martes, 25 de mayo de 2021

Acertijo

Ricardo Sebastián Jurado Faggioni


Soy Susana tengo veintiún años, algunos chicos universitarios me persiguen porque piensan que puedo ser su chica ideal. A veces encuentro cartas anónimas en el casillero declarando lo que sienten hacia mí. Si hubiesen sido valientes, posiblemente terminaríamos saliendo. En el verano sentí atracción por Hugo. Era capitán del equipo de baloncesto, moreno, alto y atlético.  La relación fluyó sin ningún tipo de trabas. Además, teníamos clases en común, esto nos permitía pasar tiempo juntos.

Después de un entrenamiento de básquet, lo esperé hasta el final para que pudiera acompañarme a casa, sabía que él andaba en bus, pero no importa, de hecho, el dinero era lo de menos. Quería estar con alguien que tenga metas personales y sepa qué hacer con su vida. El trayecto fue largo. Al llegar nos despedimos.

—Sabían que Susana está saliendo con un moreno —comentó su hermano.

—Te hemos criado para que no estés con gente inferior —dijo la madre.

—No estoy con nadie, es un chico de mi universidad y vivimos cerca —respondió Susana.

—¡No andarás con él! —exclamó Elena.

Al finalizar la cena se imaginó que su hermano menor la habría espiado a través de la venta cuando llegó a casa. La comida esa noche estaba amarga, nadie tiene derecho a decidir quién es superior o inferior. Debajo de la piel somos iguales. No pude dormir tranquila. Al despertarme, fui directo a la universidad, sentía frustración porque no aprendimos nada de la Segunda Guerra Mundial. Evitaba estar cerca de Hugo, pero él no comprendía. Odiaba tener problemas con la familia, estaba atrapada, confundida y sin saber qué hacer.

A mitad del año llegó un chico nuevo al instituto, su nombre era Fabián. Atlético, rubio y de ojos verdes. Su pasión era el fútbol. Relacionarse con los compañeros del aula no le costaría puesto que con sus dones de los pies sorprendería a las personas. No obstante, su rendimiento académico estaba en el promedio, en cambio Hugo sobresalía. El periodo transcurría y nos hicimos amigos.

Nuestra primera salida fue a un parque de diversiones, pero no estaba disfrutando ya que mi corazón le pertenecía a alguien. Ocultar el desinterés que sentía en aquel sitio era imposible, fui evidente.

—¿Qué te sucede? —dijo Fabián.

—Me he portado mal con un amigo, tengo una familia racista —comentó Susana.

—La época de los Nazis y del Ku klux klan acabó —respondió Fabián.

—Es que son los orígenes, mi bisabuelo estuvo en la Alemania Nazi —dijo Susana.

—¡Que difícil tú situación! —exclamó Fabián.

—¡Sí a veces siento que estoy entre la espada y la pared! —comentó Susana.

—¿Has pensado en conversar con él? —reflexionó Fabián.

Después de aquella pregunta, Susana se quedó pensativa y quiso regresar a casa, él la llevó en su Audi. En el carro sonaba una música suave lo que ocasionó que ella se quedara dormida. Fabián le tocó el hombro despacio para despertarla, para luego dejarla en su casa. Mi alarma sonó a la seis de la mañana, me levanté temprano para ir a estudiar, sentía una alegría que no podía controlar, no había pensado en algo tan simple como conversar, tal vez si fuera feliz con él podrían dejar a un lado los prejuicios equivocados.

En el tiempo libre decidí buscar a Hugo, encontrarlo en la universidad sería sencillo porque si no estaba en las canchas de básquet, lo podía hallar en el gimnasio levantando pesas. De hecho, lo vi en un banco sentado trabajando con unas mancuernas pesadas. Fue caballeroso con su trato, se secó con una toalla su sudor para saludarme.

—¿Piensas cambiar tu estilo de vida, por uno más saludable? —dijo Hugo.

—¡No estoy aquí por ese motivo, vengo por otra razón! —comentó Susana.

—¿Por lo que me has estado evitando? —dijo Hugo.

—No imaginé que fueras directo, pero sí, deseo tener una relación contigo, sin embargo, mi familia es complicada —respondió Susana.

—Comprendo, ¿estarías dispuesta a romper las leyes para estar conmigo? —preguntó Hugo.

—A veces el amor se trata de asumir riesgos y estoy decidida a tomarlos —respondió Susana.

—¿Nos podríamos ver hoy en la noche? —dijo Hugo.

—¡Sí, ven a mi casa! —respondió Susana.

La luna estaba menguante, pero no soy supersticiosa especialmente esa noche algo cambió en mis padres. El timbre sonó y supe que era él, vino puntual. Las personas cuando llegan a casa se quedan sorprendidas por la decoración, no fue la excepción. Nos sentamos a la sala a ver una película que estaba aburrida. Mamá se puso a preparar la cena, olía como nunca, pero quedé asombrada con la vestimenta de papá porque casi nunca utiliza su Rolex, sin embargo, aquella ocasión lo cargaba puesto.

Mi hermano comenzó a decir que admiraba a Hitler, pensé que fue una mala idea invitarlo a cenar. Pude sentir su incomodidad, sin que nos vieran le sostuve su mano para tranquilizarlo. Al terminar la comida se levantó, se despidió, lo acompañé hasta la salida. Una vez que se marchó estuve enojada con ellos porque no impidieron que mi hermano menor parara de hacer comentarios fuera del lugar.

Al día siguiente me acuerdo que estaba caminando por los pasillos para dirigirme hacia los casilleros y sacar un libro para la siguiente materia. Al abrirlo, una carta se rueda al piso. La cogí para ver qué decía el sobre:

Tú eres mi amada, aunque todavía no lo sabes, vas a ser mía.

Anónimo

De todas las cartas que he recibido, esta en particular me produjo escalofríos porque nadie puede poseerte, incluso estando casados, puedo tener privacidad. Tenía varios problemas así que decidí ignorarlo. En la tarde mamá actuaba extraña, no quería conversar conmigo. Asumí que se resintió por el comportamiento del otro día. Sentía que mi vida se iba hacia un precipicio, como si una ola furiosa trataba de llevarme hasta las profundidades del mar.

Eso solo fue el principio del fin de estar en este mundo. Esperé que todos vayan a dormir, a hurtadillas decidí ir a la puerta de los adultos porque a veces se quedan conversando. Lo que escuché fue terrible, estaban planificando secuestrar a Hugo para que no se acerque más a su hija.  Estuve paralizada, saber que serían capaces de hacer un acto como aquello

Volví a alejarme de Hugo porque no sabía cómo explicarle aquel evento terrorífico, tal vez no tendría una segunda oportunidad. Es mejor que así sea, abrí el casillero como de costumbre y encontré otro sobre que fue más amenazante que el primero.

Pronto serás la mujer que vivirá conmigo, hasta que la muerte nos separe, aléjate de tu novio. Anónimo.

Era un cobarde por no poner su firma, pensaba en qué momento venía mamá a dejarme estas cartas o si trabajaba con alguien para que realice esta tarea. Al terminar las clases estaba dispuesta a enfrentarla, porque acosar, amenazar, pasaba el límite. Vino una tarde con el auto para irnos al centro comercial. Trataba de hablarle, pero no prestaba atención por estar conversando en su celular. Logré observar en su chat que esta noche sería el secuestro.

Traté de enfrentarla, sin embargo, estuve paralizada porque también tenía miedo de que me hiciera daño. Además, no pude abrir las puertas del carro debido al seguro, comprendí que esta salida simplemente sería una distracción. Regresamos tarde al hogar, mi imaginación tenía los peores escenarios sobre el secuestro de Hugo. Cuando voy a dormir un hombre misterioso aparece en la habitación donde estaba.

Utiliza una toalla para drogarme, al despertar estoy en un carro, con los ojos semiabiertos observo la figura de un hombre parecida a la de papá. Posteriormente se estaciona, repite la acción, tal vez morí ahorcada o apuñalada, e incluso pueden ser ambas. Mi espíritu se levanta de la roca áspera y dura. Conseguí identificar que era mi papá mientras se marchaba.

Comprendí que el secuestro no era hacia Hugo, sino hacia su hija por haber roto las leyes de la familia. Aunque ahora sé la verdad, haré una última visita. Después del asesinato él se volvió alcohólico, asumo por la culpa que tiene. Entonces una tarde lluviosa entré a su aposento, toqué su hombro, al voltearse se asustó. Nunca más volvió a dormir tranquilo.

lunes, 17 de mayo de 2021

Ojos color caramelo

Rosario Sánchez Infantas


—Analice qué puede aprender de lo sucedido y deje ir el pasado dice el terapeuta. 

Imagino finalizar mi relación y el dolor me lacera. ¿Cómo puede ser tan cruel alguien preparado para ayudar? ¿De qué manera sacar de mi vida a quien me da tanta felicidad? Algo se puede hacer o puede ocurrir. Amar es un milagro. ¿Y voy a matar lo que amo? Quizás deba buscar a otro psicólogo que me ayude. 

*****

«El silbido de alerta quedó vibrando en el espacio. Sobrecogió a quienes lo escucharon en un kilómetro a la redonda. Todos sabían lo que significaba. El ambiente estaba crispado de tensión; la muerte recorría esos callejones. Niños y animales domésticos parecían comprender la urgencia de la situación y silenciosos habían permanecido el día entero dentro de las casas. En sus incipientes lóbulos frontales había un germen de confianza en el adulto como un protector. 

La luz de la tarde estaba cambiando, se acercaba el ocaso. El barrio aledaño al poblado andino se veía como una alfombra de cultivos rodeados de árboles y unidos por unos pocos callejones, con cercos de adobe a cada lado que delimitaban los sembríos. Cada uno de ellos tenía una rumorosa acequia, y casitas rurales de trecho en trecho. Esta solía ser la hora en la que el aire traía el humo aromático del eucalipto desde los fogones en los que se preparaba la merienda; en los árboles alborotaban las avecillas disponiéndose a descansar; recorrían las callejas apacibles vacas, ovejas, asnos y caballos de regreso a la vivienda campestre luego de pastar durante el día. Hoy lucían vacías y silenciosas, así como las parcelas y el camino que llevaba al centro del pueblo. El cielo cargado de nubes negras anunciaba tormenta. 

Ninguno de nosotros sabía qué era una encefalitis, pero todos comprendíamos que el mal de rabia era sinónimo de muerte en nuestro pueblo ubicado a diez horas de la ciudad más cercana, cabalgando a buen ritmo. Conocíamos a quienes habían muerto con esta enfermedad y a los dueños de animales domésticos mordidos y que antes de morir contagiaban a otros animales o humanos. 

A inicios del siglo XX el Perú penosamente se recuperaba de la larga guerra e invasión chilenas. Mi padrastro, mis hermanos menores y yo sobrevivíamos en la pobreza gracias a mi madre. Ella atendía la casa e iba a poblados cercanos a comprar alimentos que revendería en el mercado los días de feria; pero ni siquiera así se libraba de las palizas que su marido alcohólico le propinaba. Ver a mi madre tan atareada hizo de mí un niño que ayudaba en todo lo que podía. Con diecisiete años, fui arrancado de mi valle andino y llevado amarrado con otros jóvenes pobres a servir a la patria en la capital peruana. No poder ayudar a mi madre me desgarró el alma. Heredero del pensamiento mágico religioso, confié en que el espíritu de los abuelos y el Dios cristiano la protegieran. Ya en Lima los levados avergonzados, desconcertados, despreciados por la urbe cambiamos nuestros harapos por el uniforme del ejército peruano. 

Entonces fui un soldado fascinado de tanta novedad. Disfrutaba hacer los mandados más diversos, porque anhelaba aprender. Las humillaciones y abusos de mis superiores no me dejaban huella porque me repetía el principio quechua de realidad: "chaymin chai" ("lo que es, es"). De regreso en el pueblo, fui de los afortunados que conocía el mar, el camino de la costa hasta la sierra, los tranvías, primeros auxilios, bailar un valse o una marinera, disfrutar música argentina, mexicana y europea; pero sobre todo era el único que podía usar un arma de fuego. 

Mi gusto por aprender, una buena mujer, el trabajo esforzado, ser un ciudadano responsable y solidario, y unas obras clásicas de literatura heredadas de un sacerdote amigo, con el paso de los años hicieron de mi un patriarca en la comarca. Esa condición es la que me empuja hoy a ponerle fin a esta amenaza social. 

Un perro en el campo es un hijo más, responsable del cuidado de su familia y sus escasas pertenencias. No sabemos cuándo se pudo haber contagiado. Muchas veces se ha enfrentado a otros perros, aquí o en los viajes a poblados aledaños que solemos hacer. Un martes, mi mujer y yo, fuimos a la otra banda del río grande, a acompañar a mi cuñada que acababa de enviudar. Mis hijos, al regresar de la escuela, notaron decaído a Ursus, vomitó varias veces, no comió, y les gruñó cuando quisieron darle aceite, pensando que lo habían envenenado. Al día siguiente el perro se mandó mudar de casa.  

Tras cuatro días de ausencia, en la madrugada regresábamos al pueblo. Eusebio, un muchacho vecino, nos dio el alcance. El día anterior iba por agua a la acequia cuando reconoció a Ursus que se aproximaba. Al verlo el perro erizado corrió hacia él; de pronto se detuvo, lanzó un gemido ronco, cayó y convulsionó mientras Eusebio se tiró tapia arriba. Venía en nuestra búsqueda. Se alertaba en los alrededores: mi perro tenía rabia e iba recorriendo los caminos de los barrios rurales cercanos al poblado. Estaba nervioso, agitado, rígido y gruñía a enemigos imaginarios. 

Algunos hombres lo buscaban atravesando los sembríos para evitar los caminos y poder alertar de su ubicación. Varios vecinos lo habían visto caminar sin cesar, mojado en sudor y con las facciones de su rostro deformadas por contracturas. Unos niños lo divisaron detenido un instante en un cruce de caminos, su parada era inestable, hacia el esfuerzo por ladrar, pero estaba afónico. 

¡Había que hacerlo! En mi habitación, mientras saco la vieja escopeta y las balas, pienso: "Cuando llegaste parecías un cachorro de oso. Una bolita de lana color chocolate y una colita que no dejaba de bailar. ¡Ay hijito! Siendo carnívoro, aprendiste a comer afrecho de cereales, con el agua en la que se lavaban los platos; compartiste agradecido nuestra pobreza. Amistades, amores y parientes van y vienen; fidelidad sagrada, la del perro del pobre". Las lágrimas ruedan por mi rostro mientras me pongo las botas de regar. "El más responsable en partir a la toma de agua en las madrugadas. Un mes luchaste por tu vida después que unos abigeos te apalearan por defender nuestra vaca y su ternero". 

Me vienen a avisar que va por el camino que baja a la estación del tren. Corro aproximadamente un kilómetro en esa dirección siguiendo los silbidos que dan quienes lo ven pasar. Lo distingo a cuatrocientos metros, camino abajo. Una mujer y su niña subidas en un árbol de níspero me llaman a gritos. En un descuido la niña salió de su morada, era llevada de regreso cuando escucharon un silbido de alerta. Desde las ramas vieron pasar a Ursus por el callejón aledaño. Les ayudo a volver a su casa y pierdo de vista a mi perro. Siento un silbido por el lado del barranco. Se aleja del poblado, pero se dirige a otro barrio rural. Debo avanzar por entre las chacras, saltar los cercos rematados de espinas. Voy siguiendo los pitazos de alerta; algunos provienen de los silbatos de la policía. Ya debe haber llegado apoyo desde la ciudad próxima. A veces me aproximo a ellos, a veces me alejo. Siento ladrar lastimeramente a un cachorro en la vivienda de Jacinta, la sordomuda que vive sola con su pequeño de seis años. Me sobresalto. ¿Alguien le habrá avisado del peligro? Toco muy fuerte, me abre el pequeño, cierro la puerta y le explico con señas. Sí, lo sabía, pero les hace falta agua. Sin dejar la escopeta le traigo un balde desde la acequia. Retomo mi accidentada y errática marcha. Tras cuatro horas, ya no se oye señal de alerta alguna. Cae la noche, me recojo, totalmente agotado.  

En mi hogar todos están silenciosos. De seguro recuerdan momentos vividos con nuestro fornido muchacho. Mis lágrimas más amargas caen cuando miro a mi pequeña hija. Recuerdo que un amanecer acompañaba a mi esposa a vender panes en un poblado vecino, cuando dos ladrones les salieron al paso. Nuestro perro se abalanzó contra ellos y los hizo huir, aunque recibió muchas pedradas. Ursus defendiendo a Ligia en las arenas; hizo honor a su nombre. 

De madrugada, dos vecinos vienen a avisarme que ha resbalado por el barranco y está en la estrecha orilla del río. Voy bajando con mucha dificultad. Entonces lo veo. Trata de subir por la pendiente, pero se da golpes contra piedras y troncos, quizás está ciego o no coordina sus movimientos. Tiene el hocico lleno de espuma. Cae, su cabeza queda muy cerca del agua, trata de beber, pero lanza un gemido ronco y con un espasmo aleja la cabeza del agua. 

Estoy a tres metros arriba de él, mueve su cabeza hacia mí. Muchas veces me había visto emplear la escopeta; sus ojos se fijan en ella. Apretando las mandíbulas me digo: "Es por el bien de la comunidad. No tienes cura. ¡Perdóname hijo!". Le apunto. Mi pulso es firme pese a mis emociones desbocadas. Levanta la vista dejando de vigilar el arma y se encuentran mis ojos llorosos y los suyos color caramelo. Expresan miedo por la muerte inminente. Sin embargo, creo ver en ellos que me dice: "Tranquilo, voy a estar bien, vamos a estar bien", el fogonazo interrumpe la comunicación, la bala quiebra su cráneo, exhala un débil quejido». 

Esta historia la escribió mi abuelo dice el psicólogo, alejando los papeles que acaba de leer—. Usted no tiene que hacer nada en particular, pues algo ya ha empezado a cambiar. Ese proceso habrá de seguir, esté despierta o dormida. ¿Le parece si me lo comenta el próximo viernes a la misma hora? 

*****

No necesité otro psicólogo. Miles de años de evolución de la especie humana no me enseñaron a aceptar la realidad adversa; lo hicieron esos ojos color caramelo.

martes, 11 de mayo de 2021

Taxi

Rosita Herrera


Las sombras de la ciudad comenzaban a insinuarse, una brisa helada acariciaba los caldeados y extenuados cuerpos de los habitantes del gran Santiago. Todo indicaba que era hora de comenzar la jornada. Tomó las llaves del Chevrolet Sail, año 2017. Arregló su cabello en el espejo de la entrada dejándolo casualmente desordenado. Echó un vistazo a su departamento y salió sin dejar que sus pensamientos lo hicieran perder más tiempo del necesario. Mientras se dirigía al estacionamiento de la calle Teatinos el olor a comida rápida estimuló su apetito y sacando algún sencillo que guardaba de la carrera anterior, compró un hot-dog al que embadurnó de salsa picante y mostaza y se lo engulló en menos de dos minutos. Observó al vendedor, encontró atractivo su torso y la determinación de su rostro, pero al topar con su mirada, de inmediato la escabulló y apresuró su ida. Subió al auto y, como era su costumbre, se persignó y pidió que todo resultara bien. Le dio contacto al vehículo y salió lentamente por la ruta ascendente que lo encaminaría al tráfico habitual de cada ocaso citadino. La play list del equipo de sonido tocaba la secuencia de jazz predilecta concertada por compositores de todos los tiempos y estilos cuya cadencia y precisión en cada una de sus frases le inyectaban fortaleza y animosidad, a la vez que lo insertaban en la oscuridad ancestral de la urbe, la que invita a encender la amígdala y sintonizar la intuición de tal manera que las furias de la noche no entorpezcan una eficiente jornada. Al salir del estacionamiento un hombre cercano a los cuarenta años cruzó… le recordó a… ¡Diablos! ¡Qué desagradable sensación! Ya no era aquel tipo de mente estrecha y actitudes cobardes, al menos se había empeñado en no serlo desde aquel día… y ahora, era otra persona, odiaba todo lo relacionado con su pasado, volver a nacer era poco, desaparecer y convertirse en nada, eso sí lo calmaba.

Lucas, lucas, lucas, solo eso necesito para virarme de este país y… helo ahí, mi primer cliente. ―Dando un certero giro para cambiar rápido de carril sin ocasionar grandes sobresaltos ni atraer a los que por oficio cuidan el orden en la ciudad, se situó frente al mismo.

―Buenas noches, voy a Padre Hurtado con Apoquindo, por favor. ―Luego de señalar su destino suspiró profundo y descansó su cabeza en la ventana, se notaba el agotamiento y la incomodidad de llevar un violín como equipaje de mano.

―Linda noche, ¿no cree? ―La mira por el espejo retrovisor y rápidamente dirige su atención al camino.

―Sí, creo que sí, no he tenido mucho tiempo de apreciarla, en verdad. ―Busca su mirada en el espejo y luego la dirige hacia la ventana.

―Perdone que me meta, pero ¿es usted concertista o algo por el estilo? Digo, por como viste y porque eso que lleva debe ser un violín, ¿no es así?

―No se preocupe, no me molesta, me agrada hablar de lo que hago. En efecto, es un violín y he dado un concierto con la sinfónica.

―¡Qué maravilla! La felicidad que debe experimentar al tocarlo es una fortaleza que pocos poseen.

―Es verdad, aunque a veces preferiría ser taxista como usted o ingeniera o futbolista, algo más rentable.

―Comprendo, se tiende a pensar que las vidas ajenas son mejores, aun así, yo apuesto por la música y le reitero mis felicitaciones.

―¡Gracias! Eso me llena el espíritu, por aquí me bajo, ¿cuánto le debo?

―Cinco mil. ―Se detiene y amablemente le recibe el dinero.

Recordaba cuando a sus trece años quedó seleccionado en la escuela de talentos musicales de su ciudad y no tenía el instrumento ni a quien recurrir para comprarlo, sacudió su cabeza y siguió su rumbo con la firme convicción de no perder el norte y el objetivo de aquella noche de trabajo, quizá ella tenía razón, en tiempos como estos más valía ser taxista que un gran saxofonista sin trabajo…, pero sabía que eso no era cierto.

La última vez que había ido a un concierto de jazz había sido con Esteban, hacía mucho ya de eso, ¿cinco años? Y no pudo resistir las ganas de besarlo, él no sabía que era… pero es que esa noche se lo iba a decir, sin embargo, lo estropeó todo y recibió una humillante respuesta al cambiar rápidamente sus labios por una fría mejilla, en fin, nada qué hacer, solo aceptar. Recordó, y comenzó a odiarse de nuevo, cómo le producía escozor cuando se topaba con Iván en el colegio, este lo buscaba tanto y no entendía por qué, era tan aseñorado para hablar, y su forma de mirarlo, de introducirse en su mente y señalar lo que estaba pensando. ¡Caramba! Si era un brujo o bruja que adivinaba su estado de ánimo, su nivel de tolerancia, homofobia temporal o auto discriminación, en fin, captaba toda la mierda que en mí convulsionaba cada cierto tiempo.

En verdad, era el único que me entendía y sabía lo que yo no quería saber, así y todo… ¡Bah!

De nuevo la misma vaina, vaya, no quiero perder el foco.

¿Quién está ahí? Es un tipo… sí, de esos que pareciera que vinieron a este mundo con el kilometraje contado, bien digo, andan siempre apurados y chuteando al que no le da el paso, bueno, al menos eso me favorece, nadie los llevará más rápido a su destino.

―Buenas noches, a Providencia con Los Leones, por favor. ―Al quedar sentado, comienza a enviar audios dando directrices sobre algunos archivos.

No se anima a conversar con él, le recuerda a su papá, siempre distante y metido en sus asuntos, ignorándolo, desde aquella vez cuando descubrió a su niño de nueve años vestido con pañuelos de fina seda y empotrado en los tacones rojos de la madre. El padre puso cara de quien acaba de morder un ajo, se retiró de la habitación con sigilo y nunca más le dirigió la palabra al hijo.

―Su destino, señor ―lo dice mirando por la ventanilla que da a la vereda.

―Toma y quédate con el cambio. ―Le pasa un gran billete y sin mirarlo da la vuelta y se va.

Eso tienen estos hijos del capitalismo, son unos pelotudos, pero cuando les sirves no escatiman en pagarte el buen servicio.

En fin, la vida sigue, con capitalismo o sin él, aunque sin él estaríamos mucho mejor, menos suicidios, menos estrés, más tiempo libre, niños felices, padres sin deudas, hmm, ¿en qué momento nos metieron en esta celda con los muros pintados de libertad?

Qué hermosa está la noche, llega el otoño y con él una infinidad de conflictos existenciales que afrontar… Otro cliente, ¡bendito seas!

―Buenas noches, joven, voy hasta Salvador, por favor.

―¡Cómo no!

Era una anciana de más o menos setenta y cinco años. La última vez que vio a su madre, antes de morir, debió haber tenido aquella edad, pero al contrario de la pasajera que se veía muy activa, pasaba el ochenta y cinco por ciento del día postrada en cama frente a un televisor que cumplía la misión de fundir su cerebro. Cuando nos empezamos a hacer adictos a dicho aparato es porque no queremos nada más de la vida, y nos entregamos a la pérdida del raciocinio que nos cobra en microdosis.

Miraba de reojo a la mujer y le cautivaba la dulce expresión de su rostro. Pocos ancianos lo logran, pero aquella irradiaba la tranquilidad y el beneplácito de los justos.

―Se viene el tiempo frío, hay que emigrar a tierras cálidas, mis huesos se resienten demasiado.

―Oh sí, qué más quisiera yo, perseguir al sol y sus beneficios por el mundo entero. Lamentablemente pertenezco a ese porcentaje de gente que no tiene elección.

―Oh, por supuesto, no quise ser insensible, yo tengo la posibilidad de hacerlo cada año, es más, paso cada estación en diferentes lugares del mundo. Soy escritora de ciencia ficción y, bueno, mis libros han gustado muchísimo, pero no fue siempre así, trabajé muy duro, por lo que ahora me jacto del éxito. ―Asoma un pícaro gesto de satisfacción.

―Hemos llegado a su destino, mademoiselle. ―Detiene el motor y le regala una gran sonrisa.

―¡Quédese con el cambio, cariño! ¡Qué tenga una buena noche! Y persiga al sol… siempre.

¡Vaya! ¡Sí que le ha ido bien con sus libros! ¡Qué gran billete! Creo que iré a dormir, ya no hay más qué hacer, bueno, bueno… a casa entonces, querubín.

La noche había quedado en silencio, Street Dreams 4 del gran Lyle Mays sonaba suavemente, creando una atmósfera de absoluta plenitud. El automóvil se deslizaba cadencioso por el asfalto. Vislumbra el estacionamiento de calle Teatinos y ve cruzar y luego bajar a una sombra, de seguro es el cuidador que ha salido a comprar cigarros.

―¡Hey, Robert! El vicio te está consumiendo, ¿eh, amigo? Ah, ¿y qué?, ¿no me das bola ahora? Bueno, bueno, ya me estarás pidiendo favores, solo es cuestión de tiempo. ―Lanza una carcajada sin prestar atención más que a los pormenores que conlleva el estacionamiento, cierre y salida del auto.

Qué callado está, quizá necesite una oreja, no tengo ganas de escuchar a nadie, pero al menos le preguntaré si precisa algo… después de todo me ha salvado de varias…

Al ver que se acerca, se detiene. Algo en él le parece raro, quizá su paso cansino, la capucha… o las manos en los bolsillos.

―¡Diablos! ¡Quién es usted! Será mejor que se vaya, el cuidador ya debe estar llamando a los carabineros, además, las cámaras de seguridad están por todos lados…

―¡Tranquilo! Te he estado aguardando desde que saliste, he tomado todas las precauciones necesarias para vengarme a mis anchas. ―Saca un revólver de su bolsillo y le apunta directo a la cabeza.

―¿Se puede saber quién eres? ¿Qué quieres? ―balbucea y su tono de voz ya es más bajo y pausado.

―¡Hey, sí! Parece que ya me estás reconociendo, de hecho, lo hiciste hace unas horas, cuando me crucé en la salida, vi la expresión de tu rostro, ese fastidio y repugnancia que me regalabas día a día en el último grado de la secundaria y… eso no bastaba, ¿verdad? Faltaba el broche de oro del último día del colegio en que me permití ser el punching ball de un grupo de pelotudos mafiosos que intentaban purgar su mierda en aquellos que les muestran su propia imagen. Aquel día nunca lo voy a olvidar, fue uno de esos en que sabes que no debes levantarte, sin embargo, lo haces y vas igual, como si importara realmente tu presencia en algún lugar del planeta. ―Se había acercado al punto de estar sintiéndole el aliento, aunque su rostro continuaba en la oscuridad.

A medida que la tensión se acrecentaba y la violencia se hacía patente, era incapaz de escucharlo, surgían como endiabladas un cúmulo de imágenes protagonizadas por un individuo execrable, atormentado e incapaz de generar paz y bondad a su alrededor y, claro, seguido por otros de la misma especie pateando, orinando y vulnerando hasta lo más íntimo al que tenía al frente, ahora, a punto de despedirme de un solo balazo. No podía quitar de mi mente a Al Pacino en Carlito’s way o, su traducción latina, Atrapado por su pasado, en ella se nos reafirma que puedes ser malo y luego arrepentirte y volver al carril, vivir en la oscuridad e inconsciencia y después encontrar tu propósito de vida, no obstante, no queda ni una torpeza sin pagar, el daño que le hicimos a otros se debe expiar, es parte de la gran estrategia universal que nos enseña a ser humanos. Salgo de mí, no opongo resistencia. La bala que ha emergido con un ronco estallido silenciado ha atravesado mi pecho. La sangre pegajosa y caliente borbotea y siento que todo me da vueltas. Iván se escabulle nuevamente por las sombras, dejándome tirado en el cemento frío, fue una buena noche, llena de sueños y gente hermosa que ayudó a sustentarlos ¡Oye! ¡Pucha, perdóname! ¡Viejo, tarde me di cuenta!... ya no importa nada, yo era como tú y me odiaba, pero tú eras mejor que yo. De todos modos, me quería ir hacía rato, pero qué mal que manchaste tu vida de sangre, la vida te lo cobrará, amigo, y eso me dice, entonces… que no eras mejor que yo, solo era cuestión de tiempo.