Manuel Quezada
Un día antes de navidad renuncié a mi empleo. Decidí tomar vacaciones
dos días después y salimos hacia Alemania con mi esposa y de paso, visitar a
nuestro hijo que se encontraba en ese país. Nuestra primera escala fue en
Managua, la segunda en Miami y luego a Frankfurt, llegando a las siete de la
mañana del 26 de diciembre de 2022, con un clima de siete grados Celsius. Al
salir del aeropuerto y acercarnos a la primera parada de buses, una pequeña
pantalla electrónica elevada a tres metros del arriate indicaba la hora de
llegada de la unidad de transporte. Puntual como lo indicaba, a los tres
minutos estaba frente a nosotros. Una vez dentro iniciamos el recorrido. El
cielo gris no cedía a pesar de la claridad del amanecer, perpetuando una
atmósfera sombría. Las casas mostraban monótonas paredes blancas decoradas por
repetitivas líneas café simulando cuadrados. Todas tenían áticos.
A las nueve de la mañana llegamos a nuestro destino final: Darmstadt, un
pueblo sobrio que combina edificaciones modernas en auge con arquitectura
antigua. Aquí sería la base de nuestras operaciones para planear los siguientes
destinos; siendo uno de ellos, la ciudad de Berlín. El viaje a la capital
alemana se hizo en tren, al día siguiente, muy temprano, para aprovechar
precios bajos a horarios de poca demanda. Salimos de la estación local para
conectar con otro tren en Frankfurt, una terminal cóncava y tejado de cristal que
permite ver el cielo gris. Al dejar la ciudad, después de dos horas, el sol
comenzó a salir, mostrando ante nosotros el esplendor de extensiones de pastos
verdes y bosques cuyos árboles mantenían hojas con tonalidad café. El viaje tenía
como propósito reunirnos los tres después de meses de no vernos, mi esposa, mi
hijo y yo, aprovechando las vacaciones de fin de año.
—Debería de estar nevando por estos días, pero por el cambio climático, únicamente
hace frío —dijo mi hijo.
A los pocos minutos apareció un parque eólico. Pueblos enteros pasaban
con rapidez ante nuestros ojos con la misma arquitectura y tonalidades
reconocidas el día anterior: fachadas blancas y líneas cafés dibujando marcos.
Áticos de tonos pardos.
Cuatro horas después, estábamos en la capital, instalados en el hotel
Meininger a la par de la estación de trenes de la ciudad. A nuestra llegada,
cerca del mediodía, decidimos descansar.
Por la noche (en estos días oscurece a las cinco de la tarde), salimos a
ver el muro de Berlín; abordando un tren y luego un bus, para estar una hora
después frente a los restos de la histórica estructura de concreto y hierro de
tres punto seis metros de altura, y que cobró la vida de ciento cuarenta
personas entre 1961 y 1989, por tratar de cruzar el muro hacia la parte occidental.
Han pasado treinta y tres años. De noche, todavía se percibe la
diferencia entre los dos sectores: en la parte oeste, las luces estaban en todo
su fulgor; en el sector este, dominaba la oscuridad, con luces en pocos
apartamentos. La empresa Mercedes-Benz, restaurantes asiáticos atiborrados, y
centros comerciales dominaban el ambiente del lado que fue conocido como
República Federal Alemana (capitalista) y del otro lado, la República
Democrática Alemana (comunista), no se percibía más que sobriedad,
Hicimos el recorrido a pie por un sector del muro, conocido como East
Side Gallery, tramo de uno punto tres kilómetros de longitud, y varios
murales habían sobrevivido al paso de los años. Había pinturas de palomas
blancas, símbolo universal de anhelo de paz, una pintura de un hombre
gigantesco de rostro preocupado, pasando el muro con un solo paso desde el
este; pero el centro de la atracción, donde todos se detenían para tomar una
fotografía, era el mural del artista ruso Dmitri Vrúbel: retrató a dos
presidentes comunistas, Erick Honecker y Leonid Brezhnev, saludándose bajo un
acalorado beso tornillo, para celebrar el treinta aniversario de fundación de
la República Democrática Alemana. La imagen me recordó los años ochenta. El
entusiasmo personal por un sistema socialista que no tenía una base racional,
una doctrina, o una lectura crítica que me diera caminos de análisis de la
realidad del país o al menos una comprensión de aquellos años.
Era tan acrítico el sentimiento que lo trasladé al fútbol. Fanático de
los equipos de Alemania comunista, y del surgimiento de algunos jugadores como
Matthias Sammer, líbero del Dínamo Dresde.
Volví a la pintura que tenía enfrente y pensé si sería la expresión de
amor de un sistema superior al que conocía por aquellos años de un incipiente
capitalismo neoliberal. Karl Marx y Friedrich Engels argumentaron que cada
estadio o sistema de organización de hombres y mujeres o modos de producción de
la economía, irían dando paso de forma natural a otro y sería algo
irreversible; pasaríamos del feudalismo a la era industrial, luego al
capitalismo, finalmente llegaríamos al comunismo. Pensaba si ese beso era un
reflejo de este último. Pero el humor me invadió cuando mi hijo me dijo que
Madonna y Britney Spears hicieron algo igual en un concierto.
Dmitri Vrúbel vuelve a repintar el beso de tornillo del mural en el año
de 2009, con material más perdurable, el cual permite que esta obra este
intacta hasta esta noche de 2022.
Volví a recordar mis simpatías socialistas de los años ochenta,
desconociendo lo que sucedía en Europa y en concreto en esta zona. La única
explicación posible era la propagación de ideas comunistas en el ambiente
universitario y las antipatías que nos inspiraban los gobiernos de corte
militar. Al llegar la noticia del beso de los presidentes comunistas nos
reíamos y nos desconcertábamos, porque en una ocasión Brezhnev expresó luego de
saludar a un político, que era mal estadista pero que besaba muy bien. No todos
los besos son por amor.
Mientras reviso de nuevo el mural y regreso de la época estudiantil,
llegan más parejas para tomarse fotos, emulando el beso, cerca de los frondosos
labios de ambos dirigentes. Todos sonríen al posar.
En noviembre de 1989 la población alemana derribó el muro de Berlín sin
derramar una gota de sangre. Honecker inicia un periplo que finaliza en Chile
como asilado político en 1993 y muere en 1994, víctima de un cáncer de hígado.
Brezhnev había muerto en 1982 por un fulminante infarto al miocardio.
La mayoría de quienes recorremos el muro la nochevieja somos extranjeros; los alemanes se han desplazado a la puerta de Brandeburgo para celebrar el último día del año, escuchando al grupo de hard rock Scorpions, quienes tocaron Wind of changes, para una velada de muchos besos atornillados, y algunos serán por amor.
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