viernes, 24 de agosto de 2018

El viaje


Constanza Aimola


Aquí estamos sentadas en un vuelo nacional, huyendo de los recuerdos que le dejó su ex novio después de que terminara una relación de seis años, por correo electrónico. Lloraba con todo, estaba tan sensible como era posible y de pronto, después de obligarla a tomar varios calmantes, pudo conciliar el sueño. Las dos elegimos el pasillo, ahí la tenía a mi lado izquierdo, profundamente dormida con la boca abierta y saliéndole saliva de medio lado hasta mojar su hombro. Estaba helada por el aire acondicionado, así que le puse mi saco encima. Cuánto lo siento, de verdad y de corazón me duele su dolor, cada uno de sus miedos, angustias, pensamientos reiterativos rodeados de tantos ¿por qué?

Estoy escribiendo porque no tengo la fortuna de poder dormir en los vuelos, mucho menos en uno corto, solo estaremos en este avión dos horas, además de la que pasamos esperando a que despegara en medio de la pista, al parecer el piloto que estaba programado para este vuelo se incapacitó a última hora.

Sin pensarlo lo dejé todo, mi esposo, mis hijos, el trabajo, las obligaciones y salí a este viaje en el que esperaba alejar a mi amiga del ruido de sus pensamientos y separarla de cualquier medio por el que pudiera comunicarse con el hombre que le partió el corazón.

Era difícil para mí porque los dos eran mis amigos, habíamos compartido tanto tiempo juntos, solos y en pareja, estuvieron presentes en mi boda, embarazos, cumpleaños y presenciaron la crianza de mis pequeños bebés.

Ahora éramos solo ella y yo, no dudé un instante en romper cualquier vínculo y relación con aquel especímen que decidió de pronto que no tenía con ella muchas cosas en común y que se iría a estudiar a otro continente. Eso sí antes de sepultar la relación, quiso dejar la puerta abierta diciendo que podían seguir siendo amigos, comunicándose por internet. A este pedazo de poco hombre le parecía que el mundo está muy evolucionado y que la amistad podría ser duradera a larga distancia.

Un, dos, tres cafés, y ya empezaba a sentirlos dentro de mi organismo, mis manos temblaban levemente, sentía el corazón acelerado, empezaba a tener dolor de cabeza, tal vez porque no había desayunado nada. Traté entonces de cerrar los ojos para poder descansar, pero no lo lograba, los pensamientos rondaban mi cabeza y para un escritor es importante aprovechar cuando eso sucede, hay que tener material de reserva cuando las ideas son las que se han ido de paseo.

Ella seguía como desmayada, ni se enteraba de la odiosa turbulencia y la abuela con cuello ortopédico a su lado que roncaba como un tren. A mí, la idea del tarado de su novio pensando en la disculpa para salir del país a vivir la gran vida de soltero con un harem de mujeres rodeándolo me atormentaba.

Joaquín fue empresario muy joven, no era millonario, pero se daba todos los gustos que alguien a su edad quiere darse. Tenía un automóvil rojo último modelo y vendía casas como pan caliente en el auge inmobiliario de la ciudad en la que vivían. Tengo que decirlo, lo quería mucho pero se me ha vuelto incomprensible la razón por la que está dejando a mi amiga, la mujer con la que cualquier hombre quisiera pasar cada minuto de toda su vida.

Sigo aquí en el vuelo 9832 de la aerolínea más popular de mi país, a estas alturas tengo los oídos y la nariz tapados, siento el aire acondicionado queriéndose meter en mi cerebro para no dejarme pensar, sin embargo, tengo que seguir escribiendo, no puedo parar.

Por fin el aviso del piloto, «Listos para aterrizar». Y sí, mis oídos van a explotar un resfriado en pausa hacía varios días está queriendo salir por ahí. Pronto aterrizamos, bajé las maletas de mano de los compartimentos superiores del avión y me dispuse a esperar a que abrieran la puerta, de pie, con cara de aburrimiento, como todos los demás pasajeros, en un profundo silencio.

Solo cuando la fila se empezó a mover desperté a mi amiga dándole un pequeño toque en su hombro. Nos formamos para bajar como todos los demás; ella lo hacía mientras bebía los últimos sorbos de agua de su botella personal, lo que parecía más bien un intento por tragarse las lágrimas.

Abordamos un bus de servicio ejecutivo que nos llevaría por fin al hotel. En el camino llovía un poco y hacía mucho calor, no hubo palabras, solo susurros para señalar algo, tímidas sonrisas y profundos suspiros.

Por varios años sufrí estos mismos síntomas, por lo cual sabía perfectamente cómo se sentía. Por fin llegamos a Barú, una hermosa y paradisiaca isla cerca de Cartagena. Se respiraba un aire de tranquilidad y paz, bueno, hasta que llegamos al área del comedor y la piscina en donde conté doscientas ochenta personas en lo que alcanzaba a cubrir mi rango de visión y mientras nos traían un helado jugo de sandía.

Eran las dos y media de la tarde y todavía debíamos esperar un rato más para que nos entregaran la habitación por lo que decidimos dar un paseo por la playa. Trataba de animarle constantemente, le contaba chistes tontos, le tomaba fotos y de lo que menos quería hablarle era de su ex novio. De pronto se quedó mirándome, sus ojos se cristalizaron por las lágrimas y me preguntó entre el llanto la razón por qué le había tocado esto a ella. La abracé con fuerza y al mismo tiempo la empecé a sentir muy pesada, se desmayó en mis brazos.

Empecé a gritar con todas mis fuerzas y quienes me conocen saben que soy especialista en esto. Las personas que estaban a nuestro alrededor nos ayudaron y la acostaron en una silla de las que ponen frente al mar. Una gran sombrilla alejaba el sol de su cabeza y una bayetilla roja mojada en el agua que enfriaban los cocos en la playa refrescaba su frente. Poco a poco fue recobrando la consciencia y mientras abría los ojos despacio, se tocaba la cabeza. Decía que le dolía y pidió agua.

Un grupo de niños llegó con el salvavidas de la playa del hotel, se habían dado cuenta de lo que le pasó a Kelly y fueron a llamarlo para ver si la podía ayudar. Él se acercó suavemente y la tomó por la quijada, me alejé un poco para darle aire y permitirle que hiciera su trabajo. Escuchaba que susurraba algo, mirando el celular me paré de lado, del derecho que es el oído con el mejor escucho y le decía que era un ángel, una aparición y… algo que no puede escuchar, de pronto se abrazaron, Kelly se puso en pie y le daba besos en las mejillas. Resultó ser su primer amor, un vecino del barrio al que conoció a los ocho años.

Gritaba como loca y me preguntaba si sabía quién era este hombre, que era una aparición y que lo había buscado por mucho tiempo. Me pidieron disculpas y se fueron a caminar por la playa, obviamente los dejé solos, les dije que me quedaría leyendo un libro y que hablaran de todo lo que les había pasado en este tiempo lejos.

A las cinco de la tarde en punto sonó la alarma de mi teléfono, recordándome que debía tomar una pastilla. La saqué de mi bolsa y me dirigí al kiosko de snaks por una botella de agua. Me asomé por el barandal y los vi a lo lejos mientras el sol se escondía, se empujaban suavemente, se tomaban de la mano y tímidos se soltaban.

El administrador se me acercó para que fuera a recibir mi habitación. Eran las 111 y 113. Debido a que vi a mi amiga tan entusiasmada, le dejé una nota en la recepción y me dirigí con su bolsa de mano y saco a mi cuarto. Las maletas por fortuna las dejaría el botones en nuestra habitación. Dejé todo organizado, me bañé y cambié y salí a buscar a Kelly. Estuve dando vueltas más de una hora por todo el hotel y no la encontré. Decidí entonces dirigirme al pequeño y rústico restaurante italiano del hotel para cenar. No podía creer que Kelly se estuviera perdiendo de esto, había montañas de salami y jamón serrano, un gusto que teníamos en común.

Al terminar, me paseé por la piscina por donde había concurso de postres con los chefs de los hoteles más prestigiosos de la zona y tomé unos cuantos. Le hice charla a algunos huéspedes para no aburrirme, le quité dos vasos con un licor de color rosa a uno de los banqueteros y bajé como cien escaleras para llegar a la playa con las sandalias en las manos para no llenarlas de arena.

Tomé rápidamente el trago un vaso tras otro y dejé uno en el piso. En el otro empecé a recoger piedritas y conchas. Ese trago sí que estaba fuerte, me daba vueltas la cabeza. Empecé a tararear una canción y tambalearme en la playa mientras me mojaba los pies con una que otra ola. Una piedra llamó mi atención era color violeta y se transparentaba hasta el centro. No sabía si era realidad o efecto del trago, pero tenía un brillo hermoso que salía de la mitad. La puse en el vaso entre las otras y pensé en que sería un lindo regalo para la colección de mi hija.

Ya sentía el sueño venciéndome, además estrenaba un vestido que me apretaba, no me lo había medido en la tienda cuando lo compré y esto sumado a la inflamación propia del calor, me hacía sentir que iba a explotar. Finalmente me fui a la habitación. Antes pasé por la habitación de Kelly, no se escuchaba nada. Revisé en la bodega para las maletas que en este hotel estaba al lado de cada puerta de los cuartos y su maleta aún estaba con la etiqueta de la recepción del hotel.  

Puse el aire acondicionado en lo máximo, vi una película y media y me quedé profundamente dormida hasta el otro día cuando las palomas picoteaban en mi vidrio, los pájaros cantaban y el sol empezó a traspasar las cortinas.

Me desperecé y lo primero que me vino a la cabeza fue Kelly. En qué sería lo que habría pasado. Cepillé mis dientes, me bañé y me puse un lindo y nuevo traje de baño color café con pequeñas líneas doradas y naranjas. Encima, un vestido suave y suelto con arabescos azul y amarillo. Agregué al atuendo unos collares largos de perlas falsas y pegado a mi cuello el dije de diamante que me regaló mi esposo en la Navidad.

Ahí estaban las piedras y las conchas en el vaso, tomé la púrpura y la acaricié mientras tenía los recuerdos de la noche anterior. Suspiré y la puse de nuevo en su lugar. Quise llamar a mi esposo pero no había señal de celular en la habitación, así que lo puse en mi bolso con la esperanza de que en el restaurante pudiera hablar.

Tomé un libro y todo lo que necesitaba para un día soleado y lo puse en mi gran cartera dorada. El bronceador para el cuerpo, el bloqueador para el rostro, gafas, toalla, llaves y di una pasada por la playa. Aún era temprano y en este lugar los huéspedes suelen dormir hasta tarde. El olor era maravilloso, hace mucho no sentía el aroma a mar virgen. El sol empezaba a salir y ya sentía cómo quemaba mis mejillas, se podía respirar un aire fresco y limpio. Caminé un poco pero no encontré a Kelly, así que subí las escaleras que bajé la noche anterior, ahora parecían muchas más. Casi sin respirar llegué arriba, el hotel estaba un poco diferente a como lo recordaba, le eché la culpa a los tragos.

Me dirigí al restaurante para tomar el desayuno y uno de los meseros se me acercó como si me conociera, yo no lo recordaba. Me dijo que le extrañaba que estuviera en ese lugar y me pidió que fuera al privado en donde me estaban esperando Andrés y Kelly quienes celebraban sus diez años de matrimonio.

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