martes, 14 de febrero de 2023

No todos los besos son por amor

Manuel Quezada


Un día antes de navidad renuncié a mi empleo. Decidí tomar vacaciones dos días después y salimos hacia Alemania con mi esposa y de paso, visitar a nuestro hijo que se encontraba en ese país. Nuestra primera escala fue en Managua, la segunda en Miami y luego a Frankfurt, llegando a las siete de la mañana del 26 de diciembre de 2022, con un clima de siete grados Celsius. Al salir del aeropuerto y acercarnos a la primera parada de buses, una pequeña pantalla electrónica elevada a tres metros del arriate indicaba la hora de llegada de la unidad de transporte. Puntual como lo indicaba, a los tres minutos estaba frente a nosotros. Una vez dentro iniciamos el recorrido. El cielo gris no cedía a pesar de la claridad del amanecer, perpetuando una atmósfera sombría. Las casas mostraban monótonas paredes blancas decoradas por repetitivas líneas café simulando cuadrados. Todas tenían áticos.

A las nueve de la mañana llegamos a nuestro destino final: Darmstadt, un pueblo sobrio que combina edificaciones modernas en auge con arquitectura antigua. Aquí sería la base de nuestras operaciones para planear los siguientes destinos; siendo uno de ellos, la ciudad de Berlín. El viaje a la capital alemana se hizo en tren, al día siguiente, muy temprano, para aprovechar precios bajos a horarios de poca demanda. Salimos de la estación local para conectar con otro tren en Frankfurt, una terminal cóncava y tejado de cristal que permite ver el cielo gris. Al dejar la ciudad, después de dos horas, el sol comenzó a salir, mostrando ante nosotros el esplendor de extensiones de pastos verdes y bosques cuyos árboles mantenían hojas con tonalidad café. El viaje tenía como propósito reunirnos los tres después de meses de no vernos, mi esposa, mi hijo y yo, aprovechando las vacaciones de fin de año.

—Debería de estar nevando por estos días, pero por el cambio climático, únicamente hace frío —dijo mi hijo.

A los pocos minutos apareció un parque eólico. Pueblos enteros pasaban con rapidez ante nuestros ojos con la misma arquitectura y tonalidades reconocidas el día anterior: fachadas blancas y líneas cafés dibujando marcos. Áticos de tonos pardos.

Cuatro horas después, estábamos en la capital, instalados en el hotel Meininger a la par de la estación de trenes de la ciudad. A nuestra llegada, cerca del mediodía, decidimos descansar.

Por la noche (en estos días oscurece a las cinco de la tarde), salimos a ver el muro de Berlín; abordando un tren y luego un bus, para estar una hora después frente a los restos de la histórica estructura de concreto y hierro de tres punto seis metros de altura, y que cobró la vida de ciento cuarenta personas entre 1961 y 1989, por tratar de cruzar el muro hacia la parte occidental.

Han pasado treinta y tres años. De noche, todavía se percibe la diferencia entre los dos sectores: en la parte oeste, las luces estaban en todo su fulgor; en el sector este, dominaba la oscuridad, con luces en pocos apartamentos. La empresa Mercedes-Benz, restaurantes asiáticos atiborrados, y centros comerciales dominaban el ambiente del lado que fue conocido como República Federal Alemana (capitalista) y del otro lado, la República Democrática Alemana (comunista), no se percibía más que sobriedad,

Hicimos el recorrido a pie por un sector del muro, conocido como East Side Gallery, tramo de uno punto tres kilómetros de longitud, y varios murales habían sobrevivido al paso de los años. Había pinturas de palomas blancas, símbolo universal de anhelo de paz, una pintura de un hombre gigantesco de rostro preocupado, pasando el muro con un solo paso desde el este; pero el centro de la atracción, donde todos se detenían para tomar una fotografía, era el mural del artista ruso Dmitri Vrúbel: retrató a dos presidentes comunistas, Erick Honecker y Leonid Brezhnev, saludándose bajo un acalorado beso tornillo, para celebrar el treinta aniversario de fundación de la República Democrática Alemana. La imagen me recordó los años ochenta. El entusiasmo personal por un sistema socialista que no tenía una base racional, una doctrina, o una lectura crítica que me diera caminos de análisis de la realidad del país o al menos una comprensión de aquellos años.

Era tan acrítico el sentimiento que lo trasladé al fútbol. Fanático de los equipos de Alemania comunista, y del surgimiento de algunos jugadores como Matthias Sammer, líbero del Dínamo Dresde.

Volví a la pintura que tenía enfrente y pensé si sería la expresión de amor de un sistema superior al que conocía por aquellos años de un incipiente capitalismo neoliberal. Karl Marx y Friedrich Engels argumentaron que cada estadio o sistema de organización de hombres y mujeres o modos de producción de la economía, irían dando paso de forma natural a otro y sería algo irreversible; pasaríamos del feudalismo a la era industrial, luego al capitalismo, finalmente llegaríamos al comunismo. Pensaba si ese beso era un reflejo de este último. Pero el humor me invadió cuando mi hijo me dijo que Madonna y Britney Spears hicieron algo igual en un concierto.

Dmitri Vrúbel vuelve a repintar el beso de tornillo del mural en el año de 2009, con material más perdurable, el cual permite que esta obra este intacta hasta esta noche de 2022.

Volví a recordar mis simpatías socialistas de los años ochenta, desconociendo lo que sucedía en Europa y en concreto en esta zona. La única explicación posible era la propagación de ideas comunistas en el ambiente universitario y las antipatías que nos inspiraban los gobiernos de corte militar. Al llegar la noticia del beso de los presidentes comunistas nos reíamos y nos desconcertábamos, porque en una ocasión Brezhnev expresó luego de saludar a un político, que era mal estadista pero que besaba muy bien. No todos los besos son por amor.

Mientras reviso de nuevo el mural y regreso de la época estudiantil, llegan más parejas para tomarse fotos, emulando el beso, cerca de los frondosos labios de ambos dirigentes. Todos sonríen al posar.

En noviembre de 1989 la población alemana derribó el muro de Berlín sin derramar una gota de sangre. Honecker inicia un periplo que finaliza en Chile como asilado político en 1993 y muere en 1994, víctima de un cáncer de hígado. Brezhnev había muerto en 1982 por un fulminante infarto al miocardio.

La mayoría de quienes recorremos el muro la nochevieja somos extranjeros; los alemanes se han desplazado a la puerta de Brandeburgo para celebrar el último día del año, escuchando al grupo de hard rock Scorpions, quienes tocaron Wind of changes, para una velada de muchos besos atornillados, y algunos serán por amor.

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