miércoles, 6 de marzo de 2019

La desaparición


Yadira Sandoval Rodríguez


Karime desapareció hace una semana, la han buscado por todas partes. El agente de la Policía Federal Ministerial de la Procuraduría General de la República (PGR) en Hermosillo, está por llegar a la ciudad de Caborca, un municipio en el Estado de Sonora, situada entre la Costa y el desierto de Sonora. La madre no sabe qué responder por la ausencia de su hija; ha platicado con todas sus amigas, pero ninguna le da razón de ella.  
  
—Buenos días —dice el agente González.

La señora Rodríguez hace pasar al agente a su casa. Ella mide un metro sesenta centímetros, de complexión delgada, edad sesenta años, bien cuidados. El agente le extiende la mano para presentarse. La señora hace lo mismo y con un gesto lo invita a sentarse para que tome una taza de café, mientras platican de la desaparición de su hija. El agente mira un escritorio con una computadora, papeles desordenados y varios libros con sus separadores de color verde, entre ellos miró al legendario Abigael Bohórquez, poeta caborquense. La cocina algo sucia con los platos sin lavar, enseguida de ella están dos cuartos, uno de ellos tiene la puerta abierta y alcanza a observar la ropa tirada en el suelo y la cama no tendida. Aun así, la casa huele bien, ya que las ventanas están abiertas y el incienso olor a limón ayuda. El ruido de los carros se alcanza a escuchar, la casa está cerca de una de las avenidas principales de la ciudad. El vecindario es de clase media con callejones amplios y sin pavimentar que conectan a otros puntos de la ciudad con avenidas pavimentadas. Al agente le llamó la atención una copia de la pintura El grito de Edvard Munch, enfrente del escritorio de la señora. Amablemente le pregunta:

—¿Usted lo pintó?

—Mi hija —dijo la señora—. A ella le gusta la pintura.

El agente trató de bajar la tensión en ella, con el fin de obtener buenas respuestas, pero la señora no pudo auto controlarse, la preocupación no la dejó. Él tuvo que cambiar de actitud por una fría y directa.    

—¿Me puede dar los nombres de los amigos más allegados a su hija?   

—Son tres: Marisol, Ana y Fabiola.

—¿Tiene amigos hombres?

—Compañeros de la escuela, no muy seguido la visitaban.  

El agente se queda callado y pensativo, después pregunta:

—¿Qué le asegura que su hija no tiene amigos hombres?

La madre se enoja por cómo hizo la pregunta el agente y no contesta.

—¿Me insinúa que no conozco bien a mi hija?

El agente la tranquiliza.

—Mire, estamos haciendo lo posible por encontrar a su hija y necesito tener toda la información. Así que empezaré entrevistando a las tres amigas que mencionó. ¿Me puede dar los teléfonos de ellas?

La madre le da la agenda en donde vienen los números telefónicos de las amigas de su hija.

El agente toma nota en su pequeña libreta. Después se retira. La señora se despide de él con indiferencia y molesta. Al momento de cerrar la puerta, empieza a llorar, marca a su hermana, esta le pregunta: «¿cómo te fue con el agente?». «Son unos patanes», responde la mamá.

El agente se comunica con unas de las amigas.

—¿Usted es Fabiola Ahumada Cortés?

—Así es.

—Mucho gusto, soy el agente Marco Antonio Ballesteros. Estoy a cargo de la investigación de su amiga, Karime Méndez Rodríguez. ¿Usted sabe de la desaparición de su amiga?

—Sí, oficial.

—¿Cuándo fue la última vez que vio a la señorita?

—Hace una semana y tres días.

—¿Cómo vio a su amiga: angustiada, preocupada, indiferente?

—Como siempre, alegre.

—¿Le comentó de alguna discusión con su madre?

—No, de hecho, ella y su madre siempre han tenido buena relación. Nos encanta visitar a Karime. Mientras nosotras le platicábamos a ella, lo difícil que era comunicarnos con nuestras madres, Karime siempre nos decía que su mamá era su mejor amiga. Creo que ninguna de las chicas que conozco tiene una relación así como la de ellas.   

—¿Usted cree que la señorita huyó de su casa?

—No lo creo. Como le comento, ella siempre estaba feliz. Aunque algo curiosa.

—¿Curiosa?

—Sí.

—¿Me puede describir eso, de que la señorita Karime es curiosa?

—Ella siempre platicaba de su curiosidad por salir con chicos más grandes que ella. Hablaba siempre de jóvenes de veinte años, treinta, hasta los cuarentones. Disculpe, oficial.

—No se preocupe.

—Nosotros tenemos catorce años. De hecho, la última plática que tuve con ella, me comentó que había conocido a dos chicos. Uno de ellos le gustó a Karime. Nosotras nos emocionamos por su historia de amor.

—¿De amor?

—Gustarse, oficial.

—Bien. ¿Usted sabe de dónde son esos jóvenes? ¿Sus nombres?

—Karime nos comentó, que ellos iban llegando al pueblo. Que no eran de aquí.

—Le dijo sus nombres.

—No.

—Está bien, gracias por la información.

El agente se queda pensando seriamente, se dice a sí mismo: «Dos chicos que llegaron al pueblo». Con esa información decidió empezar a buscar por los hoteles. Se presentó con una orden oficial para que le entregaran la lista de las personas que se hospedaron la última semana. Los diez hoteles del pueblo cooperaron con el agente. Entre las listas le llamó la atención el cuarto número 12 del hotel Oasis, uno de los más caros del listado, con excelentes instalaciones, ahí se hospedaron dos jóvenes. Sus nombres: Marcos Arellano Carrasco y Fabián Carrillo Cepeda, números de identificación: MAAC920518MTMRC06 y FACC871204MTFCC03. El agente anotó sus nombres. Después se fue a la computadora a buscar sobre estos individuos. En la red encuentra que son dos jóvenes que estuvieron en la cárcel de Tamaulipas. Encarcelados por robo a mano armada. El agente se quedó serio por unos minutos; apaga su computadora y empieza a preguntar a cada residente del pueblo sobre Karime Méndez, muestra la foto de la chica, hasta que un señor le dijo que los había visto en un bar y le señaló con la mano el lugar. El agente se dirige a otro sector del municipio de clase media baja, empieza a observar las instalaciones: tres ventiladores tipo coolers se ven desde afuera, el bar está pintado de dos colores, rojo y blanco con letras en negro, algo descuidado y sucio. Una señora de unos cincuenta años está atendiendo a los clientes, al ver al detective le da las buenas tardes y le dice: «¿Qué va a pedir?». El agente contesta que solo buscaba al dueño del lugar. La señora con un pañuelo se seca el sudor de la frente y le contesta: «En un rato llega». A esa hora el calor empezaba a incomodar y el detective observa los tarros de cerveza escarchados por el hielo de los clientes, se le antojó un trago. El dueño se presenta formalmente: «Soy Manuel Ramírez, mucho gusto, ¿en qué le puedo ayudar?, ¿le ofrecieron algo?». El agente solo pide un vaso con agua y empieza a interrogarlo:

—¿Cómo eran los hombres?

—No se veían mayores, entre los veinticuatro y veintisiete años, altos, de buen parecer. Me comentó mi trabajadora que se extrañó que la niña anduviera con ellos, no le dieron buena espina.

—¿Por qué?

—Solo las mujeres saben eso.

—¿Qué me puede decir de la adolescente que la acompañaba?

—Se veía muy jovencita, me dicen que es la hija de la señora Ramona. Aquí todos nos conocemos, pero también está llegando mucha gente del sur, ya sabe, quienes desean pasar a Estados Unidos. Cuando le preguntamos por su credencial, nos dijo que no tenía. Al instante le pedimos a la señorita que saliera del bar. Los dos muchachos compraron unas cervezas —dijo el dueño del bar.

—¿Cómo iban vestidos?

—Pantalones de mezclilla, buenas camisetas y tenis Nike.  

Le da las gracias el detective.

Abre su cuaderno de anotaciones y apunta el nombre del bar: «Mi oficina».

Vuelve a marcar con la madre, quien le contesta: ¿tiene noticias de mi hija?

—No. Solo marcaba para preguntar si su hija le comentó de dos jóvenes que conoció la semana pasada.

—Sí. Me dijo que eran maestros y están haciendo su servicio social en la escuela del pueblo.  

—¿Maestros?

—¿Por qué la pregunta?

—Nada, señora. Le marco en esta semana.

Se dice a sí mismo: «La señora cree que su hija se vio con dos maestros», «¿por qué su hija no le dijo la verdad?».

El agente regresa a la oficina que le ofreció el municipio de Caborca para resolver el caso, la cual está limpia, ordenada y decorada con cuadros de sus tres hijos. Una secretaria le entrega dos expedientes y le dice: «Oficial, nos llegó más información de los dos jóvenes a quienes usted está investigando y nos informan que tienen estudios en educación, pero fueron despedidos del primer trabajo como maestros por violar a una adolescente».

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