jueves, 30 de agosto de 2018

El otro mundial


Paulina Pérez


No podía esperar a que amaneciera, su madre había colgado el uniforme en la puerta del closet, las medias eran tan blancas que parecían tener luz propia, los zapatos impecables, con los cordones nuevos y bien tejidos y las suelas negras relucientes como si hubieran sido barnizadas.

Las paredes de su cuarto estaban tapizadas de fotos de las estrellas del futbol del pasado pero sobre todo actuales, las había coleccionados desde que tenía memoria. En el armario las camisetas con los nombres y los números de los capitanes de los equipos de diferentes países y selecciones ocupaban un lugar especial. Bastaba con entrar en su habitación para saber que el rey de los deportes, como solían llamarle, lo había cautivado desde muy pequeño.

Su madre apoyaba su afición e incluso lo inscribió en una escuela de futbol reconocida pensando que si tenía talento sería tomado en cuenta en algún momento y quizás en el futuro su foto también aparecería en las grandes revistas y pantallas al igual que las de aquellos cracks que tanto admiraba.

La luna llena atenuaba la oscuridad de la habitación a través de la ventana. Estaba tan emocionado que al final fue rindiéndose al sueño. Se levantó muy temprano, tomó una ducha caliente, restregó muy bien su cuerpo, y luego de dejarlo totalmente seco, se colocó la camiseta. Parado frente al espejo peinó su cabello de diferentes formas –durante unos treinta minutos- hasta encontrar el estilo perfecto; una vez convencido de cómo quedarían sus cabellos se colocó el fijador abundantemente, no podía arriesgarse a que un viento fuera el culpable de que saliera fatal en las miles de fotos que ese día le sacarían.

Su madre le había preparado un desayuno ligero, lo conocía muy bien y sabía que los nervios le revolvían el estómago, era preferible que pasara algo de hambre, ya después del gran momento irían a comer todo lo que quisiera.

Estaba impecable, el uniforme le quedaba perfecto y hacía juego con sus facciones y el color de su piel. Antes de salir de casa su madre lo fotografió un millón de veces con su celular.

Ninguno de los dos olvidaría ese momento.

Llegaron al estadio y una coordinadora lo recibió para llevarlo directo a los camerinos, su madre lo esperaría en un asiento previamente asignado en los graderíos, no en los palcos, pero en un buen lugar, un progenitor por niño tenía asegurado su puesto.

Pasaron unos cuarenta minutos antes de que por los altavoces anunciaran la salida de las dos selecciones, el estadio estaba a reventar y los aplausos y vítores de los asistentes retumbaban en los camerinos. Los equipos salieron a la cancha, cada jugador con un niño de su mano, y ahí estaba él, con una ligera sonrisa en el rostro y el corazón a punto de salírsele del pecho. Un momentáneo silencio precedió a la entonación de los himnos nacionales de cada país, luego de las fotos los niños regresaron a los camerinos para que los encargados de ellos los llevaran junto a sus padres.

A pesar de haber sentido que todo pasó en un segundo y había esperado toda una vida por ello, estaba feliz, infinitamente feliz. Tenía el libro de autógrafos de puño y letra de los ídolos y las fotos que serían el testimonio de que fue parte de un mundial de futbol.

Una vez sentado junto a su madre una mesera se acercó con una gran bandeja de comida y refrescos y cuando se disponía a tomar la botella de coca cola con su foto y nombre impresos en la etiqueta recibió un golpe en la cara.

Compartía la cama con su inquieto y pequeño hermano. Estaba acostumbrado a recibir, manotazos, codazos, o un puntapié. Pero esta vez quería matarlo, el sueño había sido tan real, tan vívido que no sabía si podría perdonarlo por haberlo despertado tan abruptamente. Los padres trabajaban muy duro y a duras penas alcanzaba para comer y mandarles a la escuela pública. El balón de futbol que tenían era de aquellos rellenos de lana de ceibo para que duraran muchos años, la ventaja era que enduraban los pies y si algún cazatalentos se daba la vuelta alguna vez por las canchas polvorientas de los alrededores, tal vez podría ver lo hábil y fuerte que era. Si eso ya pasó con Maradona, tal vez podría repetirse el milagro.

Se levantó de la cama y abrigó a su hermano con las mismas cobijas desteñidas y llenas de retazos de siempre. Su hermana estaba lista para salir al colegio y ya había preparado el agua de panela con tortillas de maíz que desayunaban cada día. Vestido con el pantalón corto y la camiseta vieja llena de manchas de tintura y grasa tomó el cajón de limpiar zapatos y salió a trabajar, debía aprovechar la mañana. Luego de hacer algo de dinero, regresaba a casa y almorzaba con su hermanito. A las doce en punto salían juntos a la escuela vespertina.

De camino a la escuela, con sus caritas lavadas, resecas, con algunas manchas blancas causadas por el sol y el polvo, los cabellos peinados y tiesos; él con el uniforme estrecho y su hermano con uno tres tallas más grandes de manera que debía doblar las mangas y las bastas, se pararon a mirar los últimos minutos de un juego de futbol de las semifinales mundialistas a través de la ventana de un restaurante que tenía colocada una gran pantalla para que los comensales miraran los partidos mientras almorzaban.

viernes, 24 de agosto de 2018

El viaje


Constanza Aimola


Aquí estamos sentadas en un vuelo nacional, huyendo de los recuerdos que le dejó su ex novio después de que terminara una relación de seis años, por correo electrónico. Lloraba con todo, estaba tan sensible como era posible y de pronto, después de obligarla a tomar varios calmantes, pudo conciliar el sueño. Las dos elegimos el pasillo, ahí la tenía a mi lado izquierdo, profundamente dormida con la boca abierta y saliéndole saliva de medio lado hasta mojar su hombro. Estaba helada por el aire acondicionado, así que le puse mi saco encima. Cuánto lo siento, de verdad y de corazón me duele su dolor, cada uno de sus miedos, angustias, pensamientos reiterativos rodeados de tantos ¿por qué?

Estoy escribiendo porque no tengo la fortuna de poder dormir en los vuelos, mucho menos en uno corto, solo estaremos en este avión dos horas, además de la que pasamos esperando a que despegara en medio de la pista, al parecer el piloto que estaba programado para este vuelo se incapacitó a última hora.

Sin pensarlo lo dejé todo, mi esposo, mis hijos, el trabajo, las obligaciones y salí a este viaje en el que esperaba alejar a mi amiga del ruido de sus pensamientos y separarla de cualquier medio por el que pudiera comunicarse con el hombre que le partió el corazón.

Era difícil para mí porque los dos eran mis amigos, habíamos compartido tanto tiempo juntos, solos y en pareja, estuvieron presentes en mi boda, embarazos, cumpleaños y presenciaron la crianza de mis pequeños bebés.

Ahora éramos solo ella y yo, no dudé un instante en romper cualquier vínculo y relación con aquel especímen que decidió de pronto que no tenía con ella muchas cosas en común y que se iría a estudiar a otro continente. Eso sí antes de sepultar la relación, quiso dejar la puerta abierta diciendo que podían seguir siendo amigos, comunicándose por internet. A este pedazo de poco hombre le parecía que el mundo está muy evolucionado y que la amistad podría ser duradera a larga distancia.

Un, dos, tres cafés, y ya empezaba a sentirlos dentro de mi organismo, mis manos temblaban levemente, sentía el corazón acelerado, empezaba a tener dolor de cabeza, tal vez porque no había desayunado nada. Traté entonces de cerrar los ojos para poder descansar, pero no lo lograba, los pensamientos rondaban mi cabeza y para un escritor es importante aprovechar cuando eso sucede, hay que tener material de reserva cuando las ideas son las que se han ido de paseo.

Ella seguía como desmayada, ni se enteraba de la odiosa turbulencia y la abuela con cuello ortopédico a su lado que roncaba como un tren. A mí, la idea del tarado de su novio pensando en la disculpa para salir del país a vivir la gran vida de soltero con un harem de mujeres rodeándolo me atormentaba.

Joaquín fue empresario muy joven, no era millonario, pero se daba todos los gustos que alguien a su edad quiere darse. Tenía un automóvil rojo último modelo y vendía casas como pan caliente en el auge inmobiliario de la ciudad en la que vivían. Tengo que decirlo, lo quería mucho pero se me ha vuelto incomprensible la razón por la que está dejando a mi amiga, la mujer con la que cualquier hombre quisiera pasar cada minuto de toda su vida.

Sigo aquí en el vuelo 9832 de la aerolínea más popular de mi país, a estas alturas tengo los oídos y la nariz tapados, siento el aire acondicionado queriéndose meter en mi cerebro para no dejarme pensar, sin embargo, tengo que seguir escribiendo, no puedo parar.

Por fin el aviso del piloto, «Listos para aterrizar». Y sí, mis oídos van a explotar un resfriado en pausa hacía varios días está queriendo salir por ahí. Pronto aterrizamos, bajé las maletas de mano de los compartimentos superiores del avión y me dispuse a esperar a que abrieran la puerta, de pie, con cara de aburrimiento, como todos los demás pasajeros, en un profundo silencio.

Solo cuando la fila se empezó a mover desperté a mi amiga dándole un pequeño toque en su hombro. Nos formamos para bajar como todos los demás; ella lo hacía mientras bebía los últimos sorbos de agua de su botella personal, lo que parecía más bien un intento por tragarse las lágrimas.

Abordamos un bus de servicio ejecutivo que nos llevaría por fin al hotel. En el camino llovía un poco y hacía mucho calor, no hubo palabras, solo susurros para señalar algo, tímidas sonrisas y profundos suspiros.

Por varios años sufrí estos mismos síntomas, por lo cual sabía perfectamente cómo se sentía. Por fin llegamos a Barú, una hermosa y paradisiaca isla cerca de Cartagena. Se respiraba un aire de tranquilidad y paz, bueno, hasta que llegamos al área del comedor y la piscina en donde conté doscientas ochenta personas en lo que alcanzaba a cubrir mi rango de visión y mientras nos traían un helado jugo de sandía.

Eran las dos y media de la tarde y todavía debíamos esperar un rato más para que nos entregaran la habitación por lo que decidimos dar un paseo por la playa. Trataba de animarle constantemente, le contaba chistes tontos, le tomaba fotos y de lo que menos quería hablarle era de su ex novio. De pronto se quedó mirándome, sus ojos se cristalizaron por las lágrimas y me preguntó entre el llanto la razón por qué le había tocado esto a ella. La abracé con fuerza y al mismo tiempo la empecé a sentir muy pesada, se desmayó en mis brazos.

Empecé a gritar con todas mis fuerzas y quienes me conocen saben que soy especialista en esto. Las personas que estaban a nuestro alrededor nos ayudaron y la acostaron en una silla de las que ponen frente al mar. Una gran sombrilla alejaba el sol de su cabeza y una bayetilla roja mojada en el agua que enfriaban los cocos en la playa refrescaba su frente. Poco a poco fue recobrando la consciencia y mientras abría los ojos despacio, se tocaba la cabeza. Decía que le dolía y pidió agua.

Un grupo de niños llegó con el salvavidas de la playa del hotel, se habían dado cuenta de lo que le pasó a Kelly y fueron a llamarlo para ver si la podía ayudar. Él se acercó suavemente y la tomó por la quijada, me alejé un poco para darle aire y permitirle que hiciera su trabajo. Escuchaba que susurraba algo, mirando el celular me paré de lado, del derecho que es el oído con el mejor escucho y le decía que era un ángel, una aparición y… algo que no puede escuchar, de pronto se abrazaron, Kelly se puso en pie y le daba besos en las mejillas. Resultó ser su primer amor, un vecino del barrio al que conoció a los ocho años.

Gritaba como loca y me preguntaba si sabía quién era este hombre, que era una aparición y que lo había buscado por mucho tiempo. Me pidieron disculpas y se fueron a caminar por la playa, obviamente los dejé solos, les dije que me quedaría leyendo un libro y que hablaran de todo lo que les había pasado en este tiempo lejos.

A las cinco de la tarde en punto sonó la alarma de mi teléfono, recordándome que debía tomar una pastilla. La saqué de mi bolsa y me dirigí al kiosko de snaks por una botella de agua. Me asomé por el barandal y los vi a lo lejos mientras el sol se escondía, se empujaban suavemente, se tomaban de la mano y tímidos se soltaban.

El administrador se me acercó para que fuera a recibir mi habitación. Eran las 111 y 113. Debido a que vi a mi amiga tan entusiasmada, le dejé una nota en la recepción y me dirigí con su bolsa de mano y saco a mi cuarto. Las maletas por fortuna las dejaría el botones en nuestra habitación. Dejé todo organizado, me bañé y cambié y salí a buscar a Kelly. Estuve dando vueltas más de una hora por todo el hotel y no la encontré. Decidí entonces dirigirme al pequeño y rústico restaurante italiano del hotel para cenar. No podía creer que Kelly se estuviera perdiendo de esto, había montañas de salami y jamón serrano, un gusto que teníamos en común.

Al terminar, me paseé por la piscina por donde había concurso de postres con los chefs de los hoteles más prestigiosos de la zona y tomé unos cuantos. Le hice charla a algunos huéspedes para no aburrirme, le quité dos vasos con un licor de color rosa a uno de los banqueteros y bajé como cien escaleras para llegar a la playa con las sandalias en las manos para no llenarlas de arena.

Tomé rápidamente el trago un vaso tras otro y dejé uno en el piso. En el otro empecé a recoger piedritas y conchas. Ese trago sí que estaba fuerte, me daba vueltas la cabeza. Empecé a tararear una canción y tambalearme en la playa mientras me mojaba los pies con una que otra ola. Una piedra llamó mi atención era color violeta y se transparentaba hasta el centro. No sabía si era realidad o efecto del trago, pero tenía un brillo hermoso que salía de la mitad. La puse en el vaso entre las otras y pensé en que sería un lindo regalo para la colección de mi hija.

Ya sentía el sueño venciéndome, además estrenaba un vestido que me apretaba, no me lo había medido en la tienda cuando lo compré y esto sumado a la inflamación propia del calor, me hacía sentir que iba a explotar. Finalmente me fui a la habitación. Antes pasé por la habitación de Kelly, no se escuchaba nada. Revisé en la bodega para las maletas que en este hotel estaba al lado de cada puerta de los cuartos y su maleta aún estaba con la etiqueta de la recepción del hotel.  

Puse el aire acondicionado en lo máximo, vi una película y media y me quedé profundamente dormida hasta el otro día cuando las palomas picoteaban en mi vidrio, los pájaros cantaban y el sol empezó a traspasar las cortinas.

Me desperecé y lo primero que me vino a la cabeza fue Kelly. En qué sería lo que habría pasado. Cepillé mis dientes, me bañé y me puse un lindo y nuevo traje de baño color café con pequeñas líneas doradas y naranjas. Encima, un vestido suave y suelto con arabescos azul y amarillo. Agregué al atuendo unos collares largos de perlas falsas y pegado a mi cuello el dije de diamante que me regaló mi esposo en la Navidad.

Ahí estaban las piedras y las conchas en el vaso, tomé la púrpura y la acaricié mientras tenía los recuerdos de la noche anterior. Suspiré y la puse de nuevo en su lugar. Quise llamar a mi esposo pero no había señal de celular en la habitación, así que lo puse en mi bolso con la esperanza de que en el restaurante pudiera hablar.

Tomé un libro y todo lo que necesitaba para un día soleado y lo puse en mi gran cartera dorada. El bronceador para el cuerpo, el bloqueador para el rostro, gafas, toalla, llaves y di una pasada por la playa. Aún era temprano y en este lugar los huéspedes suelen dormir hasta tarde. El olor era maravilloso, hace mucho no sentía el aroma a mar virgen. El sol empezaba a salir y ya sentía cómo quemaba mis mejillas, se podía respirar un aire fresco y limpio. Caminé un poco pero no encontré a Kelly, así que subí las escaleras que bajé la noche anterior, ahora parecían muchas más. Casi sin respirar llegué arriba, el hotel estaba un poco diferente a como lo recordaba, le eché la culpa a los tragos.

Me dirigí al restaurante para tomar el desayuno y uno de los meseros se me acercó como si me conociera, yo no lo recordaba. Me dijo que le extrañaba que estuviera en ese lugar y me pidió que fuera al privado en donde me estaban esperando Andrés y Kelly quienes celebraban sus diez años de matrimonio.

miércoles, 22 de agosto de 2018

Extorsión

Yadira Sandoval Rodríguez


En un laboratorio se encuentra un investigador de nombre Alberto Robison doctor en ingeniería química. Es un hombre de un metro setenta y dos centímetros de estatura de carácter tranquilo y amable; piel morena y cabello castaño con rostro jovial; tiene cuarenta y seis años. La esposa, quien se llama, Martha Estrella, también es investigadora, juntos han logrado muchos avances en la ciencia. Tiene cinco años trabajando en una investigación que consiste en encontrar una proteína llamada GDF11 la cual está en la sangre. En esta primera fase inyectó a ratones viejos una proteína extraída de ratones jóvenes, para acelerar el aprendizaje y la memoria. Alberto está emocionado, así como los asistentes: «Con este descubrimiento podré darme a conocer entre la comunidad de científicos a nivel internacional, y así recibir más financiamiento para este laboratorio. De aquí pasaremos a la siguiente fase que es hacer experimentos con humanos. Es interesante estamos a un paso de encontrar la solución a enfermedades como la demencia senil y el Alzheimer». 

A los lejos se escucha el alboroto del equipo, la mayoría son jóvenes pasantes de las áreas de ingeniería química, genética, física y doctores en biología molecular. Dieciséis personas trabajan para un centro de investigación que se sostiene con dinero del gobierno e iniciativa privada. Está localizado al norte de la ciudad de Guadalajara, en el municipio de Zapopan, Jalisco. Es un área que incluye bonitos centros comerciales, restaurantes, condominios, departamentos elegantes y campos de golf. La parte bonita de la ciudad, el fraccionamiento se llama Puerta de Hierro. El edificio donde están ellos tiene veinte pisos.  

El doctor Alberto Robison saluda alegremente a los compañeros de investigación. Mientras alista las cosas para salir del trabajo y festejar con Martha, Alberto saca una botella de vino y la comparte con todos; a la media hora sale del edificio. En eso se le acerca un compañero, quien es el mejor amigo del doctor Daniel Vázquez y le dice: 

—Alberto es interesante lo que hemos logrado, pero ¿cuándo empezaremos los experimentos con humanos?

—Eso todavía no lo podemos hacer. Debemos continuar con las pruebas, la información genética es infinita. Posiblemente hay otras proteínas las cuales no hemos descubierto, y eso nos permitirá llegar a nuevos resultados. Doctor Daniel, recuerda la ciencia es de pasos pequeños, pero grandes para la humanidad. 

—Tienes toda la razón, Alberto. 

A la media hora de convivir, sale del edificio. Alberto se despide del vigilante en turno y le comenta que el equipo está en el laboratorio. «Perfecto, doctor. Nos vemos mañana, que descanse».

Martha recibe al doctor en la puerta con los brazos abiertos, le da un beso en los labios y le dice al oído: «Felicidades, querido. Te amo». Alberto le da las gracias con una sonrisa. Después se dirige al cuarto de estudio para dejar las cosas. Martha pone música de Joaquín Sabina, mientras va por los platos a la cocina, una botella de vino, copas, para servir la mesa.   

—Querida y si dejamos la cena y mejor te llevo a la cama. 

—Tranquilo, amor. Primero a cenar y más tarde el postre. Porque la verdad yo sí traigo mucha hambre, hoy ni pude comer. Nos llegó auditoría y ya te has de imaginar. Relájate querido. 

Alberto le sonríe. Los dos cenan patatas rellenas de mejillones en escabeche acompañado de vino blanco, un riesling. Platican de las investigaciones, Martha, también es doctora en ingeniería química. Los dos decidieron no tener hijos para enfocarse en sus trabajos, pasión que comparten. Ella tiene cuarenta y cinco años. En sus ojos se observa el amor y la admiración que siente el uno por el otro. 

—Brindemos por el éxito y lo que viene. 

—Gracias a ti estoy logrando esto. Te amo. 

—Yo más. Que dicen los colegas de tu avance. 

—Hoy estuve platicando con Daniel. Lo sentí emocionado.

—Cómo no lo va a estar, querido. Gracias a ti todos estamos avanzando en nuestras investigaciones has impulsado el trabajo en equipo. Estás influyendo en jóvenes. 

—Gracias. Aparte de la auditoría, ¿cómo estuvo tu día, Martha?

—Interesante. Hoy en la mañana no dejaron de hablar sobre este grupo que vive cerca de La Reserva de la Biosfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar. Por lo que comentan son mujeres con carreras en ciencias, otras con experiencia de trabajo en la investigación; decidieron no tener hijos y desean ayudar a otras mujeres. Construyeron sus propias viviendas y están recibiendo fondos de organismos internacionales, apoyadas por la presidenta de la secretaría general de las Naciones Unidas, me imagino porque es latinoamericana. Con decirte que llegaron mujeres polacas al centro de investigación. También se les unieron mujeres norteamericanas de Arizona. El contexto está a su favor.  

—Se escucha como un tipo de secta.  

—¡Ay! Alberto. La razón por la cual se establecieron ahí es que, en el Pinacate, en la década de los setentas, la NASA instruyó astronautas para ir a la luna, en tanto disolvía al grupo de mujeres norteamericanas todas pilotos que habían sido entrenadas para ir al espacio. Esas mujeres llevaron el caso a la corte por el tiempo invertido y el entrenamiento al que estuvieron sometidas. Lamentable, hasta a mí me hubiera dado coraje. Qué desilusión. Por lo tanto, decidieron hacer el centro de investigación por esos rumbos, la zona es simbólica para ellas. El plan es extender la red en varios países, bajo el lema: mujeres de ciencia ayudando a la humanidad. Desean salvar el mundo y eso se me hace muy noble. ¿A poco no Alberto?

—No hay ninguna diferencia contigo, querida. ¿Has pensado unirte?

—Si me dejas, claro que sí.  

Los dos se soltaron riendo; terminan de cenar y se retiran a su habitación.
A media noche, Alberto recibe una llamada. Pregunta quién es, el hombre se presenta como un intermediario y no da nombre. Se han enterado de lo que él descubrió y desean verlo en persona. Con paso lento se dirige al baño y les dice: 

—Desconfío de alguien que no da el nombre, es mejor que deje de molestar, hablaré a la policía. 

 —No se resista, sino hablaremos con la doctora también, o, mejor dicho, le haremos una visita personal.  

Alberto voltea a ver a Martha quien está dormida y le dice al hombre que no la involucre. 

—Está bien, mañana los espero en mi oficina a las 11:00 a.m. —se despide Alberto y cuelga. 

Alberto, después de la llamada, permanece pensativo: «Posiblemente es alguien que no tiene nada que hacer». Y a la vez no puede dormir, Martha se despierta y le pregunta:

—¿Qué tienes?

—Nada querida, duerme —y le da un beso en la frente. 

Al día siguiente, Alberto sale de la casa rumbo al laboratorio, al llegar trata de comunicarse con la policía, la llamada se interrumpe; unos minutos después de colgar, el teléfono suena, es el mismo hombre de la noche anterior que le dice: «No se desespere, para allá vamos, sabemos que ha intentado hablar con la policía, es mejor que se quede tranquilo. Ahorita estamos enfrente de su casa, hemos visto salir a la doctora, uno de nuestros compañeros la ha seguido, así que no complique la situación». 

El doctor se queda serio y les da, a los compañeros y asistentes, el día libre, para pensar mejor las cosas, se siente confundido, le atormenta la idea de poner en peligro a Martha, cualquier decisión mal tomada, no se lo perdonaría.  

Después llegan tres hombres vestidos con traje azul marino, uno de ellos toca a la puerta, Alberto los hace pasar. Entre ellos hay uno de estatura baja, saluda al doctor y le extiende la mano:  

—Mucho gusto, doctor, mi nombre es doctor Pérez. Así es, somos colegas. Deseamos hacer negocios con usted. Pertenezco a un grupo de investigadores y trabajamos para las personas ricas, les ayudamos a encontrar solución a sus problemas de salud. Muchos de ellos están pasando a la vejez y se resisten a envejecer, es decir, buscan la fuente de la juventud. En conclusión, estamos al pendiente de todos los avances en la ciencia. Y nos hemos enterado de que usted puede hacer que una persona mayor rejuvenezca y no solo de la memoria sino físicamente. 

—¿Y qué quieren de mí?  —Alberto contesta con nervios. 

—Que usted empiece hacer experimentos con humanos. 

—¿De dónde extraeremos tanta sangre? 

—Nosotros tenemos un grupo de jóvenes. 

—El problema son las convulsiones que les provocaremos a ellos, ya que necesitamos en grandes cantidades esa proteína. Los jóvenes pueden morir.
—No hay problema. 

—¿Cómo consiguieron a los muchachos? 

—Trata de personas. 

Alberto se queda pensativo y a la vez asustado. 

—Aún no llegamos a esos resultados, hasta ahora lo que hemos logrado es curar el alzheimer, y rejuvenecer el hipocambo la región del cerebro que se encarga de la memoria y el aprendizaje. Pero en cuestión del órgano de la piel, es imposible. Los resultados a los que hemos llegado se basan en estudios de hace cuatrocientos años cuando un médico alemán de nombre Andreas Libarius propuso conectar las arterias de un hombre viejo con las de un joven con el fin de rejuvenecerlo, pero en ese entonces no existía el conocimiento de los grupos sanguíneos o los procesos de coagulación, las muertes ocasionadas por los experimentos fueron tantas que estos se prohibieron. Apenas encontramos la proteína que acelera la memoria, pero en cuestión de la piel, sería transferir toda la sangre de un joven a una persona vieja. Sabe lo que significa eso, es dejar a un joven sin sangre, es causarle la muerte. 

—La vida de estos jóvenes no nos importa, cuando hay un cliente que paga millones por ser joven otra vez. 

—Me rehúso hacer eso, va contra mi ética profesional. 

—Usted, no quiere que le pase nada a la doctora, ¿verdad?  

El silencio duró por varios minutos…

—Está bien, empezamos la próxima semana a hacer los experimentos. 

El doctor Pérez le comenta que dos personas están vigilando a la doctora desde ese día. Alberto se pone nervioso, no puede hablar. Cuando los hombres se retiran telefonea a Martha y le propone verse en casa a las cuatro de la tarde. «Es temprano para estar en casa, Alberto». Él insiste, «Es de vida o muerte, querida». Martha se queda preocupada, espera que se dé la hora. Al momento de llegar, Alberto le abre la puerta con rostro de asustado, ella le pregunta: «¿Qué tienes?» Él le platica todo, ella no sabe que decir, no reacciona, hasta que el doctor se le acerca y ella suelta el llanto, él la tranquiliza. «Debemos encontrar la forma de escapar». Estoy pensando cómo hacerlo. La única alternativa es pagarle al vigilante y a la esposa para que se hagan pasar por nosotros, tienen más o menos nuestras mismas estaturas, la única diferencia es el cabello, ella lo tiene de color obscuro, eso lo podemos solucionar con una peluca. Mañana platicaré con los dos. 

Alberto no sale de la casa. Muy temprano, recibe una llamada del doctor Pérez para preguntarle por qué se quedó ahí; permanece serio unos segundos y responde: «Deseo trabajar en mi hogar». Al momento de colgar, el vigilante y la esposa entran a la casa de los doctores, platican ambas parejas. Les explican que necesitan ayuda, les ofrecen un maletín con dinero en efectivo. La pareja voltea a verse con cara de asombrados, al instante dicen que sí. Alberto les da las instrucciones: «Mañana temprano se pondrá usted uno de mis trajes y una bata blanca, tomará el portafolio y las llaves de mi auto; su esposa utilizará la ropa de Martha y una peluca rubia. En el portafolio hay una carta, al llegar a la oficina se la entregará al doctor Daniel Vázquez. En ella está la explicación de todo; allí termina el trabajo. La pareja se despide de los doctores. Martha y Alberto se abrazan.    

Al día siguiente, la pareja llega a la casa de los investigadores, los doctores vuelven a dar las instrucciones, Martha entrega la ropa y el portafolio con el dinero; los hace pasar al baño, se visten y salen por la puerta de atrás donde se encuentran los coches. Alberto vigila, los hombres siguen el carro de Martha. Este le hace una señal a Martha para salir por enfrente de la casa en otro carro. Conducen directo al aeropuerto, al momento de llegar a él, dos hombres se les acerca y les dicen: «No es fácil engañarnos». Martha grita, salen corriendo los dos, y se escucha un disparo, Alberto cae al suelo, Martha corre hacia él, entre el llanto y la desesperación pide auxilio, la policía llega, la ambulancia también, suben al esposo. Y en el trayecto, Alberto muere. 

Los medios de comunicación desean entrevistar a Martha, y esta no quiere ver a nadie. Quien narra los hechos es Daniel. Lee la carta que dejó Alberto. En ella están los nombres de la red de trata de personas con fines de extorsión a científicos para extender la vida de las personas ricas. La nota sale en los periódicos a nivel nacional e internacional. 

A los meses de lo sucedido, Martha recibe una llamada es una mujer de nombre Yesica Villalobos del Centro de Investigación el Pinacate. Martha permanece unos segundos en silencio intentando recordar dónde escuchó ese nombre.  

—¿Es la comunidad de investigadoras que viven cerca de la reserva?

—Así es doctora. Nos hemos enterado de lo sucedido. Queremos conocerla en persona. 

—¿En qué las puedo ayudar? 

—Nos indignó el asesinato del doctor y lo de la red de trata de personas. No sé si está enterada de nuestro proyecto comunitario y de investigación.

—En estos momentos estoy haciendo memoria. Qué curioso, pero una noche antes de cambiar mi vida, Alberto y yo estábamos platicando de ustedes. 

—Mi llamada es por lo siguiente, doctora. Queremos ayudarla en el proceso del duelo, la retroalimentación será la mejor terapia, es decir, aprenderemos de sus trabajos de investigación, así, como usted de nosotras. La unión hace la fuerza. Y desde hoy, le extendemos la mano para iniciar el acompañamiento en esta lucha, con el fin de lograr un mundo mejor.   

Sin pensarlo, Martha acepta. Recordando la última conversación que tuvo con Alberto: 

—No hay ninguna diferencia contigo, querida. ¿Has pensado unirte?

—Si me dejas, claro que sí.

lunes, 13 de agosto de 2018

Bajo llave


Camila Vera


«Hoy me toca trabajar en la noche, no llegaré tan tarde. Irás a dormir, traeré a alguien, no digas nada, no te incumbe quién será, cuidarás bien a tu hermano. Tú sabes lo mucho que te quiero, hijita». Se despidió dándome un beso en la frente y cerrando la puerta lo más despacio posible, pero las gastadas bisagras hacen un ruido que podrían despertar a todo la cuadra, así que empezó a llorar Mike desde la cuna en nuestra habitación, esto de ser niñera no se me da, pero no hay más opciones… debo hacerlo.

Mike llora de una manera única, es imposible calmarlo y aún peor hacer que vuelva a dormir, por eso, si tengo que salir prefiero hacerlo por la ventana, es mucho más sencillo. Mi hermanito nació el 11 de mayo de 1978, tiene un bello cabello ondulado y tan claro como los días de intenso calor, su piel es blanca, sus ojos te permiten ver el interior de su inocente alma, me encanta coger sus rulitos y jugar con ellos entre mis dedos cuando trata de dormir. A veces solo me quedo mirándolo, es el bebé más lindo que puedes imaginar. Creo que sería más fácil si mamá nunca lo hubiera traído, porque al  llegar ella oliendo mal, golpeando todo y diciendo groserías, se vuelve complicado tapar sus acciones, en algún momento será mayor y cuidar de él mientras debo ocultarle cosas no será sencillo. Yo ya me acostumbré a este estilo de vida, solo hay que cerrar los ojos, eso es suficiente, ayuda mucho, deberían intentarlo.

Mike preguntó por mamá como de costumbre después de merendar, la idea de que salió por panecillos ya no le parece tan creíble; respiré profundo y le dije que regresaría pronto, me creyó de alguna manera, lo que fue interesante, ¿cómo calmas la curiosidad de un niño de cuatro años? A falta de ideas jugué una última carta para mantener el secreto de mamá como ella quiere, bajo absoluta llave…

Esta noche Mike se durmió bastante temprano y muy rápido, suspiré de alivio porque ya podía descansar, son las once de la noche. Nosotros dormimos en la misma habitación y mamá tiene una cerca de nosotros, justo atrás de la cocina, lo que resulta un problema, hace mucho ruido y debo cerrar la puerta para evitar la incandescente luz del pasillo.

Mientras seguía viendo las estrellas por la ventana, imaginando qué increíbles secretos guardan entre su luminoso brillo, sonó la nada discreta puerta, era mamá, son las tres de la mañana, no he podido dormir. Sus grandes zapatos de tacón suenan contra la baldosa y juega con las llaves para indicar que es ella, pero esta vez había más que solo los típicos ruidos que hace ante su llegada, venía acompañada y agitada. Escuché cosas caer y quejarse demasiado, no era como siempre, sino gritos de verdad. Me asomé por un agujero que hay en la pared, era un señor bastante alto y con cabellos oscuros, tenía un sombrero en la mano y vestía de traje, muy elegante debo indicar; le reclamaba algo a mamá, pero no comprendía que quería de ella, la empujó contra la mesa de madera donde desayunamos, la tomó del cuello con su gran mano. Una de las reglas de mamá es: «no salir de la habitación sin importar lo que ocurra», pero no podía permitir que aquel sujeto hiciera lo que sea que hacía. Discutía con mi cabeza entre ir o solo ver, mi mamá se puso de rodillas a sus pies, hubo un pequeño silencio y se acercaban a las habitaciones; los alaridos regresaron pero eran más fuertes, ahora mamá gritaba, suplicando por más tiempo, que haría lo que fuera, el hombre tiró un jarrón al piso, y dijo que ella debería pagar de alguna forma la deuda.

Fue cuando Mike despertó corrí a su cuna y lo abracé, no sé qué ocurrió después, pero los quejidos regulares salían de la habitación de junto, ¿cómo explicaría a mi hermanito lo ocurrido?, empezó a llorar; otra de las reglas es: «nada de ruido cuando regrese». Tenía que hacer algo, entonces le dije: «¿Quieres que te cuente qué está pasando afuera?». Movía la cabeza afirmando lo que le decía, por lo tanto empecé.

─Mamá acaba de llegar de una misión ultrasecreta que tenía que cumplir. Debes prometer que no le dirás a nadie. ¿Recuerdas que mamá se va y regresa muy tarde? Es por eso, no te lo podía decir porque aún eras muy pequeño, pero ahora mírate, ya podrías ser un caballero de segundo mando. Mamá antes de irse sacó su armadura, está escondida, por eso no la hemos visto y no se la puedes pedir. Hay mucho ruido porque da pequeñas fiestas privadas en su habitación para pagar algunas cosas que necesita en las misiones, esos que de vez en cuando escuchamos en su cuarto. ¡Ay! pero no te he contado la mejor parte, la tarea que tuvo hoy; fue a un valle oscuro, tenía que hacer mucho silencio porque podía despertar a las criaturas del lugar, pero pisó una rama haciendo que la escuche un gigante vestido con un traje bastante elegante para ser un feo hombre de las cuevas, quería apoderarse de todo y sacar a mamá del cuartel donde trabaja, porque ella descubrió las cosas malas que hacía el gigante. Empezaron a pelear, mamá tiraba golpes y el gran hombre los recibía, ¿te lo estás imaginando?, mamá no se dejaba, pero la tiró al suelo, creí que perderíamos la pelea, y aun así le lanzó arena a la cara, tropezando con una roca; lo ató mamá a un fuerte tronco y empezaron a hablar, llegaron a un acuerdo para mantener a mamá en el cuartel sin ningún resentimiento, el gigante no quería aceptar el trato pero creo, por lo que he escuchado, lo hizo.  ¿Ves como mamá es una superheroína?, ella no permitiría que algo malo nos pasara, y creo que está festejando el logro. ─Me quedé callada esperando que la fantástica historia sea creída.

─¿Eso es veldad? Ana, mamá es fantástica, ¿podemos il a festejal con ella? –dijo.

─Claro que no, Mike, sabes que mamá tiene reglas y hay que seguirlas, ya duerme, nuestra gran madre también debe descansar. ─Al parecer eso fue suficiente, no se volvió a despertar hasta el siguiente día.

Como ya es costumbre me levanto temprano y reviso que mamá siga viva en su cuarto. Una vez no despertaba, me asusté demasiado, Mike tenía un año, y yo no entendía las cosas como ahora, llamé a un vecino que vino corriendo a casa, resulta que mamá había tomado algo para dormir pero se le había ido de las manos. Así que ahora para no volver a pasar por eso me cercioro de que está en su cama y respira. Hago el desayuno y limpio un poco los desastres de la noche. Pegué el jarrón, mamá lo adora, lo hizo cuando era pequeña, dice que es lo mejor de su infancia; con esta ocasión es la tercera vez que lo reparo.

Mi palabra favorita es «gratis», podría describir mi vida con ella, ponte a pensarlo, la felicidad es gratis, los abrazos son gratis, las sonrisas son gratis, no entiendo cómo es que la gente lo olvida. A veces cuando mamá no puede venir por mí a la escuela o pagar la cuota me quedo ayudando en el bar, haciendo que mis conocimientos de cocina sean también gratis, como todo lo que aprendí sobre literatura; el guardia de la puerta fue un buen profesor de literatura antigua y me enseña todo lo que puede cuando faltan los maestros. Yo diría que él, más la señora del bar serían mis mejores amigos, algo que también es gratis, los amigos; es como si la vida nos la dieran gratis. Mamá detesta que diga que todo es gratis, porque dice que cada día todo cuesta más, pero no lo entiendo así. Yo amo a mi mamá, cuando almuerza con nosotros conversamos casi siempre de cómo era su vida antes de nosotros y del poco hombre que dice fue nuestro padre antes de desaparecer ─como ella nos dice─, pero yo sé que se fue con una cazafortuna, lo escuché mientras mamá hablaba con una señora. Las historias de mamá son muy buenas, ha viajado por muchos lugares. Me encantaría poder conocer la playa, siempre nos cuenta sobre eso, dice que las olas cuando chocan contra las piedras son como música, y en ese momento es cuando mi madre dice «¿ves que no todo es gratis?», me causa mucha risa ver lo ingenua que es al decir eso.

Ya ha pasado una semana o un poco más desde la última vez que mamá llegó con aquel hombre. Al parecer a mamá en el trabajo le ha ido muy bien,  ella es vendedora de cosméticos, por eso siempre está tan bien arreglada. Es hermosa, se tiñe el cabello de un rojo muy oscuro, y tiene un tatuaje en la espalda, son dos corazones, dice que somos nosotros, pero vi una foto vieja donde ya los tenía, quizás no quiere contarnos de eso, no me molesta, siempre oculta cosas, como ella dice, «están bajo llave», espero que cuando crezca no tenga que tener tantas cosas bajo llave.

Esta noche nos llevó a comer a un restaurante bastante lindo, tenía una gran pecera y había tortugas. Cuando llegamos, un señor nos esperaba en la mesa, mamá lo presentó como el señor Porks, un apellido muy raro, nunca había escuchado algo parecido. Saludamos educadamente, y los escuchamos hablar por un largo rato hasta que llegó la comida. Cuando casi terminábamos de comer, mamá nos dio la nueva noticia, ─no estaba muy de acuerdo, pero podía darle la oportunidad─, este señor completamente desconocido se quedaría en nuestra casa por unos días, unos días no es mucho tiempo, por lo tanto estaría bien, hasta pagó lo que comimos, mamá se veía feliz, sonreía mucho y usó aquel perfume para eventos importantes, desde aquel momento había un integrante más en nuestro humilde hogar.

El señor Porks es un hombre muy fornido, apuesto y burlón, a todo le busca algo gracioso. Me parece alguien muy amable y huele bien, creo que será una buena aventura. Miré otra cosa gratis, la oportunidad. No conozco las razones, pero los quejidos que salían del cuarto de mamá son más recurrentes que antes, y las bisagras de la vieja puerta suenan con mayor frecuencia en las noches. Eventualmente aquel señor nos daba regalos, dulces o algo para mantenernos calmados, se podría decir que nos trataba muy bien. Las veces que se quedaba cuidándonos jugábamos a las cogidas o algo parecido. Era muy cariñoso, nos abrazaba y besaba con frecuencia cuando mamá tenía que hacer algunas entregas. Un gran hombre.

Tuvimos tiempos muy buenos, pero llegó aquella noche, me aterra cuando la luna aparece y no sé nada de mamá, me gustaría que dejara notas a veces. Algunas horas pasaron cuando al fin escuché la puerta, brinqué de la cama para saber el porqué de su demora, nuevamente gritos, los gritos son insoportables. Decían algo como «es una buena oferta», o «dinero, mami», «tú eres mía», no sabía que alguien podría pertenecer a otra persona de esa manera, se empujaron y le dio a mi madre un fuerte golpe en la cara, haciendo que caiga al suelo, creo que iba a golpearla de nuevo cuando salí de la habitación, me vio, lo vi por un momento, soltó a mi madre y salió de la casa, solo se fue, tenía la esperanza de no volverlo a ver. Levanté a mi mamá y curé su herida en completo silencio, podía escuchar sus latidos, fue espeluznante saber que tendría que mantenerlo bajo llave, Mike estaba despierto, escuchaba sus pasitos en la habitación. Acompañé a mi madre a su cama y la dejé ahí, no estoy segura de sí sabía que era yo, decía otro nombre al abrazarme, la arropé con una manta, creo que necesitaba dormir, o solo salir de la realidad, todos lo necesitamos a veces.

Regresé con Mike, estaba tranquilo escuchando la radio a pilas, me preguntó dónde estaba, le dije: «Con mamá, llegó de una misión nueva, salió herida y la ayudé con ese problema». Le conté lo ocurrido, más bien mi versión.

─Un agente de mayor rango llegó al cuartel, pero él no era quien mamá pensó, era malo, un hombre que tenía una máscara y corazón de metal, mamá trabaja con él y le dio todo, hasta le presentó a sus criaturas, ¿sabes?, ella cuida de dos criaturas mágicas que tienen poderes únicos, pero él quería sacar provecho de esas criaturas, ya que se vendían muy bien, «¿quién no quiere una de esas?», le había dicho, pero se negó mamá, no lo permitiría. El gran testarudo hombre de metal creía que ya le pertenecían, ¿puedes creerlo?, que ya eran suyos, tú sabes, Mike, que mamá haría lo que fuera por los que ama, así que se puso fuerte, el hombre le dio un golpe pero los superpoderes de mamá son más poderosos que todo eso.

─¿Quién ganó? ─me dijo.

─Una de las criaturas se puso en medio, era valiente pero no lo sabía, hizo un campo de fuerza para que no le hiciera daño. Y de todo eso nos perdimos por dormir. Mamá tiene grandes aventuras por nosotros, porque nos ama, tú sabes que mamá te ama, ¿verdad?…

Clalo ─respondió. Dormí con él esa noche.

A la mañana siguiente el señor estaba  en la puerta pidiendo disculpas de lo ocurrido, no sé si mamá no recordaba lo que pasó esa noche o que tenía un golpe en el rostro, pero sin mucha espera ya estaba con nosotros en la mesa, lo que está bajo llave, se queda bajo llave. Lo bueno fue que eso no duró mucho, unas semanas después se fue con su maleta, sin gritos ni peleas.

Mike hablaba mucho de las historias que le contaba sobre mamá, era emocionante verla sonreír cuando la abrazaba y le decía «eres mi heroína», ella ni se lo imaginaba pero me hacía muy feliz verla así, creo que había hecho una buena obra, algo más que anotar en  la lista de las cosas gratis, las buenas obras.

Me he preguntado si las cosas malas les pasan a personas buenas, algo siempre debe venir como un huracán para llevarse todo lo que considero felicidad, y ese se llama señor Porks. Él me enseñó a entender lo que significaba guardar algo bajo llave. Una noche mientras mamá aún no llegaba de lo que sea que hace cada noche, el señor Porks tocó a la puerta, después de tanto tiempo sin aparecer, Mike lo extrañaba, era lo único que consideraba una figura paterna, supongo. Tocó y tocó varias veces, no abriría la puerta, es otra regla: «nunca abrir la puerta, no importa quien sea», pero él seguía ahí, azotando cada vez más fuerte su gran manota sobre la madera roída. Mike se despertó y me vio en la sala escuchando los golpes intensos, le dije que no abriría y que se retire, pero es astuto, por lo que empezó a hablar con Mike, indicando que le abra. No sabía cómo decirle que no era bienvenido en esta casa, siguió tocando y golpeando aún más fuerte, al ver que no la abriríamos intentó probar con las ventanas, fue cuando supe que lograría entrar.

Corrí al cuarto con Mike, le dije que jugaríamos a las escondidas con el señor, era parte del juego; abrí el armario para que entrara en un pequeño cajón donde cabía perfectamente, prendí la radio y practicamos la señal secreta, golpearía dos veces la puerta para que sepa que era yo, le di un beso en la frente y cerré todo. Hace mucho tiempo cuando entraron a robar a la casa, mamá me escondió ahí, me dijo que cerrara los ojos y pensará qué haríamos cuando estemos en la playa, lo planifiqué todo, pero nunca llegamos ahí, no fuimos, fue extraño porque lo había pensado tan bien, hay cosas que no se cumplen, es así. Cuando lo dejé a Mike busqué dónde esconderme, se me ocurrió de inmediato meterme bajo la cama, para ese momento ya escuchaba sus pasos, uno tras otro acercándose, fue cuando me di cuenta de que el escondite era muy malo; me puse a rezar, eso es algo nuevo para la lista, la esperanza es gratis. Trataba de que mis respiraciones sean muy pequeñas, solo rogaba que mamá entrara por esa puerta pronto. El señor prendió la vieja televisión, haciendo más difícil escucharlo, repetía mi nombre, solo quería conversar conmigo, puedo tener ocho años pero sé muy bien cuando algo es mentira, solo podía esperar que se vaya.

Pero la suerte no siempre está de nuestro lado, no quiero imaginar cómo me encontró, solo quiero creer que fue casualidad, me sacó de debajo de la cama, no grité, eso asustaría a Mike, él no tenía que enterarse de nada, por qué preocuparlo, por qué maltratarlo, por qué hacerlo pasar por esta situación, por qué hacerlo guardar todo bajo llave. Subió el volumen del televisor para opacar mis últimos alientos, indicando mi derrota. No quiero saber cuánto duró, o solo no quiero recordar sus manos, sus ojos, su aliento, por primera vez quisiera poder borrarlo. Entendí por qué algunos olvidan cosas, hasta sonreír; la vida a veces pega tan fuerte que te tira al suelo, te inmoviliza las piernas o simplemente te deja ahí, como a mí, sola en el sillón de la sala con una repetición de comentarios deportivos de fondo, con lágrimas en los ojos y sin nada. Traté de levantarme cuando pude despertarme, no entendía el dolor que sentía, pero recordaba a Mike en el armario, eran las tres de la mañana, me armé de valor, este no fue tan fácil como las otras cosas gratis. Golpeé la puerta dos veces, estaba dormido tan tranquilo, como todo niño debe dormir cada noche, lo saqué del armario y lo puse sobre mi cama, no pude dormir, ni cerrar los ojos, no podía pensar ya en nada, no podía, porque hay veces en las que no se puede.

Cuando ya el sol entraba con mayor fuerza por la ventana apareció mi madre, usando el vestido de la noche anterior, no tengo idea de lo que sentí al verla, pena o repulsión, no dije nada, ella no dijo nada. Mike saltó de gusto, ignorando por completo lo que ocurría a su alrededor. Mi madre me pidió disculpas mientras lloraba sobre mi brazo, mis ojos creo que se habían secado, ya no eran gratis ni las lágrimas. Sacó a Mike del cuarto, indicando que el desayuno estaba sobre la mesa, aseguró saber qué había ocurrido, pero es más que obvio que sus conocimientos sobre los eventos estaban equivocados. Cómo le explicas a una persona lo impotente que te hace no poder hacer nada, ni gritar, o moverte, desconocer qué está pasando, quedarte sola, cómo explicas eso; dijo que saldríamos victoriosas. Me tomé un momento para verla, parecía una niña, tenía miedo pero intentaba no parecerlo, se parecía a mí, ¿quién, si no está mujer para entender?, quizás de otra forma pero entendía, algo que sí es gratis, comprender o al menos intentarlo.

Necesitaba olvidarlo o dejar de pensar, pero por mí el mundo no deja de moverse, aún no estaba todo resuelto, quedaban las dudas de Mike. Esperó a que mamá se marchara para pedirme explicaciones sobre el juego, necesitaba saber las razones de mi cara larga, quería saber.

─Ayer fue diferente, ¿quién crees que era el que tocaba la puerta? ─le pregunté.

─El señol Polks.

─Para nada, era el agente que te conté hace un tiempo, el que no era bueno, ¿recuerdas?, el hombre con corazón de metal. Anoche vino para llevarse a las criaturas, pensó que estarían aquí, mamá no estaba y quería entrar, por eso te dije que te escondieras. A los hombres malos hay que tenerlos lejos. Esta vez mamá no podía ayudarlos, pero yo sí, así como te protegería de todo mal, así lo hice con ellas. No le hizo nada a una de las criaturitas pero a la otra, le arrebataron algo, haciendo que pierda sus poderes, se desplomó. «¿Qué le pasó a la otra?», debes preguntarte, pues, no se enteró de nada porque se sacrificaron por él, el malvado cree que ganó, pero no dejaremos que un malvado se salga con las suyas. Cómo podría terminar así una historia, ahora dime, ¿cómo te gustaría que terminara?

─Yo quisiela que el malvado explotala, que hiciera boom, es lo que debelía pasal con los malos, y a la cliatulita que se saclificó debelía ser la leina, tener su propio reino, aunque ya no tiene podeles no le halán falta, tiene amor, siemple dices que eso es más que suficiente, es algo así como un héloe, debe tenel una medalla, mamá debelía il y dale una, yo podlía ser su príncipe. Ese debelía sel el final. ─Me dio un beso y salió a jugar.

Después todo pasó muy rápido, mamá me llevó al médico y no dejó de llorar, ella ha llorado más que yo en toda esta situación. Me hacían análisis, pinchaban mis brazos y no me dejaban ir a la escuela, parecía una infección de algo que recién estudiaban, pasaba largas horas con Mike jugando de un lado a otro en el hospital. A mamá había días enteros que no la veía en la casa, ya Mike tenía siete años y las historias sobre mamá cada vez le parecían menos impresionantes. Me cansaba muy rápido cuando hacía cosas, me costaba respirar, así que leía más a menudo. Por cierto, mamá consiguió un empleo vendiendo boletos para viajar, no niego que verla de uniforme es genial, sé que eso de comprar medicamentos era caro y confuso, porque las dosis eran difíciles de entender. De ese hombre no supe más por el resto de mi vida, nos mudaríamos en poco tiempo por el nuevo trabajo y las posibilidades que entregaba el hospital, nuestra vida podría ser diferente, ser mejor.

Los años continuaron a un paso casi imposible de seguir, mi madre nos dejó hace un tiempo, simplemente dio su último respiro un día. Mike se convirtió en mi apuesto jovencito, cumplió sus sueños, creció fuerte y robusto, no hay duda de que es lo más bello que mi madre pudo regalarme. Para mí la vida fue distinta, luchar contra la sociedad no es fácil, muchos te juzgan y te señalan, te temen, una persona enferma como yo no aspira a mucho, pero yo fui aún más alto de las expectativas, conocí la playa, era aún mejor de lo que imaginé, no me casé, no tuve hijos, pero soy una gran tía, la mejor contando cuentos. Estoy en una cama hace ya unos meses, escuchando música y cerrando mis ojos, vienen a visitarme muchas personas cuando tienen tiempo, no estoy sola, ni se te ocurra pensar en algo semejante. Estos días Mike se queda conmigo, cada mañana vemos televisión y jugamos cartas, me siento realmente mal, no por estar así sino porque aún me quedan sueños por cumplir, aún me quedan más ganas por vivir.

«Despierta» me dijo Mike al oído. No lo podía ver del todo bien, me costaba mucho. Tomó mi mano y susurró: «Tengo algo que te pertenece solo a ti», levanté la cabeza y era una medalla hecha de papel que me colocó en la bata, lo quedé mirando con los ojos muy abiertos mientras seguía escuchando lo que decía: «¿Recuerdas a las criaturitas? Una salvo a la otra y ella debería ser la reina por su sacrificio. Aquí está tu medalla; quizás mamá no pudo dártela antes, pero ahora te condecoro reina de mi corazón, mi heroína, mi mejor amiga y mi hermana. No digas nada, ¿quieres saber cómo terminaba la historia? Luego que la valiente heroína de armadura dorada culminara con sus batallas y se despidiera de todos los que se encontraban en el cuartel, la bella reina de las criaturas siguió luchando contra todo lo que la quería derrotar, era más valiente de lo que se escuchaba en los reinos cercanos, combatió contra gigantes aún más grandes, sobrepasó inmensas tormentas, no le importó lo que decían de ella, superó las dificultades y llegó lejos».

No tengo palabras para expresar lo infinitamente orgullosos que estamos de aquel pequeño ángel; cuando ella dejó de estar sobre estas tierras encantadas para poder ir a entregar toda su esencia desde lo más alto a quienes olviden lo gratis que la vida tiene, entendimos que su poder jamás lo perdió, este poder ella lo entregó a todos como siempre lo hacía… gratis.