viernes, 15 de enero de 2021

El portal

Omar Castilla Romero


Luis Silva se levantó de un sueño profundo sin recordar quién era y solo después de unos segundos tuvo consciencia de sí mismo. Al instante vio los tibios rayos del sol penetrar a través de la ventana acompañados de la intensa brisa característica de agosto lo que coincidía con la fecha mostrada en el calendario de su mesa noche. La misma situación le venía ocurriendo a diario durante últimos meses y se relacionaba con una extraña depresión debida al estancamiento en el proyecto que había iniciado un año atrás, por lo que desde entonces tuvo que dedicarle mayor tiempo al punto de dormir sólo tres horas al día. «Qué sensación tan rara —pensó—, es como si los días transcurrieran igual, así debe ser la depresión, aunque no me siento triste». Se levantó de la cama para lavarse la cara y se acercó al ventanal que daba con la calle principal. La brisa traía el olor a pan fresco de una cafetería cercana. Tomó una ducha y mientras se vestía recordó cómo había terminado en aquel proyecto demencial. Cinco años atrás creó una empresa dedicada a desarrollar artefactos que eran idea de sus clientes o como decía una de sus ingeniosas propagandas: pinta tu idea que yo la coloreo. Con el tiempo había logrado cierto renombre, pero el margen de ganancias que le dejaba el negocio era limitado. Todo cambió un año antes cuando llegó a su oficina una hermosa mujer de ojos grandes, aunque tristes, quien portaba en su cuello una cadena de oro con un dije en forma de medio corazón. Vestía un traje elegante de color gris y un lazo negro en su solapa que denotaba luto. Se identificó como Rose, era física teórica y le quitaría el sueño en los siguientes meses. 

—Deseo que usted haga un dispositivo con estas especificaciones —dijo desplegando un plano en la pared por medio de un pequeño proyector.

—Lo que usted pide todavía no existe, es más no se si algún día se pueda hacer —se puso la mano en la barbilla y luego agregó—, no niego que los fundamentos son genuinos y están basados en inventos existentes, pero de ahí a que pueda realizarse es otra cosa.

—Es que para mí esto es una prioridad y sé que usted es de las pocas personas capacitadas para hacerlo.

—Si acepto necesitaré contratar más personal.

—Estoy dispuesta a asumir los gastos necesarios —respondió.

Luis accedió porque necesitaba el dinero, aunque no le garantizó que el proyecto se pudiera culminar. Además, no le desagradaba la idea de trabajar con aquella mujer atractiva e inteligente. Al día siguiente habían puesto un anuncio en los diarios donde se solicitaba un ayudante de ingeniería con amplios conocimientos de física. No tardó en presentarse a las instalaciones un ingeniero norteamericano que llevaba seis meses radicado en el país. Su currículo era extenso con múltiples estudios y gran experiencia por lo que Rose lo contrató a pesar de las objeciones de Luis. De forma adicional ella decidió quedarse supervisando el proyecto lo que le permitió conocerla más a fondo. Los desafíos, aunque inmensos, se fueron resolviendo uno a uno durante los primeros meses. Pasaban el día en aquel laboratorio colmado de instrumentos y piezas de repuesto que dificultaban caminar en él. El pequeño edificio contaba con un anticuado sistema de calefacción que contrarrestaba el frío capitalino. En la pared del fondo había un cuadro de Nicolas Tesla el cual daba la impresión de observar el trabajo que hacían. Durante las pausas iban a la cafetería de estilo postmodernista ubicada a unos quinientos metros del laboratorio desde donde se podía ver los cerros que rodeaban la ciudad. Rose convidaba a Erick para que los acompañara, pero este casi siempre tenía alguna excusa para continuar trabajando en el taller, algo que complacía a Luis. Ya en la cafetería para mitigar el frío tomaban café mientras charlaban del proyecto, también lo hacían sobre cine, música y otros temas por los que compartían afinidad. Con los días comenzó a notar que Rose se interesaba más en él y pasados unos meses ella le contó algunos aspectos de su vida personal, especialmente una mañana lluviosa mientras desayunaban cruasanes recién horneados.

—Este día me hace recordar la mañana que él falleció —dijo con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Luis mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo y se lo ofrecía.

—Creo que ya tengo la suficiente confianza para contarte lo ocurrido.

—Soy todo oídos.

—Gracias —dijo esbozando una sonrisa a la vez que se secaba las lágrimas—. Teníamos tres años de noviazgo y nos habíamos comprometido hacía seis meses. Nos casaríamos en la navidad siguiente. Pero llegó la pandemia cambiándonos la vida a todos. Al comienzo seguimos las recomendaciones al pie de la letra y nos mantuvimos resguardados el mayor tiempo posible. Él, sin embargo, tenía que salir a trabajar a diario pues era médico. En el fondo, yo no creía en la enfermedad, pensaba que era un invento de los gobiernos para mantenernos controlados y al cabo de seis meses de encierro me cansé y le dije que si no salíamos me volvería loca, así que él cedió a sus estrictas normas por complacerme y fuimos a una fiesta organizada por unos amigos. Sobra decir que las aglomeraciones de cualquier tipo estaban prohibidas. En fin, asistimos a la rumba y la pasamos bien, tanto que sentí que había descargado el estrés acumulado por el encierro, pero una semana después Víctor comenzó a presentar fiebre alta y unos días más tarde tuvo una dificultad respiratoria tal que terminó en la unidad de cuidados intensivos conectado a un respirador artificial. Luchó con todas sus fuerzas, pero al final sucumbió a la enfermedad. Desde entonces me levanto todos los días pensando que, si yo no le hubiera insistido en ir a esa fiesta, él estaría aquí conmigo.

—No te sientas así —le interrumpió Luis—, no puedes asegurar que haya sido por eso, me dijiste que era médico. El solo hecho de trabajar en un hospital lo pudo haber expuesto. 

—Llevaba meses trabajando y solo se enfermó después del fin de semana que salimos.

—Dime algo, ¿por eso quieres construir esta máquina?

—Durante ese tiempo tuve una experiencia fuera de lo común que si te la contara creerías que estoy loca. Esa experiencia me hizo comprender mucho a cerca de la mecánica cuántica. Como habrás leído alguna vez, hoy en día existen muchas teorías que buscan explicar la aparente incongruencia entre el mundo cuántico y la realidad a gran escala. Por eso hoy hablamos de universos paralelos y teoría de cuerdas, que son promisorias, aunque de momento no han sido demostradas. En estos tres años de investigaciones pude encontrar una explicación que reconciliaba todas estas contradicciones.

—Interesante, me gustaría saber de qué se trata —agregó Luis.

—Partamos de la base de que, en mecánica cuántica a diferencia del mundo en el que vivimos, todas las opciones ocurren al tiempo hasta antes de ser medidas, algo contraintuitivo, puesto que sabemos por experiencia que de varias posibilidades solo se da una; la pelota de golf cae dentro del hoyo o queda fuera de este. Esto es lo que expresa la paradoja del gato de Schrödinger en la cual el animal está muerto y vivo a la vez antes de que se abra la caja y fue lo que llevó a científicos como Hugh Everett a plantear que cuando ocurre la medición de una partícula, esta se divide en las dos opciones medidas, cada una con un universo diferente, abriendo la posibilidad de infinitas realidades. Sin embargo, por muy ingeniosa que sea esta propuesta no deja de ser extravagante.

—Cierto, no me cabe en la cabeza que el universo haga tanto derroche, pero entonces, ¿qué es lo que pasa en verdad?

—Lo que ocurre es que esas posibilidades que no se dan en nuestra realidad quedan dispersas por allí, aisladas, sin alcanzar a unirse a un número suficiente de partículas que le permita generar la continuidad del universo entero, pero pudiendo formar fragmentos aislados de espacio-tiempo al entrar en conjunción con otras que tuvieron el mismo destino. La realidad no es más que la suma de los eventos más probables en un mismo punto del espacio-tiempo que hace que se entrelacen de manera continua y progresiva. Los otros eventos que no conformaron nuestra realidad siguen ocurriendo alternamente en pequeños bucles repetitivos. Esto lo pude demostrar matemáticamente y lo publiqué en un artículo científico en una de las revistas más prestigiosas del mundo. 

Rose Martinelli, ya decía que había escuchado tu nombre antes, pero no recordaba dónde. Hasta ahora me entero de que estoy trabajando con una científica de tanto renombre. Que orgullo. Aunque hay algo que no entiendo, ¿qué hará nuestro dispositivo?

—Creará un portal a esos bucles alternos, como si entráramos a un recuerdo.

Unos días después el dispositivo estaba a punto y por lo menos funcionaba en teoría. Tenía forma de trípode y medía unos ciento cincuenta centímetros de altura, con una pantalla en la parte superior desde donde desplegaba un tubo que dispararía la energía electromagnética para crear el portal. Erick los invitó a cenar a un restaurante de comida peruana muy popular en la ciudad. Fue una velada amena, con exquisita comida de mar y un vino tinto de sabor afrutado, aunque con un amargor en el fondo que llamó la atención de Luis el cual no olvidaría aquella noche, debido a que a partir de ese día el proyecto se estancó y esto a su vez desencadenó la extraña depresión que venía padeciendo con constantes episodios de amnesia matutina. A diario Luis creía haber encontrado el problema, dándole solución, pero cuando volvía al día siguiente todo estaba como si no hubiera hecho nada. Llegó a pensar que Erick saboteaba sus avances, sin embargo, después de unos meses fue él quien encontró el problema de raíz mientras desarmaba algunos componentes de la máquina. 

—Creo que encontré el problema, era este componente que no hacía contacto como debía y eso hacía que se quemaran los chips que teníamos que remplazar a diario.

—Increíble que fuera este detalle, si yo lo había arreglado hacía una semana —agregó Luis.

—Eso puede pasar, pero bueno, lo importante es que no molestará más.

Por fin después de varios meses la máquina funcionaba. Había sido un año de intenso trabajo, pero lo habían logrado. Ya encendían todos sus módulos y se interconectaban entre sí, ahora solo faltaba probarlo. Esa noche destaparon una botella de champaña dentro del laboratorio, brindaron y como ocurría frecuentemente Erick desapareció sin decir a donde iba. Luis volvió a sentir en el fondo de la champaña el mismo amargor del vino tinto que había tomado en el restaurante unos meses atrás. Encendió la radio en la que sonaba una canción de moda e invitó a Rose a bailar. Bastó que solo se miraran un instante para que estallaran en un apasionado beso que liberó toda la tensión erótica acumulada durante un año, luego percibió el sutil olor de su perfume que lo invitaba a besar su cuello, pero a esas alturas se sentía tan torpe que rompió su cadena de oro y el dije cayó al suelo. Ella reaccionó como liberada de un hechizo.

—Lo siento, esto no está bien —dijo Rose recogiendo el dije—, debo irme.

Se marchó con paso tambaleante como si ya estuviera ebria. Él supuso que no estaba acostumbrada a ingerir alcohol. Se quedó un rato pensativo, pero empezó a sentir que la fatiga del día lo agobiaba y como pudo subió a su auto con la intención de volver a casa. Despertó en su habitación y notó que ya no padecía de amnesia matutina. El clima era nublado y el calendario electrónico marcaba una fecha diferente. Recordó lo ocurrido la noche anterior y concatenó las piezas del rompecabezas comprendiendo por fin el plan de Rose por lo que fue corriendo al garaje y subió en su auto para dirigirse al laboratorio. En ese momento ya habría encendido la máquina y estaría seleccionando los eventos que vivió junto a su novio fallecido para abrir un portal que la llevara allí. Pisó el acelerador a fondo, pero pronto notó un atasco vehicular a diferencia de los días anteriores.  Se pegó a la bocina, pero comprendió que eso no cambiaría la situación. Después de media hora el tráfico volvió a fluir y al cabo de cuarenta minutos llegó al laboratorio y colocó su tarjeta de identificación en la puerta que abrió automáticamente. Al entrar vio como de la parte superior de la máquina salía un rayo de luz azulada que terminaba en la pared del fondo donde se observaba un agujero, un portal que llevaba a otro lugar. Era sorprendente, al mirar por este se veía una playa. Allí debía estar Rose. Tenía que entrar a rescatarla, pero antes debía comprobar algo. Se acercó al dispositivo y miró la pantalla, observando la cuenta regresiva que en quince minutos marcaría el cierre del portal. Se devolvió de nuevo a la pared y notó que la playa que se veía del otro lado era inmensa, solo adornada por unas cuantas palmeras que se encontraban a unos pocos metros de distancia y una gran edificación a lo lejos. No había personas tomando el sol ni bañándose en el agua. Esto implicaba que perdería de vista el portal al alejarse a buscar a Rose, pero confió en su buena memoria para encontrarlo a tiempo y evitar quedar atrapados en ese limbo cíclico y eterno. Ingresó sintiendo como sus zapatos se hundían en la arena y el sol en el cenit quemaba su piel. Acto seguido, hizo un barrido con sus ojos tratando de memorizar la posición de las palmeras con respecto al portal. Al mirar hacia el edificio notó que frente a este se encontraba una mujer sentada mirando el mar. Empezó a correr a toda marcha tratando de llegar lo más pronto posible hasta donde ella. Cuando la tuvo en frente extendió la mano, mientras tomaba bocanadas de aire tratando de recuperar sus fuerzas. Era Rose.

—Te pensabas marchar y dejarme solo en ese mundo cruel —dijo señalando hacia donde debía estar el portal.

—¿Cómo es que pudiste entrar?

—El portal está abierto, pero no por mucho. Así que vámonos de prisa.

—Ya lo intenté, pero esta playa es inmensa y perdí de vista el sitio donde se encuentra.

—Vamos, yo sé cómo llegar.

—Agradezco tu optimismo, pero llevo dos horas buscándolo. Solo sé que estaba cerca de las palmeras, pero aun así es como buscar una aguja en un pajar.

—Confía en mí, cuando lleguemos allá veras que lo encontraremos. 

—Vamos entonces —apretó fuerte su mano y tomó impulso para levantarse.

—Si queremos llegar antes de que se cierre tendremos que correr. 

—Pues corramos —su rostro mostraba huellas de llanto reciente.

—Sabes, pensé que iba a ser más difícil convencerte, ¿puedo saber qué pasó?

—Pues nada —dijo mientras corrían—, este viaje me liberó.

—Cuanto me alegro, pero ¿qué ocurrió?

—Encontré a mi ex. —Bajó un poco la velocidad y lo miró—. Los portales se abren a eventos alternos a los que ocurrieron en nuestra realidad, sin embargo, lo sorprendente es que por lo demás, todo se parece a nuestros recuerdos, solo que algunos detalles cambian de forma abismal. 

—¿Cuántos portales abriste?

—Solo me bastó con este, llevo aquí tres horas, pero después de los primeros quince minutos quería regresar. Este bucle demora ese tiempo y se repite incesantemente. 

—¿Y qué ocurre?

—La verdad se revela ante mis ojos.

—Pero ¿dónde? Aquí no veo nada.

Ahí —señaló el edificio gigante de cinco pisos que solo en ese momento Luis pudo notar que era un hospital.

—En el segundo piso de ese edificio está la unidad de cuidados intensivos donde murió Víctor. He tenido que verlo despedirse de mí antes de que lo intubaran tres veces. Ese momento lo había rememorado infinidad de ocasiones durante el último año. Pero ahora fue diferente, hubo una confesión. Recuerdo que aquella vez él estuvo a punto de decirme algo, pero se detuvo; por supuesto lo noté, aunque le resté importancia por la tristeza que me embargaba en ese momento. Pero como te he dicho, esta vez ocurrió diferente, porque me dijo lo que en verdad había pasado.

—¿Y qué fue lo que ocurrió?

—Víctor no se enfermó en la fiesta, lo contrajo por medio de Gabriela mi mejor amiga o al menos eso creía. La verdad de todo es que eran amantes. Puedes creer que se muriera y ni siquiera tuviera la valentía de decirme la verdad, liberándose y de paso librándome de la culpa.

Luis se detuvo en seco y la abrazó tratando de consolarla.

—Lo que te movió a inventar el dispositivo fue este momento, para que pudieras quitarte esa carga de encima. Lleguemos hasta esa palmera, a diez pasos de ella debe estar el portal.

Cuando estuvieron en el sitio previsto no había nada. Luis miró el reloj y solo quedaban dos minutos. Pensó que se había equivocado de lugar así que buscó alrededor, aunque sin éxito. Faltando un minuto empezó a digerir la idea de quedarse allí atrapado perpetuamente. Bueno, no era tan malo, estaría con Rose en una paradisiaca playa el resto de su vida. En ese momento oyeron una voz con acento extranjero que les gritaba.

—¡Por acá! ¡vengan por acá! 

Voltearon y vieron que desde unos tres metros de altura se desprendía una cuerda. Allí estaba el portal y Erick del otro lado esperando. Rose subió primero y luego lo hizo Luis. Volvieron al laboratorio y cinco segundos después se cerró el portal. 

—Por poco y se quedan allí para siempre —dijo Erick enjugándose la frente.

—Cierto, muchas gracias por rescatarnos —respondió Rose.

Se sentaron a hablar un rato. El rostro de Rose denotaba alivio y reía espontáneamente lo cual la hacía ver más hermosa. 

—¿Qué haremos con este aparato? —preguntó Luis.

—No lo sé, fíjate que inventamos un artefacto cuántico, pero resultó ser capaz de sanar los recuerdos traumáticos de la gente. Quizás sin saberlo creamos una máquina para superar los traumas del pasado.

—Entonces dejaremos sin trabajo a los psicólogos —dijo Erick soltando una carcajada.

Luis lo miraba con desconfianza. Le había salvado la vida, era cierto, pero había detalles que le hacían pensar que él no era en verdad quien decía ser. Luego le preguntó— ¿Erick no hay algo más que debamos saber de ti?

—Tienes razón, ya no tiene caso seguir mintiendo —dijo encogiéndose de hombros—. La verdad es que pertenezco a una agencia secreta que se encarga de identificar inventos de vanguardia, aunque tan descabellados que nuestro gobierno se vería en aprietos si les asignara un presupuesto. Cuando vemos que hay un avance promisorio nos apropiamos de este compensando a los inventores con cuantiosas sumas de dinero que callan cualquier objeción. Al fin y al cabo, todos los que se embarcan en estos proyectos lo hacen para volverse ricos. Pero bueno, ustedes son una excepción.

—Y por qué les interesa mi invento, si a la larga lo único que hace es abrir portales a bucles inmodificables.

—En realidad la máquina puede hacer más que eso —respondió—, aunque no la de ustedes, sino la que hicimos nosotros. Hace tiempo seguimos tu trabajo Rose. Tus teorías son fascinantes y cuando vimos que buscaste a un experto como Luis, supimos que querías materializarlas y te seguimos más de cerca. Fue entonces cuando hiciste el anuncio en el periódico y vi la oportunidad para entrar. Nuestros avances iban a la par de los tuyos, pero fuimos haciendo mejoras gracias a nuestra tecnología y recursos casi ilimitados. Así pues, nuestra máquina puede mantener abierto el portal por tiempo indefinido y su uso es seguro como hemos comprobado los últimos tres meses.

—¿Y para que quiere la agencia un dispositivo como este? —preguntó Luis.

—Nuestro objetivo es utilizar estos bucles como parches que remplacen los eventos históricos que queremos cambiar. Claro está, para esto primero debemos superar la paradoja del abuelo, pero somos optimistas en que pronto lo haremos. Ahora, después de cumplida mi misión decidí ayudarles a terminar su prototipo para que pudieran abrir un portal, porque comprendí que Rose quería confrontar algo de su pasado.

—Hiciste algo más que eso —dijo Luis quien lo miraba con expresión furiosa.

—¿A qué te refieres Luis? —preguntó Rose.

—¡Responde maldito! —Al ver que Erick no decía nada agregó— Él hizo algo más que robarnos nuestro invento. Nos utilizó como conejillos de indias. Dime Rose, ¿no te despiertas en las mañanas sin recordar quién eres?, ¿no notas que todo a tu alrededor ocurre igual todos los días?

— ¿Cómo sabes eso? —preguntó Rose titubeando.

—Pues sencillo, porque yo también lo he sentido. Hemos estado en un bucle creado por él desde hace tres meses, por eso que no podíamos terminar la máquina por mucho que lo intentáramos. 

—¿Es eso verdad Erick? —preguntó Rose. Él permaneció callado a la vez que se levantó de la mesa y se colocó a una distancia prudencial.

—Claro que es cierto Rose —agregó Luis—. Recuerdas el día que nos invitó a cenar al restaurante con la excusa de que ya casi habíamos culminado el proyecto. Pues la cena o más bien el vino tenía algo…

—Era un somnífero, un somnífero suave —por fin atinó a decir Erick—, ya habíamos obtenido la información necesaria y la orden que tenía era hacerlos desistir en sus intentos de terminar el artefacto. Por otro lado, debía probar la seguridad de nuestro dispositivo. Comprendí que ustedes no cederían al chantaje del dinero, así que diseñé una solución que me permitiera hacer ambas cosas. Creé un bucle al que ustedes entraron esa noche y desde entonces han estado trabajando en él. Como duraba veinticuatro horas, se acostaban en la noche y al regresar en la mañana al laboratorio los avances del día anterior habían desaparecido. A estas alturas pensaba que ya se habrían rendido, pero no fue así y al ver que mis jefes me presionaban para que acabara con esto, decidí dejarlos terminar su prototipo.

—Y eso fue anoche cierto. Volví a sentir el extraño sabor en la champaña.

—Lo único que tuve que hacer fue volverlos a dormir y sacarlos del bucle, para que encontraran la máquina con los ajustes finales.

—¡Eres un maldito!, ¡nos utilizaste como un experimento! —Luis se levantó furioso y tomó una llave inglesa que estaba en la mesa con la intención de golpearlo.

—Ni se te ocurra acercarte —abrió su saco y le mostró una pistola nueve milímetros que llevaba en el cinto.

Aun así, Luis se abalanzó con furia y cuando Erick quiso sacar su arma este lo golpeó en la muñeca con la llave, cayendo la pistola al piso, sin embargo Erick tuvo tiempo de asestarle un golpe en la cara con la otra mano, lo que le permitió quitárselo de encima. De nuevo Luis arremetió contra su enemigo y se cruzaron varios golpes, hasta que vio la oportunidad y lo impactó con la llave en el costado derecho, con lo que Erick quedó de cuclillas sin aire. Luis levantó de nuevo la llave presto a golpearlo en la cabeza, pero Rose detuvo su mano.

—No vale la pena Luis. Vámonos de aquí, ya todo terminó. —Luego se dirigió a Erick— Eres despreciable, pero en medio de todo agradezco que me permitieras reconciliarme con mi pasado.

—Bueno entonces, ¿sin rencores? —dijo sin casi poder hablar y se metió la mano al bolsillo, sacando un cheque con un valor tan cuantioso que les hubiera permitido vivir sin trabajar el resto de su vida. Rose lo tomó en sus manos y lo rompió lanzando los pedazos en la cara de Erick. Salieron del laboratorio para regresar a casa de Luis donde pasaron el día juntos e hicieron el amor como si no hubiera mañana. Llegada la madrugada cayeron rendidos en un sueño profundo. Al día siguiente, cuando Luis abrió los ojos, vio el cielo a través de la ventana que amenazaba con un torrencial aguacero. Luego miró hacia su cama donde descansaba Rose plácidamente.

3 comentarios:

  1. Ingeniosos y audaz, empecé a leer y me quedé prendida hasta el último punto aparte.Bucles,cuántica, pandemia, duelo, ciencia,amor, utopía.Siempre hace falta un audaz cuento.��

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  2. Chevere. Lo entretiene a uno desde el comienzo. Esa relación con la pandemia...

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  3. Excelente, es muy fascinante toda la historia.
    Desde el principio tienes la intriga de que pasará y un excelente final.

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