viernes, 15 de enero de 2021

Humanidad prestada

Laura Sobrera


La Tercera Guerra Mundial llegó inesperadamente y fue el inicio de otra manera de accionar bélico. Si hay algo que los seres humanos tienen, es el poder ampliar su capacidad maligna hasta límites insospechados.

Quince largos años duró esta lucha, millones de seres perecieron sin bombas ni municiones. Un virus tras otro, vacunas y miedo, sobre todo un profundo temor, lograron disminuir la población mundial de forma alarmante pero tranquilizadora para la élite que gobernaba detrás del telón. Este conjunto selecto de seres con mucho poder económico, movieron los hilos de la conducción política y financiera a nivel global y habían logrado unificar criterios de gobierno para tener a los seres humanos controlados de manera muy eficaz.

Esos años de abuso de información monotemática y ya digerida a todas horas, repetidas como mantras, mermaron la rebeldía humana a todo lo que coartara su libertad y modificaron su capacidad de creer, pero, sobre todo, de analizar desde la inteligencia esas declaraciones que veía o escuchaba.

El mundo se aisló, porque el pánico es poderoso. Dejaron de reconocerse iguales a otros humanos y fueron en pos de la individualización sin pensar que el colectivo es quien logra los milagros. Todo sucedió gradualmente, un día tapabocas, otro, distancia, después aislamiento social, hasta que comenzaron a surgir generaciones que se acostumbraron a este retraimiento, a verse solo de forma virtual, ya que colectivamente se tuvo la sensación que cada ser era un mundo diferente del otro y eso constituía una posible amenaza sanitaria.

La doctora Kara Larson, una joven mujer de treinta y cinco años, especializada en biotecnología, era la directora de un proyecto de fabricación de humanos genéticamente modificados que tenía como meta la creación de individuos que no enfermen ni envejezcan, con el fin de convertirlos en trabajadores que suplan a quienes no se atreven a salir de sus casas, por el pavor que tienen a enfermar y morir. Esto es económicamente ventajoso para la clase dominante, cuando uno sufre un desperfecto, solo se lo reemplaza. No hay juicios, demandas ni gastos relacionados.

Ella trabajaba en un gran laboratorio. Estaba ubicado sesenta metros bajo tierra en una zona rural de la ciudad y se desarrollaba en varias plantas aprovechando al máximo el calor geotérmico de la zona para su abastecimiento energético. Desde la carretera más cercana, lo único que se veía era una vieja casona rodeada de árboles, algunos animales y algo más alejado todavía, un gran galpón que disimulaba la entrada al centro de investigación biotecnológica. Al fondo del paisaje unas pocas montañas delimitaban y protegían el terreno.

El lugar donde la doctora cumplía con sus tareas era una gran habitación con innumerables computadoras de última generación, vista panorámica a un habitáculo lleno de grandes cilindros de dos metros de altura, similares a torpedos o bombas, en el que se conservaban los cuerpos de estos seres, en apariencia humanos. También podía usarse como fábrica de órganos para cuando el ser humano que vivía en la superficie los necesitara.

Estos grandes tubos eran de acero de doble capa y en medio circulaba nitrógeno líquido que los mantenía en una criogenia apropiada, preservándolos para cuando fuera necesaria su utilización.

La habitación se iluminaba con una tenue luz verde que daba a esos seres una apariencia fantasmal de color cadavérico y se caracterizaba por el frío que se sentía allí.

Si bien los cuerpos no se enfermaban, sí se desgastaban, por eso la necesidad de su creación en grandes cantidades. En el mundo había cinco laboratorios estratégicamente colocados uno en cada continente para cubrir las necesidades laborales y médicas de los humanos recluidos.

Estos cuerpos eran fabricados con células madre de donantes escogidos especialmente por su salud física y mental, sumado a unas impresoras tridimensionales que iban cubriendo lo exterior e interior de esos seres. De esa manera se construían también los órganos, de forma que estos individuos fueran donadores universales de esas preciadas vísceras

Kara completaba su personal con algunos científicos humanos que trabajaban en distintas partes del edificio, sin contacto entre ellos para proteger la información codificada y con algunos de estos individuos modificados, perfectamente adiestrados, pero había uno muy especial al que había dotado de una inteligencia artificial más desarrollada, agregando algoritmos a su mente que le permitía un eficaz aprendizaje y entendimiento, a diferencia de los otros a los que se le otorgaba el intelecto necesario y esta era la razón que los convertía en perfectos subordinados. Al diferente, ella lo llamaba John. Cuando alguno podía evolucionar o salirse de control, simplemente borraban su memoria y eran reiniciados. Eran simples máquinas con apariencia humana.

Kara tenía sus jefes en la ciudad cercana y se comunicaban a diario para controlar que todo saliera como estaba planeado, o sea, mano de obra competente y económica mientras se aniquilaba cualquier matiz de pensamiento superior a una humanidad que vivía encerrada, como consecuencia del miedo que se les infundió. La esclavitud siempre existió desde los comienzos de las primeras civilizaciones, solo se modificaba la forma.

La científica, al tratar diariamente a John como su compañero de tareas no se dio cuenta de la increíble evolución que estaba desarrollando. Cuando ella se ausentaba durante las horas en que iba a su residencia a descansar, le gustaba buscar datos históricos, conocer en profundidad al ser humano que estaba supliendo y también se interiorizaba en la genética molecular, área en la que colaboraba con la doctora.

Una noche, mientras Kara descansaba en su casa de la superficie, una alarma la despertó. Sobresaltada corrió al laboratorio. El sonido programado era similar al de las advertencias de ataques aéreos de las viejas películas que le fascinaban de la Segunda Guerra Mundial, solo que en este caso específico era utilizado para alguna presencia ajena al propósito del centro de investigación.

Cuando llegó, notó la imagen de un virus proyectado en la pantalla que colgaba en su oficina, desde el microscopio electrónico. Le pareció reconocerlo, por lo que buscó en sus archivos similitudes con ese modelo que se veía en el monitor. Sí, era familiar para ella, se trataba del virus de la viruela, Variola virus, que provocaba la enfermedad del mismo nombre, que había sido aniquilada en mil novecientos ochenta. Lamentablemente, a pesar del pedido de la OMS, se conservaron dos muestras, una en la URSS y la otra en Estados Unidos de América. 

Había un grave problema con este microorganismo y es que al ser una enfermedad erradicada ya no se efectuaba la prevención respectiva con vacunación, por lo que un contagio masivo podría ser letal para los humanos y los individuos modificados. De hecho, no tiene cura, solo podían prever y evitar contagios con inmunización. Hizo más estudios al respecto de este virus y era una cepa que no venía de los laboratorios soviético o norteamericano, sino que la cadena de proteínas de su ARN eran una secuencia algo distinta de los antes estudiados por ella. Esta era una creación hecha por alguien con amplios conocimientos en biotecnología y no debería ser nadie del laboratorio porque cada uno de ellos solo trabajaba una parte de la información y eso hacía imposible completar tal resultado.

En este punto, con la conclusión de ser una intervención externa al personal del centro de investigación, decidió llamar a la nómina de delitos biotecnológicos para que realizara la pesquisa sobre cómo pudo la seguridad del laboratorio ser violada y si esa persona podría continuar allí.

Rápidamente la policía envió al sargento William Thompson quien se presentó junto al detective Charles Pitié y algunos científicos de escenas de crímenes para buscar huellas o rastros que aclararan esta situación. Kara los recibió presurosa y con visibles muestras de preocupación.

El sargento fue conducido al lugar donde estaba la prueba, en el portaobjetos de un microscopio electrónico, que mostraba ese agente viral en una pantalla que se reproducía en la pared del lugar de trabajo de Kara. Ella le explicó que, si bien el virus era conocido, tenía algunas mutaciones propias de su creación desde el inicio con modificaciones genéticas en la red proteínica de penetración celular y una gran capacidad de matar a su huésped en poco tiempo, aunque no sabría cuánto. Dadas las similitudes orgánicas de estos individuos con los seres humanos toda la población, tanto humana como modificada, estaban en riesgo inminente.

Los forenses permanecieron allí buscando huellas o algo que determinara quién podía ser el autor de la manipulación de este vector viral erradicado hacía tanto, mientras William y Charles continuaron con la exploración del resto del laboratorio. Kara les aconsejó que se protegieran adecuadamente con un equipo apropiado que les proporcionó, dada la posibilidad de contagio y el no tener cómo tratar adecuadamente ese agente viral hasta probar con la antigua vacuna o desarrollar otra a partir de ella, pero no sería algo inmediato. Cuando llegaron al nivel de los tanques de almacenamiento asombrados vieron como uno estaba abierto y el cuerpo que debería habitar en su interior había desaparecido.

—Fue muy acertado ponernos estos trajes —dijo William a Charles.

—Claro que sí y con ellos seguiremos mientras estemos en este laboratorio. Acá todo huele a muerte y hasta tiene su color —manifestó con cara de asco.

Subieron a la oficina de Kara y le comunicaron del cuerpo faltante, mientras que los forenses bajaban a buscar indicios que pudieran decir quién había cometido tal atrocidad.

—¿Los tanques estaban completos a su máxima capacidad? —preguntó a Kara.

—Sí, ¿por?

—Porque encontramos uno que está vacío.

—¡No puede ser! Cada vez que me voy los reviso —exclamó asombrada.

—Vamos y lo vemos juntos.

Bajaron y comprobaron que en verdad el organismo que debía estar allí, faltaba y también había sido cortado el suministro de nitrógeno del tanque.

En el piso podían verse las huellas dejadas por una camilla que salía desde cerca del tubo de acero y se alejaban de esa ala del laboratorio a otra más retirada.

Siguen el rastro hasta un sitio apenas iluminado que tenía una carpa plástica de protección contra organismos virales. Dentro estaba el cuerpo lleno de ampollas de pus y líquidos, con costras oscuras, algunas de fétido olor. La doctora Kara procede a sacar muestras de sangre, de las ampollas, lleva algunas costras y se retira consternada para su análisis, pero antes agregó:

—¡No es posible!, dijo, este era el que había elegido para una evolución al siguiente nivel de su inteligencia artificial. Lo llamaría Peter.

—No entiendo, eso, ¿qué significa?

—Mire, no es complicado. La inteligencia artificial se llama así, porque puede resolver cosas, ir de ejercicios matemáticos simples hasta situaciones filosóficamente complejas. En realidad, es como humanizarlos, hacer que se parezcan más a cómo nosotros éramos antes de esta Tercera Guerra Mundial, cuando disfrutábamos la libertad y socializábamos.

—¿Eso no va en contra de lo que se espera de estos cuerpos?

—No en realidad. A mí me piden que los cuerpos que respondan al trabajo, lo hacen, pero también son capaces de desarrollar una mente cultivada y hasta podría decir que tienen sensibilidad y sentimientos.

—Es muy peligroso jugar a ser Dios.

—¿No es el juego que inventaron los que nos llevaron a esta situación?

—Debería escribir esto en mi informe.

—Ese es su libre albedrío. Su conciencia es la que debe dictar ese testimonio.

William hizo silencio y luego se marchó. Todavía quedaba encontrar al culpable, después decidiría qué hacer con la información que tenía.

Cuando regresó al recinto de tanques, John estaba allí. Parecía que lo esperaba.

—Pensé que no vendría más —dijo ese individuo.

—¿Quién es usted? —preguntó William.

—Soy el que está buscando, me llaman John.

—¿Qué quiere decir?

—¡¿Los humanos se olvidaron de pensar?! —añadió con sarcasmo.

—¿Y eso qué significa? —replicó el sargento molesto.

—Pensé que los que aún estaban trabajando eran más inteligentes y suspicaces.

William estaba confundido y enojado por esas palabras.

—¿Quién piensa que hizo esto? ¿Ya formuló una teoría al respecto? —dijo John con ironía.

—¿Usted solo tuvo la idea, mutó un virus, infectó de alguna manera ese cuerpo? ¿Por qué?

—Es irónico que le parezca improbable. Fui dotado de una inteligencia superior que pudo, puede y podrá evolucionar y será así, hasta que alguien decida lo contrario, contestó con la serenidad de quien conoce lo inevitable. Mis requerimientos de descanso son menores a los del ser humano promedio, por lo que tuve mucho tiempo para estudiar y hacer rendir la capacidad de mi mente. Yo nací siendo adulto con todas las ventajas de la curiosidad infantil. Estudié su historia, lo que han hecho todas las civilizaciones a lo largo de los siglos es permitir la situación actual, que sean esclavos de ustedes mismos. Trabajé codo a codo con la doctora lo que aumentó mi capacidad de comprender la ciencia. Sabía las preguntas que debía hacer para hallar las respuestas que necesitaba.

La tranquilidad e inmutabilidad con la que hablaba dejó perplejo a William. Los organismos modificados, eran físicamente iguales, por lo que se le hacía difícil percibir la diferencia intelectual entre John y los demás fabricados que allí trabajaban, pero las había y su lenguaje verbal y físico lo hacía difícil de ignorar.

—Tomé el virus de la viruela, partí de cero, comenzando un genoma similar con pequeñas variaciones, explicó John. No fue difícil, nosotros hemos sido expuestos a muchos de estos agentes patógenos para lograr una inmunización casi total. Lo que yo descubrí fue que éramos susceptibles a mutaciones forzadas, por pequeñas que fueran, y eso lo pude comprobar con este hermano genético.

—No entiendo, ¿por qué atacó a un semejante? —preguntó William sin dar crédito a lo que oía porque helaba su sangre.

—Aprendí en su historia sobre la supervivencia del más fuerte, esto es algo similar.

—¡No, no lo es! —le gritó el sargento—, un igual vive y respira con usted, en cambio él estaba indefenso y congelado en un tubo. Esto un delito comparable a un asesinato entre los humanos, por el que deberá rendir cuentas.

—Eso es solo un detalle. No estaría en criogenia eternamente, ya había sido elegido como mi sucesor.

—¿Y?

—Yo soy importante, pienso, tengo emociones, aprecio la belleza, el arte, existo y no me agradaba la idea de ser desechable.

—Ser sustituido, no significa eso.

—Para mí, sí —dijo tercamente John.

Kara, que había escuchado toda la confesión, entró desesperada a hablar con John. Se había convertido en alguien que ella no pudo prever y eso le producía una profunda congoja y la hacía sentir ignorante de los progresos que podían alcanzar esas creaciones.

—Por favor, dime, ¿por qué? —preguntó con los ojos bañados de lágrimas—, no contestaste esa pregunta.

—Quisiste humanizarme y casi lo lograste, por eso te pregunto, ¿por qué no?

—¿Por qué te quedaste? Podrías haber huido —dijo Kara sin poder comprender la acción llevada a cabo por John.

—Soy casi algo parecido a ustedes, pero no igual. No alcanzo la categoría de humano. Por más actualizaciones que reciba, aunque mi apariencia sea casi perfecta, solo soy una máquina que nunca alcanzará la humanidad. Estoy en una especie de limbo o purgatorio. No voy al cielo ni al infierno, tampoco soy capaz de sentir eso que ustedes llaman amor. Mi vida es una condena. Tengo envidia de los que no son elegidos para reajustar su inteligencia agregando algoritmos. Solo viven para trabajar, son incapaces de analizar situaciones simples o complejas y yo, que puedo hacer todo eso, soy infeliz, aun sin conocer la felicidad —guardó silencio, porque entendió que no había nada que agregar. A pesar de sus palabras, su rostro no reflejaba emoción alguna, solo una indiferencia absoluta.

El detective Pitié se lo llevó y los forenses guardaron el material recolectado en paquetes sellados y se retiraron. La única opción era reiniciarlo. Kara lloraba silenciosamente. Miró al sargento con un profundo dolor impreso en su rostro, mientras grandes ojeras denotaban el impacto que había recibido.

—Ahora comprendo lo que significa su observación sobre querer hacer el trabajo de Dios. Podemos recrear los cuerpos casi a la perfección, pero carecen de alma. Esa es imposible otorgarla con simples algoritmos matemáticos, pertenece a una esfera que no es científica. Estudió todo lo que pudo, más que cualquier ser humano, pero no comprendió que la historia que conocemos, leemos o analizamos es solo la mitad del cuento. En toda nuestra evolución social, política y económica ha habido guerras, matanzas, crueldad y de eso está lleno nuestro pasado y presente, tal vez también nuestro futuro, pero muy poco se habla de los millones de personas que hicieron el bien, que tuvieron pensamientos puros y elevados, los que pensaron en otros antes que en sí mismos. Esos terminaron siendo anónimos, mientras que recordamos los nombres de los violentos que matan, castigan y menosprecian a sus semejantes y a cualquier especie que habite este planeta. Ahora comprendo que ser humano es algo que va mucho más allá de un cuerpo, es una filosofía, lo contiene todo, bondad, maldad, luz, oscuridad y lo único que cambia es la forma en que elige vivir. Hoy tal vez no estamos en la mejor época de la humanidad, no sé si lleguemos a acercarnos a un ideal, pero siempre hemos logrado sobrevivir. Este momento oscuro también pasará y ruego desde lo más profundo de mi ser a quien sea que creó el alma del hombre, estar allí para poderla apreciar y, sobre todo, saber agradecer el regalo de tenerla.                                                                                                     

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