Miguel Ángel Salabarría Cervera
Llegamos al velorio,
cruzamos el umbral de la funeraria y escuchamos los rezos de los deudos y
amistades. Percibimos desde la entrada un ambiente tenso, se respiraba frialdad
tanto entre los asistentes como de los parientes. Unas personas en el
pasillo que conducía a la amplia sala en donde se encontraba el féretro, al
percatarse de nuestra presencia, nos saludaron formalmente e
intercambiamos palabras sobre la defunción de mi suegra.
De ellos se
desprendió Fernando, quien abrazó con cariño y dolor a su hermana, ambos se
reconfortaron de la partida de doña Rosario, compartiendo vivencias de la
infancia esto les hizo mitigar la pena; luego me saludó y comentamos sobre el
lamentable acontecimiento, posteriormente nos invitó a pasar a la sala de velación.
Al cruzar la
puerta quedamos sorprendidos porque del lado derecho estaba Sandra, quien había
sido la segunda esposa de Fernando, acompañada de su madrina que la creció
desde niña, alzó la mano saludándonos a la distancia; en ese momento se acercó
a nosotros Alejandra la primera esposa de Fernando, además era nuestra comadre,
abrazando a su cuñada, dándole el pésame y conduciéndola a donde
estaba sentada, yo las seguí y me quedé con ellas.
Alejandra desahogó
su enojo, despotricando contra Sandra considerándola una desvergonzada al
asistir al velorio, pues ella era la legítima esposa porque no se había
divorciado de Fernando; a este tenor eran sus expresiones escuchadas, solo se interrumpían cuando se rezaba un rosario.
Con discreción mi
esposa me indicó que mirara a donde se encontraba Sandra, lo hice y la
observamos platicar con unas personas, al tiempo que veía hacia donde se
encontraba Fernando y también a Alejandra que estaba con nosotros. Quienes la
acompañaban con el rabillo del ojo volteaban a los lugares señalados con la
mirada de ella. No hicimos comentario, solo asentimos.
Recordé a
Fernando, cuando era un niño de doce años andando siempre en su bicicleta en la
puerta de la casa que residía, mientras visitaba a su hermana por las tardes,
debido a ello mantuve siempre una buena amistad con él, puedo decir que lo vi
crecer, hasta que terminó su carrera de
Ingeniería, casándose con su novia de estudiante, Alejandra.
Tuvo la oportunidad de irse a
trabajar a los yacimientos petroleros de Ciudad del Carmen, cuando estos tenían
poco tiempo de ser descubiertos y demandaban mano de obra calificada, por ser
un excelente técnico, ascendió con rapidez; significándole altos
ingresos siendo muy joven.
Alejandra por su
parte, también fue contratada como administrativa en la empresa petrolera
porque terminó la profesión de Contadora Pública, se auguraba un matrimonio
sólido por la formación religiosa de ella, y con amplia solvencia pecuniaria.
Sin embargo,
Fernando con el cargo que tenía, las altas remuneraciones económicas que
cobraba, se deslumbró pues solo tenía veinticinco años de edad, siendo presa
fácil de las «oportunidades» femeninas que
se presentan en estas circunstancias.
Pronto se llegó a saber
de las aventuras de Fernando, sin embargo, su matrimonio continuaba a pesar de
las turbulencias en que navegaba; con el segundo alumbramiento de Alejandra la
familia paterna se alegró pensando que él dejaría sus correrías, pero esto no
sucedió llegando el momento en que la
situación se hizo insoportable hasta darse la separación.
Causó conmoción en
la familia, pero de ahí no pasó el disgusto. Una tarde estábamos en casa,
cuando se estacionó una camioneta lujosa último modelo del año 1987,
descendió Fernando, lo hicimos pasar venía
acompañado de una chica, la presentó, respondimos más por educación que por
compartir su forma de vida, invitó a cenar fuera de casa, a regañadientes su
hermana aceptó.
En la sobremesa
ella le preguntó a dónde habían llegado, con toda naturalidad respondió su
hermano que a la casa de la hermana mayor de ambos. Se hizo un silencio
rompiéndose cuando le inquirí si regresaría pronto a San Francisco, él contestó
que cada dos semanas vendría a visitarnos.
Así transcurría la
vida de mi cuñado y sus retornos a esta ciudad de San Francisco, siempre eran
en compañía femenina, más no de la misma persona, siendo visto como una
aventura, se le toleraba con disgusto por sus padres y sus hermanas, excepto
por mi esposa.
Una tarde fuimos
enterados a través de doña Rosario, de la demanda presentada por su esposa debido
a no haber pagado la pensión alimenticia que era el 50% de su salario, cantidad
determinada por la autoridad civil a él, porque nunca la había cubierto desde
hacía diez años, siendo la suma muy elevada. Debido al tipo de delito fue
requerido en las oficinas de la empresa petrolera por los agentes del
Ministerio Público; aunado a esto, Alejandra ocupaba un alto nivel
administrativo en la compañía que de alguna manera incidió en la decisión
empresarial; todo se conjuntó para repercutirle a Fernando en el trabajo
quedando, en la encrucijada: pisar un penal o ser despedido sin derecho a
liquidación.
Él optó por lo
segundo abandonando Ciudad del Carmen para irse a residir a Mérida, recurrió a
su madrina, quien le dio hospedaje mientras él buscaba un trabajo, que pronto
encontró estabilizando su situación económica.
Un fin de semana
fuimos a pasear a Mérida, acudimos a cenar y bailar a un centro nocturno, ocupamos
una mesa próxima a la pista, entre la penumbra del ambiente, llamó la atención
una pareja que bailaba con gran entusiasmo; al iluminarse la sala quedamos
sorprendidos al descubrir que era Fernando con una mujer que desconocíamos; al
vernos se dirigió a la mesa saludándonos afectuosamente, al tiempo de presentarnos
a su acompañante, ella con naturalidad se comportaba como si siempre la
conociéramos, luego se marcharon a su lugar reservado.
Estábamos
estupefactos ante el comportamiento de él, siempre se le veía tranquilo y sin remordimientos,
como si su actitud fuera normal, mientras su hermana se mortificada.
Con sorpresa supimos
otra hazaña de Fernando se había casado con Sandra, la hija de su madrina que
también lo era de ella, tanto civil como religiosamente acudiendo su madre y
una de sus hermanas; causó extrañeza porque no se había divorciado de su esposa
Alejandra, sin embargo esta relación fue bien vista por los padres de él,
pensando que sería la estabilidad del más pequeño de sus hijos.
Al inquirirles
sobre el nuevo matrimonio y de cómo se había realizado porque legalmente estaba
aún casado, ellas dijeron que no sabían a lo que habían viajado. Al día siguiente de su llegada a Mérida se
fueron temprano al pueblo de Sandra con la familia de ella, al llegar se
dirigieron a la parroquia entrando en el recinto religioso; dijeron quedarse
boquiabiertas al ver a Fernando próximo al presbiterio con traje, y más al
escuchar las notas de la marcha nupcial y ver caminar por la alfombra roja a
Sandra vestida de novia del brazo de su padrino, rumbo al altar.
Guadalupe y yo
intercambiamos miradas y sonrisas, porque comprendimos la razón que mi cuñada
me pidiera prestada la entonces moderna cámara Pentax 1000; con el argumento
que irían a pasear a Mérida. Sin embargo, no hicimos comentario y ellas
prosiguieron contándonos; después se fueron a un salón de fiestas en la mesa de
honor de los novios se encontraba el juez del Registro Civil, que con todo el
protocolo del acto, procedió a realizar el matrimonio.
―¿Pero, cómo fue
posible ambas ceremonias? —les pregunté.
—Tú sabes que en
un pueblo todo es posible —respondió mi cuñada—,
como ella es de ese lugar y todos la conocen, además iba con él ahí, y la gente
los veía de novios.
—Mamá ―le preguntó
Guadalupe a mi suegra―, ¿cómo es posible que hayas estado en esas «cosas»?
—Mira no son unos
chamacos, ya están grandecitos y saben lo que hacen, lo mismo piensa su madrina
—concluyó mi suegra.
Ya en la casa
ambos platicamos sobre Fernando, Guadalupe muy disgustaba explicaba la conducta
de él, porque fue el más pequeño de los hermanos y por ende, lleno de
consentimientos, sin responsabilidades que explicaba en mucho su actitud en la
vida. Siempre le toleraron todas sus aventuras principalmente por la madre.
Hasta el grado de no importarle si dejaba hijos abandonados, con pensión
alimenticia o sin ella.
Vinieron a mi
mente las palabras de él en alguna de nuestras pláticas: «Cuñado, no quiero vivir mucho, unos
cincuenta años, pero bien vividos; solo me gusta estar un máximo de diez años
con una pareja… no aguanto más».
En los diez
años que duró esta unión procrearon tres hijos,
porque Fernando de nuevo volvió a las andadas, o fue hasta este tiempo cuando
fue descubierto por Sandra, quien lo corrió de su casa, decidiendo él retornar
a San Francisco, a vivir en casa de sus padres, quienes lo aceptaron al igual
que sus otras hermanas.
Por su capacidad,
pronto encontró trabajo en una constructora; parecía que todo estaba tranquilo.
Una tarde, Fernando empezó a llevar a su casa todos los días dulces y panes diferentes,
sabrosos y de calidad, al preguntarle a quién se los compraba, respondía que
era a la cocinera de la construcción.
Todos le creyeron,
hasta que una tarde pasamos por un lugar y vimos a una maestra de Educación
Primaria vendiendo panes y dulces, al ser conocida de ambos, llegamos a comprarle pues tenía fama de excelente
repostera.
Grande fue la
sorpresa al descubrir que eran los mismos que una hora antes Fernando había
llevado a su casa, no comentamos nada delante de ella, pero sí se dio cuenta de
que intercambiamos miradas.
Al día siguiente,
al llegar él con panes y dulces, diciendo que los hacía la cocinera de la
construcción, fue increpado por su hermana diciéndole, ser amiga de la «cocinera de la construcción» habiéndole comprado los mismos productos que ayer había
traído a la casa de sus padres.
Fernando sonrió con
gran desfachatez, ante las incrédulas miradas de sus progenitores que esperaban
una explicación de su parte, sin embargo, se limitó decir: «Lo importante era
que los dulces y los panes estuvieran sabrosos, que le gustaran principalmente
a doña Rosario sin importar la procedencia de ellos, además no les costaban a
nadie, porque se los regalaban, y si le decían algo, pues dejaba de llevarlos».
Él sabía que su
padre no aprobaba todas sus acciones y más aún después de su separación con
Sandra, pensando en otros hijos que había dejado abandonados; por estos motivos
ocultó su relación con la maestra y repostera.
Continuó llevando
por un tiempo los postres, hasta que un día dejaron de hacer presencia en la
casa de sus padres. Todos supusieron que la relación con la maestra había
concluido, pero nadie se atrevió a cuestionarlo.
Después de
terminado el rezo de un rosario con sus interminables letanías y oraciones, vi
que Fernando entró a la sala de velación y se dirigió a Sandra, a quien llamó
aparte y en sus expresiones se notaba que le decía algo con firmeza, ella se
limitaba a mover la cabeza afirmativamente, posteriormente regresó a su lugar
callada sin hablar con quienes tenía a su lado.
Luego se dirigió a
nosotros que estábamos con Alejandra, hizo lo mismo, la llevó a un extremo de
la sala y le habló con firmeza, ella asentía a todo lo que escuchaba, para retornar
al sitio que ocupaba en silencio sin hacer ya algún comentario.
Al ver a Fernando
con expresión dura, me levanté y me dirigí a él para saber de su actitud, le
pregunté:
—¿Pasa algo,
compadre?
Me respondió con
autoridad:
―Les acabo de decir
a esas dos, que no quiero que estén murmurando nada, ¡porque mi madre está
tendida y merece respeto!
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