viernes, 8 de marzo de 2019

Cosas del mar


Antonio Sardina Cecine


Abrió la puerta y Rolando estaba ahí.

Su cerebro emitió un chispazo de luz y su mirada se llenó de blanco, un blanco lechoso y que se difuminaba en otros tonos de blanco, tenía la imagen de su cara en el cerebro pero no veía nada más que ese telón blanco y espeso. Estaba parada con la manija de la puerta en la mano, las corvas empezaron a temblar sin control y sintió que se caía. No supo cuánto tiempo pasó así, seguramente instantes y poco a poco sus sentidos empezaron a funcionar nuevamente, su cerebro siempre alerta e inteligente le envió la orden de precaución, advirtiéndole que la reacción que tuviera en este momento marcaría su vida.

En cuanto pasó el momento de estupor, se tiró sobre él y lo abrazó llorando desconsoladamente sin hablar, sollozando lo apretaba y le mojaba la camisa, él le acarició la cabeza y entonces ella se irguió y le dijo «¡estás vivo, estás vivo!».

Estaban en la casa de Saint Barth, una casita blanca y azul que compraron hace más de dos años y que fue puesta a nombre de Azul, era la primera propiedad que ponía a su nombre después de casarse; la habían descubierto en su viaje de bodas durante una escala que hacían en el opulento yate que alquilaron para dar un paseo por el Caribe. 

El lugar les fascinó por su ambiente cosmopolita y lujoso y al mismo tiempo natural e informal, preguntaron por casas en venta y cuando fueron a conocer esta en la ladera de la montaña, con la vista al mar y oculta por jardines y flores, sabían que habían encontrado su lugar. La casa era de un tamaño bastante práctico, Azul dijo que era perfecta, que era su sueño para estar juntos.

Se quedaron una semana para arreglar los documentos y cuando salieron de la Isla, Azul ya era dueña de una propiedad por primera vez en su vida.

Nació en Brownsville, Texas, mientras su madre se encontraba trabajando en esa ciudad con unos parientes, recién nacida la llevó a la ciudad de México; hija de madre soltera, nunca tuvo conocimiento de quién era su padre; lo más parecido a la imagen paterna que conoció fue el novio con el que se relacionó su mamá cuando Azul tenía tres años, un señor casado que las veía solo entre semana y viajaban de vez en cuando y que era bueno con Azul, pero no influía verdaderamente en su vida más que para mantener el departamento y los gastos, y que pagó su escuela hasta la preparatoria.

Azul era inteligente pero sobre todo muy avispada y con un físico agradable (ojos azules, nariz recta un poco demasiado grande y piernas largas y bien formadas) que combinado con su simpatía la hacía atractiva para los hombres pero sin ser retadora para las mujeres. Esto le había servido para relacionarse con estatus sociales arriba del suyo y se desenvolvía con maneras educadas y elegantes que la hacían pasar por sofisticada.
  
Estudió negocios en la universidad y se mantuvo haciendo contactos entre vendedores y compradores de todo tipo de bienes gracias a sus relaciones sociales. Antes de terminar la carrera empezó a trabajar en una casa de bolsa, negocio que en ese tiempo estaba en auge, ya que el país pasaba por una época de bonanza y grandes expectativas gracias a su petróleo y la administración neoliberal que lo gobernaba y la bolsa de Nueva York también experimentaba alzas constantes.

Fue en esa época cuando conoció a Rolando en Acapulco; además de tener un romance, se enteró de que necesitaba limpiar capitales al parecer muy abundantes, sin saber bien a qué se dedicaba en su país natal; Azul demostró que tenía las aptitudes, los contactos y la audacia para crear una red de prestanombres e inversiones que funcionó perfectamente durante un año.

Con la finalidad de evitar los impuestos a extranjeros en México y aprovechar la nacionalidad estadounidense que tenía Azul, decidieron casarse, además de que esto los ayudaba a presentar una imagen confiable a la sociedad con la que se relacionaban y hacían negocios.

Azul fue a conocer a su familia a Colombia, donde fue recibida con recelo pero cordialmente, ya que no entendían por qué Rolando había decidido casarse con una mexicana que apenas conocía.

Al volver a México él le dijo que tenía que ir a Italia para reunirse con sus socios, de pronto a los dos días le informaron en una carta de Colombia que Rolando había muerto,  esto le causó un fuerte impacto y la sumió en una total confusión.

Según la carta de la madre, él se encontraba haciendo un recorrido en barco por la costa amalfitana cuando cayó por la borda y desapareció, «cosas del mar», decía la carta.

La golpeó la tristeza, pero el sentimiento más grande sin duda, fue la excitación que la invadió al percibir que en ese momento empezaba una nueva vida.

Se encontró de repente con propiedades e inversiones a nombre de su esposo, pero también con una serie de inversiones a nombre de conocidos suyos que la veían a ella como la dueña y controladora de esa gran fortuna.

La familia de Rolando inmediatamente la buscó y ya que él no había formalizado un testamento, le hicieron saber que estaban dispuestos a pelear por lo que consideraban suyo.

Ella los recibió muy educadamente representando el papel de una viuda triste e impactada por la muerte de su marido, les enseñó todas las cuentas de las propiedades e inversiones a su nombre y les dijo que estaría de acuerdo con la repartición que ellos definieran.

Eso los desarmó, además que era mucho más dinero que el que ellos esperaban, así que tomaron lo que era menos complicado de liquidar y el efectivo y le firmaron a Azul el acuerdo para que ella se quedara con las propiedades en México, entre las que estaban el departamento en el que vivían y algunos otros que tenían a la renta como inversión y desde luego la casita de Saint Barth que estaba a su nombre.

Así, a ojos de la familia y el círculo social que habían formado como pareja en ese tiempo, Azul quedaba en una posición cómoda pero no extremadamente rica, sin saber nada de la gran fortuna en capitales que Rolando había limpiado y cuyo origen era desconocido, pero que estaba convenientemente manejada por sus prestanombres.

Ella siguió administrando exitosamente la intrincada red, depositando el dinero al final en las cuentas que controlaba en paraísos fiscales de todo el mundo. Llevaba una vida cómoda pero sin llamar la atención ni hacer gastos escandalosos.

Así le iba la vida cuando sonó el timbre y en la puerta estaba Rolando.

Pasaron a la casa y él se mostró tranquilo y hasta risueño, le pidió que no hiciera preguntas y que todo se lo explicaría después, pero que ahora lo que necesitaba era abrazarla, besarla y comer, en ese orden.

Ya tomando un café colombiano, como ella sabía que le gustaba al terminar la comida, le contó que había planeado esa desaparición desde hace mucho tiempo, que de hecho antes de conocerla ya estaba madurando la idea y cuando la conoció todo el plan se cerró a la perfección, sus socios eran gente peligrosa y sabía que tenía que perderse de una forma muy inteligente para poder vivir la vida que quería.

Le dijo que había estado monitoreando sus operaciones, que la felicitaba por la forma en que había resuelto todo con la familia, que estaba muy satisfecho de ver que no había tocado nada del dinero de los grandes capitales que manejaba. Su red era tan perfecta que ni los mismos socios supieron nunca el destino final del dinero.

Bueno, la verdad es que he vivido muy bien aunque triste porque te hacía muerto, no he querido llamar la atención con mi vida, lo único que compré fue ese velero que ves en la marina, mira, el azul que se llama Rolando, por ti y por lo que en México significa… pasear.

¡Está precioso!, bajemos a conocerlo, se me antoja en este atardecer dar una vuelta por la bahía, supongo que tú ya sabes manejarlo,  porque yo nunca lo he hecho, mis travesías marítimas siempre son con yates y tripulación.

Claro, ya soy una experta, además de mis viajes esporádicos a Miami y México y los otoños que paso en Whistler en Canadá, donde también tenemos un pequeño departamento, la mayoría del tiempo la paso aquí y mi mayor placer es salir a pasear en mi velero.

Bajaron a la marina y salieron al mar en una tarde preciosa, con el sol apenas bajando, lo que causaba que el horizonte se asomara entre tonalidades de dorados y rojos, algo verdaderamente espectacular. Así fueron hasta mar abierto y empezaron a dar la vuelta hacia la bahía nuevamente.

Rolando estaba feliz, sentado en la parte de atrás del velero viéndola maniobrar las velas y los mástiles como un verdadero marinero, en un punto la mujer le pidió que se acercara al frente del velero mientras  fijaba el timón, al avanzar Rolando, diestramente soltó una cuerda y la vela principal dio toda la vuelta dándole de lleno y tirándolo al mar. Azul tranquilamente volvió a tensar la vela, dio rumbo al puerto y se sentó junto al timón dejando que el viento le revolviera el pelo. Cosas del mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario