lunes, 23 de marzo de 2020

Sentencia de mujer


Víctor Purizaca

Engelberth había cruzado un fango asqueroso y verde antes de llegar al final de la calle Grau. El sol ardía en su cara, Germán lo guiaba en el intrincado cruce de las cinco esquinas de Sullana. Había llovido y el día de los enamorados ya era próximo. Germán Cruz, socio comercial con Engelberth, había ofrecido su ayuda. Engelberth vivía en Cabo Blanco con su familia desde hace cinco años. Hermoso paraje del norte de Perú. La ciudad de Lima le proporcionó diversas ideas. Las concretó en el norte del país. Con sus ilusiones y su ímpetu inició un negocio de bungalós.
—¿Falta mucho, angelito?
—Casi nada, colorado.
Germán Cruz se acomodó el cinturón, la camisa blanca lucía empapada y con la manga izquierda se secó la frente. Deslizó los lentes oscuros sobre su cabello color caramelo. Y con el índice izquierdo señaló un grupo de casuchas contiguas al cementerio San José.
Engelberth se sentó sobre un muro, próximo a un pequeño grifo, frente al cementerio. Usaba un pantalón corto de jean azul, sandalias marrones y un polo blanco hueso con una inscripción color rojo cereza: Coming home babe.
—Pregunta si lo conocen, Germán.
Dos niños enjutos y con pantaloncillos rotos acompañados de una mujer desmuelada salieron de una de las casuchas al encuentro de Germán. Gesticulaban y movían los brazos señalando la casa más pequeña, la calamina apenas alcanzaba a cubrir toda la casa.
—Ha salido temprano.
Ta’ mare Germán. Regreso en la noche.
Germán había tomado una mototaxi amarilla, era una moto con asientos hechizos envueltos en cuero viejo, con fierros y tubos añejos.
—Acá al hotel El Churre, en la cuadra cinco de la calle Sucre.
—Dos cincuenta.
—Estás bien…
—Sube, sube Germán, el sol está que me mata.
Apoyándose en los parantes traseros de la moto, Engelberth empujó a Germán y ambos se acomodaron en la parte posterior del vehículo.
Directo al hotel. Lalo Alcalde jugaba de marcador de punta derecho en la selección de fútbol del colegio Champagnat de Miraflores. Cerca de la Costa Verde en Lima. Gran prospecto, palomilla. Cachupín y Villoslada lo acompañaban en la pendejada.  Siempre. Suelta el fallo y vámonos para La Punta, hay harta hembra rica. Tranquilo chino… Keka, Sebastián y Segura me habían comentado largo y tendido su estadía en Lurigancho, centro penitenciario para gente sabrosa en Lima, supe que se recuperó e incursionó en la culinaria. Hasta lo de la cevichería Arriba Alianza, la pérdida de la inversión y la recaída. Pobre mi chino. Tengo que ubicar a mi causa.
La miss Edda Chiappe nos acomodaba en una esquina del salón junto a Tito Sifuentes y Lalo Alcalde. Era el quinto de primaria C. Tito era trigueño, delgado y callado. Lalo siempre fue vivaracho, era chino, alto, delgado y pecoso. Futbolista decidido, pierna fuerte para marcar, gran rematador de penales. Al principio no le hacía caso. ¡Qué bonito era el Champagnat cuando nos preparábamos para el campeonato de Adecore!
—Engelberth, vamos a jugar.
Me invitó a jugar, volvió a insistir con un gesto de las manos.
—Vamos, pues.
Accedí, nos volvimos inseparables. El recreo juntos y las bromas cerca del quiosco. Tito se comenzó a despabilar. Ya era el fin de semana. Salchipapas en el TipTop. Su risa nos llena de remembranzas. Desde que me llamó Blanquita, la mujer de Tito para contarme cómo estaba Lalo, ya no era solo la marimba (como solíamos llamar de chiquillos a la marihuana en Lima) flotaba entre polvo de ángeles y la pasta. Era domingo a las tres de la tarde, había sido chocante. No lo veía desde marzo del noventa y siete, junto a la calle Diagonal, en una reunión con gente del cole. Noche marista de chelas y butifarras. Había salido librado de ir a Lurigancho, pero esta vez iba cerca de volar. Ketes en puñados y se pasaba de la raya a cada rato. Ya no era juego, ¿qué vendría después?
—No pasa nada Engelberth. Todo en paz, hermano.
Quise saber más de él, invertí en una empresa en Punta Hermosa y otra en Barranco. Años después me instalé en Los Órganos, Piura. Vaya que me fue bien. Amplié el negocio de bungalós a El Alto, qué tales culos que venían, qué gringas. Me casé y se volvió familiar. Mas tengo ojos no soy ciego.
Estaba en Sullana, Blanquita me dijo que Tito llegaría a Piura el próximo fin de semana a sacar sea como sea a Lalo de una choza cerca del cementerio de Sullana. Yo, claro, conocía Sullana, aunque sea solo de pasada. El viernes iría a ubicarlo.
—Él llega el sábado siete y media de la mañana a Piura y tú lo esperas en Sullana, ya tienes ubicado al Lalito. Te mando el nuevo número de Tito por mensajito. Ya hablamos Engel, bye.
Ojalá y no huya el chino, dos veces escapó del Centro Victoria de la avenida Guardia Chalaca en el Callao. La primera recaló en Huaral, la última en Sullana, intercepción y captura. No se escaparía, pobres sus viejitos.
Germán me dejó en la intersección de la intersección de las calles Tarapacá y Sucre. Había empezado a llover fuerte, de un golpe en el hombro izquierdo me despedí de mi socio. El mototaxi presuroso partió.
—Habitación 333, por favor.
El recepcionista estiró la mano y partí al tercer piso.
Lluvia a raudales, vibra el celular, ya me quité el polo. Tito.
—Hola, hermano, ya lo fui a ver. Un sitio deprimente.
Quedamos en encontrarnos a las ocho en punto en el hotel donde me hospedaba. El gordo Germán vendría con su carro esta vez, ya estaba advertido.
El calor era sofocante, apenas y utilicé unos shorts para dormir, los zancudos devoraban mis piernas. El repelente envuelto en unas bolsas de supermercado fue desenvuelto con rapidez. Encendí el ventilador, máxima potencia, y me embadurné del protector antimosquitos. Soñé con Lalo y Tito, corríamos por la avenida La Marina cerca de Plaza San Miguel, correteábamos a tres cholas culonas, pasaba un microbús y bajaba un zambo, iba tras Lalo, era el macho de la hembra a la cual el huevón del Chino Alcalde le acariciaba las tetas en el sueño. Corre, huevas, corre. Plum. Me caigo de la cama. El celular no paraba de sonar. Era Germán.
—Oye, gordo, vente en media hora. Trae la caña. Hay que sacar a mi brother como sea.
Me bañé rápidamente y bajé a tomar en la cafetería del hotel un jugo de papaya y degustar un tamal. Germán se anunció en el hotel con el recepcionista y vino a sentarse junto a mí. Le ofrecí un cafecito.
—Ya desayuné, cholito, vamos a ver a tu pata. ¿Y Tito?
—Está por el peaje, hay que darle diez minutos.
—Dale, come tranquilo tu tamalito.
—Puta, que me he quedado en shock, verlo a Lalo así. Puta madre. Unas chozas hasta las huevas. Fuma caca ese huevón.
—Y por la noche asaltan nomás. Te iban a comer con zapatos y todo. Tú querías ir en la noche. Puta.
—Vamos con tu caña, Tito me acaba de mensajear, vamo’ a ver.
Un flaco con una camisa blanca y un sombrero de fieltro bajó de un taxi. Se acomodaba el pantalón beige y apoyaba los zapatos marrones sobre la vereda alta del hotel El Churre.
—¡Tito! Qué bien que viniste hermano.
Un abrazo fuerte, sobrecogedor, envolvió a Tito y a Engelberth.
—La vieja de Lalo y su familia están devastadas, puta, hay que desahuevarlo.
—Mira, este es Germán, mi pata, trabaja en la Caja Municipal de Sullana. Él nos va a trasladar en su caña.
De todos modos, mi hermano.
Un auto Nissan Sentra del 2 010 azul marino rozaba la vereda alta fuera del hotel. Germán se acomodó delate del volante y con un golpe seco cerró la puerta. Tito y Engelberth subieron acomodándose en el asiento del copiloto y trasero, respectivamente. Doblaron por la esquina derecha y esperaron, ya en la calle San Martín, el cambio del semáforo a color verde. Tito se dobló ambas mangas de la camisa, mirando el reloj en su muñeca derecha. Engelberth cantaba una canción de Duncan Dhu.
—¿Cómo encontraremos a tu amigo?
—Mira Germán, nos esperas a un metro y…
—Engelberth, sería mejor que nos esperara en el carro…
—Ni que fuera un lugar muy amplio… Tito, que nos siga, o va a estar como un toro salvaje.
El automóvil se detuvo en el pequeño descampado donde se inicia el cementerio San José. El calor empezaba a incidir y Kaiserberger lucía un polo blanco manga corta: Let it be en fucsia. El jean corto y sandalias franciscanas. Bajó del auto, Tito tomó la salida izquierda. Se acomodaron y vislumbraron las chozas próximas, salía humo dulzón de palo santo mezclado con marimba y un niño corría alrededor de unas motos azules fuera de los armatostes.
—Lalo, Lalo.
Puta, esa voz, esa voz…
El chino Alcalde se acomodaba los flecos del jean harapiento, mostraba las pecas de su rostro mientras salía de la aporreada casa.
—Hola, huevóoooonnnn, puta, cachetón, no lo puedo creer, Kaiser…
Un fuerte abrazo y rascándose la frente Lalo divisa al costado la negra silueta de Tito.
Negroooo, huevas.
No tuvo más que correr a los brazos de Tito.
Puta, qué felicidad huevones.
—Apestas a mierda, huevón, qué haces acá.
—Engel, tú no sabes huevón
—Vamos a otro sitio, para hablar más tranquilos…
—Yo no me muevo de acá ni cagando
Chino, yo le dije a Engelberth que sí venías y…
No muchachos, voy a poner una cevichería, además yo ya voy a dejar la pichanga y…
Dos robustos trigueños de un metro y ochenta centímetros aproximadamente salen de una choza a diez metros cerca de una de las puertas laterales, nada de humaredas en el horizonte de hierba y basura quemada, como se suele ver en las riberas del río Chira. Lo cogen de los brazos, lo inmovilizan y detrás de los dos amigos anonadados de una casucha de adobe maltrecha sale una diminuta mujercita con una ampolla. ¡Sobre la nalga, sobre la nalga! Señala una delgada figura con un enorme sombrero, con una pequeña blusa escotada y un short jean celeste. Inyectan el ansiolítico al Chino Alcalde.
—Sybil, no seas pendeja, Lalo iba con nosotros. ¡Oye, oye!
Tito intentó irse encima de los morenos que sostenían a Lalo, eran inútiles bramidos, lanzaba puntapiés al aire, pero el muchacho ya había sido reducido y maniatado.
—¡Eres su esposa, no su verduga, huevona de mierda!  —gritaba Engelberth sin cesar.
—No se va a volver a escapar y debe firmar unos papeles en Lima. No va a seguir horneándose el cerebro en este pueblo del infierno —sentenció Sybil con una sonrisa.
Cerca de ella un hombre con un mandil impecable, moreno con pocas arrugas ya cercano a los sesenta años hablaba por teléfono celular, Kaiserberger vio en su solapa cerca de su bolsillo izquierdo la inscripción: J. Castro. Germán lo reconoció, en Piura era famoso, recetaba a diestra y siniestra clonazepam.
—Clonazepam, sí, media tableta y… ajá… ajá… también clonazepam, un cuarto nomás.
El infierno de gritos y llanto colmaba el ambiente, por los gestos de Sybil y la postura del espigado sujeto con mandil impoluto pude adivinar que era el psiquiatra. El gordo Germán me lo confirmó mediante una seña con el índice de la mano izquierda.
Lalo había sido reducido a un cúmulo de gestos y muecas envueltas en sábanas amarradas con sogas multicolores. Como saco de papas recién sacadas de la tierra lo lanzaron al asiento trasero de la camioneta guinda Nissan Hi Lux, de un golpe. No podía gritar, un pequeño trapo le dificultaba la respiración. Los dos morenos se apretujaban junto a Alcalde en el asiento trasero. Sybil soltó un billete de cincuenta soles en la mano de un pequeño moreno que descalzo recorría la escena.
Guaaa, muy poco por el loquito, señora.
—Fuera, cholo de mierda.
El galeno amante del clonazepam se apoyó en el volante para subir y Sybil, la flamante esposa, de un brinco trepó la cabina en la zona del copiloto. Puertas cerradas y meten primera. Empinan la cuesta y aceleran.
Engelberth y Tito vieron a su amigo lanzar un puntapié en la ventana trasera y otro en la cara de uno de los morenos, entre el aire arenoso y la música de Corazón Serrano de fondo la camioneta abandonaba la entrada al campo santo. Una sucia neblina pegajosa anunciaba que ese día llovería de nuevo.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Hamac Caziim


Yadira Sandoval Rodríguez

El concierto de rock está por iniciar en el parque recreativo de la ciudad. Los jóvenes se enfilan para acceder al evento emocionados por escuchar a las bandas tocar. A lo lejos se escucha una batería. Los técnicos de sonido están trabajando con los micrófonos y las bocinas: «Uno, dos, tres, probando, probando…». El verano ha iniciado y la administración del parque organizó el evento en el área de las albercas para darle la bienvenida a la temporada y aprovechar que los jóvenes han finalizado su año escolar.
El cuerpo de seguridad les pide a los jóvenes abrir sus mochilas, estos últimos los revisan de hombros a tobillos buscando algún objeto que pudiera ser sospechoso o amenazar la seguridad del lugar; encuentran algunos porros de marihuana, se los retiran, uno responde: «Es marihuana, señor, no hace daño, venimos a divertirnos».   
Los organizadores del evento dan la bienvenida a todos e invitan a subir al escenario al primer grupo. Los jóvenes aplauden, otros chiflan y el grupo dice: «Uno, dos, tres» y suena la guitarra junto con la batería. Las mujeres gritan de la emoción, los chicos empiezan a mover sus cabezas hacia enfrente y atrás al ritmo de la música, después de estar tocando por quince minutos, uno de los organizadores sube al escenario junto con un joven indígena vestido de negro, paran en seco a los músicos, un silencio se apoderó de la noche. El indígena vestido de negro agarra el micrófono y dice: «Mil disculpas por interrumpir este concierto. Hace una hora un helicóptero del Gobierno mexicano disparó a nuestra comunidad en Punta Chueca. Yo pertenezco al grupo indígena los Comcaac, ustedes nos conocen como los seris, y me duele lo que está pasando. Hoy, nos trasladamos a la ciudad para tocar con ustedes, somos la banda de rock Hamac Caziim. Hace tres años iniciamos con este proyecto. Hemos mezclado nuestra lengua materna junto con la música de rock, con el fin de que no muera nuestra lengua. A nuestra comunidad han introducido vicios como: la droga, el alcohol y la violencia. Los más jóvenes están influenciados por la moda de la ciudad, es por eso que hemos recurrido a divulgar los cantos de nuestros ancestros mezclado con la música de occidente para darle mayor difusión a nuestra lengua y no perder la identidad. Comprendemos que no podemos estar aislados del mundo, es por eso que estamos aquí. Ustedes viven en la ciudad y lo tienen todo, pero los jóvenes indígenas no, nosotros hemos pasado por pobreza, hambre y despojo de nuestro territorio. Esta noche no tocaremos porque somos de la guardia de seguridad y debemos proteger a la comunidad. Gracias por la invitación». El muchacho le entrega el micrófono a Ramona, quien es la organizadora del evento, le da las gracias, ella le dice que estará al pendiente de lo que pasa. Ambos se despiden con un abrazo. Ramona ve rostros desconcertados sin saber qué hacer, algunos preguntaron qué es un grupo indígena, otros se burlaron de ellos, e iniciaron a responderse unos a otros: «Lee way, qué no fuiste a la escuela», al ver que se estaba haciendo un alboroto intervino Ramona e hizo subir al siguiente grupo, todos aplaudieron y el evento continuó.
Ella sabía que en su ciudad las clases sociales estaban muy marcadas debido al desarrollo tecnológico proveniente de empresas extranjeras que se establecieron en la región, elevando el nivel económico de unas cuantas familias, permitiéndoles desplazarse a las ciudades fronterizas de Nogales Arizona, Tucson y California para gastar su dinero, en vez de invertirlo en la cultura del lugar, algo absurdo para ella. Ramona en su afán de unir el mundo mestizo con el indígena invitó a la banda de rock Hamac Caziim para que se diera a conocer esta propuesta musical e iniciara un movimiento cultural en la ciudad.
Al día siguiente, Ramona revisa los periódicos y lee: «Un helicóptero del Gobierno respondió a los disparos de un hombre de la comunidad los Comcaac conocidos como los seris en Punta Chueca. El oficial afirma que disparó en respuesta al tiroteo iniciado por un indígena apodado el Pollo». Ramona se queda seria, abre su página de Hotmail y le escribe a Israel: «Buenos días, Israel, ¿cómo estás? Acabo de leer las noticias de lo sucedido en tu comunidad. ¿Cómo están todos? Espero que las autoridades del Gobierno municipal puedan ayudar, porque quienes entraron a tu comunidad son federales. Por lo que leí, ellos andaban en busca de un narcotraficante. Terrible la situación. ¿En qué puedo ayudarlos? Que estén bien. Atte. Ramona».
Pasaron dos días del mensaje e Israel responde:  
Muchas gracias muchachaaaa por su mensaje, estmos vien todos en la comunidad. El peligro paso, pero yo si deseo platicar con usted. La proxima semana voy a la ciudad, ¿puedo verla?
—Gracias, Israel. Me agrada leer que todos están bien. Claro, cuando gustes, te invito un café. Te paso mi teléfono 6621567890. Márcame cuando andes aquí. Que estés bien. Cuídate.
Pasaron los días e Israel contactó a Ramona quedaron de verse en un centro comercial de la ciudad, en el área de venta de comida, ella pide un café, él un refresco de Cocacola, Ramona lo aborda con preguntas sobre el grupo y su comunidad. Él se mantiene serio, la observa, sin hablar. Su presencia impone, al igual su estatura, Ramona le calcula casi los dos metros, después él dice: 
—Sé que te incomodé, pero trato de ver tu mirada. En mi cultura la mirada de las personas es importante porque a través de ella vemos su alma.
—Pero, ¿cómo puedes hacer eso?
—Después te lo explico, en este momento deseo pedirte un favor. Tenemos tres años con el proyecto de Hamac Caziim y deseamos que alguien nos ayude a contactar otros eventos. Aparte deseamos grabar nuestro primer disco.
—¿Deseas que trabaje para ustedes como su manager?
—Así es…
—Está excelente. Se pueden dar a conocer aquí en la ciudad, mientras buscamos otras puertas a nivel nacional e internacional. Su proyecto tiene mucho potencial.   
—Bien. Hemos tenido invitaciones de otros lugares, pero no sabemos contestar a una serie de documentos que nos piden y otras cosas, nosotros solamente queremos tocar y ayudar a nuestra comunidad. Es por eso que te estoy pidiendo ayuda. Nos caíste muy bien, ya hablé con los muchachos y dijeron que sí.
—Excelente, ¿por dónde comenzamos?
—¿Puedes ir a visitarnos a Punta Chueca?
—Sí.
—Entonces te esperamos allá. Por mensajes me envías el día y la hora.
—Perfecto, es probable que sea este sábado, estaré libre voy a invitar a un amigo para que me acompañe.  
Israel le extiende la mano y le da las gracias. Los dos se despiden.
Ramona llega a su casa se comunica con su amigo Tomas y le platica todo, a él se le hizo interesante la propuesta y dijo que sí la acompañaba. Quedaron de verse a las 7:00 a.m.
—Hola, Ramona, ya casi no iba, unos amigos me dijeron que los seris son muy peligrosos. 
—Esperemos que no nos balaceen —dijo Ramona y se rio de él.
—Estás loca, Ramona.
—Estoy en lo correcto, ¿qué no?, ja, ja, ja, ja…
Ramona le guiñó el ojo derecho para que se tranquilizara.
—Nos están esperando, Tomas, no te preocupes, tendrás a toda la guardia de seguridad seri cuidándote. —Qué chistosita eres. Súbete pues —dijo mientras prendía el carro.
—Tomas te voy a explicar el proyecto y te leeré sobre este grupo indígena para que aprendas de su cultura y no seas tan ignorante, bro…, ja, ja, ja, ja…
—Chistosita…
—Aquí dice que el nombre seris, herís, o heres es como los españoles llamaron al conjunto de grupos nómadas que habitaban a lo largo de la tierra continental y las islas del tercio medio del Golfo de California. Los españoles tomaron este nombre de los Yaquis, quienes les llamaban así “Seri” que quiere decir “Los que salen de la arena o los que viven en la arena”. El hábitat antiguo de los seris eran las playas y la zona desértica de la parte costera del Estado de Sonora, desde Caborca hasta Guaymas, y hacia el interior del macizo continental, más allá de la ciudad de Hermosillo. Los nómadas seris constituían seis grupos en el momento del arribo de los conquistadores españoles a su territorio… aquí dice, bro…, que es el único grupo indígena de México que no pudieron evangelizarlos los españoles, es decir, la religión católica no pudo entrar con ellos, por su condición de nómadas y rebeldes. Ya sabemos de dónde viene su fama, bro… se dice que hasta 1929 se pudo tener contacto con ellos. Y que en 1951 llegó al territorio seri, una pareja de esposos norteamericanos lingüistas decididos a trabajar con ellos y aprender sobre su lengua, ellos fueron Edward y Mary Beck Moser, al igual la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús todos gringos, bro…que a estos sí les hicieron caso y que a los mexicanos no, de hecho, aquí dice que nosotros somos sus enemigos en vez de los gringos. Está cabrón, bro… dice también que en la década de los cincuenta entró mucho lingüista norteamericano a México para trabajar con los grupos indígenas con el fin de aculturizarlos al modo occidente, fue un convenio entre el país y los güeros… y como estos los trataron bien, pues que los aceptaron porque tenían muchos problemas con los pescadores mexicanos. ¿Lo puedes creer, bro…? Aparte dice que su lengua no tiene ninguna relación con los grupos indígenas de Mesoamérica, ni con las comunidades que se encuentran en el resto del norte, es decir que son únicos. ¡Interesante!
—No sabía eso.
—Ves que te digo, vas a aprender mucho con esta visita. También dice que son dos comunidades en donde viven los seris: Punta Chueca y Desemboque. La verdad, no sabía de este otro lugar.
—Oye, Ramona, ¿y no sabes si todavía hay seris viviendo en la Isla del Tiburón?
—Ahorita vamos a saber. Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo un seri de nombre Coyote Iguana, se robó a una mucha de Hermosillo, ella era hija de españoles ricos, su nombre era Lola Casanova.
—Sí, recuerdo esa historia.
—Oye, bro…, estamos por llegar a Bahía de Kino viejo, te puedes estacionar cerca de la playa, quiero tomar unas fotos y aprovecho para marcarle a Israel, me comentó que andaría aquí.
Ramona tomó unas fotos, después le marcó a Israel, este le contesta y les dice que los está esperando en la entrada a Punta Chueca, se quedaron de ver en el museo dedicado a la cultura Comcaac.
—¡Hola, ¿cómo estás, Israel?! —exclama Ramona al bajar del carro.
—Bien —contestó serio el joven indígena.
—Israel, él es Tomas, un amigo.
—Hola, mucho gusto, Ramona me platicó de ustedes —contesta Tomas emocionado.  
—Qué bueno, joven —responde Israel sin expresión en su rostro—. ¿Están listos para viajar a mi tierra?
—Claro —dijeron Ramona y Tomas.
Entraron por una carretera sin pavimentar, de pura terracería, en el trayecto Ramona iba tomando fotos, el paisaje se le hizo impresionante, los cerros de color marrón, café y verde, el palo fierro y el ocotillo se veía por todas partes, al igual los sahuaros, estos se los imaginaba como seres humanos hechizados por algún brujo: «No hay duda, el desierto tiene carácter, Tomas, me imagino a los seres gigantes desplazándose de un lugar a otro por el desierto, bro… leí que fueron los ancestros de los seris, los cuales llegaron a medir tres metros de altura».
Después de manejar por cuarenta minutos entraron por un camino que los condujo a un pueblito, el cual está situado enfrente del mar, a lo lejos se divisaba la Isla del Tiburón, los dos se emocionaron mucho. Se estacionaron en una escuela, al bajar Israel les dice que es la escuela tradicional de la comunidad donde el consejo de ancianos se reúne para hablar con la comunidad y enseñar a los niños sobre sus tradiciones. Ramona bajó con una caja de juguetes usados para entregárselos a los niños, emocionados estos se la quitan, ella trata de darle orden a la repartición, hasta que alguien acude a ayudarla, al mismo tiempo unas mujeres vestidas con faldas largas de diferentes colores con cabellos debajo de la cintura color azabache se acercaron para venderle artesanía. Ramona no sabía qué a hacer. Tomas se acerca y terminan de entregar los juguetes, compran dos collares con conchas de mar, uno se lo entrega a Tomas y el otro se lo pone ella. Israel los hace pasar a la escuela, se les acercan tres perros con sarna, no quiso poner mala cara, porque sabía que no era correcto, un señor de edad avanzada se los espantó.    
Israel llega con sus tres compañeros, Ramona presenta a su amigo y empieza la reunión. Da una introducción sobre la importancia de darse de alta en Hacienda. Los muchachos dijeron que no: «Es como venderles el alma a ellos», los jóvenes indígenas se rieron, Ramona les explica qué significa la deducción de impuestos: «Muchachos, vamos a cobrar por concierto y quienes organizan los eventos piden unos recibos los cuales se tienen que presentar en hacienda para el pago de impuestos, porque se maneja dinero, cada empresa e institución tiene que comprobar de dónde sale el dinero, no puede andar circulando dinero por el país sin saberse de dónde procede, esas son las reglas de la economía». Israel dudó, pero Ramona le dijo que no se preocupara que era un requisito necesario para que ellos pudieran recibir el pago por concierto. Les habló sobre derecho de autor entre otros temas. También les pidió que tocaran para escucharlos. Los muchachos dijeron que sí, la llevaron al lugar donde ensayaban, empezaron a tocar, a Tomas le gustó cómo se escuchaban los instrumentos al estilo heavy metal con la mezcla del sonido de una concha del mar junto con su lengua, el vocalista apodado Indio, cantó de espaldas a Ramona, ella preguntó que si así era en todos los lugares. El respondió que sí, entonces trató de explicar de la importancia de dar la cara al público. Indio dijo que estaba bien.
—Buscaré la forma de trasladarlos a la ciudad en cada concierto.
—Bien —dijo Israel.
Los indígenas no hablaron mucho, solo dieron las gracias. Ramona no dejaba de observar sus cabelleras largas debajo de la cintura, el color azabache y brilloso. Terminaron la reunión, los jóvenes se despidieron, Israel se quedó con ellos un rato más. Los llevó a presentar con su esposa, dos niñas y su niño, la esposa era mestiza de Bahía de Kino, una bella mujer. Ramona se imaginó a Lola Casanova. Después los llevaron a conocer la Isla del Tiburón, los dos se subieron en una panga y el trayecto duró unos quince minutos, llegaron a una llanura con árboles y arbustos de todos tamaños rodeado de montes. En el lugar se divisaban borregos cimarrones, Ramona no lo podía creer, en eso le dice Israel:
—Esos borregos son cazados por extranjeros.
—No deben permitirlo, pobrecitos esos animalitos, están preciosos —responde Ramona.
—Ni modo, niña, de alguna forma debemos seguir sobreviviendo.
—Tiene que haber otras opciones.
Israel solo se le queda mirando. Regresan al pueblo y se despiden.
Al llegar a su casa Ramona se comunica con un amigo fotógrafo y le explica el proyecto, le pide una sesión de fotos para el grupo, ya que las necesita para hacer una página web, buscó la agenda de los conciertos y eventos en el país y empezó a enviar información sobre ellos. En dos semanas de planeación y organización ya tenían su primer evento en una pizzería de la ciudad. A la dueña le gustó la propuesta, buena opción para difundir el lugar. Al evento acudieron varios jóvenes que asistieron al concierto en el parque, quienes se quedaron con las ganas de escucharlos. El evento fue todo un éxito, al terminar, Ramona los reunió para hacerles varios comentarios acerca de su desenvolvimiento arriba del escenario, dinámica que empezó a utilizar para ayudarlos a mejorar en su interpretación musical: «Indio, necesito que te muevas más, que no te quedes parado en un solo lugar, tienes una hermosa cabellera, lúcela en el escenario, checa a los rockeros cómo se mueven, puedes danzar al ritmo de la música, con eso lograrás que las personas se animen a bailar cuando ustedes estén tocando y ustedes también lo van a disfrutar».   
Los próximos conciertos transcurrieron en una dinámica de ir mejorando su interpretación arriba del escenario, al grado que cuando terminaban de tocar las mismas personas gritaban: «¡Otra, otra, otra…!», cosa que empezaba a emocionar a los indígenas. Viajaron a Monterrey, al Tajín en Veracruz, a la Ciudad de México, San Luis Potosí, Magdalena, Empalme y Álamos, Sonora; tuvieron encuentros musicales con los indígenas de nombre Navajos de Estados Unidos y de otros países. Cada día iban creciendo y desenvolviéndose mejor en su música.
Ante tal dinamismo musical, otros jóvenes de la comunidad indígena empezaron a tomar clases de música y a formar sus propios grupos, dejando de lado los vicios ya que la vida les estaba ofreciendo otras oportunidades. La intención de Israel Robles Barnett se consiguió, hasta que un día la muerte lo llamó, iba en su carro por la carretera de Puerto Libertad rumbo a Punta Chueca jugando carreras con otro de su comunidad, la velocidad era su talón de Aquiles, su esposa lo regañaba mucho, hasta que un día no pudo maniobrar bien el volante, por lo rápido que iba, el impacto fue tan fuerte que no sobrevivió al golpe, nadie lo podía creer.

miércoles, 11 de marzo de 2020

Una conversación natural


Juan Esteban Sierra Quiceno

Aquella mañana Tilia no había pronunciado una palabra y prolongaba su mutismo forzándose a realizar cábalas meteorológicas tras cada secuencia de grillas que escuchaba. Alisio, sintiendo la tensión del ambiente, se limitaba a mirarla ahí, toda rígida, con esa postura más bien artificiosa que tanto gustaba a los pajaritos.
—¿Escuchaste anoche los cantos de las lagartijas? —preguntó Alisio con frescura, pretendiendo iniciar una conversación cualquiera.
—No eran lagartijas, que esas no cantan… sería otro bichejo.
—¿Qué otro bichejo?, eran lagartijas, Tilia. Y te digo que estas sí cantan.
—¿Y por qué iba a cantar una lagartija?
—Bueno… pues, con seguridad, no lo sé —dijo Alisio tremolando juguetón con las punticas de Tilia—. A lo mejor cantan por despecho. A mí me sonaban como a serenatas tristes, de esas que se dedican a las hembras malas.
—¿Serenatas tristes?, ¿hembritas malas?, parece que ese bamboleo constante por fin te revolvió los sesos. Mirá, admitamos que el sonsonete de ayer lo produjeron tus lagartijas, okey. Pero no fue ninguna serenata melancólica, no: fue, simple y llanamente un conjunto de chillidos que tus buenas para nada lagartijas inventaron con el único propósito de fastidiarle al prójimo la noche entera.
—Dios, ¿qué es esa retahíla que decís? Las lagartijas no son así. Yo, por ejemplo, he conocido lagartijas verdaderamente hacendosas…
Tilia lo interrumpió con un crujido incrédulo.
—De veras, una, incluso, la conocí aquí mismo. Se llamaba Lizardo, y me consta que se partía el traslúcido lomito correteado de sol a sol por esa tapia.
Inflexible en sus opiniones, como en lo demás, Tilia pareció observar la vieja tapia de cemento que limitaba el jardín, y luego preguntó:
—¿Y qué ganaba recorriendo de un lado al otro esa tapia destartalada?
—…
—¿Ves? No haces sino probar mi punto de que no sirven para nada.
—Has dicho.
He dicho.
—Ole, Tilia, estás tan rara hoy… Acaso, ¿querés decirme algo?
Tilia hizo una pausa como para tomar aliento percibiendo, clarísimo, ese perfume de flores dulces que de manera vaga intuía desde antes del amanecer.
—¿¡Anoche arrullaste a Jazmín!? —lanzó con tanta aspereza que sobresaltó a la bandada de pájaros que hacía poco había cautivado.
—Jazmín —replicó Alisio con un susurro nervioso, pero después continuó con más fuerza—. ¡Eso es ridículo! ¿No creerás que yo también me desvivo por pegármele cada mañana, como el bobo del Rocío?
—¿Por qué no? ¿No es acaso su aroma mejor al mío, que nunca he tenido flores?
—¡Otra vez con lo de las flores! Te he dicho mil veces que no me gustan…
—Ya sé, ya sé.
—En serio no me gustan las flores, Tilia. Sabés que lo que en verdad me gusta es mecerte bajo los rayitos de un sol de verano.
—¡No! No sé nada, ya no sé nada. Solo sé que eres ligero: lo fuiste antes y lo seguirás siendo.
Indignado, Alisio se sacudió despeluznando el prado, y avivando también, aquel maldito aroma floral que se negaba a irse del todo.
—Claro que soy ligero, como somos todos los Alisios, pero eso no significa nada.
Entonces Tilia se estremeció con talante circunspecto, o quizá fue, simplemente, Alisio que en un intento de reconciliación acarició sus brazos sin demasiada delicadeza.
—No me convencen tus caricias presurosas —alegó Tilia e inmediatamente continuó inmovilizada por la ira—. Eres tú quien cada noche difunde por doquier ese empalagoso olor, que más que primaveral, hiede como a zorrita en celo.
—¿Tanta envidia le tenés? Pero si luce como un arbustejo con ese corte que le hacen, de verdad que nada vale en comparación contigo, con ese tronquito largo y esbelto que me mata.
—Agradezco el piropo, pero si pretendés que nos acostemos no te será tan fácil.
—Claro, claro… sé muy bien que eres pudorosa, si ni siquiera para dormir te acuestas.
—¡Y ahora te burlas! Tan corriente como siempre.
—No me burlo —contestó Alisio acelerándose—. Solamente quiero saber por qué no podemos echarnos sobre la yerba alguna vez.
—¡Sobre la yerba! Primero muerta, y puede que ni aun después de eso.
—¿Qué?, ¿también pensás morir de pie?
—¿Y por qué no? Es casi una tradición en mi familia, excepto por mi tío Pineda, que se consideraba un portento y afirmaba tener madera para todo, hasta que un día un leñador coincidió con él.
—Ah… No me hablés de tu familia, que ninguno me interesa.
Tilia casi palideció y hasta se desgajó un poco de la rabia que le entró:
—¿¡No!? Perdona, pero creía lo contrario desde que me enteré que jugueteabas con las sámaras de Arcelia, mi primita canadiense que solo tú soportas, porque no hace sino mencionar, como de casualidad, claro, lo bien que quedó su efigie en su bandera nacional…
Entonces Alisio, sabiéndose descubierto, decidió recurrir a palabritas zalameras y toqueteos cariñosos, que comenzó a administrarle a Tilia por aquí y por allá. Pero ella, demás está decirlo, no iba a transigir así como así, y contestaba a aquellos roces con una quietud indiferente.
Dolido por aquel desaire, cómo no, Alisio daba vueltas alrededor de Tilia aumentando gradualmente la velocidad. Lo motivaba un ensañamiento infantil: sus giros difícilmente le conseguirían el perdón, claro, pero le devolverían, al menos, la atención de Tilia.
Y los pájaros, esas avecillas que minutos atrás habían vislumbrado en aquel bonito jardín, con su briza fresca y su robusto árbol, un bucólico paisaje para anidar por siempre, se largaron de allí. Antes de desaparecer del todo, eso sí, lanzaron unos trinos enloquecidos que opacaron el siseo de las hojas al caer, porque Tilia, aunque dura, ya comenzaba a ceder y, una a una, iba despojándose de todas sus hojitas para que participasen en las volteretas de Alisio. La danza resultante, tan violenta como sensual, incrementaba exponencialmente su fuerza ciclónica derribando arbustejos aromáticos, luego tapias destartaladas, y al final, desarraigando a la mismísima Tilia, quien por primera vez acabó acostadita y dispuesta sobre el prado despelucado.

martes, 10 de marzo de 2020

Alone 


Rosita Herrera


Transcurría el año 2040, el planeta perecía: guerras, escasez de agua, precaria alimentación, sobreexplotación de recursos naturales los que habían logrado desolar la tierra, tan solo unos pocos humanos sobrevivían, sus conocimientos científicos les habían dado la posibilidad de encontrar minerales y plantas que les proporcionaran energía suficiente. El mundo se había convertido en un gran promontorio de cemento donde el rastro de naturaleza y tierras cultivables eran solo un suspiro nostálgico concretado en fotografías que algunos revolucionarios optimistas algún día pretendían recrear. Lo cierto es que los habitantes de aquel mundo que contenía todo para la felicidad del hombre y que él mismo había destruido, se encontraban haciendo patria en un satélite llamado luna que giraba alrededor de este planeta. Con bastante anticipación y sin mayor divulgación el Gobierno había llamado a concurso a los científicos más connotados a nivel mundial pidiéndoles que vieran todas las posibilidades en cuanto a recursos y sistemas de vida en otro lugar fuera del planeta. Le llegó este comunicado a Alone quien lo recibió sin asombro ya que desde hacía tiempo estaba trabajando en un proyecto de ciudad en aquel satélite natural por estar relativamente cerca de la Tierra y poseer algunas características similares al planeta salvo su carencia atmosférica y la falta de gravedad, situaciones que ya había solucionado de alguna forma debido a sus conocimientos científicos en el área de la astronomía.

Alone era doctor en ciencias y había dedicado su trayectoria a la investigación sobre posibilidades de vida en otros planetas en un observatorio ubicado en el desierto de Atacama de un país llamado Chile. Ahora se encontraba en el ocaso de su vida y ya con menos dedicación investigativa disfrutaba de la soledad y se entretenía consigo mismo haciendo música, escribiendo historias y leyéndolas también, ¿dónde? … pues, dónde creen ustedes, ¡en la Luna! Su proyecto había sido un éxito, no hubo científico que le ofreciera una digna competencia y ahora disfrutaba de una silenciosa dicha acompañada por el dulce sonido de lluvias constantes de meteoritos apreciados a través de inmensos paneles instalados en los techos de los tubos de lavas lunares que constituían la ciudad que él había diseñado. Tenía un perro maravilloso a quien sometía a torturas intensas de audiencia literaria, sabía que le gustaban cuando este se acomodaba en su confortable cojín rojo italiano y de a poco comenzaba a cerrar sus ojos color miel y a bostezar de manera sistemática y consistente al lado de una suerte de salamandra construida artificiosamente con piedras lunares y en su interior rellena con diminutos restos de meteoritos que chocaban incesantemente provocando chispazos como si se tratara efectivamente de fuego terrestre, se ubicaba en la cocina para darle este toque de familiaridad que extrañaba a veces. La casa de Alone estaba constituida por dos plantas: una alta y otra baja. Ambas tenían un estilo minimalista que calzaba perfectamente con su forma de ser, salvo que en la planta baja existía gran cantidad de relojes y lámparas que realzaban la calidez de su hogar de una forma precisa e iluminada. La hora expuesta por estos relojes no era la lunar, en realidad, Alone nunca sabía la hora, sino que se regía por la terrestre como una especie de vínculo ancestral. La planta alta era como una plataforma hacia el espacio infinito, en este lugar se podía gozar de una formidable vista al espacio sideral, acá tenían la implementación adecuada de Hugo y de él para sus vuelos cotidianos fuera del habitáculo lunar.

Los días transcurrían tranquilos para Alone, se levantaba a las siete de la mañana, realizaba diez saludos al sol, lo que le llevaba aproximadamente treinta minutos de su jornada, luego meditaba cantando un mantra que atraía dicha y felicidad con lo cual purificaba su espíritu y el ambiente, al terminar, los girasoles que tenía en macetas sobre las ventanas a las que llegaba una luz artificial que simulaba un día soleado, se abrían y Hugo, su perro, se ponía a bailar en dos patas.

Solía pasar muchas horas en la cocina cuando su estómago se manifestaba ruidosamente. Un día, revisando los cajones y compuertas de los muebles, encontró una lámpara con una apariencia de antigüedad bastante verosímil que le hacía retroceder en el tiempo liberándolo de tanta tecnología e información audiovisual instantánea. La lámpara era de un color rojo bastante llamativo, tenía en la parte baja de su estructura una cantidad considerable de perillas, siendo un hombre muy curioso, las probó todas, si bien en el fondo se contentaba con que emitiera luz, detalle que le encantaba pues, como dije al principio, amaba las lámparas, le hacían alucinar desde pequeño imaginando en cada una de ellas a algún astro o estrella que lo instaba a explorar el universo y así poder evadir la soledad y monotonía que le ofrecía la vida en este planeta, pero ¡oh, cielos! de pronto una voz emergió de una de sus perillas, por lo menos al dar vuelta una, la explosión infinita de palabras salió al aire y… hmmm… la música inundaba su sangre y lo hacía mover no solo sus pies sino también sus brazos y su tronco y ¿estaba bailando? Según la definición de baile que le aparecía en un diccionario virtual y que había necesitado cuando leía Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, bailar era ‘mover el cuerpo y las extremidades con ritmo siguiendo el compás de una pieza musical’. ¡Grandioso! Tenía que sentirlo para poder entenderlo ya que lo que imaginaba era una desarticulada musculatura contrayéndose y distendiéndose tratando de seguir el ritmo de una melodía, no obstante, era algo mucho mejor que eso ya que el alma también bailaba y lo hacía girar como si fuera un trompo deslizándose vertiginosamente por una cascada de notas musicales, las cuales, improvisadamente, le iban mostrando una ruta de maniobras, equilibrios y desequilibrios que se montaban sobre un escenario de vibraciones del más alto voltaje.

Así era como todos los días se escabullía a la cocina y buscaba ideas para aderezar su comida, al tiempo que giraba la ansiada perilla y comenzaba su rutina de felicidad y destrezas físicas.

Benny Goodman era uno de sus favoritos, lo conoció cuando el locutor lo anunciaba con gran entusiasmo; Glenn Miller, le daba los mismos desafíos, aunque ya en la parte final de sus guisos, con rutinas un poco más calmas y repetitivas, por lo que concordaba con los últimos acomodos de sus creaciones culinarias. Mientras tanto, rondando la cocina, Hugo se entretenía mirando a su amo moverse con gran entusiasmo a lo que él respondía parándose en dos patas reiterativamente como imitándolo, esto se convertía en un hábito exquisito para su amigo y compañero ya que el amo premiaba sus piruetas con pequeños bocadillos de su creación de turno.

De pronto comenzó a sonar su computadora, Siri, su asistente, le anunciaba un mensaje con carácter urgente venido de la base lunar:

«Buenos días, Alone, he recibido noticias de la base lunar dirigidas a todos los responsables del proyecto «Strati supra lunam», el comunicado señala el cese de este y la reincorporación de sus habitantes a la tierra debido a la inminente detención de suministros indispensables para la sobrevivencia tales como el oxígeno, agua y alimentos. Si bien es cierto que se ha estado trabajando en métodos altamente efectivos para la extracción de oxígeno a partir de rocas lunares, así como también en la siembra de alimentos en invernaderos que provean de los elementos necesarios para el cultivo de hortalizas y otras especies, aún no es posible su producción de forma sistemática por lo que después de diez años nos vemos en la necesidad de retornar a la tierra y contribuir con las personas y organismos que volvieron a organizar lo poco que quedó con vida. Fin del texto».

Alone subió a la planta alta de su departamento y por los ventanales que daban al espacio visualizó la Tierra, se veía oscura, desolada, sin vida, probablemente en el transcurso de estas décadas se hayan renovado algunas superficies, había escuchado decir que habían hecho vastas plantaciones de kiri, un árbol milagroso que produce mucho oxígeno y tiene gran capacidad de absorber dióxido de carbono, su crecimiento es rápido y proporciona todo tipo de recursos a la humanidad, por lo que el aire no sería un obstáculo y no se pagaría ningún costo por él…, pero… él no quería regresar, no podría volver a un lugar por el que luchó tanto tiempo por salir, la gente no le gustaba, lo hacía sentir inseguro, le robaba sus sueños, lo espiaba y siempre invadían el espacio ajeno, además de destruirlo. ¡Si querían cerrar la base lunar, él no participaría, se mantendría al margen como si nada hubiera sucedido y sufriría las consecuencias de su decisión!

Siri estaba más activa que nunca transfiriéndole todo tipo de mensajes venidos de la base lunar. Hugo sospechaba que algo pasaba ya que su amo no cocinaba bocadillos al son de la música por largas horas en la cocina.

Alone, mientras tanto, sentado en el cojín rojo italiano de Hugo observaba y escuchaba la radio: ¿Por qué este aparato me conecta con el pasado? ¿Será similar a lo que ocurre con la luz del sol?, que la vemos en forma diferida, es decir, lo que percibimos ya no existe en la actualidad, llega a nosotros con tanto retraso que ya no es, es un reflejo de un contexto que desapareció, por lo tanto, ¿esta voz y la música y todo este mundo… dónde va a parar y de dónde proviene… de un pasado remoto que viaja a través del tiempo?

Tantas preguntas sin respuesta lo hicieron estar gran tiempo absorto en sus cavilaciones, recordó que aquel mueble, donde había encontrado la radio, había pertenecido a una alegre mujer que murió muy anciana y que aquella música que surgía del aparato correspondía a los mejores años de su juventud, es decir, un siglo atrás. Ella vivía sola cerca del observatorio en Atacama, donde trabajaba Alone, la visitaba una vez a la semana y disfrutaban de un rico té acompañado de exquisitas galletas que horneaba especialmente para él. Lo quería mucho ya que le recordaba a su hijo quien había muerto en una expedición infructuosa a Venus, él se especializaba en la radioastronomía y creía fervientemente en la existencia de seres con inteligencia superior quienes trataban de comunicarse con la tierra a través de emisiones radiales, iba a investigar este campo magnético en aquel planeta, pero la nave se desintegró con las altas temperaturas que irradiaba desde su interior. La anciana, antes de morir, le había implorado a Alone que llevara consigo ese mueble si es que eventualmente debieran salir del planeta y colonizar algún otro. Alone siempre lo tuvo presente y no representaba un problema ya que los materiales con los que había sido creado eran resistentes y muy livianos de transportar.

Entonces… la radio estaba emitiendo señales a través de un código que posiblemente estuviera conformado por notas musicales… o quizá aquellas vibraciones abruptas que sentía en forma constante entre melodías eran símbolos que conformaban un mensaje dirigido a quien estuviera escuchando aquella música que probablemente era Martita, es decir, ella sin darse cuenta había estado recibiendo mensajes desde otros confines del universo, o… sí se daba cuenta, mal que mal estaba imbuida en el tema ya que Nicolás conversaba mucho al respecto y era por eso que insistió tanto en que me llevara el mueble en donde ella guardó el aparato para que concretara en algún momento la incipiente comunicación. En forma intempestiva brincó a su computadora y le pidió a su asistente todo tipo de datos:

―Siri, investiga la posibilidad de vida en otros planetas y si han mantenido de alguna forma comunicación con civilizaciones menos evolucionadas como… nosotros… focaliza la búsqueda entre los años mil novecientos sesenta y dos mil.

―Entendido, Alone, déjame ver los antiguos registros ⸺emitió una cadena de ruidos y gorgojeos difíciles de describir, pero que daban la sensación de que estuviera siendo tragada por un enorme océano.

―¿Estás bien?

―Siempre lo estoy, Alone, recuerda que la vulnerabilidad humana es algo ajeno a mi naturaleza. Tu información ya está siendo procesada, cito: «Buscando la posibilidad de encontrar vidas en otros planetas, en mil novecientos sesenta norteamericanos detectaron una fuerte actividad de emisiones de radiaciones en Venus las que se prolongaban hasta la tierra a través de turbulencias que alteraban las antenas telescópicas situadas en diversos puntos estratégicos del planeta. Finalmente se dedujo que la atmósfera de Venus atrapaba el calor mediante un efecto de invernáculo planetario y no correspondían a intentos de comunicación extraterrestre.

Hubo un astrónomo norteamericano que se dedicó especialmente a buscar vida inteligente en el sistema solar entre los años que tú mencionas, su nombre es Phillips Stern, nunca se dio por vencido a pesar de no concretar hallazgos evidentes. Su objeto de estudio fueron las señales radiales provenientes de la estrella Vega que él asociaba a intentos de comunicación de otros seres inteligentes. Esta tiene una existencia de apenas cuatrocientos millones de años y las señales que emana poseen una polarización modulada lo que quiere decir que tienen una amplitud de captación muy superior a otras de polarización menor. El tiempo de sus emisiones es medido en años luz, es decir, si la fuente se halla a veintiséis años luz, se demorará lo mismo en llegar a su destino. Stern dirigió uno de los proyectos de investigación de vida extraterrestre inteligente, sin resultados concretos.

―Hmmm… Sus pesquisas pudieron ser infructuosas a los ojos del mundo, sin embargo, soterradamente, abrieron puentes que se manifestaron de manera selectiva, es decir, la comunicación se propició con algunos seres de características determinadas como por ejemplo… la fe ciega en la existencia de vida inteligente en otros planetas, además del desprejuicio que conlleva el no sentirse el centro del universo… entonces… probablemente intentaban comunicarse con Martita hace un siglo atrás, y reenviaron la música que ella escuchaba como una forma de llamar su atención y lo siguieron haciendo por mucho tiempo más porque ella nunca les respondió, ni siquiera lo sabía y aquel aparato funcionó como lo que es, un radiotransmisor, pero interplanetario ―decía todo esto como entrando en una especie de profunda abstracción y sobrecarga emocional.

―Alone, ¿quieres que continúe?

―Sí, sí, por favor.

―Posteriormente, alrededor de los años ochenta, Stern ya había fallecido, encontraron en los archivos de este, mensajes emitidos desde Vega que correspondían a códigos basados en números primos, se investigó el porqué y se llegó a la conclusión de que fueron utilizados por su simplicidad y con el único fin de llamar nuestra atención…

―Puede ser que nos traten de comunicar que somos una unidad espiritual ya que como son  divisibles por sí mismos y por la unidad no requieren de factores externos, me explico: la humanidad es un todo, no se puede o debe factorizar, el que lo hiciere estaría yendo en contra de una de las leyes del universo que es la de entendernos como un cosmos y a la vez como integrantes de este, es decir, si destruimos a nuestros semejantes o a nuestro entorno nos estamos destruyendo a nosotros mismos y no solo eso, sino que también negando nuestra principal condición, la inmortalidad, ya que todo en la naturaleza se transforma, somos energía y esta no muere.

―Los datos recientes con relación a la estrella nos dicen que se ha utilizado tecnología infrarroja para estudiarla. En el año mil novecientos ochenta y tres se descubrió que está rodeada por un disco de polvo similar al que tuvo el sol antes de la formación del sistema planetario al que pertenece la tierra…

―Por lo tanto… habrá o ya se está creando otro sistema planetario con posibilidades de nuevas civilizaciones en miles de millones de años más.

―Eso es todo por ahora, Alone.

Alone sin responder y en una actitud de absoluta introspección, buscó en uno de los gabinetes de un escritorio que tenía en la planta alta un procesador de claves de cifrados el que llevó hasta su cocina, sintonizó las melodías que tanta felicidad les proporcionaban y que en forma aleatoria se iban desplegando, el procesador comenzó a descifrar los algoritmos que detectaba hasta que por fin… ¡Eureka! Lo que había imaginado: «Vega abrirá caminos en el universo; el amor, la paz y la unidad es el puente». Alone miró a Hugo y juntos observaron a su alrededor, sintieron la frialdad que les rodeaba, el procesador imprimió una imagen de ellos rodeados de familia y amigos en un día estival víspera de Navidad cuando él se recuperaba de una grave depresión producto del estrés que le ocasionaba su trabajo y se acordó de que no siempre habían estado solos y que era grato sentir el amor y la compañía de personas buenas. Comprendió que debía acudir al llamado de la base lunar y contribuir en la salvación del planeta Tierra y preparar aquel puente que protegería a las nuevas generaciones de un holocausto peor al ya vivido. Tomó a Hugo entre sus brazos y se dirigió a la cocina a preparar una tortilla de exquisitos ingredientes con texturas y colores prodigiosos, la música guiaba como siempre sus maniobras rodeados de un halo de inmensa felicidad, emergía la voz de Ray Charles y su inigualable Hit the road jack. La imagen en primerísimo primer plano de esta escena se convirtió en uno general hasta volverse un punto en el espacio, eran parte de un todo, con Georgia on my mind se oscurece la pantalla y esta historia llega a su feliz final.