuela hasta la preparatoria.

Azul era inteligente pero sobre todo muy avispada y con un físico agradable (ojos azules, nariz recta un poco demasiado grande y piernas largas y bien formadas) que combinado con su simpatía la hacía atractiva para los hombres pero sin ser retadora para las mujeres. Esto le había servido para relacionarse con estatus sociales arriba del suyo y se desenvolvía con maneras educadas y elegantes que la hacían pasar por sofisticada.
  
Estudió negocios en la universidad y se mantuvo haciendo contactos entre vendedores y compradores de todo tipo de bienes gracias a sus relaciones sociales. Antes de terminar la carrera empezó a trabajar en una casa de bolsa, negocio que en ese tiempo estaba en auge, ya que el país pasaba por una época de bonanza y grandes expectativas gracias a su petróleo y la administración neoliberal que lo gobernaba y la bolsa de Nueva York también experimentaba alzas constantes.

Fue en esa época cuando conoció a Rolando en Acapulco; además de tener un romance, se enteró de que necesitaba limpiar capitales al parecer muy abundantes, sin saber bien a qué se dedicaba en su país natal; Azul demostró que tenía las aptitudes, los contactos y la audacia para crear una red de prestanombres e inversiones que funcionó perfectamente durante un año.

Con la finalidad de evitar los impuestos a extranjeros en México y aprovechar la nacionalidad estadounidense que tenía Azul, decidieron casarse, además de que esto los ayudaba a presentar una imagen confiable a la sociedad con la que se relacionaban y hacían negocios.

Azul fue a conocer a su familia a Colombia, donde fue recibida con recelo pero cordialmente, ya que no entendían por qué Rolando había decidido casarse con una mexicana que apenas conocía.

Al volver a México él le dijo que tenía que ir a Italia para reunirse con sus socios, de pronto a los dos días le informaron en una carta de Colombia que Rolando había muerto,  esto le causó un fuerte impacto y la sumió en una total confusión.

Según la carta de la madre, él se encontraba haciendo un recorrido en barco por la costa amalfitana cuando cayó por la borda y desapareció, «cosas del mar», decía la carta.

La golpeó la tristeza, pero el sentimiento más grande sin duda, fue la excitación que la invadió al percibir que en ese momento empezaba una nueva vida.

Se encontró de repente con propiedades e inversiones a nombre de su esposo, pero también con una serie de inversiones a nombre de conocidos suyos que la veían a ella como la dueña y controladora de esa gran fortuna.

La familia de Rolando inmediatamente la buscó y ya que él no había formalizado un testamento, le hicieron saber que estaban dispuestos a pelear por lo que consideraban suyo.

Ella los recibió muy educadamente representando el papel de una viuda triste e impactada por la muerte de su marido, les enseñó todas las cuentas de las propiedades e inversiones a su nombre y les dijo que estaría de acuerdo con la repartición que ellos definieran.

Eso los desarmó, además que era mucho más dinero que el que ellos esperaban, así que tomaron lo que era menos complicado de liquidar y el efectivo y le firmaron a Azul el acuerdo para que ella se quedara con las propiedades en México, entre las que estaban el departamento en el que vivían y algunos otros que tenían a la renta como inversión y desde luego la casita de Saint Barth que estaba a su nombre.

Así, a ojos de la familia y el círculo social que habían formado como pareja en ese tiempo, Azul quedaba en una posición cómoda pero no extremadamente rica, sin saber nada de la gran fortuna en capitales que Rolando había limpiado y cuyo origen era desconocido, pero que estaba convenientemente manejada por sus prestanombres.

Ella siguió administrando exitosamente la intrincada red, depositando el dinero al final en las cuentas que controlaba en paraísos fiscales de todo el mundo. Llevaba una vida cómoda pero sin llamar la atención ni hacer gastos escandalosos.

Así le iba la vida cuando sonó el timbre y en la puerta estaba Rolando.

Pasaron a la casa y él se mostró tranquilo y hasta risueño, le pidió que no hiciera preguntas y que todo se lo explicaría después, pero que ahora lo que necesitaba era abrazarla, besarla y comer, en ese orden.

Ya tomando un café colombiano, como ella sabía que le gustaba al terminar la comida, le contó que había planeado esa desaparición desde hace mucho tiempo, que de hecho antes de conocerla ya estaba madurando la idea y cuando la conoció todo el plan se cerró a la perfección, sus socios eran gente peligrosa y sabía que tenía que perderse de una forma muy inteligente para poder vivir la vida que quería.

Le dijo que había estado monitoreando sus operaciones, que la felicitaba por la forma en que había resuelto todo con la familia, que estaba muy satisfecho de ver que no había tocado nada del dinero de los grandes capitales que manejaba. Su red era tan perfecta que ni los mismos socios supieron nunca el destino final del dinero.

Bueno, la verdad es que he vivido muy bien aunque triste porque te hacía muerto, no he querido llamar la atención con mi vida, lo único que compré fue ese velero que ves en la marina, mira, el azul que se llama Rolando, por ti y por lo que en México significa… pasear.

¡Está precioso!, bajemos a conocerlo, se me antoja en este atardecer dar una vuelta por la bahía, supongo que tú ya sabes manejarlo,  porque yo nunca lo he hecho, mis travesías marítimas siempre son con yates y tripulación.

Claro, ya soy una experta, además de mis viajes esporádicos a Miami y México y los otoños que paso en Whistler en Canadá, donde también tenemos un pequeño departamento, la mayoría del tiempo la paso aquí y mi mayor placer es salir a pasear en mi velero.

Bajaron a la marina y salieron al mar en una tarde preciosa, con el sol apenas bajando, lo que causaba que el horizonte se asomara entre tonalidades de dorados y rojos, algo verdaderamente espectacular. Así fueron hasta mar abierto y empezaron a dar la vuelta hacia la bahía nuevamente.

Rolando estaba feliz, sentado en la parte de atrás del velero viéndola maniobrar las velas y los mástiles como un verdadero marinero, en un punto la mujer le pidió que se acercara al frente del velero mientras  fijaba el timón, al avanzar Rolando, diestramente soltó una cuerda y la vela principal dio toda la vuelta dándole de lleno y tirándolo al mar. Azul tranquilamente volvió a tensar la vela, dio rumbo al puerto y se sentó junto al timón dejando que el viento le revolviera el pelo. Cosas del mar.