jueves, 17 de noviembre de 2022

La modelo

Patricio Durán


Yo era guía de montaña. Desde niño sentí atracción por los grandes nevados que veía a lo lejos. La ventana de mi dormitorio permitía ver la magnífica silueta del Chimborazo, la montaña más alta del Ecuador, con una altitud de seis mil doscientos sesenta y cuatro metros. Todas las mañanas, excepto cuando estaba nublado, podía ver en lontananza al coloso de los Andes en todo su esplendor. «Algún día tengo que llegar a la cima del Chimborazo», solía pensar. Quería huir del bullicio y contaminación de la ciudad de Ambato. Las montañas representan lugares excepcionales, sagrados, escuelas de la vida que nos enseñan a meditar, a descubrirnos como seres vivos y mirar con ojos nuevos todo cuanto nos rodea.

En enero del año dos mil uno vino un grupo de cuatro mujeres a practicar montañismo en el Parque Nacional Cotopaxi, que es el segundo más visitado luego de las islas Galápagos. Su edad frisaba entre veinticinco y treintaicinco años, todas profesionales, trabajadoras de grandes empresas. Mónica Cardona sobresalía por su estatura y belleza, era modelo de pasarela. Vivía en Buenos Aires. Llegó al Ecuador a reunirse con sus hermanas Sofía, Ana María y Carolina, originarias de la ciudad de Manizales, la perla colombiana de la rumba y el café. Fue un grupo muy gracioso y lleno de glamur. La primera reunión, para las explicaciones del ascenso, la hicimos en el bar del hotel Cuello de Luna, cercano al volcán Cotopaxi. En este encuentro ya estaban bastante entonadas. Hice lo que pude y les expliqué que al día siguiente disfrutaríamos de un bello paisaje, lejos del mundanal ruido. El pronóstico del tiempo era favorable en la mañana. Al medio día se preveían lluvias y tormentas eléctricas, por lo que debíamos tomar precauciones, y sobre todo respetar a la impredecible montaña.

Mónica Cardona tenía un tipo de personalidad audaz, sentía pasión por los viajes. Estaba siempre en movimiento, explorando, por eso un buen día decidió dejar su natal Manizales y viajar a Buenos Aires en busca de nuevos horizontes en el arte del modelaje, que era su pasión. Era independiente, evitaba el trabajo de ocho horas en relación de dependencia, prefería ganarse la vida por su cuenta. No le preocupaba encontrar trabajo y vivía bien según su talento, capacidad e ingenio. Era generosa. Este viaje lo había pagado ella con sus ahorros. Sus hermanas no gastaron un centavo. Creía que el dinero era para disfrutar y en algún lugar encontraría algo más. En su niñez y adolescencia fue inquieta y traviesa. Era valiente, intrépida y resistente. No permitía que nadie se interponga en sus planes, y si algo o alguien le gustaba lo conseguía, aunque sea quitándole el novio a su propia hermana. Sabía defenderse perfectamente de cualquiera que pretendiera aprovecharse de ella. Vivía sin remordimientos, gozando del presente. No se sentía culpable del pasado ni angustiada por el futuro.

La vida era para experimentarla ya. Mónica se aventuraba a los lugares donde sus hermanas no se atrevían. No le afligían las mismas preocupaciones ni miedos que al resto de mortales. Vivía al límite, desafiaba fronteras, se entregaba para bien o para mal a un juego apasionante. «El que no arriesga no gana», era su lema, por eso murió en su ley. Mónica tenía un código propio de valores. No se dejaba influir por sus hermanas ni por las normas de la sociedad. Desafiaba el peligro realizando deportes extremos como el buceo y el andinismo. El sexo era muy importante en su vida y disfrutaba de numerosas y variadas experiencias con distintas parejas.

Al día siguiente fue un desastre. Estaban con un tremendo «guayabo». Carolina no durmió en su habitación al no encontrar su llave y lo hizo en el vestíbulo del hotel. Pensé en suspender el ascenso, hubiese sido lo mejor, pero se negaron. Vinieron a dominar la montaña y lo iban a conseguir. Perdimos un precioso tiempo mientras se alistaban. Les advertí que no había atajos a la cumbre y debíamos subir paso a paso.

—Si alguna de ustedes se enferma bajamos todos. Si una ya no puede continuar regresamos. Necesito saber el mínimo malestar que sientan. Las órdenes se cumplen sin cuestionar. ¿Entendieron?

—¡Sí, señor! —respondieron al unísono cuadrándose como militares.

Sofía reclamó a Mónica por seducir a su enamorado e irse con él a vivir en Argentina. Las cosas se estaban saliendo de control, intervine antes de que se compliquen. Afortunadamente primó la cordura, se disculparon y continuaron con los preparativos.

Empezamos nuestro ascenso al majestuoso Cotopaxi de cinco mil ochocientos noventa y siete metros de altitud. El reloj marcaba las seis de la mañana. Como no era un ascenso profesional a la cumbre no me preocupé mucho por la hora. Las chicas habían venido a divertirse. Subimos acordonados. Les comenté que era una medida de seguridad. No quería pasar otra vez por la amarga experiencia que sufrí en el pasado, cuando casi pierdo la vida al rodar al abismo. Evité mencionar este incidente para no asustarlas.

El día estaba despejado, se podía ver con claridad la Avenida de los Volcanes, una joya natural que se extiende aproximadamente por trecientos cincuenta kilómetros.  En esta región los volcanes están alineados en sentido norte a sur sobre el altiplano ecuatoriano, algunos activos como el Cotopaxi y el Tungurahua y otros apagados como el Chimborazo. Estos gigantes de los Andes tienen una característica común: las nieves perpetuas de sus cimas los convierten en nevados, aunque con el calentamiento global estas nieves perpetuas han empezado a derretirse como un helado de chocolate. Divisamos hacia el norte el Cayambe, luego el Pichincha, Atacazo, Pasochoa, Rumiñahui, los Ilinizas; más al sur se divisaba al imponente Chimborazo y el Tungurahua.

El olor a azufre nos recordó que el volcán estaba vivo y nos invitaba a recorrer su ruta amablemente. No había razones para presagiar una tragedia, se veían unos densos nubarrones que se movían con rapidez; en ese momento no los consideré una amenaza, pero que luego llenarían de luto el día. Un grupo de montañistas que descendía apurado nos advirtió que se avecinaba una tormenta y debíamos regresar de inmediato al refugio que se encontraba unos doscientos metros más abajo. El cielo se oscureció de pronto. La tormenta eléctrica nos sorprendió, nos aprisionó sin compasión. Los relámpagos llegaron como un arañazo en las tinieblas creando un breve mediodía que se tragó la oscuridad por un instante, mostrándonos el peligro que nos acechaba. Empezaron a soplar vientos huracanados, acompañados de una fuerte lluvia, nieve y granizo. Nos vimos rodeados por una espectral danza macabra de rayos y truenos. Parecía que los demonios habían salido del cráter del volcán.

Un relámpago nos deslumbró, el trueno ensordecedor y el rayo que calentó instantáneamente el gélido aire mató a Mónica Cardona en el acto. Ella se había separado del grupo y llevó la peor parte. Ana María y Carolina sufrieron algunas quemaduras. Los oídos nos zumbaban. Sofía sufrió perforación de los tímpanos. Todos fuimos afectados de ceguera temporal; las piernas las teníamos entumecidas, paralizadas y poco a poco fueron tomando un inquietante color azulado. Un hormigueo nos recorrió todo el cuerpo. Teníamos diversos traumatismos, heridas musculares, lesiones en los ojos y quemaduras. Los efectos explosivos del rayo causaron la expansión del aire provocando que la ropa de Mónica se desprenda dejándola como Dios la trajo al mundo. Llevaba un medallón grande colgado del cuello con una cadena de plata que se fundió completamente en su pecho. Parte de su cabello estaba volatilizado por la fulguración.

Dos horas más tarde, cuando llegó la ambulancia con los paramédicos, acompañé a Mónica a la morgue del hospital de Latacunga. Miré de soslayo al médico forense que realizaba la necropsia para determinar las causas de su muerte lo que era obvio: la mató un rayo que descargó un pulso electromagnético masivo en una fracción de milisegundos. La corriente eléctrica, que pasó a través de su cuerpo generando oleadas de calor, quemó y destruyó órganos y tejidos produciéndole sangrado interno y un paro cardíaco. Muchas personas creen erróneamente que alguien golpeado por un rayo queda electrificado, y al tocarlo podrían ser electrocutadas. El cuerpo humano no almacena electricidad, por eso es seguro tocar a una persona herida por un rayo, muchas veces necesario, ya que probablemente requiere primeros auxilios.

Mónica vino acompañada de Jean-Philippe Durand, un francés que conoció en un crucero por las islas Galápagos. Él practicaba buceo nocturno para observar diversas especies marinas que no son vistas en el día; a ella le gustaba el riesgo y formaron la pareja perfecta. Por cuestiones de trabajo, Jean-Philippe retornó a la Argentina. «El pibe tiene que laburar», dijo Mónica en lunfardo.

Cuando me encontraba dándoles los consejos de seguridad para el ascenso a las cuatro hermanas Cardona, empecé a sentir la mirada penetrante de Mónica; por un momento perdí la concentración. Me sobrepuse al acoso y terminé la charla. Más tarde ella entró a mi habitación sin llamar, estaba un tanto mareada.

—Che, ¿funciona o no funciona? —me dijo con voz meliflua mirando mi entrepierna.

—¿Qué cosa? —respondí desconcertado.

—Tu pito, ¿qué otra cosa puede ser?

No supe qué responder. Ensayé un tímido «no sé…» cuando sentí su aliento dulzón en mi rostro. Me besó apasionadamente, con furia. Sentí su lengua fina y pastosa en mi garganta. Acaricié sus pechos erectos y agudos de animal en celo que temblaban en mis manos ansiosas. Tenía una figura mesomorfa, de modelo de pasarela, atlética, en forma de reloj de arena, que subía y bajaba sobre mi erección. Sentí el estremecimiento de su cuerpo al llegar al clímax. Se levantó inmediatamente y apenas alcancé a distinguir la huida atemorizada de una extraordinaria desnudez femenina.

¡Qué desperdicio, Dios! Su cuerpo olía a quemado. Sus nalgas ebúrneas, esféricas, estaban tiznadas. Su pubis, de suave vello castaño, pendía puntiagudo del monte de Venus, que estaba parcialmente chamuscado; su maravillosa desnudez destrozada primero por el rayo y luego por el forense que abrió su cuerpo como si destazara un cerdo.

No siempre los ángeles son hermosos a veces asustan, y el cuerpo de Mónica me asustaba, pero también me causó cierto alborotamiento en la parte baja del vientre.

6 comentarios:

  1. Muy interesante, es la triste realidad de quienes desafían a la naturaleza y más aún a la ley de Dios

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  2. Excelente narrativa que nos hace volar con la imaginación del autor a hechos que bien pueden ser muy reales me parece fantástico. Gracias y felicitaciones Patricio Durán Garcés. Desde Ambato un fuerte abrazo.

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  3. Me dejo en vilo. Quizas demasiado frio. Seguramente una descripcion oportuna de un dia en la vida de alguien. Inesperado. Pero asi es la vida. No tiene contingentes. Sin embargo para una madre de familia que se limita a cuidar a sus hijos una tragedia absoluta. Pero no me gusta el enfoque. Una modelo se esta evidenciando, una mujer desordenada, que i clusive no tienen moral ni con su propia hermana. Se acuesta con el que le aparecio. Dentro del pudor quizas no merecia vivir. No tiene nada bueno que ofrecer al.mundo. Muy estereotipado.

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  4. Es una narración bastante descriptiva. Podrías “redondearlo” más para que al final llegue al lector y lo impacte como un canto de lava que rodara desde la cumbre. Esa es la esencia del cuento. Un abrazo

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  5. Todas las historias sobre la nieve me han apasionado y he subido a varias cumbres de nuestra geografía. Me gustó la presencia de un rayo asesino que escoge a una belleza colombiana para terminar su vida sin valores elementales.

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  6. Excelente forma de narrar Patricio, atrapas al lector

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