Ixchel Juárez Montiel
Mucha gente cree que los
monstruos no existen, pero Camila sabe que sí. Hay uno viviendo debajo de su
cama. Un monstruo insaciable que devora niños como si fueran caramelos.
La primera vez que lo
vio fue la noche en la que se levantó a tomar agua y una enorme mano con garras
le sujetó el tobillo. Lanzó un grito y sus padres fueron a verla, mas no
pudieron encontrar nada malo.
—Eso te pasa por ver
películas de terror —la regañó su madre—. Te dije que tendrías pesadillas.
Ahora duérmete que mañana vas a la escuela.
Por supuesto que Camila
no pudo dormir. Trataba de no prestar atención al ruido que el monstruo hacía
cuando arañaba la duela de la habitación. Se cubrió el rostro con las
cobijas, pero todavía lo escuchaba. Un terrible ser que se afilaba las uñas,
esperando clavarlas en la tierna piel de una niña.
—En cuanto te quedes
dormida, te comeré —dijo el ente con voz cavernosa.
Pasaron los días y
Camila se rehusaba a dormir, mas no podía continuar de esa manera. Era una
situación insoportable. Por un tiempo les rogó a sus padres dormir con ellos.
Se lo permitieron al principio. Él la consentía sobremanera, pero su madre no
creía que fuera sano.
—Hoy dormirás en tu
habitación —ordenó a la hora de la cena.
Camila abrió sus grandes
ojos color miel para ver a su padre mientras intentaba convencerlo en silencio.
El plan se arruinó cuando la mujer lo miró de forma amenazante indicando que la
decisión estaba tomada y no habría discusión.
Se acostó y por un
momento tuvo la ilusión de que el monstruo había muerto de hambre durante el
tiempo en que ella no había dormido ahí. O tal vez, hambriento y aburrido,
abandonó la casa para atormentar a otros niños.
Hasta que escuchó las
garras arañando la duela.
—En cuanto te quedes
dormida, te comeré —repitió.
Se sentó en la cama y
encendió la lámpara de la mesa de noche. ¿Por qué esos arañazos no estaban por
la mañana? ¿Por qué los adultos no podían ver aquel espanto? No se atrevía a
contarles nada. Sabía, de alguna manera, que no le creerían, sobre todo porque
no tenía manera de probarlo.
—¿Y si te traigo fruta
ya no me comes? —preguntó con voz temblorosa, animándose a negociar con el
monstruo.
—En cuanto te quedes
dormida, te comeré —sentenció.
Camila supuso que la
fruta no le gustaba. No durmió tampoco aquella noche, pensando en qué podría
ofrecerle para que la dejara en paz.
En una ocasión, antes de
ir a la cama, echó un vistazo debajo y vio dos brasas encendidas. Los ojos del
monstruo.
—¿Y si te traigo dulces
ya no me comes? —insistió la niña.
Los ojos del monstruo
brillaron más. No por el ofrecimiento. Camila escuchó algo parecido al sonido
de algún líquido derramándose. Brincó hasta la cama cuando se dio cuenta de que
se trataba de la saliva del monstruo, producto del hambre y de la visión de la
niña tan cerca de él.
—En cuanto te quedes
dormida, te comeré.
Otra noche en vela.
Camila no entendía por qué el monstruo no simplemente salía del escondite y se
la comía. Escuchaba las garras contra la duela y una respiración profunda que
después se convirtió en un ronquido permanente.
Durante la merienda, a
la noche siguiente, Camila se guardó unas galletas en el bolsillo. Ya no
negociaría. Se las arrojaría al monstruo y tal vez se libraría así de la
amenaza. Antes de ir al baño a lavarse los dientes y mientras sus padres continuaban
despiertos, la niña aventó las galletas debajo de la cama.
Al acostarse
esperó y no escuchó nada. Suspiró aliviada. Mas justo cuando estaba a punto de
conciliar el sueño, el sonido de las garras la sacó del sopor, poniéndola
alerta mientras el ronquido que hacía el monstruo al respirar llenó de nuevo la
habitación.
—En cuanto te quedes
dormida, te comeré.
Camila comenzó a llorar.
Al principio en silencio. Pero el sonido de las garras y de la respiración del
ente sonaban cada vez más y más fuerte. Hasta que no aguantó. Lloró y gritó
atrayendo de prisa a sus padres.
—¡¿Qué pasa, mi niña?!
¿Qué tienes? —preguntó él en cuanto entró a la habitación.
—¡Debajo de la cama! ¡Un
monstruo! ¡Dice que me comerá si me duermo!
Su madre se asomó al
lugar con una mezcla de rapidez y furia mientras él permanecía sereno y
abrazaba a Camila fuertemente. La niña comenzó a temblar. Esperaba con temor
que, de un momento a otro, la garra del monstruo atrapara a su madre y la
despedazara, esparciendo sangre sobre el suelo.
—¿Qué te he dicho de
esas películas, Camila? —preguntó furiosa mientras se incorporaba.
—Quiero dormir con ustedes,
por favor.
—Cariño —dijo su padre—,
muy bien, pero será la última vez...
—¡He dicho que no!
—Tiene miedo, por favor…
—¡Ya está grandecita
para esos cuentos! ¡Las niñas grandes duermen solas y se acabó! ¡Te he dicho
cientos de veces que esas películas te dan pesadillas!
—¡No es mi imaginación!
¡No lo saqué de ninguna película! ¡Está debajo de la cama!
—¡Ven acá y asómate! —le
ordenó mientras retiraba las cobijas que colgaban hasta el suelo.
Camila escondió la
cabeza en el pecho de su padre, buscando algo de apoyo. Él le acarició el
cabello con ternura, ¿por qué la mujer no podía sentir compasión por una niña
aterrada? Sobre todo si se trataba de su hija.
—Déjala —dijo casi en un
susurro mientras la abrazaba con más fuerza—. Está asustada.
—¡Pues debe aprender a
no ser tan miedosa! ¡Especialmente de cosas que no existen! ¡Creyendo en
monstruos a estas alturas! ¡Camila, ven aquí y asómate! ¡No te lo repetiré!
La niña se acercó para
después inclinarse y ver bajo la cama. No había nada. ¿Cómo era posible? ¿Y si
ella tenía razón y todo lo imaginaba?
—Ahora dime qué hay ahí
—ordenó su madre.
—Nada, pero…
—¡Así es! ¡Nada!
—¡Pero yo lo vi!
—Creíste haberlo visto
que es diferente. Camila, es más de medianoche y mañana todos debemos
levantarnos temprano. ¡Ya duérmete, por favor!
Camila pasó la noche
sollozando quedamente mientras escuchaba las garras del monstruo arañando la
duela y su respiración trabajosa que se convertía en horrorosos ronquidos
flotando en el aire.
Al día siguiente, en la
escuela, no se comportaba como el resto de las niñas. Estaba agotada, grandes
ojeras oscurecían sus ojos. Su piel, usualmente sonrosada, lucía pálida,
dándole la apariencia de estar enferma.
—¡Camila! —escuchó a la
distancia.
Aunque quien le habló no
estaba lejos. Se encontraba justo frente a ella. La dulce Mónica, luciendo
hermosos rizos rubios acomodados en dos coletas con grandes moños blancos.
Hablaba con la boca manchada de rojo grosella por la paleta de caramelo que
saboreaba.
—¿Qué? —preguntó Camila
en cuanto reaccionó.
—Que si quieres jugar.
Traje muñecas.
Y entonces Camila tuvo
una gran idea. Era obvio que el monstruo que habitaba bajo la cama no quería
más alimento que no fueran niños. Pero no tenía que ser específicamente ella,
¿o sí?
Por la noche, esperó a
que todos durmieran y que el monstruo la amenazara como siempre.
—En cuanto te quedes
dormida, te comeré.
Camila se armó de valor.
Tenía las manos sudorosas a pesar de que sentía frío. Podía percibir a un
montón de murciélagos revoloteando en el estómago. Ansiaba salir corriendo, mas debía
enfrentar a la bestia de una vez si quería volver a dormir.
Asomó la cabeza debajo
de la cama y ahí estaban los ojos relucientes del monstruo y al verla, comenzó
a salivar.
—¿Y si te traigo a uno
de mis amigos ya no me comes?
Los ojos del monstruo se
agrandaron y brillaron mucho más. Camila hizo una mueca de asco cuando pudo ver
una lengua verde y viscosa pasar
por su espantoso hocico.
—Si los traes, no te
comeré. Esperaré a que se duerman —respondió el monstruo. Y entonces dejó de
arañar la duela y de respirar de esa forma.
Sin pensarlo mucho,
invitó a Mónica a dormir a su casa. Vivía muy cerca y sabía que la niña adoraba
las pijamadas, comer helado y ver películas hasta tarde.
Su madre esperaba que
las palomitas de maíz terminaran de cocinarse en el microondas. Camila
acomodaba un par de refrescos y servilletas en una charola.
—¿Y qué película van a
ver? —preguntó la mujer mientras vaciaba las palomitas en un tazón.
—Una sobre un perro y un
gato.
—Mucho cuidado con ver
películas de terror. Ya ves cómo te han afectado últimamente y ni creas que iré
en cuanto pegues de gritos.
—No, mamá. Es una
película para niños.
—Muy bien, iré a verlas
en un rato para ver si es cierto.
Camila no prestaba
atención a la televisión. De vez en cuando echaba un vistazo hacia su cama,
esperando que el monstruo cumpliera con su amenaza. Una hora más tarde,
decidieron que era momento de irse a dormir. Desde la aparición del monstruo,
Camila intentó bloquearlo de alguna manera pegando su cama a la pared, al menos
de ese modo sabría que solo podría salir de un extremo.
Por ese motivo Camila se
acostó junto al muro, dejando a Mónica en el otro lado, a merced de la bestia.
—Hasta mañana —dijo
Mónica, antes de lanzar un hondo bostezo.
—Descansa —respondió
Camila. Y en cuanto notó que su amiga se volteaba para sumirse en un sueño
profundo, se le llenaron los ojos de lágrimas, mas ya no había marcha atrás—.
Perdóname.
Luego Camila escuchó las
garras arañando la duela, el ronquido inconfundible del monstruo y el incesante
goteo de la saliva. En la penumbra vio una garra espantosa emerger debajo de la
cama. La garra parecía crecer más mientras se acercaba a Mónica. La pequeña no
despertaba e ignoraba el peligro que se cernía sobre ella. Camila volteó el
rostro hacia la pared al tiempo que oía un rugido estremecedor. Esperó a que
sus padres entraran de un momento a otro, pero al parecer, la única que había
escuchado algo era ella.
Pudo dormir esa noche. Y
por la mañana, uno de los moños de Mónica estaba en el suelo. Lo ocultó en un
cajón. Les dijo a sus padres que su amiga había regresado a casa muy temprano.
Vivía a solo dos casas.
Todo pareció estar en
calma las siguientes semanas. Tuvo éxito mintiendo a la policía y a los padres
de la niña cuando le hacían preguntas. Se apegaba a una historia y nadie la
movía de ahí. Además, finalmente Camila podía dormir tranquila.
Hasta que una noche,
escuchó nuevamente las garras arañando la duela y los ronquidos espantosos.
—Si no me traes a otro
niño, te comeré.
Y así lo hizo. Y sigue haciéndolo, pues la niña sabe que en cuanto deje de alimentarlo, irá por ella.
Súper bien, realmente me dió escalofríos
ResponderEliminarExcelente cuento Ix esperaré los siguientes
ResponderEliminarExcelente historia.
ResponderEliminarAmiguita hermosa, felicidades, cada día desarrollas más tu talento. Quedo en espera del próximo cuento.
ResponderEliminarAmiguita hermosa, felicidades, cada día desarrollas más tu talento. Quedo en espera del próximo cuento 🙂
ResponderEliminarExcelente historia, logra atrapar al lector. El final es sorpresivo pues la niña logra encontrar una solución, al menos temporal pero drástica, para aliviar su tormento.
ResponderEliminarExcelente historia, logra atrapar al lector. El final es sorpresivo pues la niña logra encontrar una solución, al menos temporal pero drástica, para aliviar su tormento.
ResponderEliminarMuy buen cuento.
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