Omar Castilla Romero
Alan comenzó
su jornada en el ministerio cultural donde compartía con Akiko una de las
veinte mil oficinas de la ciudadela burocrática veintiuno. Se encargaban de decidir
que obras visuales y escritas eran dignas de ser conservadas. Recibían por su
trabajo un sueldo adicional a la asignación básica de todos los habitantes de
la colonia, proeza posible gracias al excedente de riqueza que ocasionó el
remplazo de la mano de obra humana por robots, y necesaria debido a la alta
tasa de desocupación consecuencia de este cambio. Akiko estaba concentrada
leyendo un libro cuando sus vivaces ojos negros se posaron en la película que veía
su compañero. Por eso se sentó a su lado después de abrir un ventanal que dejó
entrar la fresca brisa primaveral de las zonas verdes aledañas. Y es que los
ingenieros de la estación espacial Ceres lograron emular con éxito muchos
aspectos del clima terrestre. La construyeron alrededor de dicho asteroide comunicándose
con este a través de una serie de columnas en las que descansaban las
ciudadelas. Cada año la roca ubicada en el centro de la estación se hacía más
pequeña y la estructura a su alrededor, mayor.
La
película tenía un nombre casi impronunciable y era protagonizada por un
monstruo verde de desagradables modales y mal humor. Comían papas fritas y refrescos
a la vez que se reían de las irreverencias de los personajes.
—Bien, ¿y
qué te parece? —preguntó Alan.
—Es
entretenida y tiene más significado del que uno cree.
—Entonces,
¿vale la pena ponerla en el catálogo?
—Sin
duda, guarda un parecido al Quijote de la Mancha.
—¿Quién…
Shrek?
—Sí —respondió
Akiko a la vez que sorbía lo que quedaba del refresco—. Ambas son sátiras de
otros géneros, y don Quijote al igual que el ogro es víctima de burlas y
prejuicios. También hay una semejanza entre Burro y Sancho Panza, compañeros
parlanchines e ignorantes, y tanto Fiona como Dulcinea son toscas y faltas de
modales, todo lo contrario a las princesas de los cuentos de hadas e historias
caballerescas.
—Es
sorprendente cómo el arte se retroalimenta de sí mismo. ¿No crees que nuestro
trabajo es divertido?
—Sí y lo sería
más si todas las obras fueran igual de buenas.
—Muy cierto.
Me pregunto si algún día la producción literaria de la colonia llegará a
igualar a la de la Tierra.
—Hasta
hace cinco años había solo un libro escrito a escondidas en la colonia, porque durante
el mandato del canciller estaba prohibida cualquier forma de arte que a su
juicio entorpeciera las actividades productivas. Pero después de su
derrocamiento ha habido una explosión de obras, así que dentro de unas décadas serán
decenas de miles.
—¿Sabes
donde está ese libro?, me gustaría leerlo.
—De casualidad
tengo una copia. —Se levantó y buscó en un estante—. Cuídalo, porque lo debo
devolver.
El libro
estaba encuadernado y empastado. Tenía por nombre Durante la pandemia, contenía
varios cuentos y en la última página solo un título: Vamos a recuperar el
mundo. Relataba trágicas vivencias matizadas con un toque de humor negro. Pero
leyendo entre líneas mostraba también una conspiración que incluía sociedades
secretas y alienígenas que buscaban apoderarse del planeta por medio de un plan
exquisitamente orquestado. También mencionaba que el contratista que diseñó la
estación espacial Ceres robó una nave y tomó dirección a Marte en busca de algo
o alguien. La construcción de la estación había sido financiada por un sórdido hombre
llamado Duche. Murió en circunstancias misteriosas y fue remplazado por su
esbirro Orver quien instituyó un régimen del terror multiplicando el
sufrimiento de sus habitantes. Por suerte fue depuesto y en su remplazo gobernó
una junta tecnocrática que tomaba sus decisiones con base en la ciencia. La
historia había dejado pensativo a Alan. Durante el almuerzo su mirada se perdía
en lo profundo del amplio comedor común.
—¿Qué te
ocurre? —le preguntó Akiko.
—Es el libro,
me pregunto si tiene algo de cierto.
—A mí me
parece pura ficción.
—Pero nombra
personajes reales como Duche y el canciller Orver.
—A ver si
entiendo —interrumpió Jean Paul que estaba sentado en la misma mesa y trabajaba
en el área de radioastronomía—, según el libro, el individuo viajó a Marte, ¿qué
tal si dirijo el radiotelescopio hacia allá.
—No es
mala idea, pero ¿te dejarán hacerlo?
—No
tienen por qué saberlo.
—Bueno,
entonces hazlo y nos cuentas.
Al
siguiente día se volvieron a reunir en el comedor y a Alan le sorprendió el
rostro pálido de Jean Paul.
—Hola JP,
¿pasa algo?
—Envié la
señal.
—¿Y te
respondieron? —preguntó Akiko intrigada.
—No y con
el radiotelescopio no escuché nada, pero había emisiones de alta energía que no
han podido ser hechas por un objeto inanimado.
—Entonces
piensas que ahí hay alguien.
—Alguien
no, debe haber toda una civilización.
—Esto se
torna cada vez más inquietante —dijo Akiko.
—Por qué
no buscamos si este personaje en verdad existió. ¿Cómo se llama?
—Su
nombre es Robert Villeneau.
Obedeciendo
un comando de voz, la manilla de la muñeca izquierda de Akiko empezó a buscar
información sobre Villeneau. De inmediato se desplegó una pantalla holográfica en
la que aparecieron ciento diez archivos que escudriñaron hasta acabado el
receso, luego de lo cual volvieron a sus trabajos. Se reencontraron más tarde
en un bar de la ciudadela sesenta dedicada a las actividades lúdicas. Se
escuchaba de fondo una versión moderna de somewhere over the rainbow mientras
tomaban gin-tonic y Daiquiris.
—Aunque este
individuo sí existió, no hay pruebas de que lo que dice el libro sea verdad —dijo
Alan.
—Se me
ocurre que busquemos naves perdidas cuya fecha coincida con la desaparición de
Villeneau —agregó Jean Paul.
Encontraron
tres, de las cuales dos no coincidían, pero la tercera sí. Ya tenían el
rompecabezas armado. Al día siguiente fueron a la oficina del gobierno central
en la ciudadela uno. Iban con sus mejores vestidos de trabajo y a Akiko en
particular le sentaba bien, haciendo resaltar su esbelta figura. Fueron
atendidos en una fría oficina de paredes grises con una réplica del grito de
Munchen en el fondo, aunque quizás fuera la original. Una mujer corpulenta de
unos cuarenta años tomó la vocería. La expresión de su rostro era tan fuerte
como el aroma del perfume que usaba. La acompañaba un hombre de unos cincuenta
años con entradas pronunciadas y rostro aguileño que llevaba uniforme militar.
Sin rodeos les preguntaron que deseaban y ellos contaron su historia.
—Deberían
saber que está prohibido analizar cualquier cuerpo celeste sin autorización.
—Lo sabemos
señora, pero quería corroborar una inquietante teoría —respondió JP.
—Miren chicos,
a su edad uno quiere cambiar el mundo, pero hay cosas que es mejor dejar así. Sea
lo que sea que haya en Marte, parece una caja de pandora que es mejor no abrir.
Les pido que olviden este asunto y sigan con su vida.
Alan se
sintió decepcionado ante la respuesta y le molestó ver el rostro sonriente de
Akiko.
—¿De qué
te ríes?, ¿Crees que esto es gracioso?, hasta aquí llegó cualquier intento por
descubrir la verdad.
—Tontito,
¿sabes quién es ese señor?
—No, ni
idea.
—Es Jacob
Cohen, el tipo a quien vino a rescatar la primera ministra.
—¿Es él?
No lo distinguí. Pero ¿eso en qué cambia las cosas?
—Según se
cuenta, la primera ministra y él no pasan por un buen momento, al punto que lo
relegó a un puesto sin importancia para que no interfiriera en los asuntos de la
Colonia.
—¿Y por
qué? —preguntó Jean Paul.
—Cohen es
partidario de volver a la Tierra, pero ella considera que el planeta está
perdido y es mejor concentrarse en buscar un nuevo hogar.
—Entonces,
¿crees que nos dará una mano?
—Espero
que sí.
Pasaron
cuatro días. Akiko y Alan se encontraban en su oficina del ministerio cultural cuando
llegó alguien a verlos.
—Buenos
días, ya nos conocíamos, yo soy…
—El almirante
Jacob Cohen —interrumpió Alan —, disculpe que no lo reconociéramos señor, bueno
yo, porque mi compañera sí.
—Madame
—dijo Jacob haciendo una reverencia hacia donde estaba Akiko. Lo invitaron a
que se sentara en uno de los sillones circulares—. El motivo de mi visita tiene
que ver con su hallazgo. En Marte hay más de lo que pueden imaginar.
—Y por lo
visto nunca sabremos qué es señor, porque no hay ningún interés en averiguarlo.
—Hay
mucha gente que sí quiere, pero los que gobiernan han olvidado cual era nuestro
objetivo. Pero yo no lo he hecho —dijo poniendo su mano en el pecho—, ¡yo no!
—Por eso
está distanciado de su... —Akiko se interrumpió cubriéndose la boca con sus manos.
—¿De mi
Gina?, sí en parte es por eso, los años la han ablandado, pero eso no demerita lo
que ha hecho en este lugar. Ya no encajo aquí y estoy dispuesto a ir por la
verdad, si quieren acompañarme hay un espacio en mi nave.
—Pero ¿nos
darán permiso?
—Nadie ha
hablado de permiso, vamos a desertar y espero que por respeto a mi rango no nos
disparen.
—Alan y Akiko
se miraron perplejos— Entonces, ¿se animan?
—Dios
santo —dijo Akiko—, bueno, cuente conmigo.
—Conmigo
también —agregó Alan.
—¿Y su
otro amigo?
—Él no
irá, pero estará encantado de apoyarnos desde acá.
A los dos
días se encontraron en el hangar donde estaba el Ulises, la nave de Jacob. Despegaron
con destino a una de las nuevas estaciones en construcción, pero a mitad de
camino desviaron su curso hacia el planeta rojo por lo que recibieron varios
llamados a regresar, el último acompañado de una amenaza a lo que Jacob respondió
«Es libre de disparar». Luego se interrumpió la señal. Los siguientes minutos
fueron de incertidumbre, pero se tranquilizaron ante la ausencia de torpedos en
el radar. El viaje duró una semana y los tres compartieron el espacio de la
pequeña nave que tenía dos camarotes, una cocina y un baño, además de la cabina
de mando. Hablaron de las películas y libros que analizaban, los mismos que
Jacob había disfrutado en su juventud. Akiko le preguntó: —¿Qué tan difícil fue
estar en una mina-asteroide?
—Fue la
peor experiencia de mi vida. Ver morir a tantos, pensar que lo mismo me
ocurriría y luego ser rescatado me hizo creer que estaba destinado para algo
más. Desde entonces me he estado preguntando para qué.
En ese momento recibieron un mensaje de JP que
decía: Capté esta señal proveniente del valle de Marineris en Marte: «S.O.S.
vengan por mí». Envío las coordenadas.
Penetraron
la atmósfera marciana en dirección a aquel lugar. El espacio circundante cambió
de un tono negro a uno rosa pálido. A lo lejos se vislumbraba la inmensa planicie
rodeada por montañas. El aterrizaje fue algo turbulento debido a los fuertes
vientos cargados de arena que golpeaban el valle. Había huellas que sugerían un
pasado remoto colmado de agua. La asfixiante soledad los hacía sentirse ínfimos.
Se pusieron a trabajar de inmediato y la nave les sirvió de refugio. Tenían provisiones
para dos semanas por tanto si en una, no encontraban lo que estaban buscando
deberían decidir si volver a la colonia a ser juzgados o viajar a la Tierra y
afrontar un destino incierto. Desde la cabina podían inspeccionar el cobrizo
horizonte marciano y pasados tres días observaron una luz proveniente de un
acantilado a un kilómetro de distancia por lo que emprendieron la marcha hacia
el lugar protegidos por sus trajes espaciales. Tardaron medio día marciano en
llegar al borde de la montaña. La altura a la que estaba el sitio de donde
provenía la luz era de unos cien metros. Subieron un sendero escarpado que los condujo
a una caverna. Al entrar, la oscuridad imperante fue quebrantada por una voz:
—¿Por qué
tardaron en venir?
—¿Es
usted Villeneau? —preguntó Alan titubeante.
—Así
solían llamarme, pero de eso hace mucho.
—¿Cómo
hizo para sobrevivir tanto tiempo aquí?
—No vine
solo, aunque mis compañeros fallecieron.
—Qué
terrible. Debieron sufrir mucho —comentó Akiko.
—Éramos
conscientes de los riesgos. Pero prefiero no hablar de eso. Síganme, quiero
mostrarles mi hogar.
Se
encendió una luz y entraron a un recinto similar a un refugio antimisiles.
Dentro había invernaderos sembrados con vegetales que proveían alimento y servían
de fuente de oxígeno y nitrógeno para la atmósfera interna. Tenía un
laboratorio donde sintetizaba carne y una planta de reciclaje que no
desperdiciaba nada.
—¿Y qué
de la vida del viejo Duche? —preguntó.
—Falleció,
todos sospechan que fue envenenado por Orver.
—Ese
maldito mañoso, algún día recibirá su merecido.
—Ya lo recibió,
en parte gracias al almirante Cohen —dijo Alan señalando a Jacob.
—Increíble
lo desactualizado que está uno aquí —respondió a la vez que hacía el saludo
marcial.
—¿Por qué
decidió venir acá? —preguntó Jacob sin rodeos.
—Aquí
estaba el cielo.
—¿Qué
significa eso?
—En este planeta
hubo una guerra hace eones la cual destruyó su civilización. Los sobrevivientes
viajaron a la Tierra en busca de un nuevo hogar. Fueron nuestros creadores y el
recuerdo de esa guerra permanece en textos sagrados como la biblia. Ahora
descansemos, mañana será un largo día.
Al
siguiente día se levantaron y Villeneau les explicó que al otro lado del valle estaba
alguien que en el pasado había salvado a la humanidad. Su intención había sido
llegar allá, pero la nave se averió y quedaron perdidos a mil kilómetros de su
objetivo. Buscaron la manera de recorrer la distancia y así uno a uno sus
compañeros fallecieron, quedando solo él. Por último, les dijo que debían tener
cuidado con los hombres ameba.
—¡¿Hombres
ameba?! ¿Quiénes son?
—Habitan
este planeta. Son ovalados, gelatinosos y se mueven a gran velocidad.
—Vaya, siempre
pensé que los extraterrestres se parecerían un poco a nosotros —comentó Alan con
un encogimiento de hombros.
—No hay
razones evolutivas para que así sea —agregó Akiko —. Solaris, un libro que leí
no hace mucho planteaba esta situación al punto que a los humanos les costaba
clasificar la vida extraterrestre como tal.
—Sin
embargo, si asumimos que el universo tiene trece mil ochocientos millones de
años, es posible que haya habido una civilización avanzada capaz de sembrar la
galaxia de vida…
—¿Algo
así como una panspermia dirigida? —preguntó Akiko interrumpiendo a Villeneau.
—Preciso,
eso fue lo que ocurrió. Estos seres crearon a los niuk que vivieron en Marte hace
un millón de años. Un individuo de esta raza es a quien venimos a buscar.
—Bueno
entonces marchemos —dijo Jacob.
—Antes
necesito que lleven esto consigo. —Les lanzó unas pistolas de agua.
—¡¿Qué?!,
¿vamos a jugar?
—He
tenido tiempo de sobra para estudiar a estas criaturas. Evitan lugares con reservas
de agua y oxígeno, y cuando se les analiza a través de este espectroscopio
—señaló un binocular en una mesa—, se aprecia que están hechos de hidrógeno,
Helio y litio en su mayoría. Por tanto, estas pistolas con peróxido de
Hidrógeno les deberían hacer daño.
Iniciaron
su viaje. Desde lo alto se apreciaban las ruinas de ciudades monumentales corroídas
por la arena. Su arquitectura era semejante a la del antiguo Egipto y
Mesopotamia. Villeneau señaló en frente suyo un majestuoso palacio casi destruido,
que en la medida que se acercaban se hacía más colosal. De pronto unas luces se
interpusieron por lo que desviaron su curso hacia un estrecho cañón chocando el
ala derecha de la nave con una roca por lo que debieron aterrizar. Vieron
descender a los alienígenas y sintieron en sus cabezas una voz que les ordenaba
bajar. Al hacerlo se encontraron frente a frente con los hombres ameba y de
nuevo la voz «¿Qué hacen en Marte?». Al verlos enmudecidos de pavor cambiaron a
una forma antropomórfica de coloración azulada.
—Respondan,
¿por qué vinieron?
—Buscamos
a alguien —contestó Villeneau.
—No hay
nadie a aquí. Es mejor que se marchen.
—No nos iremos
hasta encontrarlo —dijo Akiko decidida.
—En ese
caso no nos dejan otra opción…
Antes de
que ellos atacaran, Villeneau y Jacob como si de un acto coordinado se tratara,
accionaron sus pistolas con peróxido de hidrógeno hacia los hombres ameba cuya
masa se convirtió de nuevo en protoplasma y se empezó a desintegrar. El
sobreviviente lanzó su arma al piso.
—Si vienen
por Enkiuk, los ayudaré.
—¿Por qué
confiaríamos en ti y qué sabes de él?
—Solíamos
ser amigos y teníamos claridad sobre que era lo correcto, pero a diferencia de
él, yo opté por no hacer nada. Como consecuencia, la Tierra está convertida en
un lugar inhabitable para los humanos y quiero resarcir mis errores.
—Ahora
que está perdido, recordó la diferencia entre el bien y el mal—dijo Jacob—,
deberíamos dispararle
—En una
cosa tienen razón. Merezco que me disparen, pero no se engañen, tengo más poder
del que imaginan. —Hizo una pausa y luego agregó—: Bien, entonces, ¿vamos a
despertar a nuestro amigo?
Tomaron
juntos una nave que los llevó al palacio de Enkiuk. Cruzaron la terraza intercalada
con grandes columnas coronadas por un techo triangular. Estando dentro recorrieron
los amplios salones y llegaron a una pared decorada con bajorrelieves de figuras
humanoides. El extraterrestre tocó una pirámide situada en el centro del dibujo
y al instante se abrió una compuerta que los llevó a otra estancia donde había
un gigantesco sarcófago de piedra. Corrió la tapa superior y dentro estaba un ser
colosal embebido en un líquido verdoso.
—¡Xénel!
—exclamó al despertar—. ¿Qué haces aquí con estos humanos?
—Hola
Enkiuk, pasaron muchas cosas mientras dormías. En marcha, tenemos un largo camino.
—¿Y a dónde
vamos?
—A
recuperar el mundo.