Laura Sobrera
La Tercera Guerra
Mundial llegó inesperadamente y fue el inicio de otra manera de accionar bélico.
Si hay algo que los seres humanos tienen, es el poder ampliar su capacidad maligna
hasta límites insospechados.
Quince largos años
duró esta lucha, millones de seres perecieron sin bombas ni municiones. Un
virus tras otro, vacunas y miedo, sobre todo un profundo temor, lograron disminuir
la población mundial de forma alarmante pero tranquilizadora para la élite que
gobernaba detrás del telón. Este conjunto selecto de seres con mucho poder
económico, movieron los hilos de la conducción política y financiera a nivel
global y habían logrado unificar criterios de gobierno para tener a los seres
humanos controlados de manera muy eficaz.
Esos años de abuso
de información monotemática y ya digerida a todas horas, repetidas como
mantras, mermaron la rebeldía humana a todo lo que coartara su libertad y modificaron
su capacidad de creer, pero, sobre todo, de analizar desde la inteligencia esas
declaraciones que veía o escuchaba.
El mundo se aisló,
porque el pánico es poderoso. Dejaron de reconocerse iguales a otros humanos y
fueron en pos de la individualización sin pensar que el colectivo es quien
logra los milagros. Todo sucedió gradualmente, un día tapabocas, otro,
distancia, después aislamiento social, hasta que comenzaron a surgir
generaciones que se acostumbraron a este retraimiento, a verse solo de forma
virtual, ya que colectivamente se tuvo la sensación que cada ser era un mundo diferente
del otro y eso constituía una posible amenaza sanitaria.
La doctora Kara
Larson, una joven mujer de treinta y cinco años, especializada en
biotecnología, era la directora de un proyecto de fabricación de humanos
genéticamente modificados que tenía como meta la creación de individuos que no
enfermen ni envejezcan, con el fin de convertirlos en trabajadores que suplan a
quienes no se atreven a salir de sus casas, por el pavor que tienen a enfermar
y morir. Esto es económicamente ventajoso para la clase dominante, cuando uno
sufre un desperfecto, solo se lo reemplaza. No hay juicios, demandas ni gastos
relacionados.
Ella trabajaba en
un gran laboratorio. Estaba ubicado sesenta metros bajo tierra en una zona rural
de la ciudad y se desarrollaba en varias plantas aprovechando al máximo el
calor geotérmico de la zona para su abastecimiento energético. Desde la
carretera más cercana, lo único que se veía era una vieja casona rodeada de
árboles, algunos animales y algo más alejado todavía, un gran galpón que
disimulaba la entrada al centro de investigación biotecnológica. Al fondo del
paisaje unas pocas montañas delimitaban y protegían el terreno.
El lugar donde la
doctora cumplía con sus tareas era una gran habitación con innumerables computadoras
de última generación, vista panorámica a un habitáculo lleno de grandes
cilindros de dos metros de altura, similares a torpedos o bombas, en el que se
conservaban los cuerpos de estos seres, en apariencia humanos. También podía
usarse como fábrica de órganos para cuando el ser humano que vivía en la
superficie los necesitara.
Estos grandes
tubos eran de acero de doble capa y en medio circulaba nitrógeno líquido que
los mantenía en una criogenia apropiada, preservándolos para cuando fuera
necesaria su utilización.
La habitación se iluminaba
con una tenue luz verde que daba a esos seres una apariencia fantasmal de color
cadavérico y se caracterizaba por el frío que se sentía allí.
Si bien los
cuerpos no se enfermaban, sí se desgastaban, por eso la necesidad de su
creación en grandes cantidades. En el mundo había cinco laboratorios
estratégicamente colocados uno en cada continente para cubrir las necesidades
laborales y médicas de los humanos recluidos.
Estos cuerpos eran
fabricados con células madre de donantes escogidos especialmente por su salud
física y mental, sumado a unas impresoras tridimensionales que iban cubriendo
lo exterior e interior de esos seres. De esa manera se construían también los
órganos, de forma que estos individuos fueran donadores universales de esas
preciadas vísceras
Kara completaba su
personal con algunos científicos humanos que trabajaban en distintas partes del
edificio, sin contacto entre ellos para proteger la información codificada y con
algunos de estos individuos modificados, perfectamente adiestrados, pero había
uno muy especial al que había dotado de una inteligencia artificial más
desarrollada, agregando algoritmos a su mente que le permitía un eficaz
aprendizaje y entendimiento, a diferencia de los otros a los que se le otorgaba
el intelecto necesario y esta era la razón que los convertía en perfectos
subordinados. Al diferente, ella lo llamaba John. Cuando alguno podía
evolucionar o salirse de control, simplemente borraban su memoria y eran
reiniciados. Eran simples máquinas con apariencia humana.
Kara tenía sus
jefes en la ciudad cercana y se comunicaban a diario para controlar que todo
saliera como estaba planeado, o sea, mano de obra competente y económica
mientras se aniquilaba cualquier matiz de pensamiento superior a una humanidad
que vivía encerrada, como consecuencia del miedo que se les infundió. La
esclavitud siempre existió desde los comienzos de las primeras civilizaciones,
solo se modificaba la forma.
La científica, al
tratar diariamente a John como su compañero de tareas no se dio cuenta de la
increíble evolución que estaba desarrollando. Cuando ella se ausentaba durante las
horas en que iba a su residencia a descansar, le gustaba buscar datos
históricos, conocer en profundidad al ser humano que estaba supliendo y también
se interiorizaba en la genética molecular, área en la que colaboraba con la
doctora.
Una noche,
mientras Kara descansaba en su casa de la superficie, una alarma la despertó.
Sobresaltada corrió al laboratorio. El sonido programado era similar al de las
advertencias de ataques aéreos de las viejas películas que le fascinaban de la
Segunda Guerra Mundial, solo que en este caso específico era utilizado para
alguna presencia ajena al propósito del centro de investigación.
Cuando llegó, notó
la imagen de un virus proyectado en la pantalla que colgaba en su oficina,
desde el microscopio electrónico. Le pareció reconocerlo, por lo que buscó en
sus archivos similitudes con ese modelo que se veía en el monitor. Sí, era
familiar para ella, se trataba del virus de la viruela, Variola virus, que provocaba la enfermedad del mismo nombre, que
había sido aniquilada en mil novecientos ochenta. Lamentablemente, a pesar del
pedido de la OMS, se conservaron dos muestras, una en la URSS y la otra en
Estados Unidos de América.
Había un grave
problema con este microorganismo y es que al ser una enfermedad erradicada ya
no se efectuaba la prevención respectiva con vacunación, por lo que un contagio
masivo podría ser letal para los humanos y los individuos modificados. De
hecho, no tiene cura, solo podían prever y evitar contagios con inmunización.
Hizo más estudios al respecto de este virus y era una cepa que no venía de los
laboratorios soviético o norteamericano, sino que la cadena de proteínas de su
ARN eran una secuencia algo distinta de los antes estudiados por ella. Esta era
una creación hecha por alguien con amplios conocimientos en biotecnología y no
debería ser nadie del laboratorio porque cada uno de ellos solo trabajaba una
parte de la información y eso hacía imposible completar tal resultado.
En este punto, con
la conclusión de ser una intervención externa al personal del centro de
investigación, decidió llamar a la nómina de delitos biotecnológicos para que
realizara la pesquisa sobre cómo pudo la seguridad del laboratorio ser violada
y si esa persona podría continuar allí.
Rápidamente la
policía envió al sargento William Thompson quien se presentó junto al detective
Charles Pitié y algunos científicos de escenas de crímenes para buscar huellas
o rastros que aclararan esta situación. Kara los recibió presurosa y con
visibles muestras de preocupación.
El sargento fue
conducido al lugar donde estaba la prueba, en el portaobjetos de un microscopio
electrónico, que mostraba ese agente viral en una pantalla que se reproducía en
la pared del lugar de trabajo de Kara. Ella le explicó que, si bien el virus
era conocido, tenía algunas mutaciones propias de su creación desde el inicio
con modificaciones genéticas en la red proteínica de penetración celular y una
gran capacidad de matar a su huésped en poco tiempo, aunque no sabría cuánto. Dadas
las similitudes orgánicas de estos individuos con los seres humanos toda la
población, tanto humana como modificada, estaban en riesgo inminente.
Los forenses permanecieron
allí buscando huellas o algo que determinara quién podía ser el autor de la
manipulación de este vector viral erradicado hacía tanto, mientras William y
Charles continuaron con la exploración del resto del laboratorio. Kara les
aconsejó que se protegieran adecuadamente con un equipo apropiado que les
proporcionó, dada la posibilidad de contagio y el no tener cómo tratar
adecuadamente ese agente viral hasta probar con la antigua vacuna o desarrollar
otra a partir de ella, pero no sería algo inmediato. Cuando llegaron al nivel de
los tanques de almacenamiento asombrados vieron como uno estaba abierto y el
cuerpo que debería habitar en su interior había desaparecido.
—Fue muy acertado
ponernos estos trajes —dijo William a Charles.
—Claro que sí y
con ellos seguiremos mientras estemos en este laboratorio. Acá todo huele a
muerte y hasta tiene su color —manifestó con cara de asco.
Subieron a la
oficina de Kara y le comunicaron del cuerpo faltante, mientras que los forenses
bajaban a buscar indicios que pudieran decir quién había cometido tal atrocidad.
—¿Los tanques estaban
completos a su máxima capacidad? —preguntó a Kara.
—Sí, ¿por?
—Porque encontramos
uno que está vacío.
—¡No puede ser!
Cada vez que me voy los reviso —exclamó asombrada.
—Vamos y lo vemos
juntos.
Bajaron y
comprobaron que en verdad el organismo que debía estar allí, faltaba y también
había sido cortado el suministro de nitrógeno del tanque.
En el piso podían
verse las huellas dejadas por una camilla que salía desde cerca del tubo de
acero y se alejaban de esa ala del laboratorio a otra más retirada.
Siguen el rastro
hasta un sitio apenas iluminado que tenía una carpa plástica de protección
contra organismos virales. Dentro estaba el cuerpo lleno de ampollas de pus y
líquidos, con costras oscuras, algunas de fétido olor. La doctora Kara procede
a sacar muestras de sangre, de las ampollas, lleva algunas costras y se retira
consternada para su análisis, pero antes agregó:
—¡No es posible!,
dijo, este era el que había elegido para una evolución al siguiente nivel de su
inteligencia artificial. Lo llamaría Peter.
—No entiendo, eso, ¿qué significa?
—Mire, no es
complicado. La inteligencia artificial se llama así, porque puede resolver
cosas, ir de ejercicios matemáticos simples hasta situaciones filosóficamente complejas.
En realidad, es como humanizarlos, hacer que se parezcan más a cómo nosotros éramos
antes de esta Tercera Guerra Mundial, cuando disfrutábamos la libertad y
socializábamos.
—¿Eso no va en
contra de lo que se espera de estos cuerpos?
—No en realidad. A
mí me piden que los cuerpos que respondan al trabajo, lo hacen, pero también
son capaces de desarrollar una mente cultivada y hasta podría decir que tienen
sensibilidad y sentimientos.
—Es muy peligroso
jugar a ser Dios.
—¿No es el juego
que inventaron los que nos llevaron a esta situación?
—Debería escribir
esto en mi informe.
—Ese es su libre
albedrío. Su conciencia es la que debe dictar ese testimonio.
William hizo
silencio y luego se marchó. Todavía quedaba encontrar al culpable, después
decidiría qué hacer con la información que tenía.
Cuando regresó al
recinto de tanques, John estaba allí. Parecía que lo esperaba.
—Pensé que no
vendría más —dijo ese individuo.
—¿Quién es usted? —preguntó
William.
—Soy el que está
buscando, me llaman John.
—¿Qué quiere
decir?
—¡¿Los humanos se
olvidaron de pensar?! —añadió con sarcasmo.
—¿Y eso qué
significa? —replicó el sargento molesto.
—Pensé que los que
aún estaban trabajando eran más inteligentes y suspicaces.
William estaba
confundido y enojado por esas palabras.
—¿Quién piensa que
hizo esto? ¿Ya formuló una teoría al respecto? —dijo John con ironía.
—¿Usted solo tuvo
la idea, mutó un virus, infectó de alguna manera ese cuerpo? ¿Por qué?
—Es irónico que le
parezca improbable. Fui dotado de una inteligencia superior que pudo, puede y
podrá evolucionar y será así, hasta que alguien decida lo contrario, contestó
con la serenidad de quien conoce lo inevitable. Mis requerimientos de descanso
son menores a los del ser humano promedio, por lo que tuve mucho tiempo para
estudiar y hacer rendir la capacidad de mi mente. Yo nací siendo adulto con
todas las ventajas de la curiosidad infantil. Estudié su historia, lo que han
hecho todas las civilizaciones a lo largo de los siglos es permitir la
situación actual, que sean esclavos de ustedes mismos. Trabajé codo a codo con la
doctora lo que aumentó mi capacidad de comprender la ciencia. Sabía las
preguntas que debía hacer para hallar las respuestas que necesitaba.
La tranquilidad e
inmutabilidad con la que hablaba dejó perplejo a William. Los organismos
modificados, eran físicamente iguales, por lo que se le hacía difícil percibir la
diferencia intelectual entre John y los demás fabricados que allí trabajaban,
pero las había y su lenguaje verbal y físico lo hacía difícil de ignorar.
—Tomé el virus de
la viruela, partí de cero, comenzando un genoma similar con pequeñas
variaciones, explicó John. No fue difícil, nosotros hemos sido expuestos a
muchos de estos agentes patógenos para lograr una inmunización casi total. Lo
que yo descubrí fue que éramos susceptibles a mutaciones forzadas, por pequeñas
que fueran, y eso lo pude comprobar con este hermano genético.
—No entiendo, ¿por
qué atacó a un semejante? —preguntó William sin dar crédito a lo que oía porque
helaba su sangre.
—Aprendí en su
historia sobre la supervivencia del más fuerte, esto es algo similar.
—¡No, no lo es! —le
gritó el sargento—, un igual vive y respira con usted, en cambio él estaba
indefenso y congelado en un tubo. Esto un delito comparable a un asesinato
entre los humanos, por el que deberá rendir cuentas.
—Eso es solo un
detalle. No estaría en criogenia eternamente, ya había sido elegido como mi
sucesor.
—¿Y?
—Yo soy
importante, pienso, tengo emociones, aprecio la belleza, el arte, existo y no
me agradaba la idea de ser desechable.
—Ser sustituido,
no significa eso.
—Para mí, sí —dijo
tercamente John.
Kara, que había
escuchado toda la confesión, entró desesperada a hablar con John. Se había
convertido en alguien que ella no pudo prever y eso le producía una profunda
congoja y la hacía sentir ignorante de los progresos que podían alcanzar esas
creaciones.
—Por favor, dime,
¿por qué? —preguntó con los ojos bañados de lágrimas—, no contestaste esa
pregunta.
—Quisiste
humanizarme y casi lo lograste, por eso te pregunto, ¿por qué no?
—¿Por qué te
quedaste? Podrías haber huido —dijo Kara sin poder comprender la acción llevada
a cabo por John.
—Soy casi algo
parecido a ustedes, pero no igual. No alcanzo la categoría de humano. Por más actualizaciones
que reciba, aunque mi apariencia sea casi perfecta, solo soy una máquina que
nunca alcanzará la humanidad. Estoy en una especie de limbo o purgatorio. No
voy al cielo ni al infierno, tampoco soy capaz de sentir eso que ustedes llaman
amor. Mi vida es una condena. Tengo envidia de los que no son elegidos para reajustar
su inteligencia agregando algoritmos. Solo viven para trabajar, son incapaces
de analizar situaciones simples o complejas y yo, que puedo hacer todo eso, soy
infeliz, aun sin conocer la felicidad
—guardó silencio, porque entendió que no había nada que agregar. A pesar de sus
palabras, su rostro no reflejaba emoción alguna, solo una indiferencia
absoluta.
El detective Pitié se lo llevó y los forenses
guardaron el material recolectado en paquetes sellados y se retiraron. La única
opción era reiniciarlo. Kara lloraba silenciosamente. Miró al sargento con un
profundo dolor impreso en su rostro, mientras grandes ojeras denotaban el
impacto que había recibido.
—Ahora comprendo
lo que significa su observación sobre querer hacer el trabajo de Dios. Podemos
recrear los cuerpos casi a la perfección, pero carecen de alma. Esa es
imposible otorgarla con simples algoritmos matemáticos, pertenece a una esfera
que no es científica. Estudió todo lo que pudo, más que cualquier ser humano,
pero no comprendió que la historia que conocemos, leemos o analizamos es solo
la mitad del cuento. En toda nuestra evolución social, política y económica ha
habido guerras, matanzas, crueldad y de eso está lleno nuestro pasado y
presente, tal vez también nuestro futuro, pero muy poco se habla de los
millones de personas que hicieron el bien, que tuvieron pensamientos puros y
elevados, los que pensaron en otros antes que en sí mismos. Esos terminaron
siendo anónimos, mientras que recordamos los nombres de los violentos que
matan, castigan y menosprecian a sus semejantes y a cualquier especie que
habite este planeta. Ahora comprendo que ser humano es algo que va mucho más
allá de un cuerpo, es una filosofía, lo contiene todo, bondad, maldad, luz,
oscuridad y lo único que cambia es la forma en que elige vivir. Hoy tal vez no
estamos en la mejor época de la humanidad, no sé si lleguemos a acercarnos a un
ideal, pero siempre hemos logrado sobrevivir. Este momento oscuro también
pasará y ruego desde lo más profundo de mi ser a quien sea que creó el alma del
hombre, estar allí para poderla apreciar y, sobre todo, saber agradecer el
regalo de tenerla.
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