miércoles, 22 de agosto de 2018

Extorsión

Yadira Sandoval Rodríguez


En un laboratorio se encuentra un investigador de nombre Alberto Robison doctor en ingeniería química. Es un hombre de un metro setenta y dos centímetros de estatura de carácter tranquilo y amable; piel morena y cabello castaño con rostro jovial; tiene cuarenta y seis años. La esposa, quien se llama, Martha Estrella, también es investigadora, juntos han logrado muchos avances en la ciencia. Tiene cinco años trabajando en una investigación que consiste en encontrar una proteína llamada GDF11 la cual está en la sangre. En esta primera fase inyectó a ratones viejos una proteína extraída de ratones jóvenes, para acelerar el aprendizaje y la memoria. Alberto está emocionado, así como los asistentes: «Con este descubrimiento podré darme a conocer entre la comunidad de científicos a nivel internacional, y así recibir más financiamiento para este laboratorio. De aquí pasaremos a la siguiente fase que es hacer experimentos con humanos. Es interesante estamos a un paso de encontrar la solución a enfermedades como la demencia senil y el Alzheimer». 

A los lejos se escucha el alboroto del equipo, la mayoría son jóvenes pasantes de las áreas de ingeniería química, genética, física y doctores en biología molecular. Dieciséis personas trabajan para un centro de investigación que se sostiene con dinero del gobierno e iniciativa privada. Está localizado al norte de la ciudad de Guadalajara, en el municipio de Zapopan, Jalisco. Es un área que incluye bonitos centros comerciales, restaurantes, condominios, departamentos elegantes y campos de golf. La parte bonita de la ciudad, el fraccionamiento se llama Puerta de Hierro. El edificio donde están ellos tiene veinte pisos.  

El doctor Alberto Robison saluda alegremente a los compañeros de investigación. Mientras alista las cosas para salir del trabajo y festejar con Martha, Alberto saca una botella de vino y la comparte con todos; a la media hora sale del edificio. En eso se le acerca un compañero, quien es el mejor amigo del doctor Daniel Vázquez y le dice: 

—Alberto es interesante lo que hemos logrado, pero ¿cuándo empezaremos los experimentos con humanos?

—Eso todavía no lo podemos hacer. Debemos continuar con las pruebas, la información genética es infinita. Posiblemente hay otras proteínas las cuales no hemos descubierto, y eso nos permitirá llegar a nuevos resultados. Doctor Daniel, recuerda la ciencia es de pasos pequeños, pero grandes para la humanidad. 

—Tienes toda la razón, Alberto. 

A la media hora de convivir, sale del edificio. Alberto se despide del vigilante en turno y le comenta que el equipo está en el laboratorio. «Perfecto, doctor. Nos vemos mañana, que descanse».

Martha recibe al doctor en la puerta con los brazos abiertos, le da un beso en los labios y le dice al oído: «Felicidades, querido. Te amo». Alberto le da las gracias con una sonrisa. Después se dirige al cuarto de estudio para dejar las cosas. Martha pone música de Joaquín Sabina, mientras va por los platos a la cocina, una botella de vino, copas, para servir la mesa.   

—Querida y si dejamos la cena y mejor te llevo a la cama. 

—Tranquilo, amor. Primero a cenar y más tarde el postre. Porque la verdad yo sí traigo mucha hambre, hoy ni pude comer. Nos llegó auditoría y ya te has de imaginar. Relájate querido. 

Alberto le sonríe. Los dos cenan patatas rellenas de mejillones en escabeche acompañado de vino blanco, un riesling. Platican de las investigaciones, Martha, también es doctora en ingeniería química. Los dos decidieron no tener hijos para enfocarse en sus trabajos, pasión que comparten. Ella tiene cuarenta y cinco años. En sus ojos se observa el amor y la admiración que siente el uno por el otro. 

—Brindemos por el éxito y lo que viene. 

—Gracias a ti estoy logrando esto. Te amo. 

—Yo más. Que dicen los colegas de tu avance. 

—Hoy estuve platicando con Daniel. Lo sentí emocionado.

—Cómo no lo va a estar, querido. Gracias a ti todos estamos avanzando en nuestras investigaciones has impulsado el trabajo en equipo. Estás influyendo en jóvenes. 

—Gracias. Aparte de la auditoría, ¿cómo estuvo tu día, Martha?

—Interesante. Hoy en la mañana no dejaron de hablar sobre este grupo que vive cerca de La Reserva de la Biosfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar. Por lo que comentan son mujeres con carreras en ciencias, otras con experiencia de trabajo en la investigación; decidieron no tener hijos y desean ayudar a otras mujeres. Construyeron sus propias viviendas y están recibiendo fondos de organismos internacionales, apoyadas por la presidenta de la secretaría general de las Naciones Unidas, me imagino porque es latinoamericana. Con decirte que llegaron mujeres polacas al centro de investigación. También se les unieron mujeres norteamericanas de Arizona. El contexto está a su favor.  

—Se escucha como un tipo de secta.  

—¡Ay! Alberto. La razón por la cual se establecieron ahí es que, en el Pinacate, en la década de los setentas, la NASA instruyó astronautas para ir a la luna, en tanto disolvía al grupo de mujeres norteamericanas todas pilotos que habían sido entrenadas para ir al espacio. Esas mujeres llevaron el caso a la corte por el tiempo invertido y el entrenamiento al que estuvieron sometidas. Lamentable, hasta a mí me hubiera dado coraje. Qué desilusión. Por lo tanto, decidieron hacer el centro de investigación por esos rumbos, la zona es simbólica para ellas. El plan es extender la red en varios países, bajo el lema: mujeres de ciencia ayudando a la humanidad. Desean salvar el mundo y eso se me hace muy noble. ¿A poco no Alberto?

—No hay ninguna diferencia contigo, querida. ¿Has pensado unirte?

—Si me dejas, claro que sí.  

Los dos se soltaron riendo; terminan de cenar y se retiran a su habitación.
A media noche, Alberto recibe una llamada. Pregunta quién es, el hombre se presenta como un intermediario y no da nombre. Se han enterado de lo que él descubrió y desean verlo en persona. Con paso lento se dirige al baño y les dice: 

—Desconfío de alguien que no da el nombre, es mejor que deje de molestar, hablaré a la policía. 

 —No se resista, sino hablaremos con la doctora también, o, mejor dicho, le haremos una visita personal.  

Alberto voltea a ver a Martha quien está dormida y le dice al hombre que no la involucre. 

—Está bien, mañana los espero en mi oficina a las 11:00 a.m. —se despide Alberto y cuelga. 

Alberto, después de la llamada, permanece pensativo: «Posiblemente es alguien que no tiene nada que hacer». Y a la vez no puede dormir, Martha se despierta y le pregunta:

—¿Qué tienes?

—Nada querida, duerme —y le da un beso en la frente. 

Al día siguiente, Alberto sale de la casa rumbo al laboratorio, al llegar trata de comunicarse con la policía, la llamada se interrumpe; unos minutos después de colgar, el teléfono suena, es el mismo hombre de la noche anterior que le dice: «No se desespere, para allá vamos, sabemos que ha intentado hablar con la policía, es mejor que se quede tranquilo. Ahorita estamos enfrente de su casa, hemos visto salir a la doctora, uno de nuestros compañeros la ha seguido, así que no complique la situación». 

El doctor se queda serio y les da, a los compañeros y asistentes, el día libre, para pensar mejor las cosas, se siente confundido, le atormenta la idea de poner en peligro a Martha, cualquier decisión mal tomada, no se lo perdonaría.  

Después llegan tres hombres vestidos con traje azul marino, uno de ellos toca a la puerta, Alberto los hace pasar. Entre ellos hay uno de estatura baja, saluda al doctor y le extiende la mano:  

—Mucho gusto, doctor, mi nombre es doctor Pérez. Así es, somos colegas. Deseamos hacer negocios con usted. Pertenezco a un grupo de investigadores y trabajamos para las personas ricas, les ayudamos a encontrar solución a sus problemas de salud. Muchos de ellos están pasando a la vejez y se resisten a envejecer, es decir, buscan la fuente de la juventud. En conclusión, estamos al pendiente de todos los avances en la ciencia. Y nos hemos enterado de que usted puede hacer que una persona mayor rejuvenezca y no solo de la memoria sino físicamente. 

—¿Y qué quieren de mí?  —Alberto contesta con nervios. 

—Que usted empiece hacer experimentos con humanos. 

—¿De dónde extraeremos tanta sangre? 

—Nosotros tenemos un grupo de jóvenes. 

—El problema son las convulsiones que les provocaremos a ellos, ya que necesitamos en grandes cantidades esa proteína. Los jóvenes pueden morir.
—No hay problema. 

—¿Cómo consiguieron a los muchachos? 

—Trata de personas. 

Alberto se queda pensativo y a la vez asustado. 

—Aún no llegamos a esos resultados, hasta ahora lo que hemos logrado es curar el alzheimer, y rejuvenecer el hipocambo la región del cerebro que se encarga de la memoria y el aprendizaje. Pero en cuestión del órgano de la piel, es imposible. Los resultados a los que hemos llegado se basan en estudios de hace cuatrocientos años cuando un médico alemán de nombre Andreas Libarius propuso conectar las arterias de un hombre viejo con las de un joven con el fin de rejuvenecerlo, pero en ese entonces no existía el conocimiento de los grupos sanguíneos o los procesos de coagulación, las muertes ocasionadas por los experimentos fueron tantas que estos se prohibieron. Apenas encontramos la proteína que acelera la memoria, pero en cuestión de la piel, sería transferir toda la sangre de un joven a una persona vieja. Sabe lo que significa eso, es dejar a un joven sin sangre, es causarle la muerte. 

—La vida de estos jóvenes no nos importa, cuando hay un cliente que paga millones por ser joven otra vez. 

—Me rehúso hacer eso, va contra mi ética profesional. 

—Usted, no quiere que le pase nada a la doctora, ¿verdad?  

El silencio duró por varios minutos…

—Está bien, empezamos la próxima semana a hacer los experimentos. 

El doctor Pérez le comenta que dos personas están vigilando a la doctora desde ese día. Alberto se pone nervioso, no puede hablar. Cuando los hombres se retiran telefonea a Martha y le propone verse en casa a las cuatro de la tarde. «Es temprano para estar en casa, Alberto». Él insiste, «Es de vida o muerte, querida». Martha se queda preocupada, espera que se dé la hora. Al momento de llegar, Alberto le abre la puerta con rostro de asustado, ella le pregunta: «¿Qué tienes?» Él le platica todo, ella no sabe que decir, no reacciona, hasta que el doctor se le acerca y ella suelta el llanto, él la tranquiliza. «Debemos encontrar la forma de escapar». Estoy pensando cómo hacerlo. La única alternativa es pagarle al vigilante y a la esposa para que se hagan pasar por nosotros, tienen más o menos nuestras mismas estaturas, la única diferencia es el cabello, ella lo tiene de color obscuro, eso lo podemos solucionar con una peluca. Mañana platicaré con los dos. 

Alberto no sale de la casa. Muy temprano, recibe una llamada del doctor Pérez para preguntarle por qué se quedó ahí; permanece serio unos segundos y responde: «Deseo trabajar en mi hogar». Al momento de colgar, el vigilante y la esposa entran a la casa de los doctores, platican ambas parejas. Les explican que necesitan ayuda, les ofrecen un maletín con dinero en efectivo. La pareja voltea a verse con cara de asombrados, al instante dicen que sí. Alberto les da las instrucciones: «Mañana temprano se pondrá usted uno de mis trajes y una bata blanca, tomará el portafolio y las llaves de mi auto; su esposa utilizará la ropa de Martha y una peluca rubia. En el portafolio hay una carta, al llegar a la oficina se la entregará al doctor Daniel Vázquez. En ella está la explicación de todo; allí termina el trabajo. La pareja se despide de los doctores. Martha y Alberto se abrazan.    

Al día siguiente, la pareja llega a la casa de los investigadores, los doctores vuelven a dar las instrucciones, Martha entrega la ropa y el portafolio con el dinero; los hace pasar al baño, se visten y salen por la puerta de atrás donde se encuentran los coches. Alberto vigila, los hombres siguen el carro de Martha. Este le hace una señal a Martha para salir por enfrente de la casa en otro carro. Conducen directo al aeropuerto, al momento de llegar a él, dos hombres se les acerca y les dicen: «No es fácil engañarnos». Martha grita, salen corriendo los dos, y se escucha un disparo, Alberto cae al suelo, Martha corre hacia él, entre el llanto y la desesperación pide auxilio, la policía llega, la ambulancia también, suben al esposo. Y en el trayecto, Alberto muere. 

Los medios de comunicación desean entrevistar a Martha, y esta no quiere ver a nadie. Quien narra los hechos es Daniel. Lee la carta que dejó Alberto. En ella están los nombres de la red de trata de personas con fines de extorsión a científicos para extender la vida de las personas ricas. La nota sale en los periódicos a nivel nacional e internacional. 

A los meses de lo sucedido, Martha recibe una llamada es una mujer de nombre Yesica Villalobos del Centro de Investigación el Pinacate. Martha permanece unos segundos en silencio intentando recordar dónde escuchó ese nombre.  

—¿Es la comunidad de investigadoras que viven cerca de la reserva?

—Así es doctora. Nos hemos enterado de lo sucedido. Queremos conocerla en persona. 

—¿En qué las puedo ayudar? 

—Nos indignó el asesinato del doctor y lo de la red de trata de personas. No sé si está enterada de nuestro proyecto comunitario y de investigación.

—En estos momentos estoy haciendo memoria. Qué curioso, pero una noche antes de cambiar mi vida, Alberto y yo estábamos platicando de ustedes. 

—Mi llamada es por lo siguiente, doctora. Queremos ayudarla en el proceso del duelo, la retroalimentación será la mejor terapia, es decir, aprenderemos de sus trabajos de investigación, así, como usted de nosotras. La unión hace la fuerza. Y desde hoy, le extendemos la mano para iniciar el acompañamiento en esta lucha, con el fin de lograr un mundo mejor.   

Sin pensarlo, Martha acepta. Recordando la última conversación que tuvo con Alberto: 

—No hay ninguna diferencia contigo, querida. ¿Has pensado unirte?

—Si me dejas, claro que sí.

2 comentarios:

  1. Lindo relato, buena trama, descripción de los personajes y escenario. Felicitaciones

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