martes, 16 de agosto de 2022

El amor es sinfónico

Manuel Quezada


Pasaron muchos años, cerca de treinta y cuatro, y cuando escucho la versión sinfónica de la canción «All You Need Is Love» de los Beatles, cada nota de cuerda, viento o percusión, así como los melodiosos cantos abren un hilo de remembranzas, como el impensable amor de una mujer que no se había propuesto nada más que alegrarme a mi corta edad en las noches de feria. Ella se alistaba al ocultarse el sol y la señal era la música que llegaba hasta nuestra casa por medio de un ruidoso megáfono. Tomaba una ducha y se preparaba con sus mejores ropas. Un par de horas antes había advertido a mi madre que me llevaría a pasear. Era la temporada. Nos visitaban al barrio las «ruedas», formada por un carrusel, juegos mecánicos de avión, y la temible ruleta «Chicago», que tronaba con cada vuelta que completaba. Ella se tomaba su tiempo para colocar cada prenda en su cuerpo con precisión. Acabado el rito, con un vestido blanco nupcial dejó la casa a las siete de la noche, pero antes dirigió unas palabras a mi madre:

Me llevo al niño.

Ella no respondió, solo siguió con la mirada la figura de la mujer que me llevaba de la mano. Miré su prolongado escote y su sonrisa que denotaba una breve libertad nocturna. A penas unos pasos en la calle, llegó la música melosa que confirmaba nuestra cita. Dos veces al año aparecía en nuestro barrio la pequeña feria formada por tres juegos mecánicos. Alrededor de ellos las mujeres de la custodia, mujeres de oficios domésticos, el club de las «mamas». La voz melodiosa de Leo Dan tenía un eco en los susurros de Sara que buscaba un objeto perdido entre la luz que salía de cada juego de diversión y la imperante oscuridad de la zona. Lo encontró y su rostro se relajó. Yo volví a ver sus senos porque era difícil ser advertido ante su mirada orientada al objeto encontrado. Sin dudar, se fue a la caseta a comprar tiquet para una vuelta en cada rueda.

—¡Súbete aquí! me dijo, con mucha ansiedad.

Me tomó de mi mano derecha para darme un breve impulso y colocarme sobre un caballo de madera color anaranjado. Bajó. Un pequeño motor inició un infernal ruido y la plataforma circular de caballos comenzó a girar. La perdí de vista. La velocidad del carrusel y la poca luz a un metro de distancia de mi entretenimiento no permitía divisar a las «mamas», hasta que la vuelta terminó y ella apareció para pagar una más.

Al iniciar de nuevo, mi vista se detuvo en un punto fijo, tras una y otra vuelta… era Sara, quien se fundía en un fogonazo apretujada con un desconocido.

«All You Need Is Love»…

Ellos me compraron varios tiquetes esa noche y las siguientes, hasta que se retiraban las ruedas del barrio.

Cada mañana, después noches de feria, la primera prenda lavada y expuesta al sol era el vestido blanco. Sara se levantaba muy temprano para esa tarea. Mi madre al llegar a la zona del lavadero se percataba de la única prenda que esperaba el sol para secarse y estar lista para la noche. Iracunda, entraba a la casa y revisaba cada habitación hasta sacar la última ropa sucia o medio sucia formando una montaña que debía estar limpia antes que finalizara el día. Multiplicó las tareas de todo tipo, pero Sara sorteaba cada una, como un río que no detiene su cauce recio bajo un temporal.

Sin fallar a las siete de la noche me tomó de la mano con la autoridad de una «mama».

Me llevo al niño volvió a decir y el rostro de mi madre denotó angustia.

Divisé al hombre que la esperaba cerca del carrusel a dos metros de distancia donde la luz no llegaba a mostrar su rostro con claridad. Con su mano izquierda tomó la derecha de Sara y; para mi sorpresa la mano derecha estaba tupida de tiquetes para subir a los escasos tres juegos mecánicos por horas, mientras ellos se entretenían en un derroche de besos y contacto físico.  

No conté las vueltas en cada juego mecánico. Fueron muchas. Pero reconocí que los hijos de los vecinos del barrio no llegaban con sus padres, sino con las mujeres que apoyaban las tareas de la casa, algunas con citas acordadas en esa pequeña feria, otras viendo de reojo el amor.

Por aquellos meses en que nos visitaban el carrusel, «la Chicago» y «los avioncitos», la productividad del trabajo de Sara crecía de forma exponencial para lograr ver a su enamorado. Cualquier trabajo extra o no recurrente que le asignaba mi madre lo solventaba antes de la noche. No había obstáculo que le impidiera asistir a la cita.

Después de treinta y cuatro años visito a mi madre con mi familia cada domingo. Veo a Sara utilizar la lavadora eléctrica para la ropa de la casa, y vuelvo a ver una prenda blanca como aquel vestido blanco. Cuando coincidimos en mi visita con la temporada de los juegos mecánicos que llegan al barrio, ya de tarde, ella se prepara como cuando yo era un niño y habla con mi madre.

Me llevo al nieto —dijo, dirigiéndose a todos.

Todos sonreímos.

Al escuchar «All You Need Is Love» sinfónico de la Royal Philharmonic Orchestra en Spotify, se me viene a la mente la tenacidad de Sara, la infaltable prenda blanca, la música más triste de los juegos mecánicos en la voz de Leo Dan y el hombre que esperaba en la oscuridad con la mano llena de boletos para subir a cada juego.

Allá va caminando de la mano de mi hijo, con la esperanza de encontrar el amor en una noche de feria del barrio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario