viernes, 5 de junio de 2020

El huésped de la habitación 201

Constanza Aimola


Desde que lo conocí no me dio buena espina, sin embargo, resultamos involucrados en una relación tormentosa y tóxica, creamos un vínculo que estuvo enmarcado en secretos, escapadas, en fin, todo aquello que significa prohibido.
Ahora recuerdo los hechos y sé que fui una ilusa al pensar que íbamos a terminar bien, la relación empezó y continuó realmente mal, empeorando en esta bendita cuarentena en donde terminó en un juego macabro que no puedo evitar contarles. Gerardo y yo nos conocimos en la oficina, trabajamos en la misma empresa, aunque en departamentos diferentes, pero todo el tiempo estábamos en contacto. Yo era soltera en ese momento, acababa de hecho de salir de una relación que ocupó toda mi adolescencia y parte de la adultez, que me dejó extenuada de cansancio y no quería nada serio. Él me dijo que tampoco estaba con nadie y como no me interesaba tener nada serio en ese momento, mucho menos con alguien que no tenía muy buena fama, me dejé llevar, disfruté de su compañía ocasional.
Todo iba más o menos bien hasta que el malestar y varios síntomas me indicaban que estaba embarazada. Desde ese momento empezaron a cambiar las cosas porque el tiempo que antes era opcional ahora se volvió un poco obligado, para mi sorpresa le cayó bien la llegada de un hijo, estuvo interesado en verme y cuidarme, aunque por ahora la relación seguía muy en silencio.
Así transcurrió la mayor parte del tiempo hasta que tuve mi hija, porque finalmente desapareció. De vez en cuando la visitaba o le mandaba regalos, a veces, de forma mágica tenía explosiones de amor hacia mí, después de tenerme abandonada por días, incluso semanas, me llamaba, enviaba flores o escribía, me pedía que nos viéramos y en ocasiones se quedaba en mi casa. En este tiempo no vi ningún comportamiento extraño, era un hombre normal, atendía a su hija, veíamos películas, pedíamos comida, nada extraño.
Estuvo medianamente presente, aunque se me salió del corazón desde que quedé embarazada, o más bien nunca ocupó un lugar importante, pero el fastidio era más fuerte y se me dificultaba cumplir los roles de una pareja normal.
En la oficina solo contadas personas se enteraron de la relación cuando mi hija cumplió un año, al mismo tiempo que este hombre empezó a cambiar. Más que sospechar algo por un cambio conmigo, su rendimiento laboral se fue a pique, llegaba tarde, se comportaba de forma extraña, hasta empecé a pensar que estaba consumiendo drogas o metido en negocios raros porque no le encontraba otra explicación. Finalmente dejó de ir a trabajar, en ese momento no me enteré por qué había sido, pero más adelante lo comprendí, no necesitaba el trabajo, actuaba todo el tiempo, lo utilizaba para encontrar mujeres y no porque necesitara el dinero, más adelante encontrarán conmigo la explicación a esto.
Desde la gerencia tomaron la decisión de despedirlo porque simplemente desapareció del todo y nunca volvió. Le enviaron la carta de despido por correo certificado, tiraron sus cosas personales a la caneca de la basura. La gerente de la compañía, que es mi amiga personal, me pidió el favor de que revisara algunos archivos con datos de clientes e información que necesitaban urgente y otros que utilizarían para hacer la entrega del puesto a la persona que lo iba a reemplazar.
Estando en esto me encontré por casualidad con algunas de sus redes sociales, aún estaban abiertas en su computador. Lo había bloqueado porque se volvió inaguantable que me celara, revisara todas mis publicaciones y se pusiera celoso porque alguien le ponía me gusta a cualquier foto.
Era una persona con varias vidas paralelas. Tengo que aceptar que revisé sus redes sociales, en donde lo vi con varios perfiles, diferentes formas de vestir,  otras parejas, como esposo, amante, padre, no podía cerrar la boca porque creí que lo conocía. Estaba aterrada de descubrirlo y empecé a entender algunos comportamientos. La verdad no era que me importara mucho, sin embargo, me hacía una pequeña ampolla en el corazón, no he tenido éxito en las relaciones, tener una hija en común y alguna vez haber pensado que la relación podría funcionar se convertía en un fuerte golpe.
Aquí empieza lo más álgido de la historia porque aunque estuve dos días pensando si debía hacerlo o no, me decidí a contactar a la mujer más joven que aparecía con Gerardo en las fotos de las redes sociales. Al golpe inicial se sumó el impacto de confirmar que estaba con ella, que eran pareja y que vivían una vida loca llena de excesos mientras yo estaba sola con mi hija criándola sin ayuda.
Empezamos a hablar, tuvimos conversaciones acerca de varios temas y nos escribimos por largas horas. Desde entonces hemos estado siempre en contacto. Descubrimos que nos escribía casi los mismos mensajes, correos electrónicos cargados de pasión y amor, que prácticamente calcaba para enviarlos a la otra. Aproximadamente un mes después, Bárbara, como se llama su otra novia, me escribió para contarme que habían terminado y que lo sacó de su casa. Ella lo había seguido, descubrió que se estaba quedando en el hotel Cecil. Esto sucedió un poco antes de iniciar la cuarentena por coronavirus, dejé a mi hija al cuidado de mis padres y me hospedé en el hotel para poderlo espiar, así vería qué era lo que pasaba, intentar ver si lograba descubrirlo.
El hotel Cecil es un viejo inmueble en el centro de la ciudad. Pertenece a la historia por haber hospedado a grandes leyendas de la farándula nacional e internacional. Es difícil explicarles esto con palabras, pero su olor se asemeja a un viejo fumador que se baña poco, al que se le mojó su gabardina, la guardó húmeda. Aún tiene tapete en sus habitaciones, restaurante, parte del bar y la recepción. Está decorado con elementos rústicos empolvados, unas lámparas con bombillos de muy buena calidad que deben de llevar décadas ahí puestos en lámparas de lágrimas de la época de la colonia. Obvio una luz tenue con ambiente algo romántico. La verdad es acogedor, nunca había estado allí, no me disgustaba del todo.
El hotel está separado por dos áreas, la que daba a la avenida y otra que tenía vista a los cerros, son edificios independientes divididos por un vidrio. Del lado del que yo estaba, la parte más nueva, se veía a través del vidrio, sin embargo, desde el otro lado no podían verme. Esto facilitó que lograra pasar desapercibida y ver cada uno de sus comportamientos.
A medida que pasaban los días fui identificando sus rutinas. Bajaba a desayunar a las ocho, pasaba al restaurante por un café, leía el periódico. A las once bajaba de nuevo por otro café ya con otra ropa, por lo general un suéter de lana, se notaba que se había bañado y afeitado. Leía algunas páginas de uno o dos libros, también tomaba nota.
Algunas veces se levantaba de su silla para recibir una llamada y se paseaba por todo el café mientras hablaba, por cierto en un tono alto, utilizando términos legales que jamás le había escuchado. Se veía hasta interesante, no había notado cómo le quedaba de bien el color azul oscuro que combinó a la perfección con un pantalón caqui con mocasines cómodos de color crudo.
Un día vino a verme Bárbara, entró directo por el ascensor del ala nueva en donde me hospedaba, estuvimos hablando un rato. Con terror veía como se acercó Gerardo, habló con Guillermo el empleado que atendía la recepción y ni se enteró de la presencia de Bárbara, quien lo miraba de vez en cuando de reojo. Yo caminé rápidamente hacia la peluquería, pero Bárbara se quedó petrificada del susto, lo único que atinó a hacer fue hablar con el botones mirando una revista. Finalmente él se retiró y yo regresé de la peluquería para morirnos de risa, era uno de esos ataques que me ocurren cuando estoy muy asustada. Nos despedimos y subí directo a mi habitación.
Al otro día bajé a desayunar a las siete de la mañana, justo cuando abren las puertas del restaurante, para no encontrarme a las ocho a Gerardo, poder observar qué haría de diferente y ver si podría cogerlo en alguna mentira o movimiento sospechoso para desenmascararlo.
Desayuné algo muy sencillo, llamé a mi mamá, me puso al teléfono a la niña para que escuchara mi voz. Al mismo tiempo tomé un postre de arroz con leche que en ese hotel es maravilloso y me fui comiéndolo con una diminuta cuchara que lo hace más delicioso.
Iba saliendo, no me lo van a creer, pero cuando levanté la cara me encontré de frente con Gerardo, ya bañado, perfumado y afeitado, paré en seco, él también por lo que se le cayó un libro, su libreta de apuntes y una pluma. Me pidió disculpas, me preguntó si estaba bien. No dije ni una palabra, me metí los pelos que se me habían salido de la moña, detrás de la oreja, seguí mi camino.
Estaba aterrada, en el ascensor pensé que lo había visto algo diferente y claro que me di cuenta que no era Gerardo, era alguien muy parecido a él.
Me hospedaba en el quinto piso, pero en el tercero quité mi tarjeta del ascensor, lo frené en seco, salí y bajé por las escaleras a toda velocidad para acercarme a Manuel el conserje de día, le pregunté por Gerardo. Se lo describí, así fue como me confirmó que estaba hospedado en una habitación del hotel de propiedad de su hermano, un prestigioso y reconocido abogado que le había abierto las puertas porque su esposa lo había sacado de la casa.
Le pregunté a Manuel la hora en que saldría a su descanso, lo cité en mi habitación para sacarle información, todos tenemos un precio y estaba segura de que iba a poder darme muy buenos datos. Era el huésped de la habitación 201, me contó que era el hermano malo, el vicioso, el mujeriego, el que no había terminado la universidad, quien hacía avergonzar a su familia. Me habló de sus padres y de su esposa, como lo oyen, la esposa, es decir, que no tenía una, ni dos o tres novias, era casado oficialmente con Mariana una señora joven con dos hijos en edad preescolar. Su esposa al parecer no lo quería y se había casado por conveniencia, ya que Gerardo pertenecía a una familia muy adinerada, dueños de cadenas hoteleras por todo el mundo. Fue un matrimonio acordado entre familias con el que esperaban que se ajuiciara porque siempre ha sido la oveja negra.
Aunque Mariana era la señora, también extraoficialmente frecuentaba amantes que incluso llevaba al hotel a tomar café o alguna copa, todos lo sabían, hasta Gerardo a quién no le importaba, tal vez porque él hacía lo mismo. Ella intentaba pasarles por el frente a Gerardo y toda su familia estos hombres para que se enteraran que ella también era exitosa con otras personas fuera de casa, además que no le importaba su esposo.
El tipo era el rey del disfraz, le sacaba provecho a sus vidas paralelas, salía con diferentes mujeres y hasta hombres según me contó Manuel a quien tuve que sobornar fuertemente.
Llamé a Bárbara para le conté todo, pasé una larga noche, casi no puedo conciliar el sueño, me dediqué a ver televisión para recabar todo esto que había sucedido, encontré muchas explicaciones y quedé aterrada con lo lejos que puede llegar una persona tan trastornada, pensar que lo dejé tantas veces estar al lado de mi hija. Le conté todo, lo de sus relaciones, vicios, excesos y las dos hicimos la promesa de no volverlo a ver nunca más. El plan era irnos juntas a Argentina en donde vivía su hermano para perdernos de ese hombre olvidándonos de todo.
Acababan de declarar la cuarentena preventiva y debía volver a casa, me levanté con la intención de salir temprano, pedí un café, me bañé y llamé a la recepción para que vinieran a revisar la habitación. Ya estaba a punto de terminar de alistar todo para salir cuando golpearon a la puerta, no era el botones, era Gerardo. Me insultó, entró a la fuerza, me tapó la boca, me preguntó qué hacía allí, en repetidas ocasiones mientras me susurraba al oído, pero con mucha fuerza. La saliva salía de su boca, podía sentir su cara caliente y sudorosa pegada a mi mejilla.
Mientras me empujaba seguía corriéndome hacia atrás, tomé la pluma de encima del escritorio, se la clavé en el cuello, me gritó que iba a matarme mientras se desangraba. Poco a poco se fue desvaneciendo y se empezó a arrastrar hacia mí. Lo miraba aterrada, tomaba mi cara, me tapaba la boca yo misma, nunca había sentido tanto miedo en la vida. Finalmente se sacó la pluma y dejó de hablar, ya solo hacía ruidos extraños, volteó los ojos, perdió el conocimiento. Pasé varios minutos intentando pensar, pero estaba bloqueada, ya como a las diez recordé, que se aproximaba la hora en la que Manuel tomaba su descanso, lo llamé para suplicarle de forma calmada que fuera a la habitación.
Llegó en pocos minutos, lo tomé del brazo, lo jalé para que entrara rápidamente, le mostré el cuerpo de Gerardo sin vida tirado en el piso sobre un tapete. Me preguntó qué había hecho,  le expliqué que estaba defendiéndome, la verdad estaba tan asustada que me senté a mirar por la ventana, me dio un vaso de agua, seguido de esto me pidió que saliera normalmente del hotel, que él lo arreglaría.
Con toda la sangre fría que pude hice lo que Manuel me dijo, después de prometerle que lo recompensaría. Fui a casa de mis padres, almorcé, recogí a mi hija, atravesé la ciudad muy rápido porque ya había comenzado el simulacro de la cuarentena y me fui para mi apartamento.
No podía dejar de pensar en el accidente, constantemente la cara de Gerardo mientras se desvanecía me perturbaba, había adelgazado casi ocho kilos en algo más de una semana y me veía muy demacrada. Varias veces intenté convencer a mis padres cuando hablábamos por video llamada, que era debido a la luz del celular que se estaba averiando.
Por fin recibí la llamada de un número desconocido, resultó ser Manuel quien me contó con gran naturalidad que, aprovechando la cuarentena, poca afluencia de empleados y huéspedes, empacó el cuerpo sin vida de Gerardo en una bolsa gruesa, la amarró con hilo de asar carne que encontró en la cocina. Tomó ladrillos, cemento y otros materiales de la obra que adelantaban hace varios días para arreglar una humedad en el sótano, para construir un muro falso en la pared del armario, estucó, pintó y quedó como si nada.
No pude evitar llorar al otro lado del teléfono, estaba atravesando por una crisis, de lo que me di cuenta cuando se mezclaba la risa con el llanto. Parecía una persona desequilibrada.
Ahora observo a mi hija y pienso que es mejor que nunca conozca al hombre que le dio la vida, por eso yo se la quité para impedirlo.