Armando Janssen
La
detective O' Neill, la escena del crimen y las musulmanas
Sonó
su celular en medio de la noche, 03:07 a.m., somnolienta atendió, escuchó y
dijo simplemente: voy. Se levantó rápidamente.
—¿Tienes
que ir? —preguntó George—. Hoy es tu trigésimo noveno cumpleaños.
—Gracias
por recordarlo. Sabes que estoy de guardia, es mi caso, soy la detective.
Se
vistió y salió. Llegó al lugar del crimen. Se acercó al oficial de guardia.
—Sargento
Fadar, póngame al tanto de la situación.
—El
muerto, es un repartidor de pizzas de origen musulmán, presenta dos disparos en
el pecho, y hay una sola testigo vietnamita drogada que no aportó mucho, ella
se encontraba sentada en frente al edificio donde fue realizada la entrega.
—¿Revisaron
la cuadra?, ¿el barrio?
—Tenemos
agentes en eso, detective, estamos conectados
directamente con la central, y por la foto digital nos identifican a la víctima
como: Mohamed Assif.
—¿Qué hay allá? —dice refiriéndose a
una garaje y al cual
comenzó a dirigirse—, abran este portón.
Dos musulmanas se encontraban dentro, alteradas por
la intromisión, se abrazaban. La detective, notó que había tres colchones en el
piso.
—¿Quién falta acá? —preguntó—, ¿hablan inglés? Hubo
un asesinato muy cerca de aquí, ¿vieron algo?, ¿alguna de ustedes conoce a
Mohamed Assif? Trabajaba entregando pizzas. Asumiré que entienden lo que les
pregunto mientras viene inmigraciones. ¿Conocen a Mohamed?, ¿tienen
alguna documentación? Lo que tengan sirve. Vinimos a ayudarlas. Sargento,
quiero hablar con la testigo.
—No
tenía mucho para aportar y la llevaron a su casa.
—¿Cómo?,
¿saben dónde vive? —La detective se
dirigió a sus subordinados, diciendo—:
actuemos de acuerdo al protocolo, un testigo no se puede retirar de la escena
del crimen, ¿está claro? Creo que el repartidor,
de acuerdo a los datos aportados por la central y la documentación de estas mujeres,
es su hermano. Huyen de la guerra y caen acá para
empezar otra en un garaje.
Sara
O'Neill, de regreso al departamento de Policía, pensaba que las musulmanas no
se sorprendieron por la muerte de su hermano, quizás lo esperaban. Volvería a interrogarlas.
Pero antes, pasaría por la pizzería.
Interrogando
a Laurie, la gerente, se enteró de que Mohamed no era el repartidor habitual de
esa zona. «Entonces, ¿por qué
lo envió a él?»,
le preguntó.
—Puedo
hacerlo, —Indicó Laurie.
—Yo
le pregunto, ¿por qué?
—Mohamed
no había realizado ningún viaje esa noche. Necesitaba el dinero. Y yo lo envié
a la muerte, tengo bastante con eso.
Las
dos musulmanas, fueron trasladadas en una van por el servicio de inmigración
para ser nuevamente interrogadas. Hablaban muy poco inglés. La van se detuvo, les
indicaron con un gesto que bajaran. Las esperaban una guardia y la intérprete,
que ya estaban sentadas en una oficina. Al entrar las musulmanas, las invitaron
a sentarse.
—¿Dónde estamos? —dijo una de ellas en árabe—, ¿esto es una prisión?
—No, somos oficiales de custodia de inmigración, —contestó la intérprete—. ¿De dónde provienen?, ¿cómo las dejaron entrar
sin pasaporte? —No tuvieron respuesta—. Se les asignará una habitación, —les comunicaron—.
Más tarde serán procesadas. El abogado viene dos veces por semana. Mañana
hablarán con él.
La
capitán Shaw, la sargento Mirrow y el coronel Shadows
La
capitán Shaw ingresó a su oficina, era la primera secretaria del coronel
Shadows y tenía muchas cosas que hacer ese día. El coronel la vio llegar y fue a
su encuentro, ella compartía la oficina con la sargento Mirrow, la segunda
secretaria.
—Buenos días, capitana —dijo el coronel—, ¿dónde
estaba?
—De
licencia unos días, señor, estaba programado.
—La
extrañamos, ¿verdad, sargento?
—Me
imagino, señor.
—Bienvenida
—dijo el coronel con cara de libidinoso y se fue.
—Empezó de nuevo —expresó la sargento
mirando fijamente a la capitán—deberíamos hacer algo, presentemos una
queja.
—¿Para
qué? —dijo la capitán—
no servirá de nada.
Mientras,
el coronel no dejaba de observarlas desde su oficina.
—Tiene
esa sonrisita asquerosa, esto es acoso —dice
la sargento.
—¿Y
bajo qué argumento haríamos esa queja?, ¿el segundo al mando nos mira el culo?
—No
entiendo por qué debemos soportar esto. Cuando se nos acerca y puede, desliza
su mano y cada uno de sus dedos húmedos por nuestros cuerpos.
—Sabes
el porqué. Estamos en el ejército y es un mundo de machos. No le demos el gusto.
Kim
y Rachel
Kim,
la única testigo del asesinato, regresó a casa de su pareja Rachel, esa noche.
—¿Dónde
has estado? —le pregunta
Rachel.
—Me
demoré porque tuve un problema —contesta Kim.
—¿Qué
problema?, ¿qué pasó?
—Tenía
necesidad de drogarme y fui donde un distribuidor. Fui testigo de un asesinato.
—¿Cómo?,
¿la policía estuvo acá?
—No,
no. Les di una dirección y nombre falsos. Me hice llevar a otro lugar. Nadie me
ha seguido. Si saben quien soy y quien eres tú, tendremos problemas.
—No
puedes continuar así Kim. Te recogí de la calle recién llegada de Vietnam, te
estimulé para zafar de las drogas y tienes un hogar conmigo. Conoces muy bien mi
situación, estoy a cargo de esta iglesia y eres todo para mí.
—Estaba
aterrada, no quiero regresar a mi país, quiero vivir acá. Hay algo más, les
dije que el asesino tenía capucha, pero no les dije que era una mujer.
—¿Porqué
ocultaste ese detalle?
—No
lo sé, estaba asustada, bajo el efecto de las drogas, quería irme y no verme
implicada.
Rachel
la abrazó, besó profundamente e hicieron el amor.
La
exseñora Rowling y el diputado Rowling
El
inquilino del apartamento 203 de la avenida Thompson era quien había solicitado
aquella noche el envío de una pizza a domicilio. «Con
el condimento especial, había aclarado». Allí vivía la ex mujer del
diputado Rowling con los dos hijos de ambos. Ante el asedio de la policía, ella
solicitó ayuda a su ex para que dejaran de implicarla con el asesinato. Solo
quería la droga y punto, ni siquiera probó la pizza.
El
diputado Rowling además, es íntimo amigo del vicario de la iglesia y, por ende,
de su asistente Rachel, de quien conoce perfectamente sus preferencias
sexuales. Engañado por Rachel, Rowling había firmado la solicitud de visa de
estudiante de Kim, sin saber que ella, está aquí ilegalmente.
El
asesino
Como
profesional que era, tomó el metro y se bajó en la penúltima estación, al otro
lado del centro de Londres. Entró a un baño público, sacó una bolsa plástica de
gran tamaño de su mochila, se paró encima y comenzó a desvestirse meticulosamente,
introduciendo todas, absolutamente todas sus prendas dentro. Luego se vistió
con otra ropa, tomó la bolsa y saliendo del baño se dirigió a una zona de
vagabundos a pocas cuadras de allí. Sacó una botella de licor que les entregó y
a cambio, depositó su bolsa dentro de aquel tonel que ardía intentando calentar
a la gente esa noche gélida de invierno. Nadie preguntó nada, esperó unos
segundos asegurándose de que su ropa se quemara. Envió un SMS que decía: «trabajo realizado» y se fue a su casa.
La
detective O'Neill y el sargento Fadar
—Tenemos
un cadáver de un inmigrante que tenía licencia para conducir y desaparecida la
única testigo. Un asesino encapuchado. Dos musulmanas sin pasaporte, hermanas
del muerto, que trabajan en un hotel. ¿Cómo llegaron a Londres?, ¿quién le
proporcionó la licencia a Mohamed? —resumió
la detective, dirigiéndose al capitán.
—¿Será
un caso para el M15? —preguntó el capitán.
—La
brigada antiterrorismo seguro va a querer intervenir. Mantengamos está
información por el momento entre nosotros. Este es nuestro caso. Me voy a
inmigración, quiero hablar con las hermanas.
—Aún
no me han respondido: ¿cómo llegaron acá?, por Turquía, desde Siria, un bote a
Grecia, un camión por Europa o por el túnel. ¿Cuánto tardaron?
—Menos
de un mes, contestó una.
—Es
increíblemente rápido. ¿Son de clase media alta?
La
intérprete dijo: dice que es todo lo que sabe.
—Por último les diré, que en estos casos, cuando hay un
asesinato, las víctimas son las que se embroman. Ustedes son las víctimas, por
si no lo saben. Les conviene cooperar con quien les tenga consideración. ¿Lo
entienden?
Jhonny,
el repartidor que no entregó el envío a domicilio
Jhonny
salió de la comisaría de madrugada, donde fue interrogado exhaustivamente. Para
la policía, todo aparentemente fue cosa del destino.
Caminó
un buen rato, pensando qué hacer, sabiendo que se encontraba en dificultades.
Se dirigió hacia un galpón al norte de la ciudad. Tocó tres veces la puerta,
salieron dos matones enormes.
—Vengo
a advertirles que me sigue la policía. Pero no les dije nada sobre ustedes.
—Sabes
que te conviene no decir nada, a nosotros no nos conoces.
Laurie,
la gerente de la pizzería y su madre
Laurie,
en sus mañanas libres, como todos los días, cuida a su madre enferma. Esta le
demanda tiempo, fuerzas y mucho dinero. Después la deja sola y se va al trabajo.
—Te
dejo todo lo necesario mamá, debes tomar estas pastillas, hasta la medianoche.
—Gracias
querida, cuídate mucho.
Laurie,
muy preocupada con lo sucedido, sabía que estaba comprometida. Ella había
decidido suplantar a Jhonny en aquella entrega. De camino a su trabajo, hizo un
alto y se puso a llorar. Sin darse cuenta, que un auto la seguía.
Varios,
al otro día
El
sargento Fadar fue a la pizzería en busca de Laurie, quien no se presentó a
trabajar.
La
detective O'Neill no quería ir a descansar hasta no progresar con el caso.
La
capitán Shaw tuvo práctica de tiro primero y después psicólogo, sesiones que tiene
regularmente desde su regreso de la guerra de Irak.
Jhonny
estaba muy asustado. Igual fue a su trabajo.
O'Neill
y Fadar no querían perder más tiempo y se dirigieron a casa de Laurie, los
recibió la madre, elija usted le dijeron los oficiales: nos permite revisar su
casa en este momento o regresamos con una orden. Se pusieron a buscar.
Encontraron cinco mil libras.
—¿Qué piensas? —preguntó la detective.
—Nadie
guarda ese dinero en casa. Con intención o no, ella envió a ese chico a la
muerte. Acá hay algo, respondió Fadar. Vayamos por ella.
—Jhonny es la otra punta, seguro tiene algo que ver.
Siguieron
a Jhonny, llevaba un pedido a domicilio. La moto se detuvo en el mismo edificio
donde la noche anterior ocurriera el asesinato. Jhonny bajó con la pizza y los
oficiales atrás, llegando en el momento de la entrega lo detuvieron. Dentro de
la caja, había pizza y droga.
En
la oficina, la sargento hablaba con la
capitana Shaw, sobre el coronel.
—¿Qué
te preocupa?, ¿el acosador? A la anterior le revisaba su correo y el
escritorio.
—No
me preocupa, yo no tengo nada que ocultar —respondió
Shaw.
Mientras
tanto, el coronel nunca dejaba de observarlas. En ese momento, aparecía en
televisión el vocero de la policía, anunciando que el repartidor de la pizzería
asesinado era de origen sirio, de Alepo. La capitana salió apresuradamente de
la oficina, dirigiéndose al patio del edificio, marca un número y deja un
mensaje: «¿era el correcto?»
El
coronel que la miraba en ese preciso momento, salió al pasillo y observó que se
dirigía al patio, regresó a su oficina y desde su ventana que daba al mismo, observó
que hablaba por celular. También la vio
regresar y dejar su celular en el cajón.
Jack
Holmes llega a su «Agencia de
viajes Paradise» esa mañana.
—Buenos
días le dice a su secretaria, ¿alguna
novedad?
—Ninguna
Jack. Buenos días.
Sentado
en su oficina, Jack comenzó el día escuchando sus llamadas del contestador con
clave de seguridad. La tercera decía: ¿era el correcto? Borra el mensaje.
La
detective O’Neill y el sargento Fadar están reunidos con el capitán Markless,
este último necesita desesperadamente un asesino, el gobierno está detrás del
departamento de Policía, sino este tema pasa al M15. Un oficial golpea la
puerta.
—Ahora
no oficial, vocifera el capitán.
—Pero, es extremadamente importante
capitán —Entrando sin más a la reunión—. Tenemos el informe de balística,
uno de los casquillos encontrados tiene las iniciales RG y está identificado
como militar. Radwan Green es el proveedor de las fuerzas armadas.
—Entonces
es un soldado o tiene acceso a las municiones militares, expresa el capitán.
—No
parece tener relación con Jhonny, dice la detective.
—¿Y
si lo averiguamos?, dice Fadar.
—Traigan
a Laurie y a Jhonny para un nuevo interrogatorio, indica la detective.
—Jhonny, lo sabemos, solo dinos cómo lo haces y te sacamos de
esta situación, le decía la detective O'Neill, al mismo tiempo que le mostraba el
sobre con las cinco mil libras.
—Ni
idea de eso, yo solo entregaba sobres de veinte libras con la pizza.
—¿Solo
con ciertos clientes?
—Piden
un condimento especial.
—¿Y
a quién se lo piden?, ¿a alguien que necesita dinero para cuidar a su mamá?
—Fue
idea mía, yo lo hacía.
—Pero
tú no atiendes el teléfono, ¿Laurie es tu cómplice? Ella recibe su parte.
—Yo
distribuyo, yo me arriesgo. No diré más nada.
La
detective llama por teléfono y dice: preparen una orden de captura para Laurie Athins.
El
coronel Shadows aprovecha que sus secretarias están practicando deporte y va al
escritorio de la capitán Shaw, fuerza la cerradura y encuentra el celular.
Busca el último registro de la llamada realizada y repite la llamada, responde
una voz de mujer: «Agencia de
viajes Paradise», buenos días, hola,
hola… Pasan unos segundos de silencio y la mujer dice: ¿eres tú? El coronel corta
la llamada y se lleva el celular.
La
secretaria, le dice a Jack: ha llamado otra vez y no contesta. Le dije que se
deshiciera de ese celular y no lo hizo.
—¿Y
porqué no?, pregunta Jack y la secretaria se encoge de hombros. Jack realiza
una llamada y dice: No me gusta lo que está pasando. Me huele a pánico. Y corta.
Varios,
más tarde
Laurie
está en casa de Rachel, al no encontrarla le deja una carta despidiéndose. Ésta
decía: Rachel, debo irme, gracias por escuchar todo este tiempo, me hizo bien
hablar con una sacerdotisa. Laurie.
La
policía buscaba a Laurie, hasta el momento no tenían noticias.
El
diputado Rowling se presentó ante la detective O'Neill.
—¿A
qué se debe este honor, diputado?
—Voy
a ser bien directo. Soy muy amigo del Vicario, ustedes buscan a la vietnamita,
su nombre es Kim Tse Kiam, es la testigo del asesinato del repartidor de pizza.
Les dio un nombre falso. Debo decirle que sé dónde se encuentra y que está muy
asustada. Puedo traérsela si me promete toda su discreción y nos quita del
caso. Fue una casualidad que se encontrara ahí, nada más, se lo aseguro.
—Cuente
con ella, si no interfiere con el caso. ¿Qué tiene que ver el Vicario?
—Le
cuento entonces. Kim, convive con Rachel que es la asistenta del Vicario...
—A
mí no me interesan sus preferencias sexuales…
—Es
que usted no entiende. Rachel es una sacerdotisa, su imagen y también la del
Vicario quedarían expuestas a un escándalo. Además hay otra cosa y me
compromete a mí. Engañado, firmé su solicitud de visa de estudiante sin saber
que esta aquí ilegalmente… Nos interesa que la investigación se centre en el
asesinato.
—Ese
es un problema enorme. Tráigala y veré que puedo hacer. No le prometo nada.
—Hay
algo importante que Kim no dijo. Ella cree que el asesino era una mujer.
Las
cejas de la detective se arquearon. De acuerdo. Gracias.
La
capitana era la última en el vestuario femenino, con la puerta entreabierta, el
coronel la observaba cambiarse…
—Espero
que no se le ocurra entrar, señor.
—Puedo
estar acá afuera, soy su superior. Hago lo que quiero. Y le muestra el celular.
Ella
se dirige a la puerta, y le dice: Váyase a la
mierda y déjeme en paz, señor.
En
la policía se presenta, Sam Spencer, del M15 diciendo que creen que el caso se
ajusta a la seguridad nacional y necesitan toda la información.
—Ustedes ya
saben como es esto, la policía no resuelve los temas y debemos intervenir para
salvar la situación. Empecemos por entrevistar a las
musulmanas.
Se
presentan en inmigración y la detective dice: falta el intérprete.
—No
lo necesitamos, dice Sam Spencer. ¿Verdad? Dirigiéndose a las musulmanas. Hablemos
en inglés, pero esta vez digan la verdad, son inteligentes y tienen dinero.
Empiecen desde que llegaron a Londres.
—Nos
escondíamos. A nuestro hermano lo asesinaron, asegura una de ellas.
—¿Dices
que la bala era para él?, pregunta la detective.
—Sí.
El sabía cosas y por eso huíamos.
Mohamed
tenía información. Sabía que los contrabandistas eran ingleses y que mataron al
capitán del bote que nos trasladó a nosotros y a todos los demás.
—¿Los
contrabandistas eran ingleses?
—Sí,
ingleses. Tienen todo, manejan todo, proveen los pasaportes, botes, trenes, boletos.
De
pronto, Sam Spencer, dice: todo su cuento es una gran mentira. Saben que los sirios
tienen asilo automáticamente. No tienen papeles. Ustedes son iraquíes. No
tienen derecho al asilo y por eso mienten.
—No
confiamos en usted, dice la otra musulmana. No diremos más nada hasta no tener
los papeles, un permiso de residencia para las dos o nada.
—No
hay trato hasta que no digan todo. Avísenme —indicó Spencer y se
fue.
Laurie tomó el tren en la plataforma tres, nunca
llegó a destino. La asesinaron en el baño.
El
coronel se presentó en el dormitorio de Shaw, diciendo que podría recuperar el
celular. Shaw lo hizo pasar y le preguntó: ¿qué le gusta?
—Todo,
le contestó. Tu padre me molestó bastante en mi carrera militar.
Después
de soportar al asqueroso coronel dentro de su cuerpo y recuperar su celular, fue
al encuentro del psicólogo. Este se sorprendió al verla y le dice: —¿Teníamos sesión?
—No,
no. Es que me quedó algo en la cabeza y no quería esperar tantos días…
—Tengo
media hora, pase a mi consultorio.
—Creo
que los que volvemos, nos cuesta olvidar… ¿No lo cree? Y los que no van, pretenden
que no recordemos. Nos prefieren allí. Piensan que si vamos a la guerra, nada
cambiará cuando volvemos. A mi padre le sucedió lo mismo.
—Y
fue un gran héroe. Dime: ¿a qué se debe esto?, ¿porqué viniste a verme?
Deberías considerar ir a casa un tiempo…
—Mi
vida es el ejército. Al volver a casa, sientes que eres un germen que entra en
la sangre. Me falta un propósito, quizás. Quiero volver al frente. Necesito que
me lo permita.
El
capitán se reúne nuevamente con la detective y el sargento. Quiero que me
digan, si realmente creen que se trata de un soldado británico. Cómplice del
tráfico de personas, ¿qué mata a un refugiado en las calles de Londres? Y
después, una segunda víctima, ¿en un baño de tren? Esto no es casualidad. Lo
que me molesta es que estamos acá, sin resolver nada y las musulmanas lo saben
todo. Entra un oficial. Detective: ha llegado la vietnamita. Viene acompañada
de la sacerdotisa.
La
capitana Shaw salió a correr, en el parque se le presentó Jack. La respuesta a
tu pregunta es: sí. Mohamed Assif pretendió
buscar asilo. Dijo que era sirio, pero no lo era. Querías matar a un terrorista
y lo hiciste.
—¿Estás
seguro? ¡Que suerte! Quería estar segura. Es
tan obvio que quieren matarnos… Necesito volver a pelear. Hay un tipo que está
obsesionado conmigo y mi compañera.
—¿Te
ha hecho daño? Mataré a cualquiera que intente hacerles daño a ti o a tu madre.
Tu padre era mi mejor amigo.
—No,
tranquilo. Puedo controlarlo. Me pidieron que hiciera algo y para probarme,
dije que sí. Esta vez, haré lo que debo hacer, mataré al coronel. Así nada
tiene sentido, mi vida está en el campo de batalla.
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