Armando Janssen
«Esta
madrugada, el cadáver de una joven fue encontrado en la playa».
Esta
noticia salió en todos los titulares de diarios, noticieros y radios de la
capital, revolucionando por completo a los tranquilos habitantes de Islandia.
Para esta
apacible isla del Atlántico Norte, con una tasa de criminalidad muy baja,
escenario de famosas sagas medievales plagadas de
asesinatos y castigos bárbaros, con una policía que patrulla sin armas y una
población de 330 000 habitantes, un asesinato de estas características,
conmociona al país entero.
Ampliaremos
en el noticiero del mediodía.
Por esa
época yo trabajaba en el juzgado, y era un abogadito recién recibido, imbuido
de mi propia importancia.
Lamentaba profundamente que mis ingresos todavía no me permitieran acceder a la
compra de un auto, lo que me ahorraría caminar todas esas cuadras hasta la
parada de bus, vivía en los suburbios de la ciudad.
Ella subió en la parada de la Facultad de
Medicina. Flaca, alta, con el cabello pelirrojo tapándole media cara y un
montón de libros en las manos de huesudos y largos dedos. Manos de artista,
diría mi abuela; «Manos de cirujana», pensé yo.
Se sentó a mi lado, arremangándose el guardapolvo
blanco que llevaba abierto y flotante, como alas, sobre los vaqueros, y una
camisa a cuadritos, muy poco femenina.
Casi sin querer eché un vistazo a los libros que
se puso sobre la falda. El título y el nombre del autor me saltaron a la cara,
y no pude evitar el respingo: La muerte del Comendador, libro dos, de Haruki Murakami. Yo
estaba leyendo el libro uno. Alcé la vista y me encontré con sus ojos, grandes
y pardos, como los de un cachorro, que habían sorprendido mi mirada y me la
devolvían, divertidos.
Cerrando su libro, observé cómo
sonreía con cara de satisfacción. Miró el mío y me dijo cuchicheando: «No te preocupes,
no te voy a contar el final». Su voz era
cálida y gruesa.
Tal vez debería haberme callado, quizás hubiera
sido mejor mirar para otro lado, o cambiarme de asiento, pero esos ojos lo
enganchaban a uno, y me di cuenta de que quería seguir mirándolos.
—¿No es
casualidad?,
—pregunté y ella me sonrió con una
boca ancha y generosa, en un relámpago de dientes blancos inmaculados que
reflejaban toda su luz.
—¿Murakami o que tú estés leyendo la primera parte y yo
la segunda? Lara —Me indicó sin dejar, ni de mirarme, ni de sonreírme
un instante.
—¿Lara? —repetí,
sin entender.
—Lara, es mi nombre —dijo sonriendo.
—Bjorn —me las
arreglé para responder, sin tartamudear.
—En la
próxima me bajo —me dijo de pronto—. Se bajó igual que como había subido, un remolino de
pelo suelto y piernas largas, apoderándose del pasillo del bus como una
conquistadora.
El
cadáver encontrado esta mañana ya fue identificado, corresponde a una joven de
diecinueve años, Lara Brjanslatter, cuyo cuerpo se evaporó siete días atrás de
las calles de la capital Reykjaviv, el hallazgo de su cuerpo convulsiona a toda
Islandia.
Thomas Kjartansson, propietario del bar Beer &
Fish, que tras dos días de ausencia de la víctima hizo la denuncia,
afirma haberla visto salir de su trabajo poco después de las cuatro de la
madrugada, lo cual es confirmado por las cámaras del local.
«Es un país seguro y este
suceso me descoloca totalmente, estoy realmente preocupado, Lara nunca faltaba, era una chica responsable,
tranquila y cumplidora», agregó Thomas.
Su
calzado apareció dos días después de su desaparición, en el puerto de Hafnarfjordur,
al sur de Reykjavik, cerca del muelle en el que está atracado el pesquero
groenlandés, el Polar Fish, y desde entonces había comenzado la búsqueda de
Lara. Su teléfono también fue encontrado en los alrededores, donde alguien lo
apagó.
Las
cámaras públicas confirman la presencia en torno a las 06:30 a.m., cerca del
barco, de un auto rojo, un Suzuki Swift, idéntico al vehículo denunciado como
robado, visto en las inmediaciones del lugar de Reykjavik, donde Lara fue vista
por última vez entre las brumas aurorales.
Dos días después de conocernos, volvió a subir en
la misma parada. Me identificó de inmediato, y abriéndose paso entre la gente,
fue a pararse a mi lado.
—¿Cómo te
va, Bjorn? —me
saludó, y yo sonreí,
feliz, de que recordara mi nombre.
La tapa colorida similar a la mía, asomaba,
insolente, entre sus apuntes.
—¿Cómo va esa segunda parte? —la interrogué, esta vez más animado mirándola
directamente a sus ojos.
—Muy
bueno, ya lo terminé. ¿Y el tuyo?
—También.
¿Y a dónde vas ahora?, —le pregunté.
—Voy en
camino a devolverlo a la biblioteca de la facultad —si quieres nos bajamos juntos, extiendo la solicitud unos
días más y lo lees...
—Sería
magnífico —¿de verdad harías eso por mí?
—Claro
que sí.
—Pero ahora estoy muy ajustado de tiempo debo llegar
al juzgado, soy abogado, ¿qué estudias en la facultad?
—Estoy en
mi segundo año de enfermería. Pago parte de mis estudios trabajando para la
comunidad dos veces a la semana en las mañanas, dando una mano en un comedor
comunitario, ya sabes, higiene, alfabetización, esas cosas.
Asentí, imaginándomela leyendo, con esa sonrisa
blanca y abierta, y su voz cálida y gruesa.
—¿Y qué
más haces?, —le pregunté.
—Por las
noches trabajo en un bar del centro, como mesera.
Desde entonces nos veíamos dos veces a la semana
en ese bus en las mañanas, los martes y jueves que ella iba al comedor, dentro
de ese útero que terminó transformándose en
mi universo paralelo, un lugar mágico que me desesperaba por alcanzar,
caminando deprisa para no perderlo hasta zambullirme en él, ese bus era el único
medio que me llevaba hasta ella.
El Polar
Fish zarpó el día de la aparición del cadáver. Lo obligaron a dar vuelta,
escoltado por guardacostas. Atracó en el puerto de Reykjavik y miembros de la
unidad de élite de la Policía islandesa, la Viking Squad, interrogaron a la
tripulación.
«Tres
marinos están detenidos como sospechosos de
poseer información sobre la desaparición de Lara y comparecerán ante el juez», informó la policía en Twitter.
La unidad
de élite peinó el barco, pero fuentes policiales citadas por la prensa
islandesa dudan que la joven haya estado a bordo.
El caso
Lara Brjanslatter es ya un hito de la Policía islandesa.
Hablábamos y reíamos; a veces había incluso
pequeños conatos de pelea por lo que ella llamaba mi «burguesa mirada», y yo su «exaltada sensibilidad».
Empezaba
el mes de enero cuando le dije que deberíamos tomar algo, animarnos a salir del
útero de ese bus y volcarnos a la vida real.
Sonrió, apartándose el pelo de la cara, en un gesto que yo ya había aprendido a
identificar como previo a una de sus lapidarias declaraciones.
—Esto debería ser la vida real, Bjorn. Ojalá lo
fuera —me dijo—. No me
gusta mucho lo que hay ahí afuera, —agregó.
Insistí, debatí, arguyendo, en esa esgrima verbal que tanto disfrutábamos,
hasta arrancarle un casi sí.
—Me voy a Dinamarca en diez días, pero en cuatro
semanas vuelvo. —Entonces quizás exploremos
ese “afuera” que tu quieres —me sonrió, antes de
plantarme un beso en la boca y bajar, casi de un salto.
La vi alejarse, hacerse más chiquita, muerta de
risa ante mi cara de desesperado asombro por no haber bajado a tiempo para
seguirla.
Pelo suelto y piernas largas, sonrisa plena, a
medida que el bus se alejaba, aprisionándome lejos de ella.
Pasaron unos pocos días, me iba hasta el Juzgado
y tomaba el bus de vuelta, la cara pegada a la puerta, buscándola, esperando el
reencuentro que no llegaba, y dándome cuenta de que solo sabía su nombre, sin
dirección, ni apellido, ni teléfono.
En este país
de tan escasa población, la criminalidad es tan poco frecuente que la primera
vez que la policía le disparó a un hombre fue en diciembre de 2013.
Desde
2001, se registraron 1,8 homicidios por año del promedio, según las
estadísticas policiales. Y normalmente son obra de desequilibrados o de
personas bajo los efectos del alcohol.
«Siempre
hemos sido una sociedad homogénea, preocupada por que haya igualdad», analiza el sociólogo Henri Gustafsoon. «Somos una familia, nos necesitamos los unos a los otros para
sobrevivir en esta isla», explica el
reconocido analista en rueda de prensa.
Paradójicamente,
uno de los novelistas policiales más vendidos en el mundo, Amaldur Intridason,
es islandés. ¿Pura imaginación? Quizá no tanto, afirma su traductor al francés,
Éric Boury, también entrevistado.
«Se
tiene la sensación de que aquí no se puede morir «violentamente» y eso
que saben que la naturaleza es peligrosa, que un volcán puede devastarlo todo», recuerda.
Y además,
añade Éric Boury, «esta
sociedad que parece tranquila no lo es tanto. Hay problemas de droga y de alcohol,
graves problemas de consumo de alcohol».
Esta otra semana no la encontré en el bus,
recordé que me dijo que realizaba trabajos a la comunidad en el comedor, que
estudiaba segundo año de enfermería y que por las noches trabaja en un bar de la ciudad, como mesera… esos
datos servirían.
Me bajé en la facultad, traté de indagar sobre una
pelirroja llamada Lara, pero la facultad estaría en receso hasta fines de enero.
Después me dirigí al comedor y Lara había solicitado licencia por viaje, no
podían darme sus datos. Solo me quedaba concurrir por la noche a los bares de
la ciudad.
La primera noche constaté la cantidad inesperada
de bares que hay en el centro de Reykjavik, no pude encontrar nada, pero rastrillé
toda la avenida principal de un lado, regresé a mi casa exhausto, abatido.
Al día siguiente, otra noche perdida, caminé el
otro lado de la avenida.
La tercera noche, algo inesperado,
aproximadamente a las 01.00 a. m., la vi atendiendo una mesa frente a mí, pero
yo del lado de afuera. Quedé mirándola impávido por unos cuantos segundos. Ella
me sonreía. Le hice señas con mi reloj, gesticulando a qué hora saldría. Me
indicó a las 04.00 a. m., le sonreí y me fui.
Fui a otro bar, pedí una cerveza y elaboré un
plan. Tenía que conseguir un auto, debía impresionarla, era mi oportunidad.
Islandia
es el país con más libros leídos por persona en el mundo, con más obras
publicadas, y más escritores. El promedio de lectores de Islandia es del 88 %
de la población.
La
cultura de la lectura en Islandia es interesante, como también los logros
debido a lo mismo. Por ejemplo: los bancos de los espacios públicos tienen
código de barras para escuchar alguna narración literaria a través de los
teléfonos móviles mientras se está sentado. Además, es común que en Navidad se
regalen libros.
Pero ¿en qué ayuda tener el hábito de la lectura? Indican los
sociólogos: más que a aprender a comunicarnos con el lenguaje
escrito, a adquirir conocimientos, a motivar nuestro cerebro a construir
imágenes y micro-historias a partir de lo leído, incrementar las palabras en
nuestro diccionario interno personal, despertar nuestra capacidad de análisis,
interpretar códigos del mundo abstracto y socializar con otras personas fluida y claramente. Personas (lectores) que tengan el hábito de la
lectura, serán comunicadores cualitativos, capaces de aportar a una sociedad en
permanente desarrollo.
En el
caso de Islandia, recién han cumplido cien años de independencia (1918) y es el
tercer país más desarrollado en el mundo, en el periodo 2007/2008, llegó
hasta el primer lugar de desarrollo humano.
Tal vez sea
casualidad (no lo creemos), pero el hecho de ser grandes lectores, motivaría al
desarrollo personal y social. Islandia, entrega asistencia sanitaria (salud)
universal y educación superior gratuita a sus ciudadanos, agua caliente y
calefacción gratis permanentemente.
«Un
pueblo sin entendimiento, es un pueblo destinado a desaparecer».
Caminé unas cuadras y hallé mi oportunidad, un
borracho intentaba ingresar a su auto y no daba con meter la llave, le ofrecí
ayudarlo, y me llevé su Suzuki rojo.
Ya eran casi las 04.00 a. m. y estacioné a unos
metros del bar de Lara.
Esperé impaciente que saliera, mi cuerpo no
dejaba de traspirar, estaba empapado.
04.05 y Lara al fin salió. Le hice un juego de
luces y con mi brazo le indicaba que se acercara.
Ella vino a mí confiada.
—¿Tienes
auto?, —me dijo con cierto asombro.
—Sí, utilizo
el bus regularmente porque es más práctico. —Sube por favor.
—¿Adónde
vamos?, —me preguntó. —Mañana debo madrugar, —agregó.
—Sólo un
paseo, tenía muchas ganas de verte. —¿tú?
—También,
—me respondió.
—Paremos
unos minutos en la playa, hoy escuché que podríamos observar una fantástica
aurora boreal. Después te llevo de regreso a tu casa. —¿te parece?
—De
acuerdo.
—¿Cuándo
y a qué te vas a Dinamarca?, —le
pregunté.
—En dos
días, y a qué, si no te importa me lo reservo.
—De
acuerdo, —es tu decisión.
Lara
Brjanslatter, tenía fecha para ingresar a la Clínica Sexológica Rigshospitalet
de Copenhague, Dinamarca, donde se realizaría un tratamiento de
gendermodificación, que venía soñando desde los doce años, al fin sería la
mujer con la que se identificaba.
Después
de exhaustivas evaluaciones e interminables tratamientos de un equipo multidisciplinario,
que incluyeron especialistas en psiquiatría, obstetricia, ginecología y cirugía
plástica con un conocimiento especial de los transexuales que duró casi tres
años.
Lara
consiguió así, los permisos para someterse a un cambio de sexo, a cambio de experimentar
con su cuerpo y así incrementar el conocimiento para la Clínica y sus
estudiantes.
Una vez estacionados en la playa, Lara y yo, como
de costumbre alimentamos nuestros elocuentes diálogos, con una sintonía innata.
Yo, sentía una muy fuerte atracción sexual por
ella y como de costumbre cada vez que había estado a su lado, la tenía dura
como un hierro.
Ella dialogaba naturalmente y se sentía muy a
gusto conmigo.
En un momento entrelazamos nuestras miradas y comenzamos
a besarnos acaloradamente. Yo la abrazaba y ella respondía. Intenté tocarle los
pechos, pero ella retiraba mis incontroladas manos, yo insistía e insistía,
ella no me lo permitía con firmeza. Para salir de la situación, Lara comenzó a
tocarme el pene y dejé de violentarla, sacó
mi miembro y comenzó a agitarlo de forma experimentada, me sentía complacido. En
pocos segundos experimenté el mejor orgasmo de mi vida, eyaculé sobre su mano y
sobre mí mismo. Nos miramos intensamente, yo… perplejo, ella no era ella…
Pasaron un par de minutos y yo, que observaba la
falda de Lara constantemente, la agarré desprevenida, le tomé los genitales, mi
sorpresa fue inmediata al constatar su pene y sus testículos.
—¿Y esto?, —le pregunté sin soltar mi presa. —¿qué significa?
—Me
siento mujer, respondió Lara, —esa es
mi vergüenza. —voy a Dinamarca para someterme al cambio de sexo
y al fin seré la mujer que siento ser… ¡por favor suéltame!
Saqué su miembro y comencé a agitarlo, ella no
quería, pero yo insistí con fuerza, su pene comenzó a ponerse duro ante la
sorpresa de Lara, ella asombrada porque nunca había experimentado esa
sensación.
Yo, continuaba con los pantalones bajos y no
dejaba de agitar el pene de Lara, estaba muy confundido.
Lara logró desprender mi mano de sus genitales y
naturalmente giró hacia mí, haciéndome girar también, ganando mi espalda.
Acariciándome el pecho, intentó introducir suavemente su erguido pene en mi ano.
Entre complacido y confundido, sin pensar en lo que ella o él se proponía, se lo
permití sin oponer resistencia. El área estaba seca, con saliva, embadurnó mi
ano, lo que ayudó a penetrarme. Me sometió unos minutos y al fin Lara, eyaculó
dentro marcándome la espalda con sus uñas. Nos quedamos apretados sin movernos.
Con el pene flácido de Lara, ambos nos acomodamos
en nuestros respectivos asientos. El silencio se instaló entre nosotros por
primera vez.
Lara miraba hacia afuera, abochornada, confundida,
incrédula, como cuestionando su conducta y yo la observaba, aún con los
pantalones bajos, mi ano ardiendo, mi moral por el piso y sin creer lo que
había sucedido.
Lara, cabizbaja, trató de decirme algo, quizás
para justificarse... Yo la paré en seco con un grito y de pronto, sin pensarlo,
con mucha furia incontrolada, la tomé con fuerza del cuello y la ahorqué.
¡Quería morirme y la maté! —me dije.
La dejé tirada en la orilla.
La playa se encargó de llevarla al mar y
devolverla siete días después.
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