Paulina Pérez
Miguel
despertó temprano. Luisa le había enviado un mensaje de texto que decía: «Cuéntale
que apagué mi vida para no verlo feliz».
Luisa
y Fernando se conocieron el primer día del curso pre universitario. No
coincidieron en el mismo salón de clases. Pero sí en el equipo de basquetbol,
que además era su deporte favorito. Cada año se realizaba un campeonato
deportivo como parte de las actividades programadas para los novatos y por
sorteo se armaban los equipos.
Luisa
había crecido en el seno de una familia de clase media alta típica. El padre
mantenía la casa, la madre al cuidado de los hijos, dos hermanos mayores
quienes luego de terminar sus estudios universitarios migraron a los Estados
Unidos y ella que había llegado cuando su madre se había resignado a ser la
única fémina del hogar. Su padre siempre hablaba de mudarse a una ciudad con
mar una vez estuviera jubilado. Así que ni bien Luisa inició la universidad, la dejaron bien instalada y
partieron. A ella no le gustaba mucho la idea de tenerlos lejos, la soledad le
aterraba, pero ya habían cumplido con sus hijos y era tiempo de pensar en
ellos.
Luisa
y Fernando se gustaron de inmediato y en la fiesta de bienvenida, casi al mes
de haberse conocido se hicieron novios. Ella se sorprendió de lo rápido que se
enamoraron. No podían dejar de tocarse, de mirarse, de decirse cuanto se
amaban. Eran inseparables. No desaprovechaban oportunidad para ir al
departamento de Luisa y amarse. Pero eso sí, Fernando jamás se quedaba toda la
noche.
La
familia de Fernando era muy conservadora y cuidaba mucho las apariencias. Luisa había oído varias veces la historia, de
boca de quien sería su suegro, sobre el apellido al que Fernando debía honrar
siendo el mejor abogado del país, y de cómo sus dos hermanas gemelas, con las
cuales era muy celoso, solo podrían casarse siempre y cuando los elegidos
gozaran de un buen nombre con historia y reconocimiento.
Tenían
muchas cosas en común, la música, el cine, un buen libro. Les gustaba hacer
paseos a las montañas y con algunos compañeros de aula hicieron un grupo muy
unido. Una vez al mes planificaban excursiones con acampada incluida.
Con
el paso del tiempo su relación se consolidaba más. Nunca hablaban de
matrimonio. Fernando decía que al amor verdadero le estorban esas formalidades.
Hacían planes para vivir juntos al terminar la carrera pero ni cura ni juez.
Cuando en alguna revista encontraba un artículo sobre planificación de bodas,
él solía decir:
—Mira
lo que cuesta una boda amor. Es un dineral por unas cuantas horas. Mejor
hagamos un viaje por todo el cono sur, alojándonos en esos hostales familiares
que planifican actividades con los habitantes de la zona y se conoce mucho más
que en esos tours de agencia.
Ella
lo escuchaba y le encantaba su manera de pensar. En una libreta iba anotando los
posibles destinos que él sugería, con sus respectivos presupuestos. Y guardaba
en secreto recortes de vestidos de novia, de salones y pasteles decorados para
la ocasión.
Luisa
era una muchacha de cabellos rizados, ojos cafés medianos, trigueña, muy
atractiva. Dulce, sosegada, algo
callada. A diferencia de Fernando siempre muy vital y dicharachero.
Fernando
tenía el cabello ligeramente ondulado, negro al igual que sus ojos. Era un
hombre bastante bien parecido. Muchas mujeres envidiaban a Luisa, no solo por
tener un novio guapo sino porque estaban convencidos que él la amaba
profundamente. No perdía oportunidad para demostrarlo. Eran el referente para
muchos de cómo debía ser una relación.
El
último año de la carrera de derecho exigía pasantías. Hicieron de todo por
practicar en la misma firma, pero fue imposible.
—Es
el colmo —decía Fernando—, no pueden imponernos el lugar, nosotros debemos
escogerlo.
—Tranquilo
cariño —decía Luisa—, son apenas unos meses, además trabajaremos en la misma
ciudad y muy cerca. El tiempo pasa rápido —acotó.
Luisa
lo asumía con tranquilidad a diferencia de Fernando, no lo aceptaba y
recriminaba a Luisa por no haberlo apoyado más. Fue la primera discusión seria
que tuvieron, no es que no hubieran tenido diferencias, pero nunca llegaron a
mayores. Esta vez, en cambio, no se hablaron por un par de días. Él quería
buscar otro lugar para las prácticas pero Luisa se opuso, le parecía una buena
oportunidad para que cada uno tenga su espacio,
aprender cosas nuevas, tener otros puntos de vista, pasaban todo el
tiempo juntos y eso no era siempre bueno. Pero a él le pareció falta de amor.
Luisa
reconocía la inseguridad de él, lo buscó y con la dulzura que la caracterizaba
le dijo:
—Yo
también voy a extrañarte mucho, estaré esperando la hora de salida ansiosa de
verte, de sentirte. Si lo piensas bien, será emocionante. Hablar y comentar de
otros temas, conocer a otras personas que pueden ser fundamentales en nuestra
carrera. Tú aprenderás unas cosas, yo otras y nos iremos complementando. No
perdamos el tiempo.
Se
amaron como si no se hubieran visto en mucho tiempo. Los dos eran muy intensos.
Fernando era muy apasionado y eso era algo que a ella le fascinaba, aunque a
veces hacía berrinche por cosas sin importancia.
El
tiempo de vacaciones se agotaba y decidieron hacer un viaje a la playa con el
grupo. Consiguieron una casa sencilla y muy bonita que daba a la playa. Como
era fin de temporada no había mucha gente y prácticamente tenían el sitio, un
mar azul que bañaba silenciosamente la arena y un sol que cada atardecer brindaba
un espectáculo solo para ellos. Así lo sentía Luisa. Para ella fue como una luna de miel
adelantada. Se escapaban o se ofrecían a hacer alguna compra para despistar a
sus amigos y correr a hacer el amor. Pese a que en el fondo sabían que no
engañaban a nadie.
—
¿Y si nos quedamos aquí para siempre? —preguntó Luisa con algo de melancolía—,
mientras lo besaba delicadamente en la espalda.
—Has
tomado mucho sol —bromeó Fernando—. No podemos quedarnos amor, tenemos que
regresar a terminar los estudios, trabajar, hacer los viajes que hemos
planeado.
Mientras
la acariciaba haciéndole sentir su calor, el deseo que sentía de volver a
poseerla le pregunto al oído:
—¿Por qué quieres quedarte?
—Porque
no quiero volver a despertar sin ti —contesto Luisa.
Las
prácticas no tardaron en iniciar y a Luisa la habían designado para un estudio
jurídico grande que llevaba asuntos legales de empresas petroleras y transnacionales
relacionadas con alimentos. Siempre había mucho trabajo y a veces debía
quedarse hasta muy tarde. Fernando en
cambio, fue seleccionado para una
empresa muy buena pero pequeña. Salía temprano y el no poder estar con ella le
enfadaba. La relación se tornaba muy tensa porque él toleraba cada vez menos no
poder verla todos los días. Su insegura personalidad lo llevó a ser muy injusto
con ella. Las peleas eran cada vez más frecuentes. La acusaba de no querer
verlo, de buscar la manera de alejarse, de falta de claridad en sus sentimientos.
Hasta llegar a acusarla de infiel. Esto último colmó la paciencia de Luisa.
Para
ella ya no era una simple pelea de novios. Él había puesto en duda su honestidad
y lo que ella sentía. Decidió no volver a contestarle el teléfono y negarse a
recibirlo hasta que se disculpara.
Pero
él no la buscó. Luisa estaba desconcertada por su actitud. Le causaba mucho
dolor. No podía pensar siquiera en la posibilidad de que todo acabara. Estaban
convencida, pese a las pataletas de Fernando, que su relación era sólida. Un
amor tan grande no podía terminar así.
Pasaron
varios días sin una llamada ni un mensaje. Luisa empezó a preocuparse. Siempre
habían estado juntos y ahora no sabía absolutamente nada de él. Decidió
buscarlo en su trabajo. Parqueó el carro a la entrada del edificio donde
estaban las oficinas, esperaría hasta que saliera. Luego de casi una hora, lo
vio salir junto con tres personas, dos mujeres y un hombre. Un vacío horrible
en su estómago la inmovilizó. Lo vio cruzar la calle subir a su auto y dar
vuelta en u para recoger a una de las mujeres. Mientras la otra pareja se subía
a un auto estacionado un poco más adelante.
Decidió
seguirlos. Llegaron a una pizzería, la misma que varias veces acogió sus tardes
de a dos y se volvió su sitio favorito puesto que a la entraba había una
especie de parquecito con arboles pequeños y frondosos y al fondo el
restaurante en sí, una casita de techos bajos, ventanas pequeñas cuyo borde
interno había sido ensanchado de manera que se podía colocar el molde de la
pizza e ir tomando las porciones. El horno de leña, las mesas y sillas rusticas
sobre un piso mezcla de cerámica y madera, servilletas de liencillo y unos
platos de barro daban la idea de estar comiendo en algún pueblito del interior
y no en la ciudad. Fernando como buen caballero, bajó a abrirle la puerta a su
acompañante. Mientras caminaban hacia la entrada del restaurante, la atrajo
hacia él y la besó.
Luisa
no creía en lo que acababa de ver. Con los ojos llenos de lágrimas se alejó del
lugar.
No
sabía para donde ir, así que siguió conduciendo como quien cree que si se
detiene, la realidad puede alcanzarle.
No
aceptaba que él hubiera decidido olvidar todo lo que tenían y empezar una relación nueva como si nada. Llamó
a Miguel, el mejor amigo de Fernando y lo citó en las canchas deportivas de la
universidad, donde solían juntarse a jugar básquet o a beber cerveza después de
pasar un examen difícil. Se habían vuelto muy cercanos, él la apreciaba mucho,
además era su concejera en líos de amor.
La
encontró devastada. Luisa trataba de hablar pese al incontenible llanto y Miguel
trataba de digerir lo que le contaba. Conocía muy bien a Fernando. Ella no era
una aventura, o una relación pasajera. Era con quien había jurado pasar la vida
entera. No atinaba a consolarla ante tanto desconcierto. Al llanto le siguió un
tormentoso silencio. Sin saber qué hacer, la acompaño hasta el auto y la siguió
en el suyo hasta su casa.
Luisa
se dedicó a trabajar y a estudiar, para olvidar el pesar que la iba carcomiendo.
Cada
tres meses debían presentarse a un examen y entregar un informe sobre la
pasantía. No había noticias de Fernando, pero estaba segura que ese día se
verían y podrían conversar. Se reconciliarían y acabaría la tortura. Él era su
vida, sus amigos eran los suyos, el proyecto de vida lo habían trazado juntos.
No conocía otra forma de amar que no fuera entregarse por completo a esa
persona hasta el punto de perderse en ella.
Le
pidió a Miguel que pasará por ella, el día del examen. No quería llegar sola.
Fueron
llegando uno a uno. Era un reencuentro añorado por todos. Habían hecho un
bonito grupo a lo largo de la carrera y tenían mucha nostalgia de aquellos
tiempos con menos responsabilidades. Luisa se había sentado en el pupitre de
siempre y con disimulo buscó aquel dibujo a marcador de un corazón con las
iniciales L y F que Fernando le hubiera hecho en los primeros días de noviazgo.
Seguía ahí. Mirarlo le causaba una sensación extraña más cercana a la angustia
que al alivio. Era raro, nadie preguntaba
por Fernando.
Luisa
no quiso decir nada hasta hablar con él. Cuando el profesor cerraba la puerta
Fernando entró, sin mirar a nadie se sentó, recibió su examen y lo entregó casi
inmediatamente. No sorprendía, pues era muy buen estudiante, aunque siempre
había sido ella quien salía primero.
Luisa
salió detrás de él pero ya no lo encontró. El piso pareció desaparecer bajo sus
pies obligándola a dejarse caer en los escalones, los mismos que hasta no hace
mucho eran el sitio de encuentro de los dos, después de un examen o antes de una
clase. Miguel que salía en ese momento
corrió hacia ella para sostenerla. Las lágrimas se desataron como un aguacero
sobre su rostro.
—Todo
terminó Miguel, todo —sentenció.
—Tranquila,
debe haber alguna explicación. Yo conozco a Fernando y sé lo importante que
eres para él.
—Su
actitud demuestra que no lo era tanto. No hay nada para hablar ni nada porque
insistir.
Luisa
decidió enfocarse en su carrera, era la única manera de sobrevivir al dolor que
sentía. Como la firma en la que trabajaba era grande, le ofrecieron la
oportunidad de especializarse en derecho empresarial y aceptó. Eso implicaba
dos años más de estudios, tiempo en el cual debía desarrollar su tesis. Le daba
tristeza no volver a ver a su grupo, pero por el momento era lo mejor para
ella. Había planificado su vida en función de su relación con Fernando. Ahora
estaba sola y debía replantearse todo de nuevo.
Una
tarde recibió la llamada de Miguel.
Fernando se casaba.
No
podía creerlo, él siempre le había dicho que no creía en el matrimonio.
Luisa
se llenó de rabia, se sentía utilizada, engañada, estafada. Se odiaba, lo
despreciaba con la misma intensidad que lo amaba.
Tenía que
encontrar a Fernando y confrontarlo. Si bien él era bastante voluntarioso no
dejaba de ser un adulto, lo menos que esperaba es que actuara como tal.
Manejó hasta su
casa llena de valor, convencida de que al verla acabaría con el cuento del compromiso. Incluso llegó a pensar que todo era
parte de una estrategia para que ella lo buscara. Pero no fue así. Aparentemente él y su prometida,
una jovencita muy bella, acababan de llegar y desde su auto observó a quienes
en algún momento pensó serían sus futuros suegros, saliendo a recibirlos. Él la
abrazaba, besaba sus mejillas, olía su cabello. Los mismos gestos que había
tenido con ella. Casi podía escuchar las palabras que le susurraba al oído.
El
dolor y el odio se apropiaban de su cuerpo. Estaba deshecha.
Pese
a que ellos habían entrado a la casa y ya no podía verlos se quedó ahí varias
horas.
Regresó
a su departamento, lo veía enorme, terriblemente vacío. Se recostó en la cama.
Nunca se sintió tan sola y desvalida. Se había alejado de sus amigos para
olvidarlo. Su familia estaba muy lejos como para recurrir a ellos. Permaneció
inmóvil, la mente en blanco. Antes de que amaneciera, y el dolor anulara sus
sentidos, decidió escribirle un mensaje a Miguel.
Al
día siguiente la encontraron en su cama sin vida.
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