viernes, 5 de agosto de 2022

¡El peso del infierno!

Joe Monroy Oyola


En la entrevista...

Uno de los lugares más exclusivos en la ciudad de Lima es el distrito de San Isidro. Entre otras cosas destaca por el gran cuidado del ornato y limpieza de sus calles. Las casas lucen bien pintadas, aunque muchos inmuebles fueron edificados a mediados del siglo pasado, no desentonan con las construcciones modernas; más bien, todas por igual están valorizadas en forma astronómica. El Bosque El Olivar brilla como el corazón del distrito. Gran parte de esta historia se forjó aquí.

Un hombre de baja estatura y contextura gruesa se detiene frente a un moderno edificio de diez pisos ubicado en la cuadra tres de la avenida Rivera Navarrete. Esta avenida de doble vía se llena en las mañanas de relucientes autos con rugientes motores y el sonido de bocinas, creando el caos característico del tráfico capitalino. El caballero recién llegado mira su teléfono celular y atisba la placa con la dirección del inmueble. Ya parado frente a los inmensos vitrales polarizados negros observa su reflejo, entonces, endereza su corbata roja, esta contrasta con su terno color plomo; él siente su corbatín muy ajustado, pero sabe que así puede disimular tener el cuello de su camisa desabotonado; luego hala la puerta de vidrio, frente a él hay un mostrador color blanco en forma de una letra ce invertida, que corta el paso. Dos atractivas jóvenes atienden a los visitantes ordenados en una sola fila con la ayuda de un vigilante. El joven recién llegado, a su turno, se registra en la recepción e intercambia su documento de identidad por un gafete que coloca sobre el bolsillo para del pañuelo. La puerta metálica plateada del elevador se abre dejando salir un aroma a lavanda combinado con una suave música instrumental, entonces tira la goma de mascar que venía saboreando en el cenicero tubular de aluminio cercano a la puerta. Entra y presiona el botón color negro del número diez. Cuando el ascenso termina se descorre la placa de metal, nota que esta oficina copa todo el décimo piso. Una señorita joven, de esbelta silueta y ataviada con un vestido azul, porta sobre el lado derecho de su pecho un prendedor dorado, con un logotipo con el dibujo del planeta Tierra, se acerca a recibirlo invitándolo a sentarse. En ese corto tiempo de espera el visitante escucha algunas personas hablando, imagina que es por teléfono, las voces provienen de los diferentes cubículos que parecieran marcar territorios de trabajo; un hombre habla en inglés, también escucha expresarse a una dama en lo que piensa pueda ser algún idioma oriental.

Por favor señor Gutiérrez, sígame, el jefe lo está esperando —le pide la recepcionista.

El visitante agradece e ingresan juntos a la oficina gerencial. Un hombre alto de algo más de un metro ochenta y contextura atlética mostrando un barbado rostro lo recibe. Buenos días, por favor, tome asiento. El joven corresponde al saludo, le agradece y se sienta en un mullido mueble individual hecho en cuero negro. 

  —Estoy a sus órdenes señor... Gutiérrez —dice mientras observa el gafete. Recuerdo la llamada de su diario... El Universo, ¿verdad?

—Así es señor Yazza. Aldo Gutiérrez es mi nombre —contesta, a la vez que le entrega una tarjeta personal—. Gracias por recibirme. Por favor, ¿me permitiría encender la grabadora?

—Claro señor Gutiérrez, no hay inconveniente por mi parte, nomás asegúrese que esté funcionando bien porque soy un hombre muy ocupado y solo le he separado treinta minutos —añade, y sonríe.

—Ya revisé antes de venir, gracias, señor Yazza. Entonces, empecemos con la entrevista. Por favor, háblenos acerca de la investigación abierta por el Ministerio Público en la que se le vincula con la presunta comisión de: extorsión, asesinato, tráfico de armas, trata de mujeres...

—¡¡¡Todas esas acusaciones son falsas!!!

—Disculpe debí comenzar por recabar la información comercial. Háblenos acerca de las actividades en las que se desarrollan sus compañías.

—Con todo gusto. Mi nombre es Sem Yazza. Imagino que usted debe saber, soy fundador y oficial ejecutivo en jefe de la compañía Multiservices Global Investments, que engloba a diferentes empresas orientadas en múltiples ramas de negocio. Nuestra corporación tiene sucursales extendidas alrededor de todo el planeta. Sí, aún en los países más pobres, los cuales ofrecen un campo de gran potencial para la producción y el comercio, donde pueda haber una ventaja mutua, tanto para nosotros como para nuestros apreciados clientes, usted me entiende, tratamos de llegar a los estratos sociales menos afortunados, pero, claro, invertimos también con negocios ya establecidos que solo precisan capital, no crea que pretendemos ser filántropos. Puedo mencionarle señor Gutiérrez, que tenemos contratos para la exploración de recursos acuíferos, en países del Medio Oriente al igual en África, a fin de aliviar la carencia del líquido elemento. En el sector financiero somos opción importante de inversión en la bolsa de valores, asimismo, nos dedicamos a impulsar a los emprendedores en los países en desarrollo de América latina; les damos acceso a créditos rápidos; ellos son el futuro motor de la economía en sus países, tal cual acá en Perú, por seguro esto ya lo habrá escuchado antes señor Gutiérrez; pero, además, sobre la construcción y corretaje de bienes inmuebles tenemos filiales dedicadas a estos rubros. Es una necesidad general comprar o rentar desde un local comercial, una casa, terrenos, hasta un modesto apartamento. En el área de la seguridad social y atención de la salud, todos precisamos un adecuado cuidado, o diría yo más bien: compromiso. Ofrecemos, por ello, desde coberturas básicas hasta las más completas, para ciertos sensibles casos. Los seguros de vida, no nos resultan ajenos, pues nuestra existencia física sobre este mundo es, como sabemos, solo temporal. Nos preocupamos por los ancianos y sus últimos tiempos, de manera que estén rodeados con los mejores cuidados, por ello procuramos soslayar toda preocupación material. Brindamos la oportunidad de administrar las propiedades de nuestros asociados; reinvirtiendo las rentas, por tan solo un mínimo porcentaje que lo consideramos un justo trastrueque. Colocamos esos capitales en la bolsa de valores, con alguna de nuestras empresas. Hemos explorado el campo del cuidado para la belleza femenina, nada más hermoso que una mujer... «Este tipejo que funge de ser periodista solo ha encendido su grabadora y está que fisgonea las piernas de mi secretaria, además de eso, lo único que hace es mirar hacia los ventanales, gordo estúpido, ni cuenta se ha dado que me he quedado callado». Señor Gutiérrez, ¿me está prestando atención?, tal parece que más le interesa el paisaje de los alrededores, dijo el empresario. Después de disculparse el visitante, la entrevista prosiguió. Le decía que los productos elaborados en nuestros laboratorios tienen un alto estándar de calidad. Ofrecemos precios competitivos en las cremas para cutis y manos, lo mismo con los labiales y pintura para las uñas. A pesar de que las autoridades sanitarias tienden a crear alarma innecesaria, sobre el uso de metales pesados como: plomo, mercurio, arsénico y antimonio en nuestra maravillosa línea cosmética mencionándolos como elementos cancerígenos. Señor Gutiérrez, ¡ahora todo resulta serlo!, nosotros tomamos inmenso cuidado sobre ello; por esta razón colocamos, sobre el final de cada pequeña etiqueta, una advertencia. En nuestra línea nutricional, para los fisicoculturistas, recomendamos nuestros cocteles proteicos los cuales, ¡sí desarrollan los músculos!

Cualquiera puede acceder a nuestras páginas en internet, y verán los múltiples testimonios de agradecimiento compartidos por muchos invaluables clientes. Alrededor del mundo damos trabajo de modo directo, a empleados registrados de manera apropiada en planilla, pero además contratamos a terceros; lo que en global nos da una cifra aproximada de ciento cincuenta mil trabajadores beneficiados.

—Pero, señor Yazza, hay denuncias en sus filiales en Colombia, Ecuador, acá mismo en Perú, por parte de pequeños comerciantes que solicitaron préstamos en sus financieras. Afirman que estas empresas crediticias tienen bandas de matones trabajando en los departamentos de cobranzas, quienes utilizan métodos intimidatorios, algunos deudores afirman haber sido golpeados, hay incluso acusaciones por ataques vandálicos en contra de ciertos locales comerciales.    

—Mire señor Gutiérrez, bien ha dicho usted que hay un gran sector de comerciantes informales, a los que, en efecto, les damos acceso a un moderado crédito. Nunca fueron forzados o amenazados para requerir nuestros accesibles préstamos. Pero, en cambio, en ocasiones se niegan a honrar sus obligaciones para con nosotros. Es probable que haya habido algún malentendido, pero de allí a poder afirmar que se trata de grupos delincuenciales es una exageración, una falacia. 

—Es que no se trata de una sola imputación, son muchas. Es de conocimiento público la queja interpuesta ante Indecopi, acerca de los productos para desarrollo muscular debido al daño hepático que está produciendo su consumo.

—Usted señor periodista, estoy seguro de que está buscando la verdad. Todos sabemos bien que los productos farmacéuticos, las bebidas energéticas, el mismo tabaco, las bebidas gaseosas, etcétera, también tienen probables efectos secundarios. Los nuestros no son la excepción, pero, por igual tomamos todas las precauciones posibles.   

La charla se fue extendiendo entre el empresario y el periodista. El hombre de prensa trató de tocar, de manera infructuosa, todos los tópicos posibles en la entrevista. Y luego de los treinta minutos de la reunión, Sem Yazza se excusó pues tenía una gran carga de trabajo ese día. Aldo Gutiérrez estaba levantando sus apuntes, grabadora, celular y su tableta electrónica, cuando al volver a observar por las grandes ventanas exclamó lo bello que era San Isidro, y tanto su esposa como él tenían el sueño de vivir en el Bosque El Olivar; hubiese dado mi alma por conseguir una casa allí, pero en la compañía inmobiliaria donde fuimos nos dijeron que no había ninguna a la venta. El empresario le contestó; por qué no visita nuestra oficina de corretaje, le daré una de mis tarjetas personales. Puedo asegurarle que le brindarán un apoyo total para conseguir la casa de sus sueños, dicho esto, escribió algo al dorso de la tarjeta. Y respecto a esta entrevista señor Gutiérrez espero sea benigno, usted me entiende, así podríamos apoyarnos mutuamente. Aldo sonríe y le dice que así podría haber sido, pero eso depende del editor en jefe, yo soy un simple asistente; ojalá alguna vez me toque, ese señor ostenta el cargo por treinta años, hasta que se muera el viejo Escobedo ja, ja, ja. Bueno me retiro, gracias por su tiempo. El industrial le hizo una pregunta al periodista; dígame ¿por qué tanto interés en tener una casa en El Olivar? Aldo guardó silencio por unos segundos y le contestó: la verdad hay dos razones, una es de mi esposa, ella piensa que vivir allí nos dará el estatus de residir en uno de los mejores lugares de Lima. Sem Yazza le inquirió por el otro motivo, Aldo Gutiérrez le contestó; cuando era adolescente tuve una enamorada a la que quise mucho; aún puedo recordar que estudiábamos en la biblioteca, y después paseábamos abrazados por aquél bellísimo lugar, dábamos de comer a los peces y patos, cuando los había, la gente caminando alrededor, los jardines llenos de flores, aquellas bancas que nos acogían en nuestros momentos de romance, mientras contemplábamos los ancestrales y hermosos árboles de olivo con sus ramas que daban inmensas sombras... ¡Perdón, me fui en un lindo viaje hacia el pasado! Sem Yazza le extendió la mano; ni se preocupe.

—A la orden señor Gutiérrez. ¿Te puedo llamar Aldo?  

—Claro, hasta luego señor Yazza.

—Dime Sem, a secas. Y, vamos Aldo, tú sabes..., cualquier cosa que necesites cuenta conmigo.

—¡Claro!¡Nos vemos... Sem!

El periodista va saliendo del edificio; Jessica se va a sentir muy orgullosa. Este reportaje saldrá justo para nuestro tercer aniversario de bodas.                            


De regreso en la oficina del periódico

Un auto sedán de color azul, que transita por el centro de Lima, baja la velocidad al llegar a la cuadra seis del jirón Camaná, y entra a los estacionamientos en la planta baja del edificio El Cóndor, donde se aprecia un inmenso letrero sobre el último piso, el octavo, que dice: Diario El Universo. Aldo pasa por la puerta que separa el garaje con el primer piso. La corbata roja parece más una soga de cadalso con nudo colgando a la altura de su esternón. Tira el saco sobre el asiento trasero del auto; tiene en su mano derecha un maletín marrón, aquel que le regaló Jessica, su esposa, antes de que se casaran; en la izquierda una botella tamaño familiar de una bebida gaseosa, sin tapa y con el contenido por la mitad; al llegar al elevador encuentra una nota escrita a mano pegada con cinta aislante negra sobre la compuerta metálica que dice: ¡Ascensor descompuesto! ¡Sírvanse pagar sus cuotas de mantenimiento! Firmado: La administración.

¡¡¡¿Qué, tengo que subir por las escaleras hasta el octavo piso?!!!

El señor Jorge Escobedo, jefe de redacción, pregunta a Viviana, su secretaria, ¿qué pasó con Aldo, no que había llegado hace veinte minutos? Ella le explica que debía de estar subiendo por las escaleras. ¡Mire jefe, aquí viene entrando! Viviana se acerca al recién llegado; te llama el señor Escobedo dice que vayas ahorita. Dile que se espere, ¡no ves que traigo un pulmón en cada mano!


La hora de almuerzo

Aldo llega casi a rastras hasta su oficina, tira una botella vacía en el tacho junto a su escritorio, y se arranca la corbata roja dejándola sobre un gavetero metálico, cuando la secretaria ingresa a su oficina;

—¡Aldo, el jefe está esperándote! Ya ha pasado casi media hora desde que llegaste al edificio.

—Nomás voy al comedor me compro una botella de agua y regreso a verlo —dice mientras sale presuroso de su oficina—. Dile que iré en un ratito.

—Oye se va a enojar. Y acuérdate de tu dieta. ¡Jessica preocupada, y tú como si nada!

Aldo va por el pasillo que lleva a la cocina de los empleados, en su rostro se observa el ceño fruncido; y qué carajos quiere mi mujer, no me voy a morir de hambre, me puede dar cualquier cosa qué sé yo un desmayo, a lo mejor una bajada de presión. Bueno, ya son las once y media de la mañana. Aquí en la refrigeradora están mis tamalitos salvavidas.

Viviana toca la puerta del jefe avisándole que Aldo iba a entrar. ¡Señor Gutiérrez, por último, decidió aparecer! Ya sentados conversan sobre la esperada entrevista. Cuando el jefe presiona el botón de la grabadora para escuchar la grabación, se percata de que solo se oye la voz de Aldo, en cambio, ninguna palabra de Sem Yazza ha quedado registrada, en su lugar tan solo se escuchan unos sonidos extraños, parecidos al ruido de la estática.  

Entonces Gutiérrez, ¿de dónde proviene ese ruido? ¡¡¡Usted tenía que revisar las baterías!!! Aldo apenas atina a responder; ¡jefe, las saqué de un paquete nuevo! ¡Escuche usted, mi voz está muy clara! Afuera del despacho solo se podía oír los desaforados gritos del señor Escobedo.  La historia hubo que hacerla con base en lo poco que el hombre de prensa había tomado atención durante la entrevista. El resultado devino en un mutilado artículo de prensa, respecto a lo que debió ser un reportaje de gran relevancia. Fue desechado por el directorio del medio informativo. Era el primer gran tropiezo en la ascendente carrera del joven periodista. En las semanas sucesivas las cosas fueron cambiando en la oficina del periódico. Jorge Escobedo en forma repentina falleció de un ataque cardíaco. Lo encontraron en la sala de su casa donde vivía solo él desde dos décadas atrás. Fue la señora que hacía la limpieza quien lo halló exánime en su silla reclinable. Decía la dama que el occiso mostraba los ojos desorbitados, la boca abierta como si hubiese gritado por un inmenso dolor, dijo que la expresión de su rostro era horrorosa. El examen de necropsia no mostró indicio de violencia alguna. Por esos días nombraban a Aldo Gutiérrez como el nuevo jefe interino de edición. Estaba instalándose en la que fue la oficina del señor Jorge Enciso, cuando Viviana le hizo saber que había una llamada de la compañía Urbaniza; al contestar resultó ser la empresa inmobiliaria recomendada por Sem Yazza, con la que en algún momento Aldo había llegado a contactarse, quienes le confirmaban que habían encontrado una casa en el Bosque El Olivar recién colocada en el mercado. Después de algunos gritos eufóricos, y con el aliento recobrado, el editor en jefe interino concertaba la cita para ir con su esposa para ir a conocer aquella propiedad ofertada, la cita era para dentro de dos días más, el sábado a las diez de la mañana.

En pocas semanas se firmaron los documentos respectivos. Los Gutiérrez pudieron mudarse a su casa en la Calle Los Olivos novecientos noventa y nueve. Lo único que no le gustó a Jessica fue que la placa de la dirección estaba rajada, unas feas brechas parecían formar una rústica letra te; Aldo le prometió que la cambiaría. Al día siguiente de la mudanza Aldo recibió un mensaje de texto cuya procedencia era de un número privado, decía ser Sem Yazza, «Fue un buen negocio para ambas partes. Felicitaciones».  Los meses pasaron, la familia Gutiérrez disfrutaba de su nueva casa y del hermoso vecindario. Jessica, periodista de espectáculos, siempre acicalada y teniendo cuidado con su físico, pues asistía al gimnasio tres veces por semana; ella no aparentaba sus treinta años, él, en cambio, descuidando su peso parecía un hombre obeso de cuarenta años.


Viviendo en el Bosque El Olivar

Con tantas ganas de seguir durmiendo, y tiene que sonar la alarma, ¿de qué sonríe mi esposa?

—¡Ya Aldo levántate son las seis! —dice Jessica jalando las frazadas— Tienes que salir a correr, al menos a caminar, siquiera hasta la esquina del parque.

Aldo se levanta y sin decir palabra abre las cortinas blancas de las ventanas que están hacia la derecha de la habitación; bien decía mi padre que cuando me case nunca elija el lado de la cama cercano a la puerta del cuarto, o sería el primero en levantarme ante cualquier pesadilla de los hijos, o cualquier emergencia durante la noche. ¡Oh ya llegó el panadero! El viejo triciclo negro cargando el inmenso depósito blanco donde lleva los panes, que seguramente irían dejando a su paso el aroma de pan horneado. El joven repartidor de la panificadora le hace una seña cómplice que Aldo entiende y asiente en forma discreta con la cabeza: el humilde y joven repartidor le muestra los diez dedos extendidos de sus manos, y luego le enseña dos dedos más. La docena de panes franceses son dejados en el buzón del correo.

—Bueno, bueno, Jessica, ya estoy en pie —contesta, a la vez que se calza sus chalupas—. Te resulta fácil decir: ¡anda, corre, has!, al menos deberías prepararme un sándwich, un juguito, mi calentadito. —Cariño, no puedes comer todo eso antes de hacer ejercicios. Mira que hoy empiezas con tu rutina de dieta y aeróbicos —afirma la esposa—, además, lo puedes vomitar; ya sabes que estás con sobrepeso, alto nivel de colesterol y azúcar; el doctor dice que puedes tener un ataque cardíaco.

Aldo menea la cabeza, entra al baño y cierra la puerta con fuerza; esta mujer ya me tiene cansado, no entiende cuánto necesito las proteínas para desarrollar mi musculatura. Y me tiene hasta el copete con que no soy un creyente, y si me muero estaré fuera de «la gracia de Dios». Puras babosadas. Cuando nos conocimos, allá en la Universidad Católica todo era diferente, tan alegre ella en la facultad, bueno, siempre vestía muy puritana, apenas se pintaba; pero no me jodía como ahora. Mejor me visto con la ropa deportiva que me regaló en la navidad pasada, nunca la usé. Creo que por primera vez voy a salir a correr, de lo contrario me va a estar aburriendo con ir a la iglesia, que si me muero me voy a ir al infierno por la eternidad, al lago de azufre. Ja, ja, ja; como les lavan la cabeza. Aldo al terminar de miccionar, jala la palanca del inodoro y sale del cuarto de baño.

—Jessica, solo tengo que bajar un poquito, casi todo mi peso es por mi musculatura —afirma mientras sume la barriga mirándose al espejo y tensa sus brazos—. Tengo bien definidos los bíceps.

—¡Perdona gordito, pero los únicos músculos que tienes bien formados son los de las mandíbulas! Tus niveles de triglicéridos y colesterol tienen más dígitos que nuestra cuenta bancaria. Debes que cuidarte mi amor, por favor.

—¡¡¡No me llames gordito!!! —contesta y sale de la habitación—. ¡Sí voy a ir a correr!

Aldo llega a la cocina, abre la refrigeradora, voltea el rostro hacia la puerta, entonces muy rápido abre el cajón de verduras y remueve las bolsas que contiene choclos, lechugas, otra con una coliflor por la mitad, y saca el último paquete, lo abre y escoge dos tamales; pone todos los vegetales en su lugar, envuelve en papel toalla su furtivo alimento y lo pone detrás de la refrigeradora. Al regresar a la habitación matrimonial oye a Jessica cantando en inglés con la radio a todo volumen. Ella escucha que golpean la puerta, cierra la regadera, se aproxima a la radio y baja el volumen, con su mano derecha remueve el vaho que cubre el espejo;

—Jessica, ¿dónde está mi ropa de deporte, la que me compraste, la nueva?

—¡Vas a salir a correr, que bueno; estoy muy orgullosa de ti! —le contesta mientras apenas se cubre con su bata blanca—. Deja que te la paso.

Él observa a su esposa casi trastabillando con las sandalias rojas húmedas, y entra casi trotando al closet, luego de un par de minutos trae consigo una camiseta, al lado un pantalón corto, y debajo de ellos, en el piso, una caja conteniendo un par de zapatillas blancas. Aldo se toca la barriga; sí, yo creo que debo de tener cuidado con este peso del infierno. Empieza a vestirse cuando se le oye gritar: ¡Jessica este pantalón corto está muy apretado, no me voy a poder tirar ni un pedo!, y esta camiseta amarilla exagera el tamaño de mi barriga, el rollo de mi cintura parece ser un flotador de patito, pero sin cabeza. Molesto mira hacia el cielo raso de la habitación; aún recuerdo el último día de mi papá en el hospital. Estaba conectado a esa máquina de oxígeno, fue tan claro cuando me dijo; que disfrutara de mi tiempo haciendo lo que yo quisiera, lo que me gustara, pues la vida es solo una, después no hay nada, ni cielo ni infierno, que por eso él fumó toda su vida, luego repitió por última vez que de nada se arrepentía. Y se murió papá. ¡Bien, papá! Aldo toma las llaves de la casa y el celular, se los pone en el apretado bolsillo, luego de recoger los panes que fueron dejados en la caja del correo de la casa, los esconde junto a los tamales, separando solo dos. Saca del gabinete para herramientas, junto a la puerta que da al patio, una lata de bebida gaseosa, y sale raudo por la puerta principal, camina por la acera hacia la derecha, cuando escucha levantándose la puerta del garaje de su casa, es Jessica saliendo en retroceso con su auto, él tira el fiambre con la bebida junto a unas plantas de la casa de al lado; Jessica va apareciendo en su auto rojo en reversa, el mufle emite los gases, Aldo suda de manera profusa;  

—¡Amor vas regresando!, está bien para empezar, al menos diez minutos —dice y extiende sus brazos—. Dame mi beso. Te dejé en la mesa una rodaja de pan integral, algo de atún, sin sal, y café simple en tu taza celeste.

—Sí, sí, eh..., ya estaba regresando —contesta besándola y secándose el sudor—, y gracias por prepararme el desayuno. Nos vemos.

Aldo entra a su casa rescatando primero su delicioso tesoro recuperado del jardín contiguo. Va de regreso a la cocina y mira sonriendo el desayuno sobre la mesa, camina hasta la refrigeradora y riéndose a carcajadas observa la foto de Jessica y vocifera: ¡¡¡A mí con desayunos de supervivencia!!! Sabes qué, en el comedor de la oficina tengo mis tamalitos por paquetes, eso para los desayunos, pizza en porciones para los almuerzos, les quito un poquito del aceite con una servilleta, solo poquitito sino se va el sabor, así que mamita me río de tus dietas y ejercicios, te la creíste hoy que yo venía de correr, sonsa..., santita te crees, hasta que conocí en el periódico a tu amiga Ana, la de tu colegio Villa María, dice que juntas fumaron alguna vez marihuana, ¡ja!, la risa estruendosa de Aldo se fue cortando conforme empezó a escuchar un sonido distante, agudo; se quedó inmóvil hasta que pudo percibir bien;

—¡¡¡Aló, Aldo, te estoy escuchando por tu celular, torpe!!! —vociferaba Jessica—. Sabes, te tengo una mala noticia y otra buena.

Para Aldo parecía que la tierra se abría debajo de él, se colocó el celular junto a su oreja, Jessica continuó diciéndole que primero que nada lo había escuchado desde cuando dijo: A mí con desayunos...; Aldo sacude de forma frenética los dedos de su mano izquierda, y le pregunta; entonces dime cuál es la buena noticia; ella le replica que esa fue la buena; la mala Aldo es que vamos a divorciarnos, a menos que empieces desde ahorita a tomar tu medicina recetada, cambies tus malos hábitos alimenticios, y desde este domingo vayas conmigo a la iglesia; ¡¡¡¿Está claro?!!! Aldo gesticula, llora, sigue hablando por teléfono, se arrodilla, besa el celular, tiene la mano derecha levantada en formal señal de juramento. Al darse cuenta de que su esposa cortó la llamada, se seca las lágrimas y mocos con su camiseta amarilla. Mira su reloj y corre al baño. Cuando termina de ducharse, se empieza a rasurar en frente del espejo; Bueno, la dieta me va a ayudar, por otro lado, solía gustarme hacer ejercicios, pero, la iglesia y su cantaleta de recibir la salvación: ¡eso nunca! Aunque, tal vez cuando esté viejito, a eso de los ochenta años..., quizá, por si acaso. Entonces abre uno de los cajones de la cómoda, luego otro, uno más. Toma su teléfono se para a un lado de la ventana y marca; aló, Jessica, ¿dónde está mi pantalón marrón, el nuevo, el de mi nueva talla cuarenta? Ella le inquiere en tono firme si estaba gritándole.

—No amorcito es que no lo encuentro.

—Aldo no eres talla cuarenta, sino cuarenta y dos. Ayer lo usaste por primera vez y se te descoció el fundillo, tenemos que ir a comprarte ropa urgente.

—Está bien amorcito, solo que..., ¡¡¡ayayay mi pecho, que dolor!!! ¿Aló? ¿Jessica? ¿Aló? ¿Me cortó? ¿Quién se ha creído? Todo está oscuro... ¿Hay eclipse hoy? Esos gritos..., ¡apesta a azufre!

Aldo avanza y escucha una voz, ¡es su propia voz que retumba!

—«...hubiese dado mi alma por conseguir una casa allí..., hasta que se muera el viejo...».

—¡Ese fue el trato que refrendaste con tu boca! Estúpido, nunca te percataste que la placa de tu casa tenía los números del registro, pero si la volteabas hubieras notado el número: seis, seis, seis, y verías una cruz invertida, en honor a mi señor Belcebú. Me divertí jugando contigo. Aldo, mi nombre real es de una sola palabra: Semyazza, soy uno de los ángeles expulsados de los cielos. Yo sirvo al príncipe del mundo, con quien acordaste un pacto, «Fue un buen negocio para ambas partes» ¿Recuerdas? ¡¡¡Ahora es tiempo de pagar, ven!!!

¡No! ¡No!, por favor; me voy a poner a dieta..., haré ejercicios..., tomaré la medicina..., sí iré a la iglesia y recibiré la salvación...

Al coro sin final de horripilantes aullidos se incorporaron los gritos destemplados de Aldo Gutiérrez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario