Martes 4:30 p.m.
—Ya casi
—dijo el policía de tránsito Andrés Vega.
Después de varios minutos sacaron el primer cuerpo y lo subieron en el vehículo de la morgue. Giró la vista hacia lo que quedaba de la casa para seguir con la tarea, pero se molestó al observar que su compañero no ayudaba a cargar los cuerpos de los desconocidos, sino que estaba entretenido en leer unos papeles que tenía entre sus manos.
Martes 8:30
a.m.
Pedro
se dirigió al baño para cepillarse los dientes. Encendió la luz y vio su cara
arrugada en el espejo, el pelo cada vez más blanco y respiró profundamente.
Bajo sus ojos tenía una media luna oscura, casi una perfecta bolsa del tiempo.
Se dijo que le faltaba poco para tramitar la pensión. Comenzó la carrera por
cepillarse, abrió el grifo del agua para enjuagarse la boca y sacar la pasta
dental como un vomito espumoso. Su mascota, un gato blanco, salto desde el
suelo hacia el lavabo, viendo con curiosidad la rutina del cepillo moviéndose
en la cavidad bucal, tomar agua del grifo, cerrarlo y soltar la bocanada de
agua blanca. El gato abrió el grifo y Pedro lo volvió a cerrar. Así se
mantuvieron por minutos como dos niños traviesos. Abriendo uno, cerrando el
otro.
Su casa
estaba frente al mar y por detrás de esta pasaba la Ruta Estatal de California
134 conocida como Ventura Freeway o autopista Ventura. Recibía cada amanecer
con una taza de café, viendo las primeras luces desde el cielo, que permitían contemplar
el azul del agua. Sería su lugar para pasar su vejez.
Tocaron
a la puerta. Se aproximó a la ventana y era Paul, el asesor del plan de retiro
previsional que lo había atendido en los últimos treinta años.
—Hola Paul,
por favor entra.
—Gracias.
El asesor
previsional se aproximó a la mesa ubicada después de una pequeña sala para
acomodarse y sacar todos los documentos.
—Bueno,
el contrato de pago de tu retiro entra en vigencia el otro mes, según lo
conversado.
—Déjame verlo rápidamente.
Cuando
se acomodaron, y guardaron un pequeño silencio, Paul escuchó un zumbido que
provenía de fuera de la casa, parecían zancudos. Son los carros, así van hacia
la ciudad, es de todos los días, le aclaró. Después de revisar cada página del
nuevo contrato le pidió un minuto. Se levantó y se dirigió hacia el baño. Vio
al gato jugando a abrir y cerrar el grifo de agua. Lo apartó para evitar mayores
pérdidas de agua. Regresó a la mesa donde lo esperaba Paul.
—Dime
algo, ¿si muero, se pierde el fondo acumulado de mi pensión? ¿Se puede dejar en
herencia?
Sin
ninguna emoción, Paul le aclaró la duda y explicó cada uno de los beneficios adicionales
del plan de retiro. «Otra vez la misma
pregunta de días pasados», se dijo.
Repentinamente
se escuchó la alarma de emergencias de terremotos y tsunamis. La tierra tembló.
A pocos metros de la mesa y a la par del área de cocina había unas gradas que
conducían hacia un sótano acomodado como refugio subterráneo.
—Vamos —dijo Pedro.
Ambos
corrieron y en menos de un minuto estaban acomodados en un pequeño cuarto oscuro.
Encendió la luz y cerró con rapidez la puerta. La pequeña habitación no
disponía de ninguna comodidad. Se sentaron en el suelo a esperar que pasaran
los minutos de la emergencia. Para sorpresa de Pedro, Paul tenía en su mano
derecha el contrato, y en la izquierda un lapicero para la firma. Pedro sonrió,
pero movió su cabeza haciendo un gesto de desaprobación.
—¿Has
pensado en los beneficiarios? —dijo Paul.
—No
tengo —dijo Pedro.
—¿No te
entiendo?, ¿Por qué me hiciste la pregunta sobre la herencia?
Se escuchó un nuevo estruendo, varios retumbos sucesivos del fondo de la tierra, que dejaron en silencio la breve conversación de Paul y Pedro. Una ola de quince metros se levantó en las costas y llegó con fuerza hasta la casa, derribando paredes, hasta filtrarse al interior del refugio e inundarlo; Desesperado Paul tomó la perilla de la puerta para abrirla, pero fue imposible. Pedro hizo un segundo intento que resultó inútil. Estaba atorada. El agua se había filtrado en la chapa afectando su funcionamiento y la madera se había expandido haciendo más presión en la puerta.
Martes
2:00 p.m.
Los
zapatos del agente Andrés Vega dispersaron el agua cuando se bajó del carro y
dio los primeros pasos. De la impresión que tuvo al ver la casa, se perdió en la
caótica escena y solo escuchaba el ruido de sus zapatos al acercarse a la vivienda
destruida. Él había estado asignado a monitorear la velocidad de los vehículos
que hacían su recorrido en la autopista Ventura, y recibió la notificación por
el equipo de comunicación de su radiopatrulla de atender la emergencia. Lo que quedaba de la casa estaba a unos cinco kilómetros
de su punto de trabajo. Corrió hacia el lugar. Llamó a su compañero Bernabé.
Recorrieron el interior de la vivienda y se dirigieron a revisar el área destruida.
Una leve sospechosa los detuvo en las gradas por el sector de la cocina que
conducían hacia el sótano. Pidieron refuerzo.
Al
llegar con mejor equipo de naturaleza mecánica, derribaron la puerta y salió
toda el agua retenida en el sótano y dos cadáveres comenzaron a flotar hacia la
superficie. El agente Bernabé Villa descendió dos gradas y tocó los cuerpos
morados y fríos. Tomó unos papeles blancos que flotaban a la par de los cuerpos,
sobresalía en letras grandes el titular: «Contrato de retiro». Lo revisó
despacio hasta verificar que tenía un nombre desconocido para él.
El
agente Andrés Vega escuchó el goteo del agua al caer de forma intermitente y
buscaron el origen hasta llegar al cuarto de lo que era el baño. El gato blanco
seguía a la par del lavabo queriendo cerrar el grifo de agua. Andrés lo cerró
en ese instante.
Pasaron
varios minutos para que el auxilio brindado por los policías permitiera sacar los
cuerpos de la casa y llevarlos a la morgue. El agente Andrés Vega tomó la
manecilla de la puerta y trató de cerrarla, pero se contuvo al ver el gato que lo
seguía, deteniéndose justo en el marco de la puerta.
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