miércoles, 19 de diciembre de 2018

La expedición


Yadira Sandoval Rodríguez


Una pareja de espeleólogos ha decidido que su única hija los acompañe a la primera expedición de ella. Cristina tiene catorce años y está emocionada; sus padres, Marcos y Laura, le han pedido que los acompañe a explorar unas cavernas.

Desde que tiene uso de razón Cristina lleva en su mente las historias de sus papás sobre las cavernas, esperando que un día ellos pudieran llevarla a conocer esos magníficos lugares. Con motivo de los quince años de su hija, Marcos y Laura prepararon un campamento de fin de semana al parque nacional de las Cavernas de Carlsbad, en el sureste de Nuevo México, de fama mundial debido a que contiene algunas de las cámaras subterráneas más profundas del mundo. Marcos están encargados de un proyecto de investigación en el lugar y decidieron llevar a su hija a otros sitios de las cavernas no abiertos al público. Anteriormente, no lo habían hecho porque su hija había desarrollado una enfermedad en la sangre; los médicos le diagnosticaron leucemia, pero con dudas, debido a que los leucocitos están incompletos, es decir, los linfocitos encargados de eliminar las células cancerosas se encuentran en la médula ósea, pero sí un 1.5 % en los ganglios linfáticos de Cristina, arrojando los estudios un conteo bajo de glóbulos blancos, prescribiendo cáncer en la sangre. Lo anterior, es como empezaron a estudiar el caso de la adolescente. Los papás fueron apoyados por los abuelos maternos mientras ellos se iban a sus investigaciones para después contárselas a su hija en cuentos. En un mes dejará el medicamento. Los médicos aprobaron el permiso para que acompañara a sus papás de campamento con motivo de sus quince años. Los especialistas la van a tener en observación un año sin medicamentos después de haber estado medicada dos años y medio.

La familia planea salir muy temprano el sábado de Arizona a Nuevo México, la duración del trayecto es de cuatro horas y treinta minutos; aprovecharán el fin de semana para mostrarle a la hija algunos lugares de la caverna. Cristina organiza sus cosas, desea llevar sus libros de espeleología que sus padres le han regalado en el trascurso de los años. Antes de ir a la cama agarra uno, se le queda mirando por buen rato, es un libro de cavernas en Europa, observó las imágenes en él hasta quedarse dormida. Constantemente expresa su curiosidad sobre las estalactitas y estalagmitas, de qué color son y su textura; siempre tiene presente las explicaciones de sus papás sobre los espeleotemas. Por la información adquirida desde pequeña, aunado a su enfermedad desarrolló una personalidad ensimismada, por no tener con quien compartir sus pensamientos, tal actitud era criticada por sus compañeros quienes le decían, freak. A ella nunca le afectó eso, ya que su seguridad era reafirmada por sus familiares.    

Lo médicos no saben por qué razón al momento de hacerle el trasplante de células madre a Cristina, el cabello cambió de color verde. Los papás al no tener una explicación de los médicos, le dijeron que era un hada de las cavernas que ellos estudiaban, con el fin de que no se sintiera mal, y que tarde o temprano tendría que regresar a su reino, por lo pronto, debía vivir en el mundo de ellos. La historia era algo fantástica para la hija. Los médicos no podían explicar lo que pasó, pero un joven internista del área de oncología investigó la causa de la pigmentación en el cabello de la adolescente y encontró una transmutación genética en su sangre, en vez de comunicarlo a los médicos hizo todo lo posible por esconder la evidencia. En el laboratorio siempre cambiaba los resultados de Cristina por otros, como era un médico considerado una gran promesa médica, le confiaron el caso. La ambición del joven por vender la información a científicos fue más grande que su ética profesional, ya que tiene cinco años relacionado con esta red de especialistas encargados de buscar seres quiméricos en la Tierra, su obsesión desde que es un niño. Los contactos deseaban a Cristina para futuros experimentos, tenían tiempo siguiendo a la adolescente. Fernando solo estaba esperando el momento para entregar a la joven a cambio de participar en las investigaciones de estos seres. Se enteró de que la familia iría de paseo a las cavernas de Nuevo México y planeó el secuestro, el lugar lo vio ideal para sus planes. La información la obtuvo de la adolescente en unas de las citas médicas al hospital.

—Hola, Cristina. ¿Cómo has estado?

—Excelente, doctor Fernando. 

—¿Cómo te has sentido?

—Bien. Estoy muy feliz.

—¿Por qué?, Cristina. Haber platícame, mientras preparo el medicamento para aplicártelo.

—Este será mi último medicamento y el próximo mes cumpliré quince años, como regalo, mis papás me llevarán a una expedición a las Cavernas de Carlsbad. Ese es mi sueño desde que era pequeñita.

—Qué bien, Cristina. Me alegro mucho por ti. Lo triste es que ya no te veremos tan seguido por estos rumbos, te extrañaremos, eres una joven especial, todos te queremos en este hospital.

—Gracias, doctor. Los vendré a visitar.

—Siempre serás bienvenida.

Con actitud de malicia, Fernando le entrega un caramelo y le dice: «Tu último caramelo, Cristina». Ella sonriendo le da las gracias y se retira.

Inmediatamente, Fernando se comunica con los contactos, les dice que él se encargará del secuestro.   

Llegó el día esperado por Cristina, en el camino sintió una clase de emoción nunca antes experimentada. Cuando llegaron a la caverna su corazón empezó a palpitar de forma acelerada, al verla agitada la mamá le comenta al padre: «Está emocionada por estar aquí, no hay por qué preocuparnos». Laura abraza a su hija y le dice: «Cristina, has llegado a tu reino». Al escuchar esas palabras, ella se desmaya, los papás se asustan y la suben al carro. A los minutos le dice que está bien, que solo se mareó un poco. La mamá saca de la mochila la comida para prepararle algo a su hija, ya que la adolescente no quiso desayunar temprano. El padre sacó del maletín los primeros auxilios, le tomó la presión y checó que todo andaba bien, presión arterial 97/58 mmHg. Ellos nunca imaginaron que esa experiencia podría provocar esas emociones en ella.

Cuando despierta Cristina los padres estaban terminando de montar la casa de acampar, dejaron todo bien organizado, y le preguntan a ella cómo se encuentra. Cristina dijo que estaba bien, y que deseaba entrar a la cueva, los padres le dijeron que por su condición de salud habían decidido ingresar al día siguiente. Cristina les dices a sus papás que desea entrar, los dos se miraron, Laura le dice a su esposo: «Tiene mi aprobación». La adolescente sonríe de emoción. Agarran las mochilas y entran a la caverna.  

Al entrar a la cueva se alcanza a percibir el olor a amoniaco proveniente de los orines y guano de los murciélagos, aunado con el hedor a húmedo. Cristina empieza a visualizar de lejos las estalactitas y las estalagmitas, los ve de color crema, blanco y amarillo. Los padres se miran uno al otro con extrañez, porque aún no han prendido las lámparas, el cambio de batería lleva su tiempo, a la mamá se le olvidó a hacer el cambio por el desmayo de su hija y los ojos tardan tiempo en imponerse a la visibilidad en la oscuridad de la cueva. Cuando las linternas prenden, la adolescente iba unos veinte metros adelante de ellos, por un camino con pendiente hacia abajo. Extrañados los padres le dijeron a Cristina que no se alejara mucho. Ella impaciente no los escucha, corren los papás y Cristina desaparece. Laura y Marcos empiezan a gritar fuerte, están preocupados, y ella no responde. El padre trata de tranquilizar a su esposa: «En estas cavernas solo hay un camino que nos lleva a diferentes cámaras, y en ellas hay luz, así que será fácil encontrar a Cristina».  

Fernando quien estaba a unos metros delante de ellos escondido junto con otros hombres atrás de unas rocas, observó cuando Cristina se apartó de sus padres y aprovechó para seguirla.

Más adelante, los papás encuentran a su hija en la sala de los fantasmas, la cual se había cerrado al público porque habían encontrado nuevos hallazgos en el lugar. Ella estaba sentada en unas de las rocas con su cabello de color verde hasta la cintura. Cristina se había convertido en otra persona, sus pies se alargaron, las orejas también, de forma puntiaguda y salían de su cuerpo unas alas muy grandes de color azul. Los padres no lo podían creer, estaban asombrados y a la vez con miedo, porque no sabían qué había pasado con su hija. 

Cristina les habló con voz serena y les dice que no se preocuparan, les deja en claro que no pertenece a su mundo: «He regresado a mi reino». Los padres, consternados con la nueva identidad de su hija, se miran y se dicen: «¿Qué va a pasar con nuestra hija?». Cristina reafirma que estará bien. Les da las gracias por todo lo que hicieron por ella. «Son los mejores padres que pude haber tenido y me hicieron muy feliz». En eso, Fernando sorprende a la familia, dos hombres agarran por atrás a los padres, les inyectan un químico en el cuello y caen muertos. Cristina suelta el grito. Fernando le dispara un sedante, los otros dos la encierran en una jaula. A los minutos, Fernando se comunica con sus contactos y les dice: «La tenemos».   

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