Frank Oviedo Carmona
Hace muchos años, en un reino,
existió un príncipe, delgado, espigado, atractivo, inteligente y de buen
corazón. Vivía en un castillo con sus
padres, su fiel amo de llaves y cuatro
criados. Este reino vivió en paz por
muchos años. El príncipe era admirado
por su bondad y servicio al pueblo;
instruía a los hombres en el trabajo y se preocupaba por transmitir las
buenas costumbres y tradiciones. Él no encontraba a la mujer de sus
sueños. A muchas princesas había conocido,
pero ninguna cumplía los requisitos de lealtad, sinceridad y corazón puro como
para compartir su vida con él.
Un día de primavera, cuando el sol
brillaba y alumbraba todo el territorio, el príncipe decidió salir a cabalgar.
En el camino conoció a una joven
princesa que se había perdido, él se presentó, le dijo que no temiera, que la
llevaría y la dejaría cerca de su hogar; ella aceptó. Se hicieron amigos, se frecuentaban y algunas
veces salían a cabalgar. Lo que no le gustaba al príncipe era que muchas veces
evadía preguntas sobre su familia. Pasado el tiempo se enamoraron, pero al
príncipe no se le veía alegre como antes. En el pueblo se murmuraba que su
novia lo tenía embrujado. Estuvieron juntos por unos meses. Había momentos,
pasada la media noche, en los que la princesa desaparecía y no se sabía a dónde
iba.
Un día, a media noche, el príncipe la vio salir del castillo
y esconderse detrás de una columna del patio, notó como su rostro comenzaba a
transformarse, su vestido se desgarraba y cambiaba de color, la nariz le crecía
y su mentón se alargaba; descubrió que ella, en realidad, era una bruja, por
esta razón se iba sin decir nada, ya que por más de doce horas no podía
permanecer con un disfraz de princesa.
Esta bruja venía de un reino lejano
que había arruinado mediante sus hechizos, pretendía hacer lo mismo con el del
príncipe. Desde niña tuvo el don de la magia y le gustaba el poder.
Al verla le increpó y echó del reino,
al parecer la bruja solo lo mantenía un poco sedado porque para casarse él
debía estar enamorado y no hay hechizo que funcione sin ello.
–¡Has logrado detenerme pero no te librarás de mi
hechizo! Yo quería ser la reina, apoderarme del castillo y matar a tus padres.
Todo lo has arruinado.
–¡Guardias, aprésenla!
Pero fue imposible detenerla. Antes de irse por su propia voluntad, la
bruja se vengó lanzándole un hechizo que lo transformó físicamente en una bestia.
El príncipe trató de detenerla subestimando su
poder; cuando se dio cuenta era muy tarde, no pudo hacer nada para revertir el
hechizo y cambiar su espantosa apariencia que lo hacía irreconocible.
La bruja le advirtió
que lo único que rompería el encantamiento sería que alguien se enamorara de él
tal como estaba; pero dudaba que eso sucediera.
El príncipe pasó los
años ocultándose en el castillo, solo salía a cazar, algunas veces pensaba que nadie sería capaz de amar a una
bestia tan horrible como él. A veces se sentía mejor y pensaba que quizás podía
encontrar un amor verdadero. Mientras tanto, decidió quedarse con su fiel amo
de llaves y dos criados para las labores domésticas. Les pidió a sus padres que fueran a otro
lugar a vivir porque no soportaba que lo vieran con su nueva apariencia; ellos
aceptaron debido a la insistencia de su hijo.
Cerca al
castillo, en un pueblo pequeño, vivía un mercader que todas
las mañanas salía a trabajar desde muy temprano hasta caer la noche ya que dos
de sus hijas eran exigentes.
La menor llamada Bella, era
considerada rara por el pueblo por su afición a la lectura; tenía un rostro dulce, blanca como
una porcelana, cabellera larga ensortijada color cobre y ojos verde esmeralda. Ella
era cortejada por un cazador llamado Gastón al que no soportaba, ya que era
vulgar y siempre estaba bebiendo; por ello, cuando él le propuso
matrimonio, lo rechazó. La segunda
hermana era flaca como una caña curvada, de nariz puntiaguda y ojos salidos. La
mayor, tenía la tez pálida de cabello largo
y negro; hacía esfuerzos constantes por bajar de peso pero como no podía, usaba
una faja que le ayudaban a colocarla sus dos hermanas para ceñirle la cintura. Por
más que las dos hermanas mayores se arreglaban y usaban los mejores atuendos,
no se veían atractivas. Quizás porque reflejaban la maldad. Cuando no estaba su
padre, ellas maltrataban a Bella, que debía hacer todos los quehaceres de la
casa, de lo contrario no le daban de comer y la amenazaban con llevarla al
sótano, una mazmorra de cemento cerca de un desagüe donde las ratas paseaban
como en su casa, ya antes la habían encerrado y Bella no quería volver a pasar por eso.
Cansada del maltrato huyó en
dirección al bosque, dejando una nota escondida en el velador de su padre
explicando la razón de su partida. Llevó consigo una capa color púrpura, una
bolsa de frutos del bosque y panes de maíz.
Bella caminó hasta que oscureció; en
el trayecto, se hizo múltiples arañones por las espinas de las flores y también
por tropezones y caídas; cuando ya no
pudo más, se recostó bajo un árbol y
durmió. Continuó así por varios días hasta que a lo lejos vio un castillo en
una colina; tenía una gruesa muralla y tres torreones en diferentes alturas,
quizás para divisar mejor lo que sucedía en el bosque. Estaba rodeado de
árboles; un sendero largo de tierra con desniveles, la condujo hasta un portón
con cerradura y manija color oro. Quiso pedir ayuda pero no logró hacerlo ya que fue vencida por el
cansancio y falta de líquido; cayó sobre las hierbas desmayada. En ese mismo instante la Bestia estaba saliendo
a cazar al bosque y se sorprendió al ver a Bella; se acercó y notó que estaba
inconsciente y con arañazos en todas partes del cuerpo. Trató de
reanimarla, pero en vista que no
respondía, la cargó e ingresó con ella a su castillo para hacerlo allí y curar sus heridas.
Bella se despertó asustada porque estaba en una
habitación que no reconocía; había una cama amplia con edredón turquesa y
grandes almohadas en tonos más bajos. Sobre la cama, había un dosel, que era
una especie de techo para sostener las cortinas que quizás para dormir se
cerraban. Ella estaba muda, quiso salir corriendo porque tenía miedo, pero
pensó que mejor era quedarse ya que nada podía ser peor que estar con sus
malvadas hermanas.
Minutos después entró a su habitación el amo de
llaves.
–Madame, mi señor vendrá en unos momentos, por
favor quédese recostada.
Bella nerviosa respondió con un movimiento de
cabeza en señal de aceptación.
De pronto oyó pisadas fuertes y vio una sombra
aproximarse a la puerta que estaba en frente de ella; no pudo creer lo que
vieron sus ojos. Un ser con orejas grandes, nariz de león, bigotes tipo gato,
pelo abundante, dorso delgado y en lugar de pies, tenía patas; estaba vestido
de saco gris que le llegaba a la rodilla y botones plateados.
Ella retrocedió hacia la cabecera de la cama
tratando de ocultarse.
–No tengas miedo, no te haré daño.
–¿Quién es usted? –preguntó asustada.
–Eso no es importante ahora, estabas desmayada,
deshidratada, con rasguños por todos lados, con el vestido rasgado y llena de
insectos por ello decidí traerte a mi castillo.
–Gracias por su ayuda señor, no sabré cómo
pagarle –seguía hablando con la voz temblorosa.
–No te preocupes por tus heridas, en unos
momentos no tendrás nada.
–¡Así! ¿Y cómo sanarán?
–Cuando bajes por las escaleras, observarás que
al final de ellas, hacia el lado izquierdo, hay una fuente de agua mágica; ahí lavarás tus heridas. Por cierto, en el
sofá, te he dejado un traje para que lo uses en la cena, que todos los días se
sirve a las siete de la noche.
–Como usted diga señor –tímidamente respondió.
La Bestia se retiró y Bella observó su
habitación, se levantó de la cama, se
sirvió un vaso con agua y se acercó a ver su vestido; era de color ocre
y largo, escote amplio y un collar con piedras del mismo tono del vestido.
Había también una flor para su cabello.
Ella salió unos minutos antes de la habitación
para dar una mirada al lugar y lavar sus heridas tal como le había dicho la
bestia; al abrir la puerta se quedó sorprendida por lo hermoso del castillo;
caminó unos metros y se encontró con una escalera en forma de media luna,
pasamanos amplios de bronce, piso de mármol, arañas de cristal con luces cálidas,
continuó bajando y al llegar al primer escalón, se percató que la esperaba el
amo de llaves parado al costado de un jarrón adornado con flores variadas, para
indicarle el lugar de la fuente, que estaba, junto a una pared de piedras
grises; a los costados tenía unas plantas de hojas largas que crecían a su
alrededor. Se sentó al borde y lavó sus heridas; ella quedó sorprendida que al
instante desaparecieron. Luego regreso a su habitación para ponerse su vestido.
A la hora de la cena, el amo de llaves la
condujo al comedor donde la esperaba un
banquete. Había alimentos de todo tipo;
carne asada, venado a la leña rodeado de hojas de parra, abundantes frutos del
bosque, arándanos, ciruelas, manzanas rojas y verdes puestas en fuente de tres
pisos. La mesa estaba adornada con candelabros de oro con velas blancas como la
nieve, cada cierto tramo tenía flores rojas y de lo alto colgaba un candelabro
de cristal celeste.
–Señor,
¿voy a cenar sola en esta inmensa mesa llena de exquisiteces?
–No deseo que veas cómo ingiero mis alimentos.
–Hay hombres que tienen un aspecto agradable y guardan
un corazón monstruoso.
La Bestia inesperadamente pidió a Bella que le
conceda la mano, sorprendida se negó y
le aclaró que nunca se casaría con él.
Ella se puso
de pie, le dio las buenas noches y se retiró de la sala.
Pasaron varios días y la Bestia con deseos de
disculparse, la llenó de regalos. Para cada cena, le entregó un vestido y
joyas; también le mostró un cuarto con los mejores libros del mundo para que se
entretuviera leyendo.
Los días pasaron y les dio confianza para
conversar con tranquilidad en cada cena que se encontraban.
–Te pido perdón por lo ocurrido hace unos días
en la cena, no debí pedirte matrimonio si recién te conozco.
–¿Por qué tiene tantas atenciones hacia mí, si sabe que nunca le voy a amar?
–El amor no es una pasión ciega, estoy orgulloso
de tener este sentimiento hacia ti Bella, de otorgarte mi amor puro, ¿quizás
algún día me correspondas?
Bella se quedó pensativa con una sonrisa.
–Con ese traje celeste, pareces venida del cielo, se siente tan bien
mirarte y estar cerca de ti.
–Gracias señor, me siento halagada con sus palabras –lo dijo pausada.
–¿Por qué motivo siento tu voz triste?
–Lo siento señor, no puedo evitar dejar de pensar en mi padre, no sé cómo
estará, solo quisiera que me permitieras
ir a verlo y le prometo que
volveré.
–¡Bella! Te amo, tengo miedo que te marches y nunca más vuelvas; yo moriría de dolor.
Ella lentamente se levantó del
asiento, se acercó y lo abrazó de la cintura apoyando su rostro en su pecho de
pelo suave como una seda, sorprendido él
tiernamente la abrazó; sus ojos le
brillaban como si quisiera llorar de emoción.
Ella le dijo:
–Cómo cree que voy a faltar a mi palabra y permitir que muera. Regresaré al
cabo de una semana.
–Anda, ve donde tu padre. Coge obsequios a tu gusto y llévale.
Se soltó lentamente de sus
brazos y se marchó de la habitación
pensando lo alegre que se pondrá su padre al verla.
Luego se puso a escoger
regalos, inclusive para sus hermanas. Con
ayuda del criado, ensilló un caballo, puso dos baúles con los obsequios, colgado
uno de cada lado; subió al caballo vestida con una capa con capucha color rojo
escarlata y emprendió el viaje.
Al
llegar a su casa, las hermanas la recibieron
y quedaron viendo lo elegante y hermosa que estaba. La segunda dijo que parecía una princesa, la mayor la hizo callar,
diciendo: No ves que trae abundante maquillaje, que no puede ni hablar porque
se le raja la cara; ambas rieron. La mayor mencionó con ironía que como la ropa debía costar una fortuna, con
seguridad la Bella cándida estaba con algún viejo rey.
Bella les
dio un abrazo a sus hermanas, ellas la hicieron pasar a la habitación de su padre
donde se encontraba gravemente enfermo sin querer hablar con nadie, salvo con
Bella.
Ella se
acercó, se recostó a un lado de la cama y acarició su rostro, pidiéndole perdón por haberse ido de esa forma
y que lo hizo porque ya no soportaba más maltrato por parte de sus hermanas,
pero que no importaba, ahora estaba junto a él y se quedaría unos días.
Su
padre al escuchar su voz comenzó a despertar.
–Bella, hija
mía. ¡Estás aquí! Pensé que no te volvería a ver.
–Padre, estoy
bien y feliz de verlo.
Luego le explicó todo lo que había pasado en el bosque y le dijo
que la Bestia era buena con ella, que la cuidaba y le traía obsequios cada día, a veces sentía como si
fuera un hombre de verdad y no una
bestia porque le decía lindas palabras. Aunque
había pasado por momentos de angustia debido al temor que sentía por su
aspecto.
–Padre, le pido
consejo; salí feliz de saber que te vería, pero al alejarme del castillo se
acongojó mi corazón y me puse triste de
dejar sola a la Bestia; me siento confundida.
Creo que me he enamorado.
–Hija, ya sé
de quién me hablas, la Bestia fue un príncipe querido y honrado por su pueblo
pero fue encantado, por eso tiene ese aspecto.
–¡No puede ser
padre, quién sería capaz de hacerle daño a un príncipe tan bueno como usted
dice!
–Eso ya no
importa hija, han pasado muchos años y nada se ha podido hacer para revertir el
encantamiento. Te aconsejo que actúes con cautela y según dicte tu corazón, si deseas
quedarte a vivir con la Bestia y lo amas, serás feliz; o si prefieres, puedes volver
a esta casa donde tus hermanas te seguirán maltratando. Perdóname tú por no
haberme dado cuenta; quiero que seas feliz, yo no estaré para disfrutar tu
felicidad, me queda poco tiempo.
–Padre no diga
eso, que se pondrá bien.
Tomó
de la mano a Bella y cerró los ojos.
Bella
lloró abrazando fuerte a su padre, llamando a sus hermanas. Le dio
un beso en la frente y salió de la habitación, rumbo a la sala.
El padre de Bella sabía que se podía revertir el
hechizo de la Bestia; y era con un amor verdadero, pero no podía decirle eso a
Bella, debía dejar que todo siga su rumbo. Él conocía el corazón de su amada
hija y sabía que estaba enamorada.
En
otro lugar del pueblo, Gastón motivado por sus amigos que ya se habían enterado
que Bella vivía con una Bestia en un castillo del bosque y que había venido a
ver a su padre; decidió armar un plan e ir en busca de ella. No permitiría que
un ser tan horrendo le quitara a quien sería su novia.
Bella
decidió regresar al castillo antes de lo previsto y decirle a la Bestia que lo amaba y que aceptaría ser su esposa;
por otro lado, aún seguía triste por la muerte de su padre.
Mientras
tanto, la Bestia se encontraba sentada en una de las torres de su castillo sin
probar alimentos, cuando de pronto vio llegar a Bella en su caballo, bajó rápidamente.
Bella entró corriendo y la Bestia ya se encontraba abajo.
–¡Señor!
¡Señor! Ya estoy aquí he vuelto –gritando lo decía.
–Pensé que no
volverías aun así te seguiría esperando.
–No diga eso
señor, jamás pensé que lo extrañaría, quiero decirle...
Cuando
Bella le iba a decir que lo amaba, Gastón, que la había seguido, gritó apuntándole con un arma: ¡No por mucho tiempo
estarás con la Bestia! Seguidamente, disparó; Bella gritó que no lo hiciera y
cubrió a la Bestia con su cuerpo.
Quedó herida de muerte.
Gastón
sin saber que hacer huyó con sus amigos.
–¡Nooo! ¡No te
mueras mi amada Bella! –la Bestia dio un grito que se escuchó en todo el reino.
Con
lágrimas en los ojos cargó a Bella que estaba completamente ensangrentada, la
llevó a la fuente de agua mágica y la sumergió por largo rato esperando que
Bella resucitara, hasta que se dio por vencido y se sentó a un costado de la
fuente, cabizbajo sin hacer nada. Cuando de pronto Bella comenzó a emerger de
la fuente, la Bestia la ayudó a salir y ella lo abrazó y le dijo:
–Te amo, quiero estar siempre a tu lado, no importa tu aspecto
–fuertemente lo abrazó.
Mientras lo decía, comenzó a
desprenderse partes de su cuerpo hasta que volvió a ser el bello príncipe.
–¡Bella, mi amada, tu amor sincero me ha
liberado! Contigo mi pasado quedo atrás, ¿aceptas casarte conmigo?
Bella lo miró a los ojos, observó que la Bestia
ya no existía, en su lugar se encontraba un espigado príncipe de ojos azules.
–¡Sí!, claro que sí, acepto.
Se abrazaron largo rato.
El reino volvió a tener paz. Tuvieron
tres hijos y fueron felices para siempre.
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