Constanza Aimola
Camila Reyes
nunca imaginó que un dolor de estómago la llevaría directamente al momento más
erótico de su vida. Era una mujer humilde, bogotana, nacida en los cerros
orientales de la ciudad en un barrio de invasión llamado Estrella. Un hogar sin
padre fue su cuna, su madre fue la encargada de tener el nido tibio cubriendo
las necesidades básicas para su supervivencia, sin embargo, apenas pudo tenerlo
a salvo. Vivían en un lugar en el que dos mujeres debían defenderse como
fieras, en una selva en donde solo el más fuerte tenía el derecho de
sobrevivir. Fue llegando a los cincuenta años que Marcela, como se llamaba la
mamá de Camila, logró conseguir un trabajo medianamente estable, como mucama en
unas residencias en el centro.
Tuvo
una infancia en donde le faltó todo. Sus pies desde muy pequeña tenían callos
porque los zapatos eran un privilegio que conoció cuando trabajó y pudo
comprárselos. La piel de su rostro tenía manchas oscuras, las cremas y los
bloqueadores eran lujos a los que nunca tuvo acceso.
Estudiaba
un mes sí y el otro no. Tuvo que luchar por recibir educación, solía escuchar
las clases acurrucada debajo de la ventana del salón de la escuela, porque su
madre pocas veces tenía cómo pagar la mensualidad así fuera un valor simbólico.
A la
edad de diez años la violó el padrastro de turno, un conductor de bus que le
prometió a su madre un futuro sin necesidades. Este idilio duró dos años, en
los que veía los fajos de billetes de poco valor y miles de monedas que su mamá
le ayudaba a separar por montones. A todos les parecía la gloria después haber
pasado tanta necesidad. En esa época no les faltó comida, de vez en cuando
salían de paseo y un día le regaló un vestido con una pollera corta, blanco y
azul, que se convirtió en el artilugio con el que perdería violentamente su
virginidad.
Este
fue el primer día en el que se cumplió el presagio de la señora Zoila: cuando
algo malo está por venir, de la nada aparecen moscas negras, de esas pequeñas que
se amontonan en la fruta que se pasó de madura, de las que se posan en los
rincones, se pegan a la puerta de la entrada de la casa, aparecen debajo de las
sillas y en el baño. Son una plaga inmunda que, por lo general, llegan
acompañadas de un aguacero torrencial con truenos y rayos, a veces inclusive se
va la luz.
Doña
Zoila, una vecina de la cuadra del barrio, pasaba horas echándoles cuentos que
involucraban supersticiones, le creían poco aunque parecía muy convencida. Era
común ver a la mamá de Camila tejiendo sombreros. Todos la miraban asustados y
ella les hacía cara de que no le creyeran, pero solo cuando empezó a crecer, se
fueron cumpliendo poco a poco cada una de sus palabras. Camila se dio cuenta de
que su mamá no quería que tuviera miedo, pero nada pudo impedir que creciera y
se enfrentara a la realidad.
Pasaron
veintidós años, en este tiempo Camila logró con mucho esfuerzo terminar la
primaria y el bachillerato, trabajó como cajera en un supermercado, vendió
comidas rápidas en un carrito en la esquina de su casa, se enamoró perdidamente
ocho veces y siempre creía que era el amor de su vida. José Miguel Sarmiento
fue el último novio, le llevaba veinte años, por lo general sus parejas eran
mayores, tal vez buscando esa figura paterna que nunca tuvo. Con él se fue a
vivir y tuvieron dos hijos. Ahora sus hijos tienen siete y cuatro años. No es
feliz, no cree que haya cumplido sus sueños, y lo peor es que está segura de
que ya nunca los podrá realizar.
Sigue
viviendo con el papá de sus hijos, su relación es tranquila, su esposo es como
un fantasma, de hecho sus hijos también, constantemente piensa que su vida
sería igual si no existieran. Constantemente se siente incompleta, su salud
física y mental no son buenas, ha ingresado a la clínica por dolores que no
tienen explicación, ansiedad, delirio de persecución, depresión y angustia. Sin
embargo, el día en que cambió su vida no fue como siempre.
No pasó
buena noche, tuvo pesadillas y sudó muchísimo al punto de sentir que se había
dado una ducha, los dolores de estómago eran insoportables y la hacían
despertarse con sobresaltos. Al siguiente día tenía dolor de cabeza intenso y sentía
como si un tractor le hubiera pasado por encima. No quería levantarse y le rogó
a su esposo que le ayudara con los niños ese día para poderse quedar un rato
más en la cama. Era jueves y debía ir a trabajar. Estaba vendiendo ropa en un
almacén popular cerca a su barrio, pero no quería ir por eso llamó a
disculparse y más bien salió para el hospital.
Camila
insistió en que la atendiera el doctor Valderrama, un internista que le ayudaba
formulándole calmantes y le daba varias muestras de las que le regalaban los
visitadores médicos, de este modo, con poco dinero podía soportar el dolor de
cuerpo y alma, así como las enfermedades fantasmas. Se había aprendido bien los
síntomas y los había hecho suyos. Ese día además de sus dolencias, tuvo que
lidiar con la noticia del fallecimiento del doctor Valderrama. Estaba furiosa,
sin embargo, se sentía tan mal que accedió a que la atendiera la doctora Laura
Acosta, médico de universidad pública, joven, bonita, sin hijos.
En la
consulta la doctora se portó muy bien, era amable, parecía entender todo lo que
le estaba pasando, inclusive le dijo que se sentía identificada con ella pues
en algún momento de su vida tuvo síntomas que ningún médico lograba
desentrañar, y que finalmente resultaron deberse a una rara enfermedad
autoinmune. Laura se mostraba dispuesta a ayudarle para que se sintiera mejor y
hacer todos los exámenes posibles para detectar una enfermedad similar a la que
ella tuvo.
El
tiempo entre citas se empezó a acortar, al culminar el año Camila estaba
pidiendo una a la semana, aveces solo para hablar con su doctora a quien no
parecía importarle, más bien, creía que le agradaba atenderla. Entre estos
encuentros encontraron algunos aspectos que tenía en común aunque en diferentes
condiciones, puesto que eran de mundos distintos. Habían leído y amaban algunos
libros, hablaron de cine y preferían la carne poco cocida. Este tipo de cosas
eran las que llamaban la atención de Laura, era lo que le atraía de Camila, con
poco dinero y recursos parecía haber logrado cosas maravillosas. Por ejemplo,
nunca había salido del país, sin embargo, podía tener conversaciones de lugares
del mundo que parecía conocer, pero que solo lo hacía por medio de los libros
en un ejercicio autodidacta.
Las
citas no se prolongaban más de veinte minutos, sin embargo, Camila lograba
aprovechar bien el tiempo. Mientras tanto Laura tenía la hipótesis de que lo de
Camila no era una enfermedad física, que más bien todo era un problema mental,
miedos y dolor acumulados durante la infancia, por lo que iba a remitirla a
psiquiatría.
Este
era el día, en esa cita la remitiría al psiquiatra. Fue un encuentro corto pero
agradable, le regaló algunos medicamentos y un libro con técnicas de dibujo
para que perfeccionara uno de sus artes. Al entregarle la orden de remisión y
decirle que pensaba que ya no tenía nada que hacer con su caso pues no había
algo en lo que pudiera trabajar, era evidente su cara de insatisfacción y
rabia. Su estado de ánimo se veía representado físicamente en vértigo y a nivel
emocional en mucha angustia y excitación. Salió de la oficina, estaba aterrada
porque no sabía que era lo que le pasaba, pero sacó valor para regresar. Pensó
que la iba a invitar a tomar un café y salir del consultorio en donde estaba un
poco cohibida de contarle lo que inexplicablemente estaba sintiendo.
Cuando
regresó, la doctora estaba en una reunión, sin embargo, Camila insistió en que
debía interrumpirla para atenderla. Le causó curiosidad la razón por la que
podría requerirla fuera de consulta pero accedió a recibirla. Laura se negó a
salir, no iba a tomar ese café, sin embargo, estaba atenta a lo que le tenía
que decir, pero nunca imaginó que sus palabras fueran que se había enamorado de
ella, quería que estuvieran juntas, empezando de cero una vida lejos de sus
parejas y familia. Terminando esto cerró la puerta, la empujó contra el
escritorio, fuerte le subió la falda y le acarició con fuerza el cuello. La
besó desenfrenadamente y Laura le correspondió. Entre besos y gemidos traqueaba
el escritorio mientras la tocaba. Todo el tiempo le repetía que la deseaba como
nunca a nadie, le respiraba en el oído y le pedía que le dijera que la amaba
como ella lo hacía. La asistente administrativa intentó abrir la puerta pero
tenía seguro, por lo que la forcejeó, interrumpiendo abruptamente aquel
apasionado momento. Laura se limpió la boca con la manga de la bata porque Camila
le había dejado la marca de su labial color naranja. Recibió los papeles que
tenía que firmar con el pulso alterado, estaba confundida, no sabía lo que
estaba sintiendo, lo único que pudo hacer con la voluntad que le quedaba era
sacarla del consultorio. Con un aumento considerable de la voz le pidió que se
fuera y que no volviera nunca más, rechazaría las consultas que pidiera con
ella. Así fue, en adelante no la atendió más, bloqueó el número de su celular y
hasta intentó denunciarla, porque no paraba de enviarle mensajes de texto y
buscarla por las redes sociales declarándole su amor, sin embargo, la policía
no recibía la denuncia porque en ningún momento estaba agrediéndola o
amenazándola, por lo cual no se consideraba acoso.
Ya
habían pasado dos años y Camila seguía contactando a Laura, la buscaba y
perseguía donde fuera. Era común encontrársela en lugares públicos, alejada
pero haciendo presencia, fastidiándola, logrando incomodarla. Camila había
tenido a lo largo de su vida algunos ingresos a instituciones para atender sus
desordenes mentales, en estos dos años, al menos cuatro veces, teniendo que
permanecer como mínimo un mes. Durante este tiempo Laura lograba estar
tranquila porque Camila no tenía acceso a teléfono o internet para contactarla,
sin embargo, cuando salía la llamaba o escribía de diferentes correos,
celulares y con distintos perfiles en las redes sociales. Laura tenía guardado
todo como evidencia para una posible denuncia, sin embargo, Camila fue muy
cuidadosa y nunca escribió algo negativo o comprometedor.
Camila
nunca había sentido esto por nadie, mucho menos por una mujer. Se culpaba,
lamentaba el rechazo de Laura y esto la hacía inmensamente triste, pero también
muy enamorada y este sentimiento era más fuerte que todos sus miedos. Mientras la
doctora hacía todo por rechazarla, Camila sentía que Laura estaba en negación
porque con ella podía empezar una linda relación, por lo menos era lo que había
sentido aquel día en su oficina, amor y loca pasión, según su concepto los
únicos ingredientes necesarios para iniciar una relación dejando todo atrás.
Tenía
que tomar medidas más drásticas para captar la atención de Laura y que aceptara
lo que sentía, dejando fluir sus más íntimos deseos. Así fue como resolvió
pintar un grafiti en la pared del hospital con sus nombres y apellidos enmarcados
en un corazón. La estrategia funcionó, Laura la llamó de inmediato y aceptó que
se vieran. Le pidió que no hiciera este tipo de cosas y que iban a verse para
hablar. Debía ser en un lugar apartado del hospital y de las casas de cada una
de ellas, Laura le permitió a Camila que eligiera el lugar y que le diera la
dirección, el día y la hora en la que iban a encontrarse.
Estaba
hecho, motel Palmas en el centro de la ciudad, a las nueve y treinta de la
mañana del jueves diecinueve de enero. Allí se encontraron, Laura llevó una
botella de vino que se tomaron con otra de menor calidad que adquirieron en el
sitio. Ya algo ebrias, conversaron sentadas en la cama por varias horas como
siempre lo habían hecho, hablaron de distintos temas, pidieron para almorzar un
jugoso churrasco y se dedicaron tiempo de calidad una a la otra, haciendo el
compromiso de apagar los celulares.
Ya se
acercaba el fin de la tarde cuando por fin Camila tomó de la mano a Laura, le
tocó la cara suavemente y le dijo que la amaba y la deseaba, sin importar que
pasara el tiempo sus ansias de tenerla cerca se mantenían intactas. Laura en
voz baja y dulce le dijo que ya que tocaba el tema ella también la había estado
pensando, la estimaba, pero debía recordar que estaba casada, enamorada de su
esposo y no le gustaban las mujeres. Esta era la última vez que se verían y tendrían
que romper el vínculo, ya que nunca podría corresponder sus sentimientos.
Camila
no enloqueció, ninguna lágrima brotó de sus ojos, permaneció seria y totalmente
muda. Se metió en el baño y no volvió a salir. Laura la dejó por unos minutos,
luego empezó a tocar la puerta y a hablarle en tono bajo, intentó entrar y
finalmente la llamó con insistencia, fuerte por su nombre. Caía un torrencial
aguacero, los relámpagos iluminaban toda la habitación. Como no había
respuesta, tomó un cuchillo y abrió la puerta, se encontró con Camila colgada
con el cable de la ducha. El silencio sepulcral se apoderó de la habitación, Laura
no podía hacer más que tomarse la cara con las dos manos, su llanto era ahogado
y se opacaba por la respiración agitada que le ocasionó un fuerte dolor en el
pecho.
Miles
de pensamientos pasaron por su cabeza, nadie creería su versión, ella no solía
frecuentar este tipo de lugares ni personas. En este momento recordó el corazón
que todavía estaba pintado afuera del hospital, alguien podría relacionarla con
esa muerte, de esta forma su carrera, matrimonio y familia quedarían arruinadas
para siempre. Tenían la forma de vincularla con Camila, seguro que llegarían a
ella, así que tomó la decisión de bajarla del techo, desató el cable de su
cuello, la puso con dificultad sobre la cama, pensó cómo sacarla o en donde dejarla
pero no podía pensar con claridad. Intentó meterla en la hielera del piso pero
se encontró con uno de los empleados que le preguntó si necesitaba algo, que la
nevera estaba fuera de servicio pero que si quería hielo él lo conseguiría. Aunque
cuando se registró no dio su verdadero nombre y tenía gafas oscuras, ya había
alguien que la había visto merodeando por ahí así que este no era el mejor
lugar para dejarla.
Regresando
a la habitación se encontró con el carro de la mujer del aseo y logró sacar
unas bolsas negras grandes para la basura. Ya adentro volvió a tomar el pulso
de Camila con la esperanza de que estuviera con vida pero comprobó que no tenía
signos vitales y además sus ojos y labios eran de un color azul negruzco que
confirmaban que estaba muerta. Una bandada de moscas salió de la ducha, se le
paraban en la cabeza, no dejaban de fastidiarla.
Rompió
las bolsas para que quedaran como una sabana e intentó enrollarla, pensó en
tirarla por la ventana para que pareciera que había tenido un accidente, pero
volvía a pensar que no podía darse el lujo de que la relacionaran con su
muerte, teniendo los moviles perfectos para haberlo hecho. Así que tomó la
decisión de descuartizarla. No era cirujana pero había tenido formación como
para conocer la mejor forma de partir en pedazos un cuerpo. En este momento las
moscas se habían multiplicado, abrió las pequeñas ventanas detrás de la cama y
con una almohada intentaba que salieran, pero parecían estar muy cómodas y no
dejaban de revolotear en toda la habitación.
Forró
la cama con algunos plásticos y utilizó el cuchillo que les había servido para
partir la carne. Cortó, rajó, desgarró. Empezó por la cabeza, luego siguió con
los brazos y terminó con las piernas, asegurandose de cortar por las
articulaciones para no tener que partir el hueso, no podía hacer ruido ni
tampoco tenía las herramientas suficientes. Sudaba profusamente, sus dedos
estaban ampollados y pasó toda la noche partiendo en pedazos a la mujer que se
había enamorado de ella.
Envolvió
las partes en el cubrecama, les hizo un nudo con la cuerda de las cortinas y
las metió debajo de la cama. La lluvia no dejaba de caer y las moscas de
fastidiar. Prendió su celular y encontró treinta y dos llamadas perdidas de su
esposo. Lo llamó, le dijo que se había quedado sin batería y atrapada fuera de
la ciudad en medio de la tormenta mientras dictaba una conferencia en la
universidad en la que era docente. Su esposo no estaba convencido, pero ella le
aseguró que dormiría en la casa de su hermana y volvería al día siguiente.
Esperó
a que amaneciera, abrió la puerta y se asomó al pasillo de las habitaciones.
Cuando había ya salido casi completamente se encontró con la señora que
arreglaba las habitaciones. Se presentó y la llamó doctora Laura, le preguntó
por Camila y le dijo que era Marcela, su madre. Tenía unos descuentos por ser
empleada del lugar, su hija le había contado mucho acerca de su amiga Laura,
así que le consiguió una reserva para una velada de chicas. No era mucho para
la mayoría, pero para ellas era una cómoda guarida, la oportunidad de disfrutar
de un lugar tranquilo, una cama limpia y agua caliente.
Una
sonrisa nerviosa se pintaba en su cara mientras cerraba la puerta y le decía
que estaba bañándose y ya salía. No sabía qué iba a hacer, así que pidió
disculpas y entró de nuevo en la habitación. No tenía salida, tenían todo para
culparla, además de parecer que la había matado, la descuartizó. En qué momento
se le había ocurrido aceptar esa invitación y más por qué no había utilizado la
cicuta que había llevado por si Camila se ponía pesada. Tenía planeado darle el
veneno antes de despedirse para que hiciera efecto cuando ya no estuvieran
juntas, tal vez en la calle, sola, sin que nadie las conectara. De todas formas
tenía claro que no iba a dejar que estropeara su vida, pero no se explicaba en
qué momento decidió partir en pedazos su cuerpo. Había cometido muchos errores
por salirse de su plan, esta era la primera vez que le pasaba, pues se
caracterizaba por ser fría y calculadora. Su secreto es que no era la primera
vez que un paciente se enamoraba de ella y que accedía a tener una aventura,
muchos le decían que despertaba bajas pasiones, la diferencia era que en otras
oportunidades los había logrado eliminar sin remordimientos ni evidencia.
Se
acostó después de pegarse en la cabeza contra la pared como para hacer que las
ideas brotaran de su mente, lloraba desesperadamente y se revolcaba repitiendo
lo estúpida que había sido. En ese momento la mamá de Camila tocó a la puerta
anunciando el servicio de aseo de la habitación. Como estaba con seguro, llamó
a Laura por su nombre y trató de abrir con fuerza la chapa. Laura no fue capaz
de contestar y sintió que no tenía salida. Quedaba un cuarto de vino en una de
las botellas, vació el veneno que pensaba utilizar con Camila y se lo bebió. Se
metió debajo de la cama junto al cuerpo descuartizado de Camila en donde miles
de moscas negras se posaron sobre ella provocándole el más profundo asco y
fastidio. Empezó a gritar y un ataque de pánico se juntó con el veneno que
estaba empezando a hacer efecto, su corazón dejó de latir y quedó muerta justo
cuando la policía violentó la puerta logrando entrar a la habitación llena de
moscas negras.