Camila Vera
Les
contaré una historia basada en la realidad que vivo actualmente, porque en algunas
ocasiones analizar los acontecimientos pasados puede ser la mejor forma de
darle sentido a las decisiones, o quizás, solo sea una estúpida anécdota más
para las memorias de este tonto enamorado.
«Comienza
por el comienzo y cuando termines de hablar… te callas», icónica frase del
sombrerero loco en el famoso cuento de Lewis Carroll, al que recurro cuando
necesito un país de las maravillas. Soy Tomás, joven promedio con ganas
incansables de hacer algo productivo con su vida; mientras descubro cómo
cumplir las incasables metas que tengo en mente, les puedo ilustrar un poco
sobre mí. Empezaré diciendo que vivo en base a dos consignas: la primera, es la
sabiduría que adquiero de los libros y el internet, y la segunda, la
descubrirás en el transcurso de este escrito que hago a las tres de la
madrugada con música de Mischa Maisky tocando Bach Cello Suite 1, si no lo has
escuchado alguna vez, es el momento que busques en tu navegador favorito esta
maravilla, será un gran acompañante mientras terminas de sumergirte en mis
letras.
Según «san Wikipedia», la palabra «memoria» significa: «Libro o escrito en el que
alguien cuenta los recuerdos y acontecimientos de su vida». Para la palabra «tonto»
salió una mayor cantidad de resultados, pero dejaré este «Persona que es
ingenua y carece de malicia». Para terminar, toca definir «enamorado», «Persona
que siente amor». Amor es «Sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una
persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno», de esta parte no se
equivoca, antes de marcharse me deseó lo mejor… pero lo mejor era nuestro amor.
Sin
más rodeo les contaré a dónde quiero llegar. La cúspide cuando una persona
termina una relación toma varias formas: unos solo tratan de olvidar los
momentos, otros superar aquel fuerte sentimiento, en mi caso, lo que quiero es
recuperarla. La última de estas es la más despreciable y peligrosa de las
tareas, porque te encuentras en esa fina línea entre seguir o quedarte, rogar o
aceptar, perder la dignidad o recuperar la felicidad. Así es como estas
memorias tuvieron su origen.
Año:
mil novecientos noventa y nueve. Edad: dieciocho años. Lugar: alguna playa
pública de una ciudad costera. Estado civil: soltero en busca de calor humano.
Recursos económicos: cinco dólares con treinta y un centavos. Motivo: escapar
de casa para saber quién soy. Resultado: el inicio de la historia.
Ella
es Gisell, tenía dieciséis años y ocho meses, su cabello castaño llegaba hasta
su primera vértebra lumbar, lucía un lunar justo en el pecho derecho, haciendo
que mi mirada se desviara de forma perversa sobre su piel blanca, algo roja
ante la exposición al sol, olía a mar y las gotas que caían desde su traje de
baño de una pieza color turquesa hacían evidente donde había pasado gran parte
del día. Su sonrisa de dientes grandes y sus labios tan besables me hicieron considerar que el hogar que buscaba estaba
entre sus piernas. Me senté a contemplar cómo bailaba sobre la arena, moviendo
su cuerpo al ritmo de la música que salía de un auto vecino, sacudía las manos
y la cadera sin importar los ojos imprudentes que nos deleitábamos ante tal
espectáculo. Por un momento creí en la existencia de un dios que puso gran empeño
en este ser, eclipsó mi mente por completo encontrarme con esta dulce
casualidad, solo existía un antes de ella y un ahora que compartiría con esa
bella mujer.
Después
de un par de horas de incansable investigación me animé a hablarle. No era de
la ciudad pero residía ahí hace un tiempo. Disfrutaba el agua tanto como yo su
tono de voz. Me senté junto a ella mientras esperaba que sus amigas llegaran
para alguna reunión de colegialas, no le pareció extraño que compartamos el
parasol gracias a mis encantos de conquistador. Debo aceptar que es precipitado
decir que mi intención con aquel ángel era algo formal, pero el sistema límbico
te convierte en una marioneta una vez que la oxitocina controla todo. Después
de eso solo sabía que la seguiría al fin del mundo si me lo pedía… quería que
me lo pida.
Desde
ese día la distancia solo fue un número, ella en su pequeña ciudad con playa y
yo en mi atolondrada ciudad de grandes edificios, ella con su arte y yo
sumergido entre letras, ella con la esperanza de un príncipe y yo con la
seguridad de mi princesa. Una vez terminó el colegio me la llevé conmigo a
vivir, en una pequeña pero acogedora villa ─a tres kilómetros de la ciudad en
la que he vivido desde que nací─, donde mis abuelos consumieron su amor hasta
que la parca los llamó; así que ahora como único nieto me correspondía como
herencia. Nuestro nido de amor ─le decíamos─, porque ahí dentro no
necesitábamos más que a nosotros. Ella entró en la universidad gratuita para
ser maestra de niños pequeños, su pasión por los infantes era algo fuera del
entendimiento humano, pero tan impresionante que nunca dudé de su objetivo. Por
otro lado, yo seguía trabajando en una cadena privada de repuestos de automóviles,
una ventaja favorable, el descuento de empleado me permitía mantener como un
rey a mi humilde máquina veloz, aunque de niño no me imaginé estar en este
puesto, era un paso para llegar a mi realización.
Cada
noche después de la jornada agotadora regresaba a sus ojos, a sus caricias y a
su calor. Nuestros padres reprocharon aquel acto apresurado, formar un hogar
saltando una gran cantidad de reglas culturales que nos presionan a seguir una
norma, pero nosotros íbamos más allá de aquella presuntuosa realidad. El día en
el que no pude soportar más no tenerla cerca, cogí un automóvil en la terminal,
había cumplido ya los diecinueve años, seguía bajo el techo de mis padres y mi
ferviente amor por la chica de la playa había tomado un rumbo que no podía
controlar, solo habían pasado seis meses desde la primera vez que la vi, era
más que suficiente para mí. Llegué a la casa de Gi después de las cinco horas
que nos separaban, ahora eran insignificantes los trescientos kilómetros que
nos impedían vernos, cuando cogidos de las manos olvidé absolutamente todo, así
que dije:
─¿Me
amas?
─Me
ofende que lo preguntes, amor. ─Rio un poco con esa linda sonrisa que solo es
de ella.
─Necesito
que me respondas, Gi.
─Vienes
a mí para saber si mi amor ante ti es verdadero, a lo que no tengo más que responder
con algún tipo de verso. El amor es efímero porque los humanos somos tontos, el
amor es incierto porque no luchamos, el amor es un caos porque nos adelantamos,
el amor se viste de tantas pieles como quieras verlo. Pero para mí, el amor
está más que claro, es levantarme cada mañana pensando en tu mirada, el amor es
sentirte cerca a pesar de la distancia, el amor somos tú y yo. Aun así vienes
preguntándome si te amo, cuando tú me enseñaste qué es el amor.
No
necesité saber más después de esas palabras, la metería hasta en mi maleta si
decía que no, pero ella se iría conmigo a un lugar donde solo estemos los dos. Y
así fue, el primero de enero del dos mil uno, justo después de que las campanas
den la bienvenida a ese nuevo año, ya con la mayoría de edad de ella y mis
ahorros en uno de mis bolsillos, decidimos escapar, como solo en los cuentos de
hadas nos dejan ver. Nos pertenecíamos, me sentía suyo y ella mía. No hubo
boda, ni sacerdotes, solo su sonrisa nerviosa, mi profundo amor, nuestros dedos
entrelazados y un te amo. Qué más podría pedir para mí si ya lo tenía todo.
Ella era el cielo.
Pero
todo cuento de hadas tiene su tormenta, la nuestra llegó en agosto del dos mil
dos, un evento nos quebrantó de forma que no creí posible, un mal cálculo, un error
por la calentura del momento, nos puso contra la espada y la pared. Los días
transcurrían a cuenta gota para sentir la presión de una posible vida creciendo
sin una preparación previa en el vientre fecundo del ángel inexperto que estaba
a un mes de cumplir veinte años. Las sensaciones que uno tiene durante aquella
espera no son posibles describirlas ni con todas las palabras que nuestro
abundante léxico nos ofrece, simplemente tener en tus manos la posible carga de
un sueño pausado y la bendición más dulce era algo para lo que no te prepara la
vida. En ese momento la cabeza deja de pensar, la amígdala cerebral hace de las
suyas y el pánico se coloca al otro lado de la ventana esperando para abrazarte
mientras hecho bolita en un rincón consideras las opciones. A ese tipo de
desesperación me refiero cuando te encuentras en aquel momento crucial. Ella
por otro lado solo se encapsuló, colocó una armadura que fue difícil de
fragmentar a pesar de que el susto había pasado, claro que no lo había notado
hasta ahora que reviso mentalmente los acontecimientos. No volvió a ser la
misma… pero preferí ignorarlo.
Los
años nos abrazaron para darnos el tiempo necesario para explotar la bomba de
amor que nos oprimía el alma, soltando los miedos para ser ejemplos de la existencia
de tan remota sensación, fuimos uno, todo el tiempo desde que aceptó ser mi compañera
de vida. Pasaron treinta y cinco mil cuarenta horas de llama ardiente cuando
una dama de risa perversa tocó a mi puerta, era la Duda. Esta señora se instaló
de forma silenciosa entre las paredes de nuestro nido de amor, en una esquina
observaba todo mientras susurraba su letal veneno en mi oído. Empezamos a caer
en picada. Ya no eran solo las remotas ocasiones en las que me dejaba hacerla mía,
la rutina cobraba factura y la imaginación descontrolada hacía de mí la
marioneta ideal para ver fantasmas que la poca cordura daba forma, estaba preso
en mi cabeza.
Mi
madre me explicó un poco sobre los celos cuando era joven, tenía trece años y
sentí amor por una chica por primera vez, se sentaba junto a mí todos los días
y me dejaba cogerle la mano a la salida, a pesar que sudaba demasiado; pero una
tarde a la hora de receso vi como tomaba la mano de un compañero de clase, un
chico riquillo que presumía más de lo que tenían sus padres que de sus
habilidades. Esa misma tarde ella le regaló una tarjeta donde había corazones y
decía «tuya». No controlé mis emociones, esperé a que aquel chico saliera de la
escuela y le rompí la nariz de un golpe, sin importar que aquella chica de
cabello rizado y pecas en la cara estaba unos pasos atrás llorando, diciéndome
que eran amigos ─como toda telenovela─. Después de un reporte del director de
mi escuela, más el sermón de mi padre en el que me hizo ver lo débil que fui,
mi madre me dio una lección de vida… a la que debí prestar más atención.
─No
lo entiendo, mamá, ella es mi chica, qué le hace pensar que puede ir por ahí
coqueteando con otro.
─Hijo,
no puedes poseer a nadie en esta vida.
─Pero
no me refiero a eso, no lo entiendes.
─Te
entiendo más de lo que crees, eso que sentiste se llama celos.
─Claro
que no, mamá, eso no eran celos.
─Mi
vida, la desconfianza ante otras personas es algo que siempre va a existir,
darle todas las armas a alguien y solo esperar que no las use en tu contra es
un riesgo que a veces tomamos.
─Está
bien, eso lo entiendo.
─Pero
no podemos vivir siempre con esa duda en nuestra cabeza. Los celos no son más
que un reflejo de nuestras inseguridades. Si esa señorita, la Duda, llega a ti
en algún momento, no olvides hablar. Las palabras son el mayor regalo de la
existencia, nos permiten expresar lo que esa cabecita loca tiene dentro, para
luego ir por una solución.
Mi
voz se había apagado, la cólera de mi sangre pedía respuestas a un tono ahogado
que no era capaz de controlar, la Duda ya no se encontraba en su respectiva
esquina, me acompañaba en cada paso. Donde mirara me decía que ella estaba con
alguien más. Cuando se le ocurría comprar un nuevo aroma de perfume fuera de la
cotidianidad de la vainilla me reclamaba la duda de que algo no marchaba igual.
Así que el Amor y la Duda discutieron una vez mientras tomaba un café.
─Hola,
Duda, terminas llegando tarde o temprano ─dijo el Amor mirándola a los ojos.
─El
famoso «perdona todo» frente a mí ─se mofó la Duda, enseñando todos los dientes.
─¿Qué
quieres ahora? ─insistió el Amor, cruzando los brazos.
─La
verdad, como siempre. No puedes ir por ahí solapando las posibilidades.
─No
lo entiendes, soy más fuerte que tú, no caeré ante tu constante reproche. ─Con
gran fuerza contestó el Amor.
─Qué
extraño comentario, yo creo que hay algo de duda en eso, pequeñín.
─Alzó más la
cabeza la Duda.
─Jamás.
Soy como una llama que ilumina todo, no puedes conmigo ─alzó la voz el amor.
─El
agua, así como el oxígeno, el frío, y muchas otras cosas pueden apagar una
llamita. Tu poder es basura cuando he llegado. Y adivina, no me iré.
─No
tienes pruebas de lo que estás diciendo, víbora. ─El Amor bajaba la cabeza.
─Y,
¿tú tienes todas las pruebas?
Así
fue como el Amor… dudó.
Ya
no había vuelta atrás, estábamos cayendo de la cima y el choque no sería nada
agradable. Esa noche cuando regresé del trabajo me acosté en nuestra cama que
ya no sentía tan propia. Me puse a ver todos los recuerdos que escondía aquella
habitación, cuando nos mudamos y pintamos juntos el cuarto, dejando una esquina
sin pintura porque empezamos una guerra entre nosotros, la mancha en el techo
de un labial que explotó al chocar con el ventilador sobre nuestras cabezas, o
la huella de la sábana cuando en mi cumpleaños Gi trajo café demasiado
caliente. Me temía que los recuerdos sean los que dicten mi vida y ya no los
momentos diarios, estaba arruinando toda esta historia por ideas dentro de mi
cabeza, al hacerle caso a aquella dama y no a lo que se supone siento por mi mujer.
Me quedé observándola dormir, su cabello estaba suelto y unas gotas de saliva
se asomaban por su boca, toqué su piel bajo aquella pijama de seda que solo
usaba cuando eran noches importantes pero que ahora tenía agujeros. Decisiones,
son las que marcan el camino y una vez que se las toma, es difícil regresar.
La
Duda tenía razón, el frío estaba en casi cada rincón. No sabía qué pasaba por
su cabeza, pero yo no podía dejar de pensar en eso. Será qué me dejará, se
alejaría, tendría a otro, se le acabó el amor. La veía comer como cada mañana su
cereal de chocolate con yogurt, pero no la sentía igual, quizás hice algo mal,
debía mejorar, pero ella no se iría, pero, ¿y si lo hacía? Tenía miedo de
meterme en camino minado al tocar el tema, pero mi cabeza precipitada habló.
─¿Qué
te pasa?
─No
me pasa nada.
─Dime
lo que te pasa.
─Por
favor, solo quiero tomar mi desayuno. No pasa nada.
─¿Quieres
terminarme?, eso es lo que te está dando vueltas en la cabeza, estoy seguro.
─Si
estás tan seguro, no deberías ni preguntar.
─Dímelo,
sales con alguien más. Es eso.
─Esto
no está bien, Tomás. Contrólate. ─Dijo poniéndose de pie.
─No
vas a ir a ninguna parte, ya dejamos esto en el aire demasiado. ─Le agarré el
brazo.
─Suéltame.
Me voy a la universidad, deja el drama.
─Desde
lo del bebé fantasma todo ha sido diferente.
─Ahora
se llama bebé fantasma, no sabía que le habías puesto nombre.
─Mira
como es todo ahora y dime en mi cara que no eres otra.
─Deja
de decir estupideces por una vez en tu vida, no sigas tu maldito instinto y
piensa.
─Ni
siquiera tienes la decencia de decirme que tienes a alguien más, no me dejas
tocarte, no puedo besarte, de seguro si te veo mucho ya te embarazo.
─Has
perdido la cabeza.
─Si
sales por esa puerta sin que hablemos de esto, no regreses.
─Hablar
de qué, no sé lo que quieres escuchar, ya no sé qué quieres de mí. Yo no
imaginé esto para mi vida Tomás, verme con el dinero mínimo, con temor a quedar
embarazada, arruinando todo por lo que hemos estado trabajando, a tener que
huir del hombre que me sacó de mi comodidad y que me juró amor. No tengo idea
qué es lo que quieres escuchar de mí, ni cómo solucionar esto para que las
cosas sigan como antes. Las cosas no pueden ser como antes. Ahora me vienes con
el estúpido reclamo de que veo a otro hombre, permíteme reírme de la ironía. ─Se
dirigía a la puerta.
─¿Me
amas?
─En
este momento no sé. ─Y se marchó.
Que
es lo que hace un corazón enamorado cuando un no sé llega a su vida. Lo coloqué
en el navegador de Google, para saber que es «no sé», pero ni el mismo internet
en su exuberante capacidad pudo ayudarme con eso. «No sé», es una expresión
intermedia, quizás es un sí, como puede ser un no. La eterna excusa que nos
entrega el lenguaje para ponerle gris al negro y blanco. «No sé», la palabra
compuesta más perturbadora para un hombre que ama y duda. Todo el día me
mantuve en aquella terrible palabra. Un no sé antes de terminar o un no sé
antes de solucionarlo todo. Solo me quedaba redundar y decir, no sé.
Año:
dos mil tres. Edad: veinte y dos años. Lugar: la habitación de nuestro nido.
Estado civil: en pausa. Motivo: no sé. Resultado: caída libre.
Gi
se fue de la casa ─este es el tercer día─, visitará a sus padres, los cuales no
ve hace unos meses por la distancia que antes me parecía irrelevante pero que
hoy es incansable. No he hablado con ella porque no responde los mensajes que
he dejado en su buzón. ¿He fallado?, ¿hemos fallado? Ahora es lo que menos
importa. La Duda ha retirado sus armas volviendo a su rincón, del cual nunca
tuve que permitirle salir, el Amor por otro lado sigue conmigo viéndome con
compasión, para que no lo deje morir.
Dejamos
dentro de aquellas paredes todo un cuento, uno que escribimos con tiempo, con
dedicación pero sobre todo amor. Amo tanto a Gi. Quizás los motivos fueron mis
dudas, su miedo a volver a sufrir un embarazo psicológico, los celos que
crecieron sin notarlo, el tiempo que no nos dimos, el frío que dejamos
esparcir. Tal vez por culpa de mi vicio
de vivir en los recuerdos y su desenfreno de solo ver el futuro, que nos perdimos
del ahora. Las cosas quedaron en el aire como cuando lanzas un poco de perfume
al viento, se queda dando vueltas con su fragancia, pero al final es volátil.
Si
me preguntan esta madrugada, si la amo, mi respuesta sería muy sencilla. Nunca
se deja de amar el hogar.
Ahora
que conoces mis memorias hasta este punto, debes considerar que he omitido una
parte fundamental, la segunda consigna. Si has estado atento deberías tener una
idea vaga de esto, pero si por casualidad la música de fondo te transportó a
otro lugar o mi propia experiencia abrió en ti alguna parte escondida de tu ser,
te lo dejaré sentado. Mi segunda consigna es, siempre de cada paso se puede
aprender. Al final de esas historias, memorias, pensamientos dan como resultado
el origen a algo nuevo. Ese no sé, aún tiene un porcentaje de sí… debo
descubrirlo.
Es un bello relato de una bella historia de amor. Me encanta la forma en que haces referencias a datos curiosos y como le das un giro inesperado a la historia, porque el corazón late de una manera distinta al leer cada parte de tu escrito. El no sé y el debo descubrirlo me deja con la intriga, seguramente esta hermosa historia continúa...
ResponderEliminar"Nunca se deja de amar el hogar"
Un tonto enamorado.