María Elena Rodríguez
En
medio del invierno venía a saber
que
en mí había un verano invencible
Albert Camus – Retorno a Tipasa.
…Isabela duerme en los brazos de
su madre, ella le canta una canción de cuna, sus dos hermanos juguetean con las
borlas de los escarpines que lleva puestos; sentados junto a la chimenea, todos
se funden dentro de un inexplicable silencio, fuera de este mundo, a salvo de
todo …a dormir mi niña, descansa pajarito
que cantas junto a la fuente, ya te abrigan las rosas del eterno paraíso… a
dormir mi niña…
Serán las últimas vacaciones que Isabela trabaje en la notaría, cuyo
representante es el doctor Anselmo
Gavilánez, su tío paterno; abogado de gran reconocimiento en esa anodina ciudad,
¿quién no le debe más de un favor al doctor Gavilánez? El notario maneja el
tejido de una red de influencias bien pulida, gracias a los exorbitantes
aportes económicos no tarifados formalmente a sus clientes, lo que le permite
agilitar trámites o demorarlos, pasar por alto procedimientos y llevar una vida
fastuosa, aunque solitaria; ese es su reino. Isabela va a estudiar leyes, apenas
se gradúe del colegio ese año, irá a la capital, la capital… un bocado que
pronto degustará.
—Lo mío es la
verdadera justicia, en la notaría aprendo, pero jamás me quedaría en ese oscuro
lugar lleno de polvo y papeles viejos —decía con desdén.
Al terminar el ciclo
de clases, inmediatamente Isabela iba a la oficina de Anselmo, tenía reservado
un espacio especial para ella, con escritorio y archivador; tener sentido de la
responsabilidad le daba un aire de suficiencia. Al charlar con sus amigos, en
fiestas o encuentros casuales, ostentaba un rebuscado lenguaje jurídico que
generalmente los dejaba callados, disfrutaba de una tácita autoridad moral con matiz provinciano.
—Es la sobrinita del
notario Gavilánez, esa chica llegará muy lejos.
—A él es mejor
tenerle de amigo, nunca se sabe, de cualquier lío te puede salvar.
Así opinaba la gente, cuando la miraban pasar por
las desordenadas calles de la pequeña urbe, cargando folios y carpetas de
proceso judiciales, otros preferían
callar, sin dejar de evocar amargos recuerdos, y una velada venganza reprimida en
contra de ese personaje.
Isabela no quería
tener una vida convencional, sentía a veces que su existencia mucho se asemejaba a una especie de predestinación en
la familia; cuando se trataba de ella, definitivamente el futuro le hablaba de gloria.
Llegó el tiempo de ir en aras de conquistar la gran ciudad. Ingresó a la Facultad
de derecho, donde logró también una holgada acomodación en la residencia
universitaria, saltando algunos procedimientos, gracias al apoyo de las
antiguas amistades de Anselmo cuando estudiaba ahí.
—Amo la justicia y
quiero defenderla siempre —decía Isabela con frecuencia a sus profesores y compañeros en medio de diálogos informales .
La noción de esa
palabra era algo etéreo en su entendimiento. Tuvo buenas notas, y poco a poco
fue aceptando para sí, nuevas formas de convivencia social, a las que no estaba
acostumbrada. En su salón de clases, mantenía distancia y prejuicio con esas
compañeras que lucían muy arregladas y
vestidas a la moda, le parecían tontas,
de ahí su antipatía con la profesora de Derecho Romano, mujer guapa, elegante y profesional respetada;
en más de una ocasión quiso hacer gala de su léxico jurídico frente a ella, pero
no le fue nada bien.
—Son necesarias las
pautas, ¿entiende?, no es cuestión de
amar o no la justicia, eso es un
criterio que ni siquiera lo llamaría romántico, señorita Gavilánez.
Los viajes de fin de
semana a su casa fueron cada vez más
espaciados debido a la carga académica en la universidad, de todas formas, con
puntualidad, le llegaba dinero para sus gastos personales, enviado por su padre.
Congenió con un grupo de amigos, entre ellos nació la idea de crear una ONG y trabajar en los barrios pobres; de
esta forma, Isabela creía que empezaban a proyectarse sus
inclinaciones profesionales.
—La justicia empieza
ayudando a los más pobres —era la idea que más repetía.
Al segundo año de estudios, junto a Julieta y
Sofía, sus dos compañeras más allegadas,
deciden salir de la enorme residencia universitaria para ir a vivir en un departamento
colaborando juntas en el pago del
alquiler; lograron compactarse gracias a un código de ética ideado por ellas, escrito
con marcadores de diferentes colores y luego pegado en la refrigeradora; fue un
pacto cerrado entre risas y leves mareos mientras compartían una pizza y unas
copas de vino. La convivencia en la
pequeña vivienda se da sin contratiempos; cumplidos los ocho meses, Sofía decide
marcharse debido a que sus padres, por cuestiones laborales, emigrarán a otro
país, ella resolvió acompañarlos, con
mucha corrección pagó su parte del arrendamiento. Julieta también venía de una
ciudad pequeña, su padre tuvo un contacto profesional, y le ayudó a conseguir trabajo en un bufete de abogados como pasante,
era una firma importante dentro del ámbito empresarial, esa opción ocupacional
hizo que ella disminuya su tiempo para la planificación de proyectos en la ONG,
por lo tanto, las reuniones para tales fines, se volvieron menos frecuentes. De todas formas, Isabela continuaba entusiasmada
con esa posibilidad laboral, junto a otros compañeros de curso. En ese tiempo, estaban en la fase de crear planes
en busca de recursos, pero pretender el
establecimiento de normas de
organización en un barrio marginal no era tan sencillo como creían, es más,
cuando se vieron en la necesidad de pactar con líderes locales a cambio de
informes favorables, para conseguir aportes económicos, notaron como eran las
dificultades de lo que se denomina “el mundo real”. Luego de unos días, Isabela recibe una llamada al teléfono
celular, era Reynaldo:
—Papá está enfermo
Isabela, estamos haciendo muchos gastos para sus tratamientos de salud, es
mejor que empieces a buscar un trabajo a medio tiempo.
Era hora de generar
ingresos propios, así que no cuestionó el tema. En uno de sus retornos a casa
recibe la noticia de que Felicidad se casará con Joaquín Fernández, el novio de
toda la vida. Isabela fue un poco sarcástica
frente a los preparativos de la
ceremonia eclesiástica, discutió con su madre cuando le dijo que por ser la hermana de la novia, debía
acompañarla como dama de honor. Para
ella, Felicidad era, a su criterio, un ser demasiado convencional. En efecto, el
guion de su vida parecía impecable: señorita de su casa, trabajo seguro, promesa
de un matrimonio perfecto, siempre acompañada de su amiga Lola, no había nada
que cuestionar.
Dios
me libre ser como ella, no es capaz de tomar ningún riesgo en la vida…
—Si no soy yo,
tranquilamente puede ser Lola, además es su mejor amiga —dijo con aplomo; se
rio ante la posibilidad de ponerse traje
largo con volantes de tul.
Reynaldo, el hermano mayor de Isabela, está también por casarse con Mariana, ella es una amiga de
la infancia, pero ese era un evento que
estaba pendiente de concretarse, pues él quería afianzar su situación
económica. También se enteró de que como su padre estaba enfermo, habían
concluido la negociación de la finca, ya no tenía fuerzas para el trabajo
en el campo; ahora la idea era establecer un negocio de productos agrícolas en
la ciudad, era una buena alternativa, tomando en cuenta de que la novia de Reynaldo tenía contactos y
relaciones en esa materia, ya que es la
actividad a la que se dedican sus padres. Isabela tampoco dio mucha importancia
al asunto. Durante las estadías en casa, fueron pocas las ocasiones que se
encontró con Anselmo, y las veces que lo vio, marcó una singular distancia, no
le interesaban diálogos y líos de notarías, ella quería concentrarse en lo
estrictamente académico, y así le hizo saber por varias oportunidades, mientras él solo callaba y sonreía.
Un día, almorzando
en el comedor de la universidad, recibe
un recado por teléfono móvil: la boda de Felicidad se suspendió, se lo contaba su madre, es más,
luego supo que el rumor existente es que su hermana había sido repudiada por Joaquín
y su familia. Por su parte, ella y
Julieta estaban algo tensas debido a que
aún no encontraban el inquilino idóneo para que comparta el departamento, y por
lo tanto, los gastos, sin embargo, Isabela
fue enseguida a su casa. Sus padres lucían moralmente acabados; cuando habló
con Reynaldo, aprovechó primero para hablarle del tema del dinero y las
mensualidades, él le insistió en que
trabaje, y que era una falta de respeto hablar del tema dadas las circunstancias.
Isabela logró acercarse a Felicidad.
—La vida no se acaba.
Tú te mereces algo mejor —le dijo.
—Seguramente es así,
pero ¿sabes?, por favor, no me lances un discurso y esa palabrería
universitaria —le contestó con frialdad, fue muy ruda.
Isabela, por su
cuenta, decide ir donde Joaquín, intenta una frenética entrada a su casa, tenía un discurso contra él bien
preparado. La puerta no tenía candado y entró, en una ventada del segundo piso alguien espiaba, luego, desde el patio trasero
salieron dos enormes perros que le
atacaron, pudo defenderse de la furia de los canes, alcanzó a salir, le
rompieron el pantalón y le rasgaron una pierna.
—¡Sucia apestosa!,
¡lárgate, esta es una casa de gente honrada y decente! —le gritaron.
Se curó sola la herida,
no comentó con nadie lo sucedido, tenía un enorme sobrecogimiento por su hermana, no terminaba de digerir en su mente cada
suceso, le embargaba una presión en el
corazón, se sentía alejada y distante frente a su familia. Isabela, sin mayor reflexión decidió
visitar a su tío, le pidió que le ayude
a gestionar un trabajo a medio tiempo en alguna notaría de la capital, así fue.
Pasados unos días, Isabela y Julieta establecieron una salvedad
al acuerdo ético de convivencia; dadas las circunstancias y luego de un diálogo
ameno con Octavio, compañero de trabajo en la notaría, le alquilaron el dormitorio que estaba
desocupado, tuvieron que hacer otro documento
para que ponga él su firma, este fue
escrito con bolígrafo color azul, y de
igual forma, lo pegaron en la refrigeradora que lucía ahora llena de magnetos, no hubo tiempo para una
pizza ni vino de festejo. Los proyectos de la ONG quedaron truncos. Los
contactos con su casa eran esporádicos vía telefónica. Tenía la sensación de
que las voces de sus padres se apagaban, Reynaldo era un extraño y Felicidad inexistente. Siempre quiso hablar con Lola, ella
nunca respondió sus llamadas, pero se sentía tranquila, sabía que era un gran
apoyo emocional para su hermana.
Octavio era encantador.
Un día viernes, luego de una fiesta entre compañeros de la notaría, Isabela y él amanecieron
juntos, ella estaba feliz y
entusiasmada; pensó que lo sucedido fue
el epílogo de largas conversaciones y salidas a almorzar, momentos en los que
se sentía muy especial, hasta empezó a imaginarse que era su esposo. Por común
acuerdo decidieron mantener oculto el romance, tanto en la notaría como frente
a Julieta; era evidente que las normas de convivencia iban a ser vulneradas. La
carga laboral de Isabela se tornó más fuerte, le favorecía la experiencia
adquirida antes, cuando trabajaba con su tío; sus notas académicas ya no eran excelentes
como al principio, el ritmo de actividades se tornó intenso. Alguna vez que llegó más temprano al departamento, encontró a Julieta
discutiendo con Octavio.
Tal
vez Julieta se enteró de todo.
Luego ella, algo
turbada y nerviosa, le comentó que peleaban porque los gastos de teléfono eran
muy altos a causa de él, Isabela se quedó callada, era extraño, los tres
generalmente hablaban solo por celular. Después de unas semanas se entera por
su madre que Reynaldo va a casarse, que no habrá fiesta porque se compró una casa,
él no le comunica nada. No le dio importancia, más bien sintió un poco de
nostalgia de su época de niños, cuando vivían en el campo, también pensó en que no volvió más a la finca, no hubo tiempo de despedirse de nada, de ese
dulce espacio inmensamente verde y
florido que marcó su infancia junto a sus hermanos. Luego de unos meses, de la oficina de recaudación de la universidad le notifican que
tiene algunos pagos pendientes.
—Aló, Reynaldo,
estoy teniendo problemas en…
—¡Toma el primer bus
que puedas, y ven urgente, nuestro padre está muy grave!
Recriminándole le
hizo saber que era una situación que se veía venir, sobre todo después de lo
sucedido con Felicidad. A Isabela le parecía absurdo una afectación así por una
boda disuelta, pero no se lo dijo; pidió prórroga en la facultad y en la
notaría permiso por unos días. Llamó a los celulares de Julieta y Octavio, como los
tenían apagados, dejó a cada uno un mensaje contándoles su situación, esperaba
que él particularmente se reúna con ella en su casa, vio la posibilidad de
presentarlo a la familia como su novio. Llegó a ver a su padre demasiado tarde,
tuvo un infarto y en la clínica no pudieron
salvarlo. Todos los trámites post mortem corrieron a cargo de Anselmo; el difunto era su hermano mayor, su querido hermano Miguel,
hombre que dedicó su vida al campo; las cuentas las arreglaría luego con
Reynaldo. Isabela, en medio de su dolor,
reparó en el hecho de que Felicidad se
volvió extraña y distante con ella, en el
velorio no se despegó de Lola, hasta que su hermano las sacó a las dos del
brazo, vio que discutieron ellas con él a la salida de la funeraria, Isabela no
entendió nada y no se esforzó por hacerlo, su deseo en ese momento, era acompañar y consolar a su madre.
—Todo se acabó
Isabela, todo se acabó —le decía afligida doña Clarisa.
Durante los días que
pasó en su casa no recibió un solo mensaje de Julieta ni de Octavio, estaba
resentida con los dos. Regresó un domingo casi a medio día, la casera le dio el pésame, y le dijo que esperaba ponerse
de acuerdo con ella respecto al alquiler.
—¿De qué me está
hablando?, no entiendo —preguntó
Isabela.
Le entregó una carta
de Julieta donde le decía que se
regresaba a su casa, nada más. Luego, volvió a llamar Octavio, su línea había
sido suspendida; ella estaba muy deprimida, se acostó temprano, el lunes tenía que volver al trabajo y en la tarde a la
universidad, no tenía ánimo para nada.
—Isabela querida
como estás, lo siento mucho —le dijo una
compañera de trabajo, le puso al tanto
de todo lo ocurrido durante su ausencia, y de la última novedad en la notaría.
—¿Sabes?, de un
momento a otro Octavio presentó la renuncia, las malas lenguas dicen que ha
embarazado a una chica y se ha ido a casar.
Isabela quedó
perpleja, se sintió indispuesta, pidió permiso para salir, regresó al
departamento, ahí se encontró con la
casera otra vez.
—Pero fíjese
Isabela, perdóneme, me va a disculpar, son un par de sinvergüenzas, seguro que
estuvieron durmiendo juntos todo este tiempo, como si fueran marido y mujer.
¿Usted notó algo?... vino el papá de Julieta cuando se enteró, le amenazó, así que tuvo que irse con ella, ya
se deben haber casado.
Isabela se retiró
sin decir una sola palabra, subió al baño, empezó a vomitar y a llorar. Cuando fue a la universidad supo que reprobó
dos materias, su romance impetuoso también
le quitó tiempo. En menos de quince días
la vida cambia de rumbo. Por un momento se olvidó de Octavio, a Julieta la
consideraba una traidora; además sabía y sentía… ella también estaba
embarazada. A partir de eso, los acontecimientos fueron una vorágine de hechos
que mucho se parecían a un sueño del que ella levemente tenía algo de
conciencia. Fue a la facultad, pidió las calificaciones de fin de semestre.
—Tiene que igualarse
en todos los pagos para que los profesores le registren las notas.
Al salir de la
secretaría universitaria vio un letrero con una noticia de prensa, su antipática profesora de Derecho Romano era
postulada por la comisión jurídica provincial para integrar las nuevas cortes
de justicia de la ciudad, ella siguió de
largo, hubo rabia y frustración. Fue a hablar con su jefe en la notaría,
presentó la renuncia, alegó problemas familiares, entregaría vía mail el informe
de labores, pidió que el finiquito salarial lo depositen en su cuenta de
ahorros. A la casera le habló de problemas familiares también, solo tenía sus
libros y la ropa, el departamento alquilaron amoblado, ella empacaría y mandaría a buscar las cosas, le dijo que el
dinero de la garantía podía ser suyo, sus otros ocupantes no habían pagado
absolutamente nada. Luego arrancó de la refrigeradora el acuerdo ético firmado
por ella, Octavio y Julieta, lo rompió para tirarlo en el basurero. Cuando
regresó a su casa, encontró a su madre
sentada frente a la ventana, pasaba la mayor parte del tiempo atendida por Nina,
la ayudante que trabajaba desde siempre para su familia. Doña Clarisa lucía
tierna, en silencio Isabela se acercó y la miró con ternura.
—Estoy embarazada mamita,
voy a tener un hijo —tenía la voz entrecortada.
—¿Y el padre? —le
preguntó Clarisa.
—No hay padre y no
lo necesita, podré sola —le dijo con determinación, mientras una lágrima resbaló
por su mejilla.
Clarisa calló,
Isabela se puso a reflexionar sobre su madre, la miró cumpliendo cabalmente una
vida proyectada en función de los dictámenes de su predestinada existencia
junto a su esposo; y a ahora ella se
encontraba así, ¿en qué momento se le ocurrió que Octavio podría ser su marido?, ¡absurdo!
Ese mismo día fue a hablar con Reynaldo; Mariana, su cuñada, le recibió con cariño, él fue
cruel.
—Tú y Felicidad
definitivamente son un par de desvergonzadas. Ya veré como arreglo el tema del
dinero, estamos resolviendo algunas cosas de la herencia y deudas.
Ella no discutió, no
tenía ánimo, ese era su hermano, ejerciendo las funciones de “hombre de la
casa”, extensión de la autoridad paterna. Él dejó los estudios y se dedicó a
laborar junto a su padre, recibía un salario por lo que producían las tierras
hasta que ahora finalmente, sin enterarse ella, lo encontraba administrando todo.
Isabela se quedó en su casa sin trabajar, con lo que le daba su hermano llevó
su embarazo. Felicidad cada vez más distante, salía de mañana y llegaba muy en la noche. Con Anselmo no tomó contacto, sin embargo, él le mandó a decir con un mensajero que podía
ayudarle con el juicio de alimentos contra el padre del niño, ella no aceptó.
—Pobre doña Clarisa,
con todo lo que le ha pasado no va a aguantar mucho, ¡qué pena las hijas!, el
Reynaldito es el que da la cara por la familia —decía la gente.
Isabela no disfrutó
su estado, no lo compartió con nadie, ni
con ella misma. Hubo unos días de vacaciones que Felicidad se tomó para ir a la
playa, en cambio ella aún no conocía el
mar, esperaba que le invite, pero no lo hizo, se fue con su amiga Lola, ella
también la ignoraba. Nunca supo nada de
Octavio. La página de Facebook de
Isabela, que antes estaba dedicada a
publicar sus opiniones sobre la política y la injusticia social, ahora era el
método para escrudiñar en la vida de él y Julieta; logró encontrar a cada uno
de ellos con perfiles diferentes, estaban casados. Llegó su tiempo de
alumbramiento también.
—Lucila de los Ángeles
—fue el nombre que se le ocurrió apenas le pidieron sus datos.
Clarisa estaba feliz
con su nieta, disfrutó intensamente de sus gracias durante los tres primeros
meses; una tarde, fue sola a su habitación para dormir la siesta y no despertó
más. Se dieron las pompas fúnebres que
determinaron mayor distancia entre hermanos. Nina quedó a cargo de la niña.
Isabela habló con su tío, él le
consiguió un trabajo en una secretaría de gobierno, no era necesario tener
título universitario, en algún momento retomaría los estudios.
Un día Isabela debe
volver temprano a casa, olvidó unos papeles. Seguramente Nina llevó a Lucila de
paseo, no había nadie, pero al entrar percibió un fuerte olor a incienso, oyó
música que venía desde el dormitorio de sus difuntos padres, al abrir la puerta
encontró a Felicidad y Lola que cantaban,
solamente cubiertas por las sábanas, juntas,
sobre esa cama, que para ella era un
espacio sagrado.
—¡Miserables,
asquerosas, fuera de aquí, basuras del demonio! —gritó indignada.
Rompió todas las
cosas y les golpeó, a Lola le escupió en la cara. Felicidad se fue de esa casa;
en la insípida ciudad de provincia ya se hablaba mucho de “esas extrañas
mujeres”.
Es
injusto todo lo que me pasa…
Isabela lloró con
desesperación. No contó a nadie lo sucedido, ahora entendía porqué alguna vez
Reynaldo le dijo que eran unas desvergonzadas, se daba cuenta de todo el misterio
que invadió la atmósfera familiar después de que se suspendió la boda con
Joaquín. Luego de unas semanas fue a hablar con su tío, finalmente quería saber
el estado de sus finanzas, de su herencia, de todo lo que había hecho su
hermano.
—Tranquila, con tu
hermano estamos haciendo los arreglos, ya sabes como es él, para poner las
cosas a su nombre me dijo que habían ustedes acordado… bueno, tu sabes, él es
un poco impulsivo, además su suegro tiene mucho poder político, va a ser
gobernador, cuando mejore el negocio tendrá que darles algo, Felicidad estuvo
de acuerdo, tú sabes, por su situación... y de la casa… firmó una cesión de propiedad tu madre, estaba tan
viejita… ¡pero te tengo una sorpresa!, deja ese trabajo, se va a abrir una
nueva notaría, no tienes título pero puedes ejercer de alterna, sabes lo que es
eso, mucha influencia, todas las puertas se te abren, ¿te olvidaste de eso? Yo
entregaré tus papeles, el lunes es la posesión de cargos de los nuevos
funcionarios, ¡no puedes pasar por alto esta oportunidad!
Isabela permanecía silenciosa
desde hace tiempo, vivía sumida en la incredulidad al ver la historia de su
vida. Llegó el día lunes, salió
temprano, hizo todo lo que le mandó su tío Anselmo, antes de marcharse, ve en la sala a Nina que hace dormir a Lucila tarareando una
canción de cuna, sentada en la sala junto
a la chimenea. Cuando atraviesa el umbral de la puerta, con la mirada fija,
siente una suave brisa, como si llegara del desconocido y anhelado mar, observa que pasan delante de ella Felicidad y Lola tomadas
de la mano, no voltean a verla, sigue atrás Reynaldo con los bolsillos repletos
de billetes, pero inmediatamente se
transforma y lo mira después bañando a
su padre cuando estaba enfermo, pretenden
morderle los perros que le atacaron un día en la casa de Joaquín, luego se
esfuman, sigue mirando, están sus padres, caminan separados, luego se toman de
las manos y le sonríen, ve sus vacas,
los caballos, su finca, aparecen Octavio,
Sofía, Julieta, y luego se desvanecen,
está su tío en un burdel, inmediatamente aparece regalando dinero a gente
pobre, se mira a ella misma otra vez en
una notaría, escuchando discusiones,
reclamos, murmullos de gente, todo y todos… Isabela se detiene, observa esa historia que ya no le puede alcanzar y
vuelve a entrar a su casa. Una bruma espesa
cubre el pasillo, el agobio desaparece, se siente ligera, mira otra vez en la sala a Nina con Lucila, le atrae el leve atisbo de
un estado inmemorial que no ha olvidado del todo, es algo difuso, es una canción cuya letra olvidó hace mucho
tiempo, pero recuerda algunas notas de esa melodía que no la asocia con ninguna persona
o lugar, pero esas pocas notas le bastan para recordar lo bellos que eran esos acordes y todo el amor
que le inundaba. Se sienta en un rincón, se mira a sí misma, pero por dentro, entonces… se reconoce como verdaderamente es…
libre e inocente… a dormir mi niña… a
dormir mi niña… ya estás en el paraíso…
tu verdadero hogar… a dormir mi niña…
Me gustó muchísimo esta historia.
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