viernes, 13 de septiembre de 2019

Sueño profundo

Armando Janssen


Ella lo estaba pasando muy mal, empezó diciendo que ya no podía seguir viviendo así y que quería morir. Pero yo no le creí, si había resistido todo ese tiempo en el hospital era porque de verdad quería vivir. Pero al final Rita murió.

Me quedé siempre a su lado y la vi consumirse lentamente. En el momento de morir, intentó con desesperación respirar por última vez, tanto que murió con la boca abierta.

Por eso, me prometí a mí mismo que nunca moriría con la boca abierta. Aceptaré la muerte cuando me llegue el momento. Eso es lo que decidí. Pero también sé que eso es muy valiente asegurarlo cuando uno no está muriendo.

—¿Por qué me contás cosas tristes? —le pregunté, mientras caminábamos.

—¿Qué cosas tristes?

—Me estás hablando sobre la muerte, el tema es triste. ¿No te parece?

—Porque estoy muerta, Alberto —me dijo como si nada—, ¿te olvidaste?

En ese momento detuve la caminata y ella también. Me la quedé mirando perplejo, sin hablar. Permanecimos observándonos unos segundos y le dije con voz quebrada: 

—Ahora lo recuerdo, realmente moriste.

Agaché mi cabeza hacia el pecho, tapé mi rostro con las manos y me puse a llorar desconsoladamente. Volví a mirarla, ella estaba triste sin decir palabra, pero no lagrimeaba. Se me acercó y me dijo:

—No derramaste ni una sola lágrima en mi funeral, ¿por qué ahora? No lo entiendo. Pensé en cortar la relación contigo porque no habías llorado, pero no sé cómo se cortan las relaciones después de muerta.

Mientras me decía esto, vi que palmeaba mi espalda, podía ver el movimiento de su brazo, pero yo no la sentía, que extraña sensación.

—No quería derrumbarme —respondí más calmo—. Ni siquiera sé por qué lo hago ahora, fuiste tú la que murió y me dejaste solo aquí, entonces, ¿por qué iba a llorar?

Y me fui, pero ella me siguió.

—¿Por qué te enojás? —me preguntó. La noche está hermosa —me tomó del brazo y yo no la sentía, ¿por qué no lograba sentirla? 

Cambiando el giro de la conversación, me pregunta: 

—¿Recordás está calle?

—Sí claro —le respondí— solíamos caminar por acá, simplemente te tomaba de la mano y de inmediato me hacías sentir que todo estaba bien, así de sencillo. Recorríamos el barrio criticando su peculiar arquitectura —agregué—. Ese día tú me miraste fijo al verme pasar y yo me acerqué y conversamos, nunca más nos separamos, lo recuerdo como si fuera hoy. Así nos conocimos, estabas preciosa esa noche y ahora también lo estás, tenías un perfume delicioso, ahora no te puedo oler. Es increíble que pueda identificar aromas en mis sueños. 

—¿Recién ahora te das cuenta de que estás en un sueño?

—Entonces, ¿no eres real?

—Soy real. Bueno, no estoy viva, así que tal vez no lo sea. Estoy triste, puedo sentir cómo estoy desapareciendo de tu vida. Es como si me esfumara. No sé dónde estoy ahora, pero tenía que volver a verte, antes de desaparecer por completo. Así que usé tu sueño.

—Entonces ¿así se siente ver a un muerto en tus sueños?

—No lo sé, no hace tanto tiempo que estoy muerta. Dicen que cuando despiertas, casi no te acuerdas de los sueños. 

—¿Y para qué es este encuentro, si no recordaré nada? Y tú ya estás muerta…

—No es importante recordarlo. Lo importante es haber estado juntos otra vez.

 Observé cómo se paró en puntas de pie, agarrando mis mejillas con sus manos y me besó. Logré recordar la calidez de sus manos y la ternura de sus besos, pero sin sentirla, igualmente me encantó.

—Otra vez me siento triste, ¿a qué viniste?

—No te pongas triste, te despertarás y tendré que irme. He venido a pedirte que dejes de considerar el suicidio, sé que lo has estado pensando…

—Es cierto, lo consideré, es más, lo intenté. Pero no pude sostener la mirada de tu gata, reclamando tu presencia y su ración, con sus insistentes y característicos maullidos rasguñando el sillón. Abandonarla era como abandonarte a ti, así que tranquila, mientras tu gata viva no me voy a suicidar.

—Quiero que te busques una buena mujer que te acompañe, que camine junto a ti sin que se le desaten los cordones y no se canse tanto, para viajar o disfrutar juntos de un buen cine europeo todas las semanas, compartiendo después la gastronomía acorde a un buen vino y discutiendo la película…

—Que te quede bien claro que nunca podría volver a hacerlo con otra mujer, todo eso, más hacer el amor, para después dormir y despertar contigo, es lo mejor que me ha pasado en la vida. No me pidas eso. Me estás haciendo llorar nuevamente. ¿Por qué me dejaste solo?

—No lo decidí yo —¿recuerdas? Fue el puto cáncer.

—Caminemos por el barrio —le dije. 

Una vez más me llamó la atención no sentirla al tomarle la mano, añoré lo que ese simple acto me hacía sentir. Siempre que caminábamos tomaba su mano, encastraban como machimbre y eso me transmitía una tranquilidad inmediata. Nos soltábamos solo cuando llegábamos a destino o cuando discutíamos. Me sentí muy extraño, miraba nuestras manos entrelazadas, se había perdido el tacto. 

Continuamos recorriendo varias calles en completo silencio, de pronto, me dijo:

—Tengo que pedirte algo más, yo solo la miré. Tienes que continuar yendo al Hogar por mí, sabés bien que las chicas te necesitan y se alegran cada vez que vamos a sus cumpleaños, o nos llevamos alguna a pasear para sacarlas de su realidad, tomar la leche en casa y así darles un respiro de felicidad en su tortuosa vida. Es una gran obra. ¿Me lo prometes? 

Volví a mirarla, asintiendo.

Continuando nuestra caminata en silencio, de pronto para y me dice: 

—Entremos, ¿recordás lo que comíamos en este lugar?  

—Por supuesto —respondí— como olvidarlo —agregué, mientras nos sentábamos.

—¿Y qué solíamos comer?

—La sugerencia del chef de los viernes: la entrada de doce piezas de un sushi delicioso con dos copas de vino tannat bodega Garzón. Compartíamos después otro plato, una agua sin gas y regresábamos caminando de la mano a casa. Solos tú y yo, no necesitaba nada más…

Nunca más regresé a este lugar, no podría hacerlo sin ti —agregué.

—Pero ahora estás conmigo. Pidamos eso —me dijo, mientras volvíamos a tomarnos de las manos, lograba ver la acción sin sentirla, era como un holograma. 

—Hoy es lunes —le respondo. Está cerrado.

—¿Seguro ese es el motivo de que estamos solos acá?

—No creo, más bien debe ser porque es mi sueño y tú te metiste en él. Daría todo lo que tengo y mi propia vida, por detener este preciso momento y así permanecer juntos para siempre.

—¿Sabés si al morir tenía la boca abierta?

—Sí, la tenías, ¿por qué?

—Porque recuerdo que intentaba cerrarla con todas mis fuerzas. No podía respirar por la nariz, por la sangre acumulada.

—Y en qué te cambia saber eso, sí ya moriste.

—No sé, me preocupaba morir así.

—¿Aún muerta te preocupan las cosas?

—Supongo que sí, no sé adónde voy ni qué pasará conmigo. Aun estando muerta, sigo sintiendo todo el tiempo que desaparezco. Esa sensación de desaparecer, me mata.

Los sueños y la muerte, no conducen a nada y caen en el olvido, terminó sentenciando.

Pero ahora estamos aquí, juntos.

Mientras me hablaba, noté por primera vez que la gente a nuestro alrededor, no se movía. Habían quedado como estatuas, inertes, empeñados en conservar sus últimos gestos.

—¿No te intriga saber por qué morí?

—¿Para qué? Dijiste que no recordaría nada al despertar.

—Bueno, entonces…

—¿Por qué moriste?

—No sé si lo vas a entender —me dijo, yo me acabo de enterar y ni yo misma lo entiendo.

—Pero, ¿qué te pasó?, ¿por qué no te voy a entender?

—Me informaron que morí porque estaba ya pactado —yo la miraba perplejo y no atiné a abrir la boca—. Esta fue mi segunda vida y para obtenerla, tuve que pactar la fecha y la forma en que volvería a morir. Eso me dijeron, pero yo no recuerdo nada.

—No entiendo, ¿qué decís?, ¿cómo que pactaste la fecha y forma de morir?, ¿es tu segunda vida?, ¿hay otras vidas?

—Sí, no sabés, me enteré hoy y por eso vine a prevenirte. Recién morí y no tengo idea de nada, tampoco sé si me darán otra vida, o si me la dan, si podré visitarte en futuros sueños, ¿te das cuenta de la importancia?

—¿Viniste a prevenirme de qué?, ¿sabés cuándo y de qué forma voy a morir?, ¿hay otras vidas, sí o no?, ¿quién o quiénes deciden si te dan otra vida? No me jodas.

No, tranquilo, no tengo ni idea y no te jodo. Eso es algo que se entera cada uno al morir. A mí me informaron solo eso y acá estoy, sin saber qué hacer o no hacer. Y sí, hay otras vidas, eso es lo único que te puedo asegurar.

—¿Tranquilo, me decís? Me estás informando por qué moriste y que hay otras vidas ¿y querés que esté tranquilo?, ¿te voy a seguir viendo en mis sueños?, ¿una vez muerto, te ves con la gente más querida?, ¿te encontraste con alguien? Carajo, explícame bien…

—Pará, ¿qué tanta pregunta? Te dije que no tengo idea de nada, morí hace muy poco, me informaron recién hoy de todo esto y solo me permitieron entrar en tu sueño, no tengo más para informarte… Pero ¿qué hacés?, ¿qué anotás?

—Transcribiendo lo que estás contando, seguro que cuando despierte me habré olvidado de todo.

Este tema es la gran incógnita de la humanidad, ¿no te das cuenta? Tenemos la primicia de una noticia que conmoverá y cambiará al mundo. Contame más…

—Pero mirá que sos boludo eh… ¿no te das cuenta que todo esto es irreal? Ahora, por tu culpa, debo salirme de tu sueño… 

Desperté con un terrible dolor de cabeza, necesitaba una aspirina y un café, ya. Antes de levantarme, miré al otro lado de la cama y estaba Rita. Descansaba profundamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario