lunes, 26 de agosto de 2019

El inocente culpable

Camila Vera


La luna es lo único que veo ahora desde este parque, solo su brillo, la tranquilidad que recibo al sentir la brisa cuando mi mayor preocupación es que las nubes no cubran su belleza. Las estrellas, millares de millares de estrellas sobre mi cabeza, traté de contarlas, pero me resultó imposible. La vida, nada más simple que poder respirar y sentirse libre, completo y feliz; jamás había apreciado tanto estar vivo en este mundo que se cae a pedazos, pero que hoy, en esta noche de julio, se siente como la gloria, más que eso, diría que es el cielo, es lo que soñé y que ahora puedo tocar. Los sueños, es en el lugar que he estado residiendo en los últimos quince años, el espacio seguro en el que caminaba por las calles, donde podía sonreír, aquel momento que era yo y no el recluso de la celda cuatrocientos veintidós. El recluso, el animal, la bestia, la escoria, el demonio, el humano, el hombre, el hermano mayor, el nieto, el hijo, el niño, el inocente sentenciado como culpable.

«El pequeño B» es como me han llamado aquellos que me conocieron en mi peor momento, «422» me decían los uniformados con permiso para poner el orden, «mi vida» es lo que pronuncia mi madre cuando me ve, «abominación» señalan los noticieros, «nada» es lo que pienso yo al verme al espejo. Hoy al menos no creo encasillar en ninguno de los que he nombrado, en este momento soy uno con la luna, mi fiel y testaruda amiga, quien ha escondido mis secretos y me ha susurrado en el oído que no es momento para bajar la guardia.

Cuando llegué al lugar donde mi vida sería pausada por un largo tiempo la luna fue lo último que pude ver, había una ventana en el juzgado, con grandes barrotes de metal, pero a pesar de eso me percaté de su belleza mientras el juez dictaba sentencia, respiré y pensé que quizás no estaba tan solo, no escuché gran parte de lo que la gente habló, mi madre gritó desesperada y los guardias se lanzaron sobre mí, yo veía la luna, siempre recordé verla.

La vida es tan efímera como la arena entre los dedos, se escapa, encuentra como ser libre y no te espera. Quería estudiar algo referente a la medicina porque me apasioné de esta profesión viendo a mi madre trabajar como enfermera, pasé mucho tiempo con ella ayudando a los pacientes que sufrían distintas enfermedades; a mi madre le gustaba decir que merecían que los traten con una sonrisa, que era la mejor forma de sobrellevar los problemas. Discúlpame, madre, en demasiadas ocasiones perdí más que la sonrisa, se fueron mis ganas de seguir, quería parar mi sufrimiento y creía que acabaría si mi corazón dejaba de latir.

Estuve solo dentro de pequeñas paredes frías y llenas de lamentos, podía escuchar de fondo a un hombre cantar cada noche cuando las luces se apagaban y el miedo me invadía, él compartía con los demás un repertorio de canciones que hacían más llevadera la oscuridad cuando la luna no podía cubrirme con sus rayos, nunca supe quién era el hombre de la melodiosa voz, me enteré de fue encontrado muerto en su celda un día.

Después conocí al Varón cuando me trasladaron a una prisión de adultos al llegar a la mayoría de edad, él fue quien me enseñó sobre todo lo que me estaba perdiendo, tenía revistas, unos libros y algo que había perdido yo, esperanza. El Varón asesinó a un hombre porque no tenía otra opción, o eso es lo que me contó, quiero creerle, pero su primera lección fue: «Aprende a dudar hasta de tu mano izquierda», así que a estas alturas ya no sé qué tanto es real. El Varón me decía «hijo», porque en mí imaginaba al niño que en la libertad se encontraba viviendo la niñez que no pudo tener, le llamábamos «la libertad» a todo aquello que esté fuera de los barrotes, para mí la libertad era la luna, para él era su hijo.

Ahora siento el pasto sobre mis manos, me recuerda la última vez que estuve en una cancha de fútbol, justo unos minutos antes de ser arrestado, había ganado el partido junto a unos chicos grandes que me invitaron porque necesitaban un jugador más, no los conocía hasta ese momento, debí quedarme en casa ese día como mi madre dijo, pero yo decidí que ir al parque era mejor idea. El equipo que perdió se negó a aceptar el resultado, desencadenando una disputa de la cual no tenía escapatoria, era el más joven, el blanco fácil, el que corría más lento, el que fue atrapado, condenado y manchado de por vida. Los golpes, la confusión, los gritos, la pelea, los policías, la mentira, la sangre, la culpa, la piel, el miedo, la necesidad de un culpable, la muerte de uno de ellos, un accidente, un simple partido de fútbol.

Cierro los ojos y trato de dejar atrás mi condena, pero me convirtieron en lo que necesitaban, en culpable. No creo poder perdonarlos ni a ellos ni a mí, ni poder rogarle disculpas a mi madre por tener que perder el empleo que amaba porque era mal visto tener como empleada a la progenitora de un criminal, haciendo que mi hermana no pueda ir a un colegio decente al no tener suficientes recursos; dejando de lado todo lo que anheló mi joven madre, sus sueños, el dinero y sus lágrimas que retumbaban en mi cabeza cada día. Pasaron años y sé que muchos más de estos vendrán a abrazar mi cuerpo, mis cicatrices, mis penas y yo seguiré siendo un alma que perdió algo que no se puede recuperar, tiempo.

Hoy tengo un reloj y veo al segundero correr a prisa, intento seguirlo para no perderme su recorrido, pero fallo y regreso al suelo, con la gran diferencia de que para mí estar tirado en el frío concreto ya no es un castigo, me tumbo y veo hacia arriba, me sorprendo con todo lo que mis ojos pueden observar, lo que mi nariz puede oler, mis oídos escuchar, mis manos sentir; me maravillo con la idea de que el tiempo no regresará a mí, pero que cuento con mucho más para poder reconstruirme, ya sea en nombre del hombre que cantaba y me hacía tener menos miedo, por el Varón que nunca conocerá a su hijo, por mi madre y sus esfuerzos, o simplemente por mí, que estoy vivo, libre y completo.

Quisiera decir que todo está bien ahora, que la luna ya no me susurra cosas en la noche, que mi cabeza no tiene miedo a despertar y ver los barrotes, quisiera decir que logré mis metas y me siento motivado a ir por más, me gustaría darles un buen final, quizás una familia o una ruta correcta para el futuro, pero estaría mintiendo, hoy solo hay esto, la luna, las estrellas, la vida y un inocente que también es culpable.

2 comentarios:

  1. ¡Felicidades! Cada vez nos sorprendes más con tus historias y la manera en que las estructuras y desarrollas. Estoy ansioso por leer más de ti.

    ResponderEliminar
  2. Felicitaciones, una linda historia.

    ResponderEliminar