lunes, 24 de junio de 2019

Isabel


María Elena Delgado Portalanza


Era un frío otoño en Madrid, cuando recibo la carta de mi congregación y nerviosamente la abro, solo ratificaba lo que ya sabía, mi traslado a Sudamérica era un hecho. En los próximos días… rumbo a Ecuador.  
Pues bien, me quedan menos de cinco días para arreglar mis cosas personales y partir. Me miro en el espejo y observo mis primeras canas que ya se notan en las sienes, voy a cumplir cuarenta y dos años, y eso no me preocupa en lo más mínimo, me gusta. Hace casi dos décadas me recibí de novicia y dejé de pensar como mujer para dedicarme por entero a la labor social y al servicio de Dios.
Emocionada arribo al aeropuerto Simón Bolívar de Guayaquil, en una cálida tarde de enero de mil novecientos setenta y seis, donde me esperaban dos hermanas de la congregación. El olor a manglar y a tierra húmeda me dio la bienvenida y tuve una extraña mezcla de sensaciones: de libertad e inquietud al mismo tiempo. Luego nos condujeron a una furgoneta donde el chofer nos esperaba y seguiría mi viaje por tierra durante tres horas más. Llego por fin a Manta, pequeña ciudad puerto, observo el mar de un verde turquesa, allí revoloteaban algunos pelícanos, y se me antoja que seré muy feliz en ese lugar. La Casa de Retiro San Claver, queda enclavada en un peñasco alto del que se divisa la inmensidad del mar, rodeada de buganvillas y palmeras que dan sombra y se mecen al compás del viento. Este lugar de ensueño sería mi nuevo hogar, el padre Patricio, hombre alto de cuarenta y cinco años, de mirada bondadosa es el cura de la parroquia y encargado de la casa; me recibe amablemente y me presenta a todas las hermanas que convivirían conmigo. «¡Ave María purísima, ¡qué guapo es ese cura!», pensé para mí, y enseguida pido perdón a Dios por tener esos pensamientos mundanos. Me llevaron a un recorrido por toda la casona, amplia y con muchos espacios verdes, los jardines muy hermosos, el huerto bien cuidado, la capilla señorial, el olor a jazmines y a chocolate caliente que salía de la cocina, me inundaban y me llenaban de gozo. Pero, lo que más me estremecía, era la presencia del padre Patricio, estaba conmocionada. Cuando finalizo el recorrido por las instalaciones él se acerca y me dice:
—Qué tal, ¿te gustó?
 Me sobrepongo a mi turbación y le contesto.
—Me encanta, está muy lindo todo.
—Debes estar cansada con tu viaje, el cambio de clima, la diferencia de horas...  Vete a descansar y en la cena, que es a la siete, nos veremos, hermana.
Me recuesto en mi pequeña cama dura y suspiro hondamente, me siento como una quinceañera en su primera cita amorosa. ¡Dios!, pero ¿qué me está pasando? Enseguida me incorporo y me arrodillo al pie de mi cama, rezo con devoción para sacar esos sentimientos que despiertan en mí ese padre. Pensaba que esa sensación de ahogo y el rubor en mi rostro, que desde hace décadas no había sentido, ya había sido superado. Temo mucho que alguien se dé cuenta. Llego puntual a la cena con la firme convicción de permanecer imperturbable ante la presencia de él.
—Disculpe, hermana, ¿le molesta algo?, necesito saber si está conforme o hay alguna cosa que requiera, solo comuníqueme con toda confianza, quiero que se sienta en familia.
 —No, gracias, padre, todo está bien —le contesto mientras intento suavizar mi rostro, pues creo que exageré.
Después de la cena pasamos a la salita contigua a tomarnos un bajativo y mientras nos envolvía ese delicioso aroma de café recién molido, afuera las cigarras cantaban anunciando el verano.
Mi azoramiento aflojó un poco y el padre me aborda diciendo:
 —He sabido que en España encabezaste una marcha de protesta contra el papa Pablo VI e incluso enviaste cartas de protesta al Vaticano junto con otras monjas. Cuéntame…, ¡¿cómo fue eso?!
—Sí —le respondí—, y lo volvería a hacer, así me cueste la expulsión de la congregación, que es lo que más amo. Nos prohibieron a las monjas sin hábito asistir a la reunión con el papa Pablo VI en El Escorial. ¡¿Puede usted creer eso?! Pues, como usted sabe, padre, la reforma conciliar nos permitió quitarnos el hábito con todas las bendiciones eclesiásticas hace más de cuarenta años, y nuestra labor no es menos meritoria por no cargar esa indumentaria…
 Continúo, hablando con énfasis, de las muchas actividades tan encomiables de nuestra congregación y de otras como las carmelitas, las salesianas, las jesuitas, solo por nombrar las más conocidas, en el campo de la enseñanza, la salud y la caridad hacia los pobres.
 Y añado con vehemencia: —«por algo decía Don Bosco: “no solo deben diferenciarse por un hábito, sino por la forma de vida”».
 Él me observa y me sonríe con su calidez innata, que parece acariciarme y me dice con algo de admiración.
 —Tiene usted razón hermana Isabel, a pesar de algunas reformas interesantes, la iglesia católica aún mantiene cánones machistas, además como usted dice, «El hábito, no hace al monje”. Ya sé dónde le voy a designar su trabajo, hermana Isabel, ¡he de aprovechar esa euforia juvenil suya!, —dijo, como pensando en voz alta.
—¿De qué se trata, padre? —Quise saber.
—Después hablamos, hermana.
Me despido prudentemente con una venia respetuosa. Él se acerca, me toma las manos y me dice con su apacible voz:
 —Descanse hermana Isabel, que Dios bendiga sus sueños, que en estas tierras la esperan buenas semillas para ser sembradas. Bendición.
El contacto con sus fuertes manos cálidas fue como un cataclismo que electrocutó mis sentidos. Traté de disimular y como pude llegué a mi recámara sintiendo que me ruborizaba toda.  No pude pegar un ojo en toda la noche. Me había enamorado de un imposible.
SEGUNDA PARTE
En los días posteriores traté de evitar los encuentros con el padre con el pretexto de ayudar en las tareas del huerto y la cocina. Asistía a la capilla y oraba con mucha fe para superar este sentimiento que comenzó a aletear en mi pecho, como un ave que desea con urgencia salir volando hacia su libertad.
Una noche sofocante de calor y humedad por las lluvias invernales, se escuchaba un coro de ranas croar, se percibía el olor a tierra mojada que invadía los resquicios de mi alma, y el despertar de una femineidad que creía ya dormida. Después de la cena, el padre Patricio me dijo:
—Hermana Isabel, no se vaya tan pronto, deseo hablar con usted.
Me hizo señas con su brazo para que continúe caminando hacia la salita de reuniones, una vez allí instalados, me senté en una de las butacas y él se ubicó al frente mío.
 —Usted dirá padre, soy toda oídos —le contesté, disimulando mi sofocación.
—Le tengo ya el grupo de muchachos que necesitan una guía espiritual. Sus edades son de quince a diecisiete años. Casi todos son estudiantes y hay unos dos o tres chicos que combinan sus estudios con trabajo. Me parece un buen grupo, ya he hablado con algunos de ellos, Martha, es la jovencita, con formación católica y muy espiritual, que se ha acercado a comentarme su inquietud y es el enlace con ellos. Se reúnen en casa de los padres de tres integrantes de grupo que son: los hermanos Delgado, tienen una postura abierta y de apoyo a los chicos. —Sonriendo un poco agrega—: Ellos se autodenominan «Happy Children».
—La influencia norteamericana, —dije sonriendo por el nombre extranjero.
—Pues bien, hermana, mañana mismo vendrán al patio de la parroquia donde juegan baloncesto y se los presentaré para que se ponga enseguida en acción. Necesitamos jóvenes entusiastas que empiecen a hacer labor cristiana en los barrios pobres de la ciudad y tantas cosas buenas a favor de ellos mismos.
—Claro padre, estaré pendiente y muchas gracias por pensar en mí para esa labor, en Brasil estuve algunos años con grupos juveniles, y, por cierto, me encanta trabajar con ellos, pues su alegría, entusiasmo por la vida y la lucha por causas nobles son desbordantes.
—Claro hermana, justamente por ello y sus experiencias con jóvenes es que pensé en usted, estoy seguro de que armaremos un buen equipo. —Se acercó más y tomando mis manos las apretó en un gesto de complicidad sincera.
Sentí mi corazón agitarse tanto que retrocedí conmocionada ante la cercanía del padre, que, dándose cuenta, a manera de disculpa me dijo:
—Perdóneme, hermana, no quise asustarla.
—No padre, discúlpeme usted a mí, soy una tonta.
—Bueno, hermana Isabel, mañana empezaremos con los jóvenes. Hay un salón que disponemos para charlas y para pasar diapositivas educativas.
—Claro, padre Patricio, si no hay nada más, que tenga buenas noches.
—Dulces sueños, hermana, descanse usted. Mañana será otro día.
Y me retiré de la estancia con una venia respetuosa intentando disimular mi estado, aún convulsionado
Al pie de mi cama me arrodillo con mis rezos, suplicando al Todopoderoso que me ayude a calmar estos sentimientos confusos de atracción, de pasión, de vergüenza, de temor, de amor… y no sé cuántas cosas más al mismo tiempo.
Ave María Purísima, «¡¿cómo voy a ayudar a esos jóvenes?! ¡Tengo que estar bien primero yo, para poder ser la guía espiritual de ellos!». Con lágrimas en los ojos y con toda la fe del mundo, me fui calmando poco a poco y pude dormir unas horas sintiendo la lluvia caer sobre el techo e imaginando que ese aguacero tropical y mis lágrimas lavarían mis temores y mi angustia.
Al día siguiente, agradezco a Dios por la oportunidad de llegar al corazón de cada uno de los chicos, me dirigí a ellos y les trasmití mis objetivos, hubo una buena receptividad. Me acogieron muy entusiasmados. A las chicas les pareció la idea genial, ya que eran niñas de casa y sus padres no siempre les permitían salir libremente, pero con el aval de una religiosa, las cosas se facilitarían. Empezamos con las charlas educativas y, en los recesos, dos jóvenes tocaban la guitarra y los demás cantaban. Todo era alegría y amistad.
Así pasaron los días y el grupo se fortaleció, entre ellos había un joven que se destacaba por su liderazgo, seriedad y disposición hacia las cosas correctas: Beto, y fue elegido por unanimidad el presidente. Las cosas empezaron a tomar forma. Había notado cierto recelo entre el grupo de hombres y mujeres y logré acercarlos más. Las chicas a pesar de su alboroto eran tímidas y con las charlas educativas fui logrando mayor cohesión como equipo. Ya estaban listos para empezar a hacer conciencia del medio socioeconómico. A pesar de que ninguno era de clase pudiente, tampoco eran pobres. Así que un buen día solicité permiso para ocupar la furgoneta de la parroquia y le dije al chofer que nos conduzca a los barrios periféricos de mayor miseria en la ciudad, e iniciamos el recorrido.
Tal como pensé, los chicos estaban profundamente conmovidos, sobre todo las chicas con mayor sensibilidad soltaban lágrimas al observar de cerca las condiciones infrahumanas de hacinamiento en donde moraba gente, viviendas que no tenían ni piso. ¡Estaban sobre la tierra! Ello nos llevó a planificar nuestras próximas acciones. Todos acordaron que deseaban hacer alguna actividad para ayudar. «¡Tenemos que recoger fondos!» Dijo Loli pensativa. A Marcelo, uno de los chicos serios, se le ocurrió la idea de participar en un concurso de disfraces que el municipio de la ciudad estaba organizando para atraer turistas en la temporada de Carnaval, y se comentaba que los premios eran buenos y en efectivo. De esta manera obtendrían algo de fondos para la labor humanitaria.
Soraya, una chica muy jocosa, dijo sonreída: — Pero ¿qué vamos a hacer nosotros?
—Participar, claro está. —contestó Beto, el presidente.
A todos les agradó la idea y no pararon de hablar y reírse imaginando de que nomás se irían a disfrazar.
Se pusieron a planificar desde ese mismo día. No pararon de trabajar y divertirse al mismo tiempo. Yo los contemplaba satisfecha, pues ellos respondieron a mis expectativas, todos coincidieron en que querían llevarse el premio mayor, pues ya tenían el objetivo fijo de destinar dicho dinero a la labor social para los barrios marginados. Ellos nunca hablaron del segundo o tercer lugar, siempre decían que ellos apuntaban al primero.
—Pues bien, chicos, es bueno ambicionar siempre lo mejor, pero debemos ser conscientes de que nos espera mucho trabajo y disciplina. —Enfaticé.
 —Estamos claros en eso, —observó Beto— Fíjese hermana, me he permitido elaborar estas comisiones ¡para empezar ya! Además, hemos pensado hacer un carro alegórico representando los deficientes servicios de salud pública que tenemos en la ciudad, a manera de denuncia.
—Estoy de acuerdo con ello. Pero recuerden que esto es una comparsa de carnaval y, por ende, debe haber colorido, música y alegría.
—Claro, hermana, es que no todos vamos a estar en esa representación del tétrico hospital, las chicas danzarán con sus coloridos disfraces de sambas y sus vistosos turbantes en la cabeza, ellas bailarán en las calles al compás de música alegre, imitando a las famosas bailarinas populares del Brasil.
Algunas de ellas tenían pudor y les daba pena salir, pero el propósito del grupo era más fuerte y superaron todo obstáculo. Me encantó verlos cómo se organizaban. Alquilaron un trasporte de carga con una gran plataforma que serviría para la representación del obsoleto hospital. Las chicas diseñaron sus faldas con ruedo y los turbantes de vistosos colores.
Mientras trabajaban iban acumulando los enseres en la casa de los tres hermanos Delgado, lugar en que se reunían al inicio del grupo. Los padres de familia:  don Augusto y la señora Yolita, contagiados con la alegría de los muchachos, estaban siempre prestos para apoyarlos con ideas, herramientas, bancos, sábanas, y otros objetos que usarían para la comparsa.
Llegó el gran día del carnaval, todos estaban algo nerviosos, pero alegres y optimistas, Hubo muchas personas, sobre todo turistas, bastantes fotos y diversión. Fueron algunos meses de preparación y dieron sus frutos. ¡Quedamos en primer lugar!
Los chicos estaban felices y yo también, además orgullosa de ellos. Nos fuimos a festejar a un bonito lugar de moda en el malecón de la ciudad, La Tortuga, nos servimos palomitas de maíz y helados. El presupuesto no daba para más. Y el premio era intocable.
De regreso a casa me esperaban el padre Patricio y las hermanas para felicitarme, ellos ya sabían del triunfo, porque había seguido el evento por una radio local. Les agradecí mucho y me excusé pretextando estar algo cansada.
 En los últimos tiempos no veía muy seguido al padre ya que le habían designado un servicio extra en otra parroquia cercana, por muerte del titular y aún no llegaba el reemplazo, sin embargo, mi amor por él seguía creciendo día a día. A medida que intentaba sacármelo de mis pensamientos y de mi corazón, más se calaba en lo profundo de mi alma, así que decidí ya no luchar más. Lo seguiría amando en silencio, como se ama el amanecer de un bello día. Con el respeto y la devoción de lo sagrado.
 Las chicas a veces me hacían pequeñas confidencias de sus escaramuzas de amor y las entendía más de lo que ellas se imaginaban, pues yo también, a la par con ellas, experimentaba inquietudes, manos sudorosas, éramos como las flores, que empiezan a abrir sus pétalos esperando los tibios rayos del sol. Me reía con ellas y les indicaba que todo eso, era normal, parte de la vida.
TERCERA PARTE
El club de muchachos pudo realizar su labor humanitaria cobrando el primer premio del concurso. No alcanzó para mucho. La recompensa no era tan grande, y sí los barrios marginales. A pesar de todo, el propósito se cumplió. Hicieron conciencia de su realidad y la que los rodeaba.  Al cabo de dos años los chicos se sentían más comprometidos para participar en la comunidad, se divertían igual que los demás jóvenes de su edad, pero habían madurado mas emocionalmente y sobre todo habían adquirido responsabilidad social y espiritual. Estaba contenta, me di cuenta de la madurez de ellos, cuando decidieron amonestar a uno de los chicos del club por comportamiento inadecuado, y cuando este nuevamente reincidió, no dudaron en sacarlo del grupo. Estaban pendientes de las chicas y no permitían que cualquier abusivo se introduzca, empezaron a tener orgullo de pertenencia y eran muy celosos con el ingreso de nuevos miembros.
Tuvimos hermosas vivencias como las fiestas de disfraces, retiros al campo con otros grupos de jóvenes cristianos, charlas y mesas redondas para discutir y actualizarnos en temas filosóficos, integración con actividades de la comunidad. En fin, fueron dos años de intenso trajinar. Luego los chicos se graduaron del colegio y se empezaron a disgregar, unos se fueron a estudiar la universidad a la capital y a otras ciudades, otros empezarían a trabajar y estudiar, una se casó y se fue a vivir a otra provincia. Pero, todos, siempre llevarían en su alma un grato recuerdo de esos dos años en que fueron los «happy children.».
La mayor parte de los muchachos se ausentaron por las nuevas obligaciones de estudio y trabajo y, con los pocos que quedaron emprendimos un nuevo grupo e ingresaron otros miembros. Les trasmití la historia del nombre del grupo de jóvenes de Brasil, Stelium, cuyo significado era, ‘sal de la tierra y luz del mundo’, con fundamentos cristianos, por lo que, les encantó el nombre y acordaron que ahora se llamarían: Stelium Dos, como la segunda versión del primero.
Me sentía feliz con los jóvenes, experimentaba sus mismas ilusiones, sus alegrías, y a veces sus penas. Yo era su confidente y también su nana, los aconsejaba, los respaldaba y también los amonestaba, cuando había que hacerlo.
Al cabo de dos años me ofrecieron ocupar el cargo de rectora del Colegio Julio Pierregrosse, ya que los jesuitas habían pedido la colaboración a nuestra Congregación Esclavas del Divino Corazón, y ellos, se habían fijado en mis antecedentes, por lo que me hicieron dicha propuesta.
Me sentía honrada por la denominación de tan alto cargo, aunque un poco temerosa por la gran responsabilidad que se avecinaba. El padre Patricio me daba ánimos, diciéndome «Usted conoce mejor que nadie la psicología de los jóvenes…». Lo tomé como un desafío que la vida se encarga de hacerme cumplir. Volqué en mi trabajo toda la experiencia acumulada y me sentí orgullosa conmigo misma. Pasaron muchas generaciones de jóvenes a quien ahora los recuerdo con cariño, pero nunca olvidaré a los primeros, los Happy children, con quienes viví experiencias únicas, sintiendo mi corazón al unísono con ellos.
Estoy retirada, ya han pasado más de veinte años, los jóvenes de ayer se han convertido en destacados empresarios, profesionales, madres y padres de familia amorosos y yo me siento como la sembradora que puso su semillita en tierra fértil.
Respecto a mis sentimientos de mujer con el padre Patricio, no decrecieron nunca. Lo seguí amando en silencio. Aprendí a controlar mi turbación, pienso que también él, al darse cuenta evitó todo contacto físico, pues su costumbre a manera de aprobación y empatía era tomar de las manos a las personas en forma sincera. Cuando supe que me quedaban pocos meses de vida por un cáncer terminal y, como es lógico, debía regresar al suelo patrio a descansar el sueño eterno, sentí mucha nostalgia por esta ciudad, que había sido mi hogar y el lugar donde había amado en secreto. Me despedí de las hermanas y del padre cuando estábamos en el postre y noté cómo él había envejecido, su cabello era todo blanco. Le hice una broma y sonrió asintiendo. Cuando ya me despedía, me dijo gentilmente, «Venga, por favor».
Tomamos un último café y me confesó que él también sintió una fuerte atracción hacia a mí desde que me conoció, por lo que prefirió apartarse un poco, ya que el apostolado que habíamos iniciado era más importante que cualquier sentimiento. Me pidió permiso para tomarme de las manos y —se acercó dándome un beso de despedida en la frente—. «Nunca la olvidaré, hermana. También yo la he amado en silencio, además, ha hecho una gran labor en estas tierras». Me sentí hechizada bajo su mirada. Yo le agradecí por todo y le hice notar que, sin su ayuda, no hubiera podido realizar lo que me fue encomendado.
Solté suavemente sus manos y salí sin mirar atrás, sintiendo cómo se me nublaba la vista por las lágrimas que brotaban de mis ojos, pero ya no de tristeza, ni de angustia; sino de alegría por saber que también había sido correspondida sin saberlo, por conocer que no solo yo había sufrido por amores imposibles, ahora podía morir en paz. Mientras me trasladaba al aeropuerto observo el mar color turquesa y me digo: «¡Qué feliz he sido, en estas tierras! ¡Gracias, mi Dios»!

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