jueves, 5 de septiembre de 2019

El sicario

Frank Oviedo Carmona


Era un domingo tranquilo con sol radiante, todo parecía marchar bien en un pueblo en las afueras de la ciudad de Bogotá. A pocos kilómetros, en una avenida avanzaba una camioneta color gris con lunas polarizadas. Rudy, quien conducía, cogió el celular para responder una llamada.

–Dime, Salvador, para qué llamas si estoy a punto de realizar la misión.

–Lo sé, Rudy, solo me aseguro de que todo marcha bien. 

–No es necesario que lo hagas.

–Tranquilo –le respondió.

Rudy avanzó unos kilómetros más y se estacionó debajo de un frondoso árbol, como para no ser visto, sacó un rifle, lo cargó, luego bajó del auto y se escondió tras un arbusto, apuntó hacia una casa cuya fachada era color naranja y el techo gris, esperó unos minutos, cuando de pronto salió una señora alta, cabello suelto lacio con un niño de la mano de aproximadamente diez años, voltearon para hacerle adiós al parecer a su padre que estaba en la ventana. Sin titubear, Rudy, apuntó y mató a la madre e hijo. Mientras el padre salía corriendo desesperado para ver a su esposa. Rudy, sin gesto de tensión en su rostro, subió al auto y arrancó.

Luego de haber recorrido suficientes kilómetros como para pasar desapercibido, se estacionó para hablar por teléfono, pero sintió unos hincones como si le presionaran el pecho. Ya antes había sentido el mismo malestar, pero estaba esperando terminar las misiones para ir a chequearse.

–Salvador, misión cumplida y dejé al padre vivo como me solicitaste.

Salvador era el jefe de un grupo de sicarios que extorsionaba a empresarios amenazándolos con matar a sus familiares si no pagaban una cantidad mensual; algunos al comienzo no hacían caso, como advertencia mataban a un empleado, luego sería un familiar. 

–Bien hecho, Rudy, te recuerdo que aún te falta otra misión, estás a tres horas de ahí.

–Salvador, también te recuerdo que quedaste en depositarme el dinero hoy a primera hora y no lo has hecho, porque no creo que quieras que le pase algo a tu querida familia.

–Oye, Rudy mide tus palabras, por lo visto no sabes con quién estás hablando. Dime, ¿cuándo te he dejado de pagar?

–Tú me conoces, me gusta asegurarme y aclarar por si ocurriera algo.

–Contigo no puedo quedar mal, eres un asesino difícil de encontrar. Mañana tendrás tu dinero a primera hora.

–Así lo espero. Aprovecho para decirte que tomaré dos semanas de descanso, para un chequeo médico.

Rudy era un hombre alto, cuerpo fornido, solía vestir ropa oscura y gafas negras. Había sido un policía corrupto, en el departamento de drogas, cuando lo descubrieron le dieron de baja. Poco tiempo después asesinaron a su esposa e hijo, no se llegó a saber si fueron sus amigos los narcotraficantes por haberse retirado. En venganza mató a uno de los jefes de los narcos y luego se fue a vivir a Colombia y se unió a un grupo de sicarios ya que él era un excelente tirador y no tenía ningún remordimiento en matar a niños o  a adultos.

–Está bien, Salvador, reconozco que no he tenido ningún problema de pago.

–Por supuesto, tómate el tiempo que desees porque yo te necesito sano. Te recomendaré a los mejores doctores para tus exámenes.

Rudy no le había dado importancia a los dolores de pecho, pero en los últimos días le preocupaba que esos malestares le dieran en plena misión.

Se fue a la clínica e hizo los chequeos médicos al corazón y pasó a consulta. 

–Buenos días, señor Pérez, tome asiento, he revisado sus exámenes. 

–¿Qué es lo que tengo? 

–Verá, usted tiene, angina de pecho, dos tipos de arritmias, una de ellas no es peligrosa, la  otra puede ser mortal, insuficiencia cardiaca e hipertensión. 

–Veo que heredé de mi padre los males del corazón, ¿qué solución me da?

–Trasplante, si no, no podrá seguir realizando el trabajo que hace, ¿está de acuerdo?

–Sí, por supuesto que lo estoy, ¿me da su palabra de que quedaré bien?

–Le aseguro que quedará bien. Por otro lado ya he hablado con su jefe, ya tenemos un donante.

–Listo, señor  Rudy  Pérez, en estos días será internado, hasta pronto.

En un hospital en las afueras de Colombia, un joven de aproximadamente veinticinco años acababa de morir por un accidente de tránsito. La madre de este joven estaba devastada ya que además de la pena de perderlo, él era el sustento de su casa ya que su padre los había abandonado desde muy niños y trabajaba para ayudar a sus tres hermanos menores y no solo eso, hacía labor social, ayudaba en una escuela de pocos recursos, enseñándoles juegos y algunos deportes a los niños,  esa era una de sus pasiones. 

Los médicos habían hablado con la madre para que donara el corazón de su hijo, al principio no estuvo de acuerdo, pero le dijeron que con ese dinero iba a poder darles una buena educación y vivienda a sus tres hijos. Terminó por aceptar.

Ocho meses después de la operación, Rudy vuelve trabajar, sin imaginar que la policía de Colombia estaba tras sus pasos, atraparlo era cuestión de tiempo.

Salvador le da misiones para que realice en varias partes de Colombia. Una de ellas era asesinar a una novia y a su padre, luego de asesinarlos debería tirarlos al mar para que se demoren unos días en encontrarlos. «Como prueba, tráeme una prenda con sangre».

–¿Seguro que podrás, Rudy?

–Por supuesto que sí, ¿o es que acaso dudas de mí?

–Claro que no, te veo muy bien, yo diría mejor que antes –soltando una carcajada lo dijo.

Cuando la novia estaba por salir de su casa con su padre y su ayudante, Rudy se acerca por la espalda para matarlos.

–Por favor no nos haga daño, no nos mate, se lo ruego, estoy embarazada, mire mi barriga. –La novia estaba temblando al igual que  su padre.

Rudy les apunta, como nunca, transpiraba su frente, le temblaba la mano, sentía que no tenía el valor para quitarles la vida. En vez de asesinarlos, les dispara haciéndoles un rasguño en el brazo a ambos para llevar como prueba una prenda a su jefe.

Les ata las manos, los mete al auto y los lleva a las afuera de la ciudad, en un refugio que tenía todas las comodidades, que él usaba cuando estaba en peligro de captura.

Una vez que los deja llama por teléfono.

–Salvador, misión cumplida, acabé con la vida de la novia y su padre.

–Excelente, Rudy, extrañaba esa sangre fría y sin ningún escrúpulo para asesinar.

–No quiero halagos, solo deposítame el dinero.

Rudy llegó a su casa preguntándose por qué no había podido matarlos. 

«No lo entiendo. ¿Quizás estoy fuera de forma?».

Salvador continúa dándole misiones y Rudy sigue llevándose a los que iba a asesinar a su refugio, hasta que él pueda sacarlos del país con una nueva identidad. Le preocupaba, ¿cómo haría para llevarle pruebas a su jefe?

Mientras él se hacía muchas preguntas recostado en su cama, fue rodeado por la policía sin darle tiempo a que coja un arma.

Fue llevado a un penal de máxima seguridad para ser interrogado.

–¿Rudy Pérez, se declara culpable de más de treinta asesinatos? –pregunta el sargento.

–Sí, soy culpable, pero ya no deseo matar gente.

–No me haga reír, ¡cree que le voy a creer después de todos los asesinatos que ha cometido! –exclamó el sargento.

–Tengo más de diez personas escondidas en las afueras de la ciudad, que no asesiné –lo dijo con voz calmada.

Rudy pidió que le dieran la oportunidad de salvarlos antes que su jefe se entere de todo y los mande matar.

–Ahora resulta que es un salvador –rió el sargento con ironía. 

Él les explicó que desde que le hicieron el trasplante de corazón, no sabía qué había sucedido con él, había cambiado, ya no podía asesinar. «Si yo fuera el mismo, no me hubieran atrapado».

–Lo he intentado y les juró que no puedo, me siento confundido. Les doy mi palabra de que los llevaré donde tengo a las personas que iba a asesinar y ayudaré a que capturen a mi jefe. 

–Usted piensa que le voy a creer ese cuento de hadas.

–No pretendo que me crea, sargento, pero le doy mi palabra, deseo salvar a esas personas, ya no quiero seguir matando. –Tenía la mirada fija.

El teniente lo quedó mirando como si le creyera.

–Lléveme y le mostraré dónde tengo a las personas.

Y así lo hizo la policía, pudieron salvar a todos.

–Sargento, quizás no me crea, pero me siento contento de haber podido salvar a todas esas personas. 

–Tiene razón, no le creo.

Lo esposaron y se lo llevaron, más adelante sería juzgado y rebajada su condena por la ayuda que brindó. 

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