miércoles, 8 de agosto de 2018

Autoridad


Miguel Ángel Salabarría Cervera


Llegamos al velorio, cruzamos el umbral de la funeraria y escuchamos los rezos de los deudos y amistades. Percibimos desde la entrada un ambiente tenso, se respiraba frialdad tanto entre los asistentes como de los parientes. Unas personas en el pasillo que conducía a la amplia sala en donde se encontraba el féretro, al percatarse de nuestra presencia, nos saludaron formalmente e intercambiamos palabras sobre la defunción de mi suegra.

De ellos se desprendió Fernando, quien abrazó con cariño y dolor a su hermana, ambos se reconfortaron de la partida de doña Rosario, compartiendo vivencias de la infancia esto les hizo mitigar la pena; luego me saludó y comentamos sobre el lamentable acontecimiento, posteriormente nos invitó a pasar a la sala de velación.

Al cruzar la puerta quedamos sorprendidos porque del lado derecho estaba Sandra, quien había sido la segunda esposa de Fernando, acompañada de su madrina que la creció desde niña, alzó la mano saludándonos a la distancia; en ese momento se acercó a nosotros Alejandra la primera esposa de Fernando, además era nuestra comadre,  abrazando a su cuñada, dándole el pésame y conduciéndola a donde estaba sentada, yo las seguí y me quedé con ellas.

Alejandra desahogó su enojo, despotricando contra Sandra considerándola una desvergonzada al asistir al velorio, pues ella era la legítima esposa porque no se había divorciado de Fernando; a este tenor eran sus expresiones escuchadas, solo se  interrumpían cuando se rezaba un rosario.

Con discreción mi esposa me indicó que mirara a donde se encontraba Sandra, lo hice y la observamos platicar con unas personas, al tiempo que veía hacia donde se encontraba Fernando y también a Alejandra que estaba con nosotros. Quienes la acompañaban con el rabillo del ojo volteaban a los lugares señalados con la mirada de ella. No hicimos comentario, solo asentimos. 

Recordé a Fernando, cuando era un niño de doce años andando siempre en su bicicleta en la puerta de la casa que residía, mientras visitaba a su hermana por las tardes, debido a ello mantuve siempre una buena amistad con él, puedo decir que lo vi crecer, hasta que  terminó su carrera de Ingeniería, casándose con su novia de estudiante, Alejandra.

Tuvo la oportunidad de irse a trabajar a los yacimientos petroleros de Ciudad del Carmen, cuando estos tenían poco tiempo de ser descubiertos y demandaban mano de obra calificada, por ser un excelente técnico, ascendió con rapidez; significándole altos ingresos siendo muy joven.

Alejandra por su parte, también fue contratada como administrativa en la empresa petrolera porque terminó la profesión de Contadora Pública, se auguraba un matrimonio sólido por la formación religiosa de ella, y con amplia solvencia pecuniaria.

Sin embargo, Fernando con el cargo que tenía, las altas remuneraciones económicas que cobraba, se deslumbró pues solo tenía veinticinco años de edad, siendo presa fácil de las «oportunidades» femeninas que se presentan en estas circunstancias.

Pronto se llegó a saber de las aventuras de Fernando, sin embargo, su matrimonio continuaba a pesar de las turbulencias en que navegaba; con el segundo alumbramiento de Alejandra la familia paterna se alegró pensando que él dejaría sus correrías, pero esto no sucedió  llegando el momento en que la situación se hizo insoportable hasta darse la separación.

Causó conmoción en la familia, pero de ahí no pasó el disgusto. Una tarde estábamos en casa, cuando se estacionó una camioneta lujosa último modelo del año 1987, descendió  Fernando, lo hicimos pasar venía acompañado de una chica, la presentó, respondimos más por educación que por compartir su forma de vida, invitó a cenar fuera de casa, a regañadientes su hermana aceptó.

En la sobremesa ella le preguntó a dónde habían llegado, con toda naturalidad respondió su hermano que a la casa de la hermana mayor de ambos. Se hizo un silencio rompiéndose cuando le inquirí si regresaría pronto a San Francisco, él contestó que cada dos semanas vendría a visitarnos.

Así transcurría la vida de mi cuñado y sus retornos a esta ciudad de San Francisco, siempre eran en compañía femenina, más no de la misma persona, siendo visto como una aventura, se le toleraba con disgusto por sus padres y sus hermanas, excepto por mi esposa.

Una tarde fuimos enterados a través de doña Rosario, de la demanda presentada por su esposa debido a no haber pagado la pensión alimenticia que era el 50% de su salario, cantidad determinada por la autoridad civil a él, porque nunca la había cubierto desde hacía diez años, siendo la suma muy elevada. Debido al tipo de delito fue requerido en las oficinas de la empresa petrolera por los agentes del Ministerio Público; aunado a esto, Alejandra ocupaba un alto nivel administrativo en la compañía que de alguna manera incidió en la decisión empresarial; todo se conjuntó para repercutirle a Fernando en el trabajo quedando, en la encrucijada: pisar un penal o ser despedido sin derecho a liquidación.

Él optó por lo segundo abandonando Ciudad del Carmen para irse a residir a Mérida, recurrió a su madrina, quien le dio hospedaje mientras él buscaba un trabajo, que pronto encontró estabilizando su situación económica.

Un fin de semana fuimos a pasear a Mérida, acudimos a cenar y bailar a un centro nocturno, ocupamos una mesa próxima a la pista, entre la penumbra del ambiente, llamó la atención una pareja que bailaba con gran entusiasmo; al iluminarse la sala quedamos sorprendidos al descubrir que era Fernando con una mujer que desconocíamos; al vernos se dirigió a la mesa saludándonos afectuosamente, al tiempo de presentarnos a su acompañante, ella con naturalidad se comportaba como si siempre la conociéramos, luego se marcharon a su lugar reservado.

Estábamos estupefactos ante el comportamiento de él, siempre se le veía tranquilo y sin remordimientos, como si su actitud fuera normal, mientras su hermana se mortificada.

Con sorpresa supimos otra hazaña de Fernando se había casado con Sandra, la hija de su madrina que también lo era de ella, tanto civil como religiosamente acudiendo su madre y una de sus hermanas; causó extrañeza porque no se había divorciado de su esposa Alejandra, sin embargo esta relación fue bien vista por los padres de él, pensando que sería la estabilidad del más pequeño  de sus hijos.

Al inquirirles sobre el nuevo matrimonio y de cómo se había realizado porque legalmente estaba aún casado, ellas dijeron que no sabían a lo que habían viajado.  Al día siguiente de su llegada a Mérida se fueron temprano al pueblo de Sandra con la familia de ella, al llegar se dirigieron a la parroquia entrando en el recinto religioso; dijeron quedarse boquiabiertas al ver a Fernando próximo al presbiterio con traje, y más al escuchar las notas de la marcha nupcial y ver caminar por la alfombra roja a Sandra vestida de novia del brazo de su padrino, rumbo al altar.

Guadalupe y yo intercambiamos miradas y sonrisas, porque comprendimos la razón que mi cuñada me pidiera prestada la entonces moderna cámara Pentax 1000; con el argumento que irían a pasear a Mérida. Sin embargo, no hicimos comentario y ellas prosiguieron contándonos; después se fueron a un salón de fiestas en la mesa de honor de los novios se encontraba el juez del Registro Civil, que con todo el protocolo del acto, procedió a realizar el matrimonio.

―¿Pero, cómo fue posible ambas ceremonias? —les pregunté.

—Tú sabes que en un pueblo todo es posible respondió mi cuñada, como ella es de ese lugar y todos la conocen, además iba con él ahí, y la gente los veía de novios.

—Mamá ―le preguntó Guadalupe a mi suegra―, ¿cómo es posible que hayas estado en esas «cosas»?

—Mira no son unos chamacos, ya están grandecitos y saben lo que hacen, lo mismo piensa su madrina —concluyó mi suegra.

Ya en la casa ambos platicamos sobre Fernando, Guadalupe muy disgustaba explicaba la conducta de él, porque fue el más pequeño de los hermanos y por ende, lleno de consentimientos, sin responsabilidades que explicaba en mucho su actitud en la vida. Siempre le toleraron todas sus aventuras principalmente por la madre. Hasta el grado de no importarle si dejaba hijos abandonados, con pensión alimenticia o sin ella.

Vinieron a mi mente las palabras de él en alguna de nuestras pláticas: «Cuñado, no quiero vivir mucho, unos cincuenta años, pero bien vividos; solo me gusta estar un máximo de diez años con una pareja… no aguanto más».

En los diez años que duró esta unión procrearon tres hijos, porque Fernando de nuevo volvió a las andadas, o fue hasta este tiempo cuando fue descubierto por Sandra, quien lo corrió de su casa, decidiendo él retornar a San Francisco, a vivir en casa de sus padres, quienes lo aceptaron al igual que sus otras hermanas.

Por su capacidad, pronto encontró trabajo en una constructora; parecía que todo estaba tranquilo. Una tarde, Fernando empezó a llevar a su casa todos los días dulces y panes diferentes, sabrosos y de calidad, al preguntarle a quién se los compraba, respondía que era a la cocinera de la construcción.

Todos le creyeron, hasta que una tarde pasamos por un lugar y vimos a una maestra de Educación Primaria vendiendo panes y dulces, al ser conocida de ambos, llegamos  a comprarle pues tenía fama de excelente repostera.

Grande fue la sorpresa al descubrir que eran los mismos que una hora antes Fernando había llevado a su casa, no comentamos nada delante de ella, pero sí se dio cuenta de que intercambiamos miradas.

Al día siguiente, al llegar él con panes y dulces, diciendo que los hacía la cocinera de la construcción, fue increpado por su hermana diciéndole, ser amiga de la «cocinera de la  construcción»  habiéndole  comprado los mismos productos que ayer había traído a la casa de sus padres.

Fernando sonrió con gran desfachatez, ante las incrédulas miradas de sus progenitores que esperaban una explicación de su parte, sin embargo, se limitó decir: «Lo importante era que los dulces y los panes estuvieran sabrosos, que le gustaran principalmente a doña Rosario sin importar la procedencia de ellos, además no les costaban a nadie, porque se los regalaban, y si le decían algo, pues dejaba de llevarlos».

Él sabía que su padre no aprobaba todas sus acciones y más aún después de su separación con Sandra, pensando en otros hijos que había dejado abandonados; por estos motivos ocultó su relación con la maestra y repostera.

Continuó llevando por un tiempo los postres, hasta que un día dejaron de hacer presencia en la casa de sus padres. Todos supusieron que la relación con la maestra había concluido, pero nadie se atrevió a cuestionarlo.

Después de terminado el rezo de un rosario con sus interminables letanías y oraciones, vi que Fernando entró a la sala de velación y se dirigió a Sandra, a quien llamó aparte y en sus expresiones se notaba que le decía algo con firmeza, ella se limitaba a mover la cabeza afirmativamente, posteriormente regresó a su lugar callada sin hablar con quienes tenía a su lado.

Luego se dirigió a nosotros que estábamos con Alejandra, hizo lo mismo, la llevó a un extremo de la sala y le habló con firmeza, ella asentía a todo lo que escuchaba, para retornar al sitio que ocupaba en silencio sin hacer ya algún comentario.

Al ver a Fernando con expresión dura, me levanté y me dirigí a él para saber de su actitud, le pregunté:

—¿Pasa algo, compadre?

Me respondió con autoridad:

―Les acabo de decir a esas dos, que no quiero que estén murmurando nada, ¡porque mi madre está tendida y merece respeto!

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