Eliana Argote Saavedra
Tenía veintiocho años, un
título de ingeniero eléctrico y un nuevo cartón con mi nombre escrito “Ricardo
Arnao, máster en ingeniería de sistemas”. Fui convocado, junto a un grupo de científicos
e ingenieros de diversas áreas, para formar parte de un proyecto ambicioso que inició
el gobierno, debido al ambiente enrarecido que se había instalado desde hacía
tiempo, en esta parte del continente: La implementación de un refugio antibombas.
Comenzaría en una semana.
Aquella mañana me sentía
aventurero, tal vez en mucho tiempo no podría disfrutar de la simplicidad de
ser una persona común y corriente. Llovía, la gente caminaba aprisa cubriéndose
con sus paraguas, matices de gris dominaban los pocos kilómetros de la vía,
rodeados sin embargo de tanto verde en esa pequeña y joven ciudad. Tierra,
smock, polvo arrastrado por el agua a través de los cristales y mucho estrés, pero
entre todo ello, tan solo a unos metros, resaltando en medio de esa escena de
cine de los cincuenta estaba ella con su abrigo naranja y el cabello empapado, avancé
algo curioso por su imagen y me detuve muy cerca, sus enormes ojos se cruzaron
con los míos, sonreímos.
Después de dos semanas ya
se nos había dotado de todos los equipos y materiales necesarios, estábamos
inmersos en el trabajo cuando se sintió un estruendo, no hubo tiempo para nada,
una potente luz vino de arriba y de inmediato, trozos de la estructura del
techo quedaron suspendidos en el ambiente. Luego, oscuridad total.
Veinte
años después.
Un
temblor en plena madrugada ha despertado a Adriana, se dirige a la cocina donde
dejó la laptop la noche anterior, si mi madre estuviese despierta en este
instante, estaría escuchando un sermón respecto a “no dejar los artefactos enchufados”,
piensa. Un clic y ya está conectada, se abre una aplicación que no recuerda
haber instalado iniciándose una video llamada con interferencia en la imagen,
está preguntándose dónde demonios se ha metido mientras al otro lado de la
pantalla, un hombre envuelto en un traje blanco y con una escafandra que cubre
su cabeza, ha quedado atónito al ver el rostro de la muchacha, su piel canela,
tersa, los ojazos curiosos y el cabello completamente alborotado… reacciona,
tiene una ligera sospecha, la interferencia desaparece cuando Adriana hace
intentos desesperados por desconectarse de aquel chat extraño. La imagen se
estabiliza y aparece en la pantalla un muchacho de cabellos rojizos, hola, dice,
¿cómo luce tu horizonte esta mañana?, ¿eres nueva en el portal?, hace mucho
tiempo no hay nuevos. Sí, claro, sí…, responde ella con cierta perturbación al
recordar que apenas unos días antes lo había visto en la calle, ¿o acaso creyó
hacerlo? ¡Bienvenida!, dice el pelirrojo, ¿cómo debo llamarte?; Adriana. Se
produce una nueva interferencia. Es la hora del reporte del tiempo, dice el chiquillo,
¿de qué estación eres? ¿De qué estación?, interrumpe ella incrédula. Tienes que
identificarte, darme tu posición, ya sabes. Pueeees, estoy en mi casa, iba a
entrar al Facebook… ¡Facebook!, vuelve a interrumpir él aún más asombrado,
digitando casi compulsivamente uno de los varios ordenadores que tiene
alrededor, seleccionando expresiones y acoplándolas a la imagen digitalizada del
rostro que lucía treinta años antes. Luego de unos segundos aparece nuevamente el
pelirrojo, luce serio. Adriana, ¿podrías describir tu entorno?, mmm, pero sólo
datos generales ¿eh?, mi madre me tiene podrida con eso de que no se debe dar
información a través de la red, ya sabes, por el tema de la delincuencia, estoy
en la cocina, no amanece todavía, espera, voy a encender el televisor. Al
escuchar la última palabra el pulso del sujeto se acelera mientras ella continúa,
sí, ya sé, me lo han dicho muchas veces, que no deberíamos ver televisión en el
comedor, que las comidas son sagradas… ¿Podrías mostrarme tu televisor?, solicita
él. Claro, quiero saber la magnitud de este temblor extraño, responde girando
la PC. Al otro lado de la pantalla el pelirrojo comienza a tomar notas.
Qué
bueno conocerte Adriana, soy el agente de búsqueda 400… que nick tan largo, dice
la joven sonriendo. Puedes llamarme AB400, háblame de ti, cuál es tu plan para
el día… ¿plan para el día? Ja, no tengo ninguno, no me digas que tú sí, pues,
tengo veintidós y estoy en la universidad, ¿en qué ciudad estás tú?... ¿Qué estudias?,
interrumpe él. Economía, ¿tú también estás en la universidad?, te ves más o
menos como yo, ¿cuántos años tienes misterioso AB400? Pero él no contesta su
pregunta, hace mucho no veía un rostro como el tuyo, dice. ¿Como el mío?, lindo
dirás, responde ella con coquetería; sí, es lindo tu rostro, tu piel uniforme, tu
mirada chispeante, ¿puedo pedirte que no te desconectes?, me siento feliz de
haberte encontrado. El corazón de Adriana se alborota, le gusto, piensa, se
inquieta, sonríe y en tono quedo, responde, yo tampoco pienso alejarme mucho de
aquí, solo voy a darme un baño, hasta dentro de una hora AB400.
Desperté gritando sin
entender por qué me ardía la piel. Una sensación candente me ahogaba, quise
tocarme la cara y al hacerlo vi mis manos llenas de quemaduras. Los quejidos de
dolor inundaban el ambiente, algunos médicos nos colocaron en camillas y nos aislaron,
solo esta área ha sido dañada, dijeron, podemos salvarlos.
Un grupo de ingenieros comenzaba
a revisar los daños, el refugio había sido construido a muchos metros bajo
tierra, pero el material con que debió sellarse la estructura era de mala
calidad, concluyeron; el responsable sin embargo, el ingeniero Márquez, estaba
aquí, quién sabe por qué, sus heridas no eran graves pero se encontraba anímicamente
destrozado al ver la consecuencia de sus decisiones, se resistía a cualquier
tratamiento, decía que no lo merecía… ¡La radio! Enciendan la radio, dijo
alguien, las novedades del exterior eran aún más confusas, todo partió de un
error de cálculo decían, un error que ha desatado la guerra. Desconcierto,
confusión, si alguien hubiese querido graficar estos conceptos hubiese bastado
con ver el rostro de la gente esa mañana en que las noticias destruyeron sus
vidas rutinarias llevándolas hasta el límite de la angustia.
La
ciudad despierta, la gente camina apurada sin sospechar que quedan días contados
para ver el sol que apenas asoma esa mañana de marzo. En ese preciso instante, desde
su departamento en la ciudad, Gonzalo Márquez, encargado por el gobierno para culminar
con las obras de recubrimiento, recibe una llamada: Ingeniero Márquez, todo está
listo para la inspección… ¿tan pronto?... no se preocupe ingeniero, el material
que hemos conseguido para sellar el refugio es muy parecido al que se había
especificado, claro, no es tan resistente pero es barato, además, este reconocimiento
es solo para usted, nadie tiene por qué enterarse de los “arreglitos” que se
han hecho. Un copioso sudor comienza a resbalar por la frente de Gonzalo, señor
Gómez, si se pudiera reforzar un poco… ya pues ingeniero, no se me va a poner
usted con exquisiteces, el trato fue muy claro, la gente del gobierno está
paranoica, el conflicto lleva años en el mismo punto y no ha pasado nada, no
vamos a ser tan “suertudos” que ocurra algo justo ahora, y si sucediera, van a
estar bajo tierra así que nadie le va a poder reclamar nada, mire, le doy una
buena noticia para que se ponga contento, ya se hizo el depósito a su cuenta,
relájese y disfrute mientras pueda. Señor Gómez, insiste Márquez, pero la
comunicación se corta, respira hondo, ya no hay nada que hacer, se sirve un
café cargado para controlar el cansancio pues no ha podido dormir bien desde
que decidió acceder a la sugerencia del contratista que se haría cargo de la
obra.
Han
pasado diez minutos de la charla entre Adriana y AB400, desde un espacio
alterno, en una zona perfectamente esterilizada con sensores de calor que abren
los compartimentos sellados ante su paso, él contempla la secuencia de imágenes
en las pantallas que limitan el ambiente a modo de paredes, varios individuos despliegan
formulas referidas a la tecnología de los aparatos, otros seleccionan retazos
de la proyección como si intentaran recrear una historia y uno contempla embelesado
la oscuridad, a través de la ventana, apenas iluminada por un rabito de luna.
Ya
es de mañana, Adriana toma un duchazo frío, cepilla su abundante cabello, ensaya
varias sonrisas frente al espejo y más veloz que un rayo va a sentarse frente a
la laptop. Un clic, piensa, bendito clic que me lleva al lugar deseado. Allí
está él esperándola, y ¿Qué es de la vida de AB399, 398 y todos los
anteriores?, dice intentando bromear. Ellos continúan con su labor de búsqueda,
responde él con tono serio, este día ha sido afortunado, agrega, no tienes idea
de lo que significa para mí haberte encontrado.
La
voz del muchacho no corresponde a su edad pero Adriana lo atribuye a un intento
de romanticismo, aún no te cambias, dice ¿no tienes clases hoy? Se produce un silencio
incómodo, que tonta soy, piensa, qué me importa si se cambió o no, en ese
momento, tras una nueva interferencia, aparece él con un atuendo distinto y el
cabello mojado, ¿ya te bañaste?, vaya que batiste un record. Las respuestas no son
inmediatas, cada intervención del muchacho es precedida por una interferencia, pero
ella no lo nota, su juventud no le permite analizar las cosas que a los demás
pudieran resultarle extrañas. Al otro lado de la pantalla, AB400 escoge de una
serie de imágenes codificadas, la que hace juego con cada respuesta: el
pelirrojo asombrado, recién bañado; lleva el rostro cubierto, como todos en
aquella dimensión que por un antojo del tiempo se ha conectado con el pasado.
En
sus conversaciones, él insiste en saber respecto al entorno de Adriana, ella en
cambio, quiere saber más del muchacho, por qué no responde sus preguntas, por
qué se siente tan atraída y por qué la voz de AB400 va tornándose cada vez más
nostálgica. Mientras tanto las noticias hablan de negociaciones a nivel
internacional que fallan y la amenaza que permanecía latente parece tener
cabida en aquella sociedad donde se materializan los más sórdidos instintos
humanos.
Ha
pasado casi un mes desde que AB400 se conectara con Adriana, luego de cada
charla, una junta de científicos lo entrevista, le entrega un cuestionario y la
lista de tareas que debe encargar a la chica de la forma más sutil para que no sospeche
nada, pero cada encuentro se hace más difícil. Ella desea conocerlo
personalmente, él quiere decirle la verdad, cada mañana, antes de conectarse se
quita la escafandra, observa su rostro deformado por la falta de piel, y por
los injertos que le han implantado en gran parte del cuerpo, el dolor sigue
siendo muy fuerte a pesar de los analgésicos, pero ella se ha convertido en un
bálsamo, acaricia la imagen de la muchacha congelada en la pantalla… jamás podrá
hacerlo, debe guardar silencio.
Las
charlas giran en torno a los gustos y confesiones de la joven, sí, porque él
responde cada pregunta con una nueva interrogante. De pronto ella le habla del
concurso de pintura al que asistió, de una cita que se le quedó grabada al leer
un libro, de la ansiedad que le produjo no encontrarlo durante la tarde cuando
intentó conectarse… ¿estás molesta conmigo?, pregunta él al notarla triste… no
tengo por qué, debes haber tenido algo importante que hacer para no conectarte…
él calla, se siente impotente, ¿quieres saber qué estuve haciendo? bueno,
estuve en una sesión de láser para tratar las quemaduras que tengo por toda la
cara, ¿te parece importante?, piensa con una mueca de tristeza… solo estuve
ocupado, dice, ¿estás celosa?... no tendría por qué estarlo, solo somos amigos.
Pues yo si estaría celoso si estuvieses ocupando tu tiempo con alguien más. La
joven lo escucha y su respiración comienza a agolparse en la garganta, ¿y por qué
sería eso?, pregunta casi en un susurro y él responde con la voz quebrada: lo
que no digo, es lo que callas, ¿acaso no es obvio?... ¡no!, no es obvio, te he
dicho para conocernos pero siempre me das evasivas. Es que no es posible Adriana,
hay algo que no sabes de mí… ¿algo? No sé absolutamente nada de ti.
Se
produce una nueva interferencia, una muy larga, ¿por qué no pudiste quedarte
callado?, se reprocha AB400, retira la escafandra de la cabeza y ve su reflejo
en la pantalla, si pudieras verme, piensa, si pudiera cambiar el pasado... intenta
reponerse. ¿Harías algo por mí sin hacer preguntas?... luego de un silencio
largo ella acepta. Descríbeme el cielo, ¿cómo se ve hoy?... mmm está algo
nublado, mejor te cuento como se veía ayer que fui a la playa… sí, haz eso.
Bueno, el mar estaba picado, me senté en la arena, tenías que haber visto al
sol escondiéndose, los colores del cielo que iban cambiando, naranjas, rojos, y
luego… ¿estás escuchándome? Sí, claro que sí, estaba imaginándome a tu lado; me
hubiera gustado que estuvieras conmigo, dice ella en tono de reproche. Él se
deja llevar por las palabras de la muchacha y por su propio sentimiento que ya
no puede ocultar, Adriana, dime, ¿te imaginas como sería la vida sin poder
contemplar ese atardecer jamás? ¿Por qué me preguntas eso?, sin preguntas ¿recuerdas?
Es que es difícil… ok, si supiera que eso fuese a ocurrir, lo único que quisiera
es verte, aunque solo fuera una vez. ¿Me dices la fecha por favor? Interrumpe
él. Hoy es 25 de marzo… sí, pero de qué año, insiste el chico… no me digas que
no sabes en qué año estamos… me prometiste no hacer preguntas. Ella calla, está
completamente confundida.
Tengo
algo muy importante que decirte, continúa AB400, va a sonar absurdo, increíble,
pero prométeme no solo que vas a creerme sino que vas a hacer lo que te pida. Me
estás asustando, dice la joven… escúchame por favor, por alguna razón que no
logro comprender nos hemos conectado ¿Qué es lo que no logras entender?, interroga
ella. Estoy viviendo en el año 2024, falta poco para que estalle un conflicto
en tu tiempo. Espera, qué dices, ¿2024?, estás loco; por favor Adriana, créeme,
voy a darte una prueba pero debes escucharme, en el lapso de unos días los
países que están sometidos al control de armas nucleares van a intensificar sus
ensayos y uno de esos ensayos va a desatar una guerra. ¿De qué estás hablando?,
responde la joven mientras el corazón se le alborota en el pecho y un latido
comienza a azotar sus sienes… Adriana, tienes que prestar atención a lo que
estoy diciendo, fue un error de cálculo que tomaron como una ofensiva, a partir
de ese momento todo se vuelve confusión y caos, en tu país el gobierno viene
construyendo refugios, es un proyecto secreto… En ese instante se produce una interferencia
más larga que las anteriores.
Adriana
está aterrada, no cree lo que ha escuchado pero quiere saber más, la
comunicación vuelve. Aún estamos en el refugio, dice él con tristeza, al
comienzo logramos sobrevivir con las provisiones, pero luego de un tiempo los
ingenieros crearon invernaderos para producir alimentos… ¿quieres decir que
estás aquí?, ¿dónde?... no estoy en tu tiempo Adriana, estoy en el año 2,024, si
fueses ahora mismo, solo encontrarías el lugar construyéndose… 2,024, tantos
años encerrados, ¿cómo viven?, interrumpe ella incrédula… había suficientes
recursos, continúa AB400, se dotó al refugio de todo lo necesario para una
larga sobrevivencia y desarrollo de tecnología, aunque ahora todo es escaso,
los líquidos son tratados y purificados hasta obtener el agua que necesitamos,
hemos aprendido a vivir con cantidades mínimas de oxígeno. Logramos
contactarnos con los pocos que pudieron escapar por miedo a un desastre mayor, desde
entonces me convertí en agente de búsqueda, he conseguido contactar a muchos
sobrevivientes a través de este portal, nos comunicamos por satélite, no todo
se destruyó Adriana, por eso necesito que te marches, huye de tu ciudad,
sobrevive, la tierra está sanando, aun mantenemos la esperanza de volver a
vivir como antes.
En ese instante el rostro del pelirrojo
desaparece y se muestra un ambiente del refugio en la pantalla, un lugar
extraño y desconocido solo visto en las películas, ¿qué lugar es ese?, pregunta
sorprendida. En el monitor se ve a varios sujetos cubiertos de pies a cabeza
concentrados en los ordenadores, AB400 está de pie frente al ordenador. ¿Eres
tú? Pregunta ella con la voz quebrada, quiero verte, insiste mientras las
lágrimas se deslizan por sus mejillas; no, te horrorizarías, prefiero que me
recuerdes como me has visto hasta ahora, ya no queda mucho tiempo, tienes que
huir, protegerte, sobrevivir.
En
su oficina del centro, el ingeniero Márquez aún tiene un sabor amargo en la
boca, y no es producto de las seis tazas de café que ha tomado y que lo tienen
en estado permanente de sobresalto. Desde el inmenso ventanal contempla la
ciudad que parece haberse tragado sus sueños de adolescente, cuando participaba
en marchas pro cuidado ambiental, antes de que la vida lo orillara al límite de
la mediana moral de la gente con la que trata día tras día. Ingeniero Márquez,
interrumpe la secretaria, lo busca una señorita. Él voltea algo turbado, ¿quién
es?, ¿tiene cita? No, pero dice que es urgente, me ha rogado que la reciba, es
la señorita Adriana Loayza; ¡no!, ¡no!, ¡no!, responde, seguro es la
representante del ministerio, aún no se ha programado la inspección. No creo
que sea del ministerio, interrumpe la secretaria, es una muchachita, creo que
es estudiante. Bueno, responde él, yo le aviso. Ingresa al baño y queda
contemplando su imagen en el espejo: el rostro ancho, las cejas abundantes, el
cabello que comienza a pintar canas, las huellas de un acné persistente, se
aleja y asume su habitual postura, la del ganador. Ya todo está hecho, piensa.
En
la sala de espera, Adriana juega con un mechón de cabello enroscado en el dedo,
lo lleva a la boca, lo suelta, mira su reloj y luego la puerta de la oficina. Un
bolso de tela reposa sobre sus piernas, ¿qué voy a decirle?, piensa, va a creer
que estoy loca, ¿y si fuera mentira? Ha abierto una página en la Tablet: “El
ingeniero Gonzalo Márquez, reconocido como una de las personas más influyentes
en el mundo empresarial” Concentrada como está en la información de la web, no
nota cuando la puerta se abre. El ingeniero aparece en el umbral, y desde allí observa
con curiosidad el rostro grácil y sin maquillaje de la chiquilla, sus brazos
llenos de pulseras, las uñas pintadas de diferentes colores, una de las piernas
que ha quedado descubierta al colocar descuidadamente el bolso sobre ella, la
piel bronceada y tersa… ingeniero, no lo había visto, dice la secretaria, ¿me
llamó?
En
ese instante Adriana levanta la cabeza y al notar la mirada lasciva del hombre,
acomoda su vestido, es un viejo verde, piensa. Ingresa a la oficina e intenta
mostrar serenidad, debo hablarle de algo muy importante, dice. La escucho, responde
el ingeniero, el proyecto de construcción de refugios, es del proyecto que
quiero hablarle; el rostro del hombre se contrae en una mueca de incomodidad, ¿dónde
has escuchado eso?... lo sé todo, interrumpe ella, sé de sus tratos sucios…
mira mocosa, no sé de qué me estás hablando pero si has venido a acusarme de
algo, ya puedes salir por donde entraste, dice levantándose, y lleno de ira abre
la puerta indicándole la salida; el refugio no es seguro, usted lo sabe, va a
haber una desgracia. Qué sabes tú del refugio, reprocha Márquez completamente sorprendido…
entonces es cierto, dice Adriana; ¡Fuera de mi oficina!, ¡fuera! Y no se te
ocurra hablar con nadie de esto porque no sabes con quien te estás metiendo… yo
solo quiero que me lleve al refugio, pide la joven, falta poco tiempo, por
favor, lléveme.
Han
pasado tres días desde que Adriana confrontara al ingeniero Márquez, en un café
cercano a la oficina ha esperado pacientemente cada tarde, sabe a qué hora se
marcha, conoce su domicilio, sus rutinas. Los dos primeros días debe dar la
vuelta luego de verlo internarse en el tráfico de la metrópoli, pero al tercero,
un ojeroso Gonzalo Márquez sale de la oficina y a bordo de su camioneta se interna
en la vía rápida alejándose de la ciudad. Un pequeño auto lo sigue a una
distancia prudente.
Ha pasado mucho tiempo
desde que los ingenieros sellaran las estructuras dañadas, hoy desperté sin
dolor y al revisar mi rostro descubrí en una mezcla de alegría y confusión que
solo tengo cicatrices de quemaduras leves, ¡mis manos!, no las reconozco, puedo
contar uno a uno mis dedos que permanecían unidos por la piel chamuscada, no
entiendo qué pasa, tal vez estoy soñando aún, ¡la ceremonia!, ahora lo
recuerdo, cada año nos reunimos para examinar nuevamente las grabaciones de
aquel día fatal.
Estamos revisando las
cámaras, la visión apenas dura unos segundos, una luz muy fuerte llega desde el
techo cubriéndolo todo, pero… ¿qué está ocurriendo? He visto este video tantas
veces, ¿quién es esa muchacha?, jamás apareció en la grabación, abre
violentamente la puerta y se lanza sobre mí, cubriéndome con su cuerpo,
protegiéndome. Repaso nuevamente la imagen y unas lágrimas se agolpan en mi
garganta… es Adriana... es ella cambiándolo todo… si pudiera regresar el
tiempo… Adriana…
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