Frank Oviedo Carmona
Después de diez
años de matrimonio y con un hijo de ocho años llamado John, Marlene decidió separarse de su esposo Robert.
Ellos vivían en una casa con techo a dos
aguas color ocre, con ventanas de madera pintadas de amarillo y rodeada de
árboles que pasaban la altura de la casa. A unos
metros de ella, se encontraba una cochera para dos autos y un pequeño
taller. Para llegar, debías subir tres escalones largos hasta
encontrar una puerta del mismo color de la casa. Robert era un excelente corredor de autos y buen esposo,
pero las constantes reuniones y el exceso de alcohol fueron cambiando su carácter,
volviéndolo agresivo. Comenzó a salir con otras mujeres y a despreocuparse de
su hijo; estos factores llevaron a Marlene a tomar la decisión definitiva. En varias
oportunidades trataron de sacar adelante su matrimonio, diciendo que lo hacían
por John que estaba pequeño y necesitaba una familia que lo apoye, sin
lograrlo. Ella intentó mantener una buena relación con Robert,
para que no afectara tanto a John y pudiera llevar una vida sana; por ello, los fines de semana, iban al cine, a jugar al parque y en algunos
casos a ver carreras de autos, que al padre de John le encantaba. Los primeros
meses Robert participó de todas las actividades planeadas, después ya no lo hizo, se quedaba dormido
porque había tomado hasta embriagarse.
Pasó
un año hasta que Marlene decidió irse a vivir a otro lugar con su hijo. Esta
separación afectó a John quien comenzó a tener una mala conducta en la escuela,
a escaparse con los amigos, a llegar tarde a clases, a pelearse en los recreos
y a no cumplir con sus tareas. Fue expulsado de la escuela en tres
oportunidades por su pésima conducta.
Al
cumplir los diez y seis años, John seguía en peleas. Un día viernes salió de
casa rumbo a sus clases y no regresó hasta el lunes todo sucio sin decir dónde
había estado. Su madre lo había buscado por todas partes sin tener noticas, él
solo dijo que había estado en la casa de unos amigos viendo un campeonato de
carreras de auto en la televisión. Su
mamá lo castigó, sin dejarlo salir por varios días.
De esta manera, estuvo tranquilo unos meses, hasta que un día
robó un auto con el que chocó y quedó mal herido. Marlene no soportó más y
llamó por teléfono a Robert que, para ese entonces, ya había sentado cabeza. Tenía
un taller de mecánica, vivía solo y no tomaba porque estuvo en un grupo de
apoyo en Alcohólicos Anónimos. Era un hombre solitario y triste. A pesar de todo su pasado, amaba a su hijo,
pero no tenía cara para acercase a él.
–Ya
no soporto a tu hijo, lo he cambiado de escuelas por su mala conducta, y lo
último que ha hecho me llena de temor, llévatelo por favor para que trabaje en
tu taller –le dijo Marlene muy acalorada.
–Sabes
bien que no puedo, yo trabajo todo el día y mi departamento es chico –dijo
Robert.
–Por
eso, que trabaje contigo, haz de padre siquiera una vez en tu vida, ya que
nunca te dedicaste a tu hijo –le reclamaba Marlene.
–¡Cómo voy a hablar con él, si no lo he visto en
años! –exclamó.
–No
me importa, te voy a comunicar con tu hijo –insistió.
John,
aún estaba recuperándose de los golpes, que por cierto no fueron graves, pero pudieron
serlo.
–¡John!,
tu padre quiere hablar contigo y más te vale que lo hagas.
–¡Mi
padre! ¿Y qué quiere? Yo no deseo hablar con ese tipo –respondió John.
–Tendrás
que hacerlo, quiero que te vayas a vivir con él y trabajes en su taller a ver
si te compones –objetó la madre.
–¡Irme
con él! ¡Estás loca mamá! Años que no lo veo y tampoco quiero hacerlo –dijo.
–No
empeores las cosas hijo, habla con tu papá por favor.
John asintió con un movimiento de cabeza.
–¿Qué
quieres? –le preguntó de mala gana.
–Hijo,
hijo, no sé qué decirte, tu madre está muy preocupada por toda esta situación
–dijo Robert con la voz temblorosa.
–¡Y
desde cuándo a ti te preocupa mi madre! –exclamó.
–Siempre
me han preocupado ustedes –respondió.
Para
esto John ya había cortado la comunicación tirando el teléfono y volviéndose a
recostar en su cama.
Marlene
lo observó con el rostro triste y pasando la saliva, luego se recuperó.
–En
unos días vas a estar bien, te iras a
vivir con tu padre por un tiempo y trabajaras en su taller. De lo que ganes, compraras tus alimentos,
porque a tu padre no creo que le alcance y no se hable más.
–Por
favor mamá no me mandes donde él, no me hagas esto, lo odio, nunca se dedicó a nosotros, perdóname
te prometo que me portaré bien –lo dijo con lágrimas en los ojos.
Marlene
estaba con el rostro desencajado y tembloroso de dolor, aun así debía
permanecer firme en su palabra, porque sabía que su decisión
era la correcta y ayudaría a su hijo. Se dio media vuelta dándole la espalda y continuó.
–Lo
siento hijo, la decisión está tomada y
no daré marcha atrás –lo dijo conteniéndo la respiración para que no notara el
dolor que le causaba el decirlo.
John,
no creía lo que estaba sucediendo y se echó a llorar dando golpes en el piso de
su cuarto.
Al
llegar Robert en su auto de carrera un poco viejo pero cuidado, encontró a John
sentado con su mamá en las escaleras ubicadas en la parte exterior de la casa.
Él
se levantó, la abrazó y le susurró al
oído que no dejara de llamarlo. Asimismo, le pidió perdón por haberla hecho sufrir.
Ella
se soltó y le dijo que lo amaba y con el tiempo se daría cuenta que era lo mejor.
John
avanzó despacio hacia el auto conteniendo las lágrimas. Se detuvo; quiso
voltear y responder cuando su mamá le dijo que lo llamaría pero no lo hizo, así
que levantó la mano en señal de
afirmación y subió al auto.
Por
unos largos minutos John no dijo palabra alguna a lo que su papá le conversaba
o hablaba.
–Hijo,
no pretendo que me hables o me digas padre pero al menos responde con un sí o no
cuando te pregunto algo.
–Entendido.
Al
llegar a su casa, Robert le señaló donde dormiría y los horarios en los que
trabajaría en el taller. También, que lo
llevaría a la escuela y recogería. John solo movió la cabeza en señal
de aceptación. Pasaron los días y ambos se
adecuaron a la nueva rutina, John hizo
nuevos amigos en la escuela, ya no peleaba porque se sentía a gusto en el
taller, tenía la misma pasión que su padre, quizás se dedicaría a correr autos o a alta mecánica automotriz.
Robert
recogió a John de la escuela, al inicio a ambos les costaba comunicarse, por
unos minutos el ambiente se ponía tenso hasta que uno de ellos, que siempre era
el padre, tomaba la iniciativa de decir algo.
–Nunca
me perdonaré el daño que les hice, sobre
todo a ti hijo. El alcohol me volvió ciego e
hizo que perdiera todo, mi familia,
dinero, amigos, todo lo perdí.
–¡Vas
a empezar a ponerte dramático! No me importa lo que te haya pasado, a mí no me
vas a conmover, nada más estoy a aquí porque mi madre me ha mandado y será por
poco tiempo.
Robert lo miró
y siguió manejando.
En
ese preciso instante, su madre Marlene se encontraba sentada en el sofá
reclinable, de cuero marrón mirando por la ventana tomando un balón de John, preguntándose
cómo la estaría pasando con su padre. Ella estaba segura que llegarían a
entenderse, su corazón de madre no la engañaba.
Sabía que John amaba a su padre, pero aún tenía mucho resentimiento.
–¿Por
qué nunca me llamaste? –preguntó John.
–Tenía vergüenza, no sabía qué decirte –le
respondió.
–Pero, aunque sea una vez me
hubieras llamado, una sola vez papá, me hubiera hecho bien, no imaginas cuánto te
necesité, me sentía mal, no entendía lo que sucedía, y tú, nos abandonaste, mamá estaba estresada
y yo la puse peor con mi conducta –luego de reclamarle, John se secó las
lágrimas.
–Quiero
demostrarte que he cambiado, ojalá aún pueda hacer algo para remediar el mal
que les hice. Por ahora te propongo inscribirte en una carrera de autos, tu madre me ha dicho que te gustan,
pero que no se me vaya a ocurrir ponerte en una, ¿aceptas? –preguntó.
–¡De
verdad! ¡Me ayudarías! –exclamó.
–Claro
que sí, no es una carrera de gran importancia pero ahí decidirás si te gusta tanto
como dices. Tengo el auto, hay que
repararlo.
Cuando llegaron a casa, el teléfono estaba
sonando, así que John se apuró para responder.
–¡Aló!
–Hola
hijo. ¿Cómo estás?
–Mamá
te extraño, perdóname por favor, nunca quise portarme mal y menos hacerte daño
–le manifestó con la voz entrecortada.
–¿Cómo se está portando tu padre contigo? –le
preguntó.
–Me
cuida mucho; me ha contado todo lo que ha sufrido por el alcohol.
–¡Pero
eso tú ya lo sabías hijo!
–Sí
mamá, cuando me lo contó, me dio
tristeza verlo así, sentí que le dolía y le grité que no me importaba porque aún siento
cólera y la verdad es que creo que no lo odio.
–Tómalo
con calma, sigue trabajando y estudiando, me alegra que me hables de lo que
sientes, sé que vas por buen camino, te amo.
–Adiós mamá, no dejes de llamarme.
Robert
se organizó con su hijo para dejar el auto en óptimas condiciones; debían
arreglar el motor, cambiar neumático y afinarlo. Todo eso les tomaría unos tres
días; tendrían tiempo de sobra para
practicar la distancia y ver los últimos detalles.
Al
quedar listo el auto, Robert sugirió practicar donde él lo había hecho en sus
inicios.
–¡De
verdad papá me llevarías donde tu
practicaste! – exclamó con los ojos que le brillaban de la emoción.
–Claro
que sí hijo, nada me haría más feliz que enseñarte mi pasión.
Todo
el fin de semana practicaron en pista asfaltada y sobre todo las curvas que a
veces le era problemático a John, pero con la ayuda de un ex campeón como su
padre, lo pudo resolver aunque con mucho esfuerzo.
Regresaron
a casa y luego de bañarse cenaron en la sala asado de res, vegetales, camote al horno y té de frutos del
bosque. Sentados en un sofá de color ocre con cojines negros miraban
televisión. Se les veía felices,
sonreían en algunos momentos cuando algo cómico sucedía en la película.
Luego
de cenar, Robert se paró para entregarle un álbum, antes bajó el volumen del
televisor.
–¡Mira
esas fotos, quizás te resulten familiares!
John
comenzó a revisar el álbum y vio que las fotos eran de él, se quedó
sorprendido.
–¡Papá soy yo con mi mamá saliendo del cine! ¡Y esta
otra! Cuando fui a la fiesta infantil de Luis, hice pataleta porque no quería
ir, luego mi mami me convenció comprándome un helado. ¿Cómo las tomaste sin que
te viéramos? –sorprendido preguntó.
–Lo
hacía cuando estaba sobrio, o mandaba a
un amigo.
Ambos
se abrazaron y John le dijo que estaba feliz de estar a su lado.
Llegó
el día de la carrera John estaba nervioso pero tenía a su padre que le daba confianza
y calmaba. Ya había conversado con su
madre porque no quiso ocultárselo; ella se opuso, hasta que después de hablar
largo rato, pudo convencerla.
La
carrera sería muy reñida pues uno de sus
amigos tenía un excelente carro. Su padre, también corredor de autos, era
adinerado, pero él no era bueno
conduciendo. Robert había sugerido a
John que no tenga temor por tremendo auto y que haga lo que habían practicado, y así
lo hizo. John ganó la carrera,
fue cargado en hombros por su padre y amigos, durante el camino fue aplaudido hasta que
después de mucha algarabía se fueron a casa a darle la noticia su mamá.
Estando
en el auto, John le dijo a su papá que nunca pensó ser tan feliz, que
estudiaría mecánica automotriz; le gustaban las carreras pero se había dado
cuenta, mientras estaba en el taller,
que ahí sentía una emoción diferente.
Robert
contento aceptó la idea de su hijo, ya que él, en el fondo no deseaba que sea
corredor.
La vida enseña muchas cosas au´n cuando no lo esperamos.
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