María Elena Rodríguez
Esa mañana su
familia cambió de actitud, y él en su interior percibió lo que vendría más adelante; el abandono, sí,
el abandono; lo sintió principalmente en
el comportamiento de Soraya, su esposa; el momento mismo en que se ratificó la sentencia,
ella ni lo miró…
…lo siento Julio, llegamos ya demasiado
lejos, ya no puedo más, yo tengo mi vida, no tienes nada que reprocharme, al
contrario, yo me reprocho a mí misma, me reprocho haber aguantado tanto, no es
mi vida esta, yo no pedí esto… lo siento… lo siento… no puedo más…
Había estado preso ya cuatro meses, los cuales fueron un infierno para toda la
familia; se esperaba que con las
apelaciones y todos esos enredos judiciales su suerte final cambie, pero nada de eso resultó, no pudo librarse del
cargo que se le imputaba como cómplice en el
tráfico de drogas “al menudeo”.
…el implicado Julio
María Saldaña Cruz, deberá permanecer dos años en el Centro de Detención
Permanente. La sentencia acusatoria final tomará en cuenta los cuatro meses de
reclusión dentro del proceso judicial
mientras no había sentencia, por lo tanto…
Terminada la
audiencia, vino un silencio que
selló la suerte del acusado, la atmósfera de la sala se volvió
densa y pesada. Julio fue esposado y
conducido en un patrullero rumbo a la cárcel; Soraya, Samuel y Julio Alberto,
sus dos hijos, lo seguirían aparte para dejarle algunas pertenencias, dinero y despedirse.
Julio iba en el
asiento posterior de un viejo y maltratado vehículo junto a tres
policías, uno de ellos le brindó un cigarrillo pero él lo rechazó. Para llegar
al Centro de Detención Permanente debían pasar por un sector marginal de la ciudad.
Era la ciudad vieja, la ciudad antigua que Julio recordaba, pero como fue en otra época, cuando era niño y
de la mano de su madre paseaba por esas calles. Ahora estaba atestada de mendigos,
prostitutas, traficantes, vendedores ambulantes y música estridente que salía
de varios locales.
—¡Cierra la ventana,
este lugar apesta a muertos!— dijo el jefe de los policías.
—No mi teniente,
mejor que esté abierta la ventana, ayer vomitó un detenido, estaba medio borracho— le
contestó el policía que iba junto a Julio.
Julio miró que en su
asiento quedaban restos muy frescos de lo que seguramente había sido el vómito, pero no reaccionó, estaba como paralizado y ausente, él mismo no
entendía esa sensación. ¿Qué tenía él de diferente con ese borracho de “malos
modales”?, nada. Iban a compartir exactamente el mismo techo, la misma
atmósfera de un lugar siniestro e insalubre. Luego dejó de divagar para pedirle al conductor que prenda la radio y
empezó a bromear con ellos sobre los equipos de futbol local. Ese vehículo viejo, de asientos roídos, de
una radio superpuesta, seguro que la
original había sido arrancada, era la
estética propia del lupanar que les rodeaba.
Llamó su atención ver que del
retrovisor colgaban unas esposas de juguete color rosado junto con un crucifico muy original,
el Cristo flagelado llevaba una gorrita de navideña.
¡Que
tiempos aquellos cuando manejaba mi Mustang último modelo!
Al llegar a la
cárcel se encontró con su familia, las
conversaciones fueron mínimas, lo mismo había sucedido los meses anteriores; el
ambiente era frío y lúgubre, con un
particular olor a rancio que solamente
invitaba a salir de ahí lo más pronto posible; la tensa calma solo avizoraba la
llegada de los abrazos definitivos.
Soraya le entregó un
paquete de tarjetas telefónicas, le dijo que deben durarle por lo menos un mes.
Era claro que las visitas serían así desde hoy en adelante, cada mes, cada dos
meses y tal vez después nada, lo
presentía. Se sentía medio extraño, no tenía ánimo ni para el reclamo, ni para
el reproche, después de todo, era lo que siempre hizo con la familia, reprocharles,
acusarles, intimidarles, pero esta vez
Julio se entregó al silencio total.
Antes de ese fatídico
día, los cuatro meses anteriores de reclusión fueron momentos saturados de conflictos; los días de visita se volvieron dramas
interminables llenos de odio y escarnio, en más de una ocasión sus dos hijos dieron muestras de estar cansados y agobiados
de esa situación, mientras que Soraya, lo único que hacía era callar, aguantar con
paciencia que dejó de ser tal para convertirse en impávida inercia.
La despedida con Samuel,
el segundo hijo fue fría, él lo miró casi reprochándole, aún así no dejaron de
llenarse de lágrimas sus ojos, pero eso no
le impidió ver ante sí, una vaga estela
de recuerdos, donde pasaban imágenes de
momentos entrañables con su padre, y
luego esas mismas imágenes se volvieron hostiles cuando aparecía Julio borracho, Julio drogado, Julio tumbado
en la cama, Julio robando el dinero, Julio vendiendo los bienes de la familia;
demasiado para un hijo. La memoria de su vida fundamentalmente le hablaba
de eso, había rencor. Llegó el abrazo cansado, una última mirada y ni una sola palabra.
El adíos con Julio Alberto, el primer hijo fue más sentido
y entrañable. Cuando él nació, hace
veinte y cinco años, había bonanza en la familia, bonanza pero mucha inconciencia
y mucho derroche, fue su hijo mimado, además, llevaba su nombre. Julio Alberto no resistió y lloró como un niño, el abrazo de
los dos fue conmovedor. Finalmente quedaba Soraya, su frialdad le resultó
lacerante.
—Estaré aquí el sábado, espero no tener turno en el
hospital— le dijo.
Irá el sábado, lo
que quería decir que el jueves, día ordinario de visita no estaría ahí, tal
como estuvo los cuatro meses anteriores.
Llegando de madrugada para hacer fila, sometiéndose a malos tratos, a miradas
lascivas de los guías penitenciarios, a pasar coimas, y encima escuchar
reproches y reclamos de su esposo. Soraya
llegó a agobiarse de todo eso, y a sentir culpa hacia sus hijos por haberles
dado la vida que les dio junto a su padre; ahora, a pesar de que eran hombres hechos y derechos, quería protegerlos.
Ella era visitadora social en un hospital público, por sus años de
servicio tenía algunos beneficios traducidos en incrementos y bonificaciones salariales;
además de emprendedora como era, hacía
pasteles los fines de semana para venderlos, y distribuía también, por
catálogo, productos de belleza; dentro del sindicato de trabajadores tenía un
cargo directivo importante, lo cual hizo
que su red de clientela sea bastante amplia. Todo eso le sirvió para educar a
sus hijos, lucir siempre guapa y encima mantener a Julio. Nadie que le conocía
y apreciaba, entendía por qué ella aguantaba esa situación.
Llegó el abrazo de
despedida y con el la historia de su vida junto a Julio empezaba a volverse
sepia y borrosa, era claro que estaba decidida a dar otro color a su vida, tal
vez esa situación representaba su liberación.
Julio guapo, Julio tiene dinero, Julio no terminó
el colegio pero no importa, Julio tiene un negocio con su padre, Julio le mima,
Julio le ama, Julio le exhibe, Julio está borracho, Julio no puede mantener el
negocio, Julio está cansado de trabajar,
Julio quebró el negocio , Julio hace escándalo en las fiestas, Julio que
le gritaba, Julio exigente con la comida, Julio exigente en la cama, Julio,
Julio, Julio… ya no más… Julio... adiós.
Así se volvió la
vida con Julio luego que él no pudo administrar bien una ferretería de las
cuatro que tenía su padre. Soraya con el tiempo fue perdiendo espacio de
dignidad en la vida, en más de una ocasión se encontró sacándolo borracho de
algún bar, comprando pequeñas dosis de cocaína y entregándole su salario.
—Los problemas que
no te han dado tus hijos, te los ha dado el hombre ese— era lo que su madre le
decía reiteradamente.
Julio cayó preso
justamente por desocupado. Tenía la costumbre de ir dos o tres veces por semana
a un pequeño local de snacks que estaba a las afueras de dos colegios. Lo administraba
Joao, un venezolano farfulla, bastante bien parecido que tenía encantada a la
gente del lugar con sus habladurías. Su local, al ser muy concurrido, se volvió
un espacio de venta de drogas para adolescentes.
—Todo muy inocente— solía decir de forma cínica.
Julio fue cliente de
Joao, le proveía de pequeñas dosis de cocaína y a veces marihuana, él jamás fue
partícipe del negocio, sin embargo en el momento del operativo realizado por la
policía antinarcóticos, él figuraba como cómplice por su cercanía con el
venezolano.
El día que fue
aprehendido, fue una jornada normal en la casa de su familia. Soraya estaba en
el hospital, Samuel en la universidad y Julio Alberto en el trabajo, los dos hijos
aún vivían con sus padres. Julio como
siempre se quedó en la casa y luego fue al bar. No tuvieron noticias de él hasta
las cinco de la tarde cuando en el domicilio irrumpió violentamente la policía.
Destruyeron la puerta de entrada y empezaron a hacer una requisa, voltearon
todo, fue un hecho violento y traumático para ellos verse así, acosados como
delincuentes. El oficial encargado del
operativo comunicó a Soraya lo sucedido.
—Su esposo está en
el centro de detención, pasará a órdenes del juez competente, se le acusa de
tráfico de drogas.
A partir de ese día,
y los cuatro meses siguientes la vida a más de cambiarles totalmente se volvió insostenible.
El problema en esa familia siempre fue Julio, y al momento de recibir la sentencia, de
forma silenciosa cada uno tomó una
decisión respecto a él.
¡Vago
de mierda, tú deberías trabajar, no mi madre, eres un mantenido sinvergüenza!,
¡respétame que soy tu padre…
En más de una
ocasión sus hijos decidieron enfrentar a Julio. Cuando había discusiones
Soraya, haciendo hincapié en los “preceptos
familiares” inculcados a través de la educación católica que recibió,
estúpidamente decía que ella no podía desautorizar a su marido, que había que conservar la familia, así que
salía en defensa de él.
—¿Desautorizar? Estás
loca mamá, este infeliz debe largarse y dejarnos en paz.
Julio se quedó solo
y la sensación que le vino fue letal. Sintió como todo el cuerpo le dolía, como
antes; cuando siendo un niño de apenas
diez años su nana le abrazó con fuerza y le dijo al oído que su madre había
muerto y él no entendió nada; él era el
último hijo, el mimado, “el Julito bello”. Sin duda era ese mismo dolor, ese
vacío, ese grito ahogado contenido en el estómago, los hombres no lloran, y con
el que se acostumbró a vivir, hasta que apareció Soraya.
…Soraya,
Sorayita… abrázame, cuídame, no me dejes solo, tengo miedo…
Cuando todos se
fueron y se cerraron las puertas del penal, supo que nadie volvería por él. Sintió
que las piernas no iban a sostenerle, se arrimó junto a una pared húmeda y con salpicaduras de sangre,
para sentarse luego en el piso. Junto a
él pasó un preso que exhibía en su mejilla izquierda una costra enorme de la
que habían brotado restos pus, espontáneamente,
le ayudó a recoger las cosas que se le cayeron y le acompañó hasta su celda.
Julio estaba en un
pabellón especial, el de los narcotraficantes, lugar en el que tenían un status diferente en
relación a los llamados “presos comunes”,
un eufemismo que con el tiempo le pareció
absurdo y sin sentido; el hecho concreto es el encierro, en determinadas
circunstancias se puede tener mejores condiciones, acceder a mejor comida
—gracias a los familiares— pero a la final la angustia del encierro, siempre es la misma.
Durante las primeras
semanas estuvo silencioso, administrando bien sus pertenencias, pero
paralelamente en su mente iba fraguando una idea especial, ya no tenía nada que
perder, nada le importaba.
Las tardes de viernes, los ánimos están un poco
más distendidos en la cárcel, el fin de semana siempre proporciona a los reos una sensación de liviandad, aunque no por eso cesaban
los conflictos. En el pabellón número
tres, el que albergaba justamente a los “delincuentes
comunes”, estaba a pocos minutos de organizarse un partido de voleibol, Julio iría con el pretexto de hacer una
apuesta, a pesar de que era prohibido el paso de pabellón sin que medie una
autorización de los guías penitenciarios; el dinero no le importaba, lo que quería era
provocar conflicto, armar una bronca.
Llegado el momento,
fue caminando por los estrechos pasillos, en segundo plano se oían ya las voces
y los gritos de algarabía, se había
iniciado el juego. Julio como poseído por una fuerza
inexplicable, caminaba rápido por un oscuro callejón que le conduciría al patio central; de un
manotazo lanzó al piso un mugriento letrero colgado en la pared cuyas letras
borrosas decían:
“Solo
mi deseo de permanecer aquí me mantiene prisionero”.
Julio iba empujando
a cuanto recluso se le aparecía, un sonido estridente saturó en sus oídos, se metió en la misma cancha, uno de los
equipos estaba por ganar un importante punto y él arrebató la pelota, la
reacción fue brutal, una turba de reos se le fue encima.
…eso,
eso… sigue, patea, patea… no me duele, me voy a ir de aquí, patea, patea, mátame,
me estás ayudando, me voy de aquí, ¿hay algo mejor que esto?, claro, claro que
lo hay, esto es el infierno, patea, patea…patea, mátame, mátame…
Julio despertó
después de unas horas, fue tal el conflicto que, como siempre, una simple gresca degeneró en un
motín carcelario, hasta llegó la televisión, pero no permitieron su ingreso.
“Se comunica al reo
Saldaña Cruz Julio María, que por haber infringido las normas y reglamentos internos
penitenciarios, será recluido en la
celda cinco de castigo, donde deberá permanecer por el lapso de diez días…”
Dios
mío, porqué, por qué no me recibiste, quiero morirme, quiero morirme, nada me
detiene aquí, quiero morirme…mamá ¿dónde estás, mamá dónde estás?, no me
vuelvas a dejar, Soraya, Soraya mi linda Soraya, Soraya perdón, hijos perdón… perdón,
perdón… perdón
En el hospital general Soraya, algo silenciosa, no desmayó en
su energía y ritmo de trabajo, ese día particularmente, sintió algo extraño.
Estaba en la sala de emergencias haciendo entrevistas a familiares de pacientes,
se le entrecruzaban imágenes de dolor; los rostros de quienes eran atendidos, todos,
absolutamente todos representaban a Julio,
eran formas que la perseguían, no pudo
más con esa sensación, fue al baño, y luego de vomitar compulsivamente sufrió
un desmayo.
Definitivamente
Julio se había quedado solo y desamparado, como sabiendo lo que iba a suceder,
regaló todas las tarjetas para llamar por teléfono. Soraya le visitó dos veces
más no así sus hijos; con ella fueron
diálogos lacónicos, pausados; la segunda vez que lo vio estuvo solamente diez minutos. Poco
a poco para él los días de visita se tornaron indiferentes. Acostumbrándose
como estaba, tuvo un acercamiento con Nelsy, la trabajadora social, tal vez le
recordaba un poco a Soraya, en su oficina encontró enmarcado un texto que
su esposa siempre repetía para hablar de
su trabajo:
“El Trabajo Social , es
una profesión comprometida con la vida, la persona humana y sus
derechos....”
Nelsy le comentó
a Julio que Soraya su esposa se comunicaba siempre con ella, que habían llegado
a un acuerdo, que le había convertido en
su nexo de información, inclusive le entregaba “un sueldo”, mediante depósitos en una cuenta
de ahorros, dinero que tendría que asignar cada semana a Julio, ella no le iba
a fiscalizar absolutamente nada, por lo tanto , sabía que jamás, bajo ningún
concepto tendría o podría pedirle un centavo más. Soraya tenía claro que esa trabajadora, en medio de ese ambiente rapaz, siempre
tuvo una actitud honesta.
La noticia no le
tomó por sorpresa a Julio, él decidió seguir con su vida, ya no quería morirse,
inclusive a veces sentía algo especial, ¿esperanza?, tal vez. Empezó
así a mirar lo que tenía frente suyo: se inscribió en un curso para terminar el
colegio, sacaría su bachillerato en cuatro meses, se inscribió también en un
taller de carpintería, eso fue algo que
le gustó mucho; hizo dos que tres cajas para guardar joyas, hasta pensó pedir
que Nelsy le haga llegar una a Soraya, pero finalmente decidió
regalarlas a alguien, no lo recuerda, en todo caso, le agradaba la idea de
mantener la mirada y la mente fija en algo, descubrió que le pasaba el tiempo más rápido, además de que contaban buenos
chistes y ponían música. Ese taller era
muy precario en herramientas y eso le molestaba a Julio, luego le comentó Nelsy
que no podían dar muchos instrumentos de trabajo porque eso luego podría convertirse en arma letal en el
momento de una pelea; por ejemplo, tenían
una cierra eléctrica, pero solo podría ser manejada con supervisión del
carpintero que les enseñaba el oficio.
¿…cómo
me invento la vida aquí?, ¿por qué estoy aquí?, ¿cómo es que llegué aquí?
Una mañana muy
temprano le comunicaron que su celda, que era ya compartida con dos reclusos
más, debía hacer espacio para un nuevo habitante. Sus compañeros eran dos
sujetos de provincia, comerciantes de papas
acusados de estafa y robo de ganado, además que se les involucraba en un
oscuro incidente de asesinato. Ahora se incorporaba un
ruso, mediría cerca de uno noventa de estatura, tenía un cuerpo muy atlético y
bien formado, había sido detenido en el aeropuerto trasportando un poco de droga,
querían extraditarle a su país, pero él
prefirió quedarse en la cárcel local.
—Rusia es mucho
frío— dijo a los abogados y dejó todo, cumpliría su condena ahí.
El ruso, como le
llamaban, había sido un excelente deportista en épocas de la Unión Soviética,
levantador de pesas y jugador de pin pon, luego que emigró a América, se enamoró de una
argentina y en Buenos Aires aprendió a practicar yoga, desde ahí era instructor de
esa disciplina. Estuvo en el Ecuador solo de paso. El ruso era un hombre frío, con su raro acento
se volvió simpático, pero se notaba que era de cuidado, inclusive al ver su
estatura y sus extravagantes tatuajes, los mismos guías penitenciarios tenían
un poco de resquemor al hablarle. Nunca
compartía la comida con nadie, conforme se fue habituando al lugar, no se sabe
de qué forma, pudo acceder a la cocina y uno de los cocineros siempre le
entregaba comida, a base de frutas partidas, legumbres crudas y cereales, nunca
sintió apetito por nada de lo que ofrecían ahí. Se corría el rumor de que era
homosexual, en todo caso, era un misterio. Tenía una piel muy tersa, limpia,
una figura muy bien proporcionada y una melena rubia que a Nelsy, por ejemplo,
le encantaba. Enseguida hizo amistad con
Julio. La primera noche que durmió en la celda, le llamó la atención como empezó a practicar
las asanas y como manejaba la respiración. Julio se
sintió tentado a aprender yoga, y como sintió que eso le hizo bien, organizaron
en el pabellón un espacio para impartir clases;
con ayuda de Nelsy lograron que les donen las yoga-mat. Julio fue el más entusiasta, tenía en mente algo que alguna
vez vio en la televisión cuando practicaban los ejercicios:
Todo
tiene su proceso, no te desesperes, solo piensa en tu respiración, concéntrate
en eso, y recuerda siempre… no es necesario sufrir. Solo concéntrate en la
respiración y sonríe, sonríe para no pensar.
Esa idea se fue convirtiendo en un estribillo, en un
mantra que acompañaba su respiración, mientras en suaves destellos aparecía el
rostro de su madre.
Luego llegaron a su
pabellón dos mexicanos, aprehendidos al igual que el ruso en el aeropuerto.
Ellos sí serían extraditados a su país, pero mientras eso sucedía, hicieron una
buena amistad. Eran unos sujetos de presencia muy ruda, el uno a más de ser
acusado de narcotraficante tenía un proceso por asesinato, según se contaba,
había estrangulado a su esposa luego de encontrarle en la cama junto con un
compañero de su clan, después de eso hubo una pequeña guerra entre bandas en la zona que controlaban el trafico
de drogas en un poblado de Sinaloa.
Llegó al Ecuador solo por unos días, tenía previsto viajar más al sur, y de
alguna forma “abrir nuevos mercados”, nada de eso fue posible. Con ellos, pudo
entrar un poco en confianza, no dejaban de ser simpáticos por su acento
ranchero. Julio pensaba alguna vez, ¿como sería eso de matar a su esposa?, a
pesar de la distancia pensó en Soraya, él siempre la supo fiel, y jamás quiso
pensar que pronto ella podría fijarse en alguien más.
—Eso es cuestión de
tiempo compadre, no más te descuidas y aparece alguien con más lana y te chinga
ese rato, anda preparándote cabrón.
Julio, cuando oyó
esas palabras se llenó de furia pero prefirió callar, el mexicano aunque
chaparrito, como el mismo se decía, le doblaba en peso.
Los mexicanos dentro
de la cárcel manejaban dinero y tenían comprada a mucha gente así que en más de
una ocasión lograron hacer pasar un poco
de tequila. Julio tomó más de una vez, pero poco a poco se dio cuenta que ese
gusto por el alcohol y las pocas porciones de drogas fue desvaneciéndose.
—Cuando trabajas
bien tu cuerpo, este te pide otra cosa— le decía siempre el ruso cuando estaban
en la práctica del yoga.
—¿Por qué entonces
te metiste en rollos con la droga?
—Necesitaba hacer
dinero, nada más, esa porquería no me gusta, pero es buen negocio.
Julio poco a poco
fue creando un espacio de calidez en la cárcel a pesar de las amarguras. Un día
le citó aparte Nelsy, tenía que comentarle algo:
—Sabe Julio, me
llamó su esposa, me hizo un último depósito, dijo que no podría hacer más
envíos, me contó que ella y sus dos hijos se irían a España.
Soraya tenía unos tíos
en España, así que encontró una importante coyuntura laboral, y sus hijos
habían decidido irse con ella, así que se deshicieron de los pocos bienes que les quedaban y optaron
marcharse, estaban resueltos a no volver
más. Para esto, no intermedió ningún recado especial, ni una despedida personal, nada. Julio quedó desolado,
cuando fue a su celda sus amigos mexicanos y el ruso le preguntaban qué le
pasó, él no contestó nada a nadie, tuvo un arranque de histeria, empezó a
lanzar las cosas, pero el ruso que era más fuerte logró, con una llave de
karate, neutralizarle y tenerlo en el piso, boca abajo mientras él lloraba desconsoladamente. Sentía que había vuelto a cero, tenía emoción de enseñar
a sus hijos su certificado de bachillerato que pronto lo sacaría, cantarle
alguna canción a Soraya, ¡bah!, al final se dio cuenta que no eran más que
sentimentalismos, porque los suyos, a quienes tanto daño hizo, no querían saber
nada de él, sus hermanos, por otro lado, le hacían esporádicas visitas, casi no eran
cuenta en su vida.
A la celda de los
mexicanos se incorporó un nuevo reo, Edison, un joven drogadicto reincidente,
formaba parte de un grupo de músicos, tocaba la guitarra muy bien. Se veía que
tenía una buena posición económica, pero que su familia estaba harta de
soportar su vicio. Estaba todavía sin sentencia, se notaba que el consumo de droga había hecho de
él un guiñapo, no había mucho que hacer, sin embargo tocaba la guitarra muy
bien, eso hizo que Julio se entusiasme con su amistad. Era apenas un joven de
unos veinte y tres años, podía ser su hijo, es más, parece que le recordaba su
papel de padre, así que empezó a protegerle, y le incentivó a que se incorpore
a las clases de yoga que impartía el ruso. Edison se comprometió a enseñarle a
tocar la guitarra, pero a cambio debía protegerle, no hubo problema ni
discusión, era lo menos que podía hacer.
Los domingos celebraban
misa en la cárcel, Julio era creyente pero nunca fue practicante, poco a poco fue integrándose a esos ritos, especialmente
cuando era la hora de cantar junto a Edison , habían conseguido un folleto donde estaban las canciones para la
celebración, y por pedido de sus compañeros de pabellón, eran infaltables con
sus cantos. La canción del padre nuestro con el ritmo de la legendaria melodía Sonidos del Silencio era algo que estremecía a Julio. Era una evocación importante a
sucesos destacados en su vida: su matrimonio, la misa de honras de su madre y
hasta el bautizo de sus hijos.
Padre
nuestro tú que estás
en los
que aman la verdad,
haz
que el reino que por Ti se dio
llegue
pronto a nuestro corazón,
que el
amor, que tu hijo,
nos
dejó, ese amor.
habite
en nosotros.
Entonar esas letras
y luego recitar el padre nuestro le arrancó siempre más de una lágrima.
Pasados unos meses
de insípida y gris rutina, de silencio y aburrimiento, conatos de conflictos y
más situaciones escabrosas, Nelsy que era su contacto con el mundo exterior, le
comenta a Julio sobre las nuevas leyes y
reglamentos al tema penitenciario, le dijo que debería hacer los trámites para
hacerse acreedor al beneficio de reducción de penas, aquello que se llamaba 2x1,
pues su buena conducta le favorecería. La ley era muy clara:
“…se reduce la condena por sus méritos.
A las personas que participen en
procesos culturales (música, teatro, danza...), educativos, recreacionales,
deportivos y laborales (trabajos en metal, madera, cuidadores de huertos, etc)
se dará hasta un 40% de rebaja de penas”
Podría decirse que
en aquellos momentos Julio estaba “enseñado” en la cárcel, además, si saldría
¿qué iba a hacer?, en fin, le pareció una idea demencial, siempre sería mejor
estar afuera, no pensaba en su familia, no tenía idea de lo que podría hacer,
así que le pidió a Nelsy que tome contacto con uno de sus hermanos, de alguna
manera sabía que iban ayudarle.
Durante dos semanas Edison, su protegido, permaneció en la
enfermería, estaba muy decaído, no había ningún tipo de complemento médico para
atenderlo, así que con ayuda de Nelsy pudo tener algunos medicamentos, lo suyo
era algo grave, estaba totalmente enfermo. Por su buena conducta Julio tuvo
oportunidad de pasar a esa sección y acompañarlo en su convalecencia, fueron
dos semanas muy largas, a pesar de que seguía practicando el yoga. Una mañana llegó muy temprano, y le sorprendió
todo su cuerpo cubierto, Edison había
muerto. ¿Diagnóstico?¿para qué?, era una carga menos, especialmente para su
familia. Logró conocer a un tío con quien conversó, éste se mostró un poco
hostil pero a la final fue amable, luego darse cuenta de la buena amistad que
había hecho con Julio.
Julio estaba
acabado, lloró desconsoladamente, fue a su celda a empacar sus cosas y entregó
todo a su familiar, cuando le quiso entregar la guitarra él no la aceptó.
—Es suya Julio, si
han hecho coros con él cuando reciben misa, pues no puede estar en mejores
manos.
Fue otra ocasión en
la que Julio lloró desconsoladamente. Esa noche encendió una vela en honor a su amigo, rezó por él. Su vida, sus amistades y sus
relaciones fueron pasando como películas intermitentes, una a una.
Julio
bachiller, Julio hace trabajos en madera, Julio canta, Julio ha mejorado sus
ansanas, Julio domina el cuerpo, Julio maneja la mente, Julio conversa, Julio
ya no tiene visitas… Julio está con
Julio.
En dos semanas más
tendrá la boleta de excarcelación, su petición de 2 x 1 fue aceptada por “buena
conducta y contribución social”. Así rezaba la notificación, le dijo el abogado de oficio encomendado por sus hermanos
mayores.
…habiendo sido
beneficiado con el decreto dos por uno, se emite la boleta de excarcelación del
reo Julio María Saldaña Cruz, de 52 años de edad, quien por sus méritos y buena
conducta…
Llegaron las
despedidas, los abrazos, las miradas amigas y las cómplices, las gracias, podría decirse
absurdamente que sintió nostalgia; la
puerta pesada y oxidada
se abrió una lluviosa mañana de jueves, día de visitas.
Con una ligera sonrisa, la suficiente para no pensar, con una liviana y austera
mochila más su
guitarra, Julio mira al cielo,
Julio mira a su alrededor, Julio se sabe libre.
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