miércoles, 15 de abril de 2020

Confesión de un asesinato

Constanza Aimola



Por mi bienestar emocional y mental tomé la decisión de confesar, antes de ir a la policía voy a escribirlo detalladamente por si algo sucede en el camino para que todos se enteren de la verdad, pero también me ayudará a recordar para incluir en la declaración todos los detalles.
Para comenzar quiero expresar que no me convertí en una asesina de un momento a otro, a través de mi vida había intentado cometer crímenes en repetidas ocasiones, sin embargo, no sé por qué ni cómo lograba contenerme.
Estoy segura de que para un potencial asesino hay formas de calmarse, pero también creo que un detonante en particular es el que lo lanza a ese hoyo sin retorno como en mi caso. 
Permanezco encerrada en el baño público de una vieja gasolinera, intentando encontrar un momento para pensar en todo lo que ha sucedido.
Es importante empezar explicando que mi vida era tranquila hasta que decidí aplicar a una vacante en el hospital que trabaja mi esposo. Yo estaba empleada como vendedora en una tienda de ropa en las mañanas, en las tardes cuidaba a mi hijo, ahora entiendo que tanta presión en el hospital fue en parte lo que me hizo explotar.
Me encargaba de atender a las personas que venían molestas porque tenían alguna queja del servicio del hospital, los médicos o las enfermeras, cada día desde las seis de la mañana en punto, llegaban decenas de personas a insultarme como si yo tuviera la culpa. Pocas veces decían buenos días, nunca llegaban con una sonrisa que yo si estaba obligada a tener bien pronunciada al punto del espasmo en las mejillas. Estaba sentada en una silla vieja de cuero negra con agujeros que parecían cráteres lunares con rodachines, bueno, eso es mucho que decir, cuando era nueva era así, en ese momento tuve que ponerle bolas de papel para que funcionara medianamente.
Mi puesto de trabajo era un cubículo de madera color miel todo rayado desgastado que me daba debajo de la cintura, lo recuerdo perfectamente porque no faltaba el pervertido que me miraba o hacía que intentaba tomar el bolígrafo que colgaba por una pita a mi lado de la mesa para que me rosara las piernas, además porque había un chiflón de aire impresionante que me pegaba justo en frente cada vez que abrían la puerta de entrada.
Mi esposo era camillero en el hospital, llevaba trabajando ahí más o menos cinco años. En ese tiempo según él sus jefes nunca le habían llamado la atención, era un empleado modelo, un compañero inmejorable y el consentido de los pacientes, pero cuando yo llegué todo cambió, intercedía por mí cuando llegaba tarde, era el que intervenía cuando discutía con un compañero, me cubría cuando tenía que ir el baño fuera del horario que me habían establecido para eso. Lo que nadie sabe es que tengo un problema de vejiga y mis riñones no funcionan bien, mis órganos no están acostumbrados a cumplir horario y en ese hospital parece que contrataran máquinas, no personas.
Voy a salir del baño para seguirles contando, me instalaré en la cafetería de una gasolinera que hay aquí muy cerca para poder avanzar con más detenimiento mi relato.
Todo empezaba a empeorar, cada mañana llegaba con la intención de renunciar pero mi marido no me dejaba, decía que tenía que ser más luchadora, que no podía apabullarme por cualquier cosa, que teníamos que sacar a nuestro hijo adelante y pagar las deudas, me lo decía de una manera que no le podía decir que no, había sido tan bueno conmigo toda la vida que era incapaz de negarme. Entonces me daba la bendición no teniendo más que seguir con mi vida.
Después de eso estuve algunos días calmada, había encontrado la forma de manejar a los clientes, parecía que tanto trabajar en mi paciencia estaba surtiendo efecto. Un día mi jefe, con cara de nada bueno, se me acercó justo cuando a las diez de la mañana después de estar cuatro horas trabajando sin parar. Me estaba levantando de la silla cuando me abordó y empezó a hablarme, era algo de una queja que había puesto un cliente, pero yo lo único que podía escuchar era mi estómago ladrando del hambre, mi vejiga dando alaridos porque ya no aguantaba más, mi cabeza que me recordaba que tenía quince minutos, que no iba a poder hacer nada cuando ya me tocaba regresar.
Finalizó su sermón metiéndome en la mano unos papeles arrugados con una demanda a la Súper Intendencia de Salud que puso un cliente porque yo lo había atendido mal, le había hecho perder tiempo, lo mandé a hacer una vuelta que era innecesaria, en lo que se demoró tanto, que a la mamá no la operaron a tiempo y murió. Me miró a los ojos advirtiéndome que esto me iba a costar el puesto, que le ayudara a pensar en qué contestar y cómo lo iba a ayudar o me iba a trasladar a mí la demanda.
Yo no tengo ni idea de esos procesos tan complicados por lo que me asusté, eso sí me dejó claro antes de irse que habían formas para poder evitar lo peor y como no quería defraudar a mi esposo ni perder el empleo estuve dándole sexo oral en la despensa del restaurante después de mi jornada laboral al menos la mitad del mes hasta que un día quiso más, parecía que tuviera la próstata de un hombre de treinta, no del cincuentón que era, pero,  no me daba la gana, así que le empecé a pegar puños mientras me decía que era muy bonita, que le gustaban bravitas, me tocó romperle en la cabeza un frasco grande de aceitunas que pesaba muchísimo, luego me lo quité de encima, abrí la puerta del cuarto frío, lo primero que hice fue esconder sus pies corriéndolos con los míos. Lo arrastré de los brazos hasta el fondo, le puse verduras encima, arrimé unas cajas, ya no se veía. Había matado a mi jefe, la mancha de sangre que se juntaba con la de la carne lo comprobaba, pero fue para defenderme porque quería abusar de mí.
Salí algo sobresaltada con ganas de irme para no regresar más, pero miré hacia abajo mientras me arreglaba el cabello, uno de mis zapatos tenía la punta untada de sangre. Entré al baño del área de urgencias, me lo limpié, ya sin tiempo para hacer algo más salí apresurada, me tropecé con un señor moreno, alto, a quien se le cayeron todos los papeles que tenía en una carpeta, se me hacía familiar, pero veo tanta gente en ese puesto que le ayudé a recoger los papeles, me puse de pie, me estaba sacudiendo las rodillas cuando escuché que me agradecía llamándome por mi nombre. Le pregunté si me conocía, contestando que era hijo de la paciente que se había muerto por mi incompetencia, en conclusión, era el cliente que nos había demandado, el único responsable de la muerte de mi jefe.
Puse cara de brava y lo empujé con fuerza apartándolo para quitarlo del camino. No paraba de gritar como si lo hubiera robado, las personas que estaban en la sala de urgencias se acercaban para escuchar. Me tomó fuerte por el brazo llevándome a uno de los consultorios que estaba desocupado. Todos estaban viendo como vulneraba mis derechos maltratándome y ultrajándome, él no tenía el derecho. Le puso llave a la puerta y me tapó fuerte la boca con ambas manos, me dijo que iba a pagar la muerte de su mamá. Mientras tanto escuchaba como afuera las personas gritaban, varios forcejeaban la puerta intentando abrirla. En realidad no pasó mucho tiempo, pero para mí parecía eterno, empecé a sentir las piernas débiles, que iba a perder el conocimiento cuando sentí que cada vez la presión era menor y el que se desvanecía era mi atacante, se cayó al piso, cuando lograron abrir la puerta me preguntaron qué había pasado, entre lágrimas les conté que se había vuelto como loco y que luego había caído al piso. Ya era tarde, estaba muerto, el dictamen fue paro cardiaco. Salí de allí un poco impactada, pero todos entendieron lo que había sucedido, hasta me dieron agua aromática. No tenía tiempo, por eso recogí mis cosas y salí corriendo por mi hijo al colegio.
Al otro día tuve que ir a trabajar o sospecharían de mí. Me puse el uniforme, me subí a los tacones como era costumbre, empaqué mi almuerzo y el de mi esposo, todo parecía transcurrir en calma, mucho más sin el intenso de mi jefe hasta que se rompió un tubo en el restaurante de los empleados, tuvimos que almorzar en un espacio mucho más pequeño que adaptamos como comedor.
El papá de una compañera estaba en una cita médica en el hospital por lo que se nos unió, ya en varias ocasiones hacía lo mismo, algunos le compartían algo del almuerzo haciéndole uno improvisado, en otras oportunidades traía un emparedado y compartía con nosotros.  
Era extraño porque me contradecía en todo lo que decía, me criticaba abiertamente, sin embargo, me hacía comentarios de doble sentido, me halagaba por los ojos. El señor estaba comiéndose una mojarra, que aunque era pequeña, tenía muchas espinas. Ya lo había mencionado, ahora estaba realmente muy atascado, empezó a toser yo lo escuché cuando ya había salido de la sala. Había fila para lavar los recipientes del almuerzo así que me puse los cubiertos en el bolsillo del saco y salí corriendo a mirar que estaba pasando. Los encontré a todos encima del señor, les pedí que abrieran paso porque yo sabía de primeros auxilios, salieron de inmediato a buscar a un médico, yo me quedé reanimándolo. Ya había perdido el sentido, se estaba poniendo morado, entonces le di respiración boca a boca, luego cuando abrió los ojos lo senté contra mi pecho, le apreté fuerte el tórax en repetidas ocasiones. El señor no respondía, cada vez se ponía peor, entonces vi que ya entraban los paramédicos. Cuando lo retiraron de mi pecho para subirlo a la camilla sentí frío, me miré y estaba llena de sangre, no sabía que estaba pasando, la hija del señor empezó a gritar como loca. Con el cuchillo que había puesto en mi bolsillo, sin querer lo apuñalé en varias ocasiones, tantas como lo apreté contra mi pecho cuando intentaba desatorarlo. Fue tan involuntario que quedé pasmada, todos se dieron cuenta de mi actitud, pero no de lo que había pasado, lo subieron a la camilla, se lo llevaron y a mí me atendieron con agua y aromática con mucha azúcar para sobreponerme.
Nuevamente tenía que ir por mi hijo al colegio, así que salí corriendo con mi esposo que ese día tenía turno hasta más temprano. Entre las primeras cosas que haré cuando tenga más ingresos económicos es pagarle un colegio mejor a mi hijo, este es húmedo, se respira un aire denso entre emparedado de huevo y mina de lápiz, las paredes están a medio pintar, en muchas se pueden ver los ladrillos, hay grafitis en las paredes del pasillo y algunos de los armarios en los que los niños más grandes guardan sus cosas están que se caen. Me da lástima tenerlo que dejar aquí con estas profesoras viejas, feas, con cara de brujas, sin embargo, es lo que ahora podemos pagar, es mejor que la escuela pública.
Yo sé que desde que estoy trabajando estoy descuidando un poco mis obligaciones en el hogar así como con mi hijo, sin embargo, no hay nada que me saque más de casillas, que alguien que no tiene ni idea de cómo es mi vida me lo recuerde o quiera opinar o hasta llamarme la atención. Justamente esto pasó el día siguiente cuando una compañera se incapacitó por lo que debí quedarme algo más de una hora para poder cubrirla, se me hizo tarde, mi esposo no alcanzó a llegar por el niño entonces lo sacaron a la calle, lo sentaron en una banca a esperarnos, tiene seis años, no me cabe en la cabeza que las profesoras hagan eso por más que nos hubiéramos demorado en recogerlo. Cuando mi esposo llegó lo encontró solo y llorando, menos mal nadie se lo robó, de inmediato pensé que quería sacarle los ojos a la señora profesora por haber hecho eso, pero me supe controlar.
Al otro día cuando fui a recogerlo llegué unos minutos temprano, esperaba hacerle el reclamo, entré, miré por la ventana, no estaba en el salón, así que esperé unos minutos mientras dejé al niño en el parque con sus amiguitos, como ya tenía que irme pensé en dejarle una nota. Empujé la puerta del salón, sentí que algo la trancaba, así que la empujé fuerte, entré, tomé un lápiz y un papel y le dejé la nota amenazante diciéndole de todo, incluía que me parecía el colmo que hubiera dejado a mi hijo solo, que tendría que enterarse quién era yo la próxima vez que lo hiciera. Cuando me dirigía a la puerta para salir la vi tirada en el piso con el gancho de colgar las maletas metido en el abdomen. Yo estaba segura de que no le había hecho nada, pero me tenía tan ofendida que cumplí mi promesa, le saqué los ojos, recogí la nota que había escrito, la arrugué y puse en mi bolsillo, finalmente salí sin que nadie pudiera verme.
En la tarde la mamá de un compañero de mi hijo me contó lo que había sucedido, la profesora estaba escribiendo los horarios detrás de la puerta, alguien había entrado, con una fuerza sobrehumana según hablaban, ocasionado tal accidente. Parecía que estaba horrorizada porque tenía los ojos por fuera, no pude confesarle que era quien lo había hecho.
Este es el crimen que confieso y acepto, porque los demás no los hice con intención. Bueno aquí entre nosotros porque nadie se imagina que la recepcionista de un hospital, mamá de un niño de seis años, esposa de un humilde trabajador camillero haya cometido estos horribles crímenes que les juro fueron por pura casualidad.
Bueno, ya me tomé cuatro cafés, estoy más tranquila, regresaré a mi casa para pasar una tarde de domingo atendiendo a mi familia como se debe y para prepararme para mañana enfrentar la rutina del trabajo.

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