martes, 2 de agosto de 2022

Reseña: «Expiación», de Ian McEwan

Nacido en Reino Unido en 1948, a Ian McEwan (que actualmente tiene 74 años) The Times lo considera uno de los cincuenta mejores escritores británicos desde 1945.

«Expiación», obra maestra de McEwan, nos habla del amor entre dos universitarios recién graduados, ella, la hija de un hombre inmensamente rico, él, vástago del que fuera jardinero en la mansión del mencionado millonario y a quien este había en cierta forma adoptado como a un hijo.

Cuando se inicia la novela ella es una muchacha un tanto frívola y él un joven muy serio e intelectual, ambos sin ninguna preocupación en la vida y con un futuro brillante ante ellos, todo lo cual cambiará en la fatídica primera noche de la trama.

Lo hasta acá dicho ya nos habla de algunos recursos utilizados por el autor (y que todo buen escritor debe empelar), como introducir la acción lo más pronto posible en la historia (no dejar pasar páginas y más páginas en que nada dramático suceda), y, muy importante: asegurarnos de que los personajes, cuando termina la historia, sean muy distintos a lo que eran cuando empezaron, ya que si los personajes no evolucionan es que nada interesante les sucedió, y si nada interesante les sucede no esperemos que el lector se interese en ellos.

Pero hay mucho más en lo que McEwan es magistral, por ejemplo, en las descripciones de personajes y atmosferas. 

Donde un escritor inexperto diría algo como: «Ella tenía un aspecto sensual», MacEwan nos dice:

«El vestido de seda que llevaba parecía idolatrar cada curva y hondonada de su cuerpo ágil, pero la boca pequeña y sensual…».

Donde alguien menos hábil escribiría quizá: «Él era un chico tímido que se sentía inseguro cuando estaba con ella», MacEwan escribe:

«Él posó las manos en los hombros de ella, y su piel desnuda estaba fría al tacto. Cuando sus caras se aproximaron él se sentía lo bastante inseguro como para pensar que ella se escabulliría, o le cruzaría, como en una película, la mejilla con la mano abierta».

O donde un primerizo nos diría que «un par de adolescentes vírgenes se besaron en una biblioteca y el beso los excitó», MacEwan relata:

«…el contacto de lenguas, músculo vivo y resbaloso, carne húmeda sobre carne, y el extraño sonido que arrancó de Cecilia lo cambiaron todo. Aquel sonido pareció penetrarle, perforarle de arriba abajo de tal forma que el cuerpo se le abrió y pudo salirse de sí mismo y besarla libremente. Lo que había sido cohibición era ahora impersonal, casi abstracto. El sonido suspirante que ella hizo era ávido y a él también le inspiró avidez. La acorraló contra el rincón, entre los libros. Mientras se besaban ella le tiraba de la ropa, tiraba sin resultado de su camisa, de su cinturón. Sus cabezas giraban y se juntaban, y sus besos se volvieron mordisqueos. Ella le mordió en la mejilla, no del todo juguetonamente. Él se apartó, luego volvió a acercarse y ella le mordió fuerte en el labio inferior. Él le besó la garganta, empujando su cabeza contra las estanterías, y ella le tiró del pelo y le prensó la cara contra sus pechos. Hubo un tanteo inexperto hasta que él localizó un pezón, minúsculo y duro, y lo apresó con la boca. A ella se le puso rígida la columna vertebral, recorrida por un largo estremecimiento».

Y notemos que no estamos hablando solo de descripciones físicas o del escenario, sino también de descripciones psicológicas, como cuando nos muestra la forma de pensar de la madre de Cecilia, a quien Jack, su infiel y millonario esposo, dejaba en la lujosa mansión rodeada de un inmenso parque privado, para ir a trabajar y la mayoría de las veces no regresaba en varios días. Veamos cómo nos lo presenta MacEwan:

«Ella no dudaba de que trabajaba hasta muy tarde, pero sabía que no dormía en el club, y él sabía que ella lo sabía. Pero no había nada que decir. O, mejor dicho, había demasiado. Se parecían mucho en el miedo que ambos le tenían al conflicto, y la regularidad de las llamadas vespertinas, a pesar del poco crédito que ella les concedía, era reconfortante para los dos. Si aquella farsa era una hipocresía convencional, tenía que admitir su utilidad. Había fuentes de satisfacción en su vida —la casa, el parque y, sobre todo, los hijos— y tenía intención de conservarlas no desafiando a Jack. Y ella echaba menos en falta su presencia que su voz en el teléfono. Que él le mintiera continuamente, aunque difícilmente pudiera considerarse amor, suponía una atención sostenida; debía de tenerle afecto para idear embustes tan complicados y a lo largo de tanto tiempo. Sus engaños eran una forma de homenaje a la importancia de su matrimonio».

Si has leído «Expiación», u otro libro de Ian McEwan, cuéntame qué te pareció. Si sabes de algún autor que describa con mayor maestría escenarios y personajes, menciónalo en los comentarios, con gusto los leeré.

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