miércoles, 28 de agosto de 2019

Seguros

María Elena Delgado Portalanza


«Ahora sí, ya me decidí, tengo muchas noches de desvelo pensando en que si lo hago, no lo hago… me asaltan los cuestionamientos éticos. ¿Por qué tendré que reparar en todo ello? —me digo a mí mismo—. Es por esos principios que me han inculcado desde niño. Pero mis padres, ¿quiénes son?: ¡dos seres mediocres!... Enseguida me arrepiento por desvalorizarlos así, porque los quiero. Bueno volviendo al tema… Y si me descubren, ¡¿qué podría pasar?!, pero ¡caramba ya me decidí! No le daré más vueltas a este asunto, pues el cerco se está cerrando».

Mientras se encontraba Juan José con estas cavilaciones, su esposa Rita lo mira tiernamente y sus finos dedos pasan por sus cabellos mientras le susurra, ¿qué te pasa amor? Hace días que te veo preocupado, él la tranquiliza y le dice que es solo cansancio y pequeños problemas de trabajo, nada de mayor importancia.

Al día siguiente muy temprano Juan José se levanta decidido y dispuesto a hacer los contactos pertinentes, ya no duda más, revisa la agenda en su celular. El aroma del café recién colado le reconforta y lo despabila. Su hija Daniela, de nueve años, que es la mayor, le conversa acerca de actividades de su colegio que apenas escucha, los otros dos niños, de dos y tres años también desayunan, Rita se encuentra dando el pecho al más pequeño de cuatro meses y le comenta que el día de ayer se encontró con unas viejas amigas del colegio y se quedaron admiradas por la cantidad de hijos que ella tiene.

 —Fijate —le dice Rita—, es verdad que somos una familia numerosa, para el común de la gente, sobre todo en la actualidad, pero eso no les da derecho a estar comentando y a acribillarme a preguntas, ¡metidas!, ¡imprudentes! Nadie nos regala nada, solo a nosotros nos incumbe.

—Así es amor —le contesta su amado esposo mientras revisa su reloj y se incorpora para salir.

Conducía por la autopista para ir a dejar a los niños al colegio y conversaba con Rita de temas cotidianos, ella le comenta que necesita ir a la cita con el pediatra, que le toca la vacuna al otro niño, que las lecciones de alemán de Daniela, que las clases de ballet para las niñas… mientras él intentaba estar sereno.

Luego de dejarlos, se dirige a la oficina y rememora la tremenda oposición que le había hecho la madre de Rita, ahora su suegra, cuando ellos eran novios.

María Gracia, la madre de Rita quería para su hija un chico «bien» es decir con apellidos de la alta burguesía guayaquileña, que le pueda proporcionar el estilo de vida al que estaba acostumbrada su hija.

«Yo, siendo un chico provinciano de clase media, que con esfuerzo de mis padres me pude educar en universidades privadas, tener una vida holgada y asistir a lugares medios altos donde pude conocer a Rita; no calificaba como candidato idóneo. La verdad es que era todo un mujeriego, conocer y enamorarme de ella, me transformó la vida. Ya son diez años y sigo amando a mi mujer como el primer día y ahora adoro a mis hijos, ellos son la razón de mi existencia. Estoy pasando dificultades financieras, pero no por eso dejaré mi estilo de vida. Cualquier sacrificio que haga por mi familia, lo haré para darles lo que se merecen».

Con estas reflexiones Juan José entra a su oficina, toma la precaución de ocupar un nuevo chip para el celular y empieza a llamar a aquel amigo del «bajo mundo» que conoció hace años en su pueblo natal para encargarle el «trabajito ilegal».

—Hola gavilán, ¿cómo estás? —le dice—. Te llamo por el asunto del que te hablé la semana pasada.  Es un vehículo grande, el modelo, año y demás detalles te envío en mensaje de texto. Quiero que lo desaparezcas para poder cobrar el seguro. El vehículo en mención es parte de los bienes de la empresa familiar y están asegurados por un monto significativo, sí… por supuesto, mayor que el de su costo actual. ¡No me llames, no quiero correr riesgos! Espera noticias mías. Cuando el trabajo esté concluido y pueda cobrar, te cancelaré lo acordado. De acuerdo. 

Cierra y parece estar escuchando a su madre: «¡Hijo, no es correcto!, yo no te eduqué para eso, ¡Dios mío como se te ocurre…!».

Pero ya está hecho. Sacude su cabeza para alejar los pensamientos de culpabilidad. Ahora solo toca esperar. Fue un tiempo angustioso hasta que supo que todo salió bien.

La tensión aflojó un poco y ahora Juan José se disponía a cobrar el seguro, cuando se topa con la noticia de que no se había legalizado el traspaso del vehículo siniestrado, el mismo que pertenecía al tío de Rita, y por ser familia se confió en que ya estaba realizado el registro de la compraventa, por lo que legalmente tendría que cobrar el seguro el dueño del vehículo, que obviamente no era él.

En su elegante oficina sentado en su sillón giratorio, cerró la llamada de la compañía de seguros que le comunicaba la infausta noticia. Observó el horizonte a través de la ventana donde se divisaban los imponentes edificios de la zona bancaria y comercial de la ciudad. Su mirada refleja angustia y frustración. Las relaciones con los tíos de Rita no eran las mejores ahora, además ellos, al igual que su suegra, siempre lo creyeron un cazafortunas. Le dice a su secretaria que no quiere ser molestado y luego hunde la cabeza entre sus brazos muy abatido.

«¡No puede ser! ¡No contaba con eso! ¡Cómo no averigüé! Y ahora: ¡Estoy peor que antes, sin vehículo, endeudado con los del trabajo sucio! Y a lo mejor con sospechas de parte de la familia de Rita de que el robo del vehículo fue una farsa… ¡¡¿Qué voy a hacer?! ¡Esta era mi salida! ¡Dios mío, es acaso un castigo divino por hacer cosas incorrectas!».

Horas más tarde el ulular de una sirena rompía la calma de la tarde; la secretaria encontró a su jefe caído en el suelo, muy pálido y respiraba con dificultad, ella llamó al novecientos once y rápidamente se lo llevaron en la ambulancia los paramédicos. 

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