Víctor Mondragón
Corría la década de mil
novecientos cincuenta, un viernes en el centro de la ciudad de Lima, finales de
un febrero ardiente, cercano a las fechas en que la ciudad solía celebrar los carnavales con fastuosas fiestas.
Giovanny y Fiorella caminaban de la mano, ella con ojos del color del cielo al
amanecer, largos cabellos dorados, traje
bien ceñido y tacones altos, él, sobrio en su vestir, alto y de pelo rizado.
-Son doce soles –les dijo el
dependiente de una tienda de artículos importados.
En las fiestas de carnavales limeños los jóvenes solían
cortejar a las jovencitas con chisguetes de perfumes, Giovanny acababa de adquirir un Amor de Colombina lanza perfume. Las
celebraciones se daban de diversas
formas, las clases pudientes asistían a fiestas de disfraces en clubes sociales
o en las playas, los barrios medios organizaban fiestas en sus casas con
chisguetes de perfume mientras los
barrios populares se consolaban jugando -o peleando- con agua, talco, pintura y betún.
-Yo te pedí amor de Pierrot
–dijo Fiorella y torció su rostro
disgustada.
-Estoy ahorrando para mis
estudios –contestó el joven. Ambos se miraron a los ojos y permanecieron en silencio.
Minutos después, mientras
transitaban por las calles del centro de la ciudad fueron impactados por un
globo de agua lanzado desde un balcón, el joven la
besó en la frente, le acarició el rostro y la secó con su pañuelo. Se acercaba la hora de la función de vermut,
la pareja caminó hacia la plaza San Martín, ella con su cabellera alborotada por el viento y el con
un aspecto más sobrio que nunca, en esos años ir a un cine era todo un evento,
los asistentes solían vestir y oler bien, la pareja hizo una breve fila e ingresaron a
un pulcro y bien conservado local, en el hall destacaba un caballero que vestía
saco oscuro con numerosos y relucientes
botones, era el vendedor de golosinas, la pareja compró chocolates y chicles –no
como ahora donde asistir a un cine es exponerse
a estar rodeado de asistentes que comen en baldes que parecen contener
alimentos balanceados.
Los jóvenes se ubicaron en la parte trasera, quizás buscando la complacencia de la luz escasa,
lugar donde los enamorados insaciables suelen
regalarse besos sin fin.
-El traje que vistes es muy
ceñido y provocador –dijo Giovanni, la joven se hizo la desentendida y replicó:
-Mis amigas irán a fiestas
en los clubes de las playas.
-Aún no concluyo mis estudios y ese costo no está a
mi alcance –respondió Giovanny, el joven la
miró directo a los ojos y tuvo la
impresión de saber lo que ella pensaba.
-No quiero ir a tu fiesta de bomberos –dijo Fiorella
sin poder disimular una ventolera juvenil excusada en orgullo.
-Allí estarán mis amigos –repetía Giovanni.
A la salida del cine caminaron y se sentaron en una
banca frente al teatro Municipal, había anochecido, se quedaron mudos, el
apetito pedía ya por lo suyo, la pareja ingresó a una sanguchería de italianos en
la esquina de los jirones Huancavelica y
Cailloma.
-Aquí tienen, un sanguche de pavo y uno de cerdo
–dijo el servidor.
Tras aplacar el hambre, la pareja se dirigió a casa
de Fiorella, la discrepancia en cuestión se mantenía.
-Además por ahí dicen que para tontos los bomberos
–comentó Fiorella.
La pareja llevaba dos semanas discutiendo sobre el
mismo tema: típica e inmadura discusión de
pareja donde nadie quiere ceder, en el jardín de la casa de la joven
continuaron los litigios, ambos rostros se vieron desalentados, sus voces se crisparon bajo miradas
desafiantes.
-Sería feliz si me acompañaras a la fiesta de los bomberos
–dijo Giovanni, su actitud no era tanto de desamor como de orgullo propio, no percibía que ésta es otra de las tantas trampas que esconde el amor.
-¡No quiero verte nunca más! –respondió la joven, su
voz antes suave se mostró grave y sus
ojos se tornaron insolentes, se alejó
sin despedir. La pareja había discutido por tonterías aunque creían que era
por amor; realmente no era desamor, ni siquiera celos, estaban
midiendo sus intenciones.
Don Giuseppe, padre de la muchacha alcanzó a
escuchar la conversación y comprendió el motivo de la diferencia, animó a su
hija y le invitó a pasear por el centro de Lima al día siguiente.
Limpias calles, día soleado, caballeros con terno y
damas vestidas con hermosos trajes transitaban por el jirón de la Unión, los
escaparates lucían finos vestidos y artículos importados, el caminar por aquel
jirón era motivo de prestancia y elegancia.
-Quiero que escojas un traje para ti –dijo el padre
de la muchacha.
La joven se enfrentaba a una difícil elección, iba y
venía por diversas tiendas, dialogaba
con los vendedores; tras de ella, su paciente papá sonreía, una hora
después finiquitaron su compra.
A continuación el padre pidió a su hija que le
acompañara al balneario de Chorrillos, subieron a un taxi que los condujo a la bomba Garibaldi, en la puerta de la misma
los esperaba un caballero que lucía fino traje y unos bigotes marrones que más parecían convenir con
algún antiguo navegante, el padre de Giovanni, Angelo Cipollini, viejo amigo
del papá de Fiorella, intercambiaron
bromas sacudiendo el polvo de una añeja amistad.
-Esta compañía de bomberos fue fundada por
inmigrantes italianos en 1872, Compagnia di pompieri Garibaldi di Chorrillos, lleva el nombre del impulsor
de la unificación política de Italia, Giuseppe Garibaldi, héroe de dos mundos, quien
radicó en Lima en 1851 y que junto a otros inmigrantes italianos fundaron
la primera compañía de bomberos del
Callao –dijo don Angelo.
Con pasos cortos y lentos caminaron por el viejo
local que les parecía detenido en el
tiempo, pidieron permiso a un encargado e ingresaron a una amplia habitación que hacía de
biblioteca, colgaban en las paredes cuadros
con rostros de antiguos bomberos, mudos
testigos del paso del tiempo, los visitantes encontraron un aire denso en el ambiente, mezcla de
humedad, muchos años y olvido; se
sentaron sobre antiguas sillas y se dispusieron a sacar a relucir recuerdos
propios y otros tantos prestados de los
libros que allí dormían.
-En la captura de Atahualpa hubo soldados de origen italiano,
Lima tuvo virreyes que vivieron en
Italia o fueron emparentados con italianos, incluso uno fue italiano; durante
la colonia y primeros años de la república los inmigrantes italianos provinieron de la región
de Liguria, mayormente genoveses, destacaban por ser diestros navegantes
–añadió don Ángelo.
Fiorella, estaba distraída, no parecía percibir las
ideas que intentaban inculcarle, aun así
se animó a intervenir.
-Cuéntenme como llegaron nuestros antepasados –dijo
Fiorella, mitad por novelería y mitad por complacencia a sus mayores.
-La inmigración italiana si bien no fue masiva, fue
selecta, en 1876 había más de siete mil italianos en tierras peruanas, mayormente
radicados en puertos, destacaron por ser prósperos transportistas marítimos y comerciantes,
muchos fueron atraídos por el auge del guano y el salitre, en esos años en
Italia se comentaba que entre los emigrantes italianos afincados en América del
sur, los más ricos e industriosos estaban en el Perú; de los españoles retomaron el sembrío de olivos, vid, legumbres
y pan llevar, impusieron la venta del pan fresco tres veces al día, instalaron fábricas de fideos, chocolates,
textiles y helados entre otras –respondió don Angelo.
-Miren estas fotos, son del balneario de San Pedro
de los Chorrillos durante la guerra del Pacífico, era considerada la perla del
Pacífico, mansiones con hermosas terrazas moriscas, amplios jardines de flores circundados
por detalladas verjas de hierro forjado, plazuelas con estatuas de mármol y piletitas
de puccis, lugar de veraneo de la aristocracia limeña, comparable con los mejores balnearios
europeos –dijo el padre de Fiorella tras ojear unas revistas amarillentas, cubiertas
por el polvo ingrato del desinterés.
Era casi medio día, el apetito pedía ya atención,
don Ángelo buscaba denodadamente algo en las estanterías, tras unos minutos
ubicó una revista que llevaba el título de “Revista Ítalo Peruviana di scienze,
lettere, arti e varietá Anno X, 1922”, pidió al encargado que se la prestasen y
seguidamente los amigos subieron al antiguo auto Chevrolet del señor Cipollini,
enrumbaron con dirección al centro de Lima,
hacia un restaurante al costado
del palacio de gobierno, en una esquina frente a la estación de
Desamparados.
Ambiente antiguo, techos altos, fina caoba, muebles sobrevivientes
del siglo anterior, el tiempo detenido, austera ornamentación pero sobria a la
vez; un camarero pulcramente vestido se acercó a los recién llegados, los
saludó en italiano y les entregó la carta de platos, los visitantes pidieron
como entrada conchitas a la parmesana, sopa menestrón como primer plato y
diversas pastas como plato principal.
Mientras esperaban la orden comentaron acerca de la
fusión culinaria entre la cocina italiana
y la criolla peruana.
-En el Perú se han encontrado todas las razas y los
italianos no podían ser la excepción, a
la torta pascualina la llamamos pastel de acelga, a la trippa a la fiorentina
la llamamos mondonguito a la italiana, a los spaghettis a la Bolognesa los llamamos tallarines en salsa roja, los al
pesto los llamamos tallarines en salsa verde, diversos platos italianos fueron
adaptados a los ingredientes y a la sazón peruana; en Lima es tradición
familiar compartir los domingos
tallarines como plato fuerte, yo
prefiero los tallarines con pichones –comentó don Ángelo.
-Productos como el tomate, la papa o el maíz fueron
llevados a Italia y nos los devolvieron bajo
otras formas: pasta de tomate, ñoquis y polenta –añadió don Giuseppe.
-Agradecemos al Altísimo por los alimentos que vamos
a recibir… –dijo don Angelo, los comensales lo secundaron haciendo la
respectiva señal de la cruz.
Don Giuseppe repasó la carta y finalmente seleccionó un par de finos vinos, uno para aperitivo y
otro para acompañamiento.
-¡Esos vinos son carísimos! – exclamó Fiorella.
-Lo más importante en un vino no es su precio ni la calidad sino las
personas con quienes se comparte –respondió el padre de la joven mientras su
amigo asentía.
Una buena comida exige el complemento de la risa y a
ella se entregaron, minutos después, durante la sobremesa, los amigos retomaron la conversación
interrumpida aquella mañana.
-En el Perú los bomberos no son remunerados, se
donan a la comunidad gratuitamente, incluso ofrendan sus vidas en cumplimiento
de su misión –dijo don Angelo.
-Para cojudos los bomberos es una frase que pulula
por incomprensión y desconocimiento -añadió don Giuseppe, cuestionando así esa mal entendida viveza criolla donde
quien no los secunda corre el riesgo de ser marginado.
-Lamentablemente hay algunos que no saben distinguir el límite entre la travesura, la broma, la burla
y la estupidez –complementó don Ángelo.
-Quiero contarte lo que pasó a los bomberos de la compañía Garibaldi durante
la guerra del Pacífico –añadió don Ángelo.
-¿Hubo batalla en la villa de Chorrillos? –preguntó
Fiorella quien poco a poco se iba contaminado de curiosidad.
-Salvo una primera defensa en la estación del
ferrocarril, no hubo batalla al interior
de la villa, tras ingresar las tropas del sur presas del alcohol y la
euforia cometieron excesos contra las propiedades y la población civil. Varios
comercios fueron saqueados y quemados, los bomberos de la bomba Garibaldi
hicieron esfuerzos para evitar que el fuego se propagara pero fueron
confundidos con soldados debido a sus
uniformes rojos, las tropas del sur atacaron a los indefensos bomberos, la
manguera de la bomba se rompió con la caída y la ola de vapor ampolló a los más
cercanos. Cipollini, Leopardi, Nerini, asfixiados, se llevaron las manos a los ojos
y no vieron los corvos que se alzaron debajo de sus gargantas -replicó don
Ángelo quien confiaba en introducir en la realidad a Fiorella, seguidamente
extrajo de su maletín de cuero la revista que horas antes le habían prestado,
la contempló, la acarició y procedió a leer:
“Un gran número de oficiales a caballo, que venían
desde las defensas de Monterrico, sin saber ni preguntar nada, se pusieron a
pegar a los inermes, y después, los ataron a las colas de los caballos y los
tiraron por el suelo al galope gritando, ¡tiradores italianos!
De esta infamante acusación, dictada por todas las iniquidades de la guerra y de la cobardía
humana juntas, nunca se ha podido entender mucho. La legación italiana de Lima,
el comandante de la Piro Corvetta Colombo, Jefe de la escuadra italiana anclada
en el Callao, se enteraron tres días más tarde. Ocho las víctimas, fueron:
Angelo Descalzi, Guiseppe Orengo. Egidio Valentino, Astrana Lorenzo, Paolo
Marsano, Paolo Risso, Giovanni Pali, Filippo Bargna, acusados de alta traición,
de haber usado las armas contra los militares chilenos; fueron fusilados la
mañana del 14 de enero del 1881, atrás las puertas del Panteón del viejo
Chorrillos “ pronunció don Ángelo quien prefirió concluir leyendo la revista del
cincuentenario de la bomba Garibaldi, valioso testimonio ante el insoportable
olvido del tiempo.
La mano temblorosa del padre de Giovanni buscó con
dificultad algo en el bolsillo de su chaqueta, extrajo un hermoso sobre color
café, con parsimonia lo abrió y dejó ver
una amarillenta foto.
-Esta es la imagen de mi abuela, hermana de uno de
los bomberos sacrificados, mi familia lleva el apellido bien puesto –añadió don
Ángelo.
Fiorella no podía permanecer como observadora ajena
al cauce de la verdad que fluía frente a ella, sus ojos
se llenaron de lágrimas, reaccionó con desconcierto ante una evidencia abrumadora, se
deshizo en el abrazador fuego de la realidad encontrada.
-No quisiera ahondar más sobre los pormenores de aquel infausto hecho; en nuestra juventud, Giuseppe
y yo hemos sido bomberos, tradición seguida por nuestras familias, por eso mi hijo es también
bombero –dijo el padre de Giovanni.
El silencio fue la mejor respuesta que pudo expresar
Fiorella mientras su padre la abrazaba.
-Es bueno que conozcamos el pasado para que los
errores no se repitan -concluyó don Giuseppe.
En otro lado de la ciudad, la vida obligaba a
Giovanni a ocuparse de asuntos más terrestres que los afanes del corazón,
laboraba desde muy temprano en una pastelería italiana en la calle Virreina, de
pie varias horas, peleando con masas de indomable harina, contemplando un
inmenso horno ardiente y pensando en ella; su aspecto se había tornado
distraído, no ubicaba la línea divisoria
entre la desilusión y la nostalgia, estaba ensimismado cuando
concluyó que a las mujeres les gusta hacerse de rogar y por lo tanto decidió ir a buscarla. Aquella noche contó uno a uno
los minutos eternos que faltaban para volverla a ver, casi al amanecer logró
atrapar el sueño que tanto se le escapaba.
Horas más tarde el joven fue a casa de Fiorella y para
que nada restara esplendor a su propósito portaba un ramo de rosas en la mano.
Ella mandó decir que esperara unos
instantes para hacerse un maquillaje breve y
recibirlo de acuerdo a su condición, el muchacho al verla intentó un
saludo indeciso que pareció diluirse al acercarse, reaccionó a tiempo.
-Tengo una sorpresa, ¡iremos a la fiesta en la playa!
–exclamó el joven, mezcla de enamorador y enamorado.
-Quiero ir a la fiesta de los bomberos –respondió
Fiorella mientras sonreía para que él no
advirtiera cierta turbación, acercaron sus rostros, intercambiaron miradas, Giovanni
percibió su respiración y el hálito floral que tanto añoraba. La noche fluyó bajo un gran firmamento, embargados por
el perfume fresco de unos jazmines se abrazaron tiernamente. Pese a la insistencia, Fiorella se negó
a explicar la razón de su cambio, no quiso que Giovanni hallara en ella
contradicción y cierta vergüenza.
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