Violeta Paputsakis
Una
ruta de ingreso a la ciudad de Salta, una calurosa noche de verano, columnas de
vehículos parados en todas direcciones, miles de historias por contar.
Son
las diez de la noche y yo sigo atascado aquí, pensar que ya estaría en casa descansando
de este largo viaje, pero no, desde hace más de media hora estoy plantado en el
mismo lugar. No entiendo qué pasa, una manifestación, un accidente, una avería
en el camino, mientras se solucione lo antes posible no me interesa, quiero ver
a Valen y Lili, hace una semana que estoy fuera y no pude disfrutar de mis dos
amores.
Sentado
en su Toyota Corolla blanco Joaquín observa la marea de vehículos que lo rodea
y se lamenta por su suerte. Se convence de que no tuvo otra elección, tenía que
hacer ese viaje sí o sí, cerrar esa cuenta era un negocio importante para el
banco y una reafirmación de la buena gestión que está haciendo como gerente
allí. Con sus cuarenta y dos años lleva adelante una carrera exitosa y una vida
que si bien está cargada de responsabilidades se ve recompensada por los
momentos compartidos con su familia y el buen pasar económico.
Los
detalles administrativos para el ingreso de Textiles Andino como cliente lamentablemente
requirieron más tiempo del previsto, mi idea era estar de vuelta en cuatro días
como máximo, la desorganización de la empresa me obligó a hacerme cargo de
cosas que no me corresponden, pero estoy convencido de que si no las coordinaba
la desidia de los dueños prolongaría varios meses la concreción del acuerdo. Ya
está, ellos están adentro y yo soy el más beneficiado. Unos días adicionales y
varias horas de viaje no serían tan pesados si no fuera que ahora tengo que
perder tanto tiempo sentado aquí, cuando faltan pocos kilómetros para llegar a
casa.
Joaquín
sube el volumen del estéreo más todavía y se acomoda en el asiento del auto, en
el exterior el calor es insoportable y pocos se aventuran a caminar en medio de
los vehículos para buscar una respuesta al inconveniente. Adentro, en cambio,
el aire acondicionado y la música de blues hacen la espera aceptable, pasados
otros quince minutos, Joaquín empieza a preocuparse, la situación parece más
compleja de lo que se imaginaba, no avanzó ni un milímetro y dentro de poco
tendrá que pensar en apagar el coche por completo y enfrentarse a un calor que
no parece tener la menor intención de aplacarse.
Ya
son las once de la noche y todos siguen en el mismo lugar, un ruido que
proviene del Fiat a su derecha llama la atención de Joaquín, es un sonido estridente,
mira hacia el lugar y ve una niña de unos ocho años gritando y sacando los
brazos por la ventanilla trasera desesperadamente, su madre prende el pequeño
foco del interior del coche y trata de tranquilizarla hablándole desde el
asiento delantero, pero no logra mucho, la pequeña continúa vociferando que
quiere irse a su casa.
La
joven debe tener unos treinta años, tiene el pelo teñido de color castaño claro
y lo lleva recogido en un rodete desordenado, la pequeña lleva una remera de Kitty
manchada de algo que parece chocolate, su largo cabello oscuro se mueve
desordenado en todas direcciones.
Joaquín
hace un bufido de hastío y vuelve a acomodarse en el asiento, si bien sus
vecinas no se parecen en nada a su familia, la imagen le trae a la mente a su
esposa Valentina y su pequeña Liliana. Mira una vez más su teléfono celular y
confirma con molestia que continúa sin tener señal. Recuerda la mañana previa
al viaje, Valentina llevaba un vestido de verano estampado con flores blancas y
rojas, unas sandalias y pulseras que acompañaban con su tintinar cada
movimiento, los rizos de su cabello color miel cubrían apenas sus hombros y
dejaban disfrutar de las suaves líneas de su espalda. Liliana, estaba sentada
en la alfombra junto a la mesa desayunador, jugando con su muñeca favorita, al
evocar su risa contagiosa y su mirada alegre no puede evitar sonreír.
Con
el asiento reclinado y los ojos cerrados, se siente en el límite entre el mundo
onírico y la realidad, golpes en la ventanilla lo traen bruscamente de regreso,
se incorpora y puede ver a un hombre de mediana edad que continúa haciendo
sonar sus nudillos contra el vidrio mientras lo mira sonriente. Está vestido
con una camisa desgastada y se puede observar el calor en su cuerpo. Joaquín
mira preocupado hacia adelante pensando que quizás el atasco ya terminó y él
sigue estacionado allí, pero no, todos los autos continúan en el mismo lugar.
Baja la ventanilla con molestia y se dirige a su visitante.
-¿Si?
–pronuncia secamente.
-Buenas
noches señor –inicia el hombre con humildad- disculpe que lo moleste pero no sé
a quién más acudir. Mi familia y yo estamos en el auto que está detrás suyo
–continúa mientras señala hacia atrás. Joaquín observa desde el espejo
retrovisor un Ford Falcon bastante deteriorado.
-Como
verá está haciendo mucho calor y como mi mujer está embarazada le está
afectando, se siente mal. Se me ocurrió que quizás podría venir un tiempo a
sentarse en su auto, estoy seguro que el aire acondicionado le va a ayudar.
Joaquín
vuelve a mirar por el espejo y observa dificultosamente en la penumbra a una
mujer de unos treinta años vestida sencillamente, imagina que debe estar bastante
sudada y que incluso puede llegar a descomponerse más aún dentro de su
vehículo, luego observa el tapizado de cuero color crema, el torpedo
prolijamente encerado.
–Es
imposible señor, no recibo a extraños en mi automóvil, pruebe con alguien más,
quizás tenga suerte.
El
hombre lo mira desconcertado, le agradece la atención y se despide. Joaquín
sube nuevamente el vidrio y se queja internamente por el aire caliente que el
extraño hizo entrar en su vehículo. Lo observa acercarse al Fiat Palio color
plata delante suyo, luego lo ve regresar a su viejo auto y llevar a su mujer
hasta ese coche.
Es
increíble como la gente se pone en peligro sin necesidad, después los asaltan y
se quejan, se dice Joaquín, esta gente cree que uno tiene la obligación de
solucionarles la vida, si yo tengo este vehículo es porque me esforcé para
conseguirlo y tengo el derecho de elegir quien se sube a él, ellos seguramente
se pasan el día de vagos y después sólo saben pedir a los que nos preocupamos
día a día por mejorar. Lo peor es que ahora pasa delante de mí como diciendo
que Dios te perdone, faltaba más, yo no necesito que nadie me absuelva ni me dé
nada porque me preocupo por obtenerlo.
Pasada
la media noche Joaquín escucha bocinazos, se incorpora y ve que a lo lejos los
autos están comenzando a avanzar lentamente, pone en marcha su Corolla y espera
ansioso reiniciar el recorrido. Su cuerpo está magullado de tantas horas
sentado, se siente cansado y tiene hambre, cuenta los minutos para llegar a su
confortable casa y dejar de lado el cemento y los desagradables vecinos que le
tocaron en suerte. Del Palio delante suyo baja la mujer embarazada, justo en el
momento en que los vehículos alrededor comienzan a circular. Con irritación
aguarda que la mujer pase delante de su auto y luego acelera esperando
recuperar los segundos perdidos, el ritmo es lento y recorren sólo unos metros.
Al
revisar los marcadores del auto comprueba que tiene mucho menos combustible del
que esperaba. No tendría que haberlo mantenido en marcha tanto tiempo, con un
poco de suerte voy a lograr llegar a la próxima estación de servicio, sólo
necesito que podamos continuar avanzando, se dice a sí mismo. La marcha sigue a
ritmo lento, la desesperación por llegar hace que Joaquín aproveche todos los huecos
que se forman entre los vehículos y se pase de un carril a otro intentando circular
lo más rápido posible, recibe y toca bocinazos en todo el trayecto, pero no le
preocupa, lo único relevante es cargar nafta y llegar a casa.
Pasada
una media hora mira a su alrededor y advierte que ha dejado atrás a todos sus
compañeros de espera, comienza a divisar a lo lejos la causa del atasco, un
auto volcado atraviesa uno de los carriles, pocos metros más allá, sobre la
banquina, se ve otro vehículo. Un choque, se dice, como siempre la
inconsciencia de unos cuantos nos perjudica a todos, seguro que eran unos
borrachos o unos adolescentes jugando a hacer carreras. Mira el indicador donde
titila una luz roja advirtiéndole que está utilizando la reserva de
combustible. Estoy conduciendo lo más rápido que puedo, sólo queda cruzar los
dedos, reflexiona Joaquín en medio de la ruta de ingreso a la ciudad en una
calurosa noche estrellada del mes de diciembre.
Luego
de avanzar otro medio kilómetro está llegando al sitio del accidente, policías
de tránsito con chalecos reflectantes y linternas organizan el paso que se hace
más pausado, sin embargo Joaquín se muestra contento, sabe que una vez pasado
ese cuello de botella podrá marchar rápidamente.
Cruzó
ya el ingreso de la ciudad, el paisaje cambia con los postes de luz y la
sucesión de casas. En el momento en que atraviesa el sitio del accidente la
curiosidad le gana y atisba el vehículo volcado. Un Volkswagen Fox negro como
el de Valen, como tantos otros, se dice, por el estado en el que se encuentra
sus ocupantes deben encontrarse muy graves. Sigue avanzando a paso de hombre y
observa a lo lejos algo en el asfalto que llama su atención.
Un frío glaciar
invade su cuerpo y lo paraliza, comienzan a escucharse los bocinazos tras él
por haber estancado el paso, un policía se acerca y le toca la ventanilla,
Joaquín reacciona pero en lugar de continuar la marcha se baja del vehículo y
corre por la ruta, llega cerca del Fox volcado y levanta algo del piso.
Es
la muñeca de Lili, dice con la respiración entrecortada, abraza el juguete y se
agacha para revisar el auto, intentando encontrar pruebas que nieguen lo que su
cabeza vocifera. Grita desesperadamente a los policías que se acercan.
–Es
el auto de mi esposa, ¿qué hace aquí?, ¿qué le pasó?, ella tendría que estar en
casa al otro lado de la ciudad.
Los
policías tratan de tranquilizarlo pero el ruido ensordecedor de las bocinas no
lo dejan escuchar absolutamente nada. Tras unos minutos logran convencerlo de
apartar su vehículo de la ruta. Joaquín intenta asimilar la situación, le llega
a su confundida cabeza el recuerdo de la madre de Valentina, ella vive en un
barrio próximo, Joaquín comienza a suponer lo ocurrido. Los policías le
explican que su mujer y su hija fueron trasladadas al hospital, se ofrecen a
acompañarlo pero el hombre se niega y retoma la marcha.
Mil
pensamientos cruzan por su mente, nunca se imaginó que podría perder a sus dos
amores, siempre creyó que esas cosas les suceden al resto de las personas, los
que son imprudentes, los que se emborrachan, los otros, no a él. El temor nubla
su razón y avanza dejando atrás la estación de servicio, sigue la marcha hasta
que escucha un sonido intermitente, observa el medidor y un mensaje titilante
en el panel que dice: sin combustible. Estaciona en la banquina sumido en la
desesperación, toma la muñeca de su hija y se para al borde de la ruta, quieto,
sin saber qué hacer.
Luego
de un tiempo un vehículo se detiene cerca de él, es un Fiat viejo. La
ventanilla se baja y un humilde anciano le ofrece ayuda. Está vestido con un
jean, unas zapatillas y una chomba color crema, ropa consumida por el tiempo
pero prolijamente llevada, su cabello es cano y tiene unos ojos que transmiten
tranquilidad. Joaquín entra en el vehículo sin pronunciar palabra, abrazado al
juguete. –En el vehículo volcado iban mi mujer y mi hija, ¿podría por favor
llevarme al hospital para poder verlas?, me quedé sin nafta en mi auto. La voz
es lenta, tranquila, acorralada por el dolor. Durante el trayecto ninguno de
los dos pronuncia palabra.
Al
llegar al hospital el extraño baja del vehículo y acompaña a Joaquín al
edificio, en la mesa de informes pregunta por su familia y lo guía hasta el
lugar indicado. Joaquín está shokeado, la desesperación dio paso al sopor y
simplemente se deja llevar. Las palabras del médico son tranquilizadoras y le
devuelven la esperanza.
–El
accidente fue grave, pero por suerte ambas llevaban el cinturón de seguridad y
eso permitió que no sufrieran heridas de gravedad. Tuvimos que enyesar la
pierna de su señora y a su hija ponerle un cuello ortopédico, pero más que nada
por precaución. Tienen que pasar el resto de la noche para comprobar si hacen
falta más estudios y mañana podremos darle un parte más completo. Ahora ambas
están durmiendo, vaya tranquilo hombre, en cuanto se despierten les aviso que
usted estuvo aquí y que va a venir mañana a primera hora.
Joaquín
asiente sin protestar, Mario, el dueño del Fiat, se ofrece a ayudarlo para que
pueda cargar nafta en su vehículo y llegar a casa sin dificultad. Nuevamente
Joaquín acuerda silencioso y responde con un sincero –Gracias, al tiempo que
sus ojos se llenan de lagrimas.
-Tranquilo
amigo, estamos en este mundo para ayudar al otro, estoy seguro que si me
hubiese sucedido a mí, vos hubieras parado tu vehículo para ayudarme.
Joaquín
le brinda una mirada y comienza a caminar meditabundo, cuando están llegando a
la salida del hospital, le dice a Mario –No sé si yo hubiese parado, lo siento.
Agacha la cabeza y continúa la marcha, le estremecía sentir en su corazón el
contraste con sus miserias. Una semilla de cambio parecía haberse sembrado,
sólo habría que esperar que la cosecha fuese próspera.
Sobran las palabras para comentar.Estos casos abundan más de lo que quisiéramos.Cuanto nos queda por aprender.Saludos.
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