Rosita Herrera
El avión, venido
de Nueva York, llegaba con treinta minutos de retraso, para ese entonces, ya
eran las veinte horas cuando había aterrizado y Dennis se encontraba en la
aduana con solo un bolso de mano. Con algo de impaciencia, se disponía a
embarcar en lo primero que le llevara al centro de Santiago. Era alto, de
cabello castaño y fino. Siempre lo había usado de un largo que le permitiera
jugar acomodándoselo de derecha a izquierda con un leve movimiento de cabeza.
Su contextura delgada lo hacía lucir grácil y joven, de manera que sus cuarenta
años nadie los adivinaba. Al salir del aeropuerto, un viento helado se coló por
entre sus piernas, haciéndolo sentir irritado y vulnerable, pues no soportaba
las bajas temperaturas en ninguna parte del mundo. Completamente arrebozado en
su chaqueta de franela marrón de corte inglés, se detuvo frente al paradero de taxis,
esperando los ofrecimientos de rutina. Mientras, sacó un cigarrillo y lo
prendió con maestría, se había vuelto, en los últimos años, un fumador
empedernido.
―¿Hacia dónde,
caballero? ―le pregunta el chofer asomándose por la ventanilla.
―A la Alameda,
lléveme a un hotel de precio módico y donde se pueda dormir tranquilo, por
favor.
―¡Claro! Súbase,
jefe. Conozco uno en Vicuña Mackenna, con las tres «B».
―¡Ah! «Bueno,
Bonito y Barato», ¿no es así? ―dice, esbozando una sonrisa, al mismo tiempo que se sube en el asiento trasero del coche.
Al salir del
aeropuerto y enfrentarse a la carretera, un sueño pesado lo inundó. El chofer
había puesto la calefacción y su cuerpo comenzaba a relajarse. Esta cálida
sensación se vio interrumpida por un sobresalto al aparecer de repente, en su
adormecimiento, la imagen de aquel hombre que rondaba la Unidad de Cuidados
Intensivos aquella noche de tormenta en el hospital. Él atendía en ese piso a
los enfermos de cáncer y uno de sus pacientes murió repentinamente debido a una
negligencia inexplicable. Él había hecho los chequeos de rutina, revisado las
dosis de medicamentos intravenosos, la presión, el oxígeno, todo, no obstante,
Jamie, un joven de veinticinco años, que tenía muchas probabilidades de restablecerse,
murió por una sobredosis de morfina… pero…
¿quién diablos era él? Mientras elucubraba en sus recuerdos, el taxista buscaba
un lugar donde estacionarse y dejar a su pasajero.
―Le dejo mi
tarjeta, señor, cualquier cosa me llama no más. ―Le da la mano y sigue su
camino.
Dennis entró al
hotel sumido en un sopor que no lo abandonaba, registró su llegada y una mucama
lo llevó a su cuarto. El hotel, efectivamente, era acogedor y amplio. Al llegar
a su habitación, en un cuarto piso, se encontró con una mullida cama y una
ventana que daba a una calle de añosos árboles que testimoniaban un otoño ya
empoderado de la ciudad.
No podía encontrar
la paz que había venido a buscar a este país tan lejano de Nueva York, lugar que había elegido para desarrollarse
como médico. El juramento hipocrático era una voz en off que rondaba su cabeza.
Sentado en la
cama, recorría una y otra vez la rutina nocturna practicada con su paciente
aquella noche. El rostro de ese joven era como un puñal en su corazón. Tan lozano
y lleno de sueños, le había preguntado tantas veces en sus turnos si podría
llegar al menos a los cuarenta años, solo eso quería para poder realizarse,
programaría cada día de su vida para cumplirlo. Él le había prometido que sí y
luego… ya no estaba más. Había dejado un libro a medio terminar, y justamente
de aquel habían estado hablando la precedente mañana.
―¿Qué lee, Jamie? ―le
preguntaba mientras auscultaba sus pulmones.
―A Calderón de La
Barca, doc, La vida es sueño. Cada
vez me compenetro más con los monólogos de Segismundo. Estamos en esta vida
asumiendo el rol que se nos asigna, pero en cualquier minuto despertamos y se
nos acaba la tragedia o comedia que hemos estado representando. Usted juega a ser mi doctor y yo lo sigo, fingiendo
ser su paciente, el problema radica en que no es voluntad nuestra poder manejar
la duración de actos y escenas, por lo tanto, podemos estar demasiado tiempo
soñando algo que no nos gusta o que nos llena de satisfacción. En fin, La vida es sueño y los sueños, sueños son.
No lo olvide, doc.
―¡Por supuesto que
no, Jamie! ¡Cómo olvidarlo! Es importante ver la vida de ese modo. Hubiera
querido hacerlo desde pequeño, no obstante, viví siempre sumido en una realidad
hostil y lapidaria en donde se me imponía el deber unido a un proyecto de vida
y de persona que debía realizar ―al
decir esto, su mirada se entristeció y no habló más del tema.
Tirado todavía en
la cama del hotel, sin siquiera haberse quitado los zapatos ni su chaqueta,
comenzó a llorar con su rostro mirando hacia el techo. Era demasiado el peso
que llevaba en su corazón y no sabía cómo aminorarlo. Su forma estructurada de
ser no admitía errores en su vida ni en su profesión y este hecho no tenía
explicación… a menos que… aquel hombre que rondaba la habitación hubiera
entrado sin que nadie se percatara y alterado la dosis de morfina que se le
había administrado.
Hasta donde él sabía,
las investigaciones de rigor no habían arrojado ningún incidente fuera de lugar
ni tampoco a un intruso cerca de la cama de Jamie… pero y entonces, ¿qué hacía
ese hombre ahí? Escondía su mirada cada vez que Dennis lo escudriñaba. Era una
persona que pasaba fácilmente desapercibida debido a que su estatura no
superaba el metro setenta y cinco y su contextura era más bien delgada. Desde
el ventanal que separaba el pasillo de la sala de enfermos, se veía una persona
equilibrada con un estado ansioso circunstancial, se notaba que no había
dormido bien en días y que estaba con una angustia que lo ahogaba.
«No sé por qué
extraña razón hay personas capaces de escanear a otras y en menos de cinco
minutos dar un diagnóstico de sus pesares, una caracterización de sus
comportamientos y del porqué de estos e involucrarlos en alguna situación de
contingencia post análisis de su psiquis y de su conducta y lo más gracioso, de
toda esta gran osadía de tremenda soberbia y ego, es que ni siquiera corroboran
sino que lo dan por un hecho y yo era uno de esos desagradables individuos», se
dijo a sí mismo en forma airada.
Quedose dormido
absorto en sus pensamientos y despertó aquel domingo de julio sobre la cama
totalmente entumecido, debido a que no utilizó cobertor alguno.
Tomó una ducha y
se apresuró a salir en busca de un café y una buena paila de huevos. Desde un
segundo piso de un local ubicado a cuadras de su hotel, miraba el espacioso y
tranquilo paisaje que presentaba plaza Italia rodeada de avenidas que
habitualmente estaban atestadas de gente y, al fondo, la línea del metro del
gran Santiago que cruza los barrios más pudientes y que luego traspasa el otro
mundo, el de los más desposeídos, que a ciertas horas de la
mañana, muy temprano por cierto, se trasladan para aliviar la carga de aquellos
privilegiados, los que pagan por sus servicios de niñeras, jardineros,
cocineros y así, finalmente, se mezclan en una simbiosis que establece la
política social de patrones y empleados en este país llamado Chile.
El olor a café con
leche y a huevos recién cocinados, le hizo olvidar por un rato su pesar, luego
de unos minutos su celular le anunciaba la llegada de un mensaje. Su compañero
de turno de aquella noche y a quien le manifestó su desconfianza por el sujeto
que rondaba la sala, le acababa de enviar un artículo de prensa del New York Times, donde se analizaban las
posibles causas de la muerte de Jamie, además incluía fotografías del entierro
de aquel joven en donde aparecía el individuo sospechoso bastante alejado de la
familia, casi apartado, cubierto por un abrigo negro y unos lentes de sol
demasiado grandes para el contorno de su cara. De pronto, suena su teléfono:
―¡Dennis!,
¿recibiste el mensaje? Te lo envié apenas lo vi. El artículo hace referencia a
la muerte de tu paciente quien era nada más ni nada menos que el primogénito
del Presidente de la Corte de Apelaciones de Nueva York. Nunca se hizo mención
de aquel en los medios de comunicación, al parecer lo mantenía muy en secreto y
sospecho que la razón era su homosexualidad, ya que el sujeto que rondaba y que
aparece en la foto apartado de todos era su pareja. Jamie tenía una relación
con él, pero su familia no lo aceptaba, por eso la conducta tan ávida del
hombre. Él lo que hacía era buscar cualquier oportunidad para poder verlo,
aunque ambos trataban de ocultarlo, sin embargo, esa noche, no sé, él estaba
como demasiado ansioso y era como si no le importara que lo descubrieran. De
todas formas, al haber sido su compañero, no tendría razones para matarlo.
―Quién sabe,
Rodrigo, quién sabe. Por lo pronto, tienes razón, le quita peso a mi teoría.
―Mira, cualquier
novedad yo te aviso. Descansa y encuentra alguna salida a tus preocupaciones.
Aquella noche te vi muy cansado y algo lejano, supuse que se debería a tu ruptura
con Karina. No te quito más tiempo. Un abrazo y me avisas cuando tomes el avión
de regreso.
―Sí, vale, claro
que sí. Gracias por tu preocupación y también por el analgésico que me diste
esa noche. La cabeza se me partía.
―¿Qué analgésico?
Me pediste una benzodiazepina, te la di con hartas recomendaciones, ¿recuerdas?
―En ese momento la comunicación se cortó y Dennis se puso pálido y comenzó a
temblar.
Caminó en
dirección al cerro San Cristóbal, aquel lugar era uno de sus favoritos en su
juventud. Lo subía semanalmente, recorría sus senderos cada vez que necesitaba
pensar y poner en orden sus emociones, hasta que emigró del país buscando mayores
expectativas laborales. A los meses de irse, su madre decidió volver al sur,
donde había nacido y crecido, ya no necesitaba estar en la capital, Dennis ya
había concluido sus estudios en la más prestigiosa universidad.
Había muchísima
gente en el cerro: ciclistas, atletas, caminantes, así que se escabulló por los
atajos, que ya bien conocía, para llegar a la cumbre y desde allí contemplar al
gran Santiago y su inmenso panorama cubierto de una enorme nube de smog. Al ir avistando
los árboles y haciendo equilibrio para no tropezar con las piedras y desniveles
del camino, una gran cantidad de imágenes comenzaron a surgir haciéndole
revivir cada momento de esa oscura noche:
«Había estado en
el departamento de Karina aquella tarde. Tuvimos una discusión y le habíamos
dado término a nuestra relación de cuatro años y cinco meses. Me sentía
devastado, pero ya no podía seguir mintiéndome. El cariño se había acabado, por
lo menos de mi parte, solo nos quedaba el apego, ese maldito sentimiento que
confundimos con el amor. Sentía tanto dolor en mi corazón que antes de salir
para el hospital a realizar mi turno que comenzaba a las veinte horas, tomé un
vaso de vodka para restablecer mi ánimo… ¡Claro! Si no, no hubiera tenido el
valor de cruzar esa puerta por la cual nunca más volvería a entrar. No había
comido absolutamente nada y me sentía desvanecer. Al llegar a mi turno, hablé
con Rodrigo y le conté lo ocurrido pidiéndole algo que no especifiqué y él
entendió que necesitaba un calmante, hablé con Jamie e hice su revisión de rutina,
ya el fármaco estaba haciendo lo suyo mezclado con el alcohol y luego… decaí,
perdí la consciencia en un dulce sueño y al despertar creí que había dejado a
mi paciente desprovisto de sus medicamentos, volví a administrarle otra dosis
de morfina, él no me dijo nada, puesto que ya dormía. ¡Mi Dios! ¡Yo lo maté!», como
un loco gritaba y se estremecía con cada alarido que daba.
«¿Será que esta es
la parte del sueño que ahora me toca representar? ¿La de un asesino? ¿La de un
médico negligente y estúpido?... 'la
muerte, ¡desdicha fuerte!' ¡Ay, mi Dios! no quiero vivir este sueño, ¡por favor!
¡Despiértame, te lo imploro!», acto seguido, se arrodilla y tapándose la cara
con las manos se hunde en el llanto.
A sus cuarenta
años había perdido el control de su vida y eso le costaría su carrera, pero
esto no le importaba, Jamie le importaba, el haber matado a un inocente le
hacía despreciarse a sí mismo por verse convertido en un incompetente médico
igual a los que aborrecía por ejercer su profesión alejados de todo altruismo y
arriesgan la vida de sus pacientes por intereses personales.
Caminó de vuelta a
su hotel, cabizbajo, sin saber qué vía tomar para saldar su deuda. «Los héroes
no huyen», le repetía su mente. «El
estar privado de libertad, será la única forma de perdonarme y quién sabe,
puede que mañana despierte sin muros ni cadenas sino rodeado de bellos parajes,
habiendo sido todo una ilusión». De cualquier forma, volvió a su habitación,
había venido a Chile a buscar una respuesta y la había obtenido. Recordó que de
niño le gustaba salvar a las pequeñas aves que rompían su vuelo por haber
herido sus alas y él las recogía y las llevaba a su hogar donde les daba los
primeros auxilios necesarios para sacarlas de la urgencia. En una oportunidad,
no pudo salvar a una pequeña avecilla que tenía días de nacer y al parecer se
había caído de su nido. Estuvo toda la noche cuidándola y proporcionándole
alimento en diminutas formas, al otro día al llegar del colegio, se encontró
con ella muerta. Esto lo descontroló, el sentir que la vida de alguien dependía
de él le confería una gran responsabilidad que no le permitía dejar situaciones
al azar y comenzó desde esos momentos a otorgarle un tremendo valor a la vida y
a los seres desvalidos. Recordaba a su paciente y nuevamente su corazón se
llenaba de pena y sus lágrimas comenzaban a aflorar.
La vida le estaba
dando una enorme oportunidad de mostrarse tal cual era. Un ser vulnerable que
no tenía nada de perfecto. Su mundo se desmoronaba y él no haría nada por
salvarlo, todo lo contrario, por primera vez en su vida se permitiría vivir un
sueño donde debería cumplir el rol asignado en la obra, hasta que un ente superior determinara el fin
del acto y le permitiera cambiar su escenario. El haber conocido a Jamie
cobraba sentido ahora, lo había liberado de la pesada carga de ser él. Hacía
mucho tiempo que no toleraba estar consigo mismo, su forma de ser disciplinada
que no dejaba espacio a imprevisto alguno, le angustiaba, no era libre, estaba
preso de aquellas obsesiones de perfección que aquel día desaparecieron para
cambiar el curso de su vida.
Eres seca y te admiro!! Un abrazo
ResponderEliminarHermoso pero a la vez es escalofriante,mantiene al lector atento esperando un feliz pero deja como un dejo de poca esperanza.
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