Joe Monroy Oyola
En la
entrevista...
Uno de los lugares
más exclusivos en la ciudad de Lima es el distrito de San Isidro. Entre otras
cosas destaca por el gran cuidado del ornato y limpieza de sus calles. Las casas
lucen bien pintadas, aunque muchos inmuebles fueron edificados a mediados del
siglo pasado, no desentonan con las construcciones modernas; más bien, todas
por igual están valorizadas en forma astronómica. El Bosque El Olivar brilla
como el corazón del distrito. Gran parte de esta historia se forjó aquí.
Un hombre de baja
estatura y contextura gruesa se detiene frente a un moderno edificio de diez
pisos ubicado en la cuadra tres de la avenida Rivera Navarrete. Esta avenida de
doble vía se llena en las mañanas de relucientes autos con rugientes motores y
el sonido de bocinas, creando el caos característico del tráfico capitalino. El
caballero recién llegado mira su teléfono celular y atisba la placa con la
dirección del inmueble. Ya parado frente a los inmensos vitrales polarizados
negros observa su reflejo, entonces, endereza su corbata roja, esta contrasta
con su terno color plomo; él siente su corbatín muy ajustado, pero sabe que así
puede disimular tener el cuello de su camisa desabotonado; luego hala la puerta
de vidrio, frente a él hay un mostrador color blanco en forma de una letra ce
invertida, que corta el paso. Dos atractivas jóvenes atienden a los visitantes
ordenados en una sola fila con la ayuda de un vigilante. El joven recién
llegado, a su turno, se registra en la recepción e intercambia su documento de
identidad por un gafete que coloca sobre el bolsillo para del pañuelo. La
puerta metálica plateada del elevador se abre dejando salir un aroma a lavanda
combinado con una suave música instrumental, entonces tira la goma de mascar
que venía saboreando en el cenicero tubular de aluminio cercano a la puerta.
Entra y presiona el botón color negro del número diez. Cuando el ascenso
termina se descorre la placa de metal, nota que esta oficina copa todo el
décimo piso. Una señorita joven, de esbelta silueta y ataviada con un vestido
azul, porta sobre el lado derecho de su pecho un prendedor dorado, con un
logotipo con el dibujo del planeta Tierra, se acerca a recibirlo invitándolo a
sentarse. En ese corto tiempo de espera el visitante escucha algunas personas
hablando, imagina que es por teléfono, las voces provienen de los diferentes
cubículos que parecieran marcar territorios de trabajo; un hombre habla en
inglés, también escucha expresarse a una dama en lo que piensa pueda ser algún
idioma oriental.
—Por favor señor Gutiérrez, sígame, el jefe lo está
esperando —le pide la recepcionista.
El visitante
agradece e ingresan juntos a la oficina gerencial. Un hombre alto de algo más
de un metro ochenta y contextura atlética mostrando un barbado rostro lo
recibe. Buenos días, por favor, tome asiento. El joven corresponde al saludo,
le agradece y se sienta en un mullido mueble individual hecho en cuero
negro.
—Estoy a sus órdenes señor... Gutiérrez —dice
mientras observa el gafete—. Recuerdo la llamada de su diario... El
Universo, ¿verdad?
—Así es señor Yazza.
Aldo Gutiérrez es mi nombre —contesta, a la vez que le entrega una tarjeta
personal—. Gracias por recibirme. Por favor, ¿me permitiría encender la grabadora?
—Claro señor
Gutiérrez, no hay inconveniente por mi parte, nomás asegúrese que esté
funcionando bien porque soy un hombre muy ocupado y solo le he separado treinta
minutos —añade, y sonríe.
—Ya revisé antes
de venir, gracias, señor Yazza. Entonces, empecemos con la entrevista. Por
favor, háblenos acerca de la investigación abierta por el Ministerio Público en
la que se le vincula con la presunta comisión de: extorsión, asesinato, tráfico
de armas, trata de mujeres...
—¡¡¡Todas esas
acusaciones son falsas!!!
—Disculpe debí
comenzar por recabar la información comercial. Háblenos acerca de las
actividades en las que se desarrollan sus compañías.
—Con todo gusto. Mi
nombre es Sem Yazza. Imagino que usted debe saber, soy fundador y oficial ejecutivo
en jefe de la compañía Multiservices Global Investments, que engloba a
diferentes empresas orientadas en múltiples ramas de negocio. Nuestra
corporación tiene sucursales extendidas alrededor de todo el planeta. Sí, aún
en los países más pobres, los cuales ofrecen un campo de gran potencial para la
producción y el comercio, donde pueda haber una ventaja mutua, tanto para
nosotros como para nuestros apreciados clientes, usted me entiende, tratamos de
llegar a los estratos sociales menos afortunados, pero, claro, invertimos
también con negocios ya establecidos que solo precisan capital, no crea que
pretendemos ser filántropos. Puedo mencionarle señor Gutiérrez, que tenemos
contratos para la exploración de recursos acuíferos, en países del Medio
Oriente al igual en África, a fin de aliviar la carencia del líquido elemento.
En el sector financiero somos opción importante de inversión en la bolsa de
valores, asimismo, nos dedicamos a impulsar a los emprendedores en los países
en desarrollo de América latina; les damos acceso a créditos rápidos; ellos son
el futuro motor de la economía en sus países, tal cual acá en Perú, por seguro
esto ya lo habrá escuchado antes señor Gutiérrez; pero, además, sobre la
construcción y corretaje de bienes inmuebles tenemos filiales dedicadas a estos
rubros. Es una necesidad general comprar o rentar desde un local comercial, una
casa, terrenos, hasta un modesto apartamento. En el área de la seguridad social
y atención de la salud, todos precisamos un adecuado cuidado, o diría yo más
bien: compromiso. Ofrecemos, por ello, desde coberturas básicas hasta las más
completas, para ciertos sensibles casos. Los seguros de vida, no nos resultan
ajenos, pues nuestra existencia física sobre este mundo es, como sabemos, solo
temporal. Nos preocupamos por los ancianos y sus últimos tiempos, de manera que
estén rodeados con los mejores cuidados, por ello procuramos soslayar toda preocupación
material. Brindamos la oportunidad de administrar las propiedades de nuestros
asociados; reinvirtiendo las rentas, por tan solo un mínimo porcentaje que lo
consideramos un justo trastrueque. Colocamos esos capitales en la bolsa de
valores, con alguna de nuestras empresas. Hemos explorado el campo del cuidado
para la belleza femenina, nada más hermoso que una mujer... «Este tipejo que
funge de ser periodista solo ha encendido su grabadora y está que fisgonea las
piernas de mi secretaria, además de eso, lo único que hace es mirar hacia los
ventanales, gordo estúpido, ni cuenta se ha dado que me he quedado callado».
Señor Gutiérrez, ¿me está prestando atención?, tal parece que más le interesa
el paisaje de los alrededores, dijo el empresario. Después de disculparse el
visitante, la entrevista prosiguió. Le decía que los productos elaborados en
nuestros laboratorios tienen un alto estándar de calidad. Ofrecemos precios
competitivos en las cremas para cutis y manos, lo mismo con los labiales y
pintura para las uñas. A pesar de que las autoridades sanitarias tienden a
crear alarma innecesaria, sobre el uso de metales pesados como: plomo,
mercurio, arsénico y antimonio en nuestra maravillosa línea cosmética
mencionándolos como elementos cancerígenos. Señor Gutiérrez, ¡ahora todo
resulta serlo!, nosotros tomamos inmenso cuidado sobre ello; por esta razón
colocamos, sobre el final de cada pequeña etiqueta, una advertencia. En nuestra
línea nutricional, para los fisicoculturistas, recomendamos nuestros cocteles
proteicos los cuales, ¡sí desarrollan los músculos!
Cualquiera puede
acceder a nuestras páginas en internet, y verán los múltiples testimonios de
agradecimiento compartidos por muchos invaluables clientes. Alrededor del mundo
damos trabajo de modo directo, a empleados registrados de manera apropiada en
planilla, pero además contratamos a terceros; lo que en global nos da una cifra
aproximada de ciento cincuenta mil trabajadores beneficiados.
—Pero, señor Yazza,
hay denuncias en sus filiales en Colombia, Ecuador, acá mismo en Perú, por
parte de pequeños comerciantes que solicitaron préstamos en sus financieras.
Afirman que estas empresas crediticias tienen bandas de matones trabajando en
los departamentos de cobranzas, quienes utilizan métodos intimidatorios,
algunos deudores afirman haber sido golpeados, hay incluso acusaciones por
ataques vandálicos en contra de ciertos locales comerciales.
—Mire señor
Gutiérrez, bien ha dicho usted que hay un gran sector de comerciantes
informales, a los que, en efecto, les damos acceso a un moderado crédito. Nunca
fueron forzados o amenazados para requerir nuestros accesibles préstamos. Pero,
en cambio, en ocasiones se niegan a honrar sus obligaciones para con nosotros.
Es probable que haya habido algún malentendido, pero de allí a poder afirmar
que se trata de grupos delincuenciales es una exageración, una falacia.
—Es que no se
trata de una sola imputación, son muchas. Es de conocimiento público la queja
interpuesta ante Indecopi, acerca de los productos para desarrollo muscular
debido al daño hepático que está produciendo su consumo.
—Usted señor
periodista, estoy seguro de que está buscando la verdad. Todos sabemos bien que
los productos farmacéuticos, las bebidas energéticas, el mismo tabaco, las
bebidas gaseosas, etcétera, también tienen probables efectos secundarios. Los
nuestros no son la excepción, pero, por igual tomamos todas las precauciones
posibles.
La charla se fue extendiendo entre el empresario y el periodista. El hombre de prensa trató de tocar, de manera infructuosa, todos los tópicos posibles en la entrevista. Y luego de los treinta minutos de la reunión, Sem Yazza se excusó pues tenía una gran carga de trabajo ese día. Aldo Gutiérrez estaba levantando sus apuntes, grabadora, celular y su tableta electrónica, cuando al volver a observar por las grandes ventanas exclamó lo bello que era San Isidro, y tanto su esposa como él tenían el sueño de vivir en el Bosque El Olivar; hubiese dado mi alma por conseguir una casa allí, pero en la compañía inmobiliaria donde fuimos nos dijeron que no había ninguna a la venta. El empresario le contestó; por qué no visita nuestra oficina de corretaje, le daré una de mis tarjetas personales. Puedo asegurarle que le brindarán un apoyo total para conseguir la casa de sus sueños, dicho esto, escribió algo al dorso de la tarjeta. Y respecto a esta entrevista señor Gutiérrez espero sea benigno, usted me entiende, así podríamos apoyarnos mutuamente. Aldo sonríe y le dice que así podría haber sido, pero eso depende del editor en jefe, yo soy un simple asistente; ojalá alguna vez me toque, ese señor ostenta el cargo por treinta años, hasta que se muera el viejo Escobedo ja, ja, ja. Bueno me retiro, gracias por su tiempo. El industrial le hizo una pregunta al periodista; dígame ¿por qué tanto interés en tener una casa en El Olivar? Aldo guardó silencio por unos segundos y le contestó: la verdad hay dos razones, una es de mi esposa, ella piensa que vivir allí nos dará el estatus de residir en uno de los mejores lugares de Lima. Sem Yazza le inquirió por el otro motivo, Aldo Gutiérrez le contestó; cuando era adolescente tuve una enamorada a la que quise mucho; aún puedo recordar que estudiábamos en la biblioteca, y después paseábamos abrazados por aquél bellísimo lugar, dábamos de comer a los peces y patos, cuando los había, la gente caminando alrededor, los jardines llenos de flores, aquellas bancas que nos acogían en nuestros momentos de romance, mientras contemplábamos los ancestrales y hermosos árboles de olivo con sus ramas que daban inmensas sombras... ¡Perdón, me fui en un lindo viaje hacia el pasado! Sem Yazza le extendió la mano; ni se preocupe.
—A la orden señor Gutiérrez. ¿Te puedo llamar Aldo?
—Claro, hasta luego señor Yazza.
—Dime Sem, a secas. Y, vamos Aldo, tú sabes..., cualquier cosa que necesites cuenta conmigo.
—¡Claro!¡Nos vemos... Sem!
El periodista va saliendo del edificio; Jessica se va a sentir muy orgullosa. Este reportaje saldrá justo para nuestro tercer aniversario de bodas.
De regreso en la oficina del periódico
Un auto sedán de
color azul, que transita por el centro de Lima, baja la velocidad al llegar a
la cuadra seis del jirón Camaná, y entra a los estacionamientos en la planta
baja del edificio El Cóndor, donde se aprecia un inmenso letrero sobre el
último piso, el octavo, que dice: Diario El Universo. Aldo pasa por la puerta
que separa el garaje con el primer piso. La corbata roja parece más una soga de
cadalso con nudo colgando a la altura de su esternón. Tira el saco sobre el
asiento trasero del auto; tiene en su mano derecha un maletín marrón, aquel que
le regaló Jessica, su esposa, antes de que se casaran; en la izquierda una
botella tamaño familiar de una bebida gaseosa, sin tapa y con el contenido por
la mitad; al llegar al elevador encuentra una nota escrita a mano pegada con
cinta aislante negra sobre la compuerta metálica que dice: ¡Ascensor
descompuesto! ¡Sírvanse pagar sus cuotas de mantenimiento! Firmado: La
administración.
¡¡¡¿Qué, tengo que
subir por las escaleras hasta el octavo piso?!!!
El señor Jorge
Escobedo, jefe de redacción, pregunta a Viviana, su secretaria, ¿qué pasó con
Aldo, no que había llegado hace veinte minutos? Ella le explica que debía de
estar subiendo por las escaleras. ¡Mire jefe, aquí viene entrando! Viviana se
acerca al recién llegado; te llama el señor Escobedo dice que vayas ahorita.
Dile que se espere, ¡no ves que traigo un pulmón en cada mano!
La hora de
almuerzo
Aldo llega casi a
rastras hasta su oficina, tira una botella vacía en el tacho junto a su
escritorio, y se arranca la corbata roja dejándola sobre un gavetero metálico,
cuando la secretaria ingresa a su oficina;
—¡Aldo, el jefe
está esperándote! Ya ha pasado casi media hora desde que llegaste al edificio.
—Nomás voy al
comedor me compro una botella de agua y regreso a verlo —dice mientras sale
presuroso de su oficina—. Dile que iré en un ratito.
—Oye se va a
enojar. Y acuérdate de tu dieta. ¡Jessica preocupada, y tú como si nada!
Aldo va por el
pasillo que lleva a la cocina de los empleados, en su rostro se observa el ceño
fruncido; y qué carajos quiere mi mujer, no me voy a morir de hambre, me puede
dar cualquier cosa qué sé yo un desmayo, a lo mejor una bajada de presión.
Bueno, ya son las once y media de la mañana. Aquí en la refrigeradora están mis
tamalitos salvavidas.
Viviana toca la
puerta del jefe avisándole que Aldo iba a entrar. ¡Señor Gutiérrez, por último,
decidió aparecer! Ya sentados conversan sobre la esperada entrevista. Cuando el
jefe presiona el botón de la grabadora para escuchar la grabación, se percata
de que solo se oye la voz de Aldo, en cambio, ninguna palabra de Sem Yazza ha
quedado registrada, en su lugar tan solo se escuchan unos sonidos extraños,
parecidos al ruido de la estática.
Entonces Gutiérrez, ¿de dónde proviene ese
ruido? ¡¡¡Usted tenía que revisar las baterías!!! Aldo apenas atina a
responder; ¡jefe, las saqué de un paquete nuevo! ¡Escuche usted, mi voz está
muy clara! Afuera del despacho solo se podía oír los desaforados gritos del
señor Escobedo. La historia hubo que
hacerla con base en lo poco que el hombre de prensa había tomado atención
durante la entrevista. El resultado devino en un mutilado artículo de prensa,
respecto a lo que debió ser un reportaje de gran relevancia. Fue desechado por
el directorio del medio informativo. Era el primer gran tropiezo en la
ascendente carrera del joven periodista. En las semanas sucesivas las cosas
fueron cambiando en la oficina del periódico. Jorge Escobedo en forma repentina
falleció de un ataque cardíaco. Lo encontraron en la sala de su casa donde
vivía solo él desde dos décadas atrás. Fue la señora que hacía la limpieza
quien lo halló exánime en su silla reclinable. Decía la dama que el occiso
mostraba los ojos desorbitados, la boca abierta como si hubiese gritado por un
inmenso dolor, dijo que la expresión de su rostro era horrorosa. El examen de
necropsia no mostró indicio de violencia alguna. Por esos días nombraban a Aldo
Gutiérrez como el nuevo jefe interino de edición. Estaba instalándose en la que
fue la oficina del señor Jorge Enciso, cuando Viviana le hizo saber que había
una llamada de la compañía Urbaniza; al contestar resultó ser la empresa
inmobiliaria recomendada por Sem Yazza, con la que en algún momento Aldo
había llegado a contactarse, quienes le confirmaban que habían encontrado una
casa en el Bosque El Olivar recién colocada en el mercado. Después de algunos
gritos eufóricos, y con el aliento recobrado, el editor en jefe interino
concertaba la cita para ir con su esposa para ir a conocer aquella propiedad
ofertada, la cita era para dentro de dos días más, el sábado a las diez de la
mañana.
En pocas semanas
se firmaron los documentos respectivos. Los Gutiérrez pudieron mudarse a su
casa en la Calle Los Olivos novecientos noventa y nueve. Lo único que no le
gustó a Jessica fue que la placa de la dirección estaba rajada, unas feas
brechas parecían formar una rústica letra te; Aldo le prometió que la
cambiaría. Al día siguiente de la mudanza Aldo recibió un mensaje de texto cuya
procedencia era de un número privado, decía ser Sem Yazza, «Fue un buen
negocio para ambas partes. Felicitaciones». Los meses pasaron, la familia Gutiérrez
disfrutaba de su nueva casa y del hermoso vecindario. Jessica, periodista de
espectáculos, siempre acicalada y teniendo cuidado con su físico, pues asistía
al gimnasio tres veces por semana; ella no aparentaba sus treinta años, él, en
cambio, descuidando su peso parecía un hombre obeso de cuarenta años.
Viviendo en el
Bosque El Olivar
Con tantas ganas
de seguir durmiendo, y tiene que sonar la alarma, ¿de qué sonríe mi esposa?
—¡Ya Aldo
levántate son las seis! —dice Jessica jalando las frazadas— Tienes que salir a
correr, al menos a caminar, siquiera hasta la esquina del parque.
Aldo se levanta y
sin decir palabra abre las cortinas blancas de las ventanas que están hacia la
derecha de la habitación; bien decía mi padre que cuando me case nunca elija el
lado de la cama cercano a la puerta del cuarto, o sería el primero en
levantarme ante cualquier pesadilla de los hijos, o cualquier emergencia
durante la noche. ¡Oh ya llegó el panadero! El viejo triciclo negro cargando el
inmenso depósito blanco donde lleva los panes, que seguramente irían dejando a
su paso el aroma de pan horneado. El joven repartidor de la panificadora le
hace una seña cómplice que Aldo entiende y asiente en forma discreta con la
cabeza: el humilde y joven repartidor le muestra los diez dedos extendidos de
sus manos, y luego le enseña dos dedos más. La docena de panes franceses son
dejados en el buzón del correo.
—Bueno, bueno,
Jessica, ya estoy en pie —contesta, a la vez que se calza sus chalupas—. Te
resulta fácil decir: ¡anda, corre, has!, al menos deberías prepararme un
sándwich, un juguito, mi calentadito. —Cariño, no puedes comer todo eso antes
de hacer ejercicios. Mira que hoy empiezas con tu rutina de dieta y aeróbicos
—afirma la esposa—, además, lo puedes vomitar; ya sabes que estás con
sobrepeso, alto nivel de colesterol y azúcar; el doctor dice que puedes tener
un ataque cardíaco.
Aldo menea la
cabeza, entra al baño y cierra la puerta con fuerza; esta mujer ya me tiene
cansado, no entiende cuánto necesito las proteínas para desarrollar mi
musculatura. Y me tiene hasta el copete con que no soy un creyente, y si me
muero estaré fuera de «la gracia de Dios». Puras babosadas. Cuando nos
conocimos, allá en la Universidad Católica todo era diferente, tan alegre ella
en la facultad, bueno, siempre vestía muy puritana, apenas se pintaba; pero no
me jodía como ahora. Mejor me visto con la ropa deportiva que me regaló en la
navidad pasada, nunca la usé. Creo que por primera vez voy a salir a correr, de
lo contrario me va a estar aburriendo con ir a la iglesia, que si me muero me
voy a ir al infierno por la eternidad, al lago de azufre. Ja, ja, ja; como les
lavan la cabeza. Aldo al terminar de miccionar, jala la palanca del inodoro y
sale del cuarto de baño.
—Jessica, solo
tengo que bajar un poquito, casi todo mi peso es por mi musculatura —afirma
mientras sume la barriga mirándose al espejo y tensa sus brazos—. Tengo bien
definidos los bíceps.
—¡Perdona gordito,
pero los únicos músculos que tienes bien formados son los de las mandíbulas!
Tus niveles de triglicéridos y colesterol tienen más dígitos que nuestra cuenta
bancaria. Debes que cuidarte mi amor, por favor.
—¡¡¡No me llames
gordito!!! —contesta y sale de la habitación—. ¡Sí voy a ir a correr!
Aldo llega a la
cocina, abre la refrigeradora, voltea el rostro hacia la puerta, entonces muy
rápido abre el cajón de verduras y remueve las bolsas que contiene choclos,
lechugas, otra con una coliflor por la mitad, y saca el último paquete, lo abre
y escoge dos tamales; pone todos los vegetales en su lugar, envuelve en papel
toalla su furtivo alimento y lo pone detrás de la refrigeradora. Al regresar a
la habitación matrimonial oye a Jessica cantando en inglés con la radio a todo
volumen. Ella escucha que golpean la puerta, cierra la regadera, se aproxima a
la radio y baja el volumen, con su mano derecha remueve el vaho que cubre el
espejo;
—Jessica, ¿dónde
está mi ropa de deporte, la que me compraste, la nueva?
—¡Vas a salir a
correr, que bueno; estoy muy orgullosa de ti! —le contesta mientras apenas se
cubre con su bata blanca—. Deja que te la paso.
Él observa a su
esposa casi trastabillando con las sandalias rojas húmedas, y entra casi
trotando al closet, luego de un par de minutos trae consigo una camiseta, al
lado un pantalón corto, y debajo de ellos, en el piso, una caja conteniendo un
par de zapatillas blancas. Aldo se toca la barriga; sí, yo creo que debo de
tener cuidado con este peso del infierno. Empieza a vestirse cuando se le oye
gritar: ¡Jessica este pantalón corto está muy apretado, no me voy a poder tirar
ni un pedo!, y esta camiseta amarilla exagera el tamaño de mi barriga, el rollo
de mi cintura parece ser un flotador de patito, pero sin cabeza. Molesto mira
hacia el cielo raso de la habitación; aún recuerdo el último día de mi papá en
el hospital. Estaba conectado a esa máquina de oxígeno, fue tan claro cuando me
dijo; que disfrutara de mi tiempo haciendo lo que yo quisiera, lo que me
gustara, pues la vida es solo una, después no hay nada, ni cielo ni infierno,
que por eso él fumó toda su vida, luego repitió por última vez que de nada se
arrepentía. Y se murió papá. ¡Bien, papá! Aldo toma las llaves de la casa y el
celular, se los pone en el apretado bolsillo, luego de recoger los panes que
fueron dejados en la caja del correo de la casa, los esconde junto a los
tamales, separando solo dos. Saca del gabinete para herramientas, junto a la
puerta que da al patio, una lata de bebida gaseosa, y sale raudo por la puerta
principal, camina por la acera hacia la derecha, cuando escucha levantándose la
puerta del garaje de su casa, es Jessica saliendo en retroceso con su auto, él
tira el fiambre con la bebida junto a unas plantas de la casa de al lado;
Jessica va apareciendo en su auto rojo en reversa, el mufle emite los gases,
Aldo suda de manera profusa;
—¡Amor vas
regresando!, está bien para empezar, al menos diez minutos —dice y extiende sus
brazos—. Dame mi beso. Te dejé en la mesa una rodaja de pan integral, algo de
atún, sin sal, y café simple en tu taza celeste.
—Sí, sí, eh..., ya
estaba regresando —contesta besándola y secándose el sudor—, y gracias por
prepararme el desayuno. Nos vemos.
Aldo entra a su
casa rescatando primero su delicioso tesoro recuperado del jardín contiguo. Va
de regreso a la cocina y mira sonriendo el desayuno sobre la mesa, camina hasta
la refrigeradora y riéndose a carcajadas observa la foto de Jessica y vocifera:
¡¡¡A mí con desayunos de supervivencia!!! Sabes qué, en el comedor de la
oficina tengo mis tamalitos por paquetes, eso para los desayunos, pizza en
porciones para los almuerzos, les quito un poquito del aceite con una
servilleta, solo poquitito sino se va el sabor, así que mamita me río de tus
dietas y ejercicios, te la creíste hoy que yo venía de correr, sonsa...,
santita te crees, hasta que conocí en el periódico a tu amiga Ana, la de tu
colegio Villa María, dice que juntas fumaron alguna vez marihuana, ¡ja!, la
risa estruendosa de Aldo se fue cortando conforme empezó a escuchar un sonido
distante, agudo; se quedó inmóvil hasta que pudo percibir bien;
—¡¡¡Aló, Aldo, te estoy escuchando por tu
celular, torpe!!! —vociferaba Jessica—. Sabes, te tengo una mala noticia y otra
buena.
Para Aldo parecía
que la tierra se abría debajo de él, se colocó el celular junto a su oreja,
Jessica continuó diciéndole que primero que nada lo había escuchado desde
cuando dijo: A mí con desayunos...; Aldo sacude de forma frenética los dedos de
su mano izquierda, y le pregunta; entonces dime cuál es la buena noticia; ella
le replica que esa fue la buena; la mala Aldo es que vamos a divorciarnos, a
menos que empieces desde ahorita a tomar tu medicina recetada, cambies tus
malos hábitos alimenticios, y desde este domingo vayas conmigo a la iglesia;
¡¡¡¿Está claro?!!! Aldo gesticula, llora, sigue hablando por teléfono, se
arrodilla, besa el celular, tiene la mano derecha levantada en formal señal de
juramento. Al darse cuenta de que su esposa cortó la llamada, se seca las
lágrimas y mocos con su camiseta amarilla. Mira su reloj y corre al baño.
Cuando termina de ducharse, se empieza a rasurar en frente del espejo; Bueno,
la dieta me va a ayudar, por otro lado, solía gustarme hacer ejercicios, pero,
la iglesia y su cantaleta de recibir la salvación: ¡eso nunca! Aunque, tal vez
cuando esté viejito, a eso de los ochenta años..., quizá, por si acaso.
Entonces abre uno de los cajones de la cómoda, luego otro, uno más. Toma su
teléfono se para a un lado de la ventana y marca; aló, Jessica, ¿dónde está mi
pantalón marrón, el nuevo, el de mi nueva talla cuarenta? Ella le inquiere en
tono firme si estaba gritándole.
—No amorcito es
que no lo encuentro.
—Aldo no eres
talla cuarenta, sino cuarenta y dos. Ayer lo usaste por primera vez y se te
descoció el fundillo, tenemos que ir a comprarte ropa urgente.
—Está bien
amorcito, solo que..., ¡¡¡ayayay mi pecho, que dolor!!! ¿Aló? ¿Jessica? ¿Aló?
¿Me cortó? ¿Quién se ha creído? Todo está oscuro... ¿Hay eclipse hoy? Esos
gritos..., ¡apesta a azufre!
Aldo avanza y
escucha una voz, ¡es su propia voz que retumba!
—«...hubiese dado
mi alma por conseguir una casa allí..., hasta que se muera el viejo...».
—¡Ese fue el trato
que refrendaste con tu boca! Estúpido, nunca te percataste que la placa de tu
casa tenía los números del registro, pero si la volteabas hubieras notado el
número: seis, seis, seis, y verías una cruz invertida, en honor a mi señor
Belcebú. Me divertí jugando contigo. Aldo, mi nombre real es de una sola
palabra: Semyazza, soy uno de los ángeles expulsados de los cielos. Yo
sirvo al príncipe del mundo, con quien acordaste un pacto, «Fue un buen negocio
para ambas partes» ¿Recuerdas? ¡¡¡Ahora es tiempo de pagar,
ven!!!
—¡No! ¡No!, por favor; me voy a poner a dieta..., haré ejercicios..., tomaré la medicina..., sí iré a la iglesia y recibiré la salvación...
Al coro sin final de horripilantes aullidos se incorporaron los gritos destemplados de Aldo Gutiérrez.
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