Antonio Sardina Cecine
Abrió la puerta y Rolando estaba ahí.
Su cerebro emitió un chispazo de luz y su
mirada se llenó de blanco, un blanco lechoso y que se difuminaba en otros tonos
de blanco, tenía la imagen de su cara en el cerebro pero no veía nada más que
ese telón blanco y espeso. Estaba parada con la manija de la puerta en la mano,
las corvas empezaron a temblar sin control y sintió que se caía. No supo cuánto
tiempo pasó así, seguramente instantes y poco a poco sus sentidos empezaron a
funcionar nuevamente, su cerebro siempre alerta e inteligente le envió la orden
de precaución, advirtiéndole que la reacción que tuviera en este momento
marcaría su vida.
En cuanto pasó el momento de estupor, se
tiró sobre él y lo abrazó llorando desconsoladamente sin hablar, sollozando lo
apretaba y le mojaba la camisa, él le acarició la cabeza y entonces ella se
irguió y le dijo «¡estás vivo, estás vivo!».
Estaban en la casa de Saint Barth, una
casita blanca y azul que compraron hace más de dos años y que fue puesta a
nombre de Azul, era la primera propiedad que ponía a su nombre después de
casarse; la habían descubierto en su viaje de bodas durante una escala que
hacían en el opulento yate que alquilaron para dar un paseo por el Caribe.
El lugar les fascinó por su ambiente
cosmopolita y lujoso y al mismo tiempo natural e informal, preguntaron por
casas en venta y cuando fueron a conocer esta en la ladera de la montaña, con
la vista al mar y oculta por jardines y flores, sabían que habían encontrado su
lugar. La casa era de un tamaño bastante práctico, Azul dijo que era perfecta,
que era su sueño para estar juntos.
Se quedaron una semana para arreglar los
documentos y cuando salieron de la Isla, Azul ya era dueña de una propiedad por
primera vez en su vida.
Nació en Brownsville, Texas, mientras su
madre se encontraba trabajando en esa ciudad con unos parientes, recién nacida la
llevó a la ciudad de México; hija de madre soltera, nunca tuvo conocimiento de
quién era su padre; lo más parecido a la imagen paterna que conoció fue el
novio con el que se relacionó su mamá cuando Azul tenía tres años, un señor
casado que las veía solo entre semana y viajaban de vez en cuando y que era
bueno con Azul, pero no influía verdaderamente en su vida más que para mantener
el departamento y los gastos, y que pagó su escuela hasta la preparatoria.
Azul era inteligente pero sobre todo muy
avispada y con un físico agradable (ojos azules, nariz recta un poco demasiado
grande y piernas largas y bien formadas) que combinado con su simpatía la hacía
atractiva para los hombres pero sin ser retadora para las mujeres. Esto le
había servido para relacionarse con estatus sociales arriba del suyo y se
desenvolvía con maneras educadas y elegantes que la hacían pasar por
sofisticada.
Estudió negocios en la universidad y se
mantuvo haciendo contactos entre vendedores y compradores de todo tipo de
bienes gracias a sus relaciones sociales. Antes de terminar la carrera empezó a
trabajar en una casa de bolsa, negocio que en ese tiempo estaba en auge, ya que
el país pasaba por una época de bonanza y grandes expectativas gracias a su
petróleo y la administración neoliberal que lo gobernaba y la bolsa de Nueva
York también experimentaba alzas constantes.
Fue en esa época cuando conoció a Rolando
en Acapulco; además de tener un romance, se enteró de que necesitaba limpiar
capitales al parecer muy abundantes, sin saber bien a qué se dedicaba en su
país natal; Azul demostró que tenía las aptitudes, los contactos y la audacia
para crear una red de prestanombres e inversiones que funcionó perfectamente
durante un año.
Con la finalidad de evitar los impuestos a
extranjeros en México y aprovechar la nacionalidad estadounidense que tenía
Azul, decidieron casarse, además de que esto los ayudaba a presentar una imagen
confiable a la sociedad con la que se relacionaban y hacían negocios.
Azul fue a conocer a su familia a Colombia,
donde fue recibida con recelo pero cordialmente, ya que no entendían por qué
Rolando había decidido casarse con una mexicana que apenas conocía.
Al volver a México él le dijo que tenía
que ir a Italia para reunirse con sus socios, de pronto a los dos días le
informaron en una carta de Colombia que Rolando había muerto, esto le causó un fuerte impacto y la sumió en
una total confusión.
Según la carta de la madre, él se
encontraba haciendo un recorrido en barco por la costa amalfitana cuando cayó
por la borda y desapareció, «cosas del mar»,
decía la carta.
La golpeó la tristeza, pero el sentimiento
más grande sin duda, fue la excitación que la invadió al percibir que en ese
momento empezaba una nueva vida.
Se encontró de repente con propiedades e
inversiones a nombre de su esposo, pero también con una serie de inversiones a
nombre de conocidos suyos que la veían a ella como la dueña y controladora de
esa gran fortuna.
La familia de Rolando inmediatamente la
buscó y ya que él no había formalizado un testamento, le hicieron saber que
estaban dispuestos a pelear por lo que consideraban suyo.
Ella los recibió muy educadamente
representando el papel de una viuda triste e impactada por la muerte de su
marido, les enseñó todas las cuentas de las propiedades e inversiones a su
nombre y les dijo que estaría de acuerdo con la repartición que ellos
definieran.
Eso los desarmó, además que era mucho más
dinero que el que ellos esperaban, así que tomaron lo que era menos complicado
de liquidar y el efectivo y le firmaron a Azul el acuerdo para que ella se
quedara con las propiedades en México, entre las que estaban el departamento en
el que vivían y algunos otros que tenían a la renta como inversión y desde
luego la casita de Saint Barth que estaba a su nombre.
Así, a ojos de la familia y el círculo
social que habían formado como pareja en ese tiempo, Azul quedaba en una
posición cómoda pero no extremadamente rica, sin saber nada de la gran fortuna
en capitales que Rolando había limpiado y cuyo origen era desconocido, pero que
estaba convenientemente manejada por sus prestanombres.
Ella siguió administrando exitosamente la intrincada
red, depositando el dinero al final en las cuentas que controlaba en paraísos
fiscales de todo el mundo. Llevaba una vida cómoda pero sin llamar la atención
ni hacer gastos escandalosos.
Así le iba la vida cuando sonó el timbre y
en la puerta estaba Rolando.
Pasaron a la casa y él se mostró tranquilo
y hasta risueño, le pidió que no hiciera preguntas y que todo se lo explicaría
después, pero que ahora lo que necesitaba era abrazarla, besarla y comer, en
ese orden.
Ya tomando un café colombiano, como ella
sabía que le gustaba al terminar la comida, le contó que había planeado esa
desaparición desde hace mucho tiempo, que de hecho antes de conocerla ya estaba
madurando la idea y cuando la conoció todo el plan se cerró a la perfección,
sus socios eran gente peligrosa y sabía que tenía que perderse de una forma muy
inteligente para poder vivir la vida que quería.
Le dijo que había estado monitoreando sus
operaciones, que la felicitaba por la forma en que había resuelto todo con la
familia, que estaba muy satisfecho de ver que no había tocado nada del dinero
de los grandes capitales que manejaba. Su red era tan perfecta que ni los
mismos socios supieron nunca el destino final del dinero.
—Bueno, la verdad
es que he vivido muy bien aunque triste porque te hacía muerto, no he querido
llamar la atención con mi vida, lo único que compré fue ese velero que ves en
la marina, mira, el azul que se llama Rolando, por ti y por lo que en México
significa… pasear.
—¡Está precioso!,
bajemos a conocerlo, se me antoja en este atardecer dar una vuelta por la bahía,
supongo que tú ya sabes manejarlo, porque yo nunca lo he hecho, mis travesías
marítimas siempre son con yates y tripulación.
—Claro, ya soy una
experta, además de mis viajes esporádicos a Miami y México y los otoños que
paso en Whistler en Canadá, donde también tenemos un pequeño departamento, la
mayoría del tiempo la paso aquí y mi mayor placer es salir a pasear en mi
velero.
Bajaron a la marina y salieron al mar en
una tarde preciosa, con el sol apenas bajando, lo que causaba que el horizonte
se asomara entre tonalidades de dorados y rojos, algo verdaderamente
espectacular. Así fueron hasta mar abierto y empezaron a dar la vuelta hacia la
bahía nuevamente.
Rolando estaba feliz, sentado en la parte
de atrás del velero viéndola maniobrar las velas y los mástiles como un verdadero
marinero, en un punto la mujer le pidió que se acercara al frente del velero
mientras fijaba el timón, al avanzar
Rolando, diestramente soltó una cuerda y la vela principal dio toda la vuelta
dándole de lleno y tirándolo al mar. Azul tranquilamente volvió a tensar la
vela, dio rumbo al puerto y se sentó junto al timón dejando que el viento le
revolviera el pelo. Cosas del mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario