jueves, 3 de noviembre de 2022

El gato travieso

Martes 4:30 p.m.

Ya casi —dijo el policía de tránsito Andrés Vega.

Después de varios minutos sacaron el primer cuerpo y lo subieron en el vehículo de la morgue. Giró la vista hacia lo que quedaba de la casa para seguir con la tarea, pero se molestó al observar que su compañero no ayudaba a cargar los cuerpos de los desconocidos, sino que estaba entretenido en leer unos papeles que tenía entre sus manos.   

Martes 8:30 a.m.

Pedro se dirigió al baño para cepillarse los dientes. Encendió la luz y vio su cara arrugada en el espejo, el pelo cada vez más blanco y respiró profundamente. Bajo sus ojos tenía una media luna oscura, casi una perfecta bolsa del tiempo. Se dijo que le faltaba poco para tramitar la pensión. Comenzó la carrera por cepillarse, abrió el grifo del agua para enjuagarse la boca y sacar la pasta dental como un vomito espumoso. Su mascota, un gato blanco, salto desde el suelo hacia el lavabo, viendo con curiosidad la rutina del cepillo moviéndose en la cavidad bucal, tomar agua del grifo, cerrarlo y soltar la bocanada de agua blanca. El gato abrió el grifo y Pedro lo volvió a cerrar. Así se mantuvieron por minutos como dos niños traviesos. Abriendo uno, cerrando el otro.

Su casa estaba frente al mar y por detrás de esta pasaba la Ruta Estatal de California 134 conocida como Ventura Freeway o autopista Ventura. Recibía cada amanecer con una taza de café, viendo las primeras luces desde el cielo, que permitían contemplar el azul del agua. Sería su lugar para pasar su vejez.

Tocaron a la puerta. Se aproximó a la ventana y era Paul, el asesor del plan de retiro previsional que lo había atendido en los últimos treinta años.

—Hola Paul, por favor entra.

Gracias.

El asesor previsional se aproximó a la mesa ubicada después de una pequeña sala para acomodarse y sacar todos los documentos.

—Bueno, el contrato de pago de tu retiro entra en vigencia el otro mes, según lo conversado.

 —Déjame verlo rápidamente.

Cuando se acomodaron, y guardaron un pequeño silencio, Paul escuchó un zumbido que provenía de fuera de la casa, parecían zancudos. Son los carros, así van hacia la ciudad, es de todos los días, le aclaró. Después de revisar cada página del nuevo contrato le pidió un minuto. Se levantó y se dirigió hacia el baño. Vio al gato jugando a abrir y cerrar el grifo de agua. Lo apartó para evitar mayores pérdidas de agua. Regresó a la mesa donde lo esperaba Paul.

—Dime algo, ¿si muero, se pierde el fondo acumulado de mi pensión? ¿Se puede dejar en herencia?

Sin ninguna emoción, Paul le aclaró la duda y explicó cada uno de los beneficios adicionales del plan de retiro. «Otra vez la misma pregunta de días pasados», se dijo.

Repentinamente se escuchó la alarma de emergencias de terremotos y tsunamis. La tierra tembló. A pocos metros de la mesa y a la par del área de cocina había unas gradas que conducían hacia un sótano acomodado como refugio subterráneo.

—Vamos dijo Pedro.

Ambos corrieron y en menos de un minuto estaban acomodados en un pequeño cuarto oscuro. Encendió la luz y cerró con rapidez la puerta. La pequeña habitación no disponía de ninguna comodidad. Se sentaron en el suelo a esperar que pasaran los minutos de la emergencia. Para sorpresa de Pedro, Paul tenía en su mano derecha el contrato, y en la izquierda un lapicero para la firma. Pedro sonrió, pero movió su cabeza haciendo un gesto de desaprobación.

—¿Has pensado en los beneficiarios? —dijo Paul.

—No tengo —dijo Pedro.

—¿No te entiendo?, ¿Por qué me hiciste la pregunta sobre la herencia?

Se escuchó un nuevo estruendo, varios retumbos sucesivos del fondo de la tierra, que dejaron en silencio la breve conversación de Paul y Pedro. Una ola de quince metros se levantó en las costas y llegó con fuerza hasta la casa, derribando paredes, hasta filtrarse al interior del refugio e inundarlo; Desesperado Paul tomó la perilla de la puerta para abrirla, pero fue imposible. Pedro hizo un segundo intento que resultó inútil. Estaba atorada. El agua se había filtrado en la chapa afectando su funcionamiento y la madera se había expandido haciendo más presión en la puerta. 

Martes 2:00 p.m.

Los zapatos del agente Andrés Vega dispersaron el agua cuando se bajó del carro y dio los primeros pasos. De la impresión que tuvo al ver la casa, se perdió en la caótica escena y solo escuchaba el ruido de sus zapatos al acercarse a la vivienda destruida. Él había estado asignado a monitorear la velocidad de los vehículos que hacían su recorrido en la autopista Ventura, y recibió la notificación por el equipo de comunicación de su radiopatrulla de atender la emergencia.  Lo que quedaba de la casa estaba a unos cinco kilómetros de su punto de trabajo. Corrió hacia el lugar. Llamó a su compañero Bernabé. Recorrieron el interior de la vivienda y se dirigieron a revisar el área destruida. Una leve sospechosa los detuvo en las gradas por el sector de la cocina que conducían hacia el sótano. Pidieron refuerzo.

Al llegar con mejor equipo de naturaleza mecánica, derribaron la puerta y salió toda el agua retenida en el sótano y dos cadáveres comenzaron a flotar hacia la superficie. El agente Bernabé Villa descendió dos gradas y tocó los cuerpos morados y fríos. Tomó unos papeles blancos que flotaban a la par de los cuerpos, sobresalía en letras grandes el titular: «Contrato de retiro». Lo revisó despacio hasta verificar que tenía un nombre desconocido para él.

El agente Andrés Vega escuchó el goteo del agua al caer de forma intermitente y buscaron el origen hasta llegar al cuarto de lo que era el baño. El gato blanco seguía a la par del lavabo queriendo cerrar el grifo de agua. Andrés lo cerró en ese instante.

Pasaron varios minutos para que el auxilio brindado por los policías permitiera sacar los cuerpos de la casa y llevarlos a la morgue. El agente Andrés Vega tomó la manecilla de la puerta y trató de cerrarla, pero se contuvo al ver el gato que lo seguía, deteniéndose justo en el marco de la puerta.   

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