Cristina Navarrete
Atardecía en la ciudad, los tonos naranjas y rojizos
cubrían el cielo formando curiosas figuras, ella se dirigía a casa caminando
por el bulevar, sin dejar de admirar la magia que produce la luz al atravesar
las hojas de los árboles. Un hombre joven, de
estatura mediana, gafas oscuras y caminar elegante interrumpió su concentración.
—¡No lo puedo creer! —dijo emocionado— encontrarte
aquí después de tanto tiempo.
—Hola —respondió ella— sin mover un solo
músculo y se dispuso a continuar su camino.
La tomó del brazo, con un ademán se soltó y siguió
caminando; él en tono suplicante le dijo:
—¡Por favor Vero! Regálame treinta minutos de tu
tiempo, te invito a tomar algo y hablamos, ¿sí?
—Está bien —dijo un poco molesta— realmente tengo
curiosidad de saber que tienes que decir —acotó
sin inmutarse.
Caminaron en silencio. De pronto el olor a chocolate
con leche sumado al dulce aroma de
rosquillas frescas, los fue guiando a una acogedora cafetería. Colores vivos en
sus paredes, réplicas de conocidas obras de Andy Warhol, originales velas de
figuras abstractas en las mesas y una iluminación cálida y tenue se
complementaban en la decoración.
—¿Cómo olvidar este sitio?, parece que el destino no
termina de separarnos —murmuró Verónica para sí misma.
—¿Recuerdas este lugar? —preguntó Álvaro, mirándola
fijamente. Verónica asintió con la cabeza.
Cómo podía olvidarlo, si era su
escondite favorito. Durante los años universitarios fue un refugio para su
mente necesitada de descanso, donde pasaba largas horas leyendo, escribiendo
ensayos o conversando con sus amigos de sueños y revoluciones. Ella fue quien
lo llevó, la que lo introdujo en su mundo, sin darse cuenta de que él nunca
pertenecería a esa realidad. No había regresado desde su separación, estaba
lleno de recuerdos de aquel que ahora tenía que enfrentar.
—¿Cómo te va flaquita? ¿Qué has hecho de tu vida?,
sigo sin creerlo, estás igual de linda y de hippie como siempre, no has
cambiado nada mi ninfa, excepto por tu cabello, largo, ¡te queda perfecto!
—Qué te puedo decir… estoy bien, volví a pintar,
estoy trabajando en un proyecto muy interesante con comunidades indígenas. Y,
¿tú?
—Bueno, la verdad he pensado mucho en ti, en estos
días conseguí la beca para el posgrado en neuropediatría, y… debo viajar a México
este fin de mes.
—Te felicito, es lo que siempre quisiste, y lo
tienes.
—Vero, ya sé que no soy la mejor persona del mundo,
solo dame la oportunidad de compartir este momento contigo, tú fuiste quién me
apoyó y me motivó para lograrlo.
—Qué triste que me lo digas a mí, y no a quién
elegiste para ser tu esposa… a mis espaldas —dijo Verónica con tono irónico, esbozando una leve sonrisa.
Se hizo el silencio entre los dos, Álvaro no le
quitaba los ojos de encima, mientras Verónica tomaba un sorbo de chocolate
caliente, lo saboreaba lentamente, como si no hubiera dicho nada.
—¡Imagínate! Los mexicanos
dicen que por obsesivo me escogieron. Dime Vero, ¿lo soy? —exclamó tratando
de romper el incómodo silencio.
—¿Obsesivo? —dijo Verónica
frunciendo el ceño— creo que eres bastante metódico,
organizado y hasta perfeccionista, sin embargo no
me pareces del tipo obsesivo.
—¡Ay! Por favor, no me analices como psicóloga, ni
pongas delante tus teorías, no soy uno de tus pacientes, háblame claro, sin
tonterías, crudamente. ¿Quién soy para ti?
—Aunque no comprendo la
relevancia de mi opinión en tu vida… creería que la mayoría del tiempo
ni tú mismo sabes quién eres, es mucho más difícil para otras personas, pero sé
que te conozco un poco más —luego de un corto silencio— pienso que eres el
típico hijo único mimado y sobreprotegido… egoísta,
nada empático y profundamente mezquino.
—¡Eso! Dime… dime… que más.
—No te entiendo… ¡estás loco!, no sé si quieres
lavar tus culpas o te gusta auto flagelarte, pero no creo que sea momento para
hablar de esto.
—¡¿Qué te pasa?! ¿Dónde está mi novia? La de hace
cinco años, la impulsiva, la apasionada…
—Haber, haber —interrumpió Verónica con tono
molesto— como tú mismo lo dijiste, esta mujer fue tu novia hace más de cinco años…
hoy mis sentimientos son ajenos a ti, tú los mataste, no pienso revivirlos,
ellos me causaron mucho dolor, o debo recordarte que tú fuiste quién olvidó a
esa novia, para engañarme, mentirme y finalmente casarte con la señorita de
familia acomodada que tu mami quería; no la hippie apasionada y de cabellos
violeta que casi, casi te avergonzaba mostrar en los eventos tan “distinguidos”
de la élite de la salud.
—Por favor perdona, te he extrañado muchísimo, mi
vida es tan monótona sin ti, que hasta nuestras
peleas más fuertes y dolorosas me hacen falta, me siento incompleto y solo.
—Qué pena me da por ti, y
por ella. Por mi parte sigo viviendo la vida a mi manera, y no la voy a
cambiar… lo triste de todo esto es que sé a ciencia cierta que tú estás tan preocupado de las apariencias, de
complacer a tu madre y su tan respetable familia, que jamás serás feliz, ni
conmigo ni sin mí. En fin, creo que se me acabó el tiempo, me voy… a seguir con
mis tonterías, en mi mundo de tatuajes, cabellos coloridos, ropa sencilla y
gente apasionada. Buen viaje mi querido duende, ojalá la distancia te devuelva
el alma.
Sin dejar que Álvaro emitiera una sola palabra, tomó
sus cosas, se levantó violentamente y se alejó lo más rápido que le permitían
sus pies; mientras él, la miraba alejarse con la esperanza de que la vida que
eligió fuera una larga y tormentosa pesadilla, de la que pronto despertaría. No
la vio nunca más.
Me encantó!
ResponderEliminarMe encantó!
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