viernes, 23 de agosto de 2019

Cada vez más menos

Antonio Sardina Cecine


Hoy se cumple un año del accidente, un tonto resbalón al ir a comprar hielos a la gasolinera: rotura de tibia y peroné. Llevo cinco operaciones.

En realidad fueron dos accidentes, porque a las dos semanas de la primera operación se me ocurrió comprar una andadera con ruedas, al ir al baño perdí el control y me caí, lo que causó que la placa que me habían puesto se desprendiera llevandose un pedazo de hueso. De ahí vinieron injertos, clavos y aparatos. El día de hoy todavía estoy moviéndome con escúter y andadera.

Lo más difícil no es que me haya roto el hueso de la pierna, es la fractura en mi relación con Nadine, no es en sí una rotura, es una fisura, una marca tal vez, o tal vez no… no sé.

No hablamos mucho y aunque ella parece estar bien, se siente que no. Es un distanciamiento milimétrico y gradual pero constante: se preocupa, me cuida, me ayuda, está conmigo, pero cada vez menos… cada vez más menos.

Y yo pienso que tal vez es normal, nos casamos hace dos años, después de cinco años de relación formal como pareja, de hecho ya llevábamos viviendo juntos un año. No fue fácil decidirnos, ya que ella venía con la experiencia de dos matrimonios previos; el primero a los dieciocho años, donde estuvo tan ocupada criando a tres hijos que cuando se miró a sí misma y se dio cuenta que en realidad no amaba a su marido, decidió divorciarse, aunque eso implicara hacerse cargo ella sola de la familia. El segundo matrimonio fue una relación muy buena que acabó al casarse y terminó también en divorcio.

Yo por mi parte la conocí cuando renacía como otra persona, después de destrozar un matrimonio a causa de mi alcoholismo y habiendo pasado por el infierno de un divorcio arduo y una recuperación milagrosa gracias a AA, había salido al fin de ello con una relación maravillosa con mis dos hijos y una nueva historia a desarrollar.

Los dos teníamos miedo, pero la relación fluyó, y dado que descubrimos que nos hacemos bien el uno al otro nació un amor maduro, natural, que vivíamos muy a gusto, con ondas en lugar de picos.

Hicimos dos grandes viajes, uno a Europa, donde formalizamos el compromiso y otro a Asia, que consideramos nuestra luna de miel.

Y de repente el accidente, como si Dios dijera: «estate quieto» y a partir de ahí un año de convivencia extraña, como en sordina.

Cariño hay mucho, sin duda, amor de mi parte sí, pero la verdad es que creo que he ido minando el suyo con mis actitudes. Me cuesta mucho dejarme cuidar, pedir lo que necesito, aceptar que solo no puedo, trato de hacer las cosas sin ayuda, me baño, me visto, intento ser independiente, pero ese «Pásame esto» y verle la cara de «¿Otra vez?» me encabrona, me destruye.

Dormimos juntos y la siento cada vez más alejada, trato de tocarla, pero su misma frialdad (o la mía) me aleja, me cohíbe, me enoja… no, me entristece. Y las muy pocas veces que hemos hecho el amor pienso que ella ve a un inválido… o así lo siento.

Pero ella parece estar bien, no lo hablamos, pero sale de la casa cada vez que puede y cuando tiene que estar aquí platicamos y convivimos de una forma aparentemente normal, los temas del día, de siempre, pero cada vez convivimos menos… cada vez más menos.

Cuando salimos al cine y a algunos restaurantes donde pueda entrar con mi escúter, parece que volvemos a ser nosotros. Somos más nosotros en compañía de amigos, jugando canasta en casa.  Siempre trato de estar alegre y optimista.

Todo mundo alaba mi actitud y su fortaleza, pero solos es diferente, buena cara y sonrisas. Yo trabajo en casa, eso está bien, medito según las técnicas de yoga y veo televisión, muchísima televisión en realidad; Y pienso, pienso mucho, a veces pienso mal… y rezo, sí, también rezo.

Y Nadine parece estar bien, pero cada vez menos… cada vez más menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario