martes, 26 de enero de 2021

Terror nocturno

Ixchel Juárez Montiel


Mucha gente cree que los monstruos no existen, pero Camila sabe que sí. Hay uno viviendo debajo de su cama. Un monstruo insaciable que devora niños como si fueran caramelos. 

La primera vez que lo vio fue la noche en la que se levantó a tomar agua y una enorme mano con garras le sujetó el tobillo. Lanzó un grito y sus padres fueron a verla, mas no pudieron encontrar nada malo. 

—Eso te pasa por ver películas de terror —la regañó su madre—. Te dije que tendrías pesadillas. Ahora duérmete que mañana vas a la escuela. 

Por supuesto que Camila no pudo dormir. Trataba de no prestar atención al ruido que el monstruo hacía cuando arañaba la duela de la habitación. Se cubrió el rostro con las cobijas, pero todavía lo escuchaba. Un terrible ser que se afilaba las uñas, esperando clavarlas en la tierna piel de una niña.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré —dijo el ente con voz cavernosa.

Pasaron los días y Camila se rehusaba a dormir, mas no podía continuar de esa manera. Era una situación insoportable. Por un tiempo les rogó a sus padres dormir con ellos. Se lo permitieron al principio. Él la consentía sobremanera, pero su madre no creía que fuera sano.

—Hoy dormirás en tu habitación —ordenó a la hora de la cena.

Camila abrió sus grandes ojos color miel para ver a su padre mientras intentaba convencerlo en silencio. El plan se arruinó cuando la mujer lo miró de forma amenazante indicando que la decisión estaba tomada y no habría discusión.

Se acostó y por un momento tuvo la ilusión de que el monstruo había muerto de hambre durante el tiempo en que ella no había dormido ahí. O tal vez, hambriento y aburrido, abandonó la casa para atormentar a otros niños.

Hasta que escuchó las garras arañando la duela.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré —repitió.

Se sentó en la cama y encendió la lámpara de la mesa de noche. ¿Por qué esos arañazos no estaban por la mañana? ¿Por qué los adultos no podían ver aquel espanto? No se atrevía a contarles nada. Sabía, de alguna manera, que no le creerían, sobre todo porque no tenía manera de probarlo.

—¿Y si te traigo fruta ya no me comes? —preguntó con voz temblorosa, animándose a negociar con el monstruo.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré —sentenció. 

Camila supuso que la fruta no le gustaba. No durmió tampoco aquella noche, pensando en qué podría ofrecerle para que la dejara en paz.

En una ocasión, antes de ir a la cama, echó un vistazo debajo y vio dos brasas encendidas. Los ojos del monstruo.

—¿Y si te traigo dulces ya no me comes? —insistió la niña.

Los ojos del monstruo brillaron más. No por el ofrecimiento. Camila escuchó algo parecido al sonido de algún líquido derramándose. Brincó hasta la cama cuando se dio cuenta de que se trataba de la saliva del monstruo, producto del hambre y de la visión de la niña tan cerca de él. 

—En cuanto te quedes dormida, te comeré.

Otra noche en vela. Camila no entendía por qué el monstruo no simplemente salía del escondite y se la comía. Escuchaba las garras contra la duela y una respiración profunda que después se convirtió en un ronquido permanente. 

Durante la merienda, a la noche siguiente, Camila se guardó unas galletas en el bolsillo. Ya no negociaría. Se las arrojaría al monstruo y tal vez se libraría así de la amenaza. Antes de ir al baño a lavarse los dientes y mientras sus padres continuaban despiertos, la niña aventó las galletas debajo de la cama. 

Al acostarse esperó y no escuchó nada. Suspiró aliviada. Mas justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño, el sonido de las garras la sacó del sopor, poniéndola alerta mientras el ronquido que hacía el monstruo al respirar llenó de nuevo la habitación.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré. 

Camila comenzó a llorar. Al principio en silencio. Pero el sonido de las garras y de la respiración del ente sonaban cada vez más y más fuerte. Hasta que no aguantó. Lloró y gritó atrayendo de prisa a sus padres.

—¡¿Qué pasa, mi niña?! ¿Qué tienes? —preguntó él en cuanto entró a la habitación.

—¡Debajo de la cama! ¡Un monstruo! ¡Dice que me comerá si me duermo!

Su madre se asomó al lugar con una mezcla de rapidez y furia mientras él permanecía sereno y abrazaba a Camila fuertemente. La niña comenzó a temblar. Esperaba con temor que, de un momento a otro, la garra del monstruo atrapara a su madre y la despedazara, esparciendo sangre sobre el suelo.

—¿Qué te he dicho de esas películas, Camila? —preguntó furiosa mientras se incorporaba.

—Quiero dormir con ustedes, por favor.

—Cariño —dijo su padre—, muy bien, pero será la última vez...

—¡He dicho que no! 

—Tiene miedo, por favor…

—¡Ya está grandecita para esos cuentos! ¡Las niñas grandes duermen solas y se acabó! ¡Te he dicho cientos de veces que esas películas te dan pesadillas!

—¡No es mi imaginación! ¡No lo saqué de ninguna película! ¡Está debajo de la cama!

—¡Ven acá y asómate! —le ordenó mientras retiraba las cobijas que colgaban hasta el suelo. 

Camila escondió la cabeza en el pecho de su padre, buscando algo de apoyo. Él le acarició el cabello con ternura, ¿por qué la mujer no podía sentir compasión por una niña aterrada? Sobre todo si se trataba de su hija.

—Déjala —dijo casi en un susurro mientras la abrazaba con más fuerza—. Está asustada.

—¡Pues debe aprender a no ser tan miedosa! ¡Especialmente de cosas que no existen! ¡Creyendo en monstruos a estas alturas! ¡Camila, ven aquí y asómate! ¡No te lo repetiré!

La niña se acercó para después inclinarse y ver bajo la cama. No había nada. ¿Cómo era posible? ¿Y si ella tenía razón y todo lo imaginaba?

—Ahora dime qué hay ahí —ordenó su madre.

—Nada, pero…

—¡Así es! ¡Nada! 

—¡Pero yo lo vi!

—Creíste haberlo visto que es diferente. Camila, es más de medianoche y mañana todos debemos levantarnos temprano. ¡Ya duérmete, por favor!

Camila pasó la noche sollozando quedamente mientras escuchaba las garras del monstruo arañando la duela y su respiración trabajosa que se convertía en horrorosos ronquidos flotando en el aire. 

Al día siguiente, en la escuela, no se comportaba como el resto de las niñas. Estaba agotada, grandes ojeras oscurecían sus ojos. Su piel, usualmente sonrosada, lucía pálida, dándole la apariencia de estar enferma. 

—¡Camila! —escuchó a la distancia.

Aunque quien le habló no estaba lejos. Se encontraba justo frente a ella. La dulce Mónica, luciendo hermosos rizos rubios acomodados en dos coletas con grandes moños blancos. Hablaba con la boca manchada de rojo grosella por la paleta de caramelo que saboreaba.

—¿Qué? —preguntó Camila en cuanto reaccionó.

—Que si quieres jugar. Traje muñecas.

Y entonces Camila tuvo una gran idea. Era obvio que el monstruo que habitaba bajo la cama no quería más alimento que no fueran niños. Pero no tenía que ser específicamente ella, ¿o sí?

Por la noche, esperó a que todos durmieran y que el monstruo la amenazara como siempre.

—En cuanto te quedes dormida, te comeré.

Camila se armó de valor. Tenía las manos sudorosas a pesar de que sentía frío. Podía percibir a un montón de murciélagos revoloteando en el estómago. Ansiaba salir corriendo, mas debía enfrentar a la bestia de una vez si quería volver a dormir. 

Asomó la cabeza debajo de la cama y ahí estaban los ojos relucientes del monstruo y al verla, comenzó a salivar. 

—¿Y si te traigo a uno de mis amigos ya no me comes?

Los ojos del monstruo se agrandaron y brillaron mucho más. Camila hizo una mueca de asco cuando pudo ver una lengua verde y viscosa pasar por su espantoso hocico.

—Si los traes, no te comeré. Esperaré a que se duerman —respondió el monstruo. Y entonces dejó de arañar la duela y de respirar de esa forma. 

Sin pensarlo mucho, invitó a Mónica a dormir a su casa. Vivía muy cerca y sabía que la niña adoraba las pijamadas, comer helado y ver películas hasta tarde.  

Su madre esperaba que las palomitas de maíz terminaran de cocinarse en el microondas. Camila acomodaba un par de refrescos y servilletas en una charola.

—¿Y qué película van a ver? —preguntó la mujer mientras vaciaba las palomitas en un tazón.

—Una sobre un perro y un gato.

—Mucho cuidado con ver películas de terror. Ya ves cómo te han afectado últimamente y ni creas que iré en cuanto pegues de gritos.

—No, mamá. Es una película para niños.

—Muy bien, iré a verlas en un rato para ver si es cierto.

Camila no prestaba atención a la televisión. De vez en cuando echaba un vistazo hacia su cama, esperando que el monstruo cumpliera con su amenaza. Una hora más tarde, decidieron que era momento de irse a dormir. Desde la aparición del monstruo, Camila intentó bloquearlo de alguna manera pegando su cama a la pared, al menos de ese modo sabría que solo podría salir de un extremo.

Por ese motivo Camila se acostó junto al muro, dejando a Mónica en el otro lado, a merced de la bestia.

—Hasta mañana —dijo Mónica, antes de lanzar un hondo bostezo.

—Descansa —respondió Camila. Y en cuanto notó que su amiga se volteaba para sumirse en un sueño profundo, se le llenaron los ojos de lágrimas, mas ya no había marcha atrás—. Perdóname.

Luego Camila escuchó las garras arañando la duela, el ronquido inconfundible del monstruo y el incesante goteo de la saliva. En la penumbra vio una garra espantosa emerger debajo de la cama. La garra parecía crecer más mientras se acercaba a Mónica. La pequeña no despertaba e ignoraba el peligro que se cernía sobre ella. Camila volteó el rostro hacia la pared al tiempo que oía un rugido estremecedor. Esperó a que sus padres entraran de un momento a otro, pero al parecer, la única que había escuchado algo era ella.

Pudo dormir esa noche. Y por la mañana, uno de los moños de Mónica estaba en el suelo. Lo ocultó en un cajón. Les dijo a sus padres que su amiga había regresado a casa muy temprano. Vivía a solo dos casas

Todo pareció estar en calma las siguientes semanas. Tuvo éxito mintiendo a la policía y a los padres de la niña cuando le hacían preguntas. Se apegaba a una historia y nadie la movía de ahí. Además, finalmente Camila podía dormir tranquila. 

Hasta que una noche, escuchó nuevamente las garras arañando la duela y los ronquidos espantosos.

—Si no me traes a otro niño, te comeré. 

Y así lo hizo. Y sigue haciéndolo, pues la niña sabe que en cuanto deje de alimentarlo, irá por ella. 

8 comentarios:

  1. Súper bien, realmente me dió escalofríos

    ResponderEliminar
  2. Excelente cuento Ix esperaré los siguientes

    ResponderEliminar
  3. Amiguita hermosa, felicidades, cada día desarrollas más tu talento. Quedo en espera del próximo cuento.

    ResponderEliminar
  4. Amiguita hermosa, felicidades, cada día desarrollas más tu talento. Quedo en espera del próximo cuento 🙂

    ResponderEliminar
  5. Excelente historia, logra atrapar al lector. El final es sorpresivo pues la niña logra encontrar una solución, al menos temporal pero drástica, para aliviar su tormento.

    ResponderEliminar
  6. Excelente historia, logra atrapar al lector. El final es sorpresivo pues la niña logra encontrar una solución, al menos temporal pero drástica, para aliviar su tormento.

    ResponderEliminar